Educad a las mujeres como a los hombres. Ese es el objetivo que yo propongo. No deseo que tengan poder sobre ellos, sino sobre sí mismas. Estas palabras de Mary Wollstonecraft de su libro Vindicación de los derechos de la mujer fueron escritas hace más de 200 años en plena Revolución Francesa. Aquel hijo no deseado de la Ilustración- el feminismo de primera ola que nos ha inspirado a lo largo de tres siglos- intentó abrirse paso en las calles de París, pero la escritora británica, tras recorrer los clubes femeninos parisinos difundiendo aquellas ideas –mucho más revolucionarias que la de sus coetáneos masculinos- fracasó en su intento por extender los derechos del hombre y del ciudadano a la mujer. Volvió a Londres y murió apenas tres años después. No había comenzado el siglo XIX. Hoy, en pleno siglo XXI, me imagino a la madre de Mary Shelley recorriendo las calles de Kabul repartiendo ediciones clandestinas de su libro traducido al pastún y participando en las protestas -no multitudinarias, pero igual de potentes- de las mujeres afganas que se enfrentan a un régimen talibán que las ha privado de su derecho a la educación y, con ello, su principal instrumento de emancipación.
Las mujeres afganas, a quienes pude conocer bien durante mi etapa en la Organización Mundial de Comercio y en las Naciones Unidas, a quienes apoyé en su camino hacia esa ansiada autonomía económica a través de la Cámara de Comercio de Mujeres afganas, y a quienes me siento muy unida, están demostrando una enorme fortaleza. Cuando el último soldado estadounidense abandonó Kabul en agosto de 2021 sabía que abandonaba a casi 20 millones de mujeres a su suerte. Hoy malviven sometidas a un apartheid por razón de sexo con un nivel de opresión sin parangón, que las convierte en prisioneras, expulsándolas de todas las esferas de la vida pública. Pero las tesis de aquel libro y los avances conquistados jamás se irán de sus mentes. Y es precisamente lo que las empuja a seguir peleando cada día.
Son mujeres que inspiran y que se inspiran en sus hermanas al otro lado de la frontera. A unas les prohíben ir a la escuela y a otras las envenenan con gas en las aulas.
El estallido de las protestas en Irán – las más importantes desde 1979- tras el asesinato de Mahsa Amini detenida y torturada por la policía moral por llevar el velo de forma inadecuada (como si hubiese una forma correcta de llevarlo) son el desencadenante de un hartazgo que se gesta desde hace varios años debido, principalmente, a la falta de libertades individuales y deterioro de las condiciones de vida de un país cuya economía se ve cada vez más afectada por la corrupción y las sanciones.
Elegidas heroínas del año por la revista Time no son las únicas que salen a pelear por su propia libertad, pero sí las que en este momento sirven de inspiración a todas las demás que, día a día, desde sus diferentes contextos y circunstancias, luchan por sus derechos y por los de los demás.
Sviatlana Tsikhanouskaya lucha por la democracia en Bielorrusia desde su exilio político, Lucha Castro en México contra la impunidad de los feminicidios, Txai Surui en Brasil por los derechos de su pueblo y por salvar el Amazonas, Gretchen Whitmer, gobernadora demócrata del Estado de Michigan, por el estado de derecho tras ser víctima de un complot de un grupo de extrema derecha, Oleksandra Matviichuk, ucraniana que lucha contra la impunidad para los crímenes de guerra cometidos por el ejército ruso en la invasión de Ucrania.
Todas tienen algo en común; son mujeres que luchan, pero, sobre todo, son mujeres que inspiran a otras mujeres. A mí también. Todas ellas han sido amenazadas de muerte y a pesar de ello siguen su camino. Defienden la dignidad como base de los derechos humanos, que es de lo que hablamos cuando hablamos de conquista de derechos de las mujeres, requisito previo para la construcción de democracias sólidas.
Aun así, los derechos de las mujeres no se pueden circunscribir a una visión reduccionista basada en el marco que confronta las democracias occidentales contra el resto de mundo. Es cierto que las prioridades son diferentes; unas luchan por el derecho al aborto y otras por poder ir a la escuela, pero todo es cuestión de derechos humanos. Se trata de ir conquistando espacios de dignidad y de poder en cada régimen político, aunque no sea el más democrático.
Dentro de las democracias consolidadas también hay retrocesos. No tanto de derechos adquiridos, aunque sí de discurso, que es el primer eslabón para la pérdida de los derechos legales. La contra-ofensiva del patriarcado pasa por desacreditar y ridiculizar primero para deslegitimar después y, por último, acabar negando la existencia de la violencia y de la desigualdad misma. Cuando se niegan las realidades y las estadísticas, se niega todo lo demás.
Que el feminismo es más necesario y está más vivo que nunca es algo que he podido comprobar en primera persona en mis últimas participaciones en foros internacionales como Davos o la Conferencia de Seguridad de Munich. Debemos preguntarnos qué podemos hacer desde el ámbito internacional para mejorar la situación de las mujeres en el mundo y de sus luchas. De mis encuentros en estos últimos meses con varias de estas mujeres que he citado anteriormente he podido llegar a algunas conclusiones que me gustaría compartir en un día tan simbólico como es el 8 de marzo.
En primer lugar, necesitamos una alianza global de las mujeres. Me refiero a tejer alianzas globales por encima de las nacionales y culturales. Por eso es tan importante que en los foros internacionales cada vez se hable más de liderazgo, no sólo femenino sino feminista. Me reconforta ver en la misma mesa a mujeres iraníes apoyando a las mujeres en Ucrania y a mujeres en España apoyando a mujeres en Afganistán. El discurso es más transversal, no se queda aislado en su causa concreta, sino que fluye entre los grupos de mujeres que afrontan situaciones de crisis, guerras y discriminación permanente. También se teje una alianza entre mujeres de países democráticos y no democráticos. Todas sufrimos lo mismo, aunque en diferente grado, por supuesto, pero la causa es la misma. Y cuando hablo de apoyo me refiero a apoyo real, más allá de las buenas intenciones o un tuit viral en el que nos cortamos un mechón de pelo desde nuestra posición de comodidad. Ahora bien, estos foros no deben ser solo cosa de mujeres.
Y esto me lleva a la segunda reflexión. Las mujeres tenemos que tener representación paritaria en los organismos internacionales y en los diferentes espacios de poder de la gobernanza global. Llevo más de 25 años recorriendo foros y encuentros internacionales en los que las mujeres siempre hemos sido minoría y nuestra voz apenas se oía. Nuestro rol de liderazgo debe estar integrado en la conversación global. Esto no va de hablar de que haya una mesa de geopolítica, otra de tecnología y otra de mujeres. Esto va de que las mujeres estemos en la mesa de geopolítica y en la de tecnología aportando nuestra visión y nuestra experiencia. Queremos y debemos estar en todas las mesas. Como lo hicimos creando el Women-20 (W20), en la cumbre del G20 en Ankara en 2015 para influir sobre las decisiones en materia de economía y finanzas ante los lideres del G20.
Esta misma semana el grupo Global Women Leaders Voices (GWL Voices) del que formo parte ha presentado un informe sobre el liderazgo en organizaciones multilaterales: desde 1945 solo un 12% de los lideres de organizaciones multilaterales han sido mujeres. Sólo un tercio de estas organizaciones están hoy dirigidas por mujeres.
En esto debe consistir también la diplomacia feminista. Nosotras la impulsamos desde nuestra toma de conciencia, pero tenemos que saber superar los muros de la geopolítica, un mundo de hombres por excelencia.
Y es que el hecho de que las mujeres estemos representadas como nos corresponde en los espacios de poder es imprescindible para que la comunidad internacional se implique en la consecución de la igualdad entre mujeres y hombres.
Se trata de la tercera reflexión. Sin apoyo de la comunidad internacional no hay avances posibles. Las mujeres que estamos o hemos estado en posiciones de poder tenemos la obligación moral de hacer que la causa feminista esté presente. En la última Conferencia de Munich, las Ministras de Asuntos Exteriores impulsaron una declaración conjunta en la que interpelaban a la comunidad internacional para levantar las restricciones impuestas a las mujeres en Afganistán y mostraban su apoyo a las mujeres de Irán. Este tipo de declaraciones no son una novedad. Se producen en casi todos los foros internacionales, y aunque pueda parecer simbólico, lo simbólico importa porque mantiene el relato vivo, porque contribuye a que la injusticia siga presente en el debate.
Porque hace que no olvidemos, ayuda a presionar para imponer más sanciones o sirven para reclamar más acción diplomática. Aunque es cierto que es muy complicado presionar a un régimen talibán, debemos seguir insistiendo, buscando también las diferencias que existen dentro de estos regímenes, y seguir ayudando a las mujeres que huyen y que están esperando en las embajadas de países vecinos. Hay que poner todos los medios posibles para sacarlas de ese infierno y agilizar los trámites para la obtención de los visados. Porque sus vidas corren peligro en su país, pero también en Pakistán, donde pueden ser fácilmente localizadas por los talibanes.
Y, por último, algo que me preocupa bastante, tenemos que saber vencer la batalla narrativa de la utilización del feminismo como arma arrojadiza en las nuevas guerras culturales. El aumento de la polarización en las democracias consolidadas ha sido un caballo de Troya para el feminismo. Esta batalla cultural es una amenaza para los derechos de las mujeres en las sociedades supuestamente democráticas.
Las mujeres cada vez tenemos más poder y más conciencia de nuestra capacidad para cambiar gobiernos y tenemos claras las diferencias entre promesas electorales y resultados. No basta con el slogan fácil de pancarta para convencernos. Tenemos el ejemplo reciente de la respuesta de las mujeres en Estados Unidos ante la sentencia del Tribunal Supremo Roe vs. Wade que relega la protección del derecho al aborto a los estados. En las mid-terms del pasado noviembre salieron en bloque a votar a favor del Partido Demócrata, especialmente en los distritos donde había candidatos republicanos trumpistas más radicales, garantizando el equilibrio y evitando que el Senado acabara en manos republicanas. Biden ha resistido gracias a las mujeres. También Lula ganó gracias a las mujeres.
En España la batalla política coloca al feminismo en el centro del debate. La polémica por las consecuencias de la entrada en vigor de la denominada “Ley del Sí es Sí” está contribuyendo a tirar por tierra el gran consenso que existía en torno a la importancia de fomentar políticas de igualdad y erradicar y prevenir la violencia contra las mujeres. Por desgracia, si caemos en la trampa del marco polarizante y una supuesta parte del feminismo acaba sintiéndose cómodo victimizándose a sí mismo como elemento de esa guerra cultural, a quien estaremos haciendo daño real es a las mujeres.
El retroceso es real. Los datos están ahí. Según el Informe de Brecha de Género del World Economic Forum, en 2022, la brecha mundial de género se habrá cerrado en un 68,1%. Al ritmo actual de progreso, se tardarán 132 años en alcanzar la plena paridad entre mujeres y hombres. Antes de la pandemia la cifra se situaba en 100 años. Es decir, en apenas 3 años hemos retrocedido 32 años.
Y para evitar que sigamos retrocediendo es importante que sigamos conectadas y en alerta. Que sigamos hablando de las mujeres de Irán y que sigamos presionando, como me pide Masih Alinejad cada vez que la veo. Que sigamos apoyando a Ucrania en esta guerra y que no nos olvidemos de Bielorrusia y su régimen autocrático, como me pide Svetlana. O que no dejemos desamparadas a las mujeres afganas que viven en el infierno, como me pide Manizah Wafeq.
Ellas me piden que no nos conformemos.
Y yo les pido que sigan siendo inspiración para el resto.
Al final, todas estamos unidas por el vaporoso velo de la indiferencia y de la invisibilidad histórica. Porque la revolución de las mujeres es la única que nunca cesa. El día que cese habremos perdido todo. Es un momento único para lograr todos los cambios posibles. No lo dejemos pasar.