Las elecciones del 23J dejaron una aritmética compleja que obliga a los dos candidatos con opciones a ser investidos a sumar apoyos más allá de sus propias formaciones políticas, y más allá también de las de su mismo bloque ideológico. El primero en intentarlo será el candidato del Partido Popular, y ganador de las elecciones generales, Alberto Núñez Feijóo. El líder del PP se somete al pleno de investidura en el Congreso de los Diputados este martes 26 de septiembre después de aceptar el encargo del Rey, y de constatar a lo largo de las últimas cuatro semanas la incapacidad de su partido de sumar los apoyos necesarios para conseguir la mayoría absoluta de la cámara.
Ante el previsible fracaso de su investidura, la dirección de los populares organizó una gran concentración política delante de 40.000 personas contra la supuesta amnistía que Sánchez necesitaría para contar con los apoyos del independentismo catalán, sabiendo que sus representantes, ERC y Junts, son vitales para la articulación de cualquier mayoría en el Congreso de los Diputados que permita cierta estabilidad −política e institucional− para el próximo ejecutivo.
El acto ha fijado una línea clara y evidente: el PP da por fracasada la investidura de Feijóo y se dispone a ejercer una oposición basada en una estrategia de tensión y polarización. Estrategia que no es nueva, y que en los últimos años lleva recayendo sobre la figura de Sánchez y sus aliados a la espera de que Ayuso consolide su estela política.
En este artículo analizamos la actuación del candidato popular en el último mes, así como la de su partido, para entender en qué posición llega a su propia investidura, los pasos que ha andado hasta el momento y el escenario que se abre para el PP en el caso de que la legislatura acabe iniciándose con la conformación de un gobierno progresista, con los apoyos que ello supone.
1 – Una derrota política inesperada
Las elecciones del 23J nos dejaron un escenario político que prácticamente ninguna encuesta predijo. El consenso demoscópico dominante −especialmente impulsado por medios de comunicación de carácter conservador− dibujaba una mayoría absoluta del PP y de Vox que permitía a Feijóo acariciar La Moncloa con la suma de sus diputados y los de Abascal, siguiendo así el ejemplo de muchos gobiernos autonómicos y municipales después del 28 de mayo. El ensayo de bloque histórico que Manfred Weber y Georgia Meloni están orquestando con la vista puesta en las elecciones europeas de junio de 2024 se truncó en España contra todo pronóstico gracias a una movilización inesperada del bloque progresista. Movilización clave especialmente la del PSOE quien, mejorando sus resultados, quedó a menos de medio millón de votos de los populares. La remontada progresista se debió a una movilización del voto feminista, obrero, joven y de la España periférica: los resultados en Catalunya, Euskadi o Navarra, pero también en Valencia o en Galicia, significaron un refuerzo del voto progresista. En Catalunya, como analizamos en estas páginas hace unos meses, los socialistas consiguieron un resultado histórico que les permitió aguantar el choque contra el PP en el resto de España. Junto a esta movilización progresista, todos los estudios postelectorales también detectaron una caída del voto centrista proveniente de Ciudadanos que optó por el PP. Los pactos con Vox ahuyentaron al votante más moderado del campo del centro y del centro derecha. El resultado que dejó el 23J rompió con la posibilidad de que Feijóo fuera presidente del Gobierno y reforzó la última jugada maestra de Sánchez, que convirtió la derrota de mayo en un impulso para revertir las tendencias de las generales y disponer de una posibilidad de lograr una mayoría parlamentaria que le pueda volver a investir presidente para un nuevo mandato.
2 – Desconcierto estratégico del PP
El impacto de esta derrota política inesperada en las filas populares ha sido demoledor. Más allá de la retórica y de los discursos alrededor de que ellos ganaron las elecciones o el mantra de la lista más votada, los populares están sumidos en el caos. La política es la gestión de las expectativas y, sólo unos días antes de la celebración de las elecciones, en el PP estaban muy altas. Ahora, asumiendo que no van a gobernar, los bandazos estratégicos han comenzado a materializarse. Repasemos algunos: en un primer momento, Feijóo decidió acudir a la investidura y comenzó a pedir el apoyo por activa y por pasiva de los socialistas. El candidato popular se reunió con Sánchez para explorar su apoyo en la investidura. Recordemos que el PP basó toda su campaña electoral en la idea de derogar el sanchismo, es decir, de acabar con la obra de gobierno del PSOE en los últimos años. Pero no sólo esto, el presidente del PP también se mostró dispuesto a hablar con el resto de las formaciones, enmendando gran parte de la política de alianzas y de las dinámicas políticas que había llevado su partido hasta fecha: incluso propuso reunirse con ERC y Junts, cuestión que es un anatema en un PP que lleva desde 2017 considerando a los representantes de esas formaciones políticas nada más y nada menos que golpistas. Durante estas semanas, el Partido Popular llegó a afirmar que Junts era un partido de gran tradición y legalidad después de años de confrontación. Feijóo intentaba así mostrarse como un candidato moderado, dispuesto a hablar con todo el mundo, y salir del marco que le imponía compartir alianzas con la extrema derecha. Pero lo ha hecho a costa de asumir unas incongruencias de primer nivel en un partido en el que sus militantes gritan Puigdemont a prisión.
No obstante, parte de su partido −especialmente el ala más dura comandada por Isabel Díaz Ayuso− ha optado por prepararse para las próximas elecciones y ha criticado e incluso cerrado el paso a cualquier intento de ampliar los apoyos de Feijóo, especialmente si requieren los votos de las formaciones nacionalistas e independentistas, consideradas enemigas de España. Esta tensión subyacente entre las diferentes estrategias en el seno del partido conservador no sólo muestra discrepancias internas que después analizaremos, sino un dilema estratégico para el PP que ha llevado a su portavoz parlamentario, Borja Semper, a enmendarse constantemente en sus propias intervenciones.
3 – Debilidad interna de Feijóo
Este desconcierto, que tiene unas razones políticas que veremos en los siguientes dos apartados, va de la mano de una situación organizativa nada favorable para Feijóo. El hecho de que el 23J por la noche en el balcón de Génova Isabel Díaz Ayuso fuese vitoreada por los seguidores del PP justo después de que Alberto Núñez-Feijóo ganase las elecciones, fue significativo.
El núcleo de poder del PP cada vez es más madrileñocéntrico. El Madrid DF que algunos denominan es el gran productor de marcos discursivos y relatos de la derecha española conservadora y reaccionaria. Tanto PP como Vox dependen cada vez más de Madrid en la elaboración de sus estrategias, mensajes e imaginarios. Y esta dependencia de Madrid en el caso del PP se concreta en la figura de Ayuso. Ayuso es la candidata del PP que sigue mejorando sus resultados y que ha conseguido gobernar sin la necesidad de la extrema derecha asimilando gran parte de su discurso. La presidenta de la Comunidad de Madrid es quien realmente detenta el poder a nivel interno en el PP como demostró la defenestración de Pablo Casado, cuando este intentó girar hacía el pragmatismo, y la designación de Feijóo como presidente del PP a nivel estatal.
Feijóo sabe que es Ayuso quien controla el PP y es imposible cuestionar la línea estratégica e ideológica que se dicta en la Puerta del Sol. Es por este motivo que en las últimas semanas hemos asistido a un espectáculo de incoherencias políticas que se explican por la incapacidad del líder popular de seguir la línea que él pretende marcar. El expresidente gallego sabe que su puesto depende de Ayuso y tanto Aznar como Rajoy ya se lo han recordado en estos últimos días fijando el rumbo del PP desde sus respectivas tribunas. Un rumbo que coincide con el de la presidenta madrileña. Lo único que puede hacer Feijóo para sobrevivir internamente es esperar a que haya una repetición electoral que le permita tener una nueva posibilidad de sumar con Vox mayoría absoluta esperando una desmovilización del bloque progresista y plurinacional después de un hipotético fracaso de las negociaciones entre el PSOE y Junts. De lo contrario, solo será el gestor del grupo parlamentario con más diputados de esta legislatura a la espera dé que Ayuso del salto a la política estatal.
4 – El eterno retorno de la cuestión territorial: lenguas, amnistía y conflicto
En el centro del debate político en estas semanas ha estado la cuestión territorial. Ya dijimos en el anterior artículo de análisis que Catalunya volvía a ser el eje de la política española después de la aritmética resultante del 23J. Para obtener el apoyo del independentismo catalán, Sánchez, el único candidato que se abre a pactar con ellos y que ya lo hizo la anterior legislatura ha tenido que mover ficha. La cuestión lingüística ha sido el primer paso. Por primera vez en la historia del Congreso de los Diputados, el reglamento recoge la posibilidad de hablar en catalán, euskera y gallego, una petición de las formaciones nacionalistas e independentistas que en anteriores legislaturas ha sido negada. Pero no solo esto, el gobierno en funciones también ha realizado la petición al resto de socios europeos de que se reconozca el catalán como lengua oficial de la Unión Europea. Dos medidas que apuestan por el reconocimiento de la lengua catalana a nivel estatal y europeo y que cumple con una demanda extendida en la sociedad catalana más allá del independentismo. Ante esta decisión, los partidos de izquierda han incorporado sin problemas esta nueva realidad y han defendido en la cámara legislativa y en sus intervenciones públicas que España es un país plural y que era necesario el reconocimiento de las otras lenguas existentes más allá del español. La izquierda, por lo tanto, asume, defiende y promueve el plurilingüismo.
En el PP, sin embargo, la cuestión ha suscitado de nuevo debate interno y ha mostrado la tensión y la división existente en la formación. Por un lado, hemos encontrado declaraciones y actuaciones contradictorias. Los populares han pasado de afirmar que hablar en otras lenguas en el Congreso era un atentado contra la igualdad o era nada más y nada menos que hacer el idiota, a que su portavoz parlamentario, de origen vasco, hablase en euskera delante de toda la cámara y provocase la indignación de su socio político, Vox. Una intervención en vasco que fue criticada después por amplios sectores del partido que no entendían cómo el PP asumía, ni que fuera levemente, esa realidad lingüística plural del país.
El otro gran tema vinculado a lo territorial ha sido la amnistía. El PP no solo ha negado a raíz de este debate la posibilidad de una amnistía que rompería la igualdad entre españoles y que significaría la rehabilitación de lo que ellos consideran golpistas. También ha negado el conflicto en Catalunya y ha defendido que lo que realmente mejoró la situación política fue la aplicación del artículo 155 con el que se suprimió el autogobierno. Esta ha sido la línea argumental defendida por Ayuso, Aznar y Rajoy. El problema es que esto se produce justo unas semanas después de que Feijóo hablará de que el PP no había gestionado bien el problema político existente en Catalunya y que era necesario encontrar un nuevo encaje entre Catalunya y España de cara a resolver la tensión existente. Además, Feijóo, que fue presidente de una nacionalidad histórica como es Galicia, defendió que España era un país plural en el que existían ciertas comunidades con una identidad singular nada más salir escogido como presidente del PP.
El acto contra la supuesta amnistía promovido desde el núcleo de poder político, mediático y cultural madrileño señala claramente la cerrazón del PP en el tema territorial y la imposibilidad de que los populares puedan desprenderse de Vox para llegar al Gobierno. Consolida la apuesta del PP por la estrategia de la tensión y de la crispación. De volver a polarizar con la cuestión territorial y usarla contra Sánchez para desgastarlo antes de la hipotética investidura.
5 – Imitar o combatir a la extrema derecha: el PP en la crisis de las derechas
En el fondo, la idea que subyace de la situación de confusión estratégica, organizativa, ideológica y política del PP está directamente vinculada con la crisis de los partidos conservadores. Después de la Gran Recesión y de su impacto sobre los sistemas políticos, que provocó una fuerte crisis de representación afectando de lleno a los grandes partidos tradicionales, la posición de dominio que tenían tanto los partidos socialdemócratas como los partidos de carácter democratacristianos como conservadores en su propio bloque ideológico se vio seriamente amenazado. En los últimos años hemos visto además cómo las sociedades se han ido polarizando cada vez más a nivel ideológico y afectivo reforzando las posiciones más radicales en uno u otro bloque. Esto ha roto la dinámica de competición centrípeta que habíamos vivido en la edad de la Gran Moderación neoliberal y ha lanzado a los partidos de centro izquierda y de centro derecha a competir contra formaciones situadas en su mismo bloque ideológico, pero con posiciones más radicales. Si la socialdemocracia tuvo que competir contra partidos populistas de izquierdas, la familia conservadora se tiene que enfrentar al auge de las formaciones ultras que cada vez tienen más apoyo social y son rivales electoralmente competitivos. La extrema derecha está alcanzando unos resultados históricos y ya suman más del 17% de voto a nivel europeo siendo en algunos países fuerzas de gobierno. Esto enfrenta a los partidos de derecha clásica a un dilema estratégico y político de primer orden: imitar o combatir.
La primera parte del dilema consistiría en imitar a la extrema derecha en su discurso, formas y propuestas políticas. Esto es lo que hizo en parte Ayuso en Madrid. El PP ha intentado radicalizarse con desigual resultado: mientras que en Madrid Ayuso taponó la fuga hacia Vox, el resultado del 23J muestra cómo algunos votantes centristas provenientes de Ciudadanos que habían votado al PP en las municipales y autonómicas han preferido abstenerse después de los pactos entre esta formación y Vox. Además, la experiencia comparada muestra cómo asimilar el discurso de la extrema derecha solo beneficia a esas formaciones.
La segunda decisión del dilema, en cambio, es totalmente diferente y se centraría en combatir a la extrema derecha. El PP podría apostar por distanciarse de Vox y combatirlo desde posiciones conservadoras categorizándolo como un partido ultra contrario a los principios constitucionales. Y esto podría materializarse en el tema territorial. La opción de combatir ayudaría a que no se normalizasen determinadas ideas y actitudes propias de la ultraderecha y a la larga podría volver a convertir al Partido Popular en el aglutinante del voto liberal y conservador convenciendo a parte del votante centrista y moderado de volver a las filas populares. Un votante sin el que los populares no pueden ganar, como se ha comprobado este mes de julio. Ahora bien, quizás esta estrategia de combate resulta incongruente en un momento en el que el PP no solo ha legitimado a Vox si no que va de la mano a nivel de alianzas.
En conclusión, el PP se encuentra en una encrucijada que tiene que ver con dos decisiones fundamentales que explican las incoherencias mantenidas en las últimas semanas y que marcaran cómo enfoca el siguiente ciclo político y electoral a muchos niveles. La primera de ellas es si quiere apostar por la moderación e intentar volver a ser un partido conservador de amplio espectro, pero claramente ubicado en coordenadas democráticas al aislar a la extrema derecha en su política de alianzas. La segunda es si acepta de una vez por todas la realidad plural a nivel lingüístico, cultural e identitario que conforma España y la asume como propia. De estas dos decisiones no solo depende el futuro de Feijóo si no la posibilidad de que el PP vuelva a gobernar y cuente con el apoyo de formaciones políticas que hoy en día se niegan ni siquiera interlocutar con ellos. De momento y después del acto en Madrid contra la amnistía, parece que Feijóo ya ha decidido y se decanta por la estrategia de la tensión y de la crispación con la que quiso romper en su elección como presidente. Pronto veremos sus resultados.