La Rusia del después

El valor de Vladimir Kara-Murza

Vladimir Kara-Murza acaba de ser injustamente encerrado en las cárceles de Putin por oponerse a la guerra. Traducimos al español su última valiente declaración y publicamos un conmovedor homenaje al opositor e historiador ruso por Adam Tooze, su antiguo profesor en Cambridge.

Autor
Adam Tooze
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© ANTON NOVODEREZHKIN/TASS/SIPA USA

«¿Para qué sirve la historia? ¡Para hacernos valientes!».

Nunca olvidaré esta respuesta de mi distinguido colega, el profesor Jonathan Riley-Smith, a una de las preguntas sobre «teoría y práctica» con las que solíamos torturar a los estudiantes universitarios de Cambridge en la década de 1990 y principios de la del 2000. La respuesta de Riley-Smith siguió resonando en mí, precisamente, por su cualidad profunda, casi arcaica: la historia como consuelo y desafío, la historia como leyenda inspiradora, la historia como propiciadora de una vida con espíritu de acción audaz, la historia como uno de los lugares donde se preservan las historias de valentía y la memoria de los héroes, la historia como forma de resistencia al olvido en el que el poder puede querer encerrar a quienes se le oponen.

La exclamación de Riley-Smith me vino a la memoria esta mañana, a la luz de la deslumbrante exhibición de coraje del opositor ruso Vladimir Kara-Murza ante el tribunal de la ciudad de Moscú. Desde principios de la década del 2000, Kara-Murza ha sido la piedra en el zapato del régimen de Putin. Tras sobrevivir a dos ataques con veneno en 2015 y 2017, se manifestó en contra de la invasión de Ucrania, en 2022, y, posteriormente, fue detenido, acusado y juzgado en el Tribunal de Moscú. Con base en cargos falsos, los fiscales piden para él una condena de 25 años en una brutal colonia penitenciaria de «régimen estricto».

Según los procedimientos del sistema judicial ruso, antes del juicio y de la sentencia, los acusados tienen la oportunidad de hacer una declaración final. La reproducimos aquí. Este discurso es un monumento al coraje y a la imaginación histórica.

Miembros del tribunal, estaba seguro, después de dos décadas en la política rusa, después de todo lo que había visto y experimentado, de que ya nada podría sorprenderme. Debo admitir que estaba equivocado. Me sorprendió cómo mi juicio, en su secretismo y desprecio por las normas legales, superaba, incluso, a los «juicios» de los disidentes soviéticos de los años sesenta y setenta; eso, sin mencionar la severidad de la pena exigida por la fiscalía o la evocación de los «enemigos del Estado». En este sentido, fuimos más allá de los años setenta y volvimos a los años treinta. Para mí, como historiador, es una oportunidad para reflexionar.

Esta oración, la última línea del primer párrafo, me resultó chocante: «Como historiador, ésta es una oportunidad para reflexionar».

Cuando se levanta para enfrentarse a su terrible destino, saca de su descripción de sí mismo «como historiador» la fuerza para resistir la presión inmediata de la situación y seguir reflexionando. En lugar de hundirse en el abismo, es como si, al ponerse el manto de historiador, pudiera salir de la jaula en la que está confinado. Puede mirar atrás en el tiempo y medir la magnitud de los abusos a los que ha sido sometido y la vergüenza que suponen para Rusia, pero, también, mirar hacia delante, hacia un momento de amanecer, hacia una primavera que, sin duda, llegará. La conciencia histórica es una fuente de coraje.

En un momento de mi testimonio, el presidente del tribunal me recordó que una de las circunstancias atenuantes era «el remordimiento por lo que [el acusado] hizo». Y, aunque mi situación actual no es cosa de risa, no pude evitar sonreír: el criminal, por supuesto, debe arrepentirse de sus actos. Estoy en la cárcel por mis opiniones políticas, por pronunciarme contra la guerra en Ucrania, por muchos años de lucha contra la dictadura de Vladimir Putin, por facilitar la adopción de sanciones internacionales personales en virtud de la Ley Magnitsky contra los violadores de los derechos humanos.

No sólo no me arrepiento, sino que estoy orgulloso de ello. Estoy orgulloso de que Boris Nemtsov me trajera a la política. Y espero que no se avergüence de mí. Mantengo cada palabra que dije y cada palabra de la que me acusó este tribunal. Sólo me culpo de una cosa: durante mis años de actividad política, no he conseguido convencer a suficientes compatriotas ni a suficientes políticos de países democráticos del peligro que el actual régimen del Kremlin supone para Rusia y para el mundo. Hoy, esto es evidente para todos, pero a un precio terrible: el precio de la guerra.

En sus declaraciones finales ante el tribunal, los acusados suelen pedir la absolución. Para una persona que no ha cometido ningún delito, la absolución sería el único veredicto justo. Sin embargo, yo no le pido nada a este tribunal. Conozco el veredicto. Lo supe hace un año, cuando vi por el retrovisor a personas con uniformes negros y máscaras negras persiguiendo mi coche. Éste es el precio de alzar la voz en la Rusia de hoy.

No obstante, también sé que llegará el día en el que la oscuridad que cubre nuestro país se disipe: cuando lo negro se llame negro y lo blanco se llame blanco; cuando, a nivel oficial, se reconozca que dos por dos siempre es cuatro; cuando una guerra se llame guerra y un usurpador se llame usurpador; cuando quienes encendieron y comenzaron esta guerra, en lugar de quienes intentaron detenerla, sean reconocidos como criminales.

Dado el terrible calvario al que se enfrenta Kara-Murza, los recursos de coraje, convicción y determinación que ha tenido que reunir para hacer esta declaración desafían cualquier creencia. Sabe que el régimen de Putin lo enterrará vivo, pero se niega a rendirse.

Como historiador, con frecuencia, me pregunto por qué y para qué. Por eso, me conmovió profundamente el discurso de Kara-Murza. Fui una de las personas, en un equipo de Cambridge, que contribuyeron a darle la identidad que decidió adoptar en aquel terrible momento, la de historiador.

En Cambridge, al principio de su carrera académica, quizás, en 1998 o 1999, fui profesor de Kara-Murza. En el sistema de Cambridge, eso significa que, durante un periodo de dos meses, nos reuníamos durante largas horas, uno a uno, para hablar de historia, incluida –si no me falla la memoria– la historia de Rusia. No sigo la política rusa de oposición. Así que me resulta sorprendente que, entre los cientos de estudiantes a los que les di clase durante ese periodo, me recuerde tan vívidamente de él, de su energía, de la fuerza de su personalidad, de la profundidad de sus conocimientos históricos que, en 2011, dieron lugar a la publicación de su estudio histórico sobre el Partido de los Cadetes y de su esfuerzo fallido por construir un gobierno constitucional en Rusia, en 1906. Más allá de su periodismo y activismo, Kara-Murza es verdaderamente un historiador.

Todo esto me vino a la memoria cuando me enteré de su detención a principios de 2022. Una serie de imágenes vívidas de nosotros dos sentados mientras debatíamos uno de sus ensayos. Era un recuerdo, debería decir, acompañado de un sentimiento de culpa. Era un sentimiento de que, tal vez, había descuidado a esta notable persona en los años siguientes. Me temo que hay algunos correos electrónicos, por ejemplo, de hace muchos años quizás, que no contesté. Sin embargo, eso es asunto mío y de mi conciencia. Si menciono esta culpa, es para evitar que la gente piense que podría beneficiarme de esta aura. No me la merezco. Cuando empezamos a hablar, como estudiante en los últimos años de su adolescencia, ya cargaba con un sentido de motivación histórica –y, ahora, me doy cuenta– mucho más intenso, mucho más exigente y mucho más generoso que yo nunca tendré.

Hoy, sólo quiero llamar la atención sobre el caso de Kara-Murza, expresar mi humildad ante su magnífico sentido de la historia y pedirles a ustedes, los lectores, que se unan a mí para rendirle homenaje a su extraordinario valor.

Ese día llegará tan inevitablemente como la primavera después del invierno más frío. Nuestra sociedad abrirá, entonces, los ojos y se horrorizará ante los terribles crímenes que se han cometido en su nombre. A partir de esta toma de conciencia, de esta reflexión, comenzará el largo, difícil, pero vital, camino hacia la recuperación y restauración de Rusia, hacia su regreso a la comunidad de países civilizados.

Incluso hoy, incluso en la oscuridad que nos rodea, incluso sentado en esta jaula, amo a mi país y creo en nuestro pueblo. Creo que podemos seguir este camino.

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