Una famosa cita de la política turca, pronunciada por uno de los genios oratorios históricos del país, el difunto Presidente Suleyman Demirel, se repite como un mantra antes de cada elección: «Todo gobierno puede ser derribado por la cacerola de la cocina». Es una forma más elegante de decir: «Siempre es una cuestión de economía». Pero la política es a veces más complicada que eso –y Recep Tayyip Erdogan acaba de demostrarlo–.
Si la economía bastara para derribar un gobierno, habríamos asistido a un auténtico maremoto de la oposición. En lugar de ello, Erdogan obtuvo la mayoría en el Parlamento con el 49,5% de los votos en la primera vuelta, antes de ganar la segunda vuelta con bastante comodidad anoche, con el 52% de los votos.
Sin embargo, las dificultades económicas a las que se enfrenta Turquía no son difíciles de enumerar. En primer lugar, la inflación está fuera de control: según investigadores independientes, supera el 120% anual. La mayoría de la población no se fía de las cifras presentadas por el gobierno y cree que la inflación es mucho mayor de lo que sugieren las cifras oficiales. Los que sí confían en las cifras son, de hecho, fanáticos partidistas y excesivamente politizados. Esto demuestra que los turcos no son simplemente víctimas de un «lavado de cerebro» por noticias falsas, una afirmación en la que la oposición se apoya con demasiada frecuencia.
En segundo lugar, la lira turca ha perdido un 45% de su valor frente al dólar sólo en el último año. Si contamos los tres últimos años, el desplome se ha triplicado, lo que también ha contribuido a impulsar la inflación, ya que el mercado y la industria manufacturera de Turquía dependen en gran medida de los proveedores internacionales.
El banco central de Erdogan –que ha perdido toda independencia con el nombramiento de su último gobernador en marzo de 2021– también ha seguido políticas «poco ortodoxas» para combatir la inflación –aunque en la práctica no haya sido así– y la caída del valor de la lira turca: ha bajado los tipos de interés mientras la inflación aumentaba. Esta situación preocupó a los inversores y a los observadores internacionales, ya que se corría el riesgo de crear un shock inflacionista, que habría provocado una nueva caída del valor de la lira turca. Para romper esta espiral, el Banco Central empezó a vender sus reservas en dólares, obligando a los bancos públicos a venderlas también para mantener la estabilidad de la lira turca.
Como consecuencia, los precios de todos los productos siguieron disparándose. Los alimentos, la vivienda, los textiles, los materiales de construcción, los artículos de papelería y, por supuesto, también las cacerolas. Naturalmente, precios más altos significan niveles de vida más bajos para los pobres. Los que ganan lo justo para vivir, los trabajadores de cuello blanco, pero también los del sector servicios, se han dado cuenta de que acabarán formando parte de la clase obrera si el gobierno no protege sus intereses. Hoy en día, los propietarios del capital ganan alrededor del 47% del PIB anual de Turquía, mientras que los trabajadores sólo reciben el 23,7% –lo que aumenta la desigualdad–.
Sigamos con la metáfora. Si no es la «cacerola en la cocina», ¿qué es lo que puede «derribar siempre a cualquier gobierno»? ¿Tiene que caer en quiebra el país? ¿Tiene que morirse de hambre su población? ¿Deben los bancos cerrar sus puertas y las empresas masacrar a los trabajadores que exigen sus salarios? Todas estas son cuestiones muy macroeconómicas, y aunque afectan a la gente corriente –le guste o no al gobierno– el diablo está en los detalles.
La confianza como acicate
Empecemos por el primer obstáculo evidente. Saber que la economía va mal –y culpar de ello al Gobierno– no significa que debamos confiar en la oposición para resolver los problemas. El principal oponente de Erdogan, Kemal Kilicdaroglu, y sus aliados –incluido el antiguo zar económico de Erdogan, Ali Babacan, que goza de una excelente reputación internacional– no han logrado generar confianza. En septiembre de 2021, cuando la crisis económica era un tema mucho más candente –aunque los datos son escasos–, el 45% de la población pensaba que la oposición no sería capaz de enderezar el rumbo de la economía, y el 10% dijo que no lo sabía. Con el paso de los meses, es probable que la crisis se haya normalizado en la mente de la gente, agravando este estado de cosas.
Durante demasiado tiempo, la oposición se ha centrado en los factores macroeconómicos antes mencionados y ha fracasado en su intento de aliviar el dolor cotidiano de los ciudadanos. Los macrofactores son cruciales y fácilmente comprensibles para los habitantes de las grandes ciudades: la vivienda, el transporte y la reducción relativa de su salario y nivel de vida son evidentes. Como era de esperar, a la oposición le ha ido mucho mejor en las grandes ciudades, lo que no es ajeno a la confianza social y al acceso a la educación, por supuesto. Sin embargo, Erdogan ni siquiera intentó aumentar sus posibilidades en este frente durante su campaña.
Connivencia y dependencia: la economía del «gracias, Estado»
Pero, ¿qué pasa con la Turquía rural, que apoya en gran medida a Erdogan? Nadie es inmune a estas condiciones de vida. La crisis es demasiado abrumadora. Pero la crisis no es igual para todos.
En primer lugar, aunque las consecuencias de las políticas poco ortodoxas del Banco Central son claramente visibles en los problemas macroeconómicos del país, estas políticas –apoyadas por un importante paquete de gastos por parte del Gobierno– han creado puestos de trabajo o, al menos, han estabilizado el mercado laboral. Según las estadísticas gubernamentales –que no son las más fiables– más del 48% de la población tiene actualmente un empleo. Esta cifra aumentará si se tienen en cuenta los empleos no declarados, que constituyen una parte importante de la economía turca.
Esto tiene dos implicaciones: en primer lugar, aunque la gente tenga trabajo, está muy mal pagada, sobre todo en las grandes ciudades, debido a la inestabilidad macroeconómica. Por ello, los salarios y la seguridad del empleo deberían haber sido el punto de ataque de la oposición. No ha sido así. Se ha centrado más en el debate macroeconómico académico que en ese punto. En segundo lugar, para las personas empleadas fuera de las grandes ciudades, la crisis no ha provocado una ola de desempleo. Estos factores explican en parte por qué rechazar la ortodoxia era una opción razonable para las posibilidades políticas de Erdogan, aunque no explican el fracaso de los responsables políticos que contribuyeron a crear la crisis en primer lugar.
En segundo lugar, los precios –sobre todo los de la vivienda y los bienes de producción local– deberían haber subido relativamente menos en las zonas rurales que en las grandes ciudades. La razón es sencilla: estas regiones no son escenario de una afluencia masiva de inmigrantes –más bien son las que los redistribuyen–, su población es menos densa, disponen de viviendas suficientes, no están sujetas a normas urbanísticas muy estrictas y producen sus bienes localmente. Aunque económicamente están menos avanzadas, también dependen menos de los mercados nacionales/internacionales y, por tanto, son más resistentes a los choques puramente externos.
En tercer lugar, estas zonas tienen un índice de desarrollo económico inferior al de las ciudades densas. Esto significa no sólo que tienen un nivel de vida o unos salarios más bajos, sino también que dependen más de las inversiones y los puestos de trabajo del Estado y sus filiales. Como muestra el índice de desarrollo económico del gobierno, cuanto menos densa es una ciudad, menos desarrollada está y más probabilidades tiene de votar a Erdogan. Para las ciudades kurdas del noreste, la historia es diferente: las identidades y otros actores políticos desempeñan un papel.
Por eso, en estas regiones, resolver la crisis económica depende sobre todo de reducir los riesgos de desempleo y austeridad. Y por eso sus economías dependen de que continúen las inversiones. En consecuencia, las promesas de un cambio económico revolucionario –»destruiré las empresas amiguistas de Erdogan» era la principal promesa económica de Kilicdaroglu– y la retórica macroeconómica tienen dificultades para resonar en estas regiones. Sin embargo, los aumentos significativos del salario mínimo y los incrementos de las ayudas o subvenciones estatales son sin duda políticas populares, y éstas son las políticas que Erdogan ha aplicado. Aunque el salario mínimo no suponga un ingreso significativo para un profesional en Estambul, significa mucho más para alguien en las ciudades subdesarrolladas de Anatolia. Al principio, estas poblaciones buscaron ayuda y estabilidad en tiempos difíciles. El cambio de política se consideró demasiado arriesgado.
Además, es probable que estos votantes hayan experimentado ansiedad por su estatus y hayan encontrado una solución en las políticas del gobierno y en el liderazgo de Erdogan. Sus fortunas económicas han crecido bajo su mandato en las dos últimas décadas. Estas ciudades desfavorecidas han formado sus propias clases medias gracias a las nuevas oportunidades de inversión y vivienda. Las consecuencias directas de la crisis económica deberían haber avivado su ansiedad sobre su estatus, pero las intervenciones del Gobierno en el mercado y las subvenciones que ha proporcionado la han calmado. Como resultado, han visto aumentar su índice de confianza del consumidor: confiar en el Gobierno mientras el país atraviesa una crisis económica se ha convertido en una postura racional –o al menos racionalizada– para ellos.
Esta es probablemente la principal razón por la que Erdogan ha conservado su apoyo en la Turquía rural. La situación económica no ha provocado grandes cambios en sus bastiones, no porque a estas personas se les haya «lavado el cerebro», sino porque las políticas económicas aparentemente irracionales de Erdogan eran políticamente racionales para ellos. Como la píldora política habría sido demasiado desagradable de tragar, eligió conscientemente no combatir la crisis económica con las herramientas y políticas tradicionales.
La aplicación de políticas diseñadas específicamente para mantener el apoyo público no es algo que Erdogan haya inventado. Sale directamente de la caja de herramientas del autoritarismo populista –es un proyecto a largo plazo de los candidatos a la autocracia–.
Bryn Rosenfeld, en su excelente libro The Autocratic Middle Class, muestra que las clases medias que dependen de fondos o empresas estatales –podríamos añadir aquí las «empresas de amiguismos», afines al Estado de Erdogan, para entender el caso turco– dependen tanto del Estado para mantener su estatus socioeconómico que también se vuelven autocráticas:
«Una clase media cuyo estatus depende del empleo público para un Estado autoritario suele ser antitética a la democracia. (…) Las instituciones económicas del empleo público benefician a los autócratas ayudándoles a asegurarse el apoyo de grupos clave de la clase media. (…) Las clases medias son partes interesadas en los sistemas autocráticos existentes.«1
Rosenfeld utiliza ejemplos de Estados postsoviéticos y, por supuesto, de Rusia para demostrarlo: cuanto más depende del Estado el estatus de las personas, menos probable es que apoyen los movimientos democráticos. Durante generaciones, los pensadores políticos creyeron que una creciente clase media era la mejor manera de lograr la democratización. Pero a medida que las economías se hacían cada vez más complejas y el capitalismo de connivencia amasaba increíbles sumas de dinero, esta concepción de la «clase media» resultó superficial. La dependencia desalienta el progreso democrático.
Es un escenario similar al que parece haberse desarrollado en los bastiones de Erdogan en Turquía: los ciudadanos que agradecen al Estado votaron por la estabilidad de su estatus.
El tiempo con él
Por último, Erdogan también ha sincronizado perfectamente estas elecciones.
Está claro que los factores de crisis mencionados anteriormente están lejos de desaparecer, aunque hay que señalar que ni la inflación ni el valor de la libra son indicadores fiables del comportamiento de los votantes. También es difícil utilizar el crecimiento económico en estas elecciones, ya que el crecimiento está actualmente muy desigualmente distribuido.
Pero el índice de confianza de los consumidores, que es una indicación de las tendencias futuras del consumo y el ahorro de los hogares, basada en su situación financiera prevista, sus sentimientos sobre la situación económica general, el desempleo y su capacidad de ahorro, ha sido la mayoría de las veces un buen indicador de la popularidad del Presidente en ejercicio en Turquía. Cuanto mayor es la confianza de los consumidores, más popular es el Gobierno, aunque, según Ceyhan Erener, no es un buen indicador de la capacidad de voto del adversario. Desde una perspectiva histórica, esta tendencia es bastante coherente:
«Se encontró una relación positiva y significativa entre el voto al Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) [de Erdogan] y el índice de confianza de los consumidores. Un aumento de una unidad en el índice de confianza del consumidor conduce a un aumento de 44 unidades en los votos para el AKP.«2
Por ejemplo, en marzo de 2019, durante las últimas elecciones locales, el índice de confianza del consumidor estaba en su mínimo histórico –81,1– y Erdogan perdió la mayoría de las principales ciudades. Al mes siguiente, volvió a perder Estambul.
Del mismo modo, en el verano de 2015, el índice de confianza de los consumidores fue negativo y el AKP de Erdogan perdió la mayoría parlamentaria en las elecciones de junio. Cuando el índice se recuperó, la popularidad del AKP también aumentó y el partido recuperó su mayoría en noviembre de 2015.
Por supuesto, esto no significa que el índice sea el único criterio relevante para entender el voto a Erdogan. Ni mucho menos. Muchas otras preocupaciones políticas, personales y de seguridad desempeñan su papel, pero también influyen en el índice, que no se basa únicamente en datos macroeconómicos. No es casualidad que Erdogan eligiera mayo para las elecciones. Tras meses de mínimos históricos (incluso por debajo de los de marzo de 2019), el índice de confianza de los consumidores vuelve a una trayectoria positiva. Esto se debe probablemente en parte a que los consumidores esperaban las elecciones, pero la tendencia positiva comenzó antes del ciclo electoral. Los gastros desenfrenados del gobierno parece haber restablecido la confianza de los ciudadanos –al menos en la economía–.
Una oportunidad perdida
La oposición podría –y debería– haber aprovechado el actual colapso económico. Tenía en sus filas y en sus equipos a economistas de renombre mundial como Bilge Yilmaz, Umit Ozlale, Ali Babacan y Selin Sayek Boke. En particular, las políticas económicas del partido Iyi, elaboradas por Yilmaz, estaban bien adaptadas a los tiempos, haciendo hincapié en la austeridad para los ricos y el desarrollo continuado para las clases bajas/medias. Lo que realmente les faltaba era armonía. Su candidato a la presidencia, Kilicdaroglu, alimentó el debate dentro de la alianza al no dejar claro quién se encargaría de la economía y limitarse a destacar el posible papel de Babacan en su gobierno, mientras se negaba a dar espacio a los políticos y a los actores del partido Iyi. El resultado fue un mensaje inconexo e ineficaz sobre la economía, que no resonó en la Turquía rural. La oposición democrática desaprovechó una oportunidad histórica: la mala gestión de las alianzas y la hegemonía de la política cotidiana y los cotilleos dañaron su credibilidad.
La economía puede explicar muchas –si no todas– las tendencias del comportamiento social. Pero fijarse en los datos más obvios –como la inflación o la moneda– no siempre basta para comprender la dinámica interna de un país, especialmente si se trata de una autocracia de connivencia dirigida por un populista. Incluso en los peores momentos, aplicando las políticas selectivas adecuadas, los líderes pueden proteger su base electoral de las fuerzas del voto económico. Erdogan dio un excelente ejemplo de ello el pasado fin de semana. La oposición cayó en la trampa.
Notas al pie
- ROSENFELD, B. (2021). The Autocratic Middle Class : How State Dependency Reduces the Demand for Democracy(Vol. 26). Princeton University Press.
- Erener, C. (2021). “Tüketici Güven Endeksi ile Seçim Sonuçları Arasındaki İlişki : AK Parti ve CHP Üzerine Ekonometrik Bir Analiz”. İktisadi ve İdari Yaklaşımlar Dergisi, 3 (1), pp. 29-43.