Louis Gautier, director de la cátedra Grands enjeux estratégica de la Universidad Paris 1, antiguo Secretario General de Defensa y Seguridad Nacional de Francia, autor, en 2019, del informe para el presidente de la República «Défendre notre Europe»; último libro publicado: Mondes en guerre, les guerres sans frontière 1945 à nos jours, Passés composés, París, 2021.

Transformaciones en la defensa europea desde la invasión de Ucrania

Después de más de un año, ¿le parece prudente sacar las primeras lecciones de la guerra?

Podemos ver ya varias lecciones que se hacen destacar por sí solas. El regreso de la guerra a Europa confirma el paso definitivo a una nueva era geoestratégica que se inició durante la década anterior.

Desde el punto de vista militar, este conflicto, retrógrada tanto en sus motivos como en sus objetivos, nos hace volver a los mortíferos y brutales combates de desgaste. El arte de la guerra «sin huella» teorizado y promovido por Occidente para estas intervenciones exteriores en la posguerra fría («cero muertos», ataques quirúrgicos y a distancia, limitación de los daños colaterales…) se toma por la contraria. En comparación con todos los conflictos de los últimos treinta años, también es un contraejemplo en términos de conducción de operaciones, en la medida en que los rusos no lograron obtener el control del aire, medio que se mantiene, hasta ahora, como no determinante en la confrontación.

La guerra de Ucrania nos recuerda, también, que la fuerza moral de un pueblo, cuando está en juego su supervivencia, es un factor esencial en la conducción de un conflicto. Por último, la guerra de Ucrania, anacrónica en muchos aspectos, es una guerra contemporánea con el uso de armamento moderno probado en el campo de batalla (drones aislados o en enjambre, misiles, sistemas electrónicos…) o de medios civiles desviados de su uso inicial. Esta combinación es la más interesante de observar en el bando ucraniano porque es muy innovadora, por ejemplo, en materia de comunicación, inteligencia, programas informáticos para la preparación de maniobras tácticas aisladas o la orientación del fuego.

El arte de la guerra «sin huella» teorizado y promovido por Occidente para estas intervenciones exteriores en la posguerra fría se toma por la contraria.

LOUIS GAUTIER

Pero, ¿sería muy pronto para sacar conclusiones de un conflicto que aún no se ha resuelto?

A estas alturas, en vísperas de una anunciada contraofensiva de las fuerzas ucranianas, lo que llama la atención es la persistente brecha entre los objetivos militarmente alcanzables y los políticamente deseados por ambas partes. Los rusos han tenido que lamentar la pérdida del dominio total de Ucrania y renunciar a todas sus pretensiones, pero luchan por hacer irreversible la anexión política de las provincias de Kherson, Zaporizhia, Donetsk y Luhansk unificando sus zonas de conquista desde Crimea y al este del Dniéper. Los ucranianos y sus aliados, por su parte, deben aspirar a objetivos militares realistas. Deben conseguir crear las condiciones sobre el terreno para una salida del conflicto que restablezca los derechos soberanos de Ucrania lo más plenamente posible y que deje claro el fracaso de Moscú. Sin embargo, mientras más se sobrecarguen las operaciones militares con cuestiones geopolíticas e ideológicas que van más allá de ellas, menos probabilidades habrá de que tengan éxito. 

En general, hay que evitar buscarle sentido a la guerra cuando el significado es suficiente. De lo contrario, mantenemos su dinámica nefasta falseando sus terribles realidades. Cometemos los mismos errores que Frédéric Gros, que, en 2006, en Etats de violence, vaticinaba el fin de la guerra porque no la reconocía en los conflictos intraestatales ni en las operaciones exteriores en curso en aquel momento y que, hoy, en Pourquoi la guerre ?, tiende a esencializarla, a sublimarla como una triste pasión. Por desgracia, no es un caso aislado. Entre todas las trampas que la guerra tiende a ponerles a quienes tratan de comprender sus sucesos históricos y su recurrencia, la primera que hay que evitar es la de dejarse fascinar por ella.

Siempre es un error buscarle un «más allá» demostrativo a la guerra. El único «más allá» racional para la guerra es, en cualquier caso, la paz. Sin embargo, la paz nunca llega mágicamente cuando cesa la guerra. Se construye.

LOUIS GAUTIER

Siempre es un error buscarle un «más allá» demostrativo a la guerra. El único «más allá» racional para la guerra es, en cualquier caso, la paz. Sin embargo, la paz nunca llega mágicamente cuando cesa la guerra. Se construye. En este sentido, sea cual sea su final, el conflicto de Ucrania no resolverá los desórdenes que ha provocado en Ucrania ni en Europa ni a escala internacional.

Por eso, la reconstrucción de Ucrania y las garantías de seguridad que se le deben otorgar deberían ser ya objeto de debates exploratorios. Deberíamos haber comprendido que nuestra seguridad y la estabilidad de nuestro continente dependen de la capacidad de los europeos para asumir una mayor responsabilidad conjunta en su defensa. Por último, no deberíamos creer que Occidente logrará removilizar al «resto del mundo» en sus líneas de confrontación: hoy, contra Rusia; mañana, contra China. La mayoría de los demás países esperan de ellos que sean menos egocéntricos, más globales y positivos.

Sin embargo, esta guerra ya ha sido fuente de avances en el ámbito de defensa europea. Estos rápidos avances, que, ahora, incluyen la posibilidad de fabricar municiones a escala europea, apuntan a la aparición de una verdadera industria de defensa europea junto a las industrias nacionales. ¿Estamos avanzando en una buena dirección?

No cabe duda de que el conflicto de Ucrania le ha dado a Europa una dimensión militar, con la movilización de fondos para apoyar el esfuerzo bélico del país. La creación del Fondo Europeo de Defensa (FED) para equipamiento militar y el aumento del Fondo de Paz para operaciones exteriores habían allanado, sin duda, el camino, pero el paso que se dio para financiar la entrega de armas a Ucrania y para la reposición de los arsenales militares de los Estados miembros de la UE es aún más significativo. La movilización de fondos sustanciales (ya sea a partir de créditos comunitarios o de contribuciones voluntarias de los Estados al fondo común) es un paso en la dirección correcta. Del mismo modo, en el ámbito conexo de la seguridad, el reciente anuncio de que la Unión creará un ciberescudo con un billón de euros es una excelente noticia.

El método funcional a través del financiamiento de contratos militares es virtuoso. Sin embargo, no basta para producir un verdadero efecto de palanca en favor de la consolidación del aparato de defensa y seguridad de los Estados miembros ni del refuerzo de la base industrial y tecnológica de defensa de la Unión. Este método también encuentra rápidamente sus límites políticos, ya que es una forma de obtener un acuerdo de abajo arriba entre europeos eludiendo todos los debates políticos desde arriba. Sin mencionar, siquiera, la cuestión de la autonomía estratégica europea (que ha vuelto a convertirse en un trapo rojo), ¿cuál es la ecuación de seguridad para Europa tras el cese de las hostilidades en Ucrania? ¿Cuál es la posición de los europeos en el enfrentamiento entre China y Estados Unidos? ¿La Unión debe ampliarse rápidamente a nuevos miembros, entre ellos, Ucrania, para favorecer la estabilidad del Viejo Continente o se corre el riesgo de debilitarla hasta el punto de comprometer totalmente este objetivo? Más allá de las habituales fórmulas o declaraciones de circunstancias, ¿cuál es el lugar real de la disuasión nuclear y de las defensas antimisiles en las doctrinas militares de nuestros socios?

Mientras continúe, el conflicto ucraniano impide aclarar el papel de la OTAN fuera de su misión principal y más allá de su área continental.

LOUIS GAUTIER

La invasión de Ucrania ha provocado reacciones unitarias muy positivas entre los europeos frente a la Rusia de Putin. Ha reforzado a la OTAN y su papel esencial en la defensa colectiva de los europeos. Sin embargo, mientras continúe, el conflicto ucraniano impide aclarar el papel de la OTAN fuera de su misión principal y más allá de su área continental. También, bloquea el desarrollo de la defensa europea, incluido el equipamiento militar. Ha llegado el momento de la fabricación de cañones y de la entrega de tanques. Los países europeos están comprando equipos «listos para usar» de forma desordenada en lugar de desarrollar los sistemas de armas del futuro. 

Estamos financiando, con retraso, la guerra que no vimos venir; seguimos sin programar en conjunto los equipos suministrados a los ejércitos europeos.

De hecho, la transformación en curso no estaba prevista. No obstante, más allá de la posibilidad de un contragolpe vinculado con la vía funcionalista de estas políticas, ¿existe algún riesgo en seguir improvisando en el ámbito de defensa?

La guerra de Ucrania tiene un efecto paradójico. Por un lado, ha hecho que los Estados europeos tomen conciencia del error que cometieron al negarse colectivamente a asumir su papel como actor estratégico de pleno derecho ante los retos de seguridad que Rusia les ha planteado repetidamente durante, al menos, diez años. Por otra parte, esta conmoción no basta para sacarlos de una cultura del error. Atormentados por su pasado, los europeos le han dado la espalda a la lógica del poder militar y se lo han delegado a los estadounidenses en la OTAN y lo han neutralizado en la Unión. Todos los intentos de darle contenido a la defensa europea desde el final de la Guerra Fría han sido engullidos. Al final, Trump y Putin, en los últimos años, habían hecho más por la causa de la defensa europea que cualquier esfuerzo políticamente concertado. Tras la invasión de Ucrania, en febrero de 2022, en un mundo configurado de nuevo por rivalidades de poder, los europeos han sido traspasados. Sin embargo, en estas circunstancias, se ha demostrado que una potencia exclusivamente civil como la Unión no puede pretender ser una potencia de paz. Para disuadir a los demás de atacarnos y contribuir de forma útil a definir las condiciones de la paz en nuestro continente, debemos ser fuertes.

Una potencia exclusivamente civil como la Unión no puede pretender ser una potencia de paz. Para disuadir a los demás de atacarnos y contribuir de forma útil a definir las condiciones de la paz en nuestro continente, debemos ser fuertes.

LOUIS GAUTIER

¿Dónde hay que actuar?

Europa se percibe como un agregado de naciones débiles y divididas, incapaces de actuar colectivamente para defender sus intereses estratégicos y de seguridad, en especial, cuando se trata de influir en los grandes equilibrios mundiales o en cuestiones globales. Desde 2008, ante las múltiples provocaciones, no sólo de Rusia, independientemente de nuestro peso económico, esta representación nos ha debilitado, no sólo en Moscú o Pekín, sino, también, en Brasilia, Nueva Delhi, Riad o Abuja.

Es cierto que, como suele ocurrir en las crisis (la más reciente: la de COVID o la de Ucrania), los europeos han sabido movilizarse y reaccionar con regularidad, pero las decisiones tomadas en caso de urgencia, si bien pueden ayudar a la Unión a progresar, también, constituyen precedentes que pueden tener efectos secundarios problemáticos. Esto se ve claramente, hoy, en la gestión de la cuestión energética, como, ayer, en las medidas económicas y presupuestarias excesivamente drásticas impuestas a ciegas a ciertos países en el momento de la crisis de las subprime en 2008. La integración europea no puede reducirse a la gestión de crisis, sobre todo, cuando se trata de cuestiones tan fundamentales como el pacto democrático en el que se basa nuestra comunidad de destino o la protección de los intereses estratégicos y de seguridad de la Unión Europea. 

Como tras la Guerra Fría, durante la guerra de Kosovo o la intervención estadounidense en Irak, en 2003, Europa se enfrenta de nuevo a un dilema: ¿cómo avanzar hacia una política de defensa y seguridad común sin estirar la protección estadounidense? Los acontecimientos producen un momento de lucidez y, luego, se produce un estancamiento.

Europa se enfrenta de nuevo a un dilema: ¿cómo avanzar hacia una política de defensa y seguridad común sin estirar la protección estadounidense?

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¿Se trata realmente de un dilema o de una línea divisoria insuficientemente articulada dentro del continente?

Primero un dilema, luego, una división y, después, un bloqueo.

En realidad, hay dos puntos de vista opuestos. 

Por un lado, entre los europeos, hay quienes (los más numerosos) consideran que la garantía militar estadounidense es un requisito previo para su seguridad. Aceptan la dependencia estratégica y el precio que hay que pagar por ella, en especial, en términos de adquisición de armamento para la industria estadounidense. También, admiten deliberadamente las carencias de capacidades de sus fuerzas, para que Estados Unidos no deje de ser el único capaz de garantizar la coherencia operativa global de los ejércitos europeos. De este modo, creen imponerles a los estadounidenses una alianza obligatoria mediante el chantaje político y moral («sin ustedes, estaríamos derrotados»). No obstante, la Historia no es benévola con los derrotados y, menos aún, con los que interiorizan la debilidad. 

Por otra parte, hay quienes, más lúcidamente, en mi opinión, piensan, como el general De Gaulle, que es razonable poder defendernos, primero, colectivamente, aunque ello signifique hacerlo más eficazmente en el marco de una alianza integrada con los norteamericanos. Aparte de Francia, esta posición, ya minoritaria entre los dirigentes políticos europeos, no cuenta, en las actuales circunstancias, con el apoyo oficial ni público de nadie.

Basta con mantenerse concretos. El refuerzo y la cohesión de los medios militares a disposición de los europeos, cualquiera que sea el marco de su utilización, mejorarían el nivel global de seguridad de los países miembros de la Unión.

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Sin embargo, no es necesario alimentar estas disputas teológicas para avanzar en una buena dirección. Basta con mantenerse concretos. El refuerzo y la cohesión de los medios militares a disposición de los europeos, cualquiera que sea el marco de su utilización (Alianza Atlántica, Unión Europea, coaliciones de Estados), mejorarían el nivel global de seguridad de los países miembros de la Unión.

Para salir de este punto muerto, ¿basta con aumentar el peso de la OTAN o hay que replantearse el sistema transatlántico?

Con veintiocho Estados miembros, los europeos son la segunda potencia militar del mundo en gastos de defensa, salvo que estos créditos no están racionalizados y que su gama de armamento presenta múltiples redundancias y grandes impases. 

Nos encontramos, así, en una situación absurda en la que los Estados miembros gastan colectivamente más de 250 billones de euros al año en defensa, con un aumento muy fuerte de los créditos, sin que exista una programación común, ni siquiera prioridades comunes. Existe un alto grado de redundancia en las flotas en línea, una disponibilidad operativa de los medios muy problemática y graves carencias, sobre todo, con respecto a los instrumentos de control estratégico (en especial, los satélites, la inteligencia y las herramientas de guerra electrónica) y a las armas autopropulsadas de nueva generación, como los drones.

Los europeos son la segunda potencia militar del mundo en gastos de defensa, salvo que estos créditos no están racionalizados y que su gama de armamento presenta múltiples redundancias y grandes impases. 

LOUIS GAUTIER

Rusia, cuyo presupuesto de defensa, incluido el esfuerzo de guerra, representa menos de la mitad del presupuesto de defensa europeo y cuyo PIB es inferior al de Italia, pudo, así, considerar que podía atacar impunemente a Ucrania, sin temer una reacción militar de los europeos y contando con una abstención estratégica de los estadounidenses. 

Aún más condenatorio es el hecho de que, sin las iniciativas tempranas de Estados Unidos ni del Reino Unido en el período posterior al Brexit y, en especial, sin el liderazgo estadounidense, los europeos probablemente nunca habrían llegado a un acuerdo y, luego, se habrían movilizado para apoyar militarmente a Ucrania.  Es posible que la mayoría de los Estados miembros de la UE no hubieran cruzado el umbral de las sanciones económicas contra Rusia. 

Sin embargo, nos quedamos con medidas de emergencia aceptables para todos (reposición de los stocks de armamento, reestructuración de las cadenas de suministro, financiamiento de las entregas), pero nada indica que estemos avanzando, mediante ejercicios conjuntos, hacia una revisión y racionalización de las capacidades militares europeas. No obstante, sería un requisito mínimo garantizar, no sólo como hasta ahora, la interoperabilidad de las fuerzas, sino la coherencia global de los medios militares puestos al servicio de su defensa colectiva por los Estados europeos. Polonia compra cientos de vehículos blindados de segunda mano a coreanos y estadounidenses; Alemania promueve un escudo antimisiles, el Skyshield europeo, que, por el momento, se basa, principalmente, en el Patriot PAC-3 estadounidense y en el Arrow3 desarrollado por Israel y Estados Unidos, mientras que Francia intenta salvar el programa SCAF en cooperación.

¿Cuál es el riesgo de la situación que describe?

El riesgo inmediato para los europeos, al menos, mientras dure el conflicto ucraniano, es que se vean forzados a un alineamiento político sistemático con las posiciones estadounidenses, incluso en su pugna con China. El riesgo, a mayor plazo, es preparar las condiciones para sustituir una inevitable retirada militar estadounidense una vez superada esta crisis.

En su pensamiento estratégico, los estadounidenses están considerando el manejo de la guerra en Ucrania y la confrontación con China en dos secuencias temporales sucesivas. La primera consiste en acabar con la amenaza recurrente de Putin, para, después, centrarse en China. Esta apuesta presupone que el conflicto ucraniano se mantendrá dentro de límites sin más efectos de internacionalización que los observados actualmente, en particular, en cuanto a la implicación de Pekín del lado de Moscú. Sin embargo, el conflicto ucraniano puede durar mucho tiempo y hacer que todos estos parámetros cambien. Además, nadie puede predecir la probabilidad ni el momento de un enfrentamiento con China. Del mismo modo, podemos temer la apertura de otra gran crisis en cualquier otra parte del mundo. Como una prioridad sigue a otra, los europeos pueden encontrarse en primera línea para mantener un frente contra Rusia. Esta hipótesis aboga por una mayor unidad de visión y de acción en Europa, ya sea en términos de sanciones, de medidas de represalia impuestas a Rusia o de apoyo militar para Ucrania. Sin embargo, hoy en día, la piedra angular de esta unidad es Estados Unidos.

Como una prioridad sigue a otra, los europeos pueden encontrarse en primera línea para mantener un frente contra Rusia. Esta hipótesis aboga por una mayor unidad de visión y de acción en Europa, ya sea en términos de sanciones, de medidas de represalia impuestas a Rusia o de apoyo militar para Ucrania. Sin embargo, hoy en día, la piedra angular de esta unidad es Estados Unidos.

LOUIS GAUTIER

Esta potencia considera que no puede participar en dos grandes conflictos al mismo tiempo. Desde 2018, al menos, esto es lo que subrayan los documentos de debate del Pentágono. La implicación estadounidense en el conflicto ucraniano es políticamente decisiva, pero, militarmente, es indirecta. Mientras el conflicto permanezca bajo control, el apoyo a las fuerzas ucranianas se complica sin entorpecer sus capacidades de maniobra, con la excepción marginal de ciertas existencias, como la de Javelin o Stinger, que se encuentran en un nivel críticamente bajo. Esto plantea la cuestión del desarrollo y la conducción de la guerra a largo plazo para finales de este año.

Usted aboga por seguir apoyando a Ucrania, pero de forma gradual, sin entrar en la trampa que tendió Putin de internacionalizar el conflicto. ¿Podría volver a hablar sobre este matiz?

La guerra de Ucrania sigue bloqueada nuclearmente y confinada territorialmente. Este conflicto, a pesar de su impacto global, se sigue limitando estratégica y geográficamente. Con el final del invierno, una segunda ronda está en marcha y se espera una contraofensiva ucraniana; la cuestión es si este conflicto puede continuar durante mucho más tiempo de forma lineal en mortíferos combates de desgaste. 

En esta fase de desarrollo de las operaciones, los aliados de Ucrania pueden aumentar significativamente su apoyo, en particular, mediante el envío de misiles de mayor alcance, de aviones de combate (clase F16), de drones más potentes (tipo Reaper) y a través del suministro de apoyo logístico reforzado. El objetivo sería interrumpir o, incluso, impedir el abastecimiento de las líneas fortificadas rusas mediante acciones complementarias a los asaltos a las mismas. Los aliados pueden, así, seguir esta vía incremental manteniéndose por debajo del umbral de beligerancia, donde los rusos, en dificultades, no tendrían más remedio que internacionalizar el conflicto, lo que abre un frente de distracción, amplia el teatro de operaciones, escala el uso de medios convencionales como el sabotaje cibernético masivo o, incluso, un ataque nuclear táctico o una explosión en el espacio exterior sobre Ucrania (lo que tendría efectos colaterales muy importantes para Rusia también). Aquí es donde nos encontramos. Por lo tanto, los aliados de Ucrania todavía tienen un abanico limitado de opciones sin caer en la trampa de la cobeligerancia ni temer una mayor internacionalización del conflicto. El objetivo, como ya indiqué, debe ser el restablecimiento más completo posible de los derechos soberanos de Ucrania y un fin de las hostilidades que deje claro el fracaso de Moscú. Los próximos meses son, por lo tanto, cruciales. La partida está reñida. Para el verano o el otoño a más tardar, es posible que se haya alcanzado una nueva meseta. La cuestión se planteará, entonces, en los mismos términos que ahora: ruptura o continuidad. Es decir, en el primer caso, la extensión y el cambio de la naturaleza de la guerra y, en el otro, la resignación a verla agotarse, sin verdadero vencedor, en un conflicto congelado.

Los aliados de Ucrania todavía tienen un abanico limitado de opciones sin caer en la trampa de la cobeligerancia ni temer una mayor internacionalización del conflicto.

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Algunos sostienen que Putin quiere librar una guerra de entrenamiento por razones de política interna y para mantener el poder…

El objetivo de Putin es, ahora, embolsarse su apuesta dándose por satisfecho con una congelación progresiva del conflicto en una línea de demarcación determinada según sus puntos de vista. Más bien, le interesa, incluso, a nivel interno, poder señalar un éxito a medias disfrazado de victoria para atesorar políticamente. Actualmente, para los rusos, es más fácil contener el contraataque ucraniano que volver a la ofensiva. Mientras el conflicto no deje de ser lineal, sin ruptura operativa ni escalada, el objetivo ruso es contener y agotar las fuerzas contrarias. Después, es wait and see en el Kremlin… Sin embargo, Rusia no está en buena forma. Le cuesta reconstruir sus capacidades y regenerar una tropa con personal debidamente entrenado. Debe sopesar, cada día, los inconvenientes de haber pasado, en Ucrania, de la estrategia de guerra híbrida y encubierta a la guerra directa y abierta, sobre todo, si se reducen sus ganancias territoriales in fine

Por parte de Ucrania, para superar un equilibrio de fuerzas que, numéricamente, no favorece sus fuerzas, sería necesario prever nuevos escenarios tácticos e innovadores, lo que podría incluir golpear a las fuerzas rusas en la retaguardia para desorganizarlas y cortar sus cadenas logísticas. ¿Hasta dónde llegar, sin embargo, sin invadir territorio ruso, sin escalar el conflicto, cosa que los estadounidenses vigilan como halcones?

Si la situación evolucionara en una dirección demasiado desfavorable para Moscú, los chinos llegarían a apoyar con más fuerza el esfuerzo bélico ruso por todos los medios directos e indirectos posibles. De eso, no cabe duda.

LOUIS GAUTIER

Para Washington, la situación despejada militarmente en Ucrania no sólo debe frustrar las ambiciones anexionistas de Putin, sino, también, provocar la «derrota simbólica» de su política imperialista en su extranjero próximo. Hay que hacer añicos la credibilidad de los equipos en el poder en Moscú y, sobre todo, evitar la reincidencia.

Los chinos se mantienen al margen y confirman su apoyo diplomático, económico y financiero para Rusia, pero sin hacer más que eso (al menos, evitando los envíos directos de armas y cualquier implicación militar manifiesta). Dicho esto, si la situación evolucionara en una dirección demasiado desfavorable para Moscú, llegarían a apoyar con más fuerza el esfuerzo bélico ruso por todos los medios directos e indirectos posibles. De eso, no cabe duda. Los chinos no pueden defraudar a un aliado cuyo comportamiento, estúpido por erróneo, tiene como principal ventaja el hecho de que obstaculiza, si no entorpece, la libertad de acción de Estados Unidos, su único competidor estratégico hasta la fecha. Un conflicto que dura sin escalar es una espina clavada en la bota estadounidense.

La segunda cuestión que se plantea es la arquitectura de seguridad por la que queremos apostar: llegados a este punto, ¿qué camino debemos seguir?

Ya estamos pagando un alto precio político y económico por los efectos de este conflicto, pero el fin de las hostilidades no reducirá el precio que pagamos si los europeos no refuerzan su unidad para enfrentar los retos estratégicos y de seguridad del mañana. Nuestro entorno de seguridad debe estabilizarse a largo plazo. La OTAN, como organización militar, constituye una pieza fundamental del rompecabezas. Sin embargo, resulta difícil imaginar que los Estados europeos, por sí mismos, y la Unión, como tal, no participen directamente en las negociaciones sobre la definición de la ecuación de seguridad del Viejo Continente para las próximas décadas. En cualquier caso, ésta no es una opción para Francia. 

La guerra en Ucrania no puede terminar sin garantías de seguridad para Ucrania.

LOUIS GAUTIER

La guerra en Ucrania no puede terminar sin garantías de seguridad para Ucrania. El ingreso inmediato de Ucrania en la OTAN plantea dificultades evidentes. Es problemático si el conflicto simplemente se congela y puede reanudarse en cualquier momento, pero, también, en caso de una solución negociada con Rusia, cuya pertenencia a la OTAN ha sido un supuesto motivo de su agresión. La entrada en la Unión Europea es, a pesar de todas las promesas hechas, bastante complicada. Las garantías de seguridad podrían ofrecerse, en su momento, mediante la firma de un tratado independiente con Ucrania con una cláusula de delimitación del artículo 42 § 7 del Tratado de la Unión Europea.

Ley de programación militar

En Francia, la Ley de Programación Militar (LPM) pretendía tomar en cuenta las convulsiones que se están produciendo desde el 24 de febrero de 2022. Sin embargo, esta asignación de una cantidad considerable de recursos no parece estar respaldada por ninguna doctrina. ¿Le preocupa que no se haya realizado un trabajo intelectual previo suficiente para decidir al respecto? ¿El problema que señalaba a nivel continental es el mismo a nivel nacional?

Lo que me llama la atención es el carácter efervescente, pero, en última instancia, poco aventurado, de los debates sobre cuestiones de defensa en Europa y en Francia. Todo el mundo está centrado en los combates de artillería en Donbass. Sin embargo, si las lecciones que hay que aprender del conflicto entre Rusia y Ucrania son útiles, las nuevas reglas del arte militar del siglo XXI se están escribiendo en otra parte, en la competencia tecnológica civil y militar entre China y Estados Unidos, en particular, en el campo de la IA o la computación cuántica, los vuelos espaciales tripulados o la cibernética. 

Además, todos actúan de forma dispersa. Los presupuestos de armamento de todos los Estados europeos aumentan como nunca desde el final de la Guerra Fría, sin que se consulten ni definan conjuntamente las prioridades ni el reparto de tareas. Francia no es una excepción a la regla. En plena guerra de Ucrania, parece renacionalizar el tema de su defensa. Si las palabras tienen un significado, el título del último documento que enmarca la política de defensa francesa para los próximos años es «Revisión Estratégica Nacional», mientras que los Libros Blancos (2008 y 2013) o la revisión (2017) hablaban de defensa y seguridad nacional para subrayar que, si la seguridad seguía siendo un campo de acción bajo el dominio de nuestro derecho nacional (cibernética, lucha interna contra el terrorismo, inteligencia…), la defensa, en cambio, se concebía en interdependencia con nuestros socios y aliados. No sé si se buscaba el efecto de despliegue simbólico. Observo que esta reseña sólo hace referencia al «concepto estratégico» de la OTAN o a la «brújula estratégica» de la Unión Europea, sin intentar definirlos. Se trata de una observación y no de un reproche, ya que estos dos documentos, adoptados en 2021, antes de la guerra de Ucrania, pueden parecer ya, en parte, desfasados.

Las nuevas reglas del arte militar del siglo XXI se están escribiendo en otra parte, en la competencia tecnológica civil y militar entre China y Estados Unidos, en particular, en el campo de la IA o la computación cuántica, los vuelos espaciales tripulados o la cibernética. 

LOUIS GAUTIER

Nos encontramos al principio de un tercer ciclo de la política de defensa francesa bajo la V República. El primer ciclo, correspondiente al periodo de la Guerra Fría (1960-1990), estuvo marcado por la constitución de la disuasión nuclear, la realización, en los años ochenta, de importantes programas convencionales para dotarse de un contingente de fuerzas limitado, pero fuertemente armado, con equipos muy modernos y desplegables contra el Pacto de Varsovia y el mantenimiento de un gran ejército basado en la conscripción. A esto, le siguió un segundo ciclo de treinta años (1990-2020), caracterizado por la prioridad concedida a las misiones de proyección exterior de pos-Guerra Fría, por la creación de un ejército profesionalizado, más flexible y compacto y por la realización de la segunda generación de armas nucleares en cantidad más limitada. 

A principios de la década de 2020, la situación estratégica se modificó por la contestación de la superioridad estratégica, por el declive parcialmente inducido del intervencionismo militar occidental (retirada de Irak, Afganistán, Mali, etcétera), por la reaparición de conflictos interestatales (Yemen, Nagorno-Karabaj, Ucrania, etcétera), por el surgimiento de nuevas dimensiones de conflicto y su militarización (ciberespacio, océano profundo) y por la entrada en una tercera era nuclear. 

¿Había más estructura en la Revisión Estratégica Nacional publicada a finales de 2022?

La Revisión Estratégica Nacional tiene el mérito de ser un documento sintético y completo sobre los retos de seguridad y el estado de la amenaza. Ofrece una descripción plana, indica numerosas prioridades para nuestra defensa sin jerarquizarlas (disuasión, cibernética, espacio, inteligencia, la necesaria actualización y endurecimiento del armamento convencional en caso de conflictos importantes en nuestro continente o en torno a él, los suministros y el redimensionamiento de las reservas de municiones, la presencia en el Indo-Pacífico). 

Sin embargo, no exageremos la importancia de las revisiones ni de los libros blancos. El primer libro blanco sobre defensa se redactó en 1972, varios años después de que el general De Gaulle reformó radicalmente nuestras fuerzas armadas. El presidente Mitterrand y su ministro Pierre Joxe, inmediatamente después de la guerra del Golfo, lanzaron la reforma de nuestra herramienta de defensa, sin esperar a un libro blanco redactado, en 1994. No tardaron más de tres años en lograr la profesionalización completa de nuestros ejércitos decidida por Jacques Chirac. El Libro Blanco de 2008 destaca, en cierto modo, entre todos estos ejercicios al consagrar de manera preliminar la adopción de la noción de continuum de seguridad y defensa en nuestro cuerpo doctrinal y la reintegración de nuestro país en el mando integrado de la OTAN. En realidad, lo único que cuenta es la reactividad de las opciones tomadas, la claridad de las decisiones y la fuerza de los arbitrajes, en especial, en el plano presupuestario y financiero.

Éstas son las cuestiones que están en juego en la futura LPM 2024-2030 y en las próximas leyes de financiamiento.

¿Qué lecciones podemos aprender ya de esto?

La decimocuarta LPM prevé un claro aumento de la dotación de programación hasta los 413 billones de euros, es decir, una media de 10 billones de euros más al año. Sin embargo, esta dotación adicional se ve afectada por numerosos factores que limitan fuertemente su efecto positivo en términos de adquisición de equipos y de nuevas inversiones. En primer lugar, de los 413 billones de euros de financiamiento, quedan por encontrar 13 billones de euros de recursos extrapresupuestarios. En segundo lugar, el aumento de la inflación eleva el costo de los factores con una pérdida global de poder adquisitivo de unos 30 billones de euros. Por último, el aumento de los gastos militares previsto para el futuro es una progresión con escalones más pequeños al principio (del orden de 3 billones hasta 2027) y más altos al final. Ciertas prioridades de soberanía están claramente establecidas, como la renovación de los 3 componentes de disuasión o la de las herramientas de inteligencia y ciberdefensa. En cambio, la composición y el tamaño de nuestras fuerzas convencionales en la parte superior del espectro plantean más interrogantes. Desde 1958, nunca hemos tenido un modelo de ejército general ni completo, salvo sobre papel. Lo importante es la coherencia y robustez del escenario de empleo de referencia más elevado, que puede degradarse y completarse en otras circunstancias correspondientes a intervenciones militares en la parte media o baja del espectro. En este caso, las principales cuestiones pendientes de aclaración son éstas: ¿qué volumen de fuerzas desplegables y con qué antelación en un conflicto importante en el Viejo Continente o sus alrededores?; ¿qué medios de primera entrada, qué capacidades estratégicas y tácticas de mando y control?

La credibilidad de la disuasión depende, también, de la credibilidad del escenario convencional en la parte superior del espectro. 

LOUIS GAUTIER

¿Podría explicarse el bloqueo, precisamente, por el hecho de que nunca se ha replanteado la articulación entre armas nucleares y convencionales?

Este vínculo ya existe en la realidad, aunque sólo sea en la «comunalidad» de ciertos elementos. Por otra parte, es cierto que nuestra doctrina es poco progresista en materia de disuasión e insiste en el estancamiento entre los dominios nuclear y convencional. Francia tiene razón al subrayar que existe una diferencia de naturaleza entre las armas nucleares y las demás. La prohibición del uso de estas armas debe respetarse y aplicarse en todos los casos en los que los intereses vitales de una potencia poseedora no se vean directa o indirectamente amenazados. Dicho esto, la credibilidad de la disuasión depende, también, de la credibilidad del escenario convencional en la parte superior del espectro. 

Pero, ¿no se corre el riesgo de no cambiar la doctrina si queremos seguir disuadiendo? La última vez que el presidente habló de este tema, utilizó una fórmula muy torpe al sostener que los intereses vitales de Francia no se veían amenazados por un ataque en Ucrania o «en la región», es decir, incluso, en los países de la Alianza.

Recuerdo muy bien la franqueza de su discurso de Toulon del 9 de noviembre de 2022 hacia los europeos; les aseguraba que la «disuasión nuclear francesa también contribuía a la seguridad de Europa», sin recibir más respuesta de nuestros socios que los intentos de los presidentes Mitterrand y Chirac. En su entrevista, unas semanas antes, sus palabras pretendían, creo, tranquilizar a los franceses sobre el riesgo de una conflagración nuclear. Su desciframiento posterior muestra un menor dominio y comprensión del vocabulario de la disuasión que durante la Guerra Fría y las décadas posteriores. Éste es el problema más preocupante. La disuasión se basa en una racionalidad y en un lenguaje entre potencias nucleares. No estoy seguro de que se hable siempre el mismo lenguaje entre Moscú, Pekín, Delhi, Washington, París y Londres ni, mucho menos, entre Islamabad, Teherán y Pyongyang. 

La disuasión se basa en una racionalidad y en un lenguaje entre potencias nucleares. No estoy seguro de que se hable siempre el mismo lenguaje entre Moscú, Pekín, Delhi, Washington, París y Londres ni, mucho menos, entre Islamabad, Teherán y Pyongyang. 

LOUIS GAUTIER

¿La guerra de Ucrania nos ha puesto en una nueva secuencia sobre este tema?

Por desgracia, me temo que la tercera era nuclear, con su proliferación de actores, la modernización y diversificación de las armas nucleares, con la insidiosa diferenciación de las doctrinas de uso y con el estallido en Ucrania del primer conflicto «nuclearmente armado» desde la Guerra de Corea, aumentará la probabilidad de riesgos nucleares, ya sean intencionados o accidentales. Las normas que rigen la continuidad estratégica y de seguridad a través de la disuasión entre las potencias nucleares oficiales (el P5: China, Estados Unidos, Rusia, Reino Unido y Francia), basadas principalmente en los protocolos de confianza de la Guerra Fría entre Estados Unidos y Rusia, son cada vez más frágiles. La cuestión del diálogo nuclear con las potencias regionales (India, Pakistán, Irán, Israel) sigue sin resolverse. La reactivación de la carrera tecnológica entre las grandes potencias para renovar sus armas nucleares demuestra, en cualquier caso, que la disuasión nuclear no es una supervivencia del viejo mundo sino, para bien o para mal, un renacimiento de la suscripción para el siglo XXI.

¿Cómo interpreta el término «poder de equilibrios» que se utilizó en la Revisión Estratégica?

Es una bella formulación… Nos recuerda que Francia, incluso si se ve relativizada y en mala forma, cuenta en el mundo y en Europa. Séptima potencia económica mundial, miembro permanente del Consejo de Seguridad, Estado nuclear, país con recursos y experiencia militar que nos distinguen… Francia tiene un papel que desempeñar en el concierto de naciones y con nuestros aliados. Sin embargo, se debe especificar dónde y cómo debe aplicarse.  Para Francia, una política de equilibrio no puede confundirse con un ejercicio diplomático oportunista y solitario. Hacer de contrapeso es determinar, en primer lugar, con quién y contra qué; hay que poner el peso en la balanza y no confundir una política de equilibrio con un equilibrismo.

Hacer de contrapeso es determinar, en primer lugar, con quién y contra qué; hay que poner el peso en la balanza y no confundir una política de equilibrio con un equilibrismo.

LOUIS GAUTIER

¿Francia y Europa podrían pasar todavía como potencias de paz?

Curiosamente, debido a la guerra de Ucrania, el pensamiento militar está invadiendo, ahora, todo el pensamiento estratégico europeo, tradicionalmente centrado en la consolidación de la paz. Veo, en ello, un doble inconveniente, en primer lugar, porque no se traduce en escala, ya que la UE se niega a ponerse el uniforme y a comportarse como un actor estratégico de pleno derecho; este pensamiento está funcionando en el vacío. En segundo lugar, los europeos, que, en la pos-Guerra Fría, inspiraron en gran medida todos los mecanismos de regulación del orden internacional (desarme, derechos humanos y derecho humanitario, operaciones de mantenimiento de la paz, cooperación al desarrollo y Estado de derecho), desarmados por el giro de los acontecimientos, dejan de creer en su modelo y en la posibilidad de una paz democrática. Si los europeos se retiran, ¿quién tomará el relevo? Nadie lo hará. En las décadas de 1990 y del 2000, me esforcé por recordarles a los responsables políticos y a los investigadores que la guerra no había desaparecido milagrosamente y que Europa debía estar preparada para los contragolpes. En la última década, han reaparecido. Hoy, me encuentro en la situación opuesta de vigilancia porque la paz siempre se prepara antes de que las armas hayan callado.