Revisionismo y desinhibición: el Imperio de Trump en la doctrina Marco Rubio
«¿Hace esto a Estados Unidos más seguro? ¿Hace a Estados Unidos más fuerte? Hace a Estados Unidos más próspero?»
Ante el Senado, el hombre que Donald Trump ha elegido para dirigir su diplomacia expuso la agenda de una presidencia imperial, dejando claro un cambio importante: el America First no será aislacionista. Implicará la proyección coercitiva de los intereses estadounidenses para cumplir la misión histórica de Estados Unidos: construir, desde Washington, un nuevo orden en un planeta roto.
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- El Grand Continent •
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- Marco Rubio ante el Senado. Washington D.C., 15 de enero de 2025. © Annabelle Gordon/CNP Photo via Newscom
En su audiencia de confirmación en el Senado, el secretario de Estado designado Marco Rubio pronunció un denso discurso de apertura en el que anunció una agenda clara: con Donald Trump, Estados Unidos ha recibido la misión de construir un nuevo orden mundial.
Su argumentación se basó en una división histórica en dos fases: el orden internacional configurado por Washington tras la Segunda Guerra Mundial habría beneficiado a Estados Unidos hasta el final de la Guerra Fría; a partir de la caída del Muro de Berlín, este orden habría sido instrumentalizado por los rivales de Estados Unidos, que se habrían hecho con su control para utilizarlo contra su creador, hasta el punto de amenazarlo existencialmente en la actualidad.
Marco Rubio lo resume en una frase clave: «el orden mundial de posguerra es ahora un arma que se ha vuelto contra Estados Unidos».
Apoyándose en referencias geopolíticas explícitas —como la seguridad hemisférica heredada de la Doctrina Monroe— o en paralelismos históricos —citando a Dean Acheson, Rubio hace de la situación actual un momento comparable a los inicios de la Guerra Fría—, esta nueva política exterior rechaza el aislacionismo y pretende promover «la paz a través de la fuerza» basándose en una concepción agresiva de America First.
Estados Unidos intervendrá, pero siempre en su propio interés. Cada decisión de política exterior tendrá que superar una prueba de tres pasos: hacer a Estados Unidos de América un país «más seguro, más fuerte y más próspero».
Como mayor potencia militar del mundo, Estados Unidos es también el segundo mayor donante de ayuda al desarrollo, después de la Unión Europea y sus Estados miembros. Para entender cómo la Doctrina Rubio podría cambiar el Departamento de Estado desde dentro, alineando la forma en que Estados Unidos se proyecta diplomáticamente con las nuevas ambiciones de la presidencia imperial de Trump, hay que leer precisamente las palabras de su secretario de Estado.
Gracias, presidente Risch, señor Shaheen. Y gracias senador Scott por su presentación. En los 249 años de historia de nuestra república, sólo 71 estadounidenses han ocupado el cargo que me ha ofrecido el presidente Trump. Le agradezco su confianza. Es un honor increíble y una responsabilidad extraordinaria.
Marco Rubio estaba inicialmente en la lista de candidatos a vicepresidente. Senador por Florida, el estado de residencia de Trump desde 2019, su nombramiento para el Departamento de Estado es sin duda el menos disputado entre los senadores republicanos. Rubio, hijo de inmigrantes cubanos, jugó un papel importante en la política exterior estadounidense hacia América Latina durante el primer mandato de Trump, aunque entonces no ocupaba ningún cargo oficial dentro de la administración.
Tres de mis hijos —Amanda, Anthony y Dominick— no han podido acompañarme hoy en persona. Pero estoy encantado de que mi esposa Jeanette y mi hija Daniella estén aquí conmigo. Porque como todos ustedes saben, sin el amor y el apoyo de nuestras familias, sería imposible servir en el Senado o hacer el trabajo para el que he sido nombrado hoy.
También me complace que me acompañen mis hermanas Barbara y Veronica, y mi sobrino Orlando. Me recuerda que el camino que me conduce a este momento ha sido trazado por quienes ya no están con nosotros. Por mis dos padres, que llegaron aquí desde Cuba el 27 de mayo de 1956 sin nada más que el sueño de una vida mejor. Gracias a ellos, tuve el privilegio de nacer ciudadano de la nación más grande de la historia del mundo. Y de ser criado en un hogar seguro y estable, por padres que hicieron del futuro de sus hijos el propósito mismo de sus vidas.
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Al final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos recibió una misión. En palabras del entonces secretario de Estado Dean Acheson, se trataba de crear un orden mundial, «una mitad libre» a partir del caos «sin hacerlo saltar todo por los aires en el proceso».
En las décadas transcurridas desde entonces, el orden mundial que crearon nos ha servido bien. Los estadounidenses han visto aumentar sus ingresos y prosperar sus comunidades. Se forjaron alianzas en el Indo-Pacífico y en Europa que permitieron la estabilidad, la democracia y la prosperidad en esas regiones, y evitaron una cataclísmica Tercera Guerra Mundial. Finalmente, cayó el Muro de Berlín, y con él un «imperio del mal».
El triunfalismo del final de la larga Guerra Fría dio lugar a un consenso bipartidista.
Habíamos llegado al «fin de la historia».
Todas las naciones del mundo debían convertirse en miembros de la comunidad democrática liderada por Occidente.
Una política exterior al servicio del interés nacional podía ahora sustituirse por una política al servicio del «orden internacional liberal».
Toda la humanidad estaba ahora destinada a abandonar la identidad nacional y convertirse en «una gran familia humana» y «ciudadanos del mundo».
No se trataba sólo de una fantasía, sino de una peligrosa ilusión.
Aquí en Estados Unidos, y en muchas economías avanzadas de todo el mundo, un compromiso casi religioso con el comercio libre y sin trabas a expensas de nuestra economía nacional ha asfixiado a la clase media y ha dejado a la clase trabajadora en crisis, ha llevado nuestra capacidad industrial al colapso y abandonado cadenas de suministro críticas en manos de nuestros adversarios y rivales.
Un celo irracional por la máxima libertad de circulación de las personas ha provocado una crisis histórica de migraciones masivas —aquí en Estados Unidos, pero también en todo el mundo— que amenaza la estabilidad de sociedades y gobiernos.
En todo Occidente, los gobiernos censuran e incluso persiguen a los opositores políticos nacionales, mientras que los yihadistas radicales marchan abiertamente por las calles y embisten con sus vehículos a nuestros conciudadanos.
Rubio se refiere al atentado del 1 de enero en Nueva Orleans, en el que murieron 14 personas y unas cincuenta resultaron heridas. En el coche del atacante, Shamsud Din Jabbar, ciudadano estadounidense, se encontró una bandera del Estado Islámico. Unos minutos antes del atentado, Din Jabbar había publicado un video en Facebook en el que juraba lealtad al Estado Islámico.
Mientras Estados Unidos ha seguido priorizando con demasiada frecuencia el «orden mundial» sobre sus principales intereses nacionales, otras naciones han seguido actuando como siempre lo han hecho y como siempre lo harán: según lo que perciben como sus mejores intereses.
En lugar de integrarse en el orden mundial posterior a la Guerra Fría, lo han manipulado para servir a sus intereses a expensas de los nuestros.
Acogimos al Partido Comunista Chino en este orden mundial. Ha disfrutado de todos sus beneficios mientras ignoraba todas sus obligaciones y responsabilidades. En lugar de ello, ha mentido, engañado, malversado y robado para alcanzar el estatus de superpotencia mundial, a nuestra costa.
En nuestro propio hemisferio, déspotas y narcoterroristas se aprovechan de las fronteras abiertas para promover la migración masiva, el tráfico de mujeres y niños e inundar nuestras comunidades de fentanilo y delincuentes violentos.
Además de temas que resuenan con las preocupaciones políticas internas de los estadounidenses —tráfico y consumo de drogas duras, inmigración—, este pasaje contiene una referencia a la noción de hemisferio («our very own hemisphery»). Con su conferencia de prensa en Mar-a-Lago, al explicitar sus ambiciones imperiales para Canadá, Panamá y Groenlandia, Trump reactivó el legado de la Doctrina Monroe volviéndolo hacia el norte. Lo que está implícito en esta frase es que la nueva administración protegerá a los estadounidenses recuperando el control de «su propio hemisferio».
En Moscú, Teherán y Pyongyang, los dictadores siembran el caos y la inestabilidad, se alinean con grupos terroristas radicales y los financian, sólo para esconderse tras su poder de veto en las Naciones Unidas y la amenaza de una guerra nuclear.
El orden mundial de posguerra no sólo es obsoleto: ahora es un arma utilizada contra nosotros.
Todo esto nos ha llevado a un punto en el que ahora nos enfrentamos al riesgo de la mayor inestabilidad geopolítica, la mayor crisis mundial en una generación.
Ocho décadas después, estamos llamados una vez más a crear un mundo libre a partir del caos.
Aquí, el secretario de Estado designado ofrece una visión profética, casi divina, de Estados Unidos y su historia. Aunque creció en una familia católica, Rubio también fue miembro de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, la Iglesia mormona, durante su juventud. En su autobiografía de 2012, An American Son: A Memoir, escribió que no tenía «más que admiración por el lugar que había sido nuestro primer hogar espiritual en Las Vegas y que había sido tan generoso con nosotros».
La historia se repite: le tocará a una nueva generación responder al «llamado» para construir un nuevo orden.
Rubio se cuida de evitar la palabra «mission» en inglés, pero la idea es básicamente la misma: el imaginario de una misión encomendada por Dios también fue ampliamente movilizado por George W. Bush durante sus dos mandatos, en particular para legitimar el papel de Estados Unidos en la difusión de la «libertad» al resto del mundo.
No será fácil.
Y será imposible sin un Estados Unidos fuerte y seguro de sí mismo que se comprometa con el mundo anteponiendo una vez más nuestros intereses nacionales fundamentales a todo lo demás.
Hace apenas cuatro años, vimos los comienzos de lo que podría ser este nuevo orden. Durante el primer mandato del presidente Trump, el poder estadounidense ha sido un elemento disuasorio para nuestros adversarios y nos ha dado una ventaja diplomática significativa. No se declararon nuevas guerras, el Estado Islámico fue erradicado, Soleimani murió, nacieron los históricos Acuerdos de Abraham y los estadounidenses estuvieron más seguros
Hoy, el presidente Trump vuelve al cargo con un mandato inequívoco por parte de los votantes. Quieren un Estados Unidos fuerte. Comprometido con el mundo. Pero guiado por un objetivo claro: paz en el exterior; seguridad y prosperidad en casa.
Esa es la promesa para cuyo cumplimiento fue elegido el presidente Trump.
Y si me confirman en el cargo, mantener esa promesa será la misión central del Departamento de Estado de Estados Unidos.
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Trágicamente, se están perpetrando atrocidades horribles y un sufrimiento humano inimaginable en prácticamente todos los continentes. Y estoy seguro de que hoy me preguntarán por la gama de programas y actividades para hacer frente a estas necesidades dentro del Departamento de Estado.
Como nación fundada sobre la verdad revolucionaria de que «todos los hombres son creados iguales», con derechos que no provienen del hombre sino de Dios, nunca seremos indiferentes al sufrimiento de nuestros semejantes.
Pero al final, bajo el mandato del presidente Trump, la principal prioridad del Departamento de Estado estadounidense debe ser y será Estados Unidos.
Su dirección para la conducción de nuestra política exterior es clara. Cada dólar que gastemos, cada programa que financiemos y cada política que sigamos debe justificarse respondiendo a tres sencillas preguntas:
- ¿Hace a Estados Unidos más seguro?
- ¿Hace a Estados Unidos más fuerte?
- ¿Hace a Estados Unidos más próspero?
Con el presidente Trump, el dinero de los impuestos de los trabajadores estadounidenses siempre se gastará con prudencia y nuestro poder siempre se cederá con prudencia, y hacia lo que es mejor para Estados Unidos y los estadounidenses por encima de todo.
La prudencia en la conducción de la política exterior no es un abandono de nuestros valores.
Se trata de comprender algo de sentido común: aunque seguimos siendo la nación más rica y poderosa del mundo, nuestra riqueza nunca ha sido ilimitada y nuestro poder nunca ha sido infinito.
Situar nuestros intereses nacionales fundamentales por encima de todo no es aislacionismo. Significa darse cuenta de que una política exterior centrada en nuestros intereses nacionales no es una reliquia del pasado.
Desde la aparición del Estado-nación moderno hace más de dos siglos, actuar sobre la base de lo que percibimos como nuestro interés nacional fundamental ha sido la norma, no la excepción. Para nuestro país, poner los intereses de Estados Unidos y de los estadounidenses por encima de todo lo demás nunca ha sido tan relevante ni tan necesario como hoy.
Después de todo, ¿cómo puede Estados Unidos promover la causa de la «paz en la tierra» si primero no está seguro en casa?
A pesar de haber sido designado por Trump para liderar la diplomacia estadounidense y construir o fortalecer las relaciones existentes con otros países, Rubio dedicó una parte importante de su discurso de apertura a la «seguridad nacional» de Estados Unidos, que se vería amenazada por la «inmigración masiva». En un discurso anterior, en febrero de 2024, se refirió a la aparente incoherencia de la política de ayuda a Ucrania de la administración de Biden con la situación en la frontera con México: «La mayoría de los estadounidenses no tienen nada en contra de Ucrania. La mayoría de los estadounidenses quieren ayudar a Ucrania. Pero no creo que sea irracional que digan: ‘¿Qué pasa con nosotros? ¿Qué pasa con nuestro país? ¿Qué pasa con nuestra invasión? ¿Qué pasa con nuestra frontera?’»
J.D. Vance hizo eco de este argumento dos meses después en un discurso ante el Senado: «El proyecto de ley de ayuda suplementaria a Ucrania, que probablemente se apruebe en las próximas horas, financia la frontera ucraniana mientras se hace de la vista gorda ante la crisis fronteriza de Estados Unidos».
¿De qué les sirve Estados Unidos a nuestros aliados si no es fuerte?
¿Y cómo puede Estados Unidos ayudar a acabar con el sufrimiento de los hijos de Dios en todo el mundo si antes no es próspero en casa?