La guerra extendida vista desde Washington
Una rebelión contra el orden mundial. ¿Terminó la pax americana el 24 de febrero de 2022? Tras la conmoción de Ucrania, Fiona Hill pide a la diplomacia estadounidense que se inspire en algunos de sus socios europeos y maniobre como un kayak inuit en un mundo agitado -en lugar de avanzar como un superpetrolero-.
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- El Grand Continent •
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Entre 2017 y 2019, Fiona Hill fue miembro del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, donde tuvo la responsabilidad específica de Europa y Rusia. Desde la década de 1990, se consolidó como una de las principales expertas en el mundo postsoviético. Tras un intercambio en la Unión Soviética en 1987, cuando aún era estudiante en la Universidad de Saint Andrews (Escocia), pasó a especializarse en historia rusa y dedicó su tesis a las representaciones que las élites postsoviéticas tenían de la Rusia prerrevolucionaria. A lo largo de su carrera, se ha movido entre la investigación académica, los think tanks y el servicio público, y trabajó para las administraciones de Bush y Obama. En los últimos años, ha sido una de las voces más pesimistas sobre la evolución de Rusia, y llegó a afirmar, pocos días después de la invasión de Ucrania, que la Tercera Guerra Mundial ya había comenzado, y que era hora de despertar.
El 13 de mayo de 2023, Fiona Hill pronunció una conferencia en el marco de las Conferencias Lennart Mari (que llevan el nombre del presidente estonio entre 1992 y 2001), organizadas por el Centro Internacional para la Defensa y la Seguridad (ICDS), un think tank creado en Estonia en 2006 para promover el pensamiento estratégico en materia de seguridad y defensa en la región. Su esperado discurso se centró en las tensiones surgidas entre Occidente y el resto del mundo a raíz de la invasión de Ucrania (“the West and the rest”, para retomar una expresión conocida). Se dice que la agresión de Vladimir Putin ha provocado el resurgimiento definitivo de un bando no alineado. Situados en su mayoría en el Sur global, estos países quieren mantenerse al margen de la guerra que ha estallado en Europa. Más en general, decididos a conservar su autonomía, no quieren verse envueltos en la confrontación que se está gestando entre Estados Unidos y Rusia. De hecho, Fiona Hill va más allá y describe las reacciones a la guerra de Ucrania como «una rebelión de intermediarios contra la hegemonía de Estados Unidos» (“a proxy rebellion against the U.S.”). Uno de los aspectos decisivos de la disputa entre Estados Unidos y, en menor medida, sus aliados europeos -lo que ella llama también la «comunidad transatlántica»- y el resto del mundo es también la impresión de que Occidente, que se moviliza muy rápidamente en favor de Ucrania (al menos en 2022), es incapaz de acudir en ayuda de los países del Sur. También llama la atención que la «Cumbre para un nuevo acuerdo financiero mundial», que se presentó como un momento clave durante la última cumbre del G7 en Hiroshima, haya sido ampliamente abandonada por las potencias occidentales: de los miembros del G7, sólo Francia, que acoge la cumbre, y Alemania han anunciado hasta ahora su participación.
En su conferencia, Fiona Hill sienta las bases de la diplomacia del kayak, metáfora que despliega a lo largo de todo el texto. En pocas palabras, sugiere a los estadounidenses que cambien de perspectiva y transformen su doctrina estratégica y diplomática. Se trata de una lectura esencial en un momento en que Estados Unidos parece atrapado en un callejón sin salida geopolítico, atrapado por su poder y la forma en que lo ha utilizado desde 1945.
El resto del mundo se rebela contra Estados Unidos
Más de un año después de la invasión rusa de Ucrania, la brutal guerra desatada por Vladimir Putin se ha convertido, como suelen hacer los grandes conflictos regionales, en una guerra con ramificaciones mundiales. No se trata, como afirman Putin y otros, de una guerra de intermediarios entre Estados Unidos, o el «Occidente colectivo» (Estados Unidos y sus aliados, europeos o no), y Rusia. En el escenario geopolítico actual, la guerra en la que estamos inmersos ofrece una imagen invertida: una guerra de intermediarios para una rebelión de Rusia y el «resto del mundo» contra Estados Unidos. La guerra en Ucrania es quizás el acontecimiento que hace evidente para todos la desaparición de la pax americana.
Al perseguir la guerra, Rusia ha explotado hábilmente la resistencia internacional profundamente arraigada y, en algunos casos, los desafíos abiertos a la continuidad del liderazgo estadounidense de las instituciones mundiales. Rusia no es la única que quiere marginar a Estados Unidos en Europa, ni China la única que quiere minimizar y contener la presencia militar y económica estadounidense en Asia, para poder asegurar sus respectivas esferas de influencia. Otros países tradicionalmente considerados «potencias intermedias» o «Estados pivote» (“swing states”) -el llamado «resto», para distinguirlos de Occidente- buscan reducir la influencia de Estados Unidos y ejercer una mayor influencia en los asuntos mundiales. Quieren decidir, no que les dicten sus intereses. En resumen, en 2023 estamos escuchando un no rotundo a la dominación estadounidense y viendo un fuerte apetito por un mundo sin hegemonía.
En este contexto, la próxima iteración del sistema de seguridad, político y económico mundial no estará enmarcada únicamente por Estados Unidos. La realidad ya es otra. No se trata de una cuestión de «orden», que intrínsecamente remita a una jerarquía, ni siquiera de «desorden». Toda una serie de países están empujando y jalando según sus propias prioridades para producir nuevos acuerdos. Dentro de la comunidad transatlántica, puede que tengamos que desarrollar una nueva terminología y adaptar nuestros planteamientos de política exterior para tratar con redes horizontales de estructuras que se traslapan y a veces compiten entre sí. Hemos entrado en lo que Samir Saran, presidente de la Observer Research Foundation de la India, ha denominado la era de las «sociedades de responsabilidad limitada». La regionalización de la seguridad, el comercio y las alianzas políticas complica nuestras estrategias de seguridad nacional y la planificación de políticas, pero también puede entrecruzar nuestras prioridades de forma útil si somos flexibles y creativos, en lugar de limitarnos a resistir y reaccionar cuando las cosas van en una dirección que no nos gusta. Como ha sugerido el experto británico en seguridad Neil Melvin, deberíamos adoptar la idea del «minilateralismo».
A diferencia del bilateralismo o el multilateralismo (a menudo preferidos por los europeos), el minilateralismo se refiere a la diplomacia entre pequeños grupos de Estados que persiguen objetivos comunes en el marco de organizaciones multilaterales.
Lennart Meri, a quien celebramos y conmemoramos con esta conferencia, dio muestras de flexibilidad y creatividad en un momento igualmente inquietante, al final de la Guerra Fría, como cabría esperar de un talentoso políglota, escritor y cineasta, que como político fue ministro de Asuntos Exteriores y presidente. De hecho, podríamos incluso sugerir que Lennart Meri prefiguró nuestra época actual. En los años noventa, el presidente Meri defendió la idea de que convertirse en europeo o transatlántico no significaba descartar la propia identidad estonia o ignorar el contexto regional específico. Historiador de formación, entendía este contexto al nivel más profundo. El presidente Meri trató de desarrollar múltiples perspectivas regionales y globales para Estonia. Dio prioridad a las relaciones con los vecinos inmediatos y Europa, con Estados Unidos y con Naciones Unidas. Las relaciones con Estados Unidos fueron cruciales para él, ya que Washington nunca reconoció la ocupación soviética de los Estados bálticos tras la Segunda Guerra Mundial y facilitó la libertad de Estonia después de 1991. Pero Meri también adoptó un enfoque decididamente báltico a la hora de configurar la política estonia. Nunca subordinó Estonia a una potencia mayor. El presidente Meri era muy consciente de lo que un país pequeño podía lograr y por qué. Sobre la evidente proximidad de Estonia a Rusia y su historia con ella, comentó: «Comparada con Rusia, Estonia es como un kayak inuit. Un superpetrolero tarda 16 millas náuticas en dar la vuelta, pero los inuit pueden hacer un giro de 180 grados en un abrir y cerrar de ojos».
Lennart Meri (1929-2006), que da nombre a la conferencia en la que interviene Fiona Hill, fue presidente de Estonia entre 1992 y 2001 tras haber sido su ministro de Asuntos Exteriores entre 1990 y 1992. Nacido en el seno de una familia de notables estonios, Meri se formó en el extranjero en los años treinta. Estaba en Estonia en 1940, cuando la Unión Soviética se anexionó el país. Poco después fue deportado con su familia a Siberia. Tras la guerra, fue repatriado a Estonia, donde estudió historia, asignatura que no le estaba permitido impartir. Después se dedicó al cine y la literatura; hizo películas y escribió libros de viajes. La mayoría de sus obras fueron parcialmente censuradas o prohibidas. A partir de los años setenta, obtuvo ocasionalmente el derecho a salir de la Unión Soviética y aprovechó los viajes a Finlandia para empezar a hacer oír la voz de la disidencia estonia, sobre todo en la lucha contra los proyectos de extracción de fosfatos. En 1988, se afilió al Frente Popular Estonio, una referencia directa a la movilización antifascista de los Estados bálticos en los años treinta. Dos años más tarde, tras las elecciones libres de marzo de 1990, se convirtió en ministro de Asuntos Exteriores, antes de ser elegido presidente de la República como candidato de Pro-patria, plataforma política que agrupaba a demócratacristianos, conservadores y nacionalistas. Tras un segundo mandato como presidente, se retiró y murió de cáncer cerebral unos años más tarde. Aún hoy es una figura de la independencia estonia y de la apertura a Occidente.
Si estuviera hoy aquí, creo que el presidente Meri reconocería que la guerra de Ucrania es una guerra que está cambiando el mundo o el sistema. Ha desnudado los detalles superficiales y ha puesto de relieve las grietas y fallas del orden internacional. No es un conflicto del siglo XXI. Es una guerra retrógrada, lo que esperamos que sea el espasmo terminal de las convulsiones europeas que sacudieron al resto del mundo en el siglo XX como consecuencia del dominio mercantilista y las conquistas imperiales de Europa. Putin y Moscú luchan en Ucrania por recuperar el control de antiguos territorios coloniales abandonados a finales del siglo XX.
Putin cree que Rusia no es sólo el Estado sucesor del Imperio Ruso y de la Unión Soviética, sino un Estado en continuidad con ellos. Así es como todos reconocimos a Rusia tras la disolución de la URSS en diciembre de 1991. Este hecho explica en gran medida el presente. Rusia es el último imperio continental de Europa. En el siglo XX, la Primera Guerra Mundial acabó con los imperios otomano y austrohúngaro, así como con el emperador alemán y el zar ruso. Los bolcheviques reconstituyeron Rusia en forma de Unión Soviética y retuvieron por la fuerza muchas posesiones territoriales adyacentes a Moscú. La Segunda Guerra Mundial marcó el fin del colonialismo europeo y provocó la desintegración del Imperio Británico de Ultramar, pero la Unión Soviética volvió a expandirse. La URSS reconquistó Estonia y los demás Estados bálticos, e intentó reconquistar Finlandia. Los soviéticos también ejercieron un nuevo dominio sobre Europa Oriental tras la Segunda Guerra Mundial. El afán expansionista de la URSS la llevó entonces a un enfrentamiento de casi medio siglo con Estados Unidos, antigua colonia británica. La Unión Soviética, el Imperio ruso, se derrumbó finalmente al final de ese periodo, la Guerra Fría, pero no en la mente de Vladimir Putin y sus secuaces.
Desde 1991, Estados Unidos parece haber seguido siendo la única superpotencia mundial. Pero hoy, tras un turbulento periodo de dos décadas de intervenciones militares lideradas por Estados Unidos y de implicación directa en guerras regionales, la guerra de Ucrania pone de manifiesto el declive del propio Estados Unidos. Este declive es relativo en términos económicos y militares, pero grave en términos de autoridad moral. Por desgracia, como predijo Osama bin Laden, las reacciones y acciones de Estados Unidos han erosionado su posición desde los devastadores atentados terroristas del 11 de septiembre. La «fatiga de Estados Unidos» y la desilusión con su papel hegemónico mundial están muy extendidas. Lo mismo ocurre con los propios Estados Unidos, como atestiguan los debates en el Congreso, los medios de comunicación y los grupos de reflexión. Para algunos, Estados Unidos es un actor internacional defectuoso que debe resolver sus propios problemas internos. Para otros, Estados Unidos es una nueva forma de Estado imperial que ignora las preocupaciones de los demás y hace valer su peso militar.
A corto plazo, esta situación es especialmente perjudicial para Ucrania. En general, la guerra de Ucrania se considera uno más de los dramáticos acontecimientos ocurridos desde 2001 por instigación de Estados Unidos. La mano dura de la «guerra contra el terror» ha alienado a gran parte del mundo musulmán. La invasión estadounidense de Irak en 2003, tras la de Afganistán, revivió los horrores de las intervenciones estadounidenses durante la Guerra Fría en Corea y Vietnam. La inacción estadounidense en conflictos como el de Yemen y sus intervenciones selectivas en Libia y Siria han subrayado la incoherencia de la política exterior estadounidense. La crisis financiera de 2008-2010 y la Gran Recesión, seguidas de la agitación interna estadounidense y la elección de Donald Trump en 2016, debilitaron el poder del ejemplo democrático estadounidense. El desprecio de Trump por los acuerdos internacionales y su burda mala gestión de la pandemia mundial, así como, más recientemente, la torpe retirada de Afganistán de la administración de Biden, han puesto aún más en duda la capacidad de Estados Unidos para desempeñar un papel de liderazgo mundial.
Esto no quiere decir que la invasión rusa de Ucrania se vea con buenos ojos. Los principios fundamentales del derecho internacional son siempre un orden o principio universal, especialmente para los Estados pequeños. Los países del mundo han reconocido y condenado ampliamente los hechos de la agresión rusa, en particular mediante múltiples votaciones en la Asamblea General de las Naciones Unidas. La Corte Internacional de Justicia, la Corte Penal Internacional y otras sentencias internacionales han subrayado el liderazgo moral y jurídico de Ucrania en esta guerra. La conducta brutal y las atrocidades de Moscú, así como sus errores y fracasos militares, han debilitado la posición de Rusia. Pero la forma en que la mayoría de los Estados y analistas ven a Estados Unidos es su prisma para evaluar las acciones de Rusia.
A Ucrania se la juzga esencialmente culpable por asociación por haberse beneficiado del apoyo directo de Estados Unidos en sus esfuerzos por defenderse y liberar su territorio. De hecho, en ciertos foros internacionales, pero también en Estados Unidos, los debates sobre Ucrania degeneran rápidamente en polémicas sobre el comportamiento pasado de Estados Unidos. Las acciones de Rusia se discuten superficialmente. «Sí, Rusia ha anulado el principio fundamental posterior a 1945 de la prohibición de la guerra y del uso de la fuerza, consagrado en el artículo 2 de la Carta de las Naciones Unidas… Pero Estados Unidos ya socavó este principio cuando invadió Irak hace 20 años».
Este tipo de argumento no es sólo una característica de la retórica rusa. La invasión estadounidense de Irak socavó universalmente la credibilidad de Estados Unidos y sigue haciéndolo. Para muchos críticos estadounidenses, Irak es el último de una serie de pecados estadounidenses que se remontan a Vietnam y el precursor de los acontecimientos actuales. Aunque un pequeño puñado de Estados se haya puesto del lado de Rusia en sucesivas resoluciones de la Asamblea General de la ONU, las significativas abstenciones, sobre todo de China e India, demuestran el descontento con Estados Unidos. Como resultado, la doble tarea vital de restaurar la prohibición de la guerra y del uso de la fuerza como piedra angular de las Naciones Unidas y del sistema internacional, y de defender la soberanía y la integridad territorial de Ucrania, se está perdiendo en el marasmo del escepticismo y la desconfianza hacia Estados Unidos.
En lo que se conoce como el «Sur Global» y lo que yo llamo vagamente el «resto del mundo», Estados Unidos no es percibido como un Estado virtuoso. La percepción de la arrogancia y la hipocresía estadounidenses está muy extendida. La confianza en el sistema internacional que Estados Unidos ayudó a inventar y ha presidido desde la Segunda Guerra Mundial hace tiempo que desapareció. Las élites y las poblaciones de muchos de esos países sienten que el sistema les fue impuesto en un momento de debilidad, cuando acababan de asegurar su independencia. Aunque las élites y las poblaciones se hayan beneficiado en general de la pax americana, consideran que Estados Unidos y el bloque de países que forman el Occidente colectivo se han beneficiado mucho más. Para ellos, esta guerra consiste en proteger las ventajas y la hegemonía occidentales, no en defender Ucrania.
El Occidente colectivo es la expresión que utiliza Vladimir Putin para referirse a lo que él describe como la connivencia de Estados Unidos y Europa para acabar con la nación rusa y sus tradiciones. Invocado regularmente en sus discursos y en los de sus aliados, el Occidente colectivo ha adquirido el valor de antirruso, cargado de todos los valores que señalan a Occidente como un espacio decadente y amenazador cuya ambición es destruir moral y geográficamente a Rusia.
Las falsas narrativas de Rusia sobre su invasión de Ucrania y sobre Estados Unidos resuenan y se arraigan en todo el mundo porque caen en terreno fértil. La desinformación rusa se parece más a la información: se ajusta a los «hechos» tal y como los perciben los demás. Las élites no occidentales comparten la creencia de algunos analistas occidentales de que Rusia ha sido provocada o empujada a la guerra por Estados Unidos y la expansión de la OTAN. Les molesta el poder del dólar estadounidense y el uso frecuente de sanciones financieras por parte de Washington. No han sido consultados por Estados Unidos sobre esta serie de sanciones contra Rusia; consideran que las sanciones occidentales están limitando sus suministros de energía y alimentos y haciendo subir los precios; culpan del bloqueo ruso del Mar Negro y de la interrupción deliberada de las exportaciones mundiales de cereales a Estados Unidos, y no al verdadero responsable, Vladimir Putin; señalan que nadie insistió en sancionar a Estados Unidos cuando invadió Afganistán y luego Irak, a pesar de que estas élites se oponían a la intervención estadounidense, así que ¿por qué deberían hacerlo ahora con Rusia?
La resistencia de los países del Sur a los llamados a la solidaridad de Estados Unidos y Europa sobre Ucrania es una rebelión abierta. Es un motín contra lo que consideran el Occidente colectivo, que domina el discurso internacional y culpa a todos los demás de sus problemas, mientras desestima sus prioridades en materia de compensación del cambio climático, desarrollo económico y alivio de la deuda. Los países del Sur se sienten constantemente marginados en los asuntos mundiales. De hecho, ¿por qué nos referimos a ellos (como hago yo en este discurso) como el «Sur Global», cuando antes los llamábamos el Tercer Mundo o el mundo en desarrollo? ¿Por qué son incluso el «resto del mundo»? Son el mundo, representan a 6 500 millones de personas. Nuestra terminología sigue siendo bastante colonialista.
Esta actitud del «Sur Global» puede ilustrarse con la política internacional del presidente Lula. En relación con la invasión rusa de Ucrania, su línea diplomática está muy alejada de la del «Occidente global». El presidente brasileño ha afirmado que la responsabilidad es compartida por ambas partes en el conflicto y ha sostenido que Estados Unidos está desempeñando un papel nocivo en la prolongación del conflicto. También se muestra muy crítico con el peso del dólar en las relaciones económicas y financieras internacionales, y espera que el «Sur Global» desarrolle sus propios instrumentos para romper con esa dependencia: una moneda común sudamericana e instituciones financieras alternativas al FMI y al Banco Mundial, como el nuevo banco de desarrollo de los BRICS.
El movimiento de los no alineados de la época de la Guerra Fría ha resurgido, si es que alguna vez desapareció. Hoy es menos un movimiento cohesionado que un deseo de distanciamiento, de mantenerse al margen del lío europeo sobre Ucrania. Pero también es una reacción negativa muy clara a la propensión estadounidense a definir el orden mundial y obligar a los países a tomar partido. Un interlocutor indio exclamó recientemente sobre Ucrania: «¡Es su conflicto! Nosotros tenemos otras cuestiones urgentes, nuestros propios problemas… En nuestra propia tierra, tenemos nuestras propias direcciones que tomar… ¿Dónde están cuando las cosas van mal para nosotros?».
La mayoría de los países, incluidos muchos de Europa, rechazan la actual concepción estadounidense de una nueva «competencia de grandes potencias», un estira y afloja geopolítico entre Estados Unidos y China. Los Estados y las élites despotrican contra la idea estadounidense de que «o se está con nosotros o contra nosotros», o de que se está «en el lado correcto o equivocado de la historia» en una lucha épica entre democracias y autocracias. Pocas personas fuera de Europa aceptan esta definición de la guerra de Ucrania o de las cuestiones geopolíticas. No quieren que se les asigne a nuevos bloques impuestos artificialmente; ninguno quiere verse atrapado en un choque titánico entre Estados Unidos y China. A diferencia de Estados Unidos, y de otros países como Japón, Corea del Sur e India, la mayoría de los países no ven a China como una amenaza militar o de seguridad directa. Pueden tener serias dudas sobre el brutal comportamiento económico y político de China y sus flagrantes violaciones de los derechos humanos, pero siguen reconociendo el valor de China como socio comercial y de inversión para su futuro desarrollo. Estados Unidos y la Unión Europea no ofrecen suficientes alternativas para que los países se aparten de China, ni siquiera en el ámbito de la seguridad, e incluso dentro de Europa varía el sentido de la importancia de lo que está en juego para cada país en el sistema internacional más amplio y en las relaciones con China.
Fuera de Europa, el interés por los nuevos órdenes regionales es más pronunciado. En este contexto, los BRICS -que ofrecen a sus miembros una alternativa al G7 y al G20- resultan ahora atractivos para otros. Al parecer, diecinueve países, entre ellos Arabia Saudita e Irán, han manifestado su interés por unirse a la organización antes de su reciente cumbre de abril de 2023. Los países consideran que los BRICS (y entidades similares como la Organización de Cooperación de Shanghái u OCS) ofrecen acuerdos diplomáticos flexibles y posibles nuevas alianzas estratégicas, así como diferentes oportunidades comerciales más allá de Estados Unidos y Europa. Sin embargo, los miembros y candidatos de los BRICS tienen intereses muy dispares. Debemos tener eso en cuenta al tratar de encontrar una solución a la guerra en Ucrania y al considerar los tipos de estructuras y redes con los que tendremos que tratar en el futuro.
Voy a examinar algunos de los factores más relevantes a la hora de pensar en Ucrania en el contexto de los BRICS.
Putin y Rusia esperan que la guerra haya sacudido la vieja ecuación global posterior a 1945. Moscú pretende salir de la guerra centrándose en ampliar su papel e influencia en organizaciones multilaterales como los BRICS, de las que Estados Unidos y el Occidente colectivo están excluidos. Pero cabe señalar que, dentro del grupo de los BRICS, precisamente a causa de la guerra, Rusia es vista como cada vez más dependiente de China y como un actor global cada vez menos autónomo.
China domina claramente los BRICS y desea utilizar la organización para consolidar sus posiciones regionales y mundiales. Pekín ve a Estados Unidos como el enemigo de sus ambiciones y a Moscú como un importante contrapeso a Washington. China no apoya la agresión de Rusia contra Ucrania, pero el marco de seguridad estadounidense -incluidas las frecuentes invocaciones a Taiwán y la frase «China vigila Ucrania» en el Congreso de Estados Unidos- hace temer a Pekín que Washington vea la guerra de Ucrania como una prueba para un enfrentamiento con China.
Brasil ve a China como un contrapeso a Estados Unidos. Como dijo recientemente un interlocutor brasileño a un grupo de nosotros durante un debate en un think tank: «Brasil está condenado a existir en un continente dominado por Estados Unidos». Al igual que en China, la encendida retórica estadounidense sobre la guerra en Ucrania ha moldeado la percepción del conflicto en Brasil. Algunas élites y funcionarios brasileños ven la guerra de Ucrania como «la primera guerra de intermediarios del siglo XXI entre Estados Unidos y China». Para ellos, Rusia ya está subordinada a China y debilitada como actor más allá de su vecindad.
India quiere desempeñar un papel más importante en el océano Índico pero, a diferencia de Brasil, ve en China una amenaza real para su seguridad, sobre todo en el Himalaya, donde ambos países se han enfrentado por el territorio. Para Nueva Delhi, Washington es una fuente inconstante de apoyo, mientras que Moscú es un importante proveedor de armas y municiones. India teme la dependencia rusa de China. De todos los Estados miembros de los BRICS, India es quien está en una situación política más difícil. Quiere vigilar a China y Rusia dentro de los BRICS, al tiempo que mantiene sus relaciones con Estados Unidos.
Sudáfrica, por su parte, quiere desarrollar sus relaciones con China y Rusia dentro de los BRICS. Para Sudáfrica, China es una fuente de inversiones y de ayuda al desarrollo, mientras que Rusia es la continuación de la URSS, que desempeñó un papel decisivo ayudando al Congreso Nacional Africano en su lucha contra el apartheid durante la Guerra Fría. En este contexto, el CNA ve a Estados Unidos como la nueva potencia imperial y rechaza lo que considera la demonización estadounidense de Rusia en la guerra de Ucrania.
Arabia Saudita, uno de los aspirantes a los BRICS, ve cómo el poder de Estados Unidos se desvanece en Medio Oriente tras su retirada militar de Irak, Siria y Afganistán. Al tratar de unirse a los BRICS, Arabia Saudita quiere aprovechar los cambios en el poder mundial y los flujos comerciales. China es el principal importador de petróleo de Medio Oriente, un importante inversionista regional y el reciente mediador en las relaciones de Arabia Saudita con Irán y Yemen. Para los saudíes, Rusia es un factor en los cálculos energéticos de Medio Oriente, así como en Siria, y ofrece nuevas oportunidades económicas, con empresas rusas que transfieren sus fondos y actividades a la región del Golfo para evitar las sanciones occidentales.
Irán, por su parte, necesita desesperadamente ayuda económica. Ve en los BRICS una oportunidad para cambiar su estatus de paria regional y sacar provecho de su reciente acercamiento a Arabia Saudita, mediado por China. Teherán cree que la guerra de Ucrania ha minado a Europa como fuente independiente de poder y la ha vuelto a subordinar a Washington. Irán ve la debilidad de Estados Unidos en vísperas de las elecciones presidenciales estadounidenses de 2024 y la oportunidad de jugar un juego internacional diferente. Irán ya está suministrando armas a Moscú para utilizarlas contra Ucrania.
Con tantas agendas y aspiraciones centradas en uno solo de los órdenes mundiales alternativos, gestionar la guerra en Ucrania -así como otras cuestiones de alto riesgo como el cambio climático, futuras pandemias y la no proliferación nuclear- se hace extremadamente difícil. Las perspectivas a largo plazo de Ucrania dependen de una dinámica mundial más amplia y de la buena voluntad de otros países, incluidos los miembros de los BRICS, y no sólo del apoyo militar, político y económico de Estados Unidos y Europa.
Por su tamaño y ubicación, Ucrania es un Estado multirregional. Su seguridad se definirá según la idea de «minilateralismo» de Neil Melvin. Ucrania tendrá que consolidar sus relaciones actuales con Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN, así como con sus vecinos de Europa Central y Oriental, sus estrechos socios de los países bálticos, Escandinavia, el Reino Unido y la región del Mar Negro. Los grupos de países del G7 y el G20 también serán decisivos. Aquí es donde la política exterior de Ucrania se complica por la persistente opinión negativa de Estados Unidos a escala mundial. ¿Qué ocurrirá, por ejemplo, si China, así como Irán (y, sospechamos, Corea del Norte), suministran armas a Rusia debido a su hostilidad hacia Estados Unidos? Luego está la OTAN. Como consecuencia directa de la guerra y de la adhesión de Finlandia y Suecia, la Alianza se ha convertido en el principal motor de la seguridad ucraniana y europea; al menos durante el conflicto, los debates en curso sobre la autonomía estratégica de Europa han quedado relegados a un segundo plano. Europa ha regresado a trompicones al tipo de dependencia del poder militar norteamericano que tuvo entre 1945 y 1989. Ese es otro reto. Fuera de Europa y del ámbito transatlántico, la OTAN tiene un problema de imagen que Putin está explotando.
En los asuntos internacionales las percepciones suelen ser más importantes que la realidad y, desde el final de la Guerra Fría, Putin ha persistido en presentar a la OTAN como una extensión militar de Estados Unidos y como una institución inherentemente antirrusa. A diferencia de Gorbachov y Yeltsin, Putin nunca ha buscado seriamente un compromiso con la OTAN. Para él, Estados Unidos sigue siendo el adversario de la Guerra Fría y la OTAN es una provocación porque sigue existiendo. Putin ha alimentado activamente la preocupación de China por la expansión de estructuras al estilo de la OTAN en Asia, y ha alimentado la idea de que la expansión de la OTAN fue la causa próxima de la guerra en Ucrania. Tanto fuera como dentro de Europa, Putin quiere que Estados Unidos y la OTAN desaparezcan para siempre.
Todo esto significa que necesitamos un impulso diplomático -un esfuerzo hábil y paciente junto a la ruta militar vital- para poner fin a la guerra brutal y sin sentido de Rusia. Ucrania necesita un amplio apoyo mundial. Debemos oponernos a la desinformación de Putin y a su retórica antiamericana y anti-OTAN. Estados Unidos y Europa tendrán que entablar con el resto del mundo una conversación sincera sobre lo que está en juego en esta guerra y escuchar activamente sus reacciones y preocupaciones sobre cuestiones concretas. Dada la disparidad de puntos de vista y agendas, tendremos que adoptar un enfoque poco sistemático y más transaccional para identificar las áreas en las que podemos hacer causa común con otros Estados, así como con actores internacionales y del sector privado.
Los países del Sur siguen viendo a la ONU como un actor creíble e importante, pero la mayoría de ellos quiere reducir el poder exclusivo del Consejo de Seguridad y reforzar el trabajo de la Asamblea General para desarrollar nuevos mecanismos que aborden realmente el cambio climático y el desarrollo económico. Dado que la ONU sigue siendo un actor relevante y universalmente aceptado, también deberíamos pensar en cómo tratar esas cuestiones. ¿Dónde podemos trabajar con la ONU para proporcionar asistencia técnica, mediación y coordinación a Ucrania? Por ejemplo, ¿puede la Asamblea General equilibrar el Consejo de Seguridad y limitar de algún modo los vetos ruso y chino? ¿Qué mayor papel podrían desempeñar la CIJ y la CPI, especialmente teniendo en cuenta la reciente decisión de Sudáfrica de permanecer en la CPI y sugerir a Putin que no asista a la cumbre de los BRICS en Johannesburgo para no tener que detenerlo en virtud de la orden de detención dictada por la CPI en marzo? ¿Cómo podríamos aprovechar las intervenciones en crisis dirigidas por la ONU, como los esfuerzos del Organismo Internacional de la Energía Atómica para asegurar la central nuclear ucraniana de Zaporijjia y la iniciativa de los cereales del Mar Negro, y convertirlas en soluciones sostenibles a largo plazo, en colaboración con otros países?
Por último, si Estados Unidos es el prisma a través del cual todo el mundo mira a Ucrania, y Ucrania se ha convertido en una rebelión de intermediarios contra Estados Unidos, como he argumentado, ¿qué otros actores podrían ganar terreno en el restablecimiento de la paz mediante la acción colectiva? Todas las miradas están puestas actualmente en China, pero India tiene un historial de buena voluntad en múltiples contextos regionales que podría ayudar a encontrar un terreno común con otros. Lo mismo cabe decir de países como Kenia en África y Singapur en Asia. En Europa, tenemos a los países escandinavos, que nunca han establecido colonias en África o Asia. Y, por supuesto, tenemos a Estonia y a los países bálticos que, individual y colectivamente, han desempeñado un papel importante dentro de la Unión y de la OTAN a la hora de presionar a los grandes países y empujarlos a atenerse a una determinada idea de honestidad. Es un momento Lennart Meri. Necesitamos la maniobrabilidad de un kayak inuit, no los laboriosos giros de un superpetrolero… o de una superpotencia desordenada.