En este enlace encontrará los demás episodios de esta serie de verano en colaboración con la revista Le Visiteur.
Las ciudades han sido durante mucho tiempo lugares de conflicto —guerras, racismo, odio religioso— y han tendido a desactivar esos focos de tensión mediante el comercio y las prácticas cívicas, a diferencia de los Estados nacionales que tradicionalmente han optado por la confrontación militar. De este modo, la reducción de los conflictos urbanos ha favorecido el desarrollo de la vida ciudadana. Hoy en día, las ciudades están perdiendo gradualmente esa capacidad y se enfrentan a nuevos tipos de violencia, como la guerra asimétrica o la “limpieza” étnica y social. Además, los espacios urbanos densamente poblados, generadores de tensiones y lastrados por la desigualdad y la injusticia, son testigos de la aparición de otros conflictos secundarios y anómicos, como las guerras de la droga o las grandes catástrofes medioambientales que amenazan nuestro futuro cercano. Estos nuevos tipos de conflicto ponen en tela de juicio las competencias comerciales y cívicas tradicionales de las ciudades que les han permitido mantener la paz e integrar la diversidad social, cultural, religiosa y étnica.
La inestabilidad del orden urbano forma parte de una desarticulación más general de las lógicas organizativas existentes, que a su vez pone en peligro la lógica que ha asociado territorio, autoridad y derechos en el esquema organizativo dominante de nuestro tiempo: el Estado-nación1. Esto sucede a pesar de que los Estados nacionales y las ciudades siguen siendo marcadores esenciales del paisaje geopolítico y de la organización material del territorio. Por ejemplo, el orden urbano que presidió la creación de la «ciudad abierta»2 en Europa aún persiste, aunque cada vez es más visual y menos social.
En las siguientes páginas, examinaré las dinámicas que están cambiando el orden urbano tradicional y mostraré que actualmente nos enfrentamos a retos mucho más problemáticos que nuestras diferencias. Para poder avanzar, es necesario trascenderlos. Ahí está la oportunidad de que las ciudades reinventen su antigua capacidad para desactivar conflictos y evitar la guerra. Sin embargo, este ya no será el orden habitual de la ciudad abierta ni de la ciudadanía tal y como la hemos conocido hasta ahora, especialmente en la tradición europea.
La urbanización de las cuestiones de gobernanza: la desarticulación de lo nacional.
Ciertas cuestiones que suelen formar parte de la gobernanza mundial —los problemas medioambientales, el desplazamiento de los refugiados de guerra dentro y fuera de las ciudades— se vuelven especialmente concretas y apremiantes en las ciudades. La traslación de estas cuestiones nacionales/globales al ámbito de la ciudad forma parte de una desarticulación más general de los modelos globales, en particular el del Estado-nación y del sistema transnacional. Esto puede explicar en parte el hecho de que las ciudades estén perdiendo sus antiguas capacidades para transformar los posibles conflictos en prácticas cívicas.
Desde hace dos siglos, la base tradicional de la ciudadanía en su concepción europea ha descansado esencialmente en la llamada acción civilizadora del capitalismo burgués, avalando la victoria de la democracia liberal como sistema político de la burguesía. Hoy en día, el capitalismo adopta una forma distinta, al igual que el sistema político de las nuevas élites mundiales. Estos acontecimientos plantean preguntas sobre cuál podría ser la nueva contraparte de la ciudadanía hoy en día.
En la actualidad, asistimos a la proliferación de una gran variedad de agrupaciones parciales —y a menudo muy especializadas u oscuras— de fragmentos de territorio, autoridad y derechos antaño arraigados en marcos institucionales nacionales y transnacionales. Esas agrupaciones trascienden las oposiciones de dentro/fuera, nuestro/suyo, nacional/mundial3. Surgen de (y pueden residir en) marcos institucionales nacionales y territoriales, o de combinaciones de elementos nacionales y globales, y atraviesan el globo en geografías translocales que vinculan muchos espacios subnacionales. Las ciudades, especialmente las globales o en vías de serlo, son un ejemplo muy complejo del fenómeno de desarticulación y agrupación.
La traducción de estas cuestiones a nivel de la ciudad puede organizarse en tres ejes:
1. Calentamiento global, inseguridad energética y del agua. Las cuestiones medioambientales, entre otras, empujarán a las ciudades a la primera línea, mientras que tenderán a seguir siendo menos importantes para los Estados nacionales y el propio Estado. Esto se debe principalmente a la creciente, y cada vez más directa, dependencia de las poblaciones urbanas de las infraestructuras y servicios públicos masivos: viviendas sociales, hospitales, sistemas de alcantarillado y tratamiento de aguas, transporte público subterráneo, redes eléctricas dependientes de un sistema informático falible. Ya sabemos que la subida del nivel del agua provoca inundaciones en algunas de las ciudades más pobladas del mundo. La inminencia de estos retos es incompatible con las largas negociaciones y la proliferación de reuniones internacionales que siguen siendo la forma más habitual de compromiso a nivel político nacional y, sobre todo, internacional. El calentamiento global afectará severamente a las ciudades; es urgente prepararse para ello. Las nuevas formas de crisis y la violencia que se derivará de ellas serán más agudas en las ciudades. Por ejemplo, una importante simulación realizada por la NASA muestra que, si fallara el sistema informático que gestiona la red eléctrica de la ciudad, al cabo de cinco días, una metrópolis como Nueva York se encontraría en un estado extremadamente crítico, prácticamente inmanejable con las herramientas convencionales.
Estos retos emergentes se materializarán y nos amenazarán antes de que nos demos cuenta, aunque a escala nacional estos procesos puedan ser más lentos. Por tanto, las ciudades están en primera línea y deben actuar contra el calentamiento global sin esperar a que sus gobiernos firmen tratados internacionales. Muchas ciudades han tenido que aprender a lidiar con estos problemas por su cuenta, como Tokio o Los Ángeles, que tomaron medidas para mejorar la calidad del aire en la década de 1980, antes de que se firmaran el Protocolo de Kioto o leyes nacionales vinculantes (sobre emisiones de gases de efecto invernadero y eficiencia energética). Así, con o sin estos instrumentos, dichas ciudades debían abordar el problema de la calidad del aire con urgencia.
2. Guerras asimétricas. Antes, los grandes ejércitos se desplegaban y luchaban en los océanos y en vastos campos de batalla, lejos de las ciudades. En los conflictos militares actuales, si un Estado inicia un conflicto armado en nombre de la seguridad nacional, son las grandes ciudades las que probablemente estén en primera línea. La defensa de la seguridad nacional es ahora una fuente de inseguridad urbana. Es el caso de la llamada «guerra contra el terrorismo», especialmente en Irak, donde el país se ha convertido en el escenario de una guerra urbana. Las repercusiones de la guerra contra el terrorismo han tenido un efecto dominó en ciudades no implicadas directamente en ella, como Madrid, Londres, Casablanca, Bali, Bombay, Lahore y muchas otras. El paradigma de seguridad tradicional basado en la seguridad nacional se vuelve incompatible con esta nueva configuración, ya que lo que puede ser bueno para la protección del aparato estatal nacional puede ser particularmente costoso para las grandes ciudades y sus poblaciones. Volveré sobre este punto en la segunda parte de este artículo.
3. Las ciudades también se ven afectadas por las cuestiones de gobernanza mundial en la medida en que son los lugares donde se producen nuevas formas de violencia derivadas de las diversas crisis. Podemos prever la aparición de varios tipos de violencia que pueden escapar a las normas (propuestas normativas a nivel macro) de la buena gobernanza mundial. Por ejemplo, los enfrentamientos entre las bandas y las fuerzas policiales en São Paulo y Río indican que estos incidentes no son simples operaciones de mantenimiento del orden, como generalmente se sugiere. Lo mismo ocurre con los fracasos del poderoso ejército estadounidense en Bagdad; llamar “anarquía” a ese fenómeno es inadecuado. En cuanto a las cuestiones de gobernanza global, el reto consiste en forzar a los marcos teóricos a nivel macro (macro-level frames) a explicar y encontrar las causas de las tensiones generadas por la inseguridad y la violencia cotidianas en espacios densamente poblados. Algunas de estas tensiones pueden alimentar las respuestas militares y contribuir a la escalada del conflicto.
La cuestión de la inmigración y los nuevos refugiados medioambientales es un ejemplo especialmente edificante de los problemas urbanos que requieren el desarrollo de nuevos enfoques ciudadanos. Volveré sobre este punto en la tercera parte del artículo.
Inseguridad urbana: cuando la propia ciudad se convierte en una tecnología de guerra y conflicto.
Desde 1998, la mayoría de los atentados «terroristas» se han producido en ciudades, ya que es más fácil atacar objetivos urbanos que aviones civiles o instalaciones militares. El último Informe Global sobre Terrorismo publicado por el Departamento de Estado de Estados Unidos revela que los atentados asimétricos se producen principalmente en ciudades, incluso bastante antes del 11 de septiembre de 2001. Según el informe, de 1993 a 2000, las ciudades sufrieron el 94% de los daños de todos los atentados terroristas y el 61% de las muertes. Durante el mismo periodo, el número de incidentes se duplicó (y aumentó bruscamente, sobre todo después de 1998). En cambio, los atentados terroristas contra aviones civiles causaron más destrucción y víctimas en la década de 1980 que en la de 19904.
La nueva cartografía urbana de la guerra se extiende más allá de las naciones implicadas. Los atentados de Madrid, Londres, Casablanca, Bali, Bombay y otras ciudades tienen cada uno su especificidad y pueden ser consecuencia de conflictos locales. Son operaciones aisladas perpetradas por grupos armados locales, que actúan de forma independiente. Sin embargo, todas ellas forman parte de un nuevo tipo de guerra que sucede en varios frentes a la vez (“multi-sited war”), de un conjunto variable y descentralizado de operaciones que adquieren un mayor significado a partir de un conflicto local de importancia global.
La invasión de Irak es uno de los ejemplos más sorprendentes de guerra asimétrica. Tras seis semanas de bombardeos aéreos convencionales, las fuerzas estadounidenses destruyeron al ejército iraquí y tomaron el control del país. Entonces comenzó la guerra asimétrica —que aún continúa— en Bagdad, Mosul, Basora y otras ciudades iraquíes. El caso iraquí revela otra faceta de este tipo de guerra: el conflicto simétrico entre dos (o más) fuerzas no convencionales. Los hechos demuestran que un conflicto asimétrico inicial, como la invasión de Irak por parte de Estados Unidos, puede dar lugar a conflictos simétricos no convencionales.
Las guerras asimétricas son parciales, intermitentes y siempre terminan de forma borrosa; ningún armisticio marca su final. Indican el declive del poder central, ya sea imperial o nacional, incluso en los países poderosos.
Las guerras contemporáneas se caracterizan por un segundo conjunto de rasgos, que son evidentes en las regiones menos desarrolladas: en la mayoría de los casos, conducen a la urbanización forzada y al desplazamiento a gran escala de las poblaciones hacia y fuera de las ciudades. En África o Kosovo, por ejemplo, las poblaciones desplazadas engrosan la población de las ciudades. Al mismo tiempo, las partes en conflicto evitan la confrontación militar directa, como explica Mary Kaldor en su libro sobre las nuevas guerras5. Su principal estrategia es eliminar a las poblaciones de etnias o religiones diferentes y a los opositores políticos mediante el terror y las masacres que las hacen huir. Estos tipos de desplazamiento forzado —de los cuales la llamada limpieza étnica y religiosa es la forma más virulenta— tienen un profundo impacto en el carácter cosmopolita de las ciudades.
Las ciudades llevan mucho tiempo logrando reunir a personas de diferentes clases, etnias y religiones mediante actividades comerciales, políticas y cívicas. Los conflictos contemporáneos desestabilizan y debilitan la diversidad cultural cuando provocan una urbanización forzada o un desplazamiento interno6. Ya sea en Belfast, Bagdad o Mostar, existe el riesgo de que la ciudad se transforme en un conjunto de guetos urbanos, con repercusiones colosales en la infraestructura y la economía locales.
El largo proceso de «limpieza» que ha sufrido Bagdad es, sin duda, un factor importante en la relativa paz que reina allí desde hace dos años.
En las metrópolis fuera de las zonas de guerra, el análogo sistémico de esa «limpieza» podría ser la creciente guetización de las poblaciones ricas y pobres, aunque los guetos sean de naturaleza muy diferente. Por lo tanto, es probable que los cosmopolitismos urbanos tradicionales sean suplantados por estrechos comportamientos defensivos en un mundo de creciente inseguridad económica e impotencia política. En estas condiciones, el desplazamiento del campo a las ciudades medianas y grandes se convierte también en una fuente de inseguridad más que de diversidad.
Construir la ciudad abierta: una tarea difícil
La traslación de las cuestiones clave de la gobernanza mundial a la escala de la ciudad —en el contexto de una dinámica de desarticulación de lo nacional— indica que las ciudades también se están convirtiendo en lugares donde se fabrican nuevas normas. Han desempeñado este papel en muchos momentos, en muchos lugares diferentes y en muchas circunstancias distintas. Sin embargo, en determinadas situaciones, esta función de la ciudad puede llegar a ser estratégica, como es el caso actual.
Para ilustrar esto, tomaré el ejemplo de la migración intraeuropea. Es necesario destacar aquí las dificultades inherentes a la construcción de la ciudad abierta. El caso particular de la integración de los inmigrantes en el continente europeo a lo largo de los siglos es sólo un atisbo de la compleja cuestión —que ha evolucionado con el tiempo— de la construcción de la ciudad abierta europea. En mi opinión, las dificultades de integración del «extranjero» se han convertido en herramientas para desarrollar la ciudadanía, en el mejor sentido de la palabra. En libros anteriores, he desarrollado la idea de que las reivindicaciones de los excluidos hacen avanzar los derechos cívicos; esta dinámica esencial se descuida con demasiada frecuencia en los libros de historia tradicionales. Así, la integración de los excluidos conduce a una expansión del derecho, que beneficia a toda la sociedad.
Los inmigrantes han sido atacados y humillados en todas las grandes fases de la historia de la inmigración y en todos los grandes Estados europeos. Ningún país de acogida se ha librado de ello: ni Suiza, a pesar de su larga tradición de neutralidad, ni Francia, muy abierta a los inmigrantes, refugiados y exiliados. Recordemos que en el siglo XIX, los obreros franceses asesinaron a los obreros italianos, a los que acusaban de ser malos católicos.
Otro punto clave es que los individuos, organizaciones y representantes políticos de nuestras sociedades llevan mucho tiempo abogando por una mayor integración de los inmigrantes. La historia sugiere que los defensores de la integración han logrado su objetivo a largo plazo, aunque sea parcialmente. Para recordar el pasado relativamente reciente, una cuarta parte de la población francesa tiene un antepasado de tercera generación nacido en el extranjero. Transformar los odios urbanos hacia los extranjeros en prácticas cívicas ha sido una tarea difícil. Por ejemplo, ningún sistema sanitario o de transporte público que se precie puede permitirse clasificar a la población como «buenos» o «malos» usuarios. Basta con observar una regla básica: para subir a bordo, todo el mundo tiene que pagar su billete. En otras palabras, la ciudadanía debe convertirse en una restricción material.
Oculta en la sombra de su historia oficial, marcada por la imagen de un continente de emigración, y en absoluto de inmigración, Europa tiene una larga y poco reconocida historia de migración interna.
Sin embargo, en el siglo XVIII, Ámsterdam trajo trabajadores del norte de Alemania para construir sus pólderes y drenar sus pantanos. Los franceses utilizaron trabajadores españoles para cultivar sus viñedos; Italia buscó trabajadores de los Alpes para construir Turín y Milán; y Londres buscó trabajadores irlandeses para construir sus alcantarillas y su red hidráulica. En el siglo XIX, París fue reconstruido por trabajadores alemanes y belgas, y los suecos reclutaron canteros italianos para construir sus palacios. Los trabajadores italianos excavaron el túnel de San Gotardo en Suiza, y los italianos y polacos emigraron a Alemania para construir las fábricas siderúrgicas y los ferrocarriles alemanes.
El continente europeo siempre ha experimentado grandes flujos migratorios internos. Aunque eran europeos, todos esos trabajadores inmigrantes eran considerados en sus países de acogida como extranjeros, indeseables cuyas diferencias parecían flagrantes e insuperables. Estigmatizados por su olor, sus costumbres o su aspecto exterior, aunque su fenotipo tuviera elementos comunes y compartieran la misma religión y cultura, eran percibidos como una amenaza para la comunidad, de la que estaban excluidos. Sin embargo, muchos de ellos acabaron integrándose, aunque sólo fuera después de dos o tres generaciones. Se convirtieron en miembros de pleno derecho de la comunidad, manteniendo sus diferencias culturales y participando en el complejo y muy heterogéneo orden social de cualquier país desarrollado. En otro texto, describo la violencia y el odio que sufren los que ahora consideramos nuestros7. La estigmatización del extranjero, del Otro, es una constante en la historia. Los argumentos utilizados hoy en día para rechazar al otro recuerdan a los utilizados en el siglo XIX cuando los inmigrantes pertenecían en su mayoría a la misma religión, etnia y cultura. Migrar es desplazarse entre dos mundos, incluso dentro de la misma región o país. Los alemanes orientales que se trasladaron al oeste tras la caída del muro de Berlín fueron vistos por sus homólogos occidentales como un grupo étnico diferente con características indeseables.
En esas condiciones, ¿cuál puede ser el reto de hoy, el que podría obligarnos a superar nuestras diferencias y desempeñar el mismo papel unificador que la tradición de la ciudadanía europea?
¿Un reto más problemático que nuestras diferencias?
El paisaje urbano global que está surgiendo hoy en día es radicalmente diferente del que generó la tradición cívica europea. Esta diferencia persiste, a pesar de que Europa, en sus ambiciones imperiales, ha sido capaz de mezclar tradiciones y culturas urbanas de diferentes historias y geografías. Pero este paisaje urbano emergente tiene algo en común con la vieja tradición: los retos son más problemáticos que nuestras diferencias. Ahí está la posibilidad de reinventar la capacidad de las ciudades para desactivar el conflicto (al menos relativamente) y convertirlo en apertura, no en guerra, como ocurre con los gobiernos nacionales. Creo que los problemas centrales de la ciudad (y de la sociedad en general) contribuyen cada vez más a la desarticulación del viejo orden cívico urbano. Como hemos visto antes, la guerra asimétrica —al igual que el calentamiento global— es una de las manifestaciones más evidentes de esta dinámica. Pero cada uno de estos retos puede contribuir a la fabricación de nuevos acuerdos para la acción urbana. La propagación de la guerra asimétrica y los efectos del calentamiento global afectarán tanto a los ricos como a los pobres, y todos tendrán que actuar juntos para combatirlos. Además, la desigualdad económica, el racismo y la intolerancia religiosa se convierten ahora en movilizadores políticos en un contexto en el que el poder central se está debilitando, ya sea un poder imperial, de un Estado nacional o de la burguesía urbana.
En este contexto de dislocación parcial de los imperios y de los Estados-nación, la ciudad es un lugar estratégico para fabricar elementos de un nuevo orden, y probablemente más parciales. Hay que analizar con más detalle algunos aspectos para valorar la importancia de la ciudad como agrupación: una concentración sumamente compleja con capacidades potencialmente históricas (iniciar revueltas, hacerlas visibles). La proliferación de agrupaciones parciales reorganiza parcelas de territorio, autoridad y derechos que antes estaban arraigados en los marcos institucionales nacionales8. Estos siguen existiendo principalmente dentro del Estado-nación, pero no sin una «desnacionalización» parcial de lo que antes era nacional9. Estas agrupaciones son polivalentes en el sentido normativo. Por ejemplo, creo que las normas y prácticas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y de la Corte Penal Internacional (CPI) son dos de los cientos de vectores que alimentan la formación de nuevas agrupaciones similares. Sus bases normativas son claramente diferentes. Dado que estas nuevas agrupaciones son parciales y a menudo muy especializadas, tienden a centrarse en infraestructuras y objetivos específicos, a menudo de alcance muy limitado. Pero la ciudad es un espacio con potencial para aglutinar múltiples servicios y generar un orden normativo más amplio y global: esto hace que las ciudades sean un recurso normativo estratégico en un mundo en el que las normas se convierten en lógicas de servicio.
Las consecuencias de la aparición y proliferación de estas nuevas agrupaciones no son nada desdeñables, aunque se trata de un fenómeno parcial y no global. Veo en esta proliferación de agrupaciones parciales una tendencia hacia la reorganización controvertida y, en algunos casos, exhaustiva, de las normas constitutivas antaño firmemente arraigadas en el proyecto de Estado-nación, caracterizado por fuertes tendencias unitarias. Esta evolución indica la aparición de nuevos tipos de estructuras sociopolíticas capaces de coexistir con las antiguas, como el Estado-nación, el sistema transnacional y la ciudad como parte de una jerarquía dominada por el Estado nacional. Entre estos nuevos tipos de estructuras se encuentran las ciudades complejas que se han desprendido parcialmente de esta jerarquía y se han incorporado a redes multiescalares, regionales y globales. En las dos últimas décadas, hemos asistido a una reestructuración cada vez más urbana del espacio global y a un uso creciente del espacio urbano, por parte tanto de ciudadanos nacionales como de extranjeros, al servicio de reivindicaciones políticas.
Conclusión
La ciudad es una agrupación muy significativa por su creciente complejidad y diversidad, y por sus enormes conflictos y rivalidades internas. Fomenta el desarrollo de lógicas de servicio múltiples y conflictivas. Pero, si quiere sobrevivir —y no convertirse en un mero terreno urbanizado o en una jungla de concreto—, tendrá que encontrar la manera de desactivar los conflictos, aunque sea parcialmente. Así, la relevancia y la agudeza de los retos mencionados pueden crear las condiciones para que los retos sean más problemáticos y graves que los conflictos y odios internos. Y, por tanto, nos obligan a encontrar respuestas comunes.
Esas respuestas sólo serán eficaces si son el resultado de un proceso colectivo. Todos estamos implicados en este proceso y sólo podemos encontrar una solución juntos. Las respuestas pueden convertirse en una nueva plataforma para la construcción de ciudades abiertas o, al menos, dotadas del tradicional espíritu cívico, del cosmopolitismo y de lo urbano. Todas estas características tendrán probablemente formas y contenidos diferentes a la versión icónica europea. Creo que las formas y los contenidos de esta nueva opción serán tan diferentes de las experiencias tradicionales de espíritu cívico y del cosmopolitismo que tendremos que encontrar un lenguaje diferente para describirlas. Sin embargo, pueden ayudar a crear las ciudades abiertas del futuro. En un momento en el que la ciudad abierta está siendo atacada por todos lados, debemos preguntarnos si nos enfrentamos a retos más problemáticos que los odios, racismos y desigualdades que nos asedian. Sí, la urbanización de la guerra y las amenazas directas del cambio climático nos obligan a cambiar. La desarticulación de la seguridad nacional y la seguridad humana es cada vez más visible. Las amenazas directas del calentamiento global nos afectarán a todos, independientemente de la religión, la clase o el grupo étnico, seamos nacionales o inmigrantes. Las ciudades se enfrentan a retos más problemáticos que nuestras diferencias. Si queremos luchar contra esas amenazas, tendremos que hacerlo juntos y unir esfuerzos. ¿Podría ser ésta la base de un nuevo tipo de ciudad abierta, basada menos en la ciudadanía y más en una amenaza nueva y común?
Notas al pie
- El paisaje emergente que aquí se discute favorece una multiplicación de diversos marcos espacio-temporales y minisistemas normativos donde la lógica dominante antes tendía a producir grandes marcos unitarios nacionales, espacio-temporales y normativos (véase Saskia Sassen, Territory, Authority, Rights: From Medieval to Global Assemblages, Princeton, Princeton University Press, 2008a, capítulos 8 y 9). Esta proliferación de sistemas especializados se extiende incluso dentro del aparato estatal. Demuestro que ya no es posible hablar del «Estado» ni del «Estado nacional» frente al «orden mundial». Existe un nuevo tipo de segmentación dentro del aparato estatal, con un organismo gubernamental cada vez más fuerte y privatizado, alineado con actores globales específicos, y un vacío de legislación cuya eficacia corre el riesgo de limitarse a asuntos principalmente domésticos, y cada vez en menor cantidad (Sassen, ibid., cap. 4).
- Con ello nos referimos a una ciudad en la que los espacios creados para la representación burguesa sirven también para formar el sentido cívico de todos (nota del editor).
- Para comprender esta dinámica, podemos utilizar la imagen sintética del paso de una articulación centrípeta del Estado-nación a una multiplicación centrífuga de agrupaciones especializadas.
- En la actualidad existe una amplia bibliografía sobre las ciudades y el terrorismo. Entre las obras más conocidas se encuentran la de Stephen Graham (ed.), Cities, War and Terrorism, Maiden, Blackwell Publishing, 2004. Sobre las ciudades y la guerra, véase también Eyal Weizman, Hollow Land: Israel’s Architecture of Occupation, Londres, Verso, 2007, y la ponencia presentada en la conferencia «Cities and the New Wars», Nueva York, Universidad de Columbia, 25-26 de septiembre de 2009, en http://www.columbia.edu/~sjs2/.
- Mary Kaldor, New and Old Wars. Organized Violence in a Global Era, Stanford, Stanford University Press, 2a ed., 2007.
- Leer el texto de Karen Jacobsen, “Internal Displacements to Urban Areas: The Tufts-IDMC Profiling Study”, Ginebra, Tufts University en colaboración con el Internal Displacement Monitoring Center, 2008.
- Saskia Sassen, Guests and Aliens: Europe’s Immigrants, Refugees and Colonists, Nueva York, New Press, 1999.
- Saskia Sassen, “Neither Global Nor National: Novel Assemblages of Territory, Authority and Rights”, Ethics and Global Politics 1 (nos. 1 y 2), 2008 b, pp. 1-19.
- El énfasis en esta multiplicación de agrupaciones parciales va en contra de gran parte de la literatura sobre la globalización, que ha tendido a aceptar la oposición global-nacional. En esas obras, lo nacional se ve como una unidad. Hago hincapié en los procesos de desarticulación de lo nacional y, por otro lado, sostengo que lo global también puede fundarse dentro de lo nacional, de lo cual la ciudad mundial es un ejemplo. Por otra parte, gran parte de la bibliografía sobre la globalización se centra en las poderosas instituciones globales que han desempeñado un papel importante en el establecimiento de la economía corporativa global y en el debilitamiento del poder del «Estado». En contraposición a esto, también subrayo que determinados órganos del Estado (ministerios de finanzas, bancos centrales) se han fortalecido de hecho porque tienen que asumir la responsabilidad de aplicar las medidas necesarias en una economía corporativa global. Esta es otra razón para apreciar el sistema normativo más amplio que a veces puede generar una ciudad.