¿Cómo empezar a pensar en la Rusia del después? Con disidentes, intelectuales y activistas rusos, el Grand Continent abre en sus columnas el debate sobre «la Rusia del después». En esta serie pediremos a los investigadores que contextualicen y critiquen con notas puntuales. 

Este texto firmado por cuatro figuras de la oposición política rusa, con trayectorias contrastadas y una cobertura mediática desigual, tiene el mérito de alimentar los debates en curso sobre el después: después de la guerra en Ucrania, después de la posible derrota rusa, después de Vladimir Putin. El paralelismo establecido entre la desputinización que piden los autores y la desnazificación de la Alemania de posguerra plantea radicalmente la cuestión de la ruptura, siempre difícil de realizar, con una estructura política autoritaria cuyas ramificaciones se extienden a toda la esfera política y cultural.

Cualquiera que sea el grado de incertidumbre y de oscuridad que persiste al término de su lectura, esta exhortación programática plantea, no obstante, la cuestión fundamental: ¿sólo cabe imaginar, como alternativa al autoritarismo, una tecnocracia de nuevo régimen, dirigida por los réprobos de ayer con propaganda televisiva y revestida con los lustrosos ropajes de una «democracia» formal?

De ello hablaremos el martes 14 de marzo en la École normale supérieure, en el marco de nuestros Mardis du Grand Continent, con Sabine Dullin, Sergueï Guriev, Guillaume Lancereau, Benjamin Quénelle y Julien Vercueil. (GG, GL, MM)

Cambio de régimen y democratización en Rusia: el papel de Occidente

Últimamente, en nuestras conversaciones con personalidades políticas y diplomáticas occidentales, oímos a menudo que se han formado «dos grandes partidos» en los círculos políticos de Europa Occidental, con puntos de vista diametralmente opuestos sobre la Rusia actual y su futuro.

Según el primero de esos «partidos», el reto fundamental tras la guerra de Ucrania será que Occidente establezca la libertad y la democracia en Rusia e integre al país en el espacio mundial y europeo, lo que, por supuesto, implicará la total desputinización de toda la sociedad y el Estado rusos.

El segundo «partido» promueve una política de total aislamiento económico y político de Rusia tras su derrota en la guerra de Ucrania. Los defensores de esta línea están convencidos de que Rusia y los rusos no son aptos para la libertad y la democracia, incapaces de vivir en paz con sus vecinos, siempre dispuestos a la agresión y al derramamiento de sangre, incurablemente afligidos por una doble psicosis: la del poder y la del imperio. Rusia quedaría así condenada a la eterna usurpación del poder político y a la veneración ciega de sus dirigentes. 

Sin embargo, este último «partido» no tiene en cuenta el hecho de que Putin, o el «Putin colectivo», podrá seguir bombardeando ciudades ucranianas tras una derrota en la guerra en curso, mientras chantajea al resto del mundo con la amenaza nuclear, a menos que intente un nuevo ataque contra Ucrania, tras recuperar fuerzas. A diferencia de Corea del Norte o Irán, el régimen dispone de los medios, de la capacidad industrial. Además, todos sus vecinos seguirían viviendo bajo su amenaza. Así pues, siguiendo las recomendaciones de este segundo partido, Occidente tendrá que seguir dedicando sus recursos a «pacificar» Rusia tarde o temprano.

La cuestión del escenario preferido, la política que debe adoptar el mundo civilizado en relación con Rusia, surgirá tras la desocupación del territorio ucraniano, cuya rapidez dependerá únicamente de la entrega de armas por parte de los países aliados.

LEV PONOMARËV, GENNADIJ GUDKOV, ELENA KOTËNOČKINA y OLEG ELANČIK

Este segundo partido tiene un argumento adicional. Si Occidente interfiriera realmente en el destino de la Rusia de posguerra, al mismo tiempo animaría a los descontentos con la derrota de Putin en Ucrania a dar un golpe de Estado armado. En este caso, una pronta intervención occidental sofocaría el golpe. Sorprendentemente, Occidente se encontraría entonces en solidaridad con el gobierno posterior a Putin. El hecho es que, en esa fase, los dirigentes rusos temerán más las acciones de los radicales armados que la responsabilidad diferida de los crímenes en Ucrania ante Occidente.

Por eso, la cuestión del escenario preferido, la política que debe adoptar el mundo civilizado en relación con Rusia, surgirá tras la desocupación del territorio ucraniano, cuya rapidez dependerá únicamente de la entrega de armas por parte de los países aliados. Por lo tanto, este debate sobre el futuro de Rusia y los esfuerzos que Occidente debería estar realizando debería comenzar desde ahora.

Cuando la ocupación no es una opción

La situación en la que el régimen de Putin ha sumido a Rusia es, en líneas generales, similar a la de Alemania bajo el control de Hitler y el NSDAP. La desnazificación y la restauración de la democracia sólo pudieron darse en Alemania tras la derrota militar del país y bajo el pleno control de la administración de ocupación.

Sin embargo, los Estados de la coalición anti-Putin no actuarán ni pueden actuar aquí como lo hicieron en relación con la Alemania derrotada, ocupando el territorio e imponiendo una tutela externa. 

Al mismo tiempo, no se puede permitir que Rusia experimente los levantamientos, la insurrección armada tan temida en Occidente. 

Hoy ya no es posible una revolución pacífica similar a los acontecimientos de 1989-1991, pero será posible e incluso absolutamente necesaria cuando el régimen represivo esté suficientemente debilitado.

En estas condiciones, muchos analistas creen que los escenarios más realistas son: o bien el del «golpe de Estado dentro de la élite»; o bien (más probable), un «deslizamiento» del gobierno posterior a Putin hacia la democracia y la democratización gradual del régimen bajo la presión de Occidente. Esta es precisamente la opción que queremos examinar.

Hoy ya no es posible una revolución pacífica similar a los acontecimientos de 1989-1991, pero será posible e incluso absolutamente necesaria cuando el régimen represivo esté suficientemente debilitado.

LEV PONOMARËV, GENNADIJ GUDKOV, ELENA KOTËNOČKINA y OLEG ELANČIK

¿Qué desafíos para Occidente? 

En la hipótesis de un cambio de régimen, uno no puede dejar de preguntarse si no se trata de un simple cambio de escenario en el Kremlin. Por supuesto, para reducir este riesgo, será necesario que Occidente apoye este proceso a su debido tiempo y de forma meditada. De hecho, son las intervenciones occidentales, a través del endurecimiento actual de las sanciones, las que reducen la probabilidad tanto de una continuación del régimen represivo como del ascenso al poder de los radicales.

Para poner en marcha este proceso, Occidente debe declarar ahora, hoy mismo, su intención de adoptar una serie de medidas concertadas. 

1) El palo: deben introducirse ahora todas las sanciones posibles, a nivel personal, contra funcionarios de ministerios, organismos y servicios civiles y de seguridad, así como contra sus familiares, incluidos los que están en proceso de divorcio, utilizando la «Lista de los 6 mil» de la Fundación Anticorrupción, la «Lista Putin» del Free Russia Forum, el Centro «Dossier» y otros periodistas de investigación independientes.

Además, Vladimir Putin y su círculo íntimo, los miembros del Consejo de Seguridad ruso y las personas implicadas en la agresión militar deben ser acusados de crímenes de guerra (incluido el bombardeo de infraestructuras energéticas civiles) y crímenes contra la humanidad; en caso de que se establezca un tribunal especial, también del crimen de agresión. Las personas implicadas deberán ser incluidas en listas internacionales de personas buscadas.

2) La zanahoria: Occidente debería garantizar una exención de sanciones personales a todo aquel que haya contribuido a la destitución de Putin o, más aún, a su extradición o detención en la propia Rusia, o incluso garantizar un indulto o la retirada de los cargos penales ante tribunales nacionales o extranjeros, siempre que dichos cargos no se levanten inmediatamente. Esto se debe a que suponemos que esas personas permanecerán en el poder durante algún tiempo: por lo tanto, es importante que sean conscientes de que su suerte se irá suavizando gradualmente a medida que se aplique el plan occidental para el periodo de transición (de aproximadamente un año o año y medio). Estas cargas y sanciones sólo se levantarán cuando se complete el plan y finalice el periodo de transición. Además, Occidente pondrá en marcha un «Plan Marshall» condicional para Rusia.

En la hipótesis de un cambio de régimen, uno no puede dejar de preguntarse si no se trata de un simple cambio de escenario en el Kremlin. Por supuesto, para reducir este riesgo, será necesario que Occidente apoye este proceso a su debido tiempo y de forma meditada.

LEV PONOMARËV, GENNADIJ GUDKOV, ELENA KOTËNOČKINA y OLEG ELANČIK

Por supuesto, tales disposiciones no se aplican a los acusados de participación directa en delitos militares y criminales en territorio ucraniano.

Programa condicional para la democratización de Rusia

La aplicación de los siguientes puntos por parte del gobierno de transición tendrá que producirse casi simultáneamente.

  1. Firma por parte de Rusia de un tratado de paz en términos ucranianos, que incluya un plan de reparaciones.
  2. Liberación inmediata de los presos políticos y retirada de los cargos políticos contra todos los disidentes, incluidos los declarados «agentes del extranjero». Abolición de las leyes represivas.
  3. No obstrucción de actos multitudinarios, mítines y manifestaciones, de conformidad con el artículo 31 de la Constitución rusa. Anulación de la Ley Federal 54-FZ y de los reglamentos de las entidades constitutivas de la Federación.
  4. Restablecimiento de la libertad de expresión. Destitución de la dirección de las empresas estatales de televisión (tanto federales como regionales). Despido de una serie de presentadores de programas políticos y de otro tipo (Skabeeva, Popov, Norkin, Solov’ev…). Autorización de los canales de televisión Lluvia [Dožd’], Tiempo Presente, Radio Libertad, RTVI, Eco de Moscú y otras producciones excluidas de los medios centrales y regionales.
  5. Acceso garantizado a las instalaciones nucleares para los observadores e inspectores internacionales.
  6. Disolución de la Asamblea Federal y celebración de elecciones parlamentarias o de una Asamblea Constituyente. La votación deberá ser secreta en un sistema mayoritario bajo estricto control (cuando no supervisión) de Occidente, las organizaciones de vigilancia Golos y otras.
  7. Paralelamente, incorporación de representantes de la oposición política y expertos en puestos clave de los órganos de gobierno para supervisar el programa y formar sus equipos.
  8. Reconfiguración de los servicios de seguridad y del Ministerio del Interior.
  9. Aprobación por una Asamblea Constituyente de una nueva Constitución o ley fundamental para federalizar Rusia y reforzar el papel del Parlamento1.

Es evidente que esta lista de procedimientos no es exhaustiva y que los expertos deberán perfeccionarla colectivamente.

Por supuesto, tales procedimientos sólo podrán aplicarse con la implicación gradual de la población rusa en este proceso, que tendrá lugar inmediatamente después del primer paso: detener la ejecución de las leyes represivas.

Para que los demócratas salgan victoriosos, la población rusa debe estar preparada desde ahora para los cambios que se avecinan.

LEV PONOMARËV, GENNADIJ GUDKOV, ELENA KOTËNOČKINA y OLEG ELANČIK

Si nuestro plan se lleva a cabo, todas las organizaciones civiles y políticas democráticas participarán en esta lucha por la restauración de la democracia2.

Para que los demócratas salgan victoriosos, la población rusa debe estar preparada desde ahora para los cambios que se avecinan.

Democratizar Rusia

Al mismo tiempo, Occidente debe iniciar una campaña activa de agitación democrática y educación de la población en las virtudes de la democracia. Este programa debe tener como objetivo la desputinización de la conciencia individual y colectiva de los rusos.

Es evidente que la población rusa, sometida durante muchos años a la propaganda imperial totalitaria, debe ser sensibilizada hacia la democracia. Para ello, es necesario crear una potente fuerza de difusión televisiva y digital, con los mismos objetivos de información y educación que en la Unión Soviética. El reto consiste en demostrar a los escépticos que la democracia es la única forma posible de estructura estatal capaz de resolver eficazmente los retos sociales y económicos. Por supuesto, este costoso proyecto necesitará el apoyo material de los Estados. 

Es necesario crear una potente fuerza de difusión televisiva y digital, con los mismos objetivos de información y educación que en la Unión Soviética.

LEV PONOMARËV, GENNADIJ GUDKOV, ELENA KOTËNOČKINA y OLEG ELANČIK

Es necesario incluir en el proyecto a la oposición democrática que actualmente se encuentra en el extranjero, con el fin de crear un diálogo con los ciudadanos rusos que permanecen en el territorio nacional.

Los que han salido de Rusia tienen vínculos permanentes con personas afines en su país de residencia. Ya se están estableciendo redes horizontales de lucha por la democracia. Los activistas de la sociedad civil, miembros de movimientos democráticos, están esperando el momento clave para comprometerse con la democracia. Ya son cientos de miles; millones más les seguirán3.

Esta agitación preparará a la sociedad para la refundación del poder estatal. 

*

Proponemos que este proyecto de democratización de Rusia se debata en las comunidades extranjeras y se promueva entre los líderes de opinión.

La objeción más frecuente que se nos hace es: ¿para qué necesita Occidente todo esto? Repitamos nuestro argumento: si, tras su derrota militar, Rusia no emprende el camino de la transición democrática, este país con uno de los mayores arsenales nucleares del mundo seguirá representando tanto una amenaza para la democracia como un riesgo de destrucción para el conjunto de la civilización humana.

Notas al pie
  1. Al leer estas propuestas, no podemos dejar de sorprendernos al oír voces supuestamente «liberales» que contemplan un horizonte tan exclusivamente represivo. El programa de acción previsto consiste básicamente en una serie de castigos a infligir a los responsables de la situación actual: acusar a Vladimir Putin y a sus colaboradores directos de crímenes de guerra; despedir a los principales propagandistas del régimen; destituir a los funcionarios, sin olvidar a todos sus familiares, «incluidos los que están en proceso de divorcio». En una palabra: se trata básicamente de despidos y castigos. Por supuesto, es difícil rebatir la necesidad de destituir a los instigadores de la guerra en Ucrania y de la asesina política interna del régimen ruso, pero también hay que afirmar que la vida democrática es algo más que listas de proscritos. Además, es demasiado obvio que los propios autores se encuentran en una posición difícil cuando hablan de la necesidad de sustituir a los esbirros del régimen actual por «expertos» y «líderes de la oposición política». Es difícil no ver el riesgo de un discurso autorreferencial o autopromocional.
  2. Una parte fundamental de este texto consiste en «preparar» desde arriba a la población rusa para la «democratización» que se avecina, instituyendo, a través de la radio, la televisión e internet, un sistema de control mental explícitamente inspirado en el de la Unión Soviética. El objetivo declarado es, en una palabra, lavarle el cerebro a la gente para alejarla del putinismo. El resultado es una concepción muy extraña de la «democracia» (término omnipresente en el texto), basada en una visión bastante estrecha de la «libertad» (término que sólo aparece tres veces). Esta idea de «democracia», que apenas se define, corre así el riesgo de aparecer como una bandera sin sustancia, más que como un concepto operativo que caracteriza una pragmática concreta, por no mencionar el hecho de que los autores guardan un sorprendente silencio sobre algunos de los puntos más importantes de su texto, empezando por la idea de un «Plan Marshall condicional» para la Rusia de posguerra, del que no nos dicen nada.
  3. Todo sucede como si, una vez liquidados el autoritarismo y la camarilla de Putin, la población rusa, hábilmente «preparada» por los «expertos», sólo pudiera seguir el curso natural de una vía democrática cuyo contenido los autores nunca esbozan, hasta el punto de suponerlo evidente. Uno quisiera saber qué entusiasmo se experimentará, qué espontaneidad se desbordará, qué prácticas se inventarán. Los autores sólo proporcionan las grandes líneas de un parlamentarismo teórico sin pulso.