Del 19 de abril al 1 de junio, la democracia más poblada del mundo acude a las urnas. ¿Cómo pretende mantenerse el régimen autoritario de Modi al frente de una potencia que se está convirtiendo en una de las más disputadas del mundo? Para seguir estas elecciones extraordinarias, hemos recurrido al especialista Christophe Jaffrelot para que nos ayude a coordinar una serie de publicaciones esta primavera. Para seguirlas cada semana, piensa en suscribirte al Grand Continent.
Ya conocemos el calendario de las elecciones parlamentarias indias, que se celebrarán a lo largo de varias semanas, del 19 de abril al 1 de junio. Aunque ya se dio el inicio, informal y muy simbólico, con la inauguración del templo de Ayodhya en enero, ¿qué ocurrirá realmente dentro de un mes, el primer día de las votaciones?
Desde el punto de vista logístico, habrá varias oleadas de elecciones, como en el pasado, para poder desplazar las máquinas de votación electrónica y las fuerzas policiales que garantizan la seguridad en torno a los colegios electorales. Pero esta vez, el proceso se extenderá durante más tiempo por una razón inexplicada –pero no inexplicable–: se trata, sin duda, de una manera de permitir a Narendra Modi celebrar mítines en el mayor número posible de circunscripciones.
¿Cuáles son los puntos más conflictivos del proceso de votación que nos ayudan a comprender la singularidad de estas elecciones?
Hay varios puntos de tensión. En primer lugar, las máquinas de voto electrónico son cada vez más cuestionadas porque la comisión electoral no está dispuesta a realizar las comprobaciones que exige la oposición. Existe un posible sistema de verificación para garantizar que no se ha producido un virtual relleno de urnas, mientras que varios informáticos han demostrado que estas máquinas son bastante fáciles de falsificar.
La otra gran manzana de la discordia en esta campaña se refiere al papel de los medios de comunicación. Desde que Modi llegó al poder, los medios indios han mostrado una creciente falta de objetividad. Prácticamente todos los canales de televisión han caído en la órbita del poder. NDTV (New Delhi Television), que era el último canal independiente, fue comprado por Gautam Adani, el principal oligarca del régimen, hace dos años.
En India, la comunicación política sigue haciéndose principalmente a través de los canales de televisión, aunque las redes sociales desempeñan un papel cada vez más importante.
Como era de esperar, ya estamos asistiendo a una saturación unidireccional del espacio televisivo, mientras que sigue sin haber debates televisados, sigue sin haber ruedas de prensa del Primer Ministro –que por tanto nunca es llamado a responder a las críticas o a explicarse sobre cuestiones tan delicadas como el desempleo masivo o el mordisqueo del territorio indio por parte de China–. El Primer Ministro y su equipo reciben mucha más cobertura mediática que la oposición. Este desequilibrio se ve agravado por los recursos financieros de que dispone el BJP 1. En 2019, el partido consiguió gastar más de tres mil quinientos millones de dólares en su campaña, más que todas las fuerzas de la oposición juntas. Tanto más cuanto que, gracias a la ley de bonos electorales (los famosos «electoral bonds») aprobada por el BJP, cualquiera puede hacer donaciones de forma anónima a los partidos políticos. En cada elección, el BJP recibe alrededor de tres cuartas partes de la financiación. La competencia electoral es, por tanto, desigual en cuanto a medios de comunicación y recursos financieros. Esto dificulta una alternancia en el poder.
¿Qué fuerzas están presentes?
El BJP es un partido dominante que se encarna cada vez más en su líder. Antes era un partido muy colegiado, con al menos dos líderes. Durante mucho tiempo, uno de ellos fue el ex Primer Ministro Atal Vajpayee 2. El partido también tenía muchos líderes regionales al frente de los Estados de la Unión India o de ramas del partido. La centralización en torno a una única figura ha sido espectacular: las campañas del BJP para las elecciones regionales las dirige ahora sistemáticamente el Primer Ministro, que también nombra al jefe del gobierno regional cuando el BJP gana. Como resultado, cuando la gente vota al BJP en las elecciones regionales, no sabe de antemano quién será el jefe de gobierno de un Estado federado: vota al BJP porque vota a Modi, y luego Modi decide el reparto.
Así, el partido está completamente dominado por Narendra Modi y, por supuesto, también por Amit Shah, el ministro del Interior, que ha sido su mano derecha durante más de veinte años.
Pero mientras el BJP es hegemónico en el Norte y el Oeste, sigue siendo débil en el Sur y el Este. La fractura Norte-Sur es aún más marcada que hace cinco años, pues el BJP ya no gobierna ni un solo estado en el Sur. Andhra Pradesh, Telangana, Karnataka, Tamil Nadu y Kerala han ido a parar a partidos regionales o al Congreso 3. Veremos si Modi consigue invertir esta tendencia y si asistimos a un desacoplamiento –que no es impensable– entre el sentido del voto de los indios a nivel nacional y el sentido del voto a nivel regional. Es probable, por ejemplo, que el BJP gane muchos escaños en Karnataka aunque el partido perdió las elecciones regionales del estado por un amplio margen en 2022.
La democracia india ha cambiado mucho durante el largo reinado de Modi. ¿Qué hace que la campaña de este año sea tan diferente de la de 2019?
Cada vez, Modi invierte un tema que impulsa durante toda la campaña. En 2014, fue el «modelo gujarati» de desarrollo 4. En 2019, fue la amenaza pakistaní: un atentado terrorista atribuido a Pakistán, con represalias indias, había provocado una verdadera histeria mediática en modo militar-nacionalista.
En 2024, fue la inauguración del templo de Ayodhya la que marcó la pauta, seguida del anuncio de la aplicación de la nueva legislación sobre ciudadanía. Esta legislación, aprobada en 2019, había sido inoperante hasta entonces. En virtud de la Citizenship Amendment Act (CAA, 2019), ahora solo los refugiados no musulmanes de tres países vecinos (Afganistán, Bangladesh y Pakistán) pueden optar a la ciudadanía india. Al mismo tiempo, el Estado relanza su censo de migrantes ilegales, lo que hace que los musulmanes nacidos en India –pero sin papeles: ¡son muchos!– teman ser considerados refugiados –y luego deportados–. Ya se han construido campamentos con este fin, sobre todo en Assam. Ya se trate de Ayodhya o de la CEA, la campaña del BJP toca la fibra étnico-religiosa. Si hay un tema sobre el que Modi no puede hacer campaña, es la economía. El desempleo nunca ha sido tan alto desde la década de 1970, y el umbral de la pobreza ha sido traspasado por muchas personas que han sido víctimas de sus políticas, desde la desmonetización de 2016 hasta el largo, drástico e improvisado confinamiento de 2020-21. Muchos de los trabajadores que abandonaron las ciudades para volver al campo durante el confinamiento no han regresado, señal de la caída de la industria –cuya participación en el PNB sigue erosionándose–.
¿Tiene la oposición alguna posibilidad de éxito?
Está claro que eso asusta a Narendra Modi. ¿Por qué si no habría enviado a prisión a Arvind Kejriwal, jefe del Gobierno de Delhi, y congelado algunas cuentas bancarias del Congreso? Dos decisiones que dan fe de la febrilidad del Gobierno en las últimas semanas.
Pues la oposición está más unida que en 2019. Frente al BJP hay una coalición de partidos de la oposición, cuya coherencia aún es difícil de calibrar porque el reparto de circunscripciones entre estos partidos todavía está en discusión –al igual que el programa con el que se presentarán los candidatos–.
En este contexto, el principal líder de la oposición, Rahul Gandhi, ha lanzado un gran «Yatra» 5, como ya hizo hace dos años. Esta vez recorrió la India de este a oeste, pero el impacto no es fácil de medir, principalmente por la falta de una cobertura mediática justa.
[Leer la pieza de doctrina publicada por Rahul Gandhi en nuestras páginas]
Con Rahul Gandhi, ¿ha encontrado la oposición a Modi un líder?
Tal vez, pero los dirigentes de los partidos regionales no le reconocen todos –ni mucho menos– como su líder. Y la cohesión de la coalición que ha tomado INDIA como nombre está por demostrar. Los 28 partidos son en su mayoría partidos regionales que a menudo son competidores en los Estados. Algunos ya han dado la espalda. Nitish Kumar 6 ha abandonado la coalición INDIA 7 para volver a la coalición del BJP. Por otra parte, en Uttar Pradesh, el Partido Samajwadi 8 y el Congreso han formado una alianza, al igual que AAP y el Congreso en Delhi y los estados vecinos. Es probable que en Maharashtra el Shiv Sena 9 y el Congreso también sigan aliados.
Lo que se conoce como ajuste de escaños (“seat adjustment”) será decisivo: si estos partidos se ponen de acuerdo para presentar un candidato único contra el BJP en muchas circunscripciones, dado el sistema de mayoría relativa, tendrán posibilidades de ganar más escaños porque la multiplicación de duelos maximizará sus posibilidades. No hay que olvidar que el BJP nunca ha obtenido más del 37% de los votos de media, pero sí más del 50% en muchos estados del norte y del oeste. Si se mantiene por encima del 50% en estas zonas, el ajuste de escaños no cambiará mucho. Pero en otros lugares, como Maharashtra y Karnataka, podría tener efecto.
¿Con qué podría jugar la oposición?
Lo único que intenta hoy la oposición es encontrar la manera de contrarrestar el discurso etno-religioso del BJP, convencer a los votantes de que lo más importante no es tener un templo, sino tener un empleo. La cuestión del trabajo podría acabar siendo un tema estructurante, porque la crisis social es profunda. Otro tema está surgiendo a raíz del cuestionamiento de las obligaciones electorales por parte del Tribunal Supremo: el vínculo oculto entre Modi y la comunidad empresarial, lo que yo he llamado «capitalismo de connivencia» 10, que cada vez está más claro como fuente de corrupción y prácticas de extorsión, con el poder amenazando a ciertas empresas con todo tipo de acciones legales (incluidos ajustes fiscales) para obtener donaciones de ellas y ciertas firmas financiando al BJP a cambio de pases.
Las claves de un mundo roto.
Desde el centro del globo hasta sus fronteras más lejanas, la guerra está aquí. La invasión de Ucrania por la Rusia de Putin nos ha golpeado duramente, pero no basta con comprender este enfrentamiento crucial.
Nuestra época está atravesada por un fenómeno oculto y estructurante que proponemos denominar: guerra ampliada.
¿Hay signos tangibles de la crisis económica en la sociedad india?
A los autoritarios no les gustan los datos y las pocas estadísticas que llegan de India deben tratarse con cautela. El censo decenal que debía celebrarse en 2021 se ha pospuesto indefinidamente, la primera vez que ocurre desde que se introdujo en 1871… Pero aunque apenas quedan datos fiables, sí hay termómetros. La falta de ventas de bienes de consumo a los que era aficionada la clase media baja –como los vehículos motorizados de dos ruedas– es uno de ellos. En el campo, el empobrecimiento de muchos agricultores está provocando un malestar social a gran escala, del que no se hacen mucho eco los medios de comunicación. Otro indicador: el número de emigrantes indios en todo el mundo –ya sea en la frontera mexicana de Estados Unidos o en el asfalto de Orly camino de Canadá– está aumentando considerablemente. Estos flujos reflejan la escasez de puestos de trabajo en India, como se observa en las colas sin precedentes que se forman ante las empresas estatales que ofrecen empleo. El atractivo de los «government jobs» frente a los del sector privado es muy significativo. Refleja en parte el descenso constante de la inversión privada en los últimos diez años.
¿Cuál es el programa en términos de empleo de la oposición?
El programa del Congreso aún no está disponible, pero debería prometer ampliar las cuotas de contratación para las castas inferiores, que son una de las víctimas colaterales del gobierno de Modi. Al privatizar empresas públicas (incluidos puertos y aeropuertos en beneficio de los oligarcas), el poder ha reducido el número de puestos de trabajo que estaban sujetos a cuotas en virtud de la política de discriminación positiva para las castas inferiores. Por ello, la oposición propone organizar un censo por castas –un caste census– para evaluar mejor la infrarrepresentación de las castas bajas en el aparato del Estado.
¿Cómo explicar la importancia de esta cuestión?
La casta se considera el antídoto contra el nacionalismo hindú. La política de la casta y el Hindutva tienen una larga relación. Durante treinta años ha habido una dialéctica entre ambas. En 1990, el entonces Primer Ministro, V.P. Singh, concedió el 27% de los empleos del sector público a las castas inferiores. Fue entonces cuando el BJP lanzó su campaña a favor de la reconstrucción de un templo en Ayodhya, en lugar de la mezquita que lo habría sustituido en el siglo XVI, movilizando así a los hindúes en torno a un tema muy popular.
El objetivo de esta estrategia era unir a la comunidad hindú, cada vez más dividida por castas, contra los musulmanes, presentados como una amenaza. Funcionó bien: el BJP, originalmente un partido de castas altas, creó un banco de votos hindú que, al llevarlo al poder, le permitió neutralizar las reivindicaciones de las castas inferiores.
Pero hoy, el modelo está llegando a ciertos límites, debido a la falta de crecimiento suficiente para combatir el desempleo y la pobreza. Dentro del hinduismo, la casta podría volver a convertirse en una línea de fractura social. Sin embargo, a la oposición le está costando abrirse paso en esta brecha, con algunos partidos regionales reacios a representar a las castas inferiores y otros, como el AAP, encantados de jugar la carta de promover la religión mayoritaria.
¿Es la masa de campesinos una fuerza social capaz de influir en las elecciones?
En la actualidad hay tantos campesinos sin tierra como agricultores en la India, pero los dos grupos están vinculados y representan –con sus familias– alrededor del 40% de la población india (número de personas del medio rural que no trabajan la tierra o ya no lo hacen). Modi ha intentado recientemente reformar los mercados agrícolas, que considera poco eficaces. Los agricultores vieron –¡no sin razón!– en las leyes que impulsó justo después de su éxito electoral en 2019 como un impulso privatizador para permitir a los grandes grupos agroalimentarios entrar en relación directa con los campesinos. Gautam Adani y Mukesh Ambani, de hecho, han invertido mucho en agroalimentación y gran distribución –y fueron el blanco de una gran movilización rural que duró casi dos años–.
Bajo la presión de los agricultores, Modi dio marcha atrás y acabó retirando estas leyes. Pero el BJP perdió el apoyo de los agricultores del Punjab, granero de trigo y arroz de la India, sobre todo porque, para desacreditar a los manifestantes sijs, numerosos en el Punjab, el BJP los llamó «jalistanis» (es decir, separatistas en potencia). Desde entonces, la agitación se ha reanudado y acaba de cobrar impulso en torno a una cuestión clave: los precios mínimos, que los agricultores desearían ver ampliados a nuevos productos y aumentados allí donde existen (para el arroz y el trigo, en particular).
¿Podrían entonces predominar las cuestiones sociales y de empleo?
Sí, pero también en este caso hay que ser prudentes. Al igual que los turcos, los indios no votan sólo o principalmente por cuestiones socioeconómicas, sino también, o incluso sobre todo, por cuestiones identitarias. Por lo tanto, la oposición tendría que conseguir poner de relieve estas cuestiones socioeconómicas y/u ofrecer una lectura identitaria asociándolas a cuestiones de casta –de ahí la exigencia de un censo de castas–.
Volviendo a las cuestiones identitarias, ¿qué cambiaría un tercer mandato de Modi, elegido sobre una plataforma tan explícitamente étnico-religiosa, en un país en el que viven 200 millones de musulmanes?
Podemos esperar otra maniobra como la de después de las elecciones de 2019. En aquel entonces, eso implicaba tanto la abolición del artículo 370 de la Constitución, que hasta entonces había otorgado a Jammu y Cachemira cierto grado de autonomía, como la Citizenship Amendment Act, que convertía a los refugiados musulmanes de Bangladesh, Pakistán y Afganistán en no elegibles para la ciudadanía india. En 2024, en las semanas siguientes a las elecciones, Modi podría aplicar otro de los artículos de fe de los nacionalistas hindúes aprobando el principio de un código civil uniforme. Esto significaría que las minorías perderían el derecho a utilizar sus leyes consuetudinarias o «leyes personales» («personal laws»). Tal medida afectaría tanto a los musulmanes como a otras minorías.
De forma mucho más discreta, Modi también podría atacar a los cristianos a través de una de las actividades emblemáticas de esta comunidad: la educación. Los católicos –los jesuitas en particular– están detrás de las grandes universidades de la India. Estas instituciones casi siempre llevan el nombre de santos: San Esteban en Delhi, San Javier en Bombay, San Ignacio de Loyola en Chennai, San Juan en Agra, etc. El gobierno de Modi mataría dos pájaros de un tiro: en primer lugar, privaría a los cristianos de importantes recursos financieros y, en segundo lugar, permitiría contener los lugares de educación que no comparten la ideología del gobierno. El movimiento nacionalista hindú está interesado, por supuesto, en el poder político, pero su principal objetivo es cambiar la sociedad y eliminar los sistemas de valores que rivalizan con su visión del hinduismo, como el cristianismo y sus ideas de igualdad, de las que se han aprovechado algunos miembros de las castas inferiores, a veces hasta el punto de convertirse. A veces se acusa a los cristianos de desafiar el orden social, a los jesuitas en particular debido a los movimientos heredados de la teología de la liberación.
En un contexto tan cerrado, ¿de qué herramientas disponemos para seguir las dinámicas electorales y de opiniones?
Se ha vuelto muy difícil. Tenemos una verdadera escasez de encuestas de opinión. Hay muy pocas y a menudo se basan en muestras muy pequeñas. Sólo un instituto puede considerarse fiable, aunque su muestra de referencia sea pequeña, porque tiene tanta experiencia que rara vez comete errores. Se trata del Center for the Study of Developing Societies (CSDS) y su unidad de sondeos de opinión llamada Lokniti –pero su sondeo se publicará bastante tarde–. En general, pocas encuestas nos ayudan a anticipar los resultados de unas elecciones en la India. No obstante, se llevarán a cabo un gran número de sondeos porque es un negocio; no deberíamos darles demasiado crédito…
En lo que usted describe del panorama político indio en estas grandes elecciones, nos da la impresión de que no hay debate posible, a ninguna escala. ¿Hay ámbitos en los que todavía se pueda debatir?
Ya casi no hay debate, ni en los medios de comunicación ni en el Parlamento. Si hay medios de oposición –especialmente online o en Youtube– no son más lugares para el intercambio de ideas que los llamados medios «mainstream«, que han perdido todo espíritu crítico. Ni siquiera los think tanks son ya independientes. El último en desaparecer ha sido el Center for Policy Research, una magnífica institución con 200 investigadores, a la que se prohibió recibir dinero del extranjero y tuvo que cerrar.
¿Y en las universidades?
No es mucho mejor. Sorprendentemente, las universidades privadas son aún más fáciles de controlar que las públicas. Dependen de la financiación de empresarios que dependen directamente del gobierno para sus otras actividades. Todo lo que tiene que hacer el gobierno es enviar un mensaje a los rectores de las universidades: «si la institución que financias o que has creado contrata o mantiene en sus filas a un académico que critica a las autoridades, no tendrás las autorizaciones que necesitas para invertir, importar, etc.»: es radical. Así es como el gobierno ha conseguido doblegar a ciertos departamentos de la Universidad de Ashoka, tan prometedores hace 10 años… Muchos miembros del departamento de ciencias políticas se han marchado. Y al departamento de economía no le va mucho mejor. Es posible que pronto las universidades privadas no tengan humanidades ni ciencias sociales dignas de ese nombre, porque se les ha vuelto demasiado complicado contratar profesores al no poder defender la libertad académica.
En el escenario mundial, en particular desde la última cumbre de los BRICS, India se ha convertido en la potencia por cuya amistad se lucha. ¿Qué herramientas conceptuales y referencias históricas podemos utilizar para intentar comprender la doctrina Modi?
El punto de partida es el conocido legado del no-alineamiento, que condujo a lo que el ministro indio de Asuntos Exteriores, S. Jaishankar, denomina «plurilateralismo» o lo que otros llaman multi-alineamiento (10). Estas dos últimas políticas tienen algo en común: el hecho de no tomar partido, de no asociarse a ningún bando y de hacer negocios con todo el mundo sobre la base de intereses sectoriales: Putin, Biden, Macron –por turnos–. Esta doctrina es muy diferente del no-alineamiento de Nehru, que pretendía ofrecer una tercera vía, permitiendo a India actuar como mediador –durante las guerras de Corea e Indochina, por ejemplo–. Hoy, Modi no quiere que India actúe como mediador. Algunos pensaban que podría mediar entre Putin y Zelenski. Pero la India de hoy no quiere arriesgarse a enemistarse con nadie para hacer negocios con todo el mundo. Por ello, a menudo se refugia en la abstención en la ONU, cuando se trata de la guerra de Ucrania, por ejemplo. Esto plantea la cuestión de su candidatura a un puesto como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, ya que la abstención sistemática puede no ser suficiente para participar en la gobernanza mundial.
Así que, intrínsecamente, India no tiene aliados. Sólo tiene socios. Por eso la apuesta de Occidente por India me parece mal informada y arriesgada: ir siempre con pies de plomo con India, reconocerla como una democracia en cada visita oficial, no conmoverse por su proximidad con Rusia, etc. refleja sin duda –esperemos– algo más que intereses comerciales (en términos de venta de armas en particular), e incluso refleja la esperanza de que un día se vuelva hacia Occidente para contrapesar a China en particular. Pero, ¿sentirá algún día el deseo de defender el orden liberal internacional, cuyos valores no comparte –ni mucho menos–, y dispondrá de los medios para hacerlo? Esta es la excelente pregunta planteada recientemente por Ashley Tellis, una cuestión que no se ha debatido lo suficiente en las capitales occidentales, que siguen tan ocupadas cortejando a Nueva Delhi 11.
¿Cómo se proyecta geográficamente la doctrina del plurilateralismo?
La geografía desempeña un papel importante en la medida en que hemos entrado en la era del Indo-Pacífico, cuya consigna es simple: hay que resistir a China. India admite –aunque a regañadientes– que esta prioridad occidental es su principal preocupación. Esta toma de conciencia se ha producido por etapas: un punto de inflexión importante se produjo en 2020, cuando los atentados del valle de Galwan 12 provocaron la muerte de veinte soldados indios. Los indios se resignaron entonces a reconocer que el Quad podía tener una dimensión ministerial, lo que no era el caso anteriormente, cuando habían permanecido muy en segundo plano 13. Sin embargo, Delhi camina por la cuerda floja mientras el país se acerca a Occidente al tiempo que intenta no alienar a China.
India depende en gran medida de Pekín. Su abismal déficit comercial con China –118.000 millones de dólares el año pasado– no sólo está relacionado con las importaciones de bienes de consumo, sino también de insumos necesarios para su economía. Por ejemplo, India no estaría tan bien posicionada en la industria de los medicamentos genéricos si una gran proporción de sus principios activos no procediera de China.
¿No intenta India salir de esta dependencia?
Sobre el papel, por supuesto. Pero es demasiado caro. En este sentido, India sufre una falta de inversión en investigación y desarrollo. La inversión en general no deja de disminuir y la industria está en declive: su parte en el PIB se erosiona y ahora sólo ronda el 15%. Sin inversión en industria e I+D, será difícil separarse de China. India espera que las multinacionales invitadas a abandonar China por las potencias occidentales se instalen allí, pero los efectos de este «decoupling» o «derisking» tardan en notarse; Vietnam se beneficia más por el momento.
Además, China asusta y Nueva Delhi no quiere entrar en una relación de confrontación. Si India invierte en una estrategia indo-pacífica, no se pondrá fácilmente del lado de Occidente contra China en caso de un golpe importante, en Taiwán o en cualquier otro lugar.
¿Qué tipo de impacto podría tener este posicionamiento en las elecciones?
La dimensión geopolítica será un elemento significativo de la campaña. Lo que el BJP destacará es hasta qué punto Modi «ha vuelto a hacer grande a la India». Esta es una de sus grandes bazas: en cada cumbre, en cada viaje al extranjero, las cadenas de televisión dan vueltas y vueltas mostrándole en brazos de todos los grandes y buenos del mundo. Las redes sociales están llenas de memes sobre su amistad abierta con Macron, Biden, Putin, Meloni…
El país está tan falto de confianza en sí mismo que este tipo de señales juegan un papel clave en la psicología colectiva, complementando el asunto del templo Ram Mandir en Ayodhya con el que Modi abrió su campaña y que se presenta como una victoria que permite a los hindúes vengar siglos de dominación musulmana.
¿Qué papel desempeña la oligarquía financiera en el equilibrio político indio, y en particular para Modi?
Modi ha conseguido construir una verdadera economía política en torno a su persona. Este modelo se aplica a todos los populistas: lo que está haciendo Orban con los empresarios es muy parecido. Contrariamente a lo que podría pensarse, es un sistema que funciona por elecciones, por lo que se necesitan importantes recursos para ganarlas. Le pasa a Erdogan, le pasa a Orban, le pasa a Modi; le ha pasado a Trump –y lo será quizás en noviembre–, le ha pasado a Bolsonaro, le ha pasado a Netanyahu… Algunos pierden las elecciones, pero no les queda más remedio, tienen que seguir adelante porque si no, no tienen la legitimidad necesaria para presentarse como la encarnación del pueblo en marcha.
Y para ganar elecciones se necesita mucho dinero. De ahí la ley de obligaciones electorales, promulgada para concentrar el dinero procedente de los oligarcas. Se sabe que media docena de grandes empresas cultivan una relación clientelar con el gobierno: el grupo de Gautam Adani es bien conocido, por supuesto, pero también podemos mencionar los de Mukesh Ambani, Anil Ambani, Ratan Tata, Essar…
Esto ya formaba parte del modelo gujarati. Modi ideó esta estrategia cuando era Ministro Principal de Gujarat. Si Gautam Adani ha adquirido tanta importancia hoy en día, es porque fue el primero en ofrecer sus servicios a Modi a principios de la década de 2000, cuando este último estaba bastante aislado.
India es también un centro mundial de servicios informáticos. También ha desarrollado su propia estrategia digital nacional, denominada Digital India. ¿Cómo está movilizando Modi este tema?
Los recursos humanos de India en este campo le dan una gran ventaja comparativa. Grandes empresas como TCS, Infosys, Wipro y Mahindra-Satyam son el back-office global de multitud de empresas internacionales. Sin embargo, el sector empieza a verse lastrado por la automatización, que lleva tiempo costando decenas de miles de puestos de trabajo. Tal vez los indios no hayan conseguido ascender lo suficiente en la cadena de valor, por falta de investigación y desarrollo para evitar los efectos de la automatización, que por supuesto afecta a las tareas más sencillas.
El proyecto Digital India promovido por Modi tiene como objetivo oficial la buena gobernanza. En el lenguaje de los gobernantes, la gobernanza digital es la nueva imagen de marca del país, que podría permitir, en particular, las transferencias Sur-Sur de conocimientos técnicos. En resumen, India ayuda al resto del mundo a gobernarse mejor y más barato. Su proyecto estrella es la famosa India Stack, una megaplataforma diseñada para llevar a toda la población india a la era digital. Su piedra angular se llama Aadhaar, literalmente «la base» 14. Se trata de un sistema de identificación biométrica en el que India afirma haber registrado ya a más de 1.300 millones de personas. También es un producto de exportación a países del Sur.
Sin embargo, las filtraciones de datos personales son habituales, y se trata de una herramienta potencial de vigilancia tanto más poderosa cuanto que India no dispone de una ley de protección de datos personales muy eficaz. Además, la agencia que gestiona Aadhaar no es independiente del gobierno, que tiene potestad para acceder a los datos personales en nombre de la seguridad nacional. Esto planteará probablemente un problema para la negociación de un tratado de libre comercio con la Unión Europea debido a su RGPD.
¿Cuál era la idea inicial: el control o la lucha contra la economía informal?
Las bases se sentaron cuando Nandan Nilekani, cofundador de Infosys, tuvo la idea de que los datos eran el nuevo petróleo (data was the new oil), una idea que despegó en Bangalore, el Silicon Valley indio. Nilekani consiguió entonces convencer al gobierno de Manmohan Singh para que registrara las diez huellas dactilares y los dos iris de todos los indios, con un argumento primordial: sería la mejor manera de garantizar que las subvenciones y ayudas sociales escaparan a la corrupción por filtraciones en un circuito hasta entonces demasiado poco directo.
Sin embargo, todavía no hay pruebas de que el cortocircuito mediante la identificación biométrica de los beneficiarios ahorre dinero al Estado. En cambio, sí tenemos pruebas de que este sistema priva a algunas personas de un acceso fácil a sus subsidios, bien porque la conexión a Internet no es buena, bien porque sus huellas dactilares están completamente borradas, bien porque tienen problemas de vista que dificultan la lectura del iris… Los fallos del sistema, que está desacoplado de los registros civiles a los que debía sustituir, son numerosos. Además, han surgido redes de data brokers para sacar provecho de la idea inicial: los datos son el nuevo petróleo.
Aadhaar abre la vía a nuevas formas de vigilancia, ya que los ficheros se multiplican y pueden conectarse. Un número Aahdaar sirve, por ejemplo, para abrir una cuenta bancaria o una línea telefónica, rellenar un formulario fiscal, cotizar y luego cobrar la pensión… Un sistema así suscita nuevas inquietudes en un momento en que Amit Shah, Ministro del Interior de Modi, invierte en el reconocimiento facial para garantizar la seguridad del país. Aahdaar es el típico producto dual: por un lado, el sistema se ha presentado al Banco Mundial como un modelo de buena gobernanza; por otro, es una herramienta de vigilancia de gran potencial.
Notas al pie
- El Bharatiya Janata Party, el partido nacionalista hindú en el poder.
- Atal Bihari Vajpayee, ex Primer Ministro indio y fundador del BJP.
- El Congreso Nacional Indio es el partido independentista que Mahatama Gandhi reestructuró en la década de 1920 y que dominó la política independentista desde 1947 hasta la década de 1970.
- Gujarat es una región del noroeste de India. Sobre lo que significa realmente la noción de «modelo gujarati», véase Christophe Jaffrelot, Gujarat under Modi. Laboratory of today’s India, Londres, Hurst y Nueva York, Oxford University Press, 2024.
- En 2022-2023, Rahul Gandhi, tras dimitir como presidente del Congreso Nacional Indio, realizó una marcha de Sur a Norte por la unidad de la India, el Bharat Jodo Yatra, para protestar contra las políticas del gobierno de Modi. En 2024, con motivo de las elecciones, realizó un Bharat Jodo Nyay Yatra, una marcha de Este a Oeste por la Unidad y la Justicia de la India, que terminó en marzo en Bombay.
- Nitish Kumar es el líder del Janata Dal (Unido), partido del noreste de la India aliado desde hace tiempo con el BJP.
- L’Indian National Developmental Inclusive Alliance (I.N.D.I.A) es la coalición de oposición liderada por el Congreso Nacional Indio.
- El Partido Samajwadi es un partido socialista indio con sede principalmente en Uttar Pradesh, una región del norte de la India.
- El Shiv Sena es un partido ultranacionalista hindú con sede en el estado de Maharashtra, aliado desde hace tiempo con el BJP.
- Le capitalisme de connivence en Inde sous Narendra Modi, Paris, CERI, 2018, 47 p. (« Les Etudes du CERI », n° 237). (http://www.sciencespo.fr/ceri/fr/content/le-capitalisme-de-connivence-en-inde-sous-narendra-modi).
- Ashley Tellis, « America’s Bad Bet on India. New Delhi Won’t Side With Washington Against Beijing », Foreign Affairs, 1 de mayo de 2023.
- Enfrentamiento fronterizo entre China e India en junio de 2020.
- Alianza militar entre Estados Unidos, Australia, Japón e India.
- Nicolas Belorgey y Christophe Jaffrelot, L’identification biométrique de 1,3 milliard d’Indiens. Milieux d’affaires, État et société civile, (« Les Etudes du CERI », n° 251, 2020).