Noam Maggor
¿Se acerca una nueva era liberal o ya ha llegado a su fin? 1 ¿Debemos avanzar hacia un modo de gobernanza donde el gobierno adopte un papel más activo? Esta noche nos hemos reunido para repensar el papel del Estado en la nueva era global.
La administración de Biden ha lanzado varias iniciativas muy atrevidas, impensables en administraciones anteriores. La más destacada es la Ley de Inversión en infraestructuras y empleo, que ha destinado 1.2 billones de dólares para gastar en transporte, acceso a banda ancha, agua potable y red eléctrica. También está la Ley de chips y ciencia, que prevé gastar 280 mil millones de dólares en el desarrollo y fabricación nacional de semiconductores. Por último, la Ley de reducción de la inflación destina 400 mil millones de dólares para financiar tecnologías limpias.
La administración de Biden ha adoptado la lógica y la retórica de una política industrial altamente intervencionista que no hace mucho era totalmente tabú: literalmente, la política que no debe ser nombrada.
Estos movimientos han resonado en todo el mundo, especialmente en Asia, donde tales políticas se han visto como un esfuerzo por detener el ascenso económico chino, y en Europa, donde se contemplan políticas similares. ¿Estamos, pues, en el inicio de algo nuevo? ¿Estamos avanzando hacia un nuevo enfoque de gobernanza donde el gobierno adopta un papel más activo?
Gary Gerstle
Ciertamente es un momento de inflexión en Estados Unidos y, por consecuencia, en otras partes del mundo. El orden neoliberal se ha fracturado y ha abierto posibilidades para la política que antes no existían.
En mi libro The Rise and Fall of the neoliberal Order hablo del neoliberalismo no sólo como una ideología, sino como un orden político. Por orden político entiendo una formación política compuesta por partidos, votantes y distritos electorales, grupos de reflexión, redes políticas, plataformas mediáticas, influencia jurídica en los tribunales y, por último, pero no por ello menos importante, la visión de una buena vida que se extiende por toda la sociedad.
Un orden en Estados Unidos dura más allá de los ciclos electorales de 2, 4 y 6 años que dominan gran parte del debate sobre la política estadounidense. Un orden puede dominar durante 30 o 40 años. La prueba definitiva de la influencia de un orden político es cuando puede doblegar y mantener bajo su voluntad a un partido político que significa claramente su oposición.
Yo sostengo que el Partido Republicano le hizo eso al Partido Demócrata en la década de 1990. Bill Clinton fue el instrumento de aceptación de los demócratas a las políticas centrales de la revolución propuestas por Reagan. En cierto modo, Clinton hizo más por impulsar la desregulación que lo que había hecho el propio Reagan tanto en los mercados financieros, en los sectores tecnológico y eléctrico como en el libre comercio a nivel hemisférico y mundial.
No se trata de convertir a Clinton en un villano. Se trata de comprender cómo las ideas centrales de un orden político, cuando son dominantes, pueden ramificarse por toda la clase política y más allá. Incluso personas que se creían capaces de resistirse al neoliberalismo se vieron atrapadas por él.
Un ejemplo destacado sería Joe Stiglitz. Sirvió en la administración de Clinton y probablemente sea la última persona a la que uno consideraría neoliberal. Sin embargo, para entender su papel en la administración de Clinton, cita en su libro The Roaring Nineties la frase de John F. Kennedy de principios de los sesenta: «Ahora todos somos berlineses». Al reflexionar sobre la década de 1990, Stiglitz escribió que no entendía muy bien cómo él también se había visto atrapado en la obsesión desreguladora. Su punto era que todos se contagiaron de esa fiebre, todos se convirtieron en un desregulador de un tipo o de otro, todos abandonaron su compromiso con la regulación pública de los mercados privados que había motivado durante mucho tiempo la política demócrata y progresista.
A una mayor escala, la eficacia de un orden político se da cuando consigue aplastar o marginar cualquier forma de disidencia significativa. Esto es precisamente lo que hizo el orden neoliberal. En cierto sentido, se apoderó tanto del partido republicano como del demócrata, y ni siquiera Obama escapó a su influencia.
En retrospectiva, podemos ver que la crisis financiera mundial de 2008-2009 puso de cabeza el prestigio y la hegemonía del neoliberalismo. Aunque el rechazo hacia el neoliberalismo tardó en manifestarse, hacia mediados de la década de 2010, el camino ya estaba claro. La rebelión contra el neoliberalismo vino tanto de la derecha como de la izquierda. En la derecha, comenzó por el Tea Party en 2010 y se aceleró drásticamente en 2016 con la llegada de Trump a la presidencia. La rebelión en la izquierda comenzó con Occupy Wall Street en 2011, tomó impulso con Black Lives Matter en 2014 y luego se intensificó aún más con el ascenso de Bernie Sanders en Estados Unidos en 2016.
La hegemonía del orden neoliberal se estaba resquebrajando y después de una década de fisuras, todo tipo de ideas oficialmente consideradas heterodoxas, inviables o incluso peligrosas, han pasado a formar parte de la corriente principal del debate político en Estados Unidos.
Me centraré en las ideas de la izquierda. De manera más general, este movimiento de ideas en los círculos de izquierda y progresistas se manifiesta en el replanteamiento de la relación de los Estados con los mercados. La idea neoliberal central era liberar al capitalismo y a los mercados de cualquier atadura: dejar volar libre a los espíritus salvajes del capitalismo.
En esta ideología centrada en el mercado, el papel del Estado era establecer leyes e instituciones que garantizaran que los libres mercados funcionaran sin problemas y eficientemente. Quinn Slobodian lo llama el «proyecto de encapsulamiento».
Walter Lippmann planteó esta cuestión hace casi 100 años en un libro fundamental, desconocido en la actualidad: The Good Society. Lippmann afirmaba que los mercados nunca han surgido ni surgirán de la naturaleza. Son creaciones humanas y tienen que ser construidos por manos humanas y administrados por la ley, ley que a su vez tiene que ser construida, modificada y mantenida a través de instituciones orientadas al mercado. El gobierno era visto como un facilitador de los mercados, no como un controlador o regulador de los mercados que buscan un interés público más amplio.
Junto a esa creencia central, que animaba profundamente el neoliberalismo, había consecuencias. Una convicción común era que en un sistema económico global en el que se alcanzara y mantuviera la perfección del mercado, todos los individuos saldrían beneficiados. Se decía: “todos los barcos subirán”. Sin embargo, hoy ya nadie lo cree.
Una segunda convicción común era que la libertad de mercado fomentaría la libertad política. Este fue el postulado subyacente a la decisión de admitir a China en la OMC. Se suponía que, a medida que se aceleraran los procesos de intercambio de mercado, aumentarían las demandas de democracia liberal, lo que llevaría a la caída del comunismo y a su sustitución por una forma democrática de socialismo, incluso la democracia liberal. Eso no ha sucedido y ya nadie cree que vaya a suceder.
La fe en los principios neoliberales y en sus consecuencias caducó. Mientras tanto, en Estados Unidos, un movimiento político progresista ha tomado forma a lo largo de los últimos 10 años, acelerándose drásticamente primero con las dos candidaturas de Bernie Sanders a la nominación demócrata y luego con la administración de Biden. Aunque Biden no es de izquierda ni, históricamente, progresista, en algún momento de la interminable campaña electoral estadounidense de 2019-2020, comprendió que Estados Unidos había alcanzado un punto de inflexión. Las políticas neoliberales ya no funcionaban y había que modificarlas, incluso abandonarlas. Había que repudiar la herencia de Clinton e incluso la de Obama.
En el verano de 2020, inmediatamente después de convertirse en el candidato del Partido Demócrata, Biden entabló un diálogo serio con la sección que apoyaba a Bernie Sanders en el Partido. Se crearon seis grupos de trabajo para encontrar puntos en común. Fue el diálogo más serio entre la izquierda y el centro del Partido Demócrata en casi 100 años. De ahí surgieron nuevas e importantes iniciativas legislativas: un enorme proyecto de ley de infraestructura social de 5 billones de dólares, un proyecto de ley de rescate de Estados Unidos de 2 billones de dólares y un importante proyecto de ley de infraestructura física de 2 billones de dólares. Dentro de este vasto proyecto de infraestructura social se encontraba el programa de energía verde más ambicioso jamás presentado por el Partido Demócrata.
Esos ambiciosos planes, con la excepción del plan de rescate de Estados Unidos, fueron hechos pedazos, y sin piedad, en “la fábrica de embutidos” que es el Congreso estadounidense. Sin embargo, lo que surgió de esas sesiones legislativas fue significativo: una ley de infraestructuras de un billón de dólares, una ley masiva para restaurar la fabricación de chips informáticos y una ley de energía verde de 400 mil millones de dólares. En el corazón de esos documentos legislativos estaba la convicción de que había que replantearse la relación de los Estados con los mercados, y había que hacerlo desde su esencia.
En numerosos lugares, pensadores, políticos y movimientos sociales piden que el gobierno intervenga en los procesos capitalistas de inversión, fabricación y trabajo. Algunos abogan por poner todo el sistema al servicio del interés público. La creencia central del New Deal de Roosevelt ha vuelto a despertar, incluso en la mente de Biden.
Esto es evidente dentro de la administración de Biden con la presencia de un grupo significativo de progresistas, incluso izquierdistas, a los que se les han asignado importantes secretarías o funciones. También es evidente en el discurso de 2023 del consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, en el que señala el camino hacia un nuevo consenso de Washington, radicalmente diferente al viejo consenso de Washington y de Henry Kissinger.
Por último, es evidente en la decisión de numerosas fundaciones progresistas de dedicar cientos de millones de dólares a apoyar a pensadores, universidades y think tanks en los que se están desarrollando ideas para una economía postneoliberal. Estas ideas cubren un amplio frente: política industrial, política de energía verde, asistencia social, atención a la infancia, justicia racial e iniciativas antimonopolio destinadas a disolver las enormes empresas de redes sociales o a someterlas a una estricta regulación.
Todos esos institutos y fundaciones tienen el mismo modelo en mente: el trabajo realizado por los think tanks neoliberales y las fundaciones creadas en la década de 1970 que impulsaron el ascenso del orden neoliberal -el Cato Institute, la Heritage Foundation, el Manhattan Institute, la Bradley Foundation-. Es un trabajo necesario y hasta esencial. Los pensadores neoliberales vivieron 30 años en el “desierto ideológico” antes de empezar a tener tracción política. Nunca perdieron la esperanza ni la convicción. Se habían preparado para un largo camino.
Pero las ideas nunca se bastan a sí mismas. Hay que ver cómo abordan cuestiones materiales y económicas que otros conjuntos de ideas no podrían abordar satisfactoriamente. Las ideas de los grupos de los think tanks neoliberales de la década de 1970 eran importantes porque se percibía que abordaban cuestiones de estanflación, recesión y lento crecimiento que el keynesianismo no había abordado. Las ideas de los nuevos think tanks progresistas deben ser vistas como capaces de abordar los problemas del mundo real de una forma que el neoliberalismo no consiguió.
La oportunidad de hacerlo se presenta no sólo por la constatación de lo insatisfactorio que ha sido el conjunto de herramientas neoliberales estos últimos 30 años. La oportunidad se presenta también por dos factores que podemos considerar exógenos a la economía mundial, pero que ahora se han convertido en endógenos a ella: la pandemia y la guerra entre Rusia y Ucrania.
El COVID desató en el mundo amenazas de muerte tan masivas que las poblaciones de todo el mundo estaban dispuestas a conceder a sus Estados un poder extraordinario, incluido el poder de cerrar economías enteras o secciones enteras de la economía; cerrar escuelas; detener los viajes; confinar a la gente en sus casas y barrios. Este momento estaba cargado de posibilidades. Mis observaciones sobre estas cuestiones van acompañadas de una advertencia: aún no sabemos hasta qué punto la experimentación estatal durante la crisis del COVID demostrará haber sido un estado de excepción temporal.
La guerra entre Rusia y Ucrania, sin embargo, será más duradera en la reestructuración de la relación de los Estados y los mercados. Un principio clave de la era neoliberal era obtener materias primas y productos manufacturados lo más baratos posible allí donde los costos de extracción y fabricación fueran más bajos. Las fricciones entre naciones no se percibían como capaces de amenazar el comercio mundial o la facilidad de paso de los materiales a través de las fronteras nacionales y las vías navegables compartidas. De esta manera, un rasgo característico de la era global neoliberal era que las cadenas de suministro se extendían sin fin por todo el mundo.
El COVID fue la primera muestra de la vulnerabilidad de las cadenas de suministro; la invasión rusa de Ucrania fue la segunda, lo que obligó a Europa a despertar debido a su enorme dependencia del petróleo y del gas de un país que ahora se había vuelto una amenaza existencial para la Unión Europea. Mientras tanto, Rusia embargaba el grano ucraniano, una fuente vital de alimentos para numerosos países del sur global.
En medio de esta crisis, los gobiernos empezaron a hacerse esta pregunta: ¿de qué materias primas, de qué productos manufacturados no puede prescindir nuestra sociedad? La respuesta inmediata fue: cereales, petróleo, chips informáticos, minerales raros como los esenciales para la fabricación de coches eléctricos y equipos de protección para los trabajadores de los hospitales.
Entonces los gobiernos se plantearon una segunda pregunta: ¿cómo garantizar la disponibilidad de estos bienes? Bajo el neoliberalismo, el precio era lo primordial. En ese caso, era fácil decir: dejemos que el mercado decida. Cuando la disponibilidad es lo primordial, entonces ya no se puede decir que hay que dejar que los mercados decidan. Al contrario, le corresponde a los Estados intervenir en los mercados.
El escenario de pesadilla para varias naciones no fue sólo la amenaza de Rusia a Ucrania, sino la amenaza de China a su propia Ucrania, que nosotros conocemos como Taiwán. Taiwán produce una enorme parte de los chips informáticos mundiales. Si se detuviera el flujo de esos chips, buena parte de la economía mundial se paralizaría.
Ante el temor generado por tales escenarios, los gobiernos de muchas naciones empezaron a pensar en intervenir en la economía para asegurar el flujo de materiales y bienes esenciales. En otras palabras, infundió en una nueva necesidad urgente de repensar la relación de los Estados con los mercados. Para los progresistas de Estados Unidos, ese proyecto presenta tanto una oportunidad como un peligro. La oportunidad reside en ampliar la base de apoyo político para lograr un Estado intervencionista fuerte que vaya más allá de las filas de los progresistas, más allá de las filas del Partido Demócrata. El peligro reside en la posibilidad de que la política industrial quede en manos de las empresas y los militares, lo que conduciría a una política que se alejaría claramente no sólo del pasado neoliberal, sino también del futuro socialdemócrata. De hecho, en Estados Unidos, la recuperación masiva en la producción de chips sucede por razones de seguridad nacional y ganancias.
Hay otros peligros en el momento actual. En primer lugar, los demócratas aún tienen que demostrar que pueden ganar algo más que mayorías mínimas en el Congreso. Es difícil impulsar una política transformadora bajo estas circunstancias. Y la cascada de elecciones en Estados Unidos da a cualquier partido muy poco tiempo para poner en práctica sus ideas antes de que comience el siguiente ciclo electoral. El segundo peligro es que, en Estados Unidos, la vanguardia de la política industrial de la administración de Biden se enfrenta a un Estado vaciado por años de desgobierno republicano o a un Estado abrumado por los grupos de presión que defienden intereses especiales.
Felicia Wong
El Instituto Roosevelt ha estado a la vanguardia en muchos de los cambios que ahora forman parte de la economía global postneoliberal, como el fortalecimiento de la mano de obra, la política fiscal y unos impuestos mucho más altos.
Hoy, me gustaría discutir los principales cambios en la visión del Estado que hemos visto al contrastar estas ideas con el uso real de la capacidad del Estado tal y como lo vemos hoy en Estados Unidos. En este caso, debemos discutir la tensión obvia relacionada con el hecho de que estamos intentando promover una política postneoliberal a través de lo que es esencialmente un aparato estatal neoliberal.
Me gustaría empezar con una cita introductoria de Jake Sullivan, el asesor de seguridad nacional del presidente de Estados Unidos, Joe Biden: » Estados Unidos, bajo la presidencia de Biden, persigue una estrategia industrial y de innovación moderna, tanto en casa como con nuestros socios de todo el mundo. Se trata de una estrategia en la que el Estado invierte en las fuentes de nuestra propia fortaleza económica y tecnológica. Promovemos cadenas de suministro globales diversificadas y resilientes. Establecemos altos estándares en todos los ámbitos, desde la mano de obra y el medio ambiente hasta la tecnología confiable y la buena gobernanza. Y el Estado también dedica capital para invertir en bienes públicos como el clima y la salud».
Aunque esto pueda parecer algo de sentido común, que el Consejero de Seguridad Nacional pronuncie un discurso así supone un cambio radical. El gobierno estadounidense está ahora dispuesto a utilizar herramientas estatales que antes habían sido impensables en los anteriores modelos de Reagan, Clinton y Obama. Herramientas como el antimonopolio, la regulación de los actores monopolísticos y una política fiscal diseñada para apoyar el mercado laboral.
La política del mercado laboral de la administración de Biden ha sido agresiva; el desempleo federal y otros fondos de estímulo son una de las principales razones por las que los puestos de trabajo estadounidenses regresaron tan rápidamente después de la pandemia de COVID. De hecho, actualmente tenemos una tasa de desempleo del 4%, que es notablemente baja en comparación con la Gran Recesión de hace 10 años. La Administración también está invirtiendo cientos de miles de millones de dólares, quizá más de un billón de dinero público, en la industria verde, subvencionando principalmente a toda una nueva cadena de suministro de tecnología limpia.
Todo esto habría sido impensable hace tan solo dos años.
Una de las principales razones por las que hemos visto este cambio son las ideas, ciertamente. Pero la otra es que hay excelentes personas en puestos de autoridad, no sólo funcionarios electos sino también en otros cargos políticos importantes. Durante décadas, los progresistas se disputaban esos puestos, pero no los conseguían. Hoy, las ideas progresistas están presentes en la Casa Blanca.
Ahora, la verdadera pregunta es: ¿se traducirá este cambio de pensamiento y de personal a un cambio económico significativo? Esto está menos claro. Permítanme presentar cuatro ejemplos ilustrativos, la mayoría de los cuales muestran esta tensión.
El primero es el ejemplo del antimonopolio. Lena Khan es la presidenta de la FTC (Comisión Federal de Comercio). Ha dicho que quiere regular la inteligencia artificial, que quiere prohibir los acuerdos de no enfrentamiento entre patrones y trabajadores que impiden que los trabajadores con salarios bajos puedan pasar de un empleador a uno de la competencia. Ha planteado cuestiones muy importantes. Si realmente será capaz de lograr lo que ha dicho aún es un misterio. Por ahora, todo lo que sabemos es que hay mucho dinero privado y muchos grupos de presión en su contra.
El segundo ejemplo se refiere al Estado del bienestar y la seguridad social. Se remonta al Plan de Rescate Americano de 1.9 billones de dólares que se aprobó justo después de que Biden llegara al poder. Esto vino en la “misma ola” que la Ley CARES (La ley de ayuda, asistencia y seguridad económica contra el COVID) que había sido de un tamaño similar durante la administración de Trump.
El Plan de rescate de Biden era agresivo en cuanto a la política fiscal ya que apoyaba a las familias y a los trabajadores estadounidenses. Lo más importante es que incluía un crédito fiscal infantil ampliado que redujo la pobreza infantil a la mitad en Estados Unidos. De esta manera demostramos que en Estados Unidos sabemos cómo reducir la pobreza. ¡Dar dinero a la gente funciona! Sin embargo, tras una dura batalla política, el Crédito fiscal infantil ampliado ya expiró.
El tercer ejemplo es el clima. La Ley de reducción de la inflación es una legislación sorprendente. Las primeras estimaciones eran que 400 mil millones de dólares de dinero público en forma de créditos fiscales irían a parar a las industrias ecológicas. Hoy, las estimaciones se acercan más a 1.2 billones de dólares porque muchos de estos créditos fiscales eran ilimitados. Se trata de un cambio significativo, del palo a la zanahoria, porque pasamos de poner precio al carbono a un modelo de subvenciones e incentivos gubernamentales que recompensan a las personas y empresas que invierten en la descarbonización.
Dicho esto, lo que me preocupa es que la mayoría de los beneficiarios del dinero de la descarbonización acaben siendo empresas muy concentradas gobernadas por y para gestores de activos, porque las grandes y poderosas empresas saben cómo aprovecharse de créditos fiscales muy complejos. Tienen los recursos para hacerlo. Existe un enorme riesgo de que no veamos una nueva economía verde cuyos activos sean de propiedad pública o estén diseñados para el beneficio público.
El cuarto ejemplo se refiere a la financiarización y al poder de los grandes bancos. Hace 15 años aprendimos que la financiarización es extremadamente mala. Y sin embargo, en las recientes crisis bancarias en las que vimos la quiebra de Silicon Valley Bank, Signature Bank y First Republic, los grandes bancos fueron una vez más los salvadores del sistema. Si Estados Unidos alcanza el techo de la deuda sin llegar a un acuerdo legislativo, y si el Departamento del Tesoro necesita seguir pagando las facturas estadounidenses mediante la emisión de bonos especiales, bancos como JP Morgan Chase, Wells Fargo, Bank of America y Citigroup, volverán a ser los salvadores del sistema. Porque sólo ellos podrán comprar esos bonos a gran escala.
Así que esta es la encrucijada. Sí, estamos ante un momento crucial con respecto al papel del Estado en la economía estadounidense. Las ideas han cambiado tanto en la izquierda como en la derecha. No quedan neoliberales realmente creíbles que puedan decir que sus políticas funcionan realmente para crear prosperidad compartida. Pero el neoliberalismo sigue existiendo políticamente. Y estamos intentando trabajar con un sistema que no está estructurado para el tipo de ideas que hemos aportado.
Thomas Piketty
Ciertamente hemos empezado a salir de la era de la euforia neoliberal. Sin embargo, esto no significa que hayamos abandonado el neoliberalismo. De hecho, creo que estamos en una especie de estancamiento neoliberal. El indicador de la concentración de la riqueza lo confirma, ya que no ha empezado a disminuir. De hecho, desde la década de 1970, en términos de qué proporción de la riqueza nacional va al 1% más rico, el indicador ha aumentado hasta el nivel de la década de 1920. Aunque ciertamente no quiero resumir todo con esto, sigue siendo un indicador importante porque no se trata sólo de dinero, sino más que nada de concentración de poder.
En cuanto a los principales multimillonarios, hace 10 años, en el momento de la crisis financiera de 2008, poseían entre 30 mil y 40 mil millones de dólares. Por aquél entonces, parecían extremadamente ricos. Sin embargo, desde el punto de vista actual, parecen bastante pobres. Elon Musk en Estados Unidos y Bernard Arnault en Europa tienen más de 200 mil millones de dólares. Esto supone una gran diferencia. Cuando uno posee 200 mil millones de dólares, puede comprar algo por valor de 40 mil millones muy fácilmente, casi sin darse cuenta.
Dada esta altísima meseta neoliberal, debemos mantenernos fríos en nuestro análisis. Existen múltiples posibilidades. Podríamos estar entrando en una especie de neonacionalismo o en una especie de nuevo New Deal o un orden socialdemócrata. Sin embargo, por desgracia, creo que aún estamos bastante lejos de este último. Queda mucho trabajo por hacer en términos de movilización política, organización y plataforma intelectual. ¡Sí, los intelectuales también tienen un papel que desempeñar!
Es un hecho que la labor de la administración de Biden en materia de política industrial es importante. Sin embargo, me gustaría señalar dos problemas.
Ciertamente y para empezar es demasiado pronto para hablar de cantidades de dinero. Actualmente, hay mucha comunicación creativa respecto a las cantidades. Cada tantos meses se ofrecen unos cuantos cientos de millones y miles de millones de dólares para esto. Funciona muy bien en la comunicación. Sin embargo, en cuanto se profundiza un poco, uno se da cuenta de que las cifras no son tan grandes después de todo. Por ejemplo, según la Ley de reducción de la inflación, Estados Unidos gasta 400 mil millones de dólares en eso. Este 2% del PIB estadounidense se gasta en un periodo de cinco o diez años. Eso es extremadamente poco. De hecho, no es nada si se compara con los gastos realizados durante el New Deal.
En segundo lugar, y creo que este punto es aún peor, lo que está ocurriendo ahora mismo podría ser simplemente la continuación de la competencia fiscal, de una forma más extrema. Desde la crisis financiera de 2008, la competencia fiscal se ha hecho aún mayor. Durante mucho tiempo, el tipo del impuesto de sociedades estadounidense se mantuvo en el 35% a nivel federal y en el 45% a nivel estatal. Mientras que en Europa los países llevaban mucho tiempo reduciendo su tasa impositiva hacia el 0%, cuando Trump llegó al poder redujo la tasa del impuesto de sociedades estadounidense al 15%. Este fue un acontecimiento histórico importante porque significa que Estados Unidos seguía a Europa en la carrera a la baja por la competencia en el impuesto de sociedades.
Esta forma de competencia fiscal para atraer inversionistas aún no ha terminado. La tasa del impuesto de sociedades va hacia cero, independientemente de la recomendación de la OCDE de tener una tasa impositiva mínima del 15%. Además de eso, incluso una vez alcanzado el cero, eso no marca el final de la competencia fiscal. De hecho, es en ese momento cuando entran en juego las subvenciones, como la imposición negativa. Biden está creando muchas subvenciones a la acumulación de capital privado.
Una segunda razón general para tener cuidado es que, si realmente queremos salir del orden neoliberal y reducir la desigualdad en Estados Unidos y en todo el mundo, hay que implementar un enorme regreso de la fiscalidad progresiva. Sanders y Warren abogaron por este cambio durante las elecciones de 2016 y 2020. Pedían el regreso de la tasa máxima del impuesto sobre la renta y la tasa de herencia del 75%, como las implementadas bajo Roosevelt ya que, en promedio, entre 1930 y 1980 la tasa máxima del impuesto sobre la renta en Estados Unidos fue del 81% a nivel federal. En aquel entonces, esa acción no destruyó el capitalismo estadounidense. Más bien al contrario, fue el periodo de máxima prosperidad estadounidense.
¿Cómo se explica esto? Sencillamente porque prosperidad significa invertir mucho más en educación, capital humano e infraestructuras. En aquella época, Estados Unidos estaba muy avanzado en comparación con el resto del mundo. En los años 50, en particular, se produjo un enorme avance educativo: el 85% de los jóvenes iba al bachillerato en Estados Unidos, mientras que en Francia, Alemania Occidental y Japón era el 25%. Estos últimos se pusieron al día en las décadas de 1980 y 1990. Este avance educativo fue acompañado de un aumento de la productividad.
Además, Sanders y Warren también defienden una tasa impositiva anual sobre el “stock of wealth” de hasta el 7% anual. Esto es algo completamente nuevo. Que propongan esto es sin duda una señal de cambio. En 2014, durante una discusión pública entre Warren y yo, mientras yo abogaba por una tasa impositiva máxima del 5% al 10% anual, ella respondió que era imposible. En 2020, hubo una especie de competencia entre Sanders y Warren para ir en esa dirección.
Puede que estemos en el nacimiento de algo, pero todavía no hemos llegado a eso. Para llegar allí, será necesaria una enorme batalla constitucional sobre la fiscalidad progresiva, en particular de la riqueza. Y debe ir acompañada de un enorme apoyo popular para poder ganarle a las fuerzas del dinero privado que se está invirtiendo en la política, los think tanks y las universidades.
Pero permítanme subrayar de nuevo por qué es tan importante el retorno de la fiscalidad progresiva.
En primer lugar, la financiación es necesaria para hacer inversiones reales. Hay mucho dinero que se puede obtener de ahí. Tenemos que empezar por tomar los recursos fiscales de los de arriba, antes de pedir financiación a la clase media.
A continuación, la fiscalidad progresiva es la única forma de reducir drásticamente la desigualdad en el extremo superior. Cuando se tienen tasas impositivas muy altas en el extremo superior, la evidencia histórica muestra que el principal efecto se produce en la desigualdad antes de impuestos: cuando hay una tasa impositiva máxima del 90%, las empresas ya no pagan otros 10 millones de dólares a sus directivos. Pagar sueldos inmensos ya no vale la pena porque la ventaja que el accionista puede sacar de ello es mínima comparada con el inmenso costo que tendría que pagar la empresa: el 90% iría directamente al fisco. Al menos, esto es lo que ocurrió en las décadas de 1930, 1940 y 1950.
Una fiscalidad progresiva también es importante cuando queremos una política de regulación eficaz. Cuando a las personas consideradas mejor calificadas se les paga 100 veces el salario medio, es imposible competir con eso en una agencia reguladora pública local. Por eso hay que aplicar una enorme compresión salarial, sobre todo en la cúpula. El problema en Estados Unidos es que esas personas se han acostumbrado a su elevado salario. Perciben este increíble nivel de desigualdad como algo normal.
Felicia Wong
Sólo haré dos breves comentarios.
En primer lugar, el impuesto a la riqueza nunca formó parte del programa del candidato Biden, al contrario de Elizabeth y Sanders. Cuando Biden llegó al cargo, se centró sobre todo en la expansión de la política fiscal, especialmente a la luz del inicio de la recuperación postpandemia. Luego empezó a trabajar en el clima y el empleo con la Ley de reducción de la inflación. La financiación de esta última habría sido mucho más generosa si hubiéramos podido financiarla con impuestos progresivos. Sin embargo, la lucha sobre la fiscalización y los impuestos en Estados Unidos tiene 400 años y es muy complicada… No obstante, estoy de acuerdo contigo, Thomas, en que la parte inacabada más importante de esta agenda, y esencialmente el eje, es la fiscalización y los impuestos.
En segundo lugar, pedías una fuerte movilización, pero por desgracia Estados Unidos tiene poco poder en cuanto a compromiso cívico y movilización democrática se refiere. El movimiento obrero podría ser una excepción en este caso, aunque también el movimiento obrero se ha debilitado. En cualquier caso, una cosa es segura: para controlar el poder corporativo e ir más allá del manejo del dinero, la gente debe salir a la calle para lograrlo.
Gary Gerstle
En mi libro trato el New Deal como algo que surge de manera natural de la Gran Depresión, pero eso no es del todo exacto. El New Deal se basó en una información cuya elaboración comenzó con la población que había en la década de 1890 y continuó hasta su implementación y que dio frutos en la década de 1930. Esta es una perspectiva temporal importante. Señala que la implantación de un nuevo orden político progresista lleva su tiempo. Los logros del New Deal fueron el producto de 30 o 40 años de lucha.
Ahora bien, ¿en qué punto nos encontramos con respecto al neoliberalismo? En otras palabras, ¿cuándo comenzó nuestro proceso? Si comenzó en 2010, es posible que hasta 2040 no veamos un éxito propio.
Mi segunda reflexión es sobre la movilización social. Los tres pensamos que la movilización de las masas es fundamental para estos éxitos, lo ha sido en el pasado y lo será en el futuro. El movimiento obrero fue esencial en esa lucha previa. Aunque actualmente se está produciendo un despertar obrero en Estados Unidos, no sabemos si el movimiento obrero podrá desempeñar en el futuro el papel de movilización popular que desempeñó en el pasado. Si no puede, ¿qué lo sustituirá?
El otro elemento crucial es la movilización electoral. ¿Se puede tener una mayoría más pequeña que la que tiene Joe Biden en el Congreso? ¿Qué se puede hacer con una mayoría tan pequeña? Creo que Biden lo ha hecho bastante bien con una mayoría inexistente, que es lo que tiene. Si uno piensa en Roosevelt, cuando se aprobó la poderosa legislación a la que nos referimos más arriba, él tenía mayorías de aproximadamente el 70% en ambas cámaras del Congreso.
Para que el Partido Demócrata tenga éxito, él tiene que averiguar cómo producir, si no mayorías de ese tamaño, algo distinto a la actual polarización entre partidos que paraliza la política estadounidense, donde cada partido gana por el margen más estrecho posible. Si este inmovilismo de la política estadounidense persiste durante los próximos 15 años, probablemente no avanzaremos mucho más allá de lo que estamos haciéndolo actualmente. No obstante, cabe señalar que las elecciones de 2020 fueron un momento extraordinario de movilización democrática en Estados Unidos y que la derrota de Trump fue un logro extraordinario. Nos da esperanzas de que se puedan encontrar estrategias de movilización política.
Notas al pie
- Esta entrevista es la transcripción de una mesa redonda organizada en el Institut d’études avancées de París, en el marco de la conferencia «L’État développementaliste américain : Les origines du capitalisme américain dans une perspective comparative», con la participación de Gary Gerstle, Felicia Wong, Thomas Piketty y Noam Maggor, Queen Mary University of London, e investigador residente 2022-2023 en el IEA de París.