Ursula von der Leyen tiene un problema. Desde el comienzo de su mandato, no ha hablado realmente con los representantes del país que más ocupa y preocupa a la Unión Europea desde hace seis meses: Estados Unidos.
Gracias a la intercesión de Giorgia Meloni, finalmente pudo reunirse con el vicepresidente estadounidense J. D. Vance el pasado 17 de mayo.
El 26 de abril, ya había intercambiado algunas palabras con Donald Trump al margen del funeral del papa Francisco, tras varios meses de mensajes sin respuesta.
Para una personalidad que ha trabajado metódicamente para concentrar el poder en torno a su persona, este episodio ilustra la debilidad de la posición de una dirigente que, al comienzo de su segundo mandato, parecía dispuesta a encarnar a la Unión como ninguno de sus predecesores lo había hecho desde Jacques Delors.
¿Cómo explicar esta paradoja?
Desde 2019, Ursula von der Leyen ha demostrado una gran habilidad para asegurar su supervivencia y cuidar su imagen con el fin de aparecer como la voz de Europa en todos los asuntos.
Pero esta posición de fuerza es solo aparente.
Hasta ahora, no ha sabido reforzar los medios de que disponen las instituciones europeas ni aumentar la cohesión y la capacidad de acción de la Unión, especialmente en materia de política exterior. Desde la pandemia de COVID-19 hasta la guerra en Ucrania y Gaza, su estilo autoritario y su gestión solitaria de los asuntos han perjudicado su causa al privarla de aliados.
Frente a la administración de Trump, carece claramente de un proyecto movilizador para la Unión. Más preocupante aún: al apoyarse en la extrema derecha para cuestionar el Pacto Verde, podría hacer estallar la coalición en la que se sustenta su poder y paralizar el Parlamento Europeo.
Teoría y práctica del poder ejecutivo en la Unión: cómo Ursula von der Leyen ha transformado la naturaleza de su cargo
Si Ursula von der Leyen parece más poderosa que cualquiera de sus predecesores, es porque ha subvertido en gran medida la función de presidenta de la Comisión tal y como está prevista en los tratados.
Para comprender esta metamorfosis, hay que remontarse a los orígenes de su primer mandato.
Aprovechar el momento: una presidenta por accidente
Ursula von der Leyen llegó a la presidencia de la Comisión Europea un poco por accidente.
Tras ganar las elecciones europeas de 2019, el Partido Popular Europeo (PPE) podía, según una regla no escrita, aspirar a la presidencia del ejecutivo.
Los jefes de Estado y de gobierno, que deben dar su visto bueno a la elección, veían sin embargo con malos ojos la candidatura del alemán Manfred Weber, cabeza de lista elegido por el PPE para estas elecciones. Miembro del Parlamento Europeo desde 2004, Weber no tenía ninguna experiencia ejecutiva en un gobierno.
Sin embargo, Angela Merkel insistía en que la presidencia de la Comisión recayera en una personalidad alemana, por primera vez desde 1967.
También necesitaba sacar del juego a una de sus protegidas.
Ursula von der Leyen, entonces ministra de Defensa de la República Federal, se está convirtiendo en el centro de un escándalo relacionado con costosos contratos de consultoría externa: 1 a pocos meses de las elecciones legislativas, este asunto supone un riesgo político que los demócrata-cristianos quieren evitar.
El asunto queda zanjado, aunque no sin dificultades: el Parlamento Europeo le concede su confianza por solo nueve votos de mayoría.
Desde 2019, Ursula von der Leyen ha demostrado una gran habilidad para asegurar su supervivencia y cuidar su imagen con el fin de aparecer como la voz de Europa en todos los asuntos. Pero esta posición de fuerza es solo aparente.
Guillaume Duval
Si bien la llegada de Ursula von der Leyen a la cabeza del ejecutivo europeo no estaba escrita de antemano, el mundo de Bruselas no es ningún desconocido para esta hija de un director general encargado de la competencia en los inicios de la Comisión Europea. Nacida en Bruselas, vivió allí hasta los 13 años.
Quince años en el gobierno alemán también le habían llevado a frecuentar regularmente el Consejo.
Tras convertirse en presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen se lleva consigo a su equipo alemán, en particular a Björn Seibert, su fiel e inamovible jefe de gabinete.
Sin embargo, a su lado, los Estados miembros nombran a personalidades fuertes y muy experimentadas, como el neerlandés Frans Timmermans, responsable de la transición ecológica, el español Josep Borrell, 2 responsable de Asuntos Exteriores, la danesa Margrethe Vestager, responsable de competencia, o el francés Thierry Breton, responsable de la industria.
La presidenta y la pandemia: los primeros indicios de un dominio institucional
La pandemia de COVID-19 estalla apenas unos meses después de su toma de posesión: es esta crisis la que le permitirá consolidar su poder dentro de la Comisión.
A pesar de una respuesta desordenada al principio, puso en marcha una coordinación eficaz a escala europea, en particular mediante la compra conjunta de vacunas, una primicia en la Unión, que en teoría no tiene competencias en materia de salud.
Este proyecto se llevó a cabo de forma poco ortodoxa, negociando directamente con los fabricantes de vacunas, lo que le acarreó problemas judiciales que aún no se han resuelto.
Sin embargo, el éxito de la operación desde el punto de vista de la vacunación de los europeos contribuye a validar su método ante la opinión pública. Esto reforzará su propia confianza en su capacidad para centralizar poderes y sobrepasar las competencias que teóricamente le corresponden, incluso eludiendo los procedimientos previstos en los tratados.
En cambio, la presidenta de la Comisión no desempeñará un papel determinante en la otra gran innovación introducida en 2020 para hacer frente a la pandemia: la decisión de endeudarse conjuntamente por 750.000 millones de euros, es decir, el 4,8 % del PIB de la Unión, con el plan Next Generation EU.
Su mentora, Angela Merkel, había comprendido claramente que la actitud de su gobierno durante la crisis de la zona del euro y la crisis griega había sido un grave error. Antes de abandonar la escena europea, supo imponer esta importante ruptura de los tabúes europeos y alemanes a los países denominados «frugales», los Países Bajos y los países nórdicos.
La presidenta de la Comisión se limitó a hacer el trabajo de posventa de esta ruptura histórica.
Una verticalidad peligrosa: los fracasos políticos de la presidencialización
En pocos meses, Ursula von der Leyen ha logrado claramente imponer un estilo autoritario 3 y hacerse con el control del proceso de toma de decisiones en la Comisión, que los Tratados pretendían colegiado, barriendo cualquier forma de oposición.
Sin embargo, esta concentración de poder no se ha traducido en una mayor eficacia.
Al contrario.
En cuestiones clave como los recursos financieros y las reformas internas, así como en el ámbito de la política exterior y de defensa, en el que ha querido intervenir, la presidenta de la Comisión ha actuado de forma contraproducente, incluso en contradicción directa con los intereses de la Unión.
La inacción en la cuestión de los recursos de la Unión: una catástrofe anunciada
Durante cinco años, la presidenta ha evitado cuidadosamente librar cualquier batalla que hubiera permitido reforzar los medios financieros de que dispone la Unión para llevar a cabo las ambiciosas políticas que ahora impone la combinación de un entorno geopolítico más peligroso y el agravamiento de la crisis ecológica.
Casi 70 años después del Tratado de Roma, los Estados miembros de la Unión solo han puesto en común el 1 % de la riqueza que crean cada año. Más de 40 veces menos de lo que se pone en común a nivel nacional y más de veinte veces menos que el presupuesto federal estadounidense. A diferencia de sus Estados miembros, el presupuesto europeo debe además estar estrictamente equilibrado cada año. Por último, la Unión Europea tampoco dispone prácticamente de recursos con los que pueda actuar por sí sola de forma directa.
La mayor parte de sus recursos proceden de transferencias de los Estados miembros.
A menudo aclamado como el momento hamiltoniano de Europa, el plan de recuperación Next Generation EU podría y debería haber llevado a la Unión a una nueva dimensión.
Pero Ursula von der Leyen nunca ha intentado transformar el ensayo en realidad perpetuando este cambio de paradigma, ni siquiera tras la invasión de Ucrania y la grave crisis que le siguió.
No solo no ha intentado relanzar un nuevo préstamo común europeo, sino que ha luchado activamente contra las iniciativas que podrían haber permitido avanzar en esa dirección.
Cuando Thierry Breton propuso, a principios de 2024, pedir prestados 100.000 millones de euros para impulsar la industria de defensa europea, ella lo rechazó sin miramientos.
Del mismo modo, cuando Mario Draghi sugirió cautelosamente en otoño de 2024 que, para poner en marcha el colosal programa de inversión que recomendaba, sin duda sería útil proceder a un nuevo préstamo europeo sustancial, Ursula von der Leyen se apresuró a descartar públicamente esta idea, el mismo día en que se presentó su informe. Sin embargo, está claro que, sin un impulso significativo a través de fondos públicos importantes a escala de la Unión, el repunte de la inversión que Mario Draghi desea no tiene ninguna posibilidad de producirse.
Ursula von der Leyen ha logrado claramente imponer un estilo autoritario y hacerse con el control de un proceso de toma de decisiones dentro de la Comisión, que los Tratados pretendían colegiado, barriendo cualquier forma de oposición.
Guillaume Duval
Cuando se adoptó el marco financiero plurianual en 2020, no se llegó a ningún acuerdo sobre la creación de nuevos recursos propios, necesarios para que la Unión pueda reembolsar, a partir de 2028, los 750.000 millones de euros de deuda común sin recortar su presupuesto. Si bien se aprobó el principio, su aplicación quedó en suspenso. Sin embargo, en los últimos cinco años, la presidenta de la Comisión no ha emprendido ninguna batalla para hacer avanzar este expediente.
Los efectos de esta inercia se dejan sentir ahora que este verano se iniciarán las negociaciones sobre el presupuesto europeo para el período posterior a 2028.
Al no haber actuado, la Unión corre el riesgo de enfrentarse a un bloqueo presupuestario.
Su presupuesto anual, que actualmente asciende a unos 180.000 millones de euros, podría verse recortado en unos 20.000 millones al año —es decir, alrededor del 10 %— durante el próximo periodo financiero que comenzará en 2028, con el fin de reembolsar el préstamo conjunto.
Como es habitual, cada uno tratará de limitar su contribución. Las negociaciones corren el riesgo de concluir con compromisos a la baja, con la concesión de descuentos individuales, lo que impedirá a la Unión disponer de un presupuesto a la altura de las ambiciones declaradas y de los retos comunes.
Por último, Ursula von der Leyen tampoco intentó influir a favor de una reforma significativa del Pacto de Estabilidad y Crecimiento cuando este se renegoció en 2022 y 2023.
La reforma mínima que entró en vigor en 2024 sigue paralizando a los Estados miembros, impidiéndoles llevar a cabo políticas de inversión ambiciosas para hacer frente tanto al rearme como a las transiciones energética y digital. De hecho, ante la urgencia impuesta por el cambio de alianza de Donald Trump, fue necesario improvisar un parche adicional para que los Estados pudieran aumentar su gasto en defensa, derogando este pacto reformado, que solo había entrado en vigor unos meses antes.
El destino del Pacto Verde ilustra las graves consecuencias de esta falta crónica de medios. Al no haber emprendido la batalla para aumentar el presupuesto de la Unión, este paquete legislativo, emblemático del primer mandato de Ursula von der Leyen, se ha traducido esencialmente en un conjunto de normas vinculantes y un aumento del precio del carbono en la Unión.
A falta de un presupuesto adecuado, la Unión se ha mostrado incapaz de apoyar la transición con subvenciones significativas, a diferencia de Estados Unidos, con la Ley de Reducción de la Inflación, o de China, con sus enormes ayudas a la energía solar y eólica, así como a los vehículos eléctricos.
Como era de esperar, este enfoque ha suscitado el rechazo de muchos ciudadanos europeos.
Ante esta reacción, en lugar de buscar recursos financieros adicionales para ayudar a los perdedores del Pacto Verde, la Comisión von der Leyen II no ha encontrado nada mejor que deshacer lo que había construido la Comisión von der Leyen I.
Es cierto que la presidenta de la Comisión no ha contado con la ayuda del debilitamiento político de los jefes de Estado y de gobierno potencialmente más dispuestos a reforzar los medios de la Unión.
Con la llegada al poder de la extrema derecha en Italia, el debilitamiento de Emmanuel Macron en Francia y en Europa, y en Alemania, un Olaf Scholz mediocre y controlado por los integristas de la austeridad del FDP, el contexto no era precisamente favorable. Ursula von der Leyen quizá no habría conseguido obtener recursos adicionales para la Unión, pero lo que se le puede reprochar sobre todo es no haber intentado siquiera reforzarlos.
Hay motivos para dudar de que la llegada al poder de Friedrich Merz en Alemania cambie realmente la situación en este ámbito, sino todo lo contrario.
Es cierto que la ruptura de la Alemania de Merz con el consenso de la austeridad de los últimos 50 años es espectacular, pero el enorme esfuerzo de inversión que la nueva coalición ha decidido emprender a nivel nacional hará que Alemania se muestre aún más reacia de lo habitual a un posible préstamo comunitario o a un aumento significativo del presupuesto europeo.
La presidenta ha evitado cuidadosamente durante cinco años librar cualquier batalla que pudiera reforzar los recursos financieros de la Unión.
Guillaume Duval
La Comisión de Comunicación: el desfile de los planes Potemkin
Para ocultar esta persistente falta de medios y la ausencia de voluntad de luchar por aumentarlos, la presidenta de la Comisión ha multiplicado los anuncios, en particular en el marco de sus discursos sobre el estado de la Unión, ampliamente comentados cada año.
Su forma de presentar regularmente nuevos planes, con nombres llamativos y cantidades colosales, cuando en realidad no movilizan ningún recurso adicional, se ha convertido en la seña de identidad de la acción de Ursula von der Leyen.
El plan RePower EU de 2022 para hacer frente a la crisis energética desencadenada por la agresión rusa no era más que un reciclaje de fondos ya existentes. Esta crisis se ha superado porque los Estados miembros se han movilizado en todos los frentes para adquirir gas natural licuado (GNL) y construir a toda marcha terminales para recibirlo, pero la Unión como tal ha desempeñado un papel muy secundario, cuando podría y debería haber sido una oportunidad para avanzar hacia una verdadera Europa de la energía.
Lo mismo ocurrirá en 2023 con la iniciativa Global Gateway, el plan de 300.000 millones de euros que se supone será la respuesta europea a la Belt and Road Initiative china. En realidad, no había prácticamente ningún dinero adicional y se trataba esencialmente de un maquillaje de proyectos ya comprometidos: un plan Potemkin. Y nuestros socios extranjeros no han tardado en darse cuenta.
Recientemente, el plan ReArm Europe, de 800.000 millones de euros, destinado a responder a la emergencia creada por el cambio de alianzas de Donald Trump, ha seguido la misma lógica que los anteriores: la mayor parte del importe anunciado se basa únicamente en supuestos esfuerzos nacionales. Una vez más, se movilizan pocos recursos nuevos a escala de la Unión.
Con el programa SAFE de 150.000 millones de euros recién aprobado, la Unión ha decidido por fin volver a pedir préstamos para reforzar su defensa. Pero, a diferencia de Next Generation EU, este plan solo prevé préstamos que deberán ser reembolsados por los Estados.
En otras palabras, su única aportación real reside en la diferencia entre la tasa de interés al que puede endeudarse la Unión y la de los Estados. Sin embargo, en la mayoría de los casos, esta diferencia es mínima. Por lo tanto, la capacidad de este programa para impulsar realmente las inversiones en defensa en Europa corre el riesgo de ser muy limitada.
La insuficiencia de las reformas internas
Desde 2019, Ursula von der Leyen también está postergando otro asunto clave: las reformas institucionales.
Mientras la saga de Orbán ponía de manifiesto la urgente necesidad de actuar, ella renunció a abordar los cambios indispensables para aislar a Hungría, en lugar de tener que recompensar regularmente su chantaje.
Ya sea mediante una reforma de los tratados propiamente dicha o mediante una evolución de las prácticas, utilizando todos los márgenes de maniobra e interpretación que ofrece el marco institucional actual, parece indispensable que la Unión tome medidas.
Si no se pone fin a la posibilidad de chantaje por parte de uno o dos Estados en materia de política exterior y de defensa, la Unión no podrá llevar a cabo su necesaria transición geopolítica ni dotarse de una política de defensa digna de ese nombre.
Esto ya se observa hoy en día: las únicas respuestas europeas a la nueva situación creada por el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y su cambio de alianza en el asunto ucraniano se están construyendo en el marco de coaliciones de países voluntarios, que reúnen a algunos miembros de la Unión y a otros que no lo son.
Ursula von der Leyen se había empeñado en nombrar un comisario de Defensa en la nueva Comisión que entró en funciones el pasado mes de diciembre, aunque, en teoría, la Comisión no tiene competencias en este ámbito. Pero, a falta de una reforma institucional y de un presupuesto adicional, la defensa común de Europa se está construyendo al margen del marco comunitario.
No cabe duda de que la cuestión institucional es aún más delicada y compleja que la de los recursos financieros de la Unión. Pero la presidenta no ha intentado explorar las vías posibles ni ha tratado de iniciar el debate al respecto.
Von der Leyen y la política exterior de la «Comisión geopolítica»: la invención de una competencia
Ursula von der Leyen decidió en 2019 que su primer mandato estaría marcado por una «Comisión geopolítica», anunciando así su voluntad de encarnar a la Unión no solo dentro de sus fronteras, sino también fuera de ellas: tenía la intención de negociar directamente con los «grandes de este mundo».
De este modo, se desmarcaba de sus predecesores, que siempre habían centrado sus esfuerzos en profundizar la integración europea, tal y como prevén, por otra parte, los Tratados, que no otorgan ninguna competencia a la Presidencia de la Comisión en materia de política exterior y de seguridad.
Los asuntos exteriores y la defensa son, en efecto, algunos de los pocos ámbitos que siguen siendo competencia exclusiva de los Estados miembros.
Su coordinación a nivel de la Unión, sujeta al requisito de la unanimidad, corre a cargo del Consejo Europeo y su presidente, asistido por el alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. Como vicepresidente de la Comisión Europea, este último es el encargado de garantizar la coordinación de la política exterior de la Unión con las acciones de la Comisión en sus ámbitos de competencia.
Al querer entrar en este terreno y asumir el papel principal, Ursula von der Leyen se colocó de entrada en una trayectoria de choque con el Consejo, presidido entonces por Charles Michel, y con el alto representante de la Unión, Josep Borrell, cuya función era, en teoría, la de coordinar la política exterior de la Unión.
Al no respetar el reparto de funciones previsto en el Tratado, complicó fatalmente las relaciones de la Unión con sus socios extranjeros.
Estos últimos vuelven a no saber a qué santo acudir cuando se dirigen a la Unión, un problema que el Tratado de Lisboa había tratado de resolver precisamente con la creación de un presidente permanente del Consejo y un alto representante para los asuntos exteriores. Esta confusión ha dado lugar a incidentes que han perjudicado a la Unión, como el famoso Sofagate en 2021, con motivo de una reunión con el presidente turco Recep Tayyip Erdogan.
Sin embargo, Ursula von der Leyen ha logrado en gran medida sus objetivos.
Se ha beneficiado de una agenda geopolítica muy cargada, entre la pandemia de Covid-19, la guerra de agresión de Putin contra Ucrania, la guerra de Gaza y la reelección de Trump, así como de la debilidad del presidente del Consejo, Charles Michel, que nunca ha logrado imponerse entre sus pares.
Lo ha conseguido también y sobre todo porque, aunque la Comisión no tiene competencias en materia de política exterior, es ella quien controla las finanzas y gestiona los dossiers clave en este ámbito, como la ampliación, la vecindad, la ayuda al desarrollo, las relaciones comerciales o la migración.
Es sobre todo con respecto a los países del sur donde la política de Ursula von der Leyen ha sido más desastrosa hasta ahora.
Guillaume Duval
Coordinar a los distintos comisarios responsables de estos temas para garantizar la coherencia de la política de la Unión es, en teoría, la tarea que corresponde al Alto representante.
Con Jean-Claude Juncker, esta forma de jerarquía y división del trabajo dentro de la Comisión funcionaba más o menos. Pero Ursula von der Leyen se ha negado a jugar a este juego. No quiere delegar nada en nadie y se jacta de tratar todos los asuntos directamente con cada uno de los comisarios, de forma individual.
Es precisamente esta negativa a delegar y a trabajar en equipo, a pesar de que también está prevista en los tratados, lo que llevará a un vicepresidente de la Comisión, el socialista neerlandés Frans Timmermans, a abandonar prematuramente su cargo, cansado de la lucha.
Esta centralización del poder en torno a Ursula von der Leyen y su gabinete ha creado de facto una dualidad en la política exterior de la Unión: por un lado, la dirigida por el presidente del Consejo y el alto representante; por otro, la impulsada por la presidenta de la Comisión, apoyándose en su control del presupuesto y de las direcciones generales.
Entre fracasos y frustraciones, cómo Ursula von der Leyen ha socavado la credibilidad de la Unión en el extranjero
Llevada así, fuera del marco previsto por los tratados, ¿ha contribuido al menos la política exterior de la presidenta de la Comisión a reforzar la posición de la Unión en el mundo?
Hay motivos para dudarlo.
Durante su primer mandato, la única brújula de la presidenta de la Comisión, muy atlantista, consistió en asegurarse constantemente de que la posición de la Unión estuviera alineada con la del Estados Unidos de Joe Biden. Esta actitud constante no preparó en absoluto a Europa para el choque del regreso de Donald Trump, ni comenzó a reforzar su autonomía estratégica.
Al contrario.
En 2022, la administración de Biden aprobó la Ley de Reducción de la Inflación, una política de subvenciones masivas al Made in America ya muy agresiva con la industria europea. La reacción muy débil, por no decir inexistente, de la Unión probablemente acabó de convencer a Donald Trump de que podía atacar a Europa sin riesgo de represalias serias.
Con la nueva administración republicana, el software básico de Ursula von der Leyen para entender el mundo y posicionar a la Unión ha perdido toda su relevancia. Además, su constante compromiso en apoyo de la administración de Biden en todos los temas durante cuatro años la convierte hoy en una persona non grata en Washington.
Esta voluntad de alinearse a toda costa con Estados Unidos también había perturbado el delicado equilibrio que había que mantener en las relaciones con Pekín. Sabiendo que no todos los europeos compartían la línea atlantista de Ursula von der Leyen sobre China, empezando por la Alemania de Olaf Scholz —, Xi Jinping se permitió humillarla públicamente durante su visita a la República Popular en abril de 2023.
Pero es sobre todo con respecto a los países del Sur donde la política de Ursula von der Leyen ha sido más desastrosa hasta ahora.
Si bien la vacunación contra la COVID-19 ha sido un éxito en Europa, hemos monopolizado las vacunas y hemos dado muy pocas, y sobre todo muy tarde, a nuestros socios del Sur.
En plena crisis energética, la carrera por el GNL ha hecho subir los precios y ha privado a varios países en desarrollo de gas, 4 sin que la Comisión haya tomado conciencia de la frustración generada.
Por último, la falta de seriedad de los «grandes proyectos» del Global Gateway ha dañado la credibilidad de la Unión. Sin duda, habría sido mejor abstenerse que hacer tan poco y alardear tanto de sus ambiciones planetarias.
Al optar por alinearse con la agenda de «fortaleza Europa» de la extrema derecha europea en materia de migración, Ursula von der Leyen también ha contribuido a alienar a los pueblos del otro lado del Mediterráneo. La Unión ha pagado un alto precio por ello en toda África, y en particular en el Sahel. 5
Codo con codo con la primera ministra italiana Giorgia Meloni, ha apoyado acuerdos vergonzosos —y posiblemente ilegales— con el Túnez de Kais Saied o el Egipto de Abdel Fattah El Sissi, distribuyendo decenas de miles de millones de euros del presupuesto europeo a dictadores para que impidan a los migrantes salir de sus países. Esto se ha hecho sin consultar al Consejo, al Colegio de Comisarios ni a ninguna otra instancia europea.
Pero ha sido sobre todo la política de Ursula von der Leyen sobre el conflicto de Gaza la que ha tenido efectos desastrosos: su visita a Jerusalén el 13 de octubre de 2023 y el apoyo incondicional que brindó en ese momento al gobierno de extrema derecha de Benjamin Netanyahu tuvieron repercusiones muy negativas para la Unión.
Aunque posteriormente se mostró más discreta, en realidad siguió apoyando durante todo el año 2024 la línea del comisario europeo húngaro Oliver Varhelyi, políticamente cercano a Benjamin Netanyahu y responsable de Medio Oriente en la Comisión, en contra del alto representante Josep Borrell, que quería que Europa se distanciara del gobierno israelí.
A pesar de su innegable eficacia para centralizar el poder y comunicarse con habilidad, Ursula von der Leyen no ha preparado a la Unión para afrontar mejor las tormentas que atraviesa.
Guillaume Duval
Incluso en los últimos meses, con el dramático agravamiento de la situación en Gaza y Cisjordania, la Comisión no ha aplicado ninguna medida que pueda influir realmente en el gobierno israelí. La revisión —muy tardía— del acuerdo de asociación con Israel, ya iniciada, quizá no dé lugar a decisiones hasta dentro de varias semanas.
Esta flagrante doble moral de los europeos, entre su actitud hacia la guerra desencadenada por Vladimir Putin y la de Gaza, ha alimentado y servido abundantemente a la propaganda del Kremlin y ha debilitado mucho el apoyo a Ucrania en muchos países del mundo.
En un momento en que la Europa democrática se ve amenazada tanto al este por el imperialismo de Vladimir Putin como al oeste por el autócrata Donald Trump, la actuación de Ursula von der Leyen en el ámbito de la política exterior ha contribuido a agravar nuestro aislamiento y a debilitar la Unión.
Von der Leyen II: el giro a la derecha
En su segundo mandato, Ursula von der Leyen ha maniobrado hábilmente para deshacerse de los «incómodos» dentro de la Comisión —en particular, el comisario francés Thierry Breton— y ha dividido todos los expedientes confiados a sus vicepresidentes para asegurarse de que ninguno pueda pretender actuar sin necesidad de consultarla.
Ursula von der Leyen sitúa ahora en el centro de su acción un ambicioso proyecto de desregulación social, medioambiental y digital, lo que supone un cambio notable, ya que durante su primer mandato dirigió una Comisión que impulsó el Pacto Verde y un refuerzo significativo de la regulación en estos ámbitos.
Este giro ilustra su propensión a seguir los vientos dominantes con una lógica de preservación personal: en 2019, los Verdes obtuvieron un resultado histórico; el Parlamento Europeo actual es el más derechista de su historia.
También revela, sobre todo, la ausencia de una visión coherente y de un proyecto estructurador para la Unión y su futuro.
Queda una pregunta: ¿quién es la «verdadera» Ursula von der Leyen?
¿Es la discípula de Angela Merkel —capaz de buscar pactoos con la izquierda y los ecologistas— que parecía ser durante su primer mandato? ¿O más bien es la adepta de la estrategia de choque neoliberal apoyada por una «mayoría Venezuela» que aglutina a la derecha y la extrema derecha que ahora parece querer encarnar?
A pesar de su innegable eficacia para centralizar el poder y comunicarse con habilidad, Ursula von der Leyen no ha preparado a la Unión para afrontar mejor las tormentas que atraviesa.
Frente a Trump y Putin, su Europa fortaleza, atlantista y neoliberal se encuentra perdida, desorientada, desprovista de los medios financieros e institucionales para reaccionar y aislada de los países del Sur, que desconfían de ella.
Sin embargo, esta gran fragilidad de la Unión no solo supone un fracaso personal de Ursula von der Leyen.
También conlleva graves amenazas para los europeos, para nuestras democracias y para nuestro modelo social y ecológico.
A la presidenta de la Comisión le quedan cuatro años para desmentir este diagnóstico.
Notas al pie
- Thomas Wieder, «Ursula Von der Leyen auditionnée par le Bundestag dans le cadre de l’« affaire des consultants», Le Monde, 14 de febrero de 2020.
- El autor de este texto fue redactor de discursos de Josep Borrell entre 2020 y 2024.
- David Carretta y Christian Spillmann, «Ursula 2, autocrate ou vrai leader ?», La Matinale européenne, 26 de agosto de 2024.
- Marine Godelier, «Énergie la politique de l’UE plonge le Pakistan dans l’obscurité , La Tribune, 27 de junio de 2022.
- Emanuela Claudia Del Re, «Comment l’Europe a (presque) perdu le Sahel», Politique internationale, primavera de 2024.