En la reunión del Consejo de hoy, Enrico Letta presentará a los jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea el informe de 147 páginas Much more than a Market, que le fue encargado el 15 de septiembre. Nos ha confiado esta versión sintética, una pieza de doctrina para leer y discutir en las lenguas de la revista. 1 Si te es posible, considera la posibilidad de suscribirte apoyar nuestra labor de construcción de un debate político, estratégico e intelectual a escala continental.
Nuestro Mercado Único nació en un mundo más pequeño
El Mercado Único es producto de una época en la que tanto la Unión Europea como el mundo eran «más pequeños», más sencillos y menos integrados, y en la que muchos de los protagonistas actuales aún no habían entrado en escena. Cuando Jacques Delors concibió y presentó al mundo el Mercado Único Europeo en 1985, la Unión Europea era conocida como las Comunidades Europeas. El número de Estados miembros era menos de la mitad del actual. Alemania estaba dividida en dos y la Unión Soviética aún existía. China e India juntas constituían menos del 5% de la economía mundial, y no se conocía el acrónimo de los BRICS. En aquella época, Europa, a la par que Estados Unidos, se situaba en el centro de la economía mundial, a la cabeza en cuanto a peso económico y capacidad de innovación, representando un terreno fértil para el desarrollo y el crecimiento.
El Mercado Único se creó para reforzar la integración europea eliminando las barreras comerciales, garantizando una competencia leal y promoviendo la cooperación y la solidaridad entre los Estados miembros. Facilitaba la libre circulación de bienes, servicios, personas y capitales mediante la armonización y el reconocimiento mutuo, mejorando así la competencia y fomentando la innovación. Además, para garantizar que todas las regiones pudieran beneficiarse por igual de las oportunidades del mercado, se introdujeron los fondos de cohesión. Este planteamiento global ha sido fundamental para impulsar la integración económica y el desarrollo en toda la Unión.
Moldeado para el mundo de entonces, el Mercado Único demostró desde el principio ser un formidable impulso para la economía europea, así como un poderoso factor de atracción. Hoy, más de 30 años después de su creación, el Mercado Único sigue siendo una piedra angular de la integración y los valores europeos que sirve de poderoso catalizador del crecimiento, la prosperidad y la solidaridad.
Pero el contexto más amplio ha cambiado profundamente. Se hace urgente un aggiornamento. Necesitamos desarrollar un nuevo mercado único para el mundo actual.
El Mercado Único siempre ha estado intrínsecamente ligado a los objetivos estratégicos de la Unión Europea. A menudo percibido como un proyecto de carácter técnico, es, por el contrario, intrínsecamente político. Su futuro está ligado a los objetivos estratégicos de la Unión y, por tanto, al contexto en el que ésta actúa. Por lo tanto, nunca debe considerarse una labor terminada, sino un proyecto en curso. Aun así, es necesario un impulso inmediato para adecuar el Mercado Único al contexto actual y prepararlo para una evolución continua acorde con la dinámica de nuestro tiempo.
Precisamente por su naturaleza en constante evolución, el Mercado Único siempre ha estado llamado a adaptarse a la evolución del contexto europeo y mundial. Desde la elaboración del Acta Única Europea, se ha llevado a cabo un trabajo constante y gradual de reflexión conceptual, que ha implicado la elaboración de Informes y Planes de Acción, concretamente por parte de la Comisión Europea y sus comisarios. En esta línea, en 2010 el Informe Monti aportó reevaluaciones críticas y formuló recomendaciones para su revitalización. Mi informe se sitúa dentro de este continuo, con el objetivo de llevar a cabo un examen exhaustivo del futuro del Mercado Único tras una sucesión de crisis y retos externos que han puesto a prueba fundamentalmente su resistencia.
Un nuevo mercado único a escala de un mundo más grande
Europa ha cambiado fundamentalmente desde que se puso en marcha el Mercado Único, en gran medida gracias a su propio éxito. La integración ha alcanzado altos niveles en muchos sectores de la economía y la sociedad, aunque no en todos, y el 80% de la legislación nacional es resultado de decisiones adoptadas en Bruselas. Sin embargo, con 27 Estados miembros la diversidad y complejidad del sistema jurídico vigente en Europa han aumentado considerablemente, así como los beneficios potenciales de las economías de escala. Esta evolución ya no permite confiar en la mera convergencia de las legislaciones nacionales y en el reconocimiento mutuo, que se han vuelto demasiado lentos y complejos o simplemente insuficientes para beneficiarse de las economías de escala.
Varios factores exigen actualizar los puntos cardinales del Mercado Único y alinearlos con la nueva visión de la Unión Europea sobre su papel en un mundo que se ha hecho «más grande» y ha experimentado importantes transformaciones estructurales.
El panorama demográfico y económico mundial ha cambiado radicalmente. En las tres últimas décadas, la participación de la Unión Europea en la economía mundial ha disminuido, y su representación entre las mayores economías del mundo se ha reducido drásticamente en favor de las economías asiáticas en ascenso. Esta tendencia se debe en parte a los cambios demográficos, ya que la Unión se enfrenta a una población cada vez más pequeña y envejecida.
En contraste con el crecimiento observado en otras regiones, la tasa de natalidad en la Unión Europea está disminuyendo de forma alarmante, con 3.8 millones de bebés nacidos en 2022, lo que supone un descenso respecto a los 4.7 millones de nacimientos registrados en 2008.
Además, incluso sin tener en cuenta las economías asiáticas, el Mercado Único de la Unión Europea va a la zaga del estadounidense. En 1993, las dos áreas económicas tenían un tamaño comparable. Sin embargo, mientras que el PIB per cápita en Estados Unidos aumentó casi un 60% de 1993 a 2022, en Europa el incremento fue inferior al 30%.
El orden internacional basado en normas se enfrenta a serios retos y entra en una fase marcada por el resurgimiento de la política de poder. La Unión Europea se ha comprometido tradicionalmente con el multilateralismo, el libre comercio y la cooperación internacional, principios que han constituido la base de su gobernanza mundial y sus estrategias económicas.
Estos valores han guiado las interacciones de la Unión en la escena internacional, fomentando un orden basado en normas que ha sido fundamental para su ethos fundacional y su marco operativo. Sin embargo, las guerras y los conflictos comerciales están socavando cada vez más los principios de un sistema internacional basado en normas, planteando importantes amenazas a los cimientos sobre los que la Unión Europea ha construido sus relaciones y políticas exteriores. La guerra de Vladimir Putin contra Ucrania representa una ruptura tras la cual nada puede seguir igual. El 24 de febrero de 2022 marca el inicio de una nueva era para Europa. La nueva postura europea se materializó con la Declaración de Versalles de marzo de 2022, seguida posteriormente por la Declaración de Granada de octubre de 2023 y la recientemente actualizada Estrategia de Seguridad Económica de la Comisión Europea.
El éxito de la Unión Europea se basa en los pilares del libre comercio y la apertura. Comprometer esos ideales amenaza los cimientos sobre los que se asienta la Unión. Por lo tanto, debemos abordar el complejo marco internacional con el objetivo de preservar la paz y mantener el orden internacional basado en normas, garantizando al mismo tiempo la seguridad económica de la Unión. En este complejo empeño, es esencial seguir invirtiendo en la mejora y promoción de las normas europeas, reforzando el papel del Mercado Único como plataforma sólida que apoya la innovación, salvaguarda los intereses de los consumidores y promueve el desarrollo sostenible.
Otra dimensión crucial que hay que abordar se refiere al perímetro del Mercado Único. Al principio, tres sectores se mantuvieron deliberadamente al margen del proceso de integración, por considerarse demasiado estratégicos para que su funcionamiento y regulación se extendieran más allá de las fronteras nacionales: las finanzas, las comunicaciones electrónicas y la energía. La exclusión obedecía entonces a la creencia de que dar prioridad al control nacional sobre estos ámbitos serviría mejor a los intereses estratégicos. Sin embargo, los mercados nacionales, concebidos inicialmente para proteger las industrias nacionales, representan ahora un freno importante al crecimiento y la innovación en sectores en los que la competencia mundial y las consideraciones estratégicas exigen pasar rápidamente a una escala europea. Incluso dentro del perímetro original, el Mercado Único necesita una revisión: en particular, la prestación intracomunitaria de servicios sigue encontrando importantes barreras que deben atacarse y eliminarse para liberar todo el potencial del Mercado Único.
Para ello necesitamos un compromiso político firme que potencie un nuevo Mercado Único. Este nuevo marco debe ser capaz de proteger las libertades fundamentales, basándose en la igualdad de condiciones, al tiempo que apoya el objetivo de establecer una política industrial europea dinámica y eficaz. Para alcanzar estos ambiciosos objetivos, necesitamos velocidad, necesitamos escala y, sobre todo, necesitamos recursos financieros suficientes.
Gran tour: una conversación continental para diseñar el nuevo mercado único
Durante el viaje por Europa que acompañó la elaboración del Informe, de septiembre de 2023 a abril de 2024, visité 65 ciudades europeas y participé en más de 400 reuniones en las que tuve la oportunidad de interactuar, siguiendo un método de escucha activa y debate abierto, con miles de personas de todo el continente. En el diálogo participaron todos los gobiernos nacionales y las principales instituciones europeas, además de todos los grupos políticos del Parlamento Europeo. Del mismo modo, se debatió con países que comparten el Mercado Único sin ser miembros de la Unión Europea y con todos los países candidatos a la adhesión. Los interlocutores sociales (sindicatos y asociaciones empresariales), así como el tercer sector, los empresarios de servicios de interés general y los grupos de la sociedad civil fueron consultados, algunos varias veces, tanto en Bruselas como en diversas capitales nacionales. Además, se celebraron numerosas reuniones con ciudadanos y debates en universidades o en el seno de grupos de reflexión, no sólo en las principales ciudades europeas, sino también en zonas del interior y rurales.
Este viaje ha contribuido al desarrollo de una dinámica reflexión colectiva sobre el futuro del Mercado Único. Como autor del Informe, asumo naturalmente la plena responsabilidad de los análisis y propuestas que contiene. Sin embargo, para formularlas, la escucha itinerante y la interacción por toda Europa resultaron cruciales.
Durante el viaje, también experimenté de primera mano la paradoja más flagrante de las infraestructuras de la Unión: la imposibilidad de viajar en tren de alta velocidad entre las capitales europeas. En un continente tan pequeño y densamente poblado como el nuestro, que además se ha embarcado en la senda de la sostenibilidad medioambiental, lo natural habría sido viajar en tren, el medio de transporte ecológico por excelencia. Sin embargo, actualmente esto es imposible y parece poco probable que cambie en un futuro próximo, ya que los planes operativos concretos siguen siendo meramente teóricos. Se trata de una profunda contradicción, emblemática de los problemas del Mercado Único. En efecto, nuestro continente desarrolló rápida y eficazmente el sistema ferroviario de alta velocidad, pero, salvo el eje París-Bruselas-Amsterdam, permaneció dentro de las fronteras nacionales. Ni siquiera hemos conseguido conectar las tres principales capitales europeas: Bruselas, Estrasburgo y Luxemburgo.
A pesar de que el tren de alta velocidad ha transformado el panorama económico y social interno de muchos países europeos, mejorando la movilidad y las oportunidades de desarrollo, estos beneficios no se han extendido a todo el Mercado Único. Esto se debe a los incentivos fiscales, que en su mayoría son nacionales y perjudican a los operadores internacionales. El sector está preparado y ha puesto en marcha varias iniciativas de éxito, pero es necesario un enfoque europeo de la regulación y los incentivos fiscales, en lugar de uno nacional. Los próximos años deben dar prioridad a la planificación, financiación y ejecución de un gran plan para conectar las capitales europeas con el tren de alta velocidad. Este proyecto debe convertirse en uno de los pilares de la transición justa, verde y digital. Puede movilizar energías y recursos y, sobre todo, puede ofrecer resultados graduales que beneficien no sólo a las generaciones futuras, sino también a las actuales.
Las inspiraciones de mi viaje por Europa han sido numerosas y motivadoras. Sin embargo, entre los muchos temas tratados en los debates europeos y nacionales, uno ha surgido como predominante en todas partes. Se trata de la cuestión de apoyar y financiar los objetivos que, todos juntos, hemos identificado como centrales para los próximos años y que la Unión parece haber abrazado ya de forma irreversible. Se trata de opciones audaces y positivas que acompañarán la vida europea durante al menos una década y que serán vitales para nosotros y para los futuros ciudadanos europeos. Estas opciones, al tiempo que ofrecen considerables oportunidades, también acarrearán inevitablemente costos significativos.
- En primer lugar, el compromiso con una transición ecológica y digital justa. Esta elección refleja un compromiso a largo plazo para transformar la sociedad y la economía europeas de manera sostenible y equitativa. La próxima legislatura se considera crucial para garantizar la aplicación y el éxito de esta transición global.
- En segundo lugar, la decisión de proseguir con la ampliación. Aquí la atención no se centra únicamente en el objetivo en sí, sino en la cuidadosa ejecución de su puesta en práctica. Establecer una dirección clara para la integración de los nuevos miembros de la Unión Europea representa uno de los principales retos para los próximos años.
- En tercer lugar, la necesidad de reforzar la seguridad de la Unión. En el nuevo desorden mundial, en ese «mundo roto» que describe Grand Continent, caracterizado por una inestabilidad profunda y sistémica, el futuro no puede ignorar la necesidad de garantizar la seguridad de los ciudadanos europeos. Ello implicará posiciones y decisiones más exigentes en el ámbito de la defensa.
Ahora parece seguro que estas tres grandes orientaciones estratégicas guiarán a la Unión en los próximos años. Ya no se trata de si Europa las perseguirá, sino de cómo lo hará. Este será sin duda un acalorado debate. He tenido una clara percepción de ello en las numerosas reuniones celebradas durante el viaje, en las que las discusiones fueron en todas partes constructivas pero bastante animadas. Del mismo modo, también me llevé otra impresión clara: para los ciudadanos europeos, está claro que seguir este camino supondrá costos colectivos elevados. Por lo tanto, mientras no haya claridad y transparencia sobre cómo se identificarán esos fondos y quién los pagará, la preocupación entre los propios ciudadanos y entre las fuerzas vivas de nuestras sociedades irá en aumento. Para evitar reacciones políticas adversas, la cuestión del apoyo financiero y la asignación de costos para la transición, la ampliación y las nuevas fronteras de seguridad debe encontrar respuestas claras, directas y transparentes.
La construcción del mercado único del futuro será una de las condiciones clave para satisfacer estas necesidades de financiación. Mi análisis no excede intencionalmente el alcance del mandato recibido del Consejo europeo y de la Comisión —desarrollado bajo el actual trío de presidencias belga, española y húngara del Consejo— y pretende aportar una contribución lo más concreta y operativa posible a los programas de trabajo de dichas instituciones y al Informe de Mario Draghi sobre el futuro de la competitividad europea.
El Mercado Único somos todos: cada uno debe desempeñar su papel
El Mercado Único no es un mero concepto abstracto, es la piedra angular del proceso de integración de la Unión. Para desarrollar uno eficiente, que sea capaz de crear las condiciones para que Europa prospere, necesitamos que todos —instituciones, Estados miembros, empresas, ciudadanos, trabajadores y sociedad civil— desempeñen su propio papel. El fracaso de cualquiera de ellos equivale al fracaso de toda la cadena.
El próximo Marco Financiero Plurianual representa una coyuntura crítica para las ambiciosas propuestas que se detallan en este informe, y desafía a todos los actores a reafirmar su dedicación al desarrollo de un nuevo Mercado Único. La próxima legislatura, de 2024 a 2029, ofrece una oportunidad estratégica para avanzar en esta visión. Al tener en cuenta las nuevas tendencias económicas y la competencia mundial, este periodo podría catalizar una transformación significativa del Mercado Único en un verdadero «Mercado Europeo», sentando las bases para un amplio salto adelante en nuestro marco económico integrado.
Una quinta libertad para un nuevo mercado único
El marco del Mercado Único, arraigado en la definición de las cuatro libertades —la libre circulación de personas, mercancías, servicios y capitales— se basa fundamentalmente en principios teóricos del siglo XX. Esto se hace evidente al considerar cómo esta categorización parece ahora anticuada, al no reflejar la dinámica evolutiva de un mercado cada vez más moldeado por la digitalización, la innovación y las incertidumbres relacionadas con el cambio climático y su impacto en la sociedad. La distinción entre bienes y servicios se ha vuelto cada vez más difusa, con servicios a menudo integrados en bienes, y no logra captar los aspectos intangibles de la economía digital.
En una era en la que la tecnología domina cada vez más, Europa se enfrenta al reto de seguir el ritmo de los rápidos avances mundiales. El continente no ha desarrollado una industria sólida ni ecosistemas cohesionados capaces de captar los beneficios de la nueva ola de innovación mejorada. Esto nos ha llevado a depender de tecnologías externas que ahora son vitales para las empresas europeas.
La dificultad de la Unión Europea para convertir su potencial de investigación en industrias europeas que compitan en los mercados mundiales se debe a diversos factores.
Una política tecnológica europea coordinada y global acometería las amplias inversiones a largo plazo necesarias para un desarrollo tecnológico ambicioso y costoso. En los últimos años, la Unión Europea ha aplicado eficazmente una importante normativa digital, evitando así la posible fragmentación que podría haber resultado de la introducción por cada Estado miembro de sus propias normas y protegiéndonos del vaivén de fuerzas reguladoras externas. Sin embargo, depender únicamente de esta estrategia es inadecuado para alimentar el nivel de innovación necesario para alcanzar nuestros objetivos. En la actualidad, la Unión Europea cuenta con un enorme acervo de datos, conocimientos y empresas emergentes que no se aprovecha al máximo. Si no se aprovecha plenamente, se corre el riesgo de que esta riqueza de recursos acabe beneficiando a otras entidades mundiales mejor situadas para capitalizarla y obstaculice nuestra autonomía estratégica y nuestra seguridad económica.
La inteligencia colectiva del siglo XXI, que combina los conocimientos y habilidades de las personas, las nuevas formas de datos y el aprovechamiento del poder de la tecnología, tiene el potencial sin explotar de transformar nuestra forma de entender y actuar con respecto al futuro. Para lograr este objetivo, es vital estimular la innovación y fomentar el desarrollo de ecosistemas industriales punteros capaces de producir entidades de importancia mundial dentro de Europa. El establecimiento de una sólida infraestructura tecnológica europea plantea un reto estratégico que requiere un cambio en la gobernanza. Esto implica conceder mayor autoridad a una política industrial colectiva a escala europea, superando los confines nacionales. Es imperativo poner en marcha estrategias europeas caracterizadas por una visión definitiva y una coordinación centralizada, capaces de atraer importantes inversiones privadas. Sin la presencia de importantes corporaciones tecnológicas europeas, Europa seguirá siendo susceptible de sufrir amenazas de ciberseguridad, campañas de desinformación y posibles enfrentamientos militares.
Por ello, es crucial que aprovechemos plenamente el potencial de nuestros puntos fuertes en investigación y desarrollo y que maximicemos las oportunidades que ofrece el Mercado Único. Europa se enfrenta al imperativo urgente de dar prioridad al establecimiento de bases tecnológicas que fomenten el conocimiento y la innovación, dotando a las personas, las empresas y los Estados miembros de las competencias, infraestructuras e inversiones necesarias para hacer posible una prosperidad generalizada y el liderazgo industrial.
Hacia el final de su mandato, Jacques Delors insinuó la necesidad de explorar una nueva dimensión para el Mercado Único. Una posible vía para esta exploración consiste en añadir una quinta libertad a las cuatro ya existentes, para potenciar la investigación, la innovación y la educación en el Mercado Único. La integración de la quinta libertad en el marco del Mercado Único refuerza su papel como piedra angular de la integración europea. Transformaría los conocimientos dispersos, las fragmentaciones y las disparidades existentes en oportunidades unificadas de crecimiento, innovación e inclusión. Un entorno competitivo para la investigación en las fronteras del conocimiento y nuevos modelos de negocio que favorezcan la inversión en nuevas tecnologías es esencial para maximizar la posibilidad de compartir el interés público y limitar la concentración del valor privado de la recopilación y elaboración de perfiles de datos.
Así pues, la quinta libertad no se limita a facilitar la circulación de los resultados de la investigación y la innovación, sino que implica integrar los motores de la investigación y la innovación en el núcleo del Mercado Único, fomentando así un ecosistema en el que la difusión del conocimiento impulse tanto la vitalidad económica como el progreso social y la ilustración cultural. En este marco, la Unión estará mejor preparada para posicionarse no sólo como líder mundial en el establecimiento de normas éticas para la innovación y la difusión del conocimiento, sino como creadora y artífice de nuevas tecnologías —y de sus patrones evolutivos— desarrolladas y desplegadas de forma que respeten la libertad, la privacidad, la seguridad y beneficien a los más posibles.
Hacer operativa la quinta libertad exige un planteamiento polifacético que abarque iniciativas políticas, mejoras en infraestructura, marcos de colaboración y un compromiso inquebrantable con el fomento de la innovación, la ciencia abierta y la alfabetización digital. Este informe da tanto inspiración como propuestas concretas a explorar. Entre sus primeras iniciativas emblemáticas, la próxima Comisión Europea debería desarrollar, en consulta con todas las instituciones de la Unión y los Estados miembros, un plan de acción exhaustivo y ambicioso para concretar y aplicar la quinta libertad.
Entre los diversos sectores que podrían beneficiarse de la aplicación de la quinta libertad, destaca el del sector salud. Su importancia crítica, subrayada por la reciente pandemia, le permite aprovechar en gran medida este nuevo marco que promete mejorar la cooperación e impulsar la innovación. Esta iniciativa es especialmente vital, ya que la sanidad europea necesita urgentemente una revitalización significativa. La creciente dependencia de la Unión de proveedores externos para los productos finales, componentes e ingredientes activos químicamente sintetizados ha provocado un pronunciado descenso de la producción europea, que ha pasado del 53% a principios de la década de 2000 a menos del 25% en la actualidad. Además, la emigración del talento europeo en busca de oportunidades fuera de la Unión está socavando gravemente su capacidad de innovación.
A la vista de estos problemas, junto con los cambios demográficos y las posibles crisis futuras, es imperativo que la Unión Europea tome medidas decisivas para fomentar la integración en su sector sanitario y garantizar un acceso sostenible a la asistencia sanitaria para todos sus ciudadanos.
Un mercado único para cambiar de escala
Los cambios demográficos y la reestructuración de la economía mundial pueden comprometer el papel global de la Unión Europea en el mundo. Sin embargo, no es en absoluto seguro que esta pérdida de influencia sea irreversible. Con adaptaciones estratégicas, tenemos la posibilidad de hacerle frente. La Unión Europea aún puede beneficiarse de activos de gran impacto, pero no bastará con confiar únicamente en las capacidades existentes. La influencia futura de Europa dependerá del rendimiento y la escalabilidad de sus empresas. En la actualidad, las empresas europeas sufren un déficit de tamaño asombroso en comparación con sus competidores mundiales, principalmente de Estados Unidos y China.
Esta disparidad nos penaliza en numerosos ámbitos: innovación, productividad, creación de empleo y, en última instancia, la propia seguridad de la Unión. Por lo tanto, es crucial apoyar a las grandes empresas de la Unión para que crezcan y compitan en la escena mundial. Esto puede permitir la diversificación de las cadenas de suministro, atraer inversión extranjera, apoyar los ecosistemas de innovación y proyectar una imagen fuerte de la Unión. En última instancia, una economía próspera apoyada por empresas sólidas pone a toda la Unión en condiciones de negociar acuerdos comerciales más favorables, dar forma a las normas internacionales y afrontar con éxito crisis y retos mundiales sin precedentes.
Permitir que las empresas de la Unión crezcan en el Mercado Único no es sólo un imperativo económico, sino también estratégico. Sin embargo, no todas las empresas y mercados de la Unión necesitan un mayor tamaño. No debemos imitar modelos que difieren sistemáticamente del nuestro y que no se ajustan a la realidad europea.
Nuestro modelo, que se nutre del vínculo esencial entre grandes y pequeñas empresas, salvaguardando activamente la igualdad de condiciones, debe preservarse. Este modelo es una fuerza fundamental y el cimiento de nuestra economía social de mercado. No se puede permitir que ninguna empresa crezca socavando la competencia leal, que sustenta la protección del consumidor y el progreso económico. Al mismo tiempo, la aplicación del principio de competencia leal no debe dar lugar a que los mercados europeos estén dominados por grandes empresas extranjeras que se benefician de normas favorables en sus mercados nacionales.
La falta de integración en los sectores financiero, energético y de las telecomunicaciones es una de las principales razones del declive de la competitividad europea. Como ya se ha señalado, ahora nos enfrentamos a las consecuencias de las decisiones tomadas cuando el mundo era «más pequeño» para mantener un enfoque predominantemente nacional en estos sectores. Es urgente recuperarnos y reforzar la dimensión del Mercado Único de los servicios financieros, la energía y las comunicaciones electrónicas. Esto implica establecer un marco integrado entre el nivel europeo y el nacional.
Este modelo comprende un planteamiento a dos niveles, con una autoridad centralizada de la Unión Europea responsable de garantizar la coherencia de las normas que tienen una dimensión de mercado único, mientras que las cuestiones que, por su tamaño o relevancia, siguen siendo nacionales, deben ser tratadas por autoridades nacionales independientes dentro de un marco común. En este marco, cada entidad debe tener un papel definido, ya que una colaboración sólida entre los niveles europeo y nacional garantiza la eficacia del sistema. Los mercados en cuestión deben evolucionar hacia una dimensión europea y superar los confines nacionales que actualmente obstaculizan cualquier competencia sustancial con los conglomerados estadounidenses, chinos o indios. Al identificar el europeo como el mercado relevante, podemos finalmente permitir que las fuerzas del mercado impulsen la consolidación y el crecimiento a escala, respetando plenamente los principios, objetivos y normas europeos.
Varias decisiones clave esbozadas recientemente en documentos oficiales (entre ellas la Declaración del Consejo de Gobierno del BCE sobre el avance de la Unión de los Mercados de Capitales, la Declaración del Eurogrupo en formato inclusivo sobre el futuro de la Unión de los Mercados de Capitales y el Libro Blanco de la Comisión «¿Cómo dominar las necesidades de infraestructura digital de Europa?») avanzan en una dirección favorable, señal de un consenso creciente. Esta tendencia también es evidente en las decisiones críticas tomadas por las instituciones europeas en relación con la independencia energética y la reestructuración del diseño de los mercados de la electricidad y el gas.
Aprovechar todas las ventajas del Mercado Único en el sector de la energía requiere en los próximos años un nuevo salto en la interconectividad y una inversión masiva en las redes de infraestructura europea, desde la modernización de las redes de transporte y distribución de electricidad hasta la construcción de una infraestructura medular de hidrógeno. Esto permitirá maximizar el potencial renovable de Europa, garantizar una energía segura y más asequible y ampliar las opciones de suministro energético para la industria.
En este contexto, aunque la Unión será mucho más capaz de producir internamente la energía necesaria para impulsar su crecimiento a medida que avanza hacia un futuro neto cero, la economía europea necesitará seguir importando parte de su energía del resto del mundo, por lo que debe desarrollar estratégicamente una red de infraestructura que la conecte con socios fiables, en los países vecinos del Este, del Sur y más allá.
En el Informe se identifican hojas de ruta concretas para acelerar la integración en las finanzas, la energía y las comunicaciones electrónicas, centrándose en la necesidad de lograr avances en la próxima legislatura europea (2024-2029). Sin estos resultados esenciales, el objetivo de la seguridad económica europea y la meta de establecer una política industrial europea eficaz están fuera de nuestro alcance. Las lecciones extraídas de las crisis recientes subrayan la necesidad acuciante de pasar de la deliberación a la acción decisiva.
Hay muchos ejemplos de cómo las decisiones y políticas establecidas a nivel de la Unión han determinado las políticas en otras partes del mundo. Las normas técnicas que fueron capaces de satisfacer diferentes necesidades en los 27 Estados miembros han demostrado ser valiosas también para las necesidades de otros países de todo el mundo. Un Mercado Único más fuerte determinará normas que se convertirán en referencia mundial, facilitando a las empresas europeas el suministro de bienes y servicios al resto del mundo. Por tanto, un mercado europeo grande contribuirá a que el mercado mundial sea más europeo.
Un mercado único efectivo para las redes y servicios de telecomunicaciones
Las comunicaciones electrónicas representan uno de los sectores en los que mejor han funcionado las políticas de liberalización respaldadas por una normativa favorable a la competencia a nivel europeo: los nuevos operadores han desafiado a los antiguos operadores tradicionales; los precios al por menor han bajado; el paso a las redes de fibra óptica ha progresado y la evolución de las redes 3G a las 5G avanza, aunque lentamente. Aun así, queda un largo camino por recorrer para alcanzar de forma coherente los objetivos de la «Brújula 2030» de la Unión Europea y abordar adecuadamente las necesidades de conectividad, debido a las importantes diferencias entre los Estados miembros y al considerable desfase en las inversiones. Siguen existiendo importantes disparidades entre los distintos países miembros en cuanto a inversiones, organización, industria y desarrollo del mercado, así como en términos de cobertura territorial de la banda ultraancha (ultra wideband).
La fragmentación residual de las normas y las industrias a nivel nacional obstaculiza un último paso crucial hacia un mercado único de las telecomunicaciones.
A pesar de la aplicación del Reglamento del Mercado Único de las Telecomunicaciones, que ha introducido el «paradigma de internet abierto» en el acervo comunitario, la Unión sigue incluyendo, en la actualidad, 27 mercados nacionales de telecomunicaciones distintos. Esta fragmentación persistente obstaculiza la escala y el crecimiento de los operadores paneuropeos, limitando su capacidad para invertir, innovar y competir con sus homólogos mundiales. La disparidad es enorme: un operador europeo medio sólo tiene 5 millones de abonados, frente a los 107 millones de Estados Unidos y los 467 millones de China. Además, una comparación con sus homólogos mundiales en términos de inversión en telecomunicaciones muestra unos niveles per cápita ajustados al PIB de 104 euros en Europa en 2021, frente a 260 euros en Japón, 150 euros en Estados Unidos y 110 euros en China.
La disminución persistente de los ingresos caracteriza las tendencias a largo plazo, y sólo se observan ligeras mejoras en los servicios de red fija dentro de unos mercados nacionales limitados. La sostenibilidad económica de todo el sector de las telecomunicaciones de la Unión está en peligro si no se toman medidas inmediatas, y los costos recaerán en los trabajadores y los ciudadanos.
Hay varias cuestiones críticas. Mientras que, por un lado, se reconoce que la regulación europea procompetitiva ha aportado, a lo largo de los años, mayores beneficios a los usuarios finales en términos de (precio de) acceso a los servicios (en comparación, por ejemplo, con Estados Unidos), por otro, muchos agentes del sector se quejan de la entrada excesiva de operadores en el mercado, fomentada por un enfoque de liberalización y regulación que puede haber generado fuertes incentivos para la «entrada excesiva» de operadores de pequeña escala y centrados territorialmente y, en consecuencia, equilibrios de mercado insostenibles que albergan escasos incentivos para la inversión innovadora.
Hoy en día, en un mercado europeo con más de 100 operadores, mantener el foco únicamente en la regulación que favorece la entrada sería perjudicial para un cambio tecnológico hacia redes avanzadas que requieren inversiones masivas. En los mercados de la telefonía móvil, donde el acceso no está regulado, un enfoque antimonopolio centrado en la entrada en el mercado a la hora de evaluar las fusiones condujo al mismo resultado. 2
En el panorama mundial, las tecnologías digitales impulsan la productividad industrial y el bienestar de los ciudadanos. Un sector de las telecomunicaciones sano y seguro es crucial para la transición ecológica, la innovación y la resiliencia de la Unión, especialmente en términos de ciberseguridad. Una sostenibilidad económica inestable de los operadores puede empeorar el bienestar futuro de los consumidores por la menor calidad de los servicios, así como la seguridad y la distribución desigual del acceso a la red, además de obstaculizar la digitalización de las industrias y los servicios, lo que se traduce en un menor crecimiento y competitividad para toda Europa y para cada mercado nacional.
El establecimiento de unas redes y servicios de comunicaciones electrónicas eficaces puede contribuir a solucionar muchos de los fallos actuales de un modo que siga siendo coherente con los valores europeos y los derechos de los ciudadanos y los principios de la economía de mercado. El proceso para llegar a ello es complejo y es preferible un enfoque progresivo: se tiene que desenvolver a través de algunas cuestiones clave.
Un Mercado Único para fomentar políticas energéticas y climáticas eficientes
La energía no era uno de los sectores prioritarios cuando se puso en marcha el proyecto de Mercado Único en 1992. Como señalaba el Informe Monti en 2011, «el sector de la energía es uno de los que han llegado tarde al Mercado Único. 2012 no será el vigésimo aniversario del Mercado Único de la energía. Más bien solo marcará el inicio de la consolidación de un mercado común energético.» Sin embargo, a lo largo de los años, la integración del mercado de la energía ha avanzado considerablemente, convirtiéndose en una de las piedras angulares del Mercado Único de la Unión Europea. Y hoy, el Mercado Único de la Energía bien puede ser la mejor baza de Europa para garantizar su éxito en un nuevo orden mundial.
Al salir de una crisis energética de una gravedad sin precedentes, Europa debe afrontar retos de gran envergadura y urgencia, dentro de un panorama geopolítico de la energía radicalmente nuevo. A medida que se intensifica la competencia mundial por la supremacía de las tecnologías limpias, la Unión Europea no puede permitirse perder tiempo. Debe trasladar el sentido de urgencia y la acción decisiva demostrados durante las recientes crisis a sus operaciones cotidianas, introduciendo cambios en todo su sistema energético y completando rápidamente proyectos concretos.
La invasión militar rusa de Ucrania ha sido un momento decisivo para el panorama energético europeo. Ha alterado unas relaciones comerciales que venían de mucho tiempo atrás y ha rediseñado la dinámica geopolítica del suministro y el comercio de energía.
Dentro del Mercado Único, la dirección de los flujos comerciales de gas experimentó una transformación sustancial: el suministro se ha diversificado, alejándose de Rusia, y la Unión Europea depende ahora en mayor medida de los mercados de gas natural licuado (GNL), influidos en gran medida por Estados Unidos en cuanto a la oferta y por China en cuanto a la demanda, y son más volátiles. Más allá de las fronteras de Europa, tanto las principales economías mundiales como las emergentes están acelerando su transición energética e intensificando sus inversiones en tecnologías limpias, aumentando así la presión sobre los ecosistemas industriales europeos.
La gravedad sin precedentes de la crisis llevó la integración del mercado energético de la Unión Europea al borde de la ruptura. Algunos Estados miembros se plantearon introducir, o de hecho introdujeron, restricciones temporales a la exportación de gas para preservar la seguridad del suministro a sus clientes. Los gobiernos se apresuraron a volar a los países exportadores de gas para asegurarse el suministro crítico de fuentes fiables, compitiendo entre sí con ofertas más elevadas. Introdujeron sistemas nacionales de impuestos y subvenciones para contener el aumento de los precios y aliviar la carga de los hogares y las empresas. El diseño del mercado de la electricidad estuvo durante mucho tiempo en el centro de un acalorado debate, como posible motor de la crisis de los precios de la energía.
Sin embargo, el Mercado Único resistió la presión. Y más bien ha sido una poderosa palanca para garantizar la capacidad de Europa de sortear con éxito la crisis. Ha demostrado eficazmente su fortaleza. El mercado de la electricidad ha logrado evitar apagones o escasez de suministro. El mercado del gas, pese a encontrarse con una interrupción sin precedentes del suministro, también ha funcionado con bastante eficacia. Las asignaciones de gas entre mercados se gestionaron eficazmente, sin necesidad de intrincadas negociaciones entre Estados miembros sobre asignación de volúmenes ni decisiones políticas sobre racionamiento para los consumidores nacionales. Las señales de precios han desempeñado un papel fundamental, provocando una reducción de la demanda y cambios en el comportamiento de los consumidores. Han catalizado nuevas inversiones en infraestructuras de terminales de GNL y la modernización de los sistemas de transporte de gas.
En general, la respuesta de Europa a la crisis energética de 2022 ha sido más eficaz y unitaria que en cualquier otra crisis energética anterior, primero gracias a una mayor coordinación central de las políticas energéticas nacionales. Como por ejemplo mediante el reglamento sobre almacenamiento de mayo de 2022 y el reglamento sobre reducción coordinada de la demanda de julio de 2022, y después mediante una respuesta común a escala de la Unión Europea, utilizando reglamentos de emergencia, con intervenciones tanto en el mercado de la electricidad como en el del gas, y normas comunes sobre la aceleración de la concesión de permisos para las energías renovables. También se acordó una reforma del diseño del mercado eléctrico en menos de un año de negociaciones.
A pesar de una respuesta tan unida, hoy existe un riesgo real de perder impulso para la integración del mercado, con un posible retroceso en el horizonte. Los efectos de la crisis aún perduran, reflejándose en diversas medidas nacionales que corren el riesgo de poner en peligro la cohesión del Mercado Único. Además, al sector industrial le preocupa cada vez más que el legado de la crisis y la complejidad y fragmentación reglamentarias puedan conducir a la desindustrialización.
Es cierto que los costos de la energía en Europa siguen siendo superiores a los de sus principales competidores. Durante la crisis energética, la Unión Europea, al igual que otras regiones que dependen del gas fósil importado (Reino Unido, Japón, Corea del Sur) ha sido testigo de una tendencia al aumento de las diferencias de precios comparado con otras partes del mundo. Los precios del gas eran de 3 a 6 veces más altos que los de Estados Unidos, comparado a las 2-3 veces históricas, y siguen siendo significativamente más altos en la actualidad. Los precios industriales al por menor de la electricidad en la Unión Europea son cerca de 2 veces superiores a los de Estados Unidos y son cada vez más altos que en China. Esta situación persistirá hasta que el precio marginal lo determinen predominantemente las fuentes de electricidad renovables y con bajas emisiones de carbono, en lugar del gas. La limitada autosuficiencia energética del continente también acentúa su vulnerabilidad a las crisis repentinas de precios. En 2021, la dependencia de la Unión de las importaciones de energía era elevada: 91.7% en el caso del petróleo, 83.4% en el del gas y 37.5% en el de los combustibles fósiles sólidos, lo que contribuye a una tasa global de dependencia energética de aproximadamente el 55.5%. Sólo en 2022, la factura de Europa por la importación de combustibles fósiles ascendió a 640 mil millones de euros, aproximadamente el 4.1% de su PIB. En 2023, incluso con precios más bajos, se mantuvo cerca del 2.4% del PIB de la Unión.
Además, la crisis también ha exacerbado la divergencia de precios de la electricidad entre los Estados miembros. Esto crea problemas para las empresas que consumen mucha energía, así como para las industrias transformadoras, las industrias de tecnologías limpias y las PYME de varias regiones europeas.
El sector manufacturero también se enfrenta al reto de integrar, en este difícil entorno, tecnologías y procesos limpios, que a menudo son caros o aún no están disponibles en cantidades suficientes. Incluso en sectores en los que Europa es tradicionalmente líder, como la energía eólica marina, los productores europeos se enfrentan ahora a fuertes presiones competitivas en una carrera mundial por la supremacía tecnológica. Las nuevas dependencias de los combustibles nucleares y los materiales críticos plantean nuevas amenazas a la viabilidad de la transición limpia, dejando a la economía europea vulnerable a las presiones externas.
Una vez más, es el Mercado Único el que puede proporcionar las palancas y el peso económico para abordar eficazmente los retos de Europa. Ningún Estado miembro puede competir con Estados Unidos en los precios del gas o del petróleo, ya que son el mayor productor mundial de fósiles. Ni Europa puede replicar algunas ventajas que puede desplegar la economía controlada por el Estado Chino. Pero la Unión Europea tiene un mercado energético a escala continental unido por un marco regulador moderno y sofisticado sin parangón en el mundo. Sin poner en entredicho el derecho de cada Estado miembro a elegir su combinación energética, un paso decisivo hacia la integración del mercado y la acción común puede ofrecer un sistema energético más seguro, asequible y sostenible al servicio de una base industrial moderna. En el ámbito de la energía, como en los demás sectores, un mercado único dinámico significa más libertad para que las empresas permanezcan en Europa y para que los trabajadores prosperen gracias a empleos de alta calidad.
Cuanto más avanza la Unión Europea hacia un sistema energético descarbonizado, mayor es la necesidad de integración del mercado. Los beneficios de la integración, en términos absolutos, crecen con el aumento de las energías renovables en el sistema, reforzando el valor de su flexibilidad y resistencia general. En primer lugar, los mercados integrados a escala continental garantizan el despliegue de una nueva generación de energía limpia de la manera más rápida y rentable posible. Las fuentes de energía renovable varían en sus patrones de generación y potencial en toda Europa.
Además, los patrones de demanda difieren en toda Europa. Un comercio transfronterizo de electricidad sin fisuras permite instalar un número sustancialmente menor de turbinas y módulos solares, ya que pueden colocarse en los lugares más ventosos y soleados, respectivamente. En segundo lugar, como Europa aspira a un sistema eléctrico compuesto en un 70% por energías renovables variables para 2030, unos mercados bien interconectados son cruciales para minimizar los costos asociados al desarrollo de la red, el almacenamiento, las soluciones de flexibilidad o las centrales de gas de reserva. Esta interconectividad reduce los riesgos de los inversores y fomenta la entrada de capital privado. Además, los mercados integrados permiten mitigar el impacto de los choques externos que afectan selectivamente a uno o más países. Si el sistema de un Estado miembro se ve sometido a tensiones, puede importar el excedente de electricidad a menor costo de otro, garantizando así la seguridad energética y la estabilidad económica. Por último, un Mercado Único continental amplía las opciones de los consumidores y proporciona un entorno ideal para que florezca la industria de las tecnologías limpias, fomentando la innovación en tecnologías limpias y soluciones digitales para el sector energético.
Aprovechando su Mercado Único, Europa puede hacer de sus diversos sistemas energéticos un activo competitivo. Para ello, es necesario reunir la voluntad política necesaria para dar algunos pasos decisivos en áreas clave.
Un Mercado Único que apoye la creación de empleo y facilite los negocios
El Mercado Único, tal y como se concibió originalmente, estaba profundamente anclado en una concepción convencional del proceso de producción, reflejo del periodo durante el cual se formuló el esfuerzo de integración. Este modelo de desarrollo poseía una característica crítica y distinguida que ha disminuido en las últimas décadas: el Mercado Único fue una vez la única opción disponible para las empresas europeas, tanto como base de producción o sede central como mercado primario. Teniendo en cuenta el contexto global de aquella época, mientras que la exportación era una estrategia viable, la idea de trasladar las operaciones a un lugar fuera del Mercado Único era casi inconcebible. En la actualidad, esta alternativa no sólo existe, sino que es cada vez más común y aceptada. Una gran cantidad de países de todo el mundo se ofrecen ahora como opciones atractivas para las empresas europeas que buscan deslocalizar sus operaciones, ya sea parcial o totalmente.
La racionalización de las normativas en diversos sectores críticos para el ciclo de vida de una empresa desempeña un papel fundamental a la hora de decidir dónde hacer negocios. En particular, muchos lugares fuera de la Unión Europea han creado vías específicas para agilizar las respuestas a las necesidades burocráticas y administrativas, lo que aumenta su atractivo para las empresas. Muchos empresarios con los que hablé durante mi viaje manifestaron su preocupación al respecto, señalando que las alternativas son cada vez más atractivas en comparación con las importantes cargas burocráticas a las que se enfrentan las empresas en diversos países europeos. Gran parte de esta carga burocrática se debe al traslape de normativas y a las complejidades administrativas generadas por el complejo sistema de gobernanza multinivel de la Unión Europea. Con demasiada frecuencia, la fragmentación del Mercado Único, la reglamentación excesiva y la compartimentación a nivel de aplicación nacional y regional, por no hablar de la asimetría entre territorios y sistemas jurídicos y fiscales, acaban aumentando las dificultades y multiplicando los obstáculos a la actividad productiva.
Existe una insatisfacción creciente en la comunidad empresarial relacionado a la falta de una cultura de apoyo y facilitación de las actividades económicas. Con demasiada frecuencia, esta insatisfacción lleva a la tentación de deslocalizar las actividades a países fuera del mercado único de la Unión Euroepa, que ahora presentan una alternativa creíble. Este reto emergente requiere respuestas contundentes. La Comisión ha realizado importantes avances en el ámbito de la fiscalidad de las empresas, la simplificación y la reducción de la burocracia. Las propuestas presentadas por la presidenta Von der Leyen suponen un importante compromiso que debe perseguirse como prioridad absoluta en los próximos años. La brújula del nuevo Mercado Único debe hacer hincapié en la importancia crucial de la proporcionalidad y la subsidiariedad, especialmente en el contexto de su marco regulador.
El presente informe identifica el reto de la simplificación del marco regulador como uno de los principales obstáculos para el futuro Mercado Único. Surge una propuesta fundamental: reafirmar y adoptar el método Delors de armonización máxima junto con el reconocimiento mutuo, plenamente consagrado por las sentencias del Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Este método subraya la importancia primordial de los reglamentos como piedra angular para lograr dicha armonización en todo el Mercado Único. Postula que las instituciones de la Unión Europea deben priorizar inequívocamente el uso de reglamentos en la formulación de normas vinculantes para el Mercado Único. Cuando el uso de directivas siga siendo inevitable o preferible, es imperativo tomar dos decisiones clave para garantizar su aplicación efectiva.
- En primer lugar, los Estados miembros deben demostrar una mayor disciplina evitando la inclusión de medidas que excedan lo estrictamente necesario en virtud de la directiva.
- En segundo lugar, debe darse una preferencia sistemática a la utilización de la base jurídica del marco del Mercado Único, apoyándose concretamente en el artículo 114 del Tratado. Esta disposición apoya la armonización exhaustiva, crucial para mantener la coherencia en todos los Estados miembros, mientras que otras disposiciones del Tratado permiten una armonización mínima, permitiendo a los Estados miembros adoptar medidas más estrictas que pueden conducir a la fragmentación y afectar negativamente al Mercado Único.
Además, un Código Europeo de Derecho Mercantil sería un paso transformador hacia un Mercado Único más unificado, proporcionando a las empresas un 28º régimen para operar en el Mercado Único. 3 Abordaría directamente y superaría el actual mosaico de normativas nacionales, actuando como herramienta clave para liberar todo el potencial de la libre circulación en la Unión Europea.
Al mismo tiempo, nunca será demasiado insistir en la importancia de una aplicación coherente de las normas del Mercado Único. Una aplicación efectiva garantiza que la normativa beneficie equitativamente a todos los Estados miembros, evitando la fragmentación del mercado y manteniendo la igualdad de condiciones, algo crucial para la competitividad de nuestras empresas y el dinamismo económico de la Unión Europea. Ciertamente, si no se abordan estas cuestiones, el riesgo de desindustrialización del continente –que, como se ha señalado, no es irreversible– se convierte en una amenaza real. El Informe, subrayado por un marco claramente proactivo, pretende así hacer un llamado más amplio a la acción en esta materia. En el contexto mundial actual, Europa no puede ni debe ceder a otros su papel de líder manufacturero. A principios de siglo y durante gran parte de la década siguiente, el cambio se consideraba una opción factible e incluso beneficiosa. Sin embargo, ahora es evidente que ya no es así.
La transición justa, verde y digital como catalizador de un nuevo Mercado Único: hacia una «Unión del Ahorro y la Inversión»
La última legislatura ha sentado las bases para la transición justa, verde y digital mediante la introducción de propuestas legislativas clave. Ahora que casi todas las normas están en vigor, el énfasis debe trasladarse a la aplicación. Es esencial pasar del diseño de las políticas a su aplicación práctica, garantizando que estas medidas se integren a la perfección y se hagan operativas para ofrecer beneficios medioambientales tangibles.
Por lo tanto, uno de los principales objetivos del nuevo mercado único debe ser hacer compatible la capacidad industrial europea con los objetivos de la transición justa, ecológica y digital. Para ello, en la próxima legislatura, será necesario dirigir toda la energía hacia el apoyo financiero de la transición, canalizando hacia este objetivo todos los recursos públicos y privados necesarios para hacer posible la transformación del sistema productivo europeo. En este empeño, el Mercado Único puede y debe desempeñar un papel fundamental.
La prioridad inicial debe ser movilizar el capital privado, un paso crucial que sienta las bases de un marco de financiación más inclusivo y eficiente, ya que es el ámbito en el que la Unión Europea está más rezagada. La Unión Europea alberga la asombrosa cifra de 33 billones de euros de ahorro privado, principalmente en efectivo y depósitos. Sin embargo, esta riqueza no se aprovecha plenamente para satisfacer las necesidades estratégicas de la Unión Europea. Una tendencia preocupante es el desvío anual de unos 300 mil millones de euros del ahorro de las familias europeas de los mercados de la Unión Europea al extranjero, principalmente a la economía estadounidense, debido a la fragmentación de nuestros mercados financieros.
Este fenómeno pone de manifiesto una importante ineficiencia en el uso de los activos económicos de la Unión Europea, que, si se reorientaran eficazmente dentro de sus propias economías, podrían contribuir sustancialmente a la consecución de sus objetivos estratégicos. En este contexto, el presente Informe aboga por una transformación significativa: la creación de una Unión del Ahorro y la Inversión, desarrollada a partir de la incompleta Unión de los Mercados de Capitales. Al integrar plenamente los servicios financieros en el Mercado Único, la Unión del Ahorro y la Inversión pretende no sólo mantener el ahorro privado europeo dentro de la Unión Europea, sino también atraer recursos adicionales del exterior.
Hay tres ámbitos estructurales que requieren medidas urgentes para crear una Unión del Ahorro y la Inversión próspera dentro del Mercado Único: la oferta de capital, la demanda de capital y el marco institucional y la estructura de mercado que rigen la circulación de ese capital. Es imperativo que cualquier paquete de reformas considere las tres áreas conjuntamente. Forman parte integrante del ecosistema más amplio y, por tanto, no pueden abordarse de forma aislada. Requieren la actuación conjunta de las instituciones de la Unión Europea, los Estados miembros y los participantes en el mercado.
Es fundamental aplicar paralelamente soluciones técnicas, teóricamente realizables a corto plazo, y esfuerzos estructurales a más largo plazo. Aunque en la mayoría de los casos se encomienden a organismos y autoridades diferentes, su aplicación combinada es fundamental para alcanzar el objetivo final a largo plazo.
El siguiente paso consiste en abordar el debate sobre las ayudas estatales. Debemos desarrollar soluciones audaces e innovadoras que logren un equilibrio entre, por un lado, la necesidad de movilizar rápidamente ayudas públicas nacionales específicas para la industria, en la medida en que aborden de manera proporcionada las fallas del mercado, y, por otro, la necesidad de evitar la fragmentación del Mercado Único. Aunque la progresiva relajación de las ayudas estatales en respuesta a las recientes crisis ha contribuido a limitar los efectos negativos sobre la economía real y los sucesivos marcos temporales han introducido conceptos innovadores para captar el cambiante contexto internacional, también ha producido distorsiones de la competencia. Existe el riesgo de que, con el tiempo, este planteamiento amplifique las distorsiones de la igualdad de condiciones dentro del Mercado Único debido a la diferencia de espacio fiscal de que disponen los Estados miembros. Una forma de superar este dilema podría consistir en equilibrar una aplicación más estricta de las ayudas estatales a nivel nacional y la ampliación progresiva del apoyo financiero a nivel de la Unión Europea. En concreto, podríamos prever un mecanismo de contribución a las ayudas estatales que obligue a los Estados miembros a destinar una parte de sus fondos nacionales a financiar iniciativas e inversiones paneuropeas.
El desbloqueo de las inversiones privadas y el perfeccionamiento de nuestro planteamiento en materia de ayudas estatales facilitarán la creación de las condiciones políticas necesarias para desencadenar otra dimensión crítica: las inversiones públicas europeas. Para aliviar la tensión entre los nuevos planteamientos industriales y el marco del Mercado Único, la estrategia industrial de la Unión Europea debe adoptar un enfoque más europeo, basándose en el modelo de los proyectos importantes de interés europeo común y desarrollándolo aún más, al tiempo que garantiza que la igualdad de condiciones no se vea comprometida por subvenciones perjudiciales. Ante la fuerte competencia mundial, la Unión Europea debe redoblar sus esfuerzos para desarrollar una estrategia industrial competitiva capaz de contrarrestar los instrumentos adoptados recientemente por otras potencias mundiales, como la Ley de Reducción de la Inflación estadounidense.
Es crucial establecer una conexión sólida entre la transición justa, ecológica y digital y la integración financiera dentro de los mercados únicos. Este vínculo es esencial para que la transición sea viable en primer lugar. Sin los recursos adecuados, existe el riesgo de que el progreso se estanque. Los costos de la transición son sistémicos y deben compartirse colectivamente. Imponer la carga únicamente a sectores específicos acabará por obstaculizar el proceso en lugar de facilitarlo. Si no se logra este esfuerzo colectivo, podría surgir la resistencia de diversos grupos –hoy podrían ser los agricultores, mañana los trabajadores del automóvil– que sienten que están soportando desproporcionadamente los costos de la transformación sin el apoyo suficiente.
La segunda parte del informe contiene una ilustración de la propuesta clave para cumplir estos objetivos. Esta conexión también funciona a la inversa, ya que la financiación de la transición justa, ecológica y digital puede impulsar una mayor integración dentro del Mercado Único. El intento de crear la Unión de Mercados de Capitales en la última década no ha tenido éxito, entre otras causas, porque se ha percibido como un fin en sí mismo. La verdadera integración de los mercados financieros en Europa no se hará realidad hasta que los ciudadanos y los responsables políticos europeos reconozcan que dicha integración no es meramente beneficiosa para las finanzas en sí, sino que es crucial para alcanzar objetivos generales que de otro modo serían inalcanzables, como la transición justa, ecológica y digital.
Apoyar estructuralmente la transición es un objetivo fundamental dentro del marco estratégico de la Unión Europea. Sin embargo, los debates no deben centrarse únicamente en los costos asociados a esta transición. Es crucial reconocer los amplios beneficios que esta transición ofrece tanto a los ciudadanos como a las empresas y los trabajadores. Invertir en esta transición y financiarla no es sólo una decisión financiera; es posiblemente la elección más estratégica que puede hacer la Unión Europea para asegurarse una ventaja competitiva significativa en la escena mundial, preservando y desarrollando al mismo tiempo las normas sociales de las que Europa disfruta con orgullo. Esta ventaja adquiere especial relevancia dada la creciente importancia de la sostenibilidad en el orden mundial emergente. Al apoyar estructuralmente la transición, la Unión Europea refuerza su compromiso tanto con la prosperidad económica a largo plazo como con la consecución de sus objetivos de sostenibilidad. El Banco Europeo de Inversiones es fundamental a este respecto, ya que proporciona financiación y experiencia cruciales para proyectos que se alinean con estos objetivos sostenibles y transformadores en todos los Estados miembros. Además, el fomento de una mayor integración en el mercado de la contratación pública es crucial para la consecución de los objetivos estratégicos de la Unión Europea; la contratación de innovación, especialmente en tecnologías verdes y digitales, podría ser una de las palancas más importantes para apoyar a las empresas emergentes, las empresas en fase de expansión y las PYME en el desarrollo de nuevos productos y servicios.
En resumen, se necesitan movilizadores de la integración financiera europea que sean externos al sector financiero y se centren en objetivos que conciernan al futuro de los ciudadanos más que a las propias finanzas. Apoyar estructuralmente la transición es, en este sentido, un deber sistémico. Esto es crucial, sobre todo porque sin los recursos privados que surgirán del establecimiento de una Unión del Ahorro y la Inversión fuerte y auténtica, será extremadamente difícil resolver las divisiones internas de los Estados miembros sobre la asignación de los recursos públicos nacionales y europeos necesarios para cubrir los costos de la transición. En última instancia, esto permitiría a todos beneficiarse de las ventajas relativas.
Ampliación: ventajas y responsabilidades
Una visión estratégica similar debe aplicarse también a los otros dos grandes procesos que configurarán la Unión Europea en la próxima década. En concreto, la ampliación y el reto de la seguridad.
Para el primero, es esencial identificar inmediatamente los pilares conceptuales de la cuestión. Las ampliaciones del pasado han sido decisiones acertadas para la Unión Europea. En particular, han permitido a Europa compensar la pérdida de peso relativo provocada por la transformación del marco geopolítico y geoeconómico tras la Guerra Fría.
Gracias a las ampliaciones, el Mercado Único y sus ventajas se han extendido, y esto ha sido así tanto para los antiguos como para los nuevos Estados miembros. Una Unión Europea más grande, ayer como hoy, es el mejor instrumento para proteger los intereses y la prosperidad europeos, mantener los principios del Estado de derecho y defender a los ciudadanos de la Unión Europea de las amenazas exteriores.
La próxima ampliación debe abordarse con el mismo espíritu y la misma visión. El debate no debe centrarse únicamente en el objetivo de la ampliación en sí, sino más concretamente en los métodos y el calendario de dicha ampliación. La interacción entre el Mercado Único y la ampliación plantea cuestiones complejas que requieren un examen meticuloso. Es preciso encontrar un enfoque matizado que facilite la extensión gradual pero significativa de los beneficios del Mercado Único a los países candidatos, salvaguardando al mismo tiempo la estabilidad tanto de sus economías como del mercado común.
Una condición sigue siendo crucial: dado que el Mercado Único es el núcleo y la fuerza motriz de la integración europea, el instrumento debe permanecer al menos parcialmente bajo el control de los negociadores de Bruselas durante el proceso previo a la ampliación para evitar que los actuales Estados miembros pierdan su herramienta de negociación más poderosa. En particular, es esencial reafirmar de forma inequívoca que cualquier país que pretenda beneficiarse de cualquier participación sustancial de preadhesión en el Mercado Único debe adherirse plenamente a todos los aspectos del primer criterio de Copenhague, demostrando un respeto claro e inquebrantable de los principios no negociables de «democracia, Estado de derecho, derechos humanos y respeto y protección de las minorías» desde el principio. En una época en la que estos mismos principios son cuestionados y el modelo democrático europeo se ve cada vez más debilitado por las amenazas exteriores y los desafíos internos, no puede admitirse ninguna ambigüedad sobre este punto: es en el seno de la Unión Europea y de cada Estado miembro donde estos valores fundamentales deben practicarse plenamente y defenderse activamente. Cualquier país candidato dispuesto a comprometerse con su integración gradual en el Mercado Único –o en cualquier otra dimensión de la Unión Europea– debe alinearse plenamente con ellos.
Y lo que es más importante, esta ampliación no debe ser percibida, ni por los gobiernos ni por los ciudadanos, como un fin del apoyo al crecimiento y a la convergencia –especialmente para los países de más reciente adhesión– que proporcionan la política de cohesión y la Política Agrícola Común.
Las políticas de acompañamiento para los actuales Estados miembros y una reforma de la política de cohesión parecen decisivas. Una política de cohesión eficaz –aplicada de forma equilibrada en toda la Unión Europea- siempre ha sido, y seguirá siendo, una condición clave para el éxito del Mercado Único. En este sentido, la creación de un Fondo de Solidaridad para la Ampliación, dotado de los recursos financieros necesarios para gestionar las externalidades y facilitar un proceso de ampliación fluido, podría ser una herramienta vital de apoyo al proceso.
Promover la paz y defender el Estado de derecho: un mercado común para la industria de seguridad y defensa
La tercera gran orientación estratégica para la próxima década, junto con la transición y la ampliación, se refiere al reto de la seguridad. La guerra de agresión de Vladimir Putin contra Ucrania alteró el curso de la historia y remodeló el destino de Europa, sacudiendo sus propios cimientos. La Unión Europea tomó inmediatamente la decisión colectiva de que el componente de seguridad y defensa, que históricamente había tenido menos peso en comparación con otras políticas de la Unión Europea y se había arraigado en gran medida en el ámbito nacional, debía ganar ahora protagonismo. La respuesta unificada y decisiva debe sostenerse ahora mediante la coherencia y la continuidad, aprovechando el potencial sin explotar de la Unión Europea en este ámbito.
La lógica es sencilla: la seguridad debe abordarse en una dimensión global y debe influir tanto en las políticas energéticas como en las financieras, las ciberamenazas, las opciones en materia de infraestructuras, conectividad, espacio, salud y tecnología. Así se reflejó también en las Declaraciones de Versalles y Granada y en la Estrategia Europea de Seguridad Económica presentada por la Comisión Europea. Esta definición ampliada y sin precedentes de la seguridad repercutirá inevitablemente en todos los aspectos de la economía y de la vida de los ciudadanos. Por lo tanto, es esencial lograr un equilibrio con los derechos fundamentales individuales, situando a Europa una vez más a la cabeza de la regulación de los nuevos avances tecnológicos.
Nuestra capacidad industrial en los ámbitos de la seguridad y la defensa debe experimentar una transformación radical para evitar que se repita la dinámica observada durante 2022-2024. En ese periodo, mientras apoyaban a la resistencia ucraniana, los europeos gastaron cantidades considerables, pero alrededor del 80% de esos fondos se destinaron a materiales no europeos. Por el contrario, Estados Unidos adquirió alrededor del 80% del equipo militar utilizado para apoyar la guerra en Ucrania directamente de proveedores estadounidenses, una marcada diferencia que pone de manifiesto la debilidad de nuestro enfoque. Apoyar el empleo y las industrias en Europa, en lugar de financiar el desarrollo industrial de nuestros socios o rivales, debe ser un objetivo primordial a la hora de gastar dinero público. Además, nunca antes había sido tan urgente desarrollar nuestras propias capacidades industriales para ser autónomos en el ámbito estratégico. Dado que la aplicación del marco del Mercado Único no es viable hoy en día debido a la naturaleza inherente de este sector, avanzar hacia el desarrollo de un «Mercado Común de la Industria de Seguridad y Defensa» es crucial para dotar a la Unión Europea de los medios necesarios para hacer frente a los retos actuales y futuros en materia de seguridad.
Al mismo tiempo, la seguridad debe ser objeto de decisiones coherentes en materia de financiación. La continuidad con las políticas y los gastos del pasado no es siquiera imaginable. Hay que hacer frente a amenazas nuevas y mucho más graves con respuestas sin precedentes y proporcionadas. La Unión Europea está estudiando varias opciones de financiación innovadoras para apoyar un mercado de defensa unificado. Para modernizar las capacidades de defensa de la Unión Europea debemos desarrollar medidas e instrumentos innovadores que integren eficazmente los recursos financieros privados y públicos. Estos esfuerzos, por supuesto, deben alinearse con la pertenencia y los compromisos correspondientes de casi todos los Estados miembros de la Unión Europea a la Alianza Atlántica.
Libertad para circular y libertad para permanecer: un Mercado Único sostenible para todos
Durante décadas, el Mercado Único Europeo ha sido la piedra angular de un crecimiento económico sin precedentes, del progreso social y de la mejora del nivel de vida en todo el continente. Ha actuado como catalizador de la convergencia entre los Estados miembros, fomentando un entorno en el que prospera la innovación, florecen las economías y los ciudadanos disfrutan de un abanico más amplio de oportunidades. Como ha reconocido recientemente el Fondo Monetario Internacional, el modelo de crecimiento europeo ha sido un potente motor de convergencia económica en las últimas décadas.
Sin embargo, en medio de estos éxitos, está surgiendo un debate sobre la distribución de estos beneficios. En particular, está ganando terreno la percepción de que las ventajas del Mercado Único benefician principalmente a los particulares que ya cuentan con los medios y las calificaciones necesarios para aprovechar las oportunidades transfronterizas, o a las grandes empresas que pueden expandir fácilmente sus operaciones a través de los Estados miembros. Por ejemplo, al fomentar la competencia, el Mercado Único impulsa la innovación, lo que beneficia indirectamente a las personas altamente calificadas: se anima a las empresas a invertir en investigación y desarrollo, lo que crea una demanda de conocimientos especializados en campos punteros. Además, el conocimiento de lenguas extranjeras es esencial para aprovechar plenamente las oportunidades de educación y empleo en el Mercado Único. La situación de las empresas es similar: las grandes empresas suelen estar mejor situadas que las PYME para aprovechar todas las ventajas del Mercado Único. Disponen de los recursos y las infraestructuras necesarios para aprovechar las reducciones de los costos de producción, racionalizar la distribución transfronteriza, superar las barreras y acceder fácilmente a la enorme base de consumidores. Además, las marcas establecidas y las grandes empresas ya cuentan con amplias redes de proveedores, socios y clientes; el Mercado Único puede amplificar estos efectos de red, consolidando aún más su posición en el mercado.
Si no se aborda, esta percepción podría erosionar el apoyo público y político, vital para el éxito continuado del Mercado Único. Desde el principio, el Mercado Único Europeo se diseñó siendo consciente de sus posibles efectos diferenciales sobre los trabajadores, las empresas y las regiones, y con el claro objetivo de remediarlos. Por eso la política de cohesión se estableció como elemento fundamental del Mercado Único, no fuera de este marco.
Sin embargo, hoy la Unión Europea opera en un entorno global radicalmente transformado, que genera nuevos retos distributivos que exigen soluciones innovadoras. La crisis de Covid-19 ha tenido repercusiones desiguales en los distintos sectores, territorios y grupos socioeconómicos. El impacto de la interrupción de las cadenas de valor mundiales varía considerablemente entre las economías locales de la Unión Europea. Las transiciones ecológica y digital que se están llevando a cabo afectarán de manera diferente a las regiones y sectores económicos de la Unión Europea. Los costos de la inflación recaen de manera desproporcionada en las familias y las empresas que ya se enfrentan a dificultades económicas. Además, la reestructuración en curso de la política industrial conlleva el riesgo de ampliar inadvertidamente las desigualdades regionales dentro de la Unión Europea.
Como destaca el reciente informe del grupo de alto nivel sobre el futuro de la política de cohesión, «en 2023, más de 60 millones de ciudadanos de la Unión vivirán en regiones con un PIB per cápita inferior al del año 2000. Otros 75 millones en regiones con un crecimiento cercano a cero. En conjunto, unos 135 millones de personas, casi un tercio de la población de la Unión Europea, viven en lugares que, en las dos últimas décadas, se han ido quedando lentamente rezagados». Los residentes de las regiones en declive a menudo sienten que no tienen más oportunidades que trasladarse debido a la falta de empleo, acceso a una educación de calidad y servicios adecuados necesarios para cultivar un estilo de vida autosuficiente y digno dentro de sus propias comunidades. Del mismo modo, las PYME con sede en estas zonas sienten el peso de la normativa de la Unión Europea, pero experimentan beneficios limitados del Mercado Único, a menudo debido a modelos de negocio o capacidades poco adecuados para la expansión transfronteriza.
Según el Eurobarómetro, una mayoría amplia y estable de europeos (61%) afirma que la pertenencia a la Unión Europea es ventajosa y que sus países se han beneficiado de ser miembros de la Unión Europea (72%). Sin embargo, casi uno de cada dos ciudadanos europeos opina que las cosas en la Unión Europea van en la dirección equivocada, mientras que sólo uno de cada tres ve que las cosas van en la dirección correcta. En 16 países, los encuestados que creen que las cosas van en la dirección equivocada son mayoría.
De hecho, las dificultades socioeconómicas siguen afectando a la vida cotidiana de los europeos: El 73% cree que su nivel de vida disminuirá durante el próximo año, y el 47% afirma que ya ha sido testigo de una reducción. Más de un tercio de los europeos (37%) tiene dificultades para pagar las facturas a veces o casi siempre. No es casualidad que los ciudadanos de la Unión Europea consideren la lucha contra la pobreza y la exclusión social y la salud pública como los temas cruciales a los que el Parlamento Europeo debería dar prioridad en la próxima legislatura, seguidos de la lucha contra el cambio climático y el apoyo a la economía.
Para cumplir sus promesas de prosperidad compartida, el Mercado Único debe abordar varias necesidades vitales que se refuerzan mutuamente a la hora de hacer frente a estos retos.
Debemos esforzarnos por seguir garantizando la libre circulación de personas, pero también la «libertad de permanecer». El Mercado Único debe capacitar a los ciudadanos en lugar de crear circunstancias en las que se sientan obligados a trasladarse para prosperar. Deben existir oportunidades para las personas que deseen contribuir al desarrollo de sus comunidades locales. La libre circulación es un activo valioso, pero debe ser una opción, no una necesidad.
Como expresó Jacques Delors en una entrevista en 2012, «cada ciudadano debe poder controlar su destino». Los objetivos del Mercado Único deben alinearse con la libertad de circulación, así como con la libertad de permanecer en la comunidad que uno elija.
Debemos asegurarnos de que cualquier desarrollo del Mercado Único incluya una auténtica dimensión social que garantice la justicia y la cohesión sociales, ya que el Mercado Único es un poderoso motor de crecimiento y prosperidad, pero también puede ser una fuente de desigualdad y pobreza si sus beneficios no se comparten ampliamente o, peor aún, si conduce a una carrera hacia el abismo en los estándares sociales. Una dimensión social fuerte en el Mercado Único de la Unión Europea promueve la prosperidad inclusiva, garantizando oportunidades justas, derechos de los trabajadores y protección social para todos, al tiempo que contribuye al crecimiento.
Aunque la Unión Europea necesita «jugar a lo grande», tenemos que facilitar una mayor participación de las pequeñas y medianas empresas (PYME) en el Mercado Único. De lo contrario, es inevitable que esas empresas y empresarios que representan la espina dorsal de la economía de la Unión Europea vean el Mercado Único como un obstáculo y no como una oportunidad. Las PYME emplean a casi dos tercios de la mano de obra de la Unión Europea y representan algo más de la mitad de su valor añadido. Sin embargo, muchas PYME se enfrentan a obstáculos como la complejidad de los procedimientos burocráticos, las elevadas cargas administrativas y la falta de información y servicios de apoyo. Simplificar los procedimientos, ofrecer orientación personalizada y facilitar el acceso a la información contribuiría en gran medida a que las PYME prosperaran en el mercado común.
Además, a pesar de los recientes avances, la fragmentación fiscal sigue siendo un obstáculo importante para las empresas de la Unión Europea y, en particular, para las PYME. Una mejor alineación a través de un marco fiscal armonizado en la Unión Europea es clave para facilitar la libre circulación de trabajadores, bienes y servicios y para apoyar el crecimiento y la inversión privada. Además, la lucha contra la planificación fiscal agresiva, el fraude y la evasión fiscal es esencial para garantizar un Mercado Único que funcione para todos y la financiación continua de bienes públicos fundamentales de la Unión Europea y de instrumentos sociales adecuados. Por último, la mejora de las normas de protección de los consumidores es crucial para construir un Mercado Único que funcione para todos. Reforzar estas medidas no sólo garantiza un acceso equitativo a los bienes y servicios en todos los Estados miembros, sino que también fomenta un entorno competitivo que beneficia tanto a los consumidores como a las empresas. A medida que la Unión Europea siga adaptándose a las cambiantes preferencias de los consumidores y a los retos económicos, unas protecciones sólidas garantizarán la resistencia y la integridad del Mercado Único, asegurando que siga siendo una piedra angular de la prosperidad y la innovación europeas.
Un llamado a la acción
Ha llegado el momento de elaborar una nueva brújula que guíe al Mercado Único en este complejo escenario internacional. Las poderosas fuerzas del cambio –que abarcan la demografía, la tecnología, la economía y las relaciones internacionales– requieren respuestas políticas innovadoras y eficaces. Dadas las crisis y conflictos actuales, es urgente actuar, sobre todo porque la oportunidad de intervenir y relanzar la economía europea corre el riesgo de cerrarse en un futuro próximo.
Este informe, que contiene recomendaciones políticas para el futuro del Mercado Único, pretende inspirar un auténtico llamado a la acción entre la opinión pública europea. Para que tenga la máxima repercusión, debe aplicarse en las instituciones de la Unión Europea, los Estados miembros, los interlocutores sociales y los ciudadanos.
Las conclusiones de este informe pretenden aclarar la urgencia y la importancia de las recomendaciones propuestas, al tiempo que subrayan la necesidad de un amplio compromiso y de acciones concretas.
Dada la importancia crucial del Mercado Único para reforzar la competitividad europea, es esencial que el Consejo Europeo desempeñe un papel decisivo en el avance de las reformas necesarias para su realización. Esta iniciativa debería representar un punto central en el orden del día de la próxima legislatura, poniendo de relieve nuestro compromiso conjunto de revitalizar el contexto económico europeo. Se insta al Consejo a que delegue en la Comisión Europea la tarea de elaborar una estrategia global para el Mercado Único. Este plan debería articular claramente acciones para derribar las barreras existentes, promover la consolidación y aumentar la competitividad del Mercado Único, en la línea de las propuestas contenidas en este informe. Es esencial que la dirección política actúe como catalizador de un acuerdo rápido entre el Consejo de la Unión Europea y el Parlamento Europeo sobre un plan ambicioso, que incluya también un análisis de impacto detallado y un trabajo parlamentario minucioso para apoyar el proceso. También es necesario que el Comité Económico y Social Europeo y el Comité Europeo de las Regiones den prioridad a estas iniciativas de reforma en su función consultiva, garantizando que el proceso legislativo se guíe por un análisis exhaustivo y orientado a la práctica. Este compromiso colectivo no sólo reforzará el Mercado Único, sino que también garantizará que siga siendo un pilar de la resistencia económica europea y de su competitividad a escala mundial.
En el núcleo del modelo social europeo, inaugurado por Jacques Delors con el diálogo de Val Duchesse en 1985, estaba el compromiso con un diálogo social sólido. Sin embargo, en los últimos años, la esencia de estos diálogos se ha debilitado bastante. Por el contrario, la necesidad de mecanismos de coordinación y negociación entre empresarios y trabajadores debe aumentar si queremos apoyar a las empresas y crear empleos de calidad. El diálogo social y la negociación colectiva siguen siendo herramientas únicas para que los gobiernos y los interlocutores sociales encuentren soluciones específicas y justas. Es esencial reconocer el importante papel que desempeñan los interlocutores sociales a la hora de abordar los retos actuales, como el cambio climático y la digitalización, en el contexto de la revitalización del Mercado Único de la Unión Europea. Además, promover condiciones de trabajo justas en medio de cambios en los modelos de producción es crucial para garantizar que las transiciones sean ampliamente compartidas y aceptadas. El renovado compromiso de reforzar el diálogo social a nivel de la Unión Europea, ejemplificado por el relanzamiento de la Cumbre Val Duchesse promovida por Ursula von der Leyen en su discurso sobre el Estado de la Unión 2023, constituye un cambio bienvenido. Para aprovechar al máximo esta herramienta, las normas que rigen el Mercado Único deben dejar margen para la negociación colectiva y las estructuras representativas locales, y fomentar (o al menos no desalentar) la organización de trabajadores y empresarios. Lo mismo debe ocurrir, o aún más, en el proceso legislativo.
El Mercado Único es testimonio de las aspiraciones colectivas de sus ciudadanos, que constituyen el núcleo mismo de su estructura. El voto, expresión por excelencia del compromiso democrático, es la herramienta fundamental a través de la cual los ciudadanos hacen valer su voluntad. Del 6 al 9 de junio se celebrarán las elecciones europeas, reflejo decisivo de la visión que los ciudadanos tienen del futuro. El resultado electoral no sólo orientará la dirección estratégica, sino que también dará forma a las recomendaciones detalladas en este informe. En esta coyuntura crítica, se confía al Parlamento Europeo una profunda responsabilidad: encabezar el desarrollo y la aplicación de un nuevo marco sólido para el Mercado Único, garantizando que encarna plenamente los valores democráticos y satisface las necesidades cambiantes de sus ciudadanos.
Para reforzar este proceso, sería útil establecer una Conferencia Ciudadana Permanente que informe y apoye el seguimiento de este informe. La Conferencia sobre el Futuro de Europa ha puesto claramente de manifiesto el deseo de los ciudadanos de una mayor participación sistémica en el desarrollo y la aplicación de las políticas públicas europeas. En particular, una de las propuestas que surgieron en el Plenario de la Conferencia sugería la celebración periódica de Asambleas de Ciudadanos. Esta propuesta fue acogida por la presidencia de la Comisión Europea con las iniciativas de los Paneles Ciudadanos Europeos, que están llamados a convertirse en un rasgo constitutivo de la vida europea, contribuyendo al fortalecimiento de nuestras democracias. La Conferencia de Ciudadanos podría servir de enlace con las tres principales instituciones de la Unión Europea y elaborar recomendaciones sobre cómo aplicar el informe, aportando una perspectiva valiosa, sin duda más amplia y fundamentada.
Si el Mercado Único siempre ha sido y debe seguir siendo el núcleo y el motor de la integración de la Unión Europea, ninguna reforma, ningún diseño innovador, ningún progreso real será posible, comprendido y aceptado por nuestras opiniones públicas sin la participación activa y la implicación genuina de los ciudadanos europeos.
Ahora hay que actuar. Tenemos que trabajar juntos para fortalecer el Mercado Único y la Unión Europea.
Notas al pie
- Una versión en inglés del texto se puede leer aquí.
- Las políticas de gestión del espectro, en lo que se refiere a las frecuencias utilizadas para los servicios móviles y fijo-móvil, siguen estando fragmentadas. Aunque los usos de las bandas están armonizados a nivel europeo, las asignaciones de espectro siguen rigiéndose por normas nacionales, en cuanto a plazos, capacidad y distribución del espectro entre operadores y criterios de atribución (incluidos los requisitos de cobertura). Las normas sobre niveles de emisión electromagnética y políticas de infraestructura de torres también están fragmentadas. Esto impide la creación de un mercado único del espectro y de operadores paneuropeos de gran escala, lo que reduce la inversión y los beneficios para los usuarios finales. Dos posibles medidas para resolver estos problemas a corto y mediano plazo son garantizar la convergencia de los límites de exposición sobre la base de la Recomendación de la CE de 1999 relativa a los niveles máximos de exposición a campos electromagnéticos (que debe revisarse periódicamente para tener en cuenta las pruebas científicas y la evolución de las directrices internacionales), y la adopción de una posición unificada de la Unión Europea sobre las próximas decisiones relativas a la banda de 6 GHz. Por último, otra cuestión crítica se refiere a la evolución de los mercados digitales mundiales más amplios y de la arquitectura de internet, y la consiguiente relación desequilibrada entre los operadores TLC y las grandes plataformas en línea. Mientras la regulación seguía asumiendo la prevalencia de los operadores TLC en el mundo digital, otros agentes, como las grandes plataformas en línea, asumían el papel de guardianes del acceso a los servicios en línea y, por tanto, de impulsores de la demanda. En otras palabras, la regulación sectorial existente ha introducido importantes asimetrías regulatorias entre los operadores TLC y los grandes gatekeepers en muchos mercados emergentes relevantes. Las nuevas normativas sobre Servicios y Mercados Digitales (DSA y DMA) han empezado a abordar eficazmente este desequilibrio.
- En derecho europeo, los denominados «28º regímenes» son marcos jurídicos de normas de la Unión que no sustituyen a las normas nacionales, pero pueden constituir una alternativa facultativa a las mismas.