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El 4 de mayo se celebran elecciones regionales en la Comunidad Autónoma de Madrid (CAM). En papel, los comicios son una oportunidad para que la derecha española –el Partido Popular (PP, centro-derecha), el nominalmente centrista Ciudadanos y la derecha radical de Vox– reediten la alianza que en 2019 les permitió investir a la popular Isabel Díaz Ayuso como presidenta. La alternativa es una coalición de izquierdas formada por el partido socialista (PSOE, centro-izquierda), Más Madrid (MM, ecologista) y la alianza poscomunista Unidas Podemos (UP).

La situación en Madrid se suele explicar mediante dos relatos distintos pero reconciliables. En el primero, ligado a la inmediatez de la campaña electoral, asistimos a un drama. El protagonista es “la polarización”, un concepto importado de Estados Unidos donde, al igual que en España, presenta como un fenómeno generalizado del sistema político lo que en verdad es una radicalización parcial. La revelación de que diversos políticos del PSOE, UP y PP han recibido sobres con balas de fusil y navajas a modo de amenaza de muerte son el episodio más reciente de este relato.

La situación en Madrid se suele explicar mediante dos relatos distintos pero reconciliables. En el primero, […] el protagonista es “la polarización”, un concepto importado de Estados Unidos donde, al igual que en España, presenta como un fenómeno generalizado del sistema político lo que en verdad es una radicalización parcial.

JORGE TAMAMES

En el imaginario de gran parte de la prensa, el problema serían “los extremos políticos”. Es decir: tanto Podemos –el partido populista de izquierdas surgido en 2014 que, de la mano de Pablo Iglesias, quebró el sistema bipartidista español– como Vox, único partido que pone “peros” a sus condenas a la violencia. Este ejercicio de funambulismo ético no se sostiene. En el último siglo, España ha superado la muerte de un dictador y el desmantelamiento de su dictadura, un sinfín de atentados terroristas de diverso signo, y periodos de enorme conflictividad social durante crisis económicas profundas. Decir que el país está más dividido que nunca es desconocer su historia. En todo caso, la sociedad está tensionada por una estrategia de crispación que ni siquiera es nueva. Forma parte del arsenal comunicativo de la derecha dura, que antes de desgajarse en Vox formaba parte del PP.

El segundo relato opera en el ciclo medio e incide en el espectáculo en que se ha convertido la “nueva política” española: personajes estridentes, narrativas trepidantes, contorsiones del guión para enganchar a espectadores cada vez más frustrados con la volatilidad política (España acumula cuatro elecciones generales entre 2015 y 2019). Los protagonistas actuales son dos enemigos íntimos: Ayuso e Iglesias, nacidos en Madrid el mismo 17 de octubre de 1978. En marzo, ante la ruptura de otros acuerdos regionales de gobierno entre el PP y Ciudadanos, Ayuso convocó elecciones anticipadas. 

Iglesias, consumidor compulsivo de series –mitad Philippe Rickwaert en Baron Noir, mitad Omar Little en The Wire–, abandonó su vicepresidencia en el gobierno nacional (PSOE-UP) para presentarse en la CAM e impedir su reelección. Un giro temerario, acorde con el espíritu fundacional de su partido. Podemos siempre planteó su auge a través de metáforas audiovisuales o bélicas: la política como batalla por “el relato”, analogías con Juego de Tronos, el avance dramático en 2014-2016 como una Blitzkrieg electoral. El partido ha perdido apoyo en los últimos años, pero lo dirige un tribuno eficaz. Iglesias provoca tanto euforia entre sus seguidores como rechazo por parte de sus rivales. Así, se habla más de él que de Ángel Gabilondo (PSOE) o Mónica García (MM), sus socios en el bloque de izquierda, que según los sondeos obtendrán mejores resultados.

El segundo relato opera en el ciclo medio e incide en el espectáculo en que se ha convertido la “nueva política” española: personajes estridentes, narrativas trepidantes, contorsiones del guión para enganchar a espectadores cada vez más frustrados con la volatilidad política.

jorge tamames

Al PP tampoco le son ajenos los nuevos formatos de comunicación política. “Trumpista” es un adjetivo que se emplea con ligereza, pero ayuda a entender el modo en que Ayuso entusiasma a la derecha estándar y radical, recurriendo a guerras culturales histriónicas para movilizar a su base electoral (la consigna en estas elecciones: “comunismo o libertad”). A ello se une un discurso victimista sobre lo excepcional de la identidad y estilo de vida madrileños, más inspirado en la retórica empalagosa del nacionalismo catalán que en la realidad del territorio que gobierna. Tras fagocitar a Ciudadanos e incluso a Vox, Ayuso pretende convertirse en el caballero blanco del PP. 

Aunque ambas narrativas captan parte de lo que sucede, comparten un mismo ángulo muerto. Ninguna explica lo que permanece pese a tanta crispación y giros de trama. Para entender estas limitaciones es necesaria una perspectiva del ciclo largo. 

Crisis y bloques

Desde 2014, la volatilidad electoral en España convive con bloques de voto estables. Las fuerzas del bipartidismo tradicional, PSOE y PP, pierden o recuperan fuerza dentro de las respectivas alianzas que lideran la izquierda y la derecha. El trasvase de un bloque a otro es modesto y ninguno suma una mayoría absoluta. De modo que gobernar España requiere alcanzar acuerdos con partidos regionalistas o independistas en lugares como Cataluña, el País Vasco y Galicia. Eso facilita la tarea a la izquierda, tradicionalmente menos centralista que la derecha, hasta que algún devaneo independentista del gobierno catalán inflama e impulsa al bloque de la derecha.

El anverso del frenesí electoral es una estasis en el terreno de la economía política. Desde la crisis de 2008, ni la derecha ni la izquierda han sido capaces de configurar un modelo de crecimiento que sustituya al que operó en España desde su transición a la democracia, basado en el turismo y un boom inmobiliario magnificado por el proceso de integración europea. La implosión de aquella burbuja, agravada por los ajustes fiscales exigidos desde Bruselas y Berlín, laminó a las clases medias y trabajadoras y desembocó en el movimiento de los indignados –de quien Podemos gusta de imaginarse como un heredero– hace diez años. Pero ni la crisis, ni los recortes ni las protestas produjeron un modelo de desarrollo alternativo. Esta deriva se ve agravada por la crisis del Covid-19, que ha vuelto a hacer saltar las costuras del modelo de crecimiento español. Su endeblez repercute en términos de clase, pero también generacionales: los menores de 30 hacen frente a un mercado laboral disfuncional –40% de paro juvenil–, pocas posibilidades de financiar hipotecas o incluso pagar alquileres, e índices desoladores de ansiedad y depresión.

Todo esto encaja con la definición de crisis estructural que provee el economista Bruno Amable. Se trata de un impasse en el que ningún actor es capaz de configurar “una alianza socio-política de grupos cuyas expectativas en la formulación de políticas públicas y el diseño de instituciones estén lo suficientemente satisfechas como para apoyar a un liderazgo político”, conformando lo que denomina un “bloque social dominante”. Una crisis estructural, según Amable, se puede prolongar durante años o incluso décadas. En teoría, la llegada de fondos europeos y los estímulos fiscales para la pandemia ofrecen una oportunidad para reconducir la que sufre España. La cuestión es quién y cómo la aprovecha. 

Desde la crisis de 2008, ni la derecha ni la izquierda han sido capaces de configurar un modelo de crecimiento que sustituya al que operó en España desde su transición a la democracia, basado en el turismo y un boom inmobiliario magnificado por el proceso de integración europea.

JORGE TAMAMES

La derecha ofrece una propuesta más coherente. Pasa por revitalizar el modelo de crecimiento que impulsó la economía española hasta 2008. Especulación inmobiliaria, ladrillo y turismo, evitando los excesos del ciclo anterior mediante la devaluación interna que establecieron dos reformas laborales pro-mercado. Los partidos de derecha no cuestionan este modelo de crecimiento, vinculado al PP, porque Ciudadanos está casi extinto y a Vox le interesan más las escaramuzas identitarias que la política económica. A medio y largo plazo, sin embargo, es incapaz de incorporar a las nuevas generaciones a la clase media a través de hipotecas, ni de consolidar a España como una potencia exportadora, al estilo de Alemania. Ante estas lagunas –por no hablar de otras mayores, como la amenaza del cambio climático– la derecha no ofrece respuestas claras. 

La alternativa de izquierda es confusa, resultado de la división entre sus dos principales partidos. El PSOE busca atenuar el modelo de crecimiento español limando sus aristas más afiladas. UP hace una propuesta de máximos: vivienda pública y regulación extensa del mercado inmobiliario, nacionalizaciones estratégicas, transición a una economía verde y desarrollo dirigido por un Estado innovador, en línea con las tesis de Mariana Mazzucato. Estas divisiones son especialmente patentes en el seno del gobierno nacional, que el socialista Pedro Sánchez preside con una combinación de arrojo, suerte, incoherencia y oportunismo digna de François Mitterrand. El traslado de Iglesias a la CAM puede desactivar puntualmente esta tensión, pero la incompatibilidad entre ambas propuestas persistirá.

Bastión, laboratorio y escaparate

La Comunidad Autónoma de Madrid no solo es un bastión electoral de la derecha. También es su principal laboratorio y escaparate de gestión pública. De la mano del Partido Popular, Madrid se ha convertido en un paraíso fiscal que atrae a grandes patrimonios –el 60% del total nacional– y acoge las sedes de las principales empresas españolas. La región ostenta el crecimiento más rápido de España, así como el mayor PIB per cápita (36.000 euros, 10.000 por encima de la media nacional). Mientras las grandes ciudades europeas apoyan la movilidad sostenible, Madrid promueve el coche y las autopistas radiales. Ayuso también nada a contracorriente frente al Covid-19 y, desde el verano pasado, mantiene abierta la hostelería, con regulaciones homeopáticas en comparación con el resto de la UE.

La Comunidad Autónoma de Madrid no solo es un bastión electoral de la derecha. También es su principal laboratorio y escaparate de gestión pública.

JORGE TAMAMES

El modelo, por volver a Bruno Amable, logra soldar un “bloque social dominante” en la CAM. La derecha suscita apoyo entre las nuevas clases medias suburbanas, grandes y pequeños rentistas (en un país en que el 77% de los hogares tiene una vivienda en propiedad: siete puntos por encima de la media europea), el sector hostelero, los pueblos conservadores de la periferia madrileña y un entramado empresarial –educativo, sanitario, de residencias de tercera edad– que se beneficia de redes clientelares. La pujanza de este bloque, unida a la desmovilización en los distritos de menor renta –que tradicionalmente votan a la izquierda– y los sobornos puntuales, permite al PP gobernar la CAM desde 1995, con un proyecto que antecede a Ayuso y que explica su fortaleza electoral mejor que ninguno de sus exabruptos verbales. 

El problema del modelo son sus externalidades. Entre ellas destacan los mayores índices de desigualdad y segregación del país; la educación y sanidad públicas peor financiadas; la polución medioambiental (Madrid lidera el ranking de ciudades europeas en mortalidad asociada a la contaminación); la frustración de otros gobiernos regionales con la centralización de ministerios, infraestructura de transporte y patrimonio cultural que permite a Madrid cuadrar las cuentas públicas al tiempo que hace dumping tributario; y los escándalos de corrupción derivados de la especulación inmobiliaria, que persiguen al PP en general y a su filial madrileña en particular. 

La lucha contra el Covid-19 también arroja más sombras que luces. Mantener la restauración abierta funciona como válvula de escape para parte de la población, pero Madrid registra los peores datos del país en contagios y exceso de mortalidad, a cambio de un crecimiento económico modestamente por encima de la media. La CAM de Ayuso no ha aprobado un solo presupuesto y su única ley trascendente profundiza la desregulación del mercado inmobiliario madrileño. Entre los escándalos que acumula, el más clamoroso sigue siendo su negligencia cuando la primera ola de la pandemia azotó las residencias de tercera edad madrileñas (mayoritariamente privadas). Entre marzo y abril de 2020 fallecieron en ellas 9.470 ancianos, el 61% con síntomas del coronavirus y un 77% sin poder ser trasladado a un hospital. “En los casi 40 años de existencia de la CAM”, señala el periodista Manuel Rico, “jamás ocurrió un hecho tan grave que afecte directamente a la responsabilidad del gobierno autonómico”.

No parece que la izquierda esté en condiciones de dar contenido político a una victoria electoral en Madrid. Y es difícil imaginar una reordenación de la economía española que no pase por corregir los excesos del modelo de crecimiento madrileño.

jorge tamames

Nada de ello desmovilizará al electorado de Ayuso. La cuestión es si se movilizará el bloque contrario. En 2019, la rivalidad entre UP y MM pasó factura a la izquierda, que perdió el ayuntamiento de Madrid tras habérselo arrebatado al PP cuatro años antes (uno de los grandes logros de Podemos en su fase ascendente). Esta vez la competición entre ambos partidos parece constructiva, y tal vez logre ampliar su electorado conjunto (el de UP, más vinculado a la izquierda tradicional; MM, con gancho entre clases medias progresistas). Pero el socialista Gabilondo –un septuagenario hipotenso, que rechaza subidas de impuestos y ha hecho una campaña renqueante– sigue siendo imprescindible para desalojar a Ayuso. La cuestión es para qué hacerlo sin una alternativa al modelo de crecimiento diseñado por y para la derecha. No parece que la izquierda esté en condiciones de dar contenido político a una victoria electoral en Madrid. Y es difícil imaginar una reordenación de la economía española que no pase por corregir los excesos del modelo de crecimiento madrileño.

Examinar la crisis estructural de España y el bloque social que gobierna Madrid es imprescindible para superar los relatos perezosos, pero conviene evitar el determinismo electoral. El resultado dependerá de un sinfín de contingencias: si Ciudadanos traspasa el umbral del 5% necesario para obtener representación; si la candidatura de Iglesias, además de rescatar a UP, moviliza también a la derecha, que lo considera su bestia negra; si la agresividad de Vox –cuya candidata se negó a condenar las amenazas de muerte contra Iglesias, provocando que este abandonase un debate electoral– y su posible entrada a un gobierno de Ayuso movilizan a la izquierda; si la pandemia afecta la participación. La ventaja que las encuestas otorgan a la suma de partidos de derecha ha menguado en la recta final de la campaña.

Pese al ruido y furia en la recta final, las elecciones son algo más que el enésimo espectáculo que se ofrece a una sociedad crispada. El problema es que no se vislumbra un desenlace esclarecedor tras el 4 de mayo, ni en Madrid ni en España. La crisis estructural persistirá.