Gran parte de la campaña de Isabel Díaz Ayuso se basó en la idea de que estas elecciones consistían en una lucha entre “comunismo o libertad”. En el contexto de las restricciones de la pandemia, Ayuso equiparó la idea de “libertad” con la de la eliminación de las restricciones que, según este discurso, constituirían un impedimento al progreso económico de Madrid, equiparando, además, esa idea de libertad con una identidad particularmente madrileña. ¿Hasta qué punto la victoria de Ayuso en estas elecciones se debe al éxito de esta estrategia? ¿Qué lecciones se pueden extraer de estos resultados?

Debo confesar que es complicado analizar algo en lo que he participado. Eso siempre te coloca en posiciones intermedias. Cuando analizas cosas con una cierta distancia, ves todos los factores mucho más claros. Cuando, además de analizarlas, las haces, se te mezclan muchas cosas. En la política —queda mal decirlo porque parece que no es una cosa sofisticada— juega mucho lo imprevisto, la suerte, factores muy coyunturales que, al final, acaban convirtiéndose en decisivos.

Ante todo, creo que cuando Isabel Díaz Ayuso convoca las elecciones, lo hace prácticamente con ellas ganadas por razones tanto coyunturales como estructurales. Entre las razones coyunturales se encuentran las formas con las que las convoca para merendarse a su socio [Ciudadanos], que se ha quedado prácticamente sin espacio y que además no se atreve a pedir el voto para formar un gobierno alternativo. Más bien, pide el voto para seguir formando parte de un gobierno en el que su presidenta no les quiere y en la que su presidenta está claramente girando hacia otro probable socio.

Por otra parte, creo que Isabel Díaz Ayuso parte con muchas ventajas porque, durante mucho tiempo, como se suele decir, Madrid ha sido un laboratorio neoliberal. Se ha ido configurando como una formación social consolidada de subjetividad neoliberal. 

En primer lugar, porque, simplemente, cuando un partido gobierna una región durante 26 años, tiene la maquinaria, los cuadros y el contacto con el territorio muy bien engrasado. Por lo tanto, es una máquina con más potencia que esa máquina que aspira más bien a desafiar.

Madrid ha sido un laboratorio neoliberal. Se ha ido configurando como una formación social consolidada de subjetividad neoliberal. 

Íñigo errejón

En segundo lugar, porque Madrid se está configurando como un gran centro que extrae rentas del resto del país y vacía todas las provincias que están a menos de 3 horas de la capital. Así, genera una transferencia de rentas entre provincias limítrofes, comunidades autónomas limítrofes y las élites madrileñas. Extrae rentas de otros puntos del país, no para transferirlas a todos los madrileños, sino a las élites madrileñas. El dumping fiscal madrileño lo paga la parte de la España más vacía y empobrecida, al servicio de una redistribución hacia quienes más tienen. Eso es posible porque el efecto de capitalidad que acumula Madrid con los servicios, las administraciones públicas, una buena parte de las empresas de servicios financieros y de las empresas de infraestructuras permite que haya rebajas fiscales por arriba. Hace muchos años, en 2001, Pascual Maragal escribió un artículo en El País titulado “Madrid se va”, que alertaba sobre la dinámica en la cual Madrid estaba inmersa; una dinámica que la separaba cada vez más económica, cultural y políticamente de la dinámica española. Se trata de un un problema de orden nacional y en absoluto una cuestión únicamente regional.

En tercer lugar, porque la agudización de los conflictos nacionales en España, del conflicto de la plurinacionalidad, ha producido una situación curiosa. Las derechas españolas se han replegado en la meseta. Son menos competitivas en las comunidades plurilingües, a cambio de serlo mucho más en las comunidades monolingües. La agudización del conflicto nacional y territorial en España provoca signos opuestos en función de las comunidades autónomas. En Madrid ha provocado un auge de una cierta identidad española herida, construida contra las periferias y muy homogeneizada por los elementos más conservadores.

En cuarto lugar —y es lo más importante—, porque en Madrid se ha construido una verdadera antropología neoliberal. El votante que acude a las urnas después de 26 años del Partido Popular (PP) no es el mismo que hace 26 años. El rasgo más importante de la hegemonía es que cambia la subjetividad de individuos y poblaciones. Y eso significa que el terreno de juego hoy ha cambiado. 

La izquierda en general sigue pensando que en Madrid, como en cualquier situación en el mundo, basta con dos componentes: popularidad y movilización. En realidad piensa así porque cree que el mapa es 50-50. La metáfora izquierda-derecha permite pensar que hay dos mitades. Entonces, si el 50% de izquierda se une y se moviliza lo suficientemente, gana. Es una creencia que, si bien no supera exámenes empíricos, está muy arraigada. Por el contrario, en realidad, para cuando se convocan las elecciones en Madrid, el adversario ya va ganando.

Uno es ciudadano en Madrid en la medida en que circula en sus autopistas, consume y, como mucho, vota el día que se debe votar. Es un proceso de disolución de la comunidad para dejarla como un conjunto de individuos.

ÍÑIGO ERREJÓN

¿Por qué va ganando? Por una serie de transformaciones en la vida cotidiana que han hecho que los candidatos de la derecha solo tengan que pedir que uno vote de acuerdo a cómo se comporta en muchas situaciones de su vida cotidiana. Por ejemplo, todo el ataque a los servicios públicos y su privatización o externalización ha tenido como factor el hecho de que estos para los más pobres no sean deseables y de que los asalariados con más capacidad adquisitiva y los sectores medios hayan ido siendo paulatinamente expulsados de ellos. Por lo tanto, no los usan. Por lo tanto, no creen necesario financiarlos. Por lo tanto, acaban siendo cómplices de un proceso de separación de los sectores medios con respecto a los servicios públicos. ¿Para qué uno va a pagar impuestos para financiar servicios públicos que ya no son universales y de excelencia, sino que son exclusivamente para todos aquellos que no se pueden pagar los servicios privatizados? 

Eso pasa también con el urbanismo, construido en torno a una idea disgregadora y fragmentadora de las comunidades tradicionales. Pasa por una política desinhibidísima del PP por destruir todo el tejido asociativo. Empieza por cosas pequeñas: negarle todo local a cualquier asociación de vecinos en un barrio, impedir que los colectivos culturales y vecinales de jóvenes pongan casetas en las fiestas de su pueblo, borrar cualquier mural en cualquier distrito de la ciudad de Madrid. A esto algunos le llaman “guerra cultural”. El PP entiende esto perfectamente. Sabe que se trata de un proceso ideológico de transformación de las condiciones en las que uno puede ser ciudadano en Madrid. Uno es ciudadano en Madrid en la medida en que circula en sus autopistas, consume y, como mucho, vota el día que se debe votar. Es un proceso de disolución de la comunidad para dejarla como un conjunto de individuos que están únicamente unidos por las vías que utilizan y por los vínculos mercantiles.

En ese contexto, resulta que llega la campaña electoral. Los medios de comunicación especularon mucho sobre un eventual cambio de rumbo de la campaña con las balas, el anti-fascismo, el peligro, la polarización. La realidad es que la campaña no cambia tanto desde su planteamiento inicial. Hay una especie de burbuja de atención sobre temas que finalmente creo que no son decisivos. 

Tu partido, Más Madrid (MM), sobrepasó al Partido Socialista (PSOE) y obtuvo un muy buen resultado. ¿Cuál fue el elemento distintivo que hizo que MM consiguiera destacarse por encima del resto de los partidos de izquierda? ¿Debe encontrarse en la estrategia comunicativa del partido, en la candidatura de Mónica García, en los errores de otros?

Las dos formaciones que salimos primero y segundo somos las formaciones que salimos a disputar el futuro, no el pasado. Nosotros no salimos a disputarle a Díaz Ayuso las elecciones de 1931, ni de 1933, ni de 1978, ni de 1985, ni de 1994. Salimos a disputar las elecciones de 2021, intentando ofrecer una alternativa de futuro igualmente deseable que la que ofrece la derecha. No resulta elegida como igualmente deseable, ciertamente. Por su lado, ese futuro es tanto la libertad como el privilegio de aquel que se lo puede pagar, hacer todo lo que se quiera sin ninguna responsabilidad para con el prójimo. “Han muerto miles de ancianos en las residencias de Madrid, pero todos tenemos ganas de pasar página, mirar hacia adelante y sonreír; los madrileños somos así”: una construcción muy interesante de la identidad madrileña, no tanto desde la apelación al ser madrileño, sino al estar en Madrid. Estar en Madrid es un conjunto de rasgos asociados al consumo, al anonimato y una relación un poco frívola con el otro: todos somos amigos porque nadie es de aquí, pero todos somos de aquí; todos hemos pasado momentos muy duros, pero no mires atrás. Esa es claramente una idea de futuro y de libertad hegemónica en Madrid. Nosotros salimos a disputarla con otra idea de futuro y libertad, que tiene más que ver con la empatía, con la sostenibilidad, con los cuidados, con una vida más lenta y más placentera, con una especie de repolitización de la vida cotidiana, parcialmente exitosa  —parcialmente porque nos va bien, parcialmente porque gana por mucho la derecha—. 

Salimos a disputar las elecciones de 2021, intentando ofrecer una alternativa de futuro igualmente deseable que la que ofrece la derecha.

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El PSOE cambia tres o cuatro veces la estrategia electoral en campaña. Hace una campaña, luego la contraria y, otra vez, la contraria. Seguramente lo hace porque está atrapado en preguntas con las que su electorado está dividido y se lo ponen muy difícil. Cuando uno se encuentra así en política, está en una situación muy complicada.

No creo que Vox fuera tanto por el voto obrero. Hay una fantasía que se ha puesto muy de moda entre los opinadores: la derecha se estaría llevando ese voto porque se ocupa de las cuestiones materiales y no culturales e identitarias. No, Vox no iba a Vallecas por el voto de Vallecas. Vox iba a Vallecas para buscar conflicto y disputarle así el voto en los feudos de la derecha al PP. Se supone que nosotros seríamos como la formación verde, posmaterial —por los análisis al uso, no porque yo lo firme—. Sin embargo, resulta que en una buena parte de los distritos populares del sur de Madrid somos la primera fuerza del bloque progresista. Creo que Unidas Podemos hace una campaña muy basada en el antifascismo en clave retórica. A ese fascismo no le opone un futuro, un deseo diferente al de Ayuso, sino más bien una cierta ética de la resistencia, del resistencialismo. 

Creo que Ciudadanos sigue optando por el suicidio, seguramente por la posición ideológica de sus líderes: no se atreven a desmarcarse del PP, a pesar de saber que los está engullendo. Se dibuja entonces un escenario en el que Ayuso se quiere elevar como la líder de una fortaleza de oposición al gobierno nacional. Y esto no es una gran novedad, en realidad. Últimamente —seguramente desde Zapatero—, siempre que ha habido gobiernos de centro-izquierda en España, Madrid y los líderes de la derecha madrileña se transforman en una especie de fortaleza frente a la dinámica del gobierno nacional. 

No creo que Vox fuera tanto por el voto obrero. Hay una fantasía que se ha puesto muy de moda entre los opinadores: la derecha se estaría llevando ese voto porque se ocupa de las cuestiones materiales y no culturales e identitarias.

ÍÑIGO ERREJÓN

Pese a lo dicho, es verdad que Madrid no es toda España, por lo tanto las elecciones en Madrid no son extrapolables. En primer lugar, se trata de algo cierto, por ejemplo, con nuestro resultado. No es lo mismo el resultado de MM que el posible recorrido de Más País. Sin embargo, ciertamente las elecciones en Madrid suponen un cierto cambio de clima político en España. No sé si será duradero o no. Creo, por ejemplo, que la decisión —que a mí me parece justa— que el gobierno nacional ha tomado en dirección a los indultos de los dirigentes políticos presos en Cataluña apunta a que el gobierno quiere acabar la legislatura. No quiere elecciones pronto. Toma una decisión que sabe que le va a suponer un coste en España y la toma porque ha asumido que la legislatura tiene que durar porque el clima ha sin duda cambiado hacia un cierto reverdecimiento de las esperanzas conservadoras. 

La problemática de Madrid como una especie de fortaleza neoliberal que produce otro tipo de antropología y que cada vez más se va separando de la dinámica general del país no es un problema madrileño. Es un problema de ámbito nacional, de una construcción territorial muy débil, muy desequilibrada, que permite esta especie de chauvinismo madrileño contra la posibilidad de una España territorial y socialmente cuestionada. 

¿Qué rol podría jugar Más País con respecto a la crisis estructural a la que hacía alusión Jorge Tamames en su artículo publicado en el GC como partido que aspira en convertirse en la principal fuerza verde de España? 

La crisis, que se transforma en una verdadera crisis de hegemonía, que se da a partir del año 2008 y con la gestión neoliberal de la política de ajuste y de recortes, es una crisis que no está solventada. Lo que pasa es que las traducciones electorales de esa crisis están muy desgastadas y hoy no suponen una alternativa de poder a las formaciones políticas tradicionales. Sin embargo, una cosa y la otra no son el mismo elemento. Que en España esté roto el ascensor social, que los mecanismos de representación y de negociación en los centros de trabajo estén pulverizados, que los mecanismos de articulación entre comunidades autónomas y de diálogo territorial estén hechos añicos —seguramente desde la sentencia del constitucional sobre el estatuto de Cataluña—, es decir, que el diálogo entre generaciones, entre territorios, entre la concertación social no tengan hoy instituciones que lo canalice sigue marcando una crisis estructural grave. Además, cada vez que viene una turbulencia internacional, la estrechez y la fragilidad del modelo económico español genera que las crisis sean mucho más mayores que las de nuestro entorno. Antes se decía que era así por tratarse de una crisis financiera. Resulta que viene una crisis por un motivo diferente al financiero y a España le golpea más porque, simplemente, en España no producimos cosas y porque somos dependientes de factores muy volátiles. 

La crisis que se da a partir del año 2008 es una crisis que no está solventada. Lo que pasa es que las traducciones electorales de esa crisis están muy desgastadas y hoy no suponen una alternativa de poder a las formaciones políticas tradicionales.

ÍÑIGO ERREJÓN

Estoy de acuerdo con que la crisis es una crisis estructural por más que los instrumentos políticos fraguados para solventarla en un sentido regeneracionista y progresista estén muy desgastados y hoy no supongan una alternativa de poder. Eso no significa que haya una solución o estemos viendo una solución para la crisis. Es verdad que en Madrid no hay dos bloques al 50-50 y eso es lo que explica que el PP libre una campaña muy a la ofensiva en términos ideológicos. Empezó con lo de comunismo-libertad, pero eso lo abandonó muy rápido. Eso se transformó enseguida en, simplemente, libertad, en unos términos muy ideológicos. De manera, para mí, inexplicable, las otras dos formaciones progresistas asumieron encantados el marco ideológico del adversario, entendiendo que les podía funcionar en una comunidad autónoma marcada por 26 años de política por el adversario. Por lo tanto, no resulta sorprendente que, cuando el adversario elige los términos comunismo-libertad, luego libertad, y tú les pones “no pasarán”, terminen pasando en realidad —y lo digo con todo el dolor del alma—. Eso sucedió además dos veces en Madrid y, por tanto, tiene consecuencias en la subjetividad del que tiene que ir a votar. 

Y considerando que en España tenemos todavía una socialdemocracia relativamente fuerte a nivel nacional, cuyo voto está negativamente correlacionado con los ingresos, y con una izquierda poscomunista que resiste en torno a un 10%, ¿hasta qué punto hay espacio para un partido verde a vocación transversal?

En España es verdad que la situación es diferente. La correlación de los bloques, hasta ahora, parece estar más empatada, con dos añadidos. En primer lugar, parece que el desempate lo producen los diputados elegidos en Cataluña, hasta ahora con claras mayorías en un sentido progresista. En segundo lugar, el último CIS (Centro de Investigaciones Sociologicas) mostraba —un fenómeno muy preocupante— que el bloque de gobierno solo mantiene la mayoría en dos comunidades autónomas que sean monolingues, Gran Canarias y Asturias. Eso significa que, en realidad, en la España mononacional se está produciendo una erosión acelerada contra las bases de votantes que han votado al Partido Socialista, con algunos de entre ellos dispuestos a votar al PP. Las últimas encuestas ya están mostrando una transferencia de votos —claro, no masivo, pero que en una situación tan ajustada sí puede ser muy significativo—.

En ese sentido, la salud del gobierno no depende del número de candidaturas, ni de las grandes encuestas, ni de los grandes anuncios. Depende de que el gobierno le dé argumentos a los que los votaron para seguir defendiéndolos. Si tú eres un votante progresista y  tienes un familiar o compañero de trabajo que está a la ofensiva, hostiga, insulta, crispa mucho contra este gobierno, hoy necesitas más argumentos que todavía no se han producido para defenderlo. En la práctica quedan dos años para que se celebren las elecciones. Si el gobierno ha sufrido un desgaste no es por ninguna proyección de encuestas ni de candidaturas. Es simple y sencillamente porque sus votantes necesitan argumentos con los que defender este gobierno. 

Este gobierno va a pagar el mismo precio sin importar que transforme las cosas o no, porque va a ser igualmente tachado de ser un gobierno subversivo. Paga ese precio por el simple hecho de existir. La concesión patrimonial del poder que tiene la derecha en España hace que, en cuanto pierde el poder, el siguiente gobierno es un gobierno que rompe la convivencia. Algunas personas preguntaban cuál era la diferencia entre los escraches a los políticos conservadores y las protestas, por ejemplo, en casa de Irene Montero y Pablo Iglesias. La diferencia fundamental es que, en estas últimas, no se protesta contra una o dos medidas, o contra una política. Se protestan contra su existencia. Lo que se considera ilegítimo es la existencia del otro y su presencia en el gobierno. El gobierno de Pedro Sánchez va a pagar el mismo precio por ladrar que por morder. Por lo tanto, dado que va a pagar el mismo precio, tiene que intentar hacer dos cosas y nosotros tenemos que contribuir a que haga esas dos cosas. 

Creo que, como le pasa siempre, el PSOE va a confiar en que puede ser reformista sin tocar ni uno solo de los privilegios del bloque oligárquico. Y no hay mucho margen para ello. ¿Cuál es el margen que el PSOE va a encontrar? El de siempre: Europa.

ÍÑIGO ERREJÓN

En primer lugar, tiene que contribuir a un rearme moral de los votantes progresistas, que tienen que volver a tener motivos para ilusionarse, esperanzarse y por los cuales defender en las conversaciones de la vida cotidiana a este gobierno. Creo que, como le pasa siempre, el PSOE va a confiar en que puede ser reformista sin tocar ni uno solo de los privilegios del bloque oligárquico —sí creo que hay un bloque dominante en España, un bloque oligárquico muy estrecho en términos económicos—. Y no hay mucho margen para ello. ¿Cuál es el margen que el PSOE va a encontrar? El de siempre: Europa. Europa me puede ayudar a hacer las tareas en España, sin cambiar la correlación de poder. 

Si los fondos europeos se distribuyen sin ese objetivo, se pueden utilizar como se utilizaron los de la reconversión industrial, es decir, para tapar algunos agujeros, para financiar cosas que ya estaban en marcha. Acabo de venir de Murcia, donde nos decían que, en realidad, los fondos europeos se utilizarán para financiar proyectos que ya estaban en marcha y que no tienen nada que ver con la transformación de la estructura productiva de la región. Transformar la estructura productiva del país también es transformar la correlación de poderes. 

Por lo tanto, junto con ese rearme moral de la ciudadanía progresista, debe darse una transformación de la correlación de fuerzas en nuestro país. Si no —esto lo hemos discutido varias veces—, lo que sucede es que, cuando hay un gobierno progresista, hay un gobierno progresista cercado de contrapoderes conservadores. Por el contrario, cuando hay un gobierno convservador, hay una especie de unanimidad de todos los poderes con ese gobierno. Eso hay que transformarlo y creo que, ahora, hay una gran oportunidad. Gobiernos que no son particularmente progresistas han incluso aceptado que una parte de los retos globales a los que nos enfrentamos —las migraciones, la robotización y la desaparición del empleo, el cambio climático, el virus y la vacunación— son retos que exigen una regreso de la centralidad del Estado, un fortalecimiento y una ganancia de músculo por parte de este. 

En España, uno de los mayores problemas que tendremos con los fondos europeos será la dificultad de ejecutarlos. Las administraciones públicas están muy golpeadas por años de haber sido maltratadas.

ÍÑIGO ERREJÓN

En España, uno de los mayores problemas que tendremos con los fondos europeos será la dificultad de ejecutarlos. Las administraciones públicas están muy golpeadas por años de haber sido maltratadas. Puede que no nos gastemos todo el dinero que Europa está dispuesta a darnos porque las administraciones públicas no pueden ejecutarlo. Eso podría empujar al gobierno a que se lo dé a las grandes empresas, esas que sí pueden hacerlo porque hoy tienen más músculo que las administraciones públicas para desarrollar proyectos. Esto es claramente resultado del combate que se ha dado durante mucho tiempo contra lo público. 

Si hay un clima global que favorece una especie de neo-keynesianismo verde —sin hacernos demasiadas ilusiones sobre lo que esto pueda significar—, eso abre ciertamente una posibilidad política de signo progresista. Yo lo he dicho muchas veces, pero es verdad que la vacunación a escala nacional ha seguido principios y formas de organización casi socialistas. La vacunación no ha servido a las leyes de mercado. No se ha vacunado primero quien ha tenido más dinero. La vacunación se ha hecho restableciendo la idea de que existe el bien común y de que el bien común puede restringir intereses particulares. La vacunación ha restablecido la autoridad moral del Estado para establecer prioridades. 

Para nosotros, el reto es expandir lo que todos hemos aceptado en los momentos de excepcionalidad —la vuelta de la idea de comunidad, de empatía, del Estado, de que existe algo así como el bien común al que hay que supeditar en algunas ocasiones por sobre los intereses particulares— a muchos más aspectos de la vida cotidiana. No quiero hablar mucho de nosotros, porque lo hago habitualmente y lo estamos haciendo ahora mucho. Creo que nosotros estamos haciendo un buen rol de apoyo al gobierno, pero también señalándoles tareas y deberes. Al gobierno le viene muy bien tener estímulos y presiones que no solo le lleguen desde el bloque de la derecha. Si uno se mira todos los miércoles en la sesión de control en el espejo de Vox, efectivamente, sin moverse, uno es Salvador Allende. Si el que te evalúa es Vox, uno solo por estar quieto es, efectivamente, el gobierno de la Unidad Popular. Por ende, le viene muy bien tener otro tipo de estímulos. 

¿Qué relación se puede hacer con la posible victoria de los Verdes en Alemania en septiembre, a pesar de que que se los identifique como un partido, por lo menos en el ámbito económico, más transversal que vosotros?

Creo humildemente que, en la campaña de Madrid, hemos demostrado que existe una posibilidad de una repolitización de la vida cotidiana. Hay un conjunto de asuntos y de temas que nosotros decimos que forman parte de la ola verde, a condición de que entendamos que la ola verde, en el sur de Europa, tiene que ir indisociablemente a la reivindicación de justicia social y de seguridad material. Aquí no puede haber una especie de ensoñación sobre la conservación del medio ambiente que esté desvinculada de que se trata de una palanca para producir prosperidad, seguridad para los de abajo y condiciones de justicia social. Haciendo eso, creo que hay un bloque político en desarrollo que tiene que servir ahora no tanto para las sumas electorales y la cuenta de las viejas encuestas o gráficos, sino más bien para que este gobierno hable por donde hablan los gobiernos.

La ola verde, en el sur de Europa, tiene que ir indisociablemente a la reivindicación de justicia social y de seguridad material. Aquí no puede haber una especie de ensoñación sobre la conservación del medio ambiente.

ÍÑIGO ERREJÓN

Los gobiernos no hablan con documentos de 100 páginas, no hablan en los titulares, no hablan con especulaciones: los gobiernos hablan con el boletín oficial del Estado. Este gobierno podría traer mañana al Congreso de diputados la derogación de la ley mordaza. Cuesta cero euros, Bruselas no va a decir nada y demostraría que tiene voluntad de librar algunas de las batallas que se comprometió a librar y para las cuales tiene comprensión social, mayoría parlamentaria, tiempo por delante y estabilidad institucional. El gobierno tiene que dejarse apoyar. En ese sentido, diría que la pelota está en el tejado del gobierno. Con mayoría progresista en el Congreso, con presupuestos y fondos europeos aprobados, con una comprensión social y todavía tiempo por delante, el gobierno tiene que empezar a dar pasos, porque va a ser evaluado por sus adversarios con el mismo rigor y con la misma dureza por ladrar que por morder. Así que mejor que muerda y que aproveche para cambiar la correlación social de fuerzas antes de que se vuelvan a abrir las urnas.