Sobre el siglo XX, ya se ha dicho mucho1. Para Milan Kundera, es el siglo de la llegada de los mirlos a las ciudades de Occidente2. Para otros, fue el siglo del auge de la tecnología, o de los grandes avances de la medicina, o de los inicios de la conquista del espacio, o de las revoluciones mundiales, o de los campos de concentración, o del comienzo efectivo del Antropoceno… Todo esto es humano -probablemente demasiado-.

Este fue quizás el siglo de Winnie the Pooh.

No hay pueblo en Francia, Alemania, España, Italia o Gran Bretaña donde no se encuentren representaciones suyas. En Japón o Estados Unidos, abundan. En Guatemala, cuando el siglo XXI apenas tenía un año, un televangelista estadounidense, mostrando regularmente una efigie de Winnie, decía: «ahí está el diablo, ahí está el diablo»… Al otro lado del desierto de Tarim, al pie de las montañas de Pamir, en la ciudad de Kashgar, se venden en los mercados sus casetes y todo tipo de artefactos. En el extremo sur de Armenia, cerca de la frontera iraní, en Kapan, o Meghri, no es difícil comprar Winnie-the-Pooh, o, más exactamente, Winnies adaptados que habían sido distribuidos por la URSS. Viajando hoy por el mundo, es casi inevitable cruzarse con este animal amarillo de chaqueta roja en cojines, tapices, colgados del techo o luciendo en camisetas. También es posible verlo tatuado en pieles.

Winnie ha encontrado su lugar en la obra de uno de los más grandes escritores de la modernidad reciente, hasta en las que no suelen ceder a las modas: Samuel Beckett creó una mujer llamada Winnie, cuyo marido -Willy- se arrastra y habla a su alrededor mientras ella se hunde en el suelo. En las últimas páginas de Los días felices -o Happy Days– un lector atento puede descubrir algunos restos de los escritos de A. A. Milne, el inventor de la primera historia de Winnie the Pooh.

Winnie es ahora más abundante en la Tierra que Don Quijote, Dom Juan o Robinson Crusoe. Sus efigies seguramente han alcanzado a las de la Virgen. Han superado a las de Buda, y se mantienen firmes frente a Lenin o Washington. Winnie le gana a Mickey, Tarzán, Zorro o Nemo. Sus ventas son mayores que las de los demás personajes de ficción, incluso combinados. Winnie probablemente ha llegado a ser más rentable que Dios, que no sabemos si existe, pero sí sabemos que ha ganado mucho dinero. La Caperucita Roja, el Pulgarcito y La Bella Durmiente dejados atrás3

Una muestra de esta importancia: desde el verano de 2018, el Partido Comunista Chino ha prohibido Winnie the Pooh, o más concretamente, la emisión de la película Christopher Robin, un reencuentro inolvidable. En efecto, algunas imágenes de este dibujo animado habían permitido a los internautas chinos hacer comparaciones poco halagüeñas para el Presidente Xi Jinping con Winnie, o incluso con Eeyore, uno de sus compañeros. El 7 de agosto de 2018, el semanario francés Marianne llegó a escribir que «las autoridades chinas están realmente preocupadas desde 2013 por la influencia adquirida por el personaje de dibujo animado».

Transcurridos veintidós años del siglo XXI, la importancia de Winnie es tal que uno se pregunta si en las próximas décadas no se iniciará la conquista de otros planetas, o incluso de la galaxia. Dentro de mil años, juzgaremos si el siglo XX fue el primero de una larga serie de siglos que conducen a las estrellas, o si fue el Gran Siglo, el único del que puede decirse verdaderamente que es el de Winnie the Pooh.

Winnie the Pooh surgió de la Primera Guerra Mundial.

Como Cristo, tuvo un precursor que le allanó el camino y al que superó considerablemente: Teddy Bear, un osito de peluche que apareció en 1903.

La aparición y difusión de los ositos de peluche marcó el inicio de una revolución antropológica que llevó a la multiplicación de animales en las habitaciones de los niños pequeños.

YVES LE PESTIPON

Teddy era el apodo de Theodore Roosevelt, entonces Presidente de Estados Unidos, y un gran cazador. En 1902, en Mississippi, tras una jornada infructuosa, unos batidores se ofrecieron a disparar a un osezno herido que habían atado a un árbol. Teddy lo indultó. Los caricaturistas pronto empezaron a dibujar a Teddy’s Bear en grandes cantidades. Ya en 1903, un comerciante de Brooklyn, Morris Michtom, fabricó y vendió un oso de peluche al que llamó Teddy, pero no sin obtener la aprobación del Presidente. Fue un éxito inmediato. 

Al mismo tiempo, en 1902 y de nuevo en 1903, y probablemente sin inspirarse en los acontecimientos estadounidenses, una fabricante alemana – Margarete Steiff – lanzó una producción de ositos de peluche. En 1907, la empresa Steiff había producido más de un millón de estos osos, incluso en Estados Unidos, donde llegaron a confundirse con los Teddy Bears.

La aparición y difusión de los ositos de peluche marcó el inicio de una revolución antropológica que llevó a la multiplicación de animales en las habitaciones de los niños pequeños. Aunque el pequeño Cicerón no tenía un osito de peluche en su cama, ni el pequeño Napoleón, ni la pequeña marquesa de Sévigné, casi todos hemos tenido -y a veces tenemos- esos ídolos no lejos de nuestras camas, en nuestras casas. Parece que cuando los animales se alejan o son alejados del espacio humano, nos gusta hacer que varios de ellos se acerquen simbólicamente. Tal vez este fenómeno pueda vincularse a la muerte relativa de Dios, es decir, a su rarefacción en nuestras vidas, y quizá a la muerte del Hombre, o mejor dicho, a nuestra pérdida de confianza en el humanismo: desde las dos guerras mundiales, los campos y los desastres resultantes de nuestras actividades, ¿cómo nos puede gustar el Hombre? El lobo es quizás mejor que los pastores. ¿No son el oso y sobre todo el osezno -o sus imágenes- más simpáticos que nuestros congéneres? El oso de las ciudades, como lo imaginan muchos citadinos, se está volviendo casi más real que el oso del campo o del bosque, como se quejan algunos pastores…4 ¿Cómo podemos guardar rencor a estos plantígrados cuyos peluches están en las camas de nuestros hijos, y quizá en las nuestras, y que nos consuelan de los crímenes de la humanidad? Tanto más cuanto que simpáticos gatos, encantadores perritos, encantadores hámsters e incluso caballos enanos vienen a encantarnos… Esta inversión antropológica es considerable. La entrada de animales modernos, incluso prehistóricos, en las habitaciones de los niños es uno de los acontecimientos más sorprendentes del siglo XX. El advenimiento de Teddy Bear  es uno de los primeros momentos.

Winnie entró en el espacio abierto por Teddy Bear, pero se necesitó la guerra para que llegara. Si Harry Colebourn no se hubiera alistado en el Real Cuerpo Veterinario del Ejército de Canadá, no se le vería en bocamangas, equipaciones, camisetas y toallas en Argentina, Vietnam, Eslovenia, Congo, Armenia y otros países de todo el mundo.

Indonesia, 2009. © AP Foto/Dita Alangkara

Harry Colebourn nació en Birmingham en 1887. En 1907 viajó a Canadá para estudiar veterinaria. Al cabo de unos años, se instaló en Winnipeg. Fue allí donde decidió alistarse cuando se declaró la guerra, para poder utilizar sus conocimientos veterinarios al servicio del ejército, que entonces empleaba muchos caballos. De camino al campo de entrenamiento de Valcartier (Quebec), a su paso por White River (Ontario), compró una pequeña osita a un cazador por veinte dólares. La llamó Winnipeg, luego Winnie, y se la llevó con él a entrenar y a Europa.

En Salisbury Plain, Inglaterra, Winnie se convirtió en la mascota del regimiento. Sin embargo, al no poder llevarla a los campos de batalla de Francia, Harry Colebourn la confió al zoológico de Londres, donde la visitaba durante sus permisos. En 1918, cuando fue desmovilizado con el rango de comandante, Winnie se había convertido en una gran osa, popular entre los niños. Harry no se la llevó de vuelta a Canadá: la entregó definitivamente al zoo, donde murió en 1934, trece años antes que él. Son las primeras etapas de la metamorfosis de un joven animal salvaje.

En 1914, una osita de los bosques de Ontario recibió así unilateralmente un nombre, que al principio era el de una ciudad, antes de perder su última sílaba. Instalada por los efectos globales de la historia humana en el zoo de Londres, Winnie se convirtió en un animal público moderno: el zoo, a pesar de antiguas pequeñas colecciones de animales como las de Versalles, no adoptó su forma institucional actual hasta el siglo XIX, ofreciendo el espectáculo, a la vez científico y lúdico, de una diversidad animal viva. El zoo pretende educar y agradar. Se dirige especialmente a los niños, y es por un niño que asiste al zoo de Londres, y luego por su padre escritor, que Winnie experimenta su nueva metamorfosis, algunos años después de la Primera Guerra Mundial: de objeto, se convierte, de diversas maneras, en sujeto. Sujeto de ficción nacido de la realidad, ahora puede convertirse en la razón de una multitud de objetos.

En 1914, una osita de los bosques de Ontario recibió así unilateralmente un nombre, que al principio era el de una ciudad, antes de perder su última sílaba. Instalada por los efectos globales de la historia humana en el zoo de Londres, Winnie se convirtió en un animal público moderno.

YVES LE PESTIPON

Dos años después del final de la Gran Guerra, el 21 de agosto de 1920, nació en Londres Christopher Robin Milne. Algunos ven en su nombre de pila -Cristóbal- el resultado de una predestinación, ya que Cristóbal era un gigante que, según la leyenda, llevó al niño Jesús a través de un río. Christopher fue así el Winnieforo que llevó a la osa Winnie más allá del mundo real, incluso más allá del mundo de las representaciones creadas por el zoo. Fue un conducto para la entrada del animal en el imaginario colectivo.

En cuanto tuvo edad suficiente para andar libremente, Christopher Robin Milne fue al zoo de Londres y jugó con Winnie. Como tenía un osito de peluche llamado Edward, que le regalaron sus padres -Alan Alexander Milne y Dorothy (conocida como Daphne) de Sélincourt-, inventaba historias muy cortas, en las que se mezclaban el peluche y la osa de las profundidades del bosque.

Alan Alexander Milne, su padre, fue un escritor nacido en 1882. A principios de la década de 1920 ya era conocido por varios libros, entre ellos la novela policíaca clásica El misterio de la casa roja. Sin embargo, poco quedaría de la obra de este hombre, fallecido en 1956, si no hubiera escrito Winnie the Pooh en 1926, ilustrado por Ernest Howard Shepard, y The House of Pooh Corner en 1928, ilustrado por el mismo artista. El propio nombre de Milne apenas ha sobrevivido, a pesar de la fama de Winnie, o quizá a causa de ella. Casi nadie, salvo los especialistas, piensa en Milne cuando se trata de Winnie, y nadie discutiría que el siglo XX fue el siglo de Milne. Mientras que en el zoo de Londres hay estatuas de Harry Colebourn y de la osa, no hay ninguna del escritor inglés. La creación, inocente como era, estuvo a punto de devorar a su creador, parásito de su hijo, parásito a su vez de la osa Winnie, parásita a su vez de la Primera Guerra Mundial, a su pesar y gracias a la intercesión de un veterinario.

La fama póstuma de Milne es comparable a la de Charles Perrault, cuya obra está prácticamente olvidada, excepto por unos pocos especialistas del siglo XVII, pero cuyos Cuentos se leen y traducen en todo el mundo, aunque se parezcan poco al resto de sus escritos, y sean en parte el resultado de una colaboración, cuyas vías nos resultan casi impenetrables, con su joven hijo. Tanto Perrault como Milne tuvieron que volver a la infancia a través de sus hijos para alcanzar la fama a la que aspiraban, pero que sólo Perrault logró realmente.

Alan Alexander, a partir de febrero de 1924, cuando se publicó un poema – «Teddy Bear»- ya ilustrado por Shepard, y luego un cuento titulado «The Wrong Sort of Bees» en 1925 en el London Evening News del 24 de diciembre, se basó en las historias embrionarias que Christopher estaba haciendo con Winnie. Es imposible determinar en qué medida lo hizo el niño que sólo tenía seis años en 1926, cuando apareció Winnie the Pooh. Lo cierto es que sin Christopher Robin -que se convirtió él mismo en un personaje del libro- su padre nunca habría conocido a Winnie ni concebido su potencial narrativo.

Tanto Perrault como Milne tuvieron que volver a la infancia a través de sus hijos para alcanzar la fama a la que aspiraban, pero que sólo Perrault logró realmente.

YVES LE PESTIPON

Ambos libros de Milne tuvieron éxito en el mundo anglosajón. En la década de 1930, Stephen Slesinger adquirió los derechos del personaje para Estados Unidos y Canadá. Estos derechos no sólo aplicaban a la publicación de los libros, sino a todo tipo de producciones de dibujos animados, películas y productos derivados… Bajo su control, Winnie the Pooh se convirtió en el primer dibujo animado dominical de la televisión estadounidense a mediados de la década de 1940. 

La Segunda Guerra Mundial frenó la globalización de Winnie. Pero en 1946, Jacques Papy, que también fue el traductor francés de Alicia en el país de las maravillas y de los textos de Lovecraft, propuso una traducción al francés en Presses de la Cité: Histoire d’un Ours comme ça (“Historia de un Oso así”), y Maison d’un ours comme ça (“Casa de un oso así”). Estos títulos demuestran que, tras la Segunda Guerra Mundial, el solo nombre de Winnie no bastaba para vender en Francia. 

En 1954, a petición de la población, se inauguró en Varsovia una calle Winnie the Pooh. Winnie, ya ampliamente establecida en toda Europa, así como en Estados Unidos, se trasladó entonces a la URSS. A partir de 1960, el escritor y traductor judío Boris Zakhoder puso su talento a su servicio. Siguieron varios dibujos animados. En 1969, el ilustre Fiodor Khitrouk, autor de varias obras maestras del cine de animación soviético, produjo Vinni Pukh, inspirada en los primeros capítulos de la obra de A. A. Milne, pero cuyo grafismo, trabajado por los estudios Soyuzmultifilms, era muy diferente del de las ilustraciones de la edición de 1926. 

Fueron los estudios Disney los que, a partir de 1966 y no sin problemas legales, obraron el milagro de la multiplicación mundial de Winnie. 

En 1961, ocho años después de la muerte de Stephen Slesinger, Disney compró los derechos a su viuda. Los estudios buscaron entonces nuevas inspiraciones, personajes ajenos al mundo de los cuentos antiguos, como Cenicienta o Blancanieves. Nació el proyecto de hacer un largometraje con Winnie, pero el personaje aún no era una referencia tan obvia para todas las generaciones como lo es hoy: Disney decidió facilitar su introducción en el mercado produciendo un mediometraje de exploración. Este fue Winnie the Pooh y el árbol de miel en 1966, luego Winnie the Pooh y el día borrascoso en 1968, luego Winnie the Pooh y el tigre loco en 1974. Estas obras, reunidas y recompuestas, culminaron en 1977 en Las aventuras de Winnie the Pooh, un gran éxito que dio lugar a la multiplicación de productos derivados, camisetas, tazas, corbatas, postales, boyas, globos, juguetes, etc. con la efigie del personaje. 

Winnie vestida de miembro del Partido Comunista en una protesta en Hong Kong en 2018. © AP Foto/Vincent Yu

Este enorme crecimiento del volumen de negocio de Winnie no estuvo exento de batallas en los tribunales. Los herederos de Schlesinger, que se sintieron despojados de sus derechos, iniciaron un pleito que duró dieciocho años. Una heredera de A. A. Milne por su lado atacó a esos herederos… No fue hasta el 30 de septiembre de 2009 cuando un juez de Los Ángeles dictaminó que Disney no había incumplido el acuerdo con la familia de Stephen Slesinger. A partir de entonces, Disney se hizo con una parte de todos los ingresos generados por Winnie en la Tierra.

En 2022, en Asia, los niños trabajan en fábricas antihigiénicas, por salarios miserables, para que otros niños o adultos puedan tener Winnies en sus bolígrafos, gorras, en sus bañeras. Miles de toneladas de plástico se utilizan para crear efigies que acaban en los contenedores y en el fondo del mar. En China se oyen canciones de Winnie en los taxis, y en marzo, personas bienintencionadas se disfrazaron de Winnies para recibir a los niños que huían de Ucrania en la estación de tren de Przemysl (Polonia).

Winnie se ha convertido en un universal “winner”. Su fama, establecida en todas partes, y los ingresos que genera, son los efectos y vectores de una rápida globalización de los signos, al mismo tiempo que de una devaluación de los significados. Winnie pertenece a lo que Gilles Lipovetsky llamó «el imperio de lo efímero»5, aunque su fama -no los objetos que prolifera- parece que perdurará. Ejemplifica lo que él llama «la era del vacío»6, aunque su «piel del vientre bien estirada» y su alegría al comer miel manifiestan una feliz plenitud. Winnie obtiene su fuerza de una debilidad silenciosa. Se puede proyectar universalmente en él el deseo total de ser casi nada, una desnudez amarilla apenas vestida con una chaqueta roja, una imbecilidad sin drama7

Winnie se ha convertido en un universal “winner”. Su fama, establecida en todas partes, y los ingresos que genera, son los efectos y vectores de una rápida globalización de los signos, al mismo tiempo que de una devaluación de los significados.

YVES LE PESTIPON

Una figura de amable animalidad, alejada de las contradicciones de la historia. Winnie no tiene planes a largo plazo, ni ideas políticas. Se adapta con muy poco esfuerzo al mundo en el que vive. Tiene amigos, pero no enemigos. Ningún Lobo Feroz cerca de él. Puede amar y ama, pero sin pasión erótica. No tiene sexo, como deja claro constantemente su falta de bragas. En este aspecto, y en muchos otros, es lo contrario de la figura de Cristo8. Winnie está por debajo del género. Todo en suaves curvas, es una continuidad y un contenido sin cortes.

Ahora bien, el oso, desde hace miles de años, en Europa, América y Asia9, es un doble formidable y deseable del ser humano. No es un hombre, pero es casi un hombre. La leyenda de Juan Oso, en los Pirineos, cuyas raíces abarcan una vasta zona geográfica, ilustra esta proximidad tentadora y temida. Winnie, por su nombre, por el zoo, por la escritura de Milne, por las ilustraciones, por su vestuario, por sus palabras, e incluso por la aparente ausencia de pelo, dista mucho de ser un animal salvaje. Sin embargo, no se convierte en un ser humano, lo que le llevaría a la Historia, la violencia y el sexo. Es un milagro del equilibrio, mientras que su pesadez cómica no deja de hacerle caer. Sus caídas no son graves. Se mantiene flotando como un globo. Este terrícola es aéreo. Tal es su gracia efectiva.  

Winnie responde sin duda a las angustias que el siglo pasado ha creado en todo el mundo, y para todo el mundo. No vive ni en guerras, ni en tiranías, ni en crisis económicas, ecológicas o sanitarias. A diferencia de K., no está citado a ningún juicio. Tampoco vaga por el castillo. Tiene un nombre bonito pero no se hunde en la tierra como la mujer con ese nombre en Beckett. Winnie contribuye a trasladar el deseo de amor tierno, que es sin duda un universal humano, a una figura intermediaria, como un ángel, entre el cielo y la tierra, el mundo animal y el mundo humano, la infancia y la palabra filosófica. Es un antídoto contra gran parte de la literatura y las artes contemporáneas. Para él, estos son realmente los «días felices». Ni introspección, ni dolor, ni viaje al fin de la noche, ni noche sexual, ni grandes pruebas del espíritu.

Su éxito puede compararse con el -menos universal- de El Principito, que apareció por primera vez en 1943, y que también combinaba un cuento con imágenes, la infancia y el mundo animal, una imbecilidad feliz, alejada de cualquier deseo de guerra. El Principito y Winnie vienen del siglo XX, y responden a él con una alegre y sutil despreocupación. El Principito ha evitado, por el momento, convertirse en una religión planetaria. Winnie es bastante más «culto». La paradoja actual de este personaje indolente es que se ha convertido en una industria rentable, en un operador ideológico y, como hemos visto recientemente en China, en una cuestión política: ninguna gloria humana escapa a las cambiantes contradicciones de lo colectivo.

Este personaje existe desde hace casi un siglo y ahora triunfa. Así es la sociedad global del espectáculo. Esto no es El sueño de una noche de verano. Tampoco es Mucho ruido y pocas nueces. Sino más bien, a veces de manera temible, Como gustéis

Notas al pie
  1. Este texto procede de una ponencia presentada en marzo de 2019 en la conferencia internacional «L’amour des animaux / Animal Love».
  2. Milan Kundera, Le livre du rire et de l’oubli, Paris Gallimard, 1979, p. 225.
  3. En 2014, un dibujo original de la obra ilustrada de Milne se vendió en una subasta por 380.000 euros. Para Sotheby’s, se trata de «un récord mundial para este tipo de ilustración».
  4. L’ours, histoire d’un roi déchu, de Michel Pastoureau, Seuil, 2007, es una referencia útil.
  5. Gilles Lipovetsky, L’Empire de l’éphémère : la mode et son destin dans les sociétés modernes, Paris, Gallimard, 1987.
  6. Gilles Lipovetsky, L’Ère du vide, essais sur l’individualisme contemporain, Gallimard, Paris, 1983.
  7. Se leerá con interés John Tyerman Williams Pooh and the philosophers, Dutton, 1995.
  8. Ver Leo Steinberg, La sexualité du Christ dans l’art de la Renaissance et son refoulement moderne, Paris, Gallimard, 1987.
  9. A pesar de la existencia prehistórica de osos en el Atlas marroquí, no hay osos salvajes en África. Tampoco hay osos en Australia, aunque el koala puede parecerse a un oso pequeño.