Los pueblos de Europa Central y Oriental que sufrieron el imperialismo ruso y la represión soviética aún guardan un vivo recuerdo de ello, mientras que los de Europa Occidental a menudo ignoran su existencia. Continuamos nuestra serie semanal «Violencias imperiales«, codirigida por Juliette Cadiot y Céline Marangé. Para recibir los nuevos episodios de la serie, suscríbete al Grand Continent.
En dos años, del verano de 1931 al verano de 1933, casi 7 millones de soviéticos, en su gran mayoría campesinos, murieron de hambre durante la última gran hambruna europea en tiempos de paz: casi 4 millones en Ucrania, un millón y medio en Kazajstán y alrededor de 1.2 o 1.3 millones en Rusia, principalmente en las regiones agrícolas más ricas del Volga, las Tierras Negras y el Kubán.
Estas hambrunas, que no estuvieron precedidas de ningún cataclismo meteorológico, fueron radicalmente distintas de las numerosas hambrunas que habían asolado la Rusia zarista durante siglos. También fueron muy diferentes de la hambruna de 1921-1922, que puso fin a un devastador ciclo de ocho años de guerra, revolución y guerra civil. Episodio final de un enfrentamiento entre el Estado y los campesinos que comenzó poco después de que los bolcheviques tomaran el poder, las hambrunas de principios de la década de 1930 fueron la consecuencia directa de una política de violencia extrema: la colectivización forzosa del campo, verdadera guerra anticampesina desencadenada a finales de 1929 por el régimen estalinista con el doble objetivo de extraer del campesinado un pesado tributo destinado a lograr la «acumulación socialista primitiva» indispensable para la industrialización acelerada del país, y de imponer el control político sobre el campo, que hasta entonces había permanecido en gran medida al margen del «sistema de valores» del régimen.
Avances en la historiografía
Desde mediados de la década de 1990 se han realizado considerables avances en la historiografía de las hambrunas soviéticas de principios de la década de 1930, que han llevado a una serie de conclusiones importantes. En primer lugar, la reevaluación global de las políticas de violencia y represión aplicadas por el régimen estalinista ha demostrado que las hambrunas fueron el resultado de una política de exacciones estatales depredadoras sobre la producción agrícola, y que desempeñaron un papel predominante en el número total de víctimas mortales del estalinismo. Las hambrunas de principios de la década de 1930 fueron seis veces más mortíferas que el Gran Terror de 1937-1938; murieron de hambre entre tres y cuatro veces más soviéticos en 1932-1933 que en el Gulag durante un cuarto de siglo. La experiencia del hambre y la inanición afectó al doble de soviéticos (al menos 40 millones) que la experiencia de los campos (20 millones). La escasez de alimentos y las hambrunas provocadas por los ocupantes nazis en territorio soviético durante la Segunda Guerra Mundial no se incluyen en esta cifra.
Desde la publicación del Archipiélago Gulag de Alexander Solzhenitsyn, la violencia del estalinismo se ha identificado sobre todo con los trabajos forzados. La realidad de las hambrunas fue negada, ignorada y subestimada durante mucho tiempo. Señala el aspecto más regresivo de la experiencia soviética —la URSS fue el país de las dos últimas grandes hambrunas europeas, en 1931-1933 y 1946-1947— e invita al historiador a reconsiderar el estalinismo a la luz del hambre como fenómeno de masas.
En otro plano, los historiadores han podido reconstruir a detalle los mecanismos políticos que condujeron a la catástrofe agrícola de principios de los años treinta y, más ampliamente, a la «descampesinización» del país, a partir de una documentación profundamente renovada por la apertura de los archivos, y estudiar las múltiples y variadas formas de resistencia de la sociedad campesina frente a lo que percibía como la imposición de una «nueva servidumbre». Este concepto de «descampesinización» (razkrestianivanie), mucho más pertinente que el de «dekulakización», fue introducido por el gran historiador del campesinado soviético Viktor Danilov. Se refiere a la transformación del campesino en koljosiano. El campesino era un pequeño propietario en el marco específico de la «comuna campesina» tradicional, cuyo funcionamiento ancestral daba lugar a una forma de propiedad muy particular, basada en la redistribución periódica de la tierra en función de las «bocas que alimentar» de cada familia. En cuanto al koljosiano, era un campesino privado de toda iniciativa y condenado a una forma de «vagabundeo» en el seno de una nueva estructura colectivista en la que el individuo se veía privado de la posesión de los medios de producción más elementales.
Es precisamente esta contextualización de las políticas estatales de depredación de las cosechas, basada en una reconstrucción precisa de los mecanismos de decisión y aplicación a escala regional y local, la que permite hoy identificar las particularidades de las hambrunas soviéticas de principios de los años treinta y comprender la especificidad de la hambruna en Ucrania en comparación con otras hambrunas.
Las hambrunas de Kazajstán y Rusia: un acontecimiento insignificante al margen de la URSS y la depredación estatal
Con 1.4 millones de muertos y desaparecidos de una población total de 4 millones de kazajos, los pastores nómadas kazajos sufrieron las consecuencias asesinas del «Gran Giro Estalinista» de 1930 con más dureza que ningún otro grupo nacional. Sin embargo, la forma en que la terrible hambruna azotó Kazajstán a partir de 1931, un año antes que las otras hambrunas, fue muy diferente del curso que tomaron los acontecimientos en Ucrania a partir del verano de 1932. La hambruna kazaja, acompañada de epidemias, provocó un vasto éxodo (el mayor de toda la Unión Soviética) de más de un millón de pastores nómadas arruinados por la colectivización de su ganado hacia China, Siberia occidental, los Urales y las regiones del Volga. Esta hambruna fue la consecuencia directa de la destrucción total de la economía kazaja causada por una política brutal de colectivización del ganado y asentamiento de pastores nómadas.
Investigaciones recientes sobre la hambruna de 1930-1933 en Kazajstán refutan la existencia de una intención deliberada por parte del grupo gobernante estalinista de utilizar el arma del hambre para exterminar a los kazajos como grupo étnico o nacional o para acabar con la resistencia percibida como una amenaza para el régimen. Políticamente, a diferencia de Ucrania, Kazajstán no es una región estratégica en peligro de «perderse», sino más bien una región «semicolonial», atrasada y remota, como ha señalado Niccolo Pianciola, para quien el exterminio de los nómadas es un acto de facto, mientras que la actitud de laissez-faire de las autoridades regionales es un acto consciente. Recordando que más del 90% de las víctimas de la hambruna eran kazajos, y que las cuotas de entrega de carne se cumplieron con celo, a diferencia de las cuotas de entrega de grano, que se negociaron caso por caso, sostiene que «las directivas de Moscú fueron explotadas por los funcionarios locales según sus propios objetivos, intereses y lógica administrativa». En el contexto muy específico del equilibrio de poder que existía en esta sociedad periférica, profundamente dividida entre agricultores rusos y ganaderos kazajos, su objetivo era asegurarse de que estos últimos soportaran la peor parte de los daños causados por la política de colectivización forzosa». 1
¿Hasta qué punto esta política fue deliberada e intencionalmente pensada por el grupo gobernante estalinista? A diferencia de Ucrania, Kazajstán apenas se menciona en la correspondencia de Stalin con sus colaboradores más cercanos. En la mente de los dirigentes estalinistas, el éxodo masivo de pastores nómadas kazajos y las «dificultades alimentarias» a las que se enfrentaban no eran más que un incidente insignificante —e inevitable— en la transición histórica de esta región «atrasada» de la URSS a un estadio superior de desarrollo. Con muy pocas excepciones, los informes procedentes de esos lejanos rincones del mundo restaron importancia a la catástrofe en curso, cuando no la ignoraron por completo.
En las regiones del Volga y las Tierras Negras, donde entre 700 mil y 800 mil campesinos murieron de hambre en 1932-1933, la situación era diferente de los casos ucraniano y kazajo. Como han demostrado Viktor Kondrachin y D’Ann Penner en particular, 2 la hambruna allí fue el resultado directo de una política depredadora extraordinariamente dura sobre la producción de cereales en ese «granero» de Rusia. Por orden de los funcionarios regionales, instados por Moscú a aplicar el «plan de recolección» a toda costa, koljoses, aldeas e incluso distritos enteros que no habían «cumplido con su deber para con el Estado proletario» fueron «castigados» y puestos en la «lista negra».
La inclusión en la lista negra tenía consecuencias de gran alcance para la población local: no sólo significaba la retirada de todos los productos, tanto manufacturados como alimenticios, de las tiendas, la prohibición total de todo comercio y el reembolso inmediato de todos los préstamos pendientes, ya fueran individuales o colectivos, sino que también significaba la detención masiva de todos los «saboteadores del plan de recolección» y un impuesto excepcional en especie, es decir, la confiscación total de las últimas reservas de alimentos de los campesinos. Sin embargo, a diferencia de Ucrania, aquí no había ninguna cuestión nacional en juego. Y era precisamente la combinación de la resistencia campesina y un movimiento nacional lo que, a ojos de Stalin, suponía una amenaza mortal para su poder. Aunque las tasas de mortalidad por hambruna fueron muy elevadas en las regiones del Volga, nunca alcanzaron los niveles observados en Ucrania. Lo mismo puede decirse del número de personas detenidas, condenadas o deportadas. En el último artículo publicado antes de su muerte, Viktor Danilov mostraba claramente el diferente comportamiento del «plenipotenciario» de Stalin, Pavel Postychev, enviado primero al Bajo Volga en diciembre de 1932, donde hizo algunas concesiones —tardías— sobre las cantidades de grano que debía entregar la población rural, y después a Ucrania entre enero y febrero de 1933, donde dirigió una lucha sin concesiones contra el «nacionalismo ucraniano». 3
La hambruna en Ucrania y el Kubán: una hambruna agravada intencionalmente para quebrar la resistencia campesina y nacional
Como consecuencia directa de una política deliberada de exacciones estatales depredadoras sobre las cosechas y los productos ganaderos, la hambruna en Ucrania (y en el Kubán, región del Cáucaso septentrional administrativamente adscrita a Rusia, pero poblada principalmente por ucranianos), y sólo en estas regiones, se agravó intencionalmente a partir del verano de 1932, por la inquebrantable determinación de los dirigentes estalinistas no sólo de utilizar el hambre como arma para quebrar la resistencia particularmente obstinada de los campesinos ucranianos a la colectivización, sino también para erradicar el «nacionalismo» ucraniano, que se consideraba la mayor amenaza para la construcción de la URSS bajo dirección rusa. Stalin no había olvidado que dos años antes, en 1930, la mitad de los cerca de 14 mil levantamientos, revueltas e insurrecciones campesinas registradas por la policía política en todo el país habían tenido lugar en Ucrania.
Hoy podemos reconstruir con gran precisión, día a día, las decisiones tomadas por Stalin y sus más estrechos colaboradores en relación con Ucrania y el Kubán. A partir de agosto de 1932, indican claramente la voluntad de utilizar el hambre como arma, de agravar una hambruna que ya había comenzado unos meses antes en varios distritos ucranianos, de utilizarla como instrumento, de amplificarla intencionalmente para asestar un «golpe aplastante» —en palabras del propio Stalin— a los campesinos ucranianos. El detallado análisis de Yuri Shapoval y Valery Vasiliev 4 de las expediciones punitivas llevadas a cabo a partir del 23 de octubre de 1932 por los dos «enviados plenipotenciarios» de Stalin, Viacheslav Molotov y Lazar Kaganovich, en Ucrania y Kuban, nos permite identificar las etapas decisivas de la escalada represiva que condujo a esta agravación intencionada de la hambruna: a finales de octubre/principios de noviembre, se generalizó la práctica de poner en la «lista negra» a los koljoses, pueblos y distritos que llevaban retraso en su «plan obligatorio de reparto»; a mediados de noviembre, se ordenó a los campesinos de los koljoses que aún no habían completado el «plan obligatorio de reparto» que devolvieran los escasos «anticipos en especie» que habían recibido por su trabajo; a finales de diciembre, Molotov y Kaganovitch obligaron a los dirigentes ucranianos a promulgar un decreto en el que se estipulaba que los koljoses que aún no hubieran cumplido el plan tendrían que devolver en un plazo de cinco días sus «llamados fondos de siembra», que eran las últimas reservas necesarias para asegurar la próxima cosecha, aunque fuera mínima, o para proporcionar ayuda de emergencia a los koljoses hambrientos.
Finalmente, el 22 de enero de 1933, Stalin redactó una circular secreta ordenando el cese inmediato del éxodo masivo de «campesinos» —término entrecomillado en el texto de Stalin— que huían de Ucrania y Kubán «con el pretexto de ir a buscar pan». Este éxodo, escribió Stalin, «fue organizado por los enemigos del poder soviético, los socialistas-revolucionarios y los agentes polacos con fines propagandísticos, para desacreditar, a través de los «campesinos» que huían a las regiones de la URSS en el norte de Ucrania, el sistema de koljós en particular y el sistema soviético en general». Esta medida fatal, y la justificación de Stalin para la misma, reflejaban la nueva política específicamente antiucraniana que se había puesto en marcha desde hacía varios meses.
Gracias a la correspondencia de Stalin con sus colaboradores más cercanos, podemos seguir con precisión su génesis y desarrollo: a este respecto, la larga carta de Stalin a Kaganovitch del 11 de agosto de 1932, hoy bien conocida por los especialistas, es particularmente esclarecedora: para Stalin, Ucrania era vulnerable: «Podemos perder Ucrania», escribía, ¡no por la inminente hambruna que amenazaba de muerte a millones de campesinos ucranianos, sino por la infiltración de «agentes polacos, nacionalistas y petliurianos» en el Partido Comunista Ucraniano! He aquí un extracto especialmente significativo de la carta: «Si no empezamos inmediatamente a rectificar la situación en Ucrania, podemos perder Ucrania. Tengan en cuenta que Pilsudski no está dormido, su red de espionaje en Ucrania es mucho más fuerte de lo que creen Redens y Kossior. Tengan en cuenta también que en el Partido Comunista Ucraniano (500 mil miembros, ¡ja, ja!) no faltan (¡no, no faltan!) elementos podridos, petliurianos conscientes e inconscientes y, por último, agentes directos de Pilsudski. En cuanto las cosas empeoren, esos elementos no tardarán en abrir un frente dentro (y fuera) del Partido, contra el Partido».
Se puso en marcha una vasta purga de «elementos nacionalistas»: en el espacio de unos pocos meses, alrededor de cien mil de esos «elementos» fueron arrestados, de todas las clases sociales, dentro del Partido Comunista, pero también entre los líderes de los koljoses y la intelligentsia. El 14 de diciembre de 1932, a instancias de Stalin, el Politburó, máxima autoridad del Partido, presidido por Stalin, condenó la política de ucranización llevada a cabo desde 1923 con el fin de promover la lengua, la cultura y, sobre todo, la formación de cuadros comunistas ucranianos, con el pretexto de que había favorecido la aparición del «nacionalismo ucraniano». Inmediatamente se puso fin a la enseñanza de la lengua ucraniana en todas las regiones de habla ucraniana fuera de la RSS de Ucrania, como el Kubán.
La confiscación de las últimas reservas de alimentos y el bloqueo impuesto a los campesinos hambrientos, con medidas radicales como la prohibición de la venta de billetes de tren y el despliegue de tropas a lo largo de las carreteras para impedir cualquier éxodo hacia las ciudades, supusieron la condena a muerte de millones de campesinos. El exceso de muertes debido a la hambruna fue muy concentrado: de unos 250 mil en 1932, se disparó en los siete primeros meses de 1933 (hasta la cosecha) hasta superar los 3.2 millones —es decir, unos 15 mil muertos al día— antes de descender bruscamente a partir de agosto (otros 250 mil muertos entre agosto y diciembre de 1933). En 1934, el exceso de mortalidad se situó en torno a las 150 mil víctimas. De los 3.9 millones de víctimas de la hambruna en Ucrania, 3.6 millones eran habitantes del campo, la gran mayoría campesinos; 300 mil eran habitantes de las ciudades. El 93% de las víctimas eran de «nacionalidad» ucraniana, el 7% restante —principalmente habitantes de las ciudades— de «nacionalidad» rusa, polaca, alemana o judía. 5
La cuestión de la intención genocida
Con la desaparición de la URSS y la apertura de los archivos soviéticos, la investigación histórica sobre las hambrunas de principios de la década de 1930 en la URSS ha avanzado considerablemente. La hambruna de Ucrania ha sido objeto de los estudios más logrados, gracias al inmenso trabajo realizado por los historiadores ucranianos, para quienes comprender los mecanismos del Holodomor, nuevo término acuñado en Ucrania para caracterizar el exterminio por inanición y su carácter intencional, se ha convertido en un reto científico y memorial de primer orden. El término es el resultado de la fusión de las palabras holod, hambre, y mor, la raíz de moryty, que significa agotar, dejar sufrir sin intervenir. Esta conjunción semántica indica, pues, la intención de matar por hambre, pero no implica directamente la idea de exterminio masivo, y menos aún de genocidio sobre una base étnica. Pero hoy, con su mayúscula, ha adquirido el significado «común» de genocidio del pueblo ucraniano.
También se ha convertido en una cuestión política: desde la independencia de Ucrania en 1991, el Holodomor ha sido una pieza clave de la nueva identidad nacional ucraniana postsoviética. En noviembre de 2006, el Parlamento ucraniano reconoció solemnemente la hambruna de 1932-1933 como un genocidio perpetrado por el régimen de Stalin contra el pueblo ucraniano. A diferencia de Ucrania, el Kazajstán postsoviético, que mantiene relaciones privilegiadas con Rusia, no ha emprendido ninguna política conmemorativa para perpetuar el recuerdo de una masacre que causó la muerte de un tercio de los pastores nómadas kazajos. En Rusia, un silencio aún más ensordecedor se cierne sobre las hambrunas de las regiones del Volga y las Tierras Negras (a pesar de las notables obras publicadas en los años 1990-2000 por varios destacados historiadores rusos sobre el tema). 6 Este silencio va de la mano de la revalorización cada vez mayor del régimen estalinista en general y de Stalin en particular. En cuanto al Holodomor, simplemente se niega, como demuestra claramente la destrucción del monumento a las víctimas de la hambruna por las fuerzas de ocupación rusas en Mariupol.
Hoy en día, en Occidente, el debate público sobre este importante acontecimiento de la historia europea del siglo XX, que sigue siendo en gran parte desconocido, se centra en la caracterización jurídica del Holodomor. Para Raphael Lemkin, el gran jurista cuya obra inspiró la Convención de las Naciones Unidas del 9 de diciembre de 1948 que define el delito de genocidio, la hambruna dirigida intencionadamente contra los campesinos ucranianos fue, junto con «el ataque a la intelectualidad, las élites y la Iglesia ucranianas», el principal componente de la «destrucción sistemática de la nación ucraniana y su incorporación gradual a la nación soviética (…), un caso de genocidio, de destrucción no sólo de individuos, sino de una cultura, de una nación». 7
El descubrimiento, hace unos diez años, de este texto inédito, fechado en 1953 y hoy icónico en Ucrania, ha reforzado los argumentos de todos aquellos que hacen campaña para que el Holodomor sea reconocido como genocidio. Hay que señalar, sin embargo, que la definición de genocidio propuesta por Raphael Lemkin en este texto incluye en particular la «destrucción de la cultura nacional», en este caso ucraniana, y que es más amplia que la utilizada en la Convención de las Naciones Unidas de 9 de diciembre de 1948. Conviene recordar que esta Convención que define el crimen de genocidio insiste en dos condiciones necesarias e indispensables para establecer esta calificación: la intencionalidad («intención de destruir total o parcialmente») y el hecho de que el objetivo sea un grupo nacional, étnico, racial o religioso «como tal».
En el caso de la hambruna en Ucrania, la intencionalidad está suficiente e indiscutiblemente establecida. A este respecto, la resolución del 22 de enero de 1933 es un documento clave: firmada por Stalin, ordenaba el bloqueo de los pueblos ucranianas, cuya consecuencia inmediata fue un agravamiento exponencial de la hambruna. Las opiniones difieren en cuanto al grupo objetivo. ¿Se dirigía Stalin a los campesinos ucranianos como campesinos o como ucranianos? Este punto es crucial a la hora de calificar jurídicamente el genocidio.
Para una serie de historiadores que se niegan a calificar de genocidio la hambruna de 1932-1933 en Ucrania, los ucranianos no fueron el objetivo «como grupo nacional o étnico como tal»: la hambruna golpeó duramente, en la propia Ucrania, a ciudadanos soviéticos de «nacionalidad» polaca, alemana, rusa o judía y nunca hubo ninguna forma de «selección» sobre una base nacional o étnica. Estos últimos también sostienen que muchos ucranianos, desde los funcionarios de más alto rango hasta los miembros de las «brigadas de hierro» encargadas de confiscar las últimas reservas de alimentos de los campesinos, participaron en la hambruna de otros ucranianos, y que el principal objetivo de la hambruna era acabar con la resistencia campesina, y no nacional.
Otros historiadores insisten, por el contrario, en que los campesinos ucranianos fueron atacados como ucranianos, recordando que, para Stalin, la cuestión campesina ucraniana era «en esencia, una cuestión nacional, constituyendo el campesinado la fuerza principal del movimiento nacional», y que «grupo nacional» debe entenderse en el sentido de civic nation, es decir, un grupo de personas de orígenes diferentes que comparten una cultura común y un sentimiento de pertenencia a una comunidad.
El debate sobre la caracterización jurídica de la hambruna de 1932-1933 en Ucrania continúa. Hasta la fecha, unos 20 países, incluida Francia, desde 2022, han reconocido, a través de sus parlamentos, el Holodomor como genocidio. El hecho es que el «genocidio soviético en Ucrania», por utilizar las palabras de Raphael Lemkin, fue muy diferente de la Shoah, el genocidio armenio y el genocidio tutsi. Raphael Lemkin fue el primero en darse cuenta de ello, e insistió en que este «genocidio soviético» no tenía como objetivo la «aniquilación completa» de los ucranianos y que se llevó a cabo sobre la base de la racionalidad política y no por motivos étnicos o raciales.
Una última observación, que en modo alguno concluye el debate. En la URSS de principios de los años treinta, ni los nómadas kazajos, ni los campesinos de las regiones del Volga, ni los campesinos dekulakizados deportados a Siberia y al Extremo Norte (al menos el 15% de ellos murieron de hambre y agotamiento sólo en 1933) fueron víctimas de genocidio. Pero murieron en masa, olvidados e ignorados. Por toda una serie de razones, nadie menciona ni reivindica hoy esas muertes. Tampoco ellos deben ser olvidados.
Notas al pie
- Niccolò Pianciola, «Famine in the steppe. The collectivization of agriculture and the Kazakh herdsmen, 1928-1934», Cahiers du Monde russe, vol.45, no. 1-2, p. 188, 2004.
- Viktor Kondrachine, D’Ann Penner, Golod 1932-1933 v sovetskoi derevne (La hambruna de 1932-1933 en el campo soviético), Samara-Penza, 2002.
- Viktor Danilov, «Organiovannyi golod. K 70-letiju obŝekrestianskoi tragedii» [Hambruna organizada. En el 70 aniversario de la tragedia del campesinado], Otečestvenaâ Istoriâ, no. 5, 2004, pp. 97-110.
- Valerii Vassiliev, Uri Ivanovych Shapoval (dir.), Komandiry velikogo Golodu. Poezdki V.Molotova i L.Kaganoviča v Ukrainu ta na Pivnicnyi Kavkaz, 1932-1933 (Comandantes de la Gran Hambruna. Las misiones de V. Molotov y L. Kaganovitch en Ucrania y el Cáucaso Norte, 1932-1933.), Kiev, Ginebra, 2001.
- En la URSS, todos los ciudadanos soviéticos debían indicar su «nacionalidad» en sus documentos de identidad: ruso, ucraniano, polaco, alemán, judío, letón, uzbeko, kazajo, etc., en función de su origen familiar.
- Cf. en particular los trabajos de Viktor Viktorovitch Kondrachine (dir.), Golod v SSSR, vol.1, Moscú, Mezhdunarodnyi Fond Demokratia, 2011.
- La serie de artículos de Roman Serbyn, Raphael Lemkin y Jean-Louis Panné, «Raphael Lemkin et les génocides» se publicó en francés en la revista Commentaire, vol.3, no. 127, 2009, pp. 637-652.