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Con el atentado de Moscú, el Estado Islámico organizó el ataque más mortífero en Rusia desde hace una década y asestó otro golpe contundente a escala mundial. ¿Qué se lleva usted de esta secuencia tan reciente?
Lo impresionante es que, una vez más, todo el mundo estaba ciego ante el hecho de que el terrorismo islamista se acercaba.
Hasta el atentado, casi nadie mencionaba al Estado Islámico…
Exactamente. Con la especulación en línea vimos aflorar las agendas políticas de unos y otros, más o menos ocultas hasta entonces. Contra todo pronóstico, Medvédev y algunos miembros de la extrema derecha francesa señalaban con el dedo a Ucrania. Los ucranianos y algunos de sus partidarios occidentales afirmaron que se trataba de una false flag. Pero Putin no necesita esta inestabilidad una semana después del éxito de su «operación electoral especial» y es difícil ver cómo podría servirle semejante agravio en materia de seguridad.
Los azerbaiyanos, por su parte, establecieron un vínculo con Armenia, ya que el propietario del Crocus City Hall es un multimillonario de Azerbaiyán y la sala de conciertos lleva el nombre del cantante Muslim Magomayev.
Los teóricos de la conspiración de nuestras redes consideran que Daesh es, en el mejor de los casos, un buen acrónimo de las operaciones encubiertas occidentales. ¿La prueba? La película TENET (2020), de Christopher Nolan, se abre con un atentado terrorista en un teatro ruso por agentes de la CIA y del MI6, con evidentes ecos de las imágenes que circularon el viernes…
Estamos asistiendo al retorno de una narrativa conspirativa. Se dice que el Estado Islámico es una creación occidental.
Esto ha sido un clásico desde la crisis en Siria en 2014, cuando vimos el surgimiento de esa teoría de la conspiración en muchos grupos islamistas de Medio Oriente, en particular los cercanos a los Hermanos Musulmanes. En Europa está menos extendida entre los Hermanos Musulmanes, pero hay que recordar, por ejemplo, que, tras el 7 de enero de 2015, muchas cadenas explicaron que el atentado contra Charlie Hebdo debía ser una acción del Mossad, con el objetivo de producir una reacción islamófoba en Europa. ¿La prueba? Los terroristas habían dejado su tarjeta de identidad en el coche…
Como suele ocurrir con las teorías conspirativas, su difusión es muy superior a la influencia real de los círculos que las propagan, y no todo el mundo las cree, con mayor o menor ironía. Pero es una tendencia, casi un reflejo, que se da muy seguido.
En Medio Oriente, todavía no es raro oír que el Estado Islámico en la crisis siria fue una invención de la CIA. Esto es particularmente cierto en los grupos permeables a las teorías islamistas.
¿Cómo se explica este fenómeno?
Hay una constante. Desde 2006, todavía no logramos tomarnos en serio la amenaza yihadista y comprender que el Estado Islámico tiene una estrategia y una autonomía de acción.
En el fondo, no conseguimos hacernos a la idea de que los yihadistas son verdaderos actores geopolíticos, una fuerza geopolítica autónoma. Atrapados en las fracturas de la guerra ampliada, en un momento en que la rivalidad geopolítica entre las potencias estatales se acelera y ocupa cada vez más espacio, debemos comprender la naturaleza específica del fenómeno yihadista.
Entonces, ¿qué es? ¿Y por qué aún no nos hemos hecho a la idea? ¿Ve usted un sesgo westfaliano en nuestra lectura geopolítica?
Es increíble ver hasta qué punto, desde el 11 de septiembre, que nos mostró que el yihadismo era un actor geopolítico porque cambió la dinámica internacional al transformar de repente la naturaleza de las ambiciones estadounidenses frente al terrorismo, hemos seguido cometiendo los mismos errores. En los últimos años, si nos fijamos en los grandes acontecimientos que han sacudido el orden político internacional, vemos que los grupos no estatales desempeñan un papel cada vez más importante.
Su influencia en el curso de los acontecimientos es uno de los temas sobre los que más nos cuesta reflexionar en Europa. Varios ejemplos ilustran esta miopía. Desde el inicio de la guerra civil siria en 2011, los grupos no estatales comenzaron a ejercer una influencia considerable, en particular Al Qaeda a partir de 2013 y luego el Estado Islámico desde finales de 2013. No fue hasta 2014 y el anuncio de la creación de un Estado Islámico tras la toma de Raqqa y Mosul —es decir, que la organización había adoptado la forma de un protoestado— cuando empezaron a ser vistos como actores principales, aunque llevaban dos años desempeñando un papel considerable en Siria.
Del mismo modo, si observamos la evolución de los últimos años, vemos una presencia cada vez más central de grupos no estatales. Estoy pensando, por supuesto, en los talibanes que, incluso antes de que se marcharan los estadounidenses, habían conseguido reconquistar un país y recuperar el poder. De hecho, fue una forma de guerra de guerrillas, subyacente a la situación durante 20 años, la que acabó configurando el desarrollo de Afganistán hasta el punto de que fueron capaces de imponer un estado de cosas que no era el escenario favorito de los estadounidenses.
Incluso antes de hablar de Hamás, podemos pensar obviamente en grupos como Wagner. Los rusos llevan mucho tiempo utilizando grupos no estatales —en este caso, una especie de milicia privada, pero controlada en parte por el aparato estatal— para conseguir objetivos geopolíticos en África y otros lugares. Hamás, mediante la organización de los atentados del 7 de octubre en el sur de Israel, demostró que era capaz no sólo de tomar por sorpresa a Irán e Israel, sino de tomar completamente como rehén a toda la región, comprometiendo en particular la estrategia israelí de normalización con los Estados del Golfo.
Todo esto fue posible porque Hamás actuó en gran medida por iniciativa propia. Y hoy podemos ver claramente el impacto del 7 de octubre en las relaciones internacionales. Entramos en una nueva era hasta el punto de que algunas personas, incluido el presidente estadounidense, comparan este acontecimiento con el 11 de septiembre.
También podríamos mencionar a los hutíes de Yemen, que actualmente están muy implicados en ataques en el Mar Rojo.
Justo cuando pensamos que el punto álgido de la segunda guerra fría se limita a Ucrania, los grupos yihadistas demuestran que no tenemos más remedio que incluir en la ecuación a los no westfalianos. A corto y mediano plazo, los distintos movimientos yihadistas son actores geopolíticos de pleno derecho que hay que tener en cuenta.
Nos corresponde integrarlos en enfoques del mundo contemporáneo que den mucho más peso a los actores no estatales: desempeñan un papel estructurador en las relaciones internacionales y, en particular, en las crisis que no vemos venir. Hay que hacer un gran esfuerzo, que pasa también por comprender las actividades de esos grupos y sus ideologías en línea.
¿Qué nuevos factores hay que tener en cuenta a este respecto?
En mi opinión, desde Ucrania y el 7 de octubre, entramos en la primera guerra mundial de la información.
Ya no podemos leer o intentar comprender lo que está pasando sin analizar la infraestructura del debate público actual. Contrariamente a lo que se cree, las redes sociales, plagadas de desinformación y de diversas estrategias de influencia, un campo en el que los rusos son maestros, no son un simple medio, sino un verdadero ecosistema que plasma e irriga nuestra propia representación del mundo.
¿Qué consecuencias debemos extraer de ello? ¿Tendrá la desinformación un efecto amplificador del terrorismo?
Debemos tenerlo más en cuenta en nuestra descodificación. El contexto de estructuración de la desinformación potencia el terrorismo, que se convierte en un ingrediente crucial de una nueva era de desestabilización. Sin ello, se corre el riesgo inmediato de quedar atrapado en las corrientes opuestas de las narrativas que circulan y se promueven según las agendas de los grupos militantes visibles e invisibles en las redes sociales.
Desde el viernes por la noche, aunque los acontecimientos apenas habían terminado o seguían desarrollándose (no todas las víctimas fueron atendidas en Moscú), grupos militantes de todo tipo trataron de imponer en las redes sociales sus relatos y sus culpables prefabricados. A continuación presentarán, en este orden, 1) el sentido de la acusación, 2) la lógica de los hechos, y 3) las «pruebas» de la misma…
Esto es similar a lo que ocurrió el 7 de octubre. Esto significa que es probable que veamos cada vez más de estas dinámicas en los atentados terroristas, lo que podría reforzar sus efectos políticos desestabilizadores.
Utilizando sus categorías, con este atentado estamos saliendo del «olvido», el yihadismo se está reinstalando en nuestra actualidad. A pocos meses de los Juegos Olímpicos de París y con el primer ministro francés que acaba de elevar el plan Vigipirate al nivel de atentado, ¿estamos bien preparados o sigue habiendo un punto ciego?
En este caso, un elemento fundamental es la cuestión de Jorasán, es decir, Afganistán tal y como lo ve el Estado Islámico, y de este grupo yihadista en particular. El Estado Islámico se ha reconstituido en gran medida en Afganistán desde su caída en Siria e Irak. Muchos miembros de alto rango han huido a Afganistán a través de Turquía y Asia Central. Además, el regreso de los talibanes, históricamente en connivencia con Al Qaeda, ha recreado una situación extremadamente complicada. Como se recordará, el líder de Al Qaeda, Zawahiri, fue asesinado en el verano de 2022 en el departamento del ayudante de campo del ministro del Interior talibán. Esto no deja lugar a dudas sobre la complicidad de los talibanes y de Al Qaeda, aunque hayan afirmado lo contrario tras su regreso al poder.
Sobre todo, sabemos, y esto es aún más grave en términos de actualidad, que Afganistán se ha convertido en un patio de recreo para el Estado Islámico, que ha mordisqueado en gran medida trozos de territorio y desde entonces ha logrado recrear bases operativas. Esto es lo que les permite —y esto es muy importante para entender la última serie de atentados— volver a planear ataques en el extranjero.
El Estado Islámico en Jorasán es quizás la única filial del Estado Islámico en el mundo actualmente —contando los diversos grupos del Estado Islámico dispersos entre el África saheliana y Afganistán a través de Medio Oriente— que es capaz de llevar a cabo los llamados atentados «planificados».
En cuanto al estado de la amenaza, está bastante claro. Esta rama del Estado Islámico en Afganistán planeó y fracasó en su intento de llevar a cabo un atentado en el verano de 2022 en Alemania y otro en Estrasburgo en Francia. Si logramos frustrarlos, eso demuestra que la amenaza para Europa es real.
Se trata de la misma rama responsable del atentado del 3 de enero en Irán con motivo del homenaje a Qassem Suleimani, convertido en leyenda por su lucha contra los yihadistas en Irak y Siria.
Ahora esta rama vuelve a golpear a Rusia. Así que estamos viendo grupos que han reconstituido una forma de operatividad y una red logística que les permite golpear en Asia Central y los territorios circundantes, es decir, Irán y Rusia.
Esto podría ser el signo del resurgimiento de una amenaza terrorista realmente arraigada en Afganistán. La cuestión de la estabilidad del régimen talibán y de su capacidad para controlar la amenaza terrorista está, por tanto, obviamente en el centro de estas cuestiones. También está la cuestión de Asia Central, presa de la desestabilización yihadista, al igual que el Sahel.
¿Cuál es la estrategia geopolítica actual del Estado Islámico en Rusia?
El ataque del Estado Islámico desmiente la narrativa de Putin de una lucha a muerte entre Rusia y Occidente, que ve a todos los enemigos de Occidente como aliados de Rusia. Expone a un poder ruso incapaz de prever la amenaza real. Aunque todavía es demasiado pronto para hacer una evaluación sistemática, ha habido algunos fallos graves por parte rusa. Hace sólo tres días, Putin calificó las advertencias de atentados terroristas de «chantaje occidental». Además, el atentado parece ser la continuación de las detenciones por el FSB de redes dispuestas a actuar.
¿Por qué el Estado Islámico atacó Moscú en particular?
La visión del mundo del Estado Islámico es binaria y se basa en una oposición fundamental: los fieles contra los herejes. En consecuencia, Rusia e incluso Irán y Turquía se convierten en objetivos tan legítimos como Estados Unidos y Europa. Esto es lo que descubrimos cuando analizamos seriamente la serie de atentados perpetrados por el Estado Islámico en 2024.
En uno de sus sermones, ahora virales, Al Baghdadi declaró: «¡Oh América, espéranos! ¡Oh Europa, espéranos! ¡Oh Rusia, espéranos! ¡Oh chiítas, espérenos! ¡Oh judíos, espérenos! Y no olvidemos que el Estado Islámico dio la bienvenida a la guerra en Ucrania, porque en esa guerra «los cruzados se están matando unos a otros».
¿Hay algo específico del yihadismo en Rusia que pueda tener repercusiones internacionales tras el atentado del viernes?
En contra de la creencia popular en Europa Occidental, la historia del yihadismo en Rusia viene de lejos. No sólo en su componente terrorista, sino también en el papel político que desempeña.
El yihadismo ya era muy activo desde la guerra de Chechenia, a finales de los noventa y sobre todo a principios de los 2000, cuando un gran número de elementos afganos intentaron entrar en el conflicto, algo parecido a lo que vimos en Bosnia. En aquel momento, Rusia se encontraba en una situación frágil. Intentaba reconstruirse política y económicamente tras el colapso de la URSS. Estuvo a punto de perder ante la presión chechena. A partir de 2002, Putin selló su control del Estado y la legitimidad de su poder precisamente respondiendo a esa crisis, de la que sacó un considerable provecho. Tras el atentado de la Ópera de Moscú, declaró que «perseguiría a los yihadistas hasta en el caño». La puesta en escena de sus viajes a Chechenia, en un contexto posterior al 11-S, le muestra como una imagen especular de Occidente: un defensor de una respuesta fuerte y viril, que aplaste físicamente al terrorismo.
Más tarde, gran parte de la propaganda rusa en la guerra de Siria consistió en declarar que ellos «sabían cómo hacerlo», en contraste con el fiasco estadounidense en Irak, y que estaban luchando con la mayor eficacia contra el mayor de los males que los estadounidenses habían generado en la región: el yihadismo.
Con 20 años de retrospectiva, podemos ver que la estrategia de Moscú no ha funcionado necesariamente mejor que la de Occidente, ya que es evidente que sigue habiendo una serie de terroristas capaces de golpear en el corazón de Rusia. Pero en lo que respecta a las narrativas, este elemento de propaganda sobre la supuesta capacidad de Rusia para derrotar al terrorismo puede encontrarse en los debates públicos europeos tanto de extrema derecha como de extrema izquierda. No se trataba de una simple operación de seducción internacional. Estos discursos tuvieron un poderoso impacto en los debates políticos europeos, incluso más allá de los extremos. Así, una parte de la derecha francesa pudo considerar que Putin era, en última instancia, el mejor baluarte contra el terrorismo.
Las cosas se han vuelto más complejas desde el viernes: el terror golpeó a Rusia por la espalda en un momento en que está totalmente movilizada por la guerra en Ucrania, hasta el punto de preguntarse si las fallas de los servicios de seguridad rusos no están también relacionados con el hecho de que están centrados en el «terrorismo» ucraniano, la guerra rusa en Ucrania y la oposición interna a la guerra y a Vladimir Putin, que requiere una plétora de recursos en los periodos electoral y postelectoral.
¿Ve alguna continuidad con el atentado del Bataclan? ¿Qué lecciones puede aprender Europa de ello?
En Europa, debemos tener absolutamente en cuenta la importancia de las redes tayikas y uzbekas, porque nos conciernen. Históricamente de habla turca y rusa, estas redes desarrollaron fuertes vínculos con Chechenia en los años 1990-2000. Hacia la segunda mitad de la década de 2000, cambiaron Chechenia por Afganistán. En esa época surgieron grupos terroristas turcos que, debido al idioma, se unieron a los uzbekos y tayikos en Afganistán. Tras ellos surgieron las redes alemanas sobre el terreno, dirigidas por alemanes de origen turco que, por simplicidad lingüística, no se unieron a los que hablaban pastún, sino turco.
Estas primeras redes alemanas en Afganistán pusieron en marcha la propaganda dirigida a Europa, que estaba en el centro de la estrategia del Estado Islámico en los años 2010. La renovada inversión de grupos yihadistas uzbekos y turcos en el proyecto del Estado Islámico es una señal para Europa. Podría tener repercusiones debido a la naturaleza de estas redes, a través de Alemania y Turquía. Esta última se vio afectada el 28 de enero por un atentado contra una iglesia católica italiana (Santa María de Büyükdere), probablemente perpetrado por el mismo grupo.
En otras palabras, tenemos que vigilar muy de cerca este continuo afgano-uzbeko-tayiko-checheno hasta Turquía y Alemania. La cuestión se convierte en europea, porque las redes de Bélgica, Holanda, Francia e Inglaterra también se verán afectadas, y quizá también los países escandinavos.