«No podemos pensar que los talibanes están en otro planeta, ni olvidar que viven en la misma época que nosotros.» (Rada Akbar)
15 de agosto de 2021. Hace dos años, el mundo dio un vuelco. Desde entonces, nuevas convulsiones han eclipsado las consecuencias de la retirada estadounidense de Afganistán y la toma de Kabul por los talibanes. En nuestra nueva serie de verano, hemos decidido dar la palabra a las voces afganas para que nos ayuden a tomar la medida de lo que está ocurriendo allí, en particular para las mujeres, oprimidas por el régimen.
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1 – ¿Cómo empeora día a día la opresión de las mujeres afganas?
La prioridad del Emirato Islámico de Afganistán parece ser desaparecer a las mujeres de la vida pública y suprimir de forma sistemática sus derechos más elementales. A continuación, recorreremos las etapas de la opresión que sufren y que se va extendiendo progresivamente a todas las esferas de su vida.
- El 23 de marzo de 2022 se negó el acceso a la educación a las mujeres afganas mayores de 12 años.
- A partir de finales de marzo de 2022, una mujer ya no puede tomar un avión sin ir acompañada por un familiar varón. Esta medida también se aplica a las mujeres afganas que posean otra nacionalidad.
- El 07 de mayo de 2022 se hizo obligatorio el velo integral para las mujeres en lugares públicos, de preferencia la burka. El decreto que lo impone establece que «las mujeres que no sean ni demasiado jóvenes ni demasiado mayores deben cubrirse el rostro con un velo, a excepción de los ojos, de acuerdo con las recomendaciones de la sharia, para evitar cualquier provocación cuando se encuentren con un hombre».
- El 13 de noviembre de 2022 también se les prohibió el acceso a parques, jardines públicos, centros deportivos y baños públicos.
- En diciembre de 2022, se prohibió formalmente a las mujeres asistir a la universidad, con amenaza de procesamiento para quienes desafiaran la prohibición.
- También en diciembre de 2022, se prohibió a las mujeres trabajar para las 1 260 organizaciones no gubernamentales que operan en el país. Esas ONG suspendieron su trabajo, que pudieron reanudar un mes después con personal femenino en algunos sectores exentos (salud y nutrición), aunque con grandes dificultades.
- A partir de abril de 2023, las mujeres (tanto afganas como extranjeras) ya no pueden trabajar para organizaciones internacionales en Afganistán. Esta medida excluye a 600 mujeres, entre ellas 400 afganas, del trabajo humanitario, y hace casi imposible la entrega de ayuda humanitaria a las mujeres afganas, ya que, según la ley del Emirato, una mujer afgana no puede hablar con un hombre que no sea su pariente cercano.
- Este verano, un decreto anunció el cierre definitivo, a partir del 25 de julio, de todos los salones de belleza, todavía regentados por mujeres, y que eran los últimos lugares de socialización de las mujeres afganas fuera del hogar. Ese decreto aparta también del mundo laboral a las mujeres que dirigían esos salones de belleza. El 19 de julio tuvo lugar en Kabul una manifestación de mujeres en oposición a tal medida, pero fue rápidamente dispersada con mangueras de agua.
La situación recuerda al anterior régimen talibán (1996-2001) y consiste en hacer retroceder todos los logros alcanzados por la República afgana. Aunque durante el primer año de gobierno talibán haya habido una débil esperanza de que la presión internacional y la evolución de la sociedad afgana durante las dos décadas de la República permitieran a las mujeres afganas conservar algunos islotes de libertad, esta esperanza fue gradualmente arrasada por un régimen dedicado por completo a oprimir a la mitad de su población.
2 – ¿Hasta qué punto es autoritario el régimen con la población en general? ¿Cuál es la doctrina política general de los talibanes?
La opresión de las mujeres ha ido de la mano de un endurecimiento general del régimen talibán desde su llegada al poder, o al menos de una formalización cada vez más asertiva de su radicalismo.
La violencia del régimen se manifiesta, en primer lugar, en el número de ejecuciones extrajudiciales, al menos 237 según la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en Afganistán (UNAMA) entre el 15 de agosto de 2021, cuando los talibanes llegaron al poder, y el 15 de junio de 2022.
Además, el 13 de noviembre de 2022, el jefe del Emirato Islámico de Afganistán, el mulá Akhundzada, anunció a través del portavoz del gobierno, Zabihullah Mujahid, que en adelante los jueces tendrían que aplicar estrictamente la sharia, que incluye castigos corporales y ejecuciones públicas para una serie de condenas. Hasta ese momento, la aplicación de la sharia solía ser fruto de iniciativas individuales y locales, pero el gobierno no la propugnaba oficialmente para todo el territorio y la población de Afganistán.
A raíz de esas declaraciones, el 7 de diciembre de 2022 tuvo lugar en la provincia de Farah la primera ejecución pública de un condenado por homicidio, ante cientos de espectadores. Ese mismo mes, Radio Free Europe-Radio Liberty fue censurada por el gobierno talibán, pues se había especializado en programas educativos para las chicas jóvenes que ahora están excluidas de la educación secundaria.
3 – ¿Cuáles son las diferentes dimensiones de la crisis económica y humanitaria en la que se encuentra el país?
Antes de la llegada de los talibanes al poder, cerca del 75% de los 9 mil millones de dólares del presupuesto del Estado afgano se basaban en la ayuda internacional, en su gran mayoría estadounidense. Esa ayuda representaba también el 40% del PIB del país. Sin ella, el primer presupuesto del Estado talibán, para enero de 2022, se estimaba en 450 millones de dólares, la mayor parte de los cuales procedían de los derechos de aduana y los impuestos que habían recaudado desde su llegada al poder.
Además, el régimen se enfrenta a una crisis de liquidez, vinculada a las sanciones financieras estadounidenses y, en particular, a la congelación de unos 10 mil millones de dólares del banco central afgano. El gobierno talibán está intentando compensar la desaparición de la ayuda internacional y el efecto de las sanciones procurando aumentar las exportaciones, en particular de carbón (cuyas exportaciones han pasado de 1 200 millones a 1 800 millones entre 2019 y 2022).
Existe un tenso debate entre quienes no desean reforzar el régimen talibán y quienes piden que se preste ayuda a la población a pesar de él. El 11 de febrero de 2022, por ejemplo, la ONU anunció que necesitaba de inmediato 5 mil millones de dólares, sin los cuales el país «no tendría futuro», pero el llamado solo obtuvo una respuesta parcial, y con muchos trabajos. Más recientemente, Jean-François Riffaud, Director General de Acción contra el Hambre, pidió que se canalizara ayuda humanitaria a Afganistán a pesar del gobierno talibán, y que se distinguiera entre la población que sufre y el régimen que la oprime.
El país también se enfrenta periódicamente a grandes catástrofes naturales, cuyas consecuencias se ven amplificadas por la crisis generalizada en la que se encuentra. En junio de 2022, por ejemplo, un terremoto en la provincia de Paktika, en la frontera con Pakistán, causó más de mil muertos y más de 1 500 heridos. El país también sufre inundaciones periódicas, como la de finales de julio de 2023, que mató a 26 personas y dejó a otras 40 desaparecidas en el distrito de Jalrez de la provincia de Wardak, en el centro del país.
Por último, pero no por ello menos importante, la mitad de la población afgana, estimada en 38 millones de habitantes, se enfrenta a una grave inseguridad alimentaria, y 3 millones de niños corren el riesgo de sufrir desnutrición. La pobreza general de la población también se ve agravada por el gran número de desplazados internos, unos 3.2 millones al 31 de diciembre de 2022, según el Alto Comisionado para los Refugiados.
La fragilidad económica y humanitaria del país se extiende también al ámbito cultural, ya que el Emirato Islámico no es capaz de proteger su patrimonio tras la marcha de arqueólogos, arquitectos y geólogos afganos e internacionales: entre los sitios afectados figuran Begram —la Alejandría del Cáucaso, al noreste de Kabul—, la antigua Bactria (actual Balkh), Herat con sus restos timúridas, el minarete de Jam y la gran mina de cobre de Mes Aynak, bordeada de templos budistas. Además de todos esos sitios bien conocidos y hoy amenazados, hay muchos otros que aún no han sido descubiertos y que podrían sufrir daños irreparables a causa de catástrofes naturales (terremotos, inundaciones), frecuentes en Afganistán, o de un desarrollo urbano incontrolado.
4- ¿Cuál es el equilibrio de poder interno en el seno de los talibanes?
El líder del Emirato Islámico de Afganistán es el emir Habaitullah Akhundzada, que vive en Kandahar. Nunca aparece en público, nunca sale de la región, nunca ha estado en Kabul desde agosto de 2021 y evita todo contacto con gobiernos extranjeros u organizaciones internacionales. El mulá Akhunzada, que fue asesor del mulá Omar en asuntos religiosos hasta la muerte de este último en 2013, fue posteriormente la mano derecha del mulá Akhtar Mansur, antes de asumir la jefatura del movimiento talibán en mayo de 2016, tras la muerte de este.
Parece existir un conflicto entre el bando de Haibatullah Akhundzada, al que pertenecen el presidente del Tribunal Supremo, Abdelhakim Haqqani, y el primer ministro, Mohammad Hassan Akhund, y el bando de Sirajuddin Haqqani, ministro del Interior, y el mulá Yaqub, hijo del mulá Omar y ministro de Defensa del gobierno. Sirajuddin Haqqani es también el jefe de la Red Haqqani, creada por su padre, Jalaluddin Haqqani, y considerada cercana a los servicios de inteligencia paquistaníes.
A grandes rasgos, el primer bando es hostil a cualquier concesión, mientras que el segundo está más dispuesto a dialogar con potencias extranjeras para garantizar la estabilidad del país y del régimen. Así, en una ceremonia celebrada en febrero de 2023 en Jost, en el sureste del país, Sirajuddin Haqqani declaró que el Emirato Islámico deseaba «una interacción sincera con el mundo y construir un camino justo y legítimo», con lo que criticó entre líneas la estrategia de ruptura radical con el exterior.
Más concretamente, parece haber estallado un conflicto en torno a la creación, en enero, de un Consejo de Seguridad Nacional que podría estar presidido por uno de los leales al Emir, Ibrahim Sadr, lo que quitaría el monopolio de las cuestiones de seguridad a los ministros de Interior y Defensa.
Sin embargo, David Martinon recordaba en una larga entrevista sobre Afganistán que no hay que sobreinterpretar las diferencias entre las distintas corrientes políticas al interior de los talibanes: «no existen talibanes moderados». Del mismo modo, la investigación de Adam Baczko matiza mucho la existencia de divisiones claramente identificables dentro de un régimen talibán cuya coherencia ideológica se basa en 40 años de lucha armada y formación común en las escuelas religiosas deobandi del norte de Pakistán.
Además, aunque el régimen esté debilitado por la crisis en la que se encuentra el país y por las diferencias tácticas entre sus principales dirigentes, no existe hoy en Afganistán ningún movimiento organizado, con la excepción del Estado Islámico del Jorasán, que desafíe o amenace el poder talibán.
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5 – ¿Dónde están los refugiados afganos que han huido del país desde agosto de 2021?
La gran mayoría de los refugiados afganos se encuentra en los países vecinos. A finales de 2022 había 5.2 millones de refugiados o solicitantes de asilo afganos en los países vecinos, de los cuales 1.6 millones habían abandonado Afganistán desde que los talibanes tomaron Kabul.
De esos 1.6 millones, un millón está en Irán, donde viven 3.4 millones de refugiados afganos y llegan entre 3 mil y 5 mil nuevos cada día, y 600 mil en Pakistán. También hay varios miles de refugiados afganos en Tayikistán y Uzbekistán.
En Europa, aumentaron las solicitudes de asilo en septiembre de 2021 (14 mil, frente a 6 500 en julio), pero el número total de solicitantes de asilo en 2021 (casi 100 mil) sigue siendo inferior al de 2015 y 2016 (entre 170 mil y 180 mil).
6 – ¿La toma del poder por los talibanes aumenta el riesgo de una amenaza terrorista global? ¿Están consiguiendo los talibanes combatir el terrorismo en su propio territorio?
A diferencia del gobierno talibán del mulá Omar entre 1996 y 2001, este gobierno talibán no acoge ni protege oficialmente a ninguna organización terrorista estructurada. Además, es uno de los leitmotiv de su discurso oficial. Durante las celebraciones del primer año de los talibanes en el poder, Ami Khan Muttaqi, ministro interino de Asuntos Exteriores, declaró: «La estabilidad en nuestro país es beneficiosa para todo el mundo».
Sin embargo, ese discurso debe tomarse con cautela. Tras abandonar Afganistán, Estados Unidos prosiguió su lucha contra el terrorismo utilizando un dron para matar en Kabul, el 31 de julio de 2022, a Aymán Al-Zawahirí, líder de Al Qaeda, a quien la administración estadounidense consideraba uno de los artífices no sólo del 11 de septiembre, sino también de otros grandes atentados perpetrados por Al Qaeda, contra el USS Cole en 2000 y las embajadas estadounidenses en Tanzania y Kenia en 1998.
Además, tras un año de relativa calma, los talibanes ya no parecen capaces de garantizar la seguridad que prometían, como demuestran los numerosos atentados terroristas perpetrados por el Estado Islámico de Jorasán, activo en Afganistán y opuesto a los talibanes, aunque comparta parte de su ideología: a mediados de septiembre de 2022 en Herat (17 muertos), el 30 de septiembre en Kabul (35 muertos), en enero de 2023 en Kabul (10 muertos, 53 heridos), el 27 de marzo de nuevo en Kabul (6 muertos) y, por último, el 8 de junio (11 muertos) durante un atentado organizado en el funeral de un gobernador asesinado dos días antes, en la provincia de Badajsán. Los dirigentes talibanes son regularmente objeto de asesinatos organizados por el Estado Islámico, como Mohammad Dawood Muzammil, gobernador talibán de la provincia afgana de Balj, muerto en una explosión el 9 de marzo de 2023.
En ese contexto, aunque los talibanes no apoyen directamente a organizaciones terroristas —lo que habrá que demostrar a largo plazo—, parece probable que el Estado afgano, debilitado por las crisis, acabe permitiendo que florezca en su territorio un nuevo Estado Islámico, que podría alimentar el terrorismo yihadista a escala mundial.
7 – ¿Qué impacto ha tenido la toma del poder por los talibanes en las exportaciones internacionales de drogas?
Afganistán es uno de los centros más importantes de producción y exportación de opio y heroína. Por dar sólo una cifra, en 2020 la ONU calculaba que el 85% del opio mundial procedía de Kabul.
Aunque los talibanes anunciaron la prohibición del cultivo de amapola en abril de 2022, la superficie dedicada a él aumentó un 32% entre 2021 y 2022, según un informe de la ONUDD publicado en noviembre de 2022. Según el mismo informe, el cultivo de amapola tuvo un valor de 1 400 millones de dólares en 2022 (frente a 430 millones en 2021), es decir, alrededor del 10% del PIB afgano. El anuncio de la prohibición hizo subir el precio mundial del opio, pero no provocó una reducción de la producción.
Es posible que los talibanes recuerden las consecuencias de la fatwa del mulá Omar, que impuso una prohibición estricta del cultivo de amapola en 2000, lo que provocó un hundimiento de la producción y un trastorno de la economía rural que, según algunos analistas, facilitó la intervención estadounidense en 2001.
8 – Dos años después, ¿cómo valoramos la retirada de las tropas estadounidenses del país?
Si la invasión soviética de Afganistán en 1979 fue descrita por Zbigniew Brzezinski como «el Vietnam de la URSS», la salida de las tropas estadounidenses en agosto de 2021, con los afganos tirando los aviones que dejaban a la población civil en manos de los talibanes, parece ser la última manifestación de una serie de fracasos en las intervenciones exteriores estadounidenses en el siglo XXI, y de la «guerra contra el terrorismo» lanzada por George W. Bush en respuesta al 11 de septiembre.
El 6 de abril de 2023, la Casa Blanca publicó un resumen de una docena de páginas de dos informes confidenciales dirigidos al Congreso en los que se evaluaba la retirada del ejército estadounidense. Si bien el resumen busca sobre todo culpar a la administración de Trump, según Piotr Smolar omite dos realidades indiscutibles: la ausencia de una verdadera consulta de los aliados occidentales presentes en Afganistán, que tuvieron que gestionar con gran dificultad la repatriación de sus nacionales, y el fracaso de los servicios de inteligencia estadounidenses, que en ningún escenario previeron que el ejército afgano sería barrido tan rápido por las fuerzas talibanes.
Al igual que tras la guerra de Vietnam y la invasión de Iraq, es probable que veamos una población de veteranos de estas guerras debilitados psicológicamente por la violencia que vivieron y por el aparente absurdo de una misión que ha llegado a su fin y ha dado paso a un nuevo caos. Ese fue el tema de la película Of Men and War, de Laurent Bécue-Renard, sobre los veteranos de la guerra de Iraq que intentan reconstruir sus vidas a pesar de sufrir múltiples síndromes postraumáticos. Ya se ha rodado una película francesa sobre el tema, Sentinelle Sud, de Mathieu Gérault, que explora el silencio de los padres soldados que regresan de Afganistán y la consiguiente frustración de sus hijos.
9 – ¿Cómo explicar el fracaso de la construcción del Estado afgano entre 2001 y 2021?
Como ha mostrado Patrick Azurmendi en nuestras columnas, la llegada al poder y la consolidación del régimen talibán demuestran el fracaso de los esfuerzos de statebuilding y nationbuilding de la intervención occidental en el país entre 2001 y 2021, a pesar de un costo financiero extremadamente elevado: 825 mil millones de dólares en gastos militares, de los cuales 85 mil millones para equipar y entrenar al ejército afgano, 144 mil millones dedicados a la reconstrucción del país y casi 300 mil millones de dólares sólo en provisiones para pensiones de invalidez y atención a los heridos de guerra estadounidenses. En términos humanos, el costo también fue muy elevado: 7 500 muertos del lado de la Coalición (si se incluyen los contratistas privados) y casi 200 mil afganos muertos (incluidos civiles, soldados y combatientes talibanes).
Sin embargo, a pesar de todos esos gastos y esfuerzos, cuando las tropas occidentales abandonaron Afganistán, los datos mostraron los límites del esfuerzo de desarrollo apoyado por la comunidad internacional: Afganistán era entonces el segundo peor país de Asia en términos de Índice de Desarrollo Humano después de Yemen, su tasa de pobreza era del 55%, su tasa de natalidad era la más alta de Asia y la educación secundaria de las mujeres se limitaba al 15% de la población.
El Estado afgano ha fracasado en el ámbito de la justicia, sobre todo en la cuestión de los litigios entre terratenientes, lo que llevó a muchos campesinos a recurrir al sistema de justicia paralelo de los talibanes para resolver las disputas. Además, la República Afgana se vio afectada desde sus inicios por una corrupción generalizada, que puede tener su origen en la diplomacia transaccional de Estados Unidos durante su intervención en 2001, que logró comprar el apoyo de los caudillos locales con ingentes recursos financieros.
Basándose en un estudio detallado del papel de Noruega en Afganistán, los investigadores Mats Berdal y Astri Suhrke intentan dilucidar las razones de los fracasos de la operación internacional. En su opinión, la principal razón del fracaso de Occidente fue la indecisión, nunca zanjada en realidad, entre dos objetivos: por un lado, desmantelar Al Qaeda; por otro, a partir de 2003, contribuir al establecimiento de un «gobierno afgano autónomo, moderado y democrático, capaz de ejercer su autoridad y administrar todo el territorio de Afganistán». Además de esa incertidumbre estructural sobre los objetivos de la operación en Afganistán, sostienen que se cometieron varios errores tácticos: la alianza con caudillos locales incontrolables; la doctrina de la «contrainsurgencia»; y el hecho de no tener en cuenta el nacionalismo pastún.
10 – ¿Existen paralelismos entre la situación en Afganistán hace dos años y la situación actual en Níger?
El final del segundo año de gobierno talibán en Afganistán casi coincide con el golpe de Estado en Níger del 26 de julio de 2023, que derrocó al presidente electo Mohamed Bazoum, y cuyas consecuencias aún muy inciertas seguimos en el Grand Continent.
Aunque los dos golpes de Estado sean diferentes por muchas razones, en ambas situaciones parece que asistimos al final de un cierto tipo de operaciones dirigidas por países occidentales. En ambos casos, las operaciones se diseñaron para combatir una amenaza terrorista, proteger a la población civil y fortalecer el Estado durante la intervención. En ambos casos, el esfuerzo de consolidación del Estado revela de repente sus límites, y el Estado que se esperaba haber solidificado se derrumba como un castillo de naipes para ser sustituido, en un caso por un gobierno teocrático, y en el otro, por una junta militar.
En ambas situaciones, las potencias occidentales subestimaron el efecto nocivo que la corrupción podía tener sobre el Estado al que apoyaban. Remi Cayarol señala en nuestras columnas que las autoridades francesas no denunciaron ni tuvieron suficientemente en cuenta la corrupción endémica en Malí bajo Amadou Toumani Touré y luego bajo Ibrahim Boubacar Keïta, a pesar de que fuera una de las principales causas de su fragilidad e impopularidad.
En ambos casos, asistimos también a una progresiva crisis de identidad entre las poblaciones locales y los gobiernos en turno, conscientes de su marginación de los centros de decisión alternativos. En Afganistán, esto llevó al presidente Hamid Karzai, que no quería ser visto como una marioneta de los estadounidenses, a reconocer la anexión rusa de Crimea en 2014.
Sin embargo, aunque esos dos ejemplos conduzcan a una valoración muy crítica de las intervenciones occidentales, tampoco logran decir qué habría sido preferible: ¿qué habría ocurrido en Afganistán a partir de 2001 si Estados Unidos no hubiera derrocado al primer régimen talibán? ¿Cuál habría sido el equilibrio de poder en África Occidental sin las intervenciones francesas de los últimos años? ¿Estas batallas, que en retrospectiva parecen perdidas de antemano, de verdad lo estaban desde el principio?
Dado que el intervencionismo en esas regiones está inextricablemente ligado a largas historias de colonización, es difícil identificar el punto en el que habría sido posible un cambio de rumbo y una retirada sin dar paso a un interregno cuya duración es tan incierta como el futuro de las estructuras políticas que lo caracterizan.