Una novela collage

La pasión de Rafael Alconétar es una novela que, desde las primeras páginas, explora la vida del personaje epónimo, un profesor universitario y escritor que murió de manera trágica. Para desvelar mejor al personaje, varias voces se suceden en disquisiciones, manías, fabricaciones e hipótesis. Si un rompecabezas es la suma de las piezas que forman una imagen, aquí se trata más bien de un collage.

Mario Martín Gijón, La pasión de Rafael Alconétar, KRK, 2021, 747 páginas, ISBN 9788483677230

Con Los detectives salvajes y 2666, el chileno Roberto Bolaño hizo algo más que redefinir la geografía literaria en lengua española: revalorizó líneas que habían sido marginadas por los autores emergentes del nuevo milenio. Si los autores del Crack y los de Nocilla se entretuvieron en cuestionar literaturas establishment con propuestas que lo eran aún más, Roberto Bolaño renovó, por ejemplo, las “ficciones de autores”. En sus novelas, escritores como Cesárea Tinajero o Benno von Arcimboldi, además de ser testigos de tiempos convulsos, son creadores de una literatura que emerge desde unas ruinas humeantes, entre las cuales, pese a todo, se puede entrever el delirio. A partir de Roberto Bolaño, se enriquece la lectura de propuestas literarias tan disímiles y a la vez convergentes como las de Enrique Vila Matas, Carlos Fonseca o Rodrigo Blanco Calderón, solo por dar unos ejemplos. Quizá el último avatar de la “ficción de escritor”, un ejemplo singular, por el riesgo asumido, sin olvidar en equilibrio entre el diálogo y la innovación, sea La pasión de Rafael Alconétar, de Mario Martín Guijón, autor español de una obra tan heterogénea como coherente.

La pasión de Rafael Alconétar es una novela que, desde las primeras páginas, se propone como una indagación en la vida del personaje epónimo, profesor universitario y autor trágicamente desaparecido. Con la intención de desvelar de mejor manera, aunque post-mortem, al personaje diversas voces se suceden en sus disquisiciones, manías, fabulaciones e hipótesis. Antiguas estudiantes y amantes, compañeros generacionales, críticos literarios, viejos amigos convertidos en antagonistas, rivales letrados y tantos otros contribuyen a complejizar el recuerdo de Rafael Alconétar. Si un rompecabezas es la suma de piezas que reunidas conforman una imagen, aquí estaríamos más frente a un collage. Cada una de las voces de los personajes contribuye a enriquecer al ausente, pero no a explicarlo pues su reunión no configura una imagen llana, definida, estable, antes bien da forma a una silueta que se entrevé en la diversidad. Ahí reside el gran mérito de Mario Martín Gijón a quien había leído antes en sus cuentos de buena factura, aunque quizá algunos pecaran de lo poco convincente de las voces narrativas. En La pasión de Rafael Alconétar, el autor ha convocado su experiencia de autor de ensayos, ficciones y poemas. También su andadura como académico que ha trabajado en numerosos países, sin olvidar la del lector atento de su tiempo. Quien lee la novela, no puede más que reconocer la solvencia con la que inventa voces, las inserta una detrás de otra, juega con las perspectivas, generando un inagotable, y casi siempre convincente, juego de resonancias entre ellas.

Por su temática y la manera en que el autor la aborda, La pasión de Rafael Alconétar se ubica en diversos registros que interpelan al lector que soy. Hay en ella algo de bildungsroman, novela de campus, canto generacional, retrato de un campo literario (el español), vodevil amoroso, hasta pesquisa detectivesca. Aprovechando al máximo, la capacidad que tiene el género novelesco para congregar estilos y temáticas, Martín Gijón propone una novela con relieve, donde sin descanso pasamos de la intimidad de los personajes al retrato cargado de ironía de una sociedad, pasando por las especulaciones en torno a la desaparición del autor, sin olvidar las manifestaciones de frustración y deseo sexual. La vida de Rafael Alconétar, reconstituida por quienes le conocieron, parece ser la ocasión ideal para desplegar un memorial de quienes alguna vez fueron congregados en torno del desaparecido autor y profesor, director del taller de creación literaria donde varios de los personajes (des)aprendieron a escribir. Sobrevivientes al maestro, poco a poco, los personajes también se descubren como sobrevivientes de su juventud perdida. Dedicados a actividades que nada tienen que ver con la literatura, aquejados de adultez, los personajes de la novela descubren, poco a poco, que con Alconétar también murió una parte de ellos mismos. Con enorme sensibilidad que no olvida la ironía, tan valiosa para no caer en la truculencia ni el sentimentalismo, Mario Martín Gijón complejiza esa forma de duelo frente al ausente, convirtiéndola en la pasión de uno mismo y quien ya no se puede volver a ser. Por más paradójico que parezca quizá ese sea el punto débil de la novela; en otras palabras, me parece que el énfasis en la figura de Rafael Alconétar cae muchas veces en una caracterización repetitiva. Si consideramos que se trata de una novela de gran extensión, la lectura decae en algunos tramos por culpa de la monotonía, de falta de énfasis en la intriga, un andar en círculos que pudo evitarse.

Como fuere, la novela de Mario Martín Gijón es ambiciosa como pocas en la literatura española actual. La pasión de Rafael Alconétar es una novela de lecturas, donde resuena la literatura medieval, el Renacimiento, así como la gran novela moderna. El lenguaje con el que está escrita la novela manifiesta una sensibilidad particular para inventar voces de hombres, mujeres, adultos, jóvenes, literatos o no; en suma, el personal novelesco que adquiere mucha verosimilitud en la pluma del autor. Ahora bien, en el caso de Mario Martín Gijón no me parece que sea tanto un asunto de oído como de riqueza léxica, voluntad y capacidad para constituir un vocabulario intrínseco a cada personaje. Por su parte, está un último aspecto casi igual de valioso: lo vivido. Porque para poder vivir a Rafael Alconétar, comediante y mártir, Mario Martín Gijón ha debido ser profesor universitario, escritor en ciernes, autor maduro, amigo, cómplice y acaso también traidor. Toda esa multiplicidad de la identidad, por milagro y alquimia literarios, adquiere un sentido gracias a la novela y el arte de Gijón, un sentido que de otro modo habría sucumbido en el intraducible ruido de la experiencia.

Hace unas semanas publiqué una reseña dedicada a Austral (2022) la novela de Carlos Fonseca. Me doy cuenta de que también la inicié hablando de la literatura de Roberto Bolaño y su ascendiente. Lo cual me lleva a reflexionar acerca del asentamiento de la propuesta del autor de 2666, una propuesta que habría encontrado eco de un lado y otro del Atlántico. Al margen de epígonos que obedecen a la necesidad de sumarse acríticamente en una corriente de moda, también hay autores que metabolizaron la lectura del chileno, complejizándola, entregándole un nuevo aliento. Autores que son a la vez lectores, autores que interrogan la literatura desde distintos ángulos como entomólogos atentos a la variedad sin necesidad de disecarla, sino con la vocación de rescatar lo vivo y dinámico que hay en ella. El caso de Mario Martín Gijón, autor a quien le seguiré el rastro,  es emblemático en ese sentido.

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