La idea general de este nuevo llamado puede resumirse en pocas palabras: Occidente debe ayudar a la oposición rusa a preparar y llevar a cabo una revolución pacífica capaz de derrocar el control vertical del poder de Vladimir Putin e instaurar la democracia. De manera más coyuntural, este texto -que forma parte del debate que buscamos acompañar en nuestras páginas con la serie «La Rusia del después»– es una respuesta a la franja de la oposición rusa que se unió a la posición expresada desde Londres por Mijail Jodorkovski en el momento de la rebelión de Evgenij Progožin. Viendo en este motín el fermento de un giro revolucionario y de un cambio de régimen, Jodorkovski llegó a proclamar, durante la abortada marcha sobre Moscú, la necesidad de apoyar a ese faccioso militarista, por muy militarista que fuera, añadiendo que habría que «apoyar al diablo» si emprendía el derrocamiento del régimen de Vladimir Putin. Para Lev Ponomarëv y los demás firmantes de su texto, esta postura parece injustificable, tanto desde el punto de vista estratégico como humanitario, ya que cualquier intento de golpe armado desembocaría, en su opinión, en sangrientos conflictos civiles, al tiempo que alejaría a las fuerzas de oposición rusas del apoyo occidental.
Si existe una política en la que se discrimine entre amigo y enemigo, la cuestión inevitable es siempre saber en qué condiciones se debe aceptar transmutar al enemigo del enemigo en amigo. Jodorkovski dijo: transmutar incluso al diablo, si es necesario; Ponomarëv respondió: no a costa de derramar sangre.
Por eso nos interesa tanto presentar un texto así. Nos obliga a plantearnos las preguntas que subyacen a tal postura: ¿de qué estamos hablando? ¿Cuáles son los rostros de esa futura «democracia» y qué está enmascarando? Estamos hablando de palabras, no de cosas. En la futura democracia, ¿qué separación de poderes, qué relación entre Iglesia y Estado, cuántas cámaras en el parlamento, y para empezar, por qué debe haber poderes, una Iglesia, un Estado, un parlamento? ¿Cómo debe organizarse la «sociedad civil»? ¿Soviets, partidos o un «referéndum de iniciativa compartida»? ¿Y si la sociedad civil se organizara de un modo inaceptable para los liberales rusos de Londres y París? ¿Cómo, si la democracia ha de ser un medio para regular el conflicto, podemos sostener una sociedad desgarrada por tantas divisiones de clase, nacionalidad, ideología y religión; una sociedad aún comprometida en gran medida con el putinismo, moldeada por años de propaganda a favor del «mundo ruso» y su legítima esfera de influencia; una sociedad sobre la que nos preguntamos cómo se recuperará de los muertos, los heridos y los dañados de la guerra? – Guillaume Lancereau
¿Quién ayudará a Occidente a resolver el problema ruso?
Nuestro artículo trata algunas de las cuestiones más apremiantes y difíciles a las que se enfrenta Europa en el contexto de la guerra actual. ¿Qué debemos hacer con Rusia? ¿Puede el país volver a la senda de la democracia? Y si es así, ¿qué hay que hacer ahora?
Nuestra respuesta es positiva: Rusia es capaz de volver a la democracia, pero eso sólo puede lograrse mediante una estrategia de transferencia gradual y relativamente pacífica del poder, cuyo elemento clave sea la participación activa de la población civil rusa 1. Las estrategias alternativas, que implican el uso de fuerzas armadas ilegítimas, no garantizan la construcción de la democracia. Al contrario, presentan un riesgo especialmente elevado de arrastrar al país a una dinámica incontrolable.
Este proyecto de transición relativamente pacífica requiere un esfuerzo concertado y ponderado por parte tanto del Occidente colectivo como de la oposición rusa, tanto dentro del país como más allá de sus fronteras 2. Sin embargo, existen profundos desacuerdos en el seno de cada uno de esos grupos. En la actualidad, tales disensiones no hacen sino acentuarse, y representan un obstáculo cada vez mayor para la adopción de una estrategia colectiva óptima. Si no logramos resolverlas, corremos el riesgo de perder la oportunidad de construir eficazmente la democracia en Rusia, lo que inevitablemente daría lugar a escenarios mucho más peligrosos.
No es sin aprensión que seguimos los debates en curso en el seno del establishment occidental. Ahora que Rusia se ha erigido en una amenaza para la paz y la seguridad internacionales, no es de extrañar que la población de los países vecinos [los Estados bálticos sobre todo] pida que se derrumbe, que deje de existir, que desaparezca por completo del mapa: cualquier cosa, con tal de que ya no tenga fuerza suficiente para prolongar su guerra, atacar a sus vecinos o interferir de alguna manera en el curso de sus vidas. Afortunadamente para los rusos, las declaraciones oficiales de los políticos occidentales tienden a advertir contra ese tipo de retórica.
Rusia no desaparecerá del mapa por arte de magia. Es más, las consecuencias de su colapso podrían ser dramáticas. Si los grupos armados se enfrentan por la redistribución de la propiedad y el nuevo trazado de las fronteras, podrían llegar a poseer armas de destrucción masiva cuya distribución y uso futuros serían extremadamente difíciles de controlar. Ya podemos prever varias series de acontecimientos que podrían conducir a una situación de este tipo. De hecho, tal configuración podría resultar tanto de una confrontación armada dentro del país como de una estrategia de «apaciguamiento» hacia el régimen de Putin y de «no injerencia» en los asuntos rusos, que dejaría a las élites del Kremlin en libertad para seguir llevando al país al desastre por sus propios medios.
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En los círculos de la oposición política rusa, los debates se han intensificado desde la rebelión armada de Prigožin. En un contexto de probable desestabilización del poder en Rusia, entre los representantes de la oposición en el exterior se han alzado voces que reclaman una acción basada en el axioma: «en la medida en que Putin es el mal absoluto, es preferible cualquier otro mal que pueda desestabilizar su poder y sustituirlo».
Algunos conocidos demócratas rusos han anunciado públicamente que están dispuestos a apoyar una sedición militar de los «patriotas furiosos», partiendo del supuesto de que no podrían mantenerse en el poder durante mucho tiempo, o de que debilitarían a Putin lo suficiente como para hacer posible el paso del régimen actual a otro democrático. Esta retórica se basa en la convicción de que un cambio de poder en Rusia sólo puede lograrse mediante las armas, y suele ir acompañada de llamados directos a las armas dirigidos a la población rusa.
En realidad, si algo tiene en su haber la oposición rusa son los millones de rusos que ahora están comprometidos con las ideas democráticas, opuestos a la guerra y, al mismo tiempo, privados de toda representación política dentro del país. Además, la oposición que ha permanecido en Rusia, así como la gran mayoría de las iniciativas y organizaciones rusas que trabajan contra la guerra desde el extranjero, en estrecha colaboración con sus colegas y simpatizantes en Rusia, están unidas en el rechazo de la idea de que no hay alternativa a la lucha armada.
El objetivo de la actividad concertada de las diferentes fuerzas es garantizar que Rusia experimente una transición gradual y relativamente pacífica hacia la democracia, que sea capaz de incorporar al proceso de formación democrática no a un puñado de agrupaciones radicales, sino a amplios sectores de la población.
Nuestra convicción es la siguiente: sí, es posible una transición pacífica de una dictadura brutal a la democracia. Sin embargo, para que esa estrategia tenga éxito, los esfuerzos de la oposición deben consolidarse y Occidente debe prestarle el máximo apoyo.
La historia demuestra que las revoluciones pacíficas contra los regímenes autoritarios ofrecen a los pueblos una auténtica oportunidad de fundar sociedades democráticas. En Polonia, el poder democrático no surgió de la acción de grupos armados, sino de una «mesa redonda» en la que representantes del anterior gobierno negociaron con la oposición. El ejemplo del movimiento Sąjūdis en Lituania es igualmente elocuente, como lo es el de la revolución pacífica y democrática que puso fin a la URSS entre 1989 y 1991.
Las revoluciones pacíficas requieren que confluyan una serie de condiciones 3, empezando por el debilitamiento del poder y el aumento de las divisiones en su seno, con el telón de fondo de una clara demanda de cambio dentro de la sociedad.
En el caso de la URSS, la década de 1980 vivió el agravamiento de una crisis económica, en gran medida como consecuencia de las sanciones occidentales, la carrera armamentística y la guerra de Afganistán. Al mismo tiempo, se produjo una crisis política, marcada por una sucesión muy corta de Secretarios Generales del PCUS: Andropov (1982-1984), Chernenko (1984-1985) y Gorbachov (1985-1991). Gorbachov llegó al poder presionado por las sanciones occidentales y se vio obligado a adoptar una serie de medidas para sanear la economía, como ampliar cautelosamente el sector privado y fomentar las cooperativas. La sociedad abrazó entonces ese movimiento.
La crisis política y económica, así como la ideológica, provocaron crecientes demandas de flexibilización del régimen. Las libertades concedidas entonces permitieron a la población reunirse y organizar asambleas. En 1989 se celebraron las primeras elecciones democráticas al Congreso de los Diputados del Pueblo de la URSS, y en 1990, las primeras elecciones a los Diputados del Pueblo de la República Socialista Rusa, en las que salieron victoriosos los demócratas dirigidos por Yeltsin. Al mismo tiempo, la mayoría de los «demócratas» eran antiguos comunistas procedentes de las filas del gobierno, y precisamente por ello la revolución fue pacífica.
Este punto de inflexión también fue posible gracias a otra circunstancia: la penetración, durante las décadas anteriores, de los valores democráticos y la cultura occidental en el espacio soviético a través de la radio: Radio Liberty, Free Europe, Voice of America y otras habían preparado, de hecho, a una generación revolucionaria.
Intentemos ahora trasladar tales consideraciones a la situación actual. ¿Hay indicios de una posible transformación pacífica del poder en Rusia? Evidentemente, sí. No se puede negar la existencia de una crisis política y económica creciente.
La presencia en Rusia de la base social necesaria para una revolución democrática queda demostrada por los estudios sociológicos (cualesquiera que sean las limitaciones de sus herramientas en un contexto dictatorial) y por el estado actual de las actividades relacionadas con los derechos humanos. Decenas de millones de personas no apoyan la guerra. Menos de la mitad de la población está dispuesta a votar por Putin si se presentara una alternativa válida. Las manifestaciones de los primeros días del conflicto envolvieron la mayoría de las principales ciudades rusas y provocaron la espiral de detenciones y represión más masiva de la historia moderna de Rusia. La petición contra la guerra publicada inmediatamente después del estallido de la guerra se convirtió en la mayor de todas las peticiones de Rusia. Sigue habiendo manifestaciones ocasionales todos los días. Se han registrado más de 20 mil detenciones por opiniones contrarias a la guerra; se han abierto más de 6 500 procedimientos administrativos por «desacreditar al ejército», cada uno de los cuales podría degenerar en procedimiento penal en caso de reincidencia; unas 600 personas son objeto de procedimientos penales por sus opiniones contrarias a la guerra. Esta lista sólo incluye los casos confirmados que se han hecho públicos, y no incluye los procesos en virtud de los artículos de la ley sobre «extremismo», «sabotaje» o «terrorismo», que pueden aplicarse tanto a casos inventados como a acciones guerrilleras o auténticos intentos de entrar en guerra por parte ucraniana. Miles de personas continúan su propaganda pública distribuyendo folletos o pintando grafitis, mientras intentan evitar la detención. Periodistas, políticos y organizaciones de derechos humanos siguen luchando dentro del país en nombre de la democracia.
La situación socioeconómica del país también está experimentando profundos cambios: la popularidad de la guerra y de las políticas de Putin está disminuyendo, el miedo y la frustración están saltando, y crece la demanda de una salida a la situación, que se reconoce como un callejón sin salida histórico. Esta dinámica surge en un contexto de depresión económica y sanciones occidentales, mientras cristaliza cada vez más claramente la amenaza de una derrota militar. Algunos elementos fundamentales de la estructura del Estado se derrumbaron en el transcurso de la guerra, dando al país cada vez más la apariencia de un Estado fallido. La rebelión de Prigožin confirmó radicalmente tal premonición.
Al mismo tiempo, la población no puede sino constatar hasta qué punto se deteriora la vida cotidiana bajo las sanciones, diga lo que diga Putin. La gente sufre ahora las consecuencias socioeconómicas muy reales de la guerra y de las políticas del gobierno. A medida que pierden la confianza en el futuro, asistimos a la aparición de una configuración en la que es probable que una proporción cada vez mayor de la población considere el fin de la guerra y la reconstrucción democrática como una posible salida de la crisis actual.
Así pues, las condiciones internas para la posibilidad de una transición pacífica a la democracia están madurando, y ese proceso se está acelerando bajo el doble efecto de las sanciones occidentales y los éxitos militares de Ucrania. Si los políticos occidentales apoyaran más decididamente a la oposición democrática rusa en la preparación de un giro democrático pacífico (principalmente intensificando la presión de las sanciones y la postura de la oposición en las negociaciones, con el fin de aumentar las divisiones dentro de la vertical de poder rusa), probablemente veríamos unas condiciones similares a las de finales de los años ochenta.
¿Por qué son inaceptables los llamados a la «democratización militar» de Rusia?
En un golpe armado, es muy probable que el «nuevo» autoritarismo sustituya al «viejo» autoritarismo. También puede ocurrir que un golpe de Estado de ese tipo se ahogue en sangre, a veces por los participantes directos en la sublevación, a veces por una corriente de ciudadanos de a pie. En el peor de los casos, puede arrastrar al país a una interminable guerra de clanes, o incluso degenerar en una guerra civil, como ocurrió en la historia rusa en 1917. En el caso de la Rusia actual, el riesgo de que esto ocurra es especialmente alto, dado el tamaño del país, su carácter multinacional y el nivel extremo de tensiones sociales en su seno.
En la práctica, las armas y la voluntad de utilizarlas existen hoy en Rusia entre casi todo el mundo (desde las distintas fracciones de las fuerzas del orden hasta los «patriotas furiosos», pasando por las «empresas militares privadas» y la guardia personal de Kadyrov), excepto entre los partidarios de la democracia.
Ahora se oyen llamados a las armas desde el extranjero por parte de figuras políticas que no tienen fuerzas armadas bajo su control. Entonces, ¿a quién va dirigida su retórica?
Hay pocas posibilidades de que sus llamados sean realmente escuchados por sectores significativos de la población, dado que en realidad se dirigen a personas con opiniones democráticas que siguen considerando el valor de la vida humana como el factor determinante. Además, los llamados a las armas no sólo dividen a la oposición democrática en el exterior: representan una amenaza de primer orden para la oposición interna rusa, ya que consolidan el poder y proporcionan un pretexto legítimo para intensificar la represión contra quienes hoy representan la base organizativa de la transición democrática que se avecina.
Desde un punto de vista estratégico, una revolución pacífica necesita mantener a la sociedad civil como preparación para la lucha por la reconstrucción de la democracia, y no para su «limpieza» acelerada por parte de las autoridades.
Como hemos señalado antes, los llamados de una serie de opositores influyentes, encabezados por Jodorkovski, no cuentan en absoluto con el apoyo de las iniciativas antibelicistas que mantienen un vínculo con la población rusa. En colaboración con varias de ellas, redactamos una declaración conjunta advirtiendo contra el avance de la retórica militarista y las dramáticas consecuencias que anuncia. La primera de ellas es una ruptura anunciada y definitiva entre la oposición democrática en el exterior y una parte considerable de la opinión pública en Rusia. Además, apostar por un escenario militar conduciría inevitablemente a la exclusión de la sociedad civil y de los ciudadanos de a pie, lo que destruiría cualquier posibilidad de una transformación pacífica del régimen. Por último, en tal escenario, el aventurerismo armado se impondría inevitablemente: arrastraría entonces a Rusia a un ciclo de caos, que sólo podría conducir a su colapso o a la instauración de nuevas dictaduras, con lo que la amenaza que supone Rusia para sus vecinos y para la seguridad mundial no se eliminaría, sino que se multiplicaría.
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Los dirigentes de Estados Unidos y de varios países europeos han expresado su preocupación por el caos que podrían provocar las acciones de Prigožin. Al pedir apoyo para Prigožin como agente desestabilizador del régimen de Putin, varios representantes de la oposición rusa no han hecho más que echar leña al fuego y, potencialmente, contribuir a alejar a Occidente de cualquier implicación en la construcción de la democracia en Rusia.
Por eso insistimos tanto en la importancia de acordar una posición común con Occidente sobre escenarios que impliquen un cambio de poder por la fuerza de las armas en Rusia. Alinearse con quienes abogan por un desmantelamiento militar del régimen de Putin asestaría un golpe fatal no sólo a las estrategias «pacíficas», sino también a las perspectivas futuras de construcción de la democracia en Rusia. Si hay una oportunidad de evitar un derramamiento de sangre a gran escala, hay que aprovecharla.
Esbozo de una estrategia de transición
Partimos de la premisa de que es posible poner fin a la agresión rusa en Ucrania y que se pueden dar los primeros pasos hacia una transición pacífica a la democracia, siempre que se conjuguen una serie de factores:
- Sanciones personales brutales contra una serie de individuos y cargos clave directamente implicados en el inicio y la conducción de la guerra;
- Éxitos militares decisivos del lado ucraniano, hasta que se alcance la paz en términos aceptables para Ucrania;
- La expresión activa de una amplia demanda social (incluidas manifestaciones masivas) en Rusia a favor de un cambio de rumbo político.
Todos los factores mencionados son absolutamente necesarios; no se puede descuidar ninguno de ellos; sin embargo, cada uno requiere mayores esfuerzos que los que se están realizando actualmente.
La fase actual, previa a la transición, implica una presión constante sobre la vertical de poder de Rusia para dividir a la élite y apartar a Putin del poder, al tiempo que se prepara el terreno para una revolución pacífica por parte de una amplia coalición de partidarios de una Rusia pacífica, democrática y europea.
En esta fase, la oposición democrática rusa está llevando a cabo un diálogo con la sociedad civil rusa abordando las siguientes tareas fundamentales:
- Luchar por el desarrollo de la opinión pública y contrarrestar la propaganda, a fin de reducir drásticamente el apoyo a la guerra y a las políticas de Putin en la sociedad rusa;
- Mantener y reforzar la infraestructura de las redes de protesta civil, apoyar el periodismo independiente y los proyectos de derechos humanos, y desarrollar comunidades democráticas en red;
- Participar en la medida de lo posible en las elecciones y otros actos públicos importantes;
- Ayudar a los rusos a evitar participar en la guerra contra Ucrania.
El objetivo de los debates internos de la oposición es construir una amplia coalición, desarrollar una estrategia colectiva para la transición a la democracia y un programa de acción claro para sus partidarios, tanto en Rusia como en el extranjero.
Sin embargo, la oposición no podrá cumplir su misión con eficacia sin el apoyo activo de Occidente.
Las sanciones personales son fundamentales para ejercer una presión decisiva sobre la estructura de poder de Putin, y esperamos que se incrementen considerablemente.
En nuestra opinión, las sanciones deben tener el carácter de una medida político-militar extraordinaria, teniendo en cuenta el hecho de que Rusia está librando una guerra no sólo en Ucrania, sino contra el mundo libre y sus propios ciudadanos. Las sanciones deben levantarse en una fecha posterior, no como resultado de procedimientos legales, sino como resultado de decisiones políticas. Proponemos ampliar las sanciones a todos los cargos clave del sistema de poder supremo y propaganda gubernamental de la Federación Rusa, pero también a las personas afiliadas, utilizadas para ocultar sus propiedades y garantizar su legalidad en jurisdicciones occidentales.
Como mínimo, las sanciones deberían incluir la denegación de entrada a todos los países de la coalición antibelicista occidental, la anulación de los permisos de residencia y visados expedidos con anterioridad, la congelación de cuentas bancarias y transacciones asociadas, y la confiscación de propiedades en el extranjero.
Es vital subrayar aquí que estamos hablando de sanciones contra las personas que ahora garantizan la estabilidad económica y administrativa del régimen represivo, no contra los ciudadanos rusos de a pie.
A su vez, preparar el terreno para la transformación democrática significa que Occidente apoye activamente a las organizaciones democráticas que operan en Rusia, contribuyendo a difundir la agenda antibélica y democrática al mayor número de personas posible y contrarrestando los esfuerzos de las autoridades rusas por aislar a la sociedad del resto del mundo.
Pedimos a Occidente que apoye la difusión de contenidos digitales dirigidos a los ciudadanos de a pie: no sólo información veraz, sino también contenidos de entretenimiento que atraigan al público, como canales digitales y por satélite o televisión por Internet. Otras posibilidades son el uso de películas y series cuya proyección está actualmente bloqueada o prohibida en Rusia, o la creación de formatos educativos que expliquen cómo las grandes democracias combaten eficazmente grandes problemas sociales como la pobreza y el desempleo.
La oposición democrática rusa está dispuesta a emprender esta labor, pero carece de los recursos y la capacidad organizativa y técnica para hacerlo.
Esta etapa implica una fase activa de negociación entre los dirigentes, la oposición y Occidente, así como una actividad decidida dirigida a la sociedad rusa, tanto con el núcleo de partidarios de la democracia como con sectores más amplios de la sociedad. En esta etapa también debe aplicarse una «política de coacción y estímulo», que es a la vez la condición y la herramienta de control para su consecución.
En este punto, la oposición democrática rusa entra plenamente en juego dentro del país. El éxito de su acción depende estrechamente de la posición de Occidente.
En nuestra opinión, es de vital importancia que Occidente apoye públicamente las exigencias fundamentales de las fuerzas democráticas rusas, cuando se establezcan las condiciones para levantar las sanciones: condiciones aceptables de paz para Ucrania, compensación por los daños causados, garantías de seguridad y la aplicación gradual por parte de Rusia de sus deberes esenciales en materia de derechos humanos y libertades fundamentales, empezando por la liberación de los presos políticos, la abolición de las leyes represivas y el fin de las prácticas conexas.
El apoyo de Occidente constituiría una señal extremadamente alentadora para la sociedad rusa, al tiempo que anunciaría la posibilidad de adoptar las siguientes medidas:
- Relajación y luego abolición de las sanciones personales; retirada o reducción de las acusaciones por crímenes de agresión en beneficio de quienes han contribuido activamente a desalojar a Putin del poder, al rápido fin de la guerra y al cumplimiento gradual por parte de Rusia de sus obligaciones esenciales de defensa de los derechos humanos y las libertades fundamentales;
- Retirada gradual de las sanciones económicas, en el supuesto de que las etapas de la democratización del país se completen con éxito durante el período de transición (es decir, en el plazo de un año a un año y medio);
- Establecimiento de una ayuda económica y organizativa (similar al Plan Marshall para la reconstrucción de la Alemania de posguerra) para apoyar el desarrollo sostenible del proceso democrático en Rusia, en caso de que la situación económica y social del país amenace con interrumpir su transición democrática.
Nos dirigimos a todos los representantes de la emigración política rusa cuyas voces se oyen hoy. ¡Rechazad cualquier apoyo público a acciones armadas que puedan desembocar en enfrentamientos civiles dentro del país!
Les pedimos que trabajen juntos en un plan gradual para la restauración de la democracia en Rusia y que coordinen sus esfuerzos en términos de cooperación con los políticos democráticos y de trabajo político con los rusos dentro del país.
Hacemos un llamado a los gobiernos que forman la coalición anti-Putin para que proporcionen una ayuda sustancial a la oposición democrática y a la sociedad civil en Rusia, como preparación para la transformación pacífica y democrática del poder.
Notas al pie
- El texto no habla de una transición «pacífica», sino de una transición «relativamente pacífica» a la democracia. Hacia el final del texto, la propia palabra «pacífica» aparece entrecomillada, lo que puede llamarnos la atención.
- No hay un término en el texto que no levante una ceja perpleja: ¿»sociedad civil»?, ¿qué es eso? ¿Occidente?, ¿qué es eso? ¿Estamos hablando del Vaticano o de Estonia, de Tahití o de la Hungría de Orbán? Más en serio, ¿el «Occidente colectivo»? ¿Es ironía utilizar el léxico de Putin? Entonces dejémoslo claro. Ya se trate de «democracia», «sociedad civil» u «Occidente», la conclusión es la misma: cualquier idea que parezca evidente es una idea que no va a ninguna parte, es decir, algo menos que una idea. ¿Qué nos dice el texto? Que la oposición rusa, tal y como la encarnan sus autores, es la única válida, razonable y responsable; que, por tanto, le corresponde a ella recuperar las riendas del poder de manos de Putin. ¿Por qué? Porque, a diferencia de otros, está dialogando con la sociedad rusa -nos gustaría saber cómo y qué significa eso, a nosotros que, en «Occidente», vemos cómo los gobiernos «dialogan» con nosotros-. ¿Por qué otro motivo? Porque esa oposición es liberal.
- Este cúmulo de términos revela sobre todo un universo mental enraizado en la última década del siglo pasado. Las referencias a Radio Svoboda (Radio Libre) o al «mundo libre» no son diferentes. Más fundamentalmente, los firmantes del texto parecen convencidos de que no hay salvación fuera del eterno retorno de 1991. Apoyándose en un puñado de ejemplos recientes, los autores se arman de los preceptos de una ciencia política ad hoc para discutir las supuestas leyes que rigen el hundimiento del autoritarismo y el advenimiento de la democracia a través de revoluciones pacíficas. Al mismo tiempo, llegan a describir la historia como una inundación, en la que cada ola refleja a la que la precedió. Sin embargo, una ola sólo se parece a otra para quienes la observan desde la distancia; no hay miopía para quienes la cabalgan, se empapan o acaban siendo arrastrados por ella. Por último, recordemos que la historia, incluso la reciente, no garantiza nada, no deja nada que desear, no ofrece consuelo ante los abismos de incertidumbre. En palabras de Paul Valéry: «La Historia justifica lo que queremos. No enseña nada con rigor, porque lo contiene todo y da ejemplos de todo. Se han escrito tantos libros llamados: La lección de esto, Las enseñanzas de aquello… Nada más ridículo que leer, después de los acontecimientos que siguieron, lo que esos libros interpretaban en términos de futuro. En el estado actual del mundo, el peligro de dejarnos seducir por la Historia es mayor que nunca».