Desde su surgimiento, estudiamos el fenómeno Milei y el paleolibertarianismo del que es síntoma. Para seguir la política argentina y entender cómo sus transformaciones están informando al mundo, te animamos a suscribirte a la revista.

La asociación de partidos políticos en redes inorgánicas, o a través de amplias organizaciones a escala transnacional, ha sido una moneda corriente desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Movimientos políticos como la Internacional Comunista, la Internacional Socialista, la Internacional Demócrata Cristiana y la Internacional Liberal han sido actores de la política en todo el mundo y de manera bastante prominente durante la Guerra Fría. Sin embargo, hay una novedad del contexto contemporáneo: el ascenso de una Internacional Reaccionaria de facto, polifacética, geográficamente dispersa e ideológicamente heterogénea. En su afán por superar las fronteras nacionales y fomentar la camaradería entre múltiples movimientos radicales, intransigentes, retrógrados, de derecha y antiliberales, la Internacional Reaccionaria exhibe una serie de características distintivas que resaltan su creciente importancia. 

A diferencia de sus predecesoras, que encontraban su núcleo de fuerza sobre todo en la Europa continental, la Internacional Reaccionaria ha cultivado una notable influencia en el mundo anglosajón —aunque sin limitarse a él—, con un impacto decisivo en toda la Unión Europea y una presencia creciente en Estados Unidos. Las “periferias” noroccidentales y sudoccidentales, como Europa del Este y América Latina, han sido también el terreno de expansión de esta nueva Internacional. En cierto sentido, el ethos reaccionario se ha convertido en parte integral del tejido sociopolítico de muchos países. Su colección de ideas, creencias, percepciones y valores resulta atractiva para individuos asociados a partidos conservadores, fuerzas religiosas, movimientos nativistas, grupos de desposeídos, sectores extremistas, partidarios libertarios y grupos anticientíficos, entre otros.

Hay una novedad del contexto contemporáneo: el ascenso de una Internacional Reaccionaria de facto, polifacética, geográficamente dispersa e ideológicamente heterogénea.

BERNABÉ MALACALZA Y JUAN GABRIEL TOKATLIAN

En paralelo al auge global de este movimiento político, ha surgido un creciente corpus de trabajos académicos en la disciplina de las Relaciones Internacionales en un intento por comprender el fenómeno. En junio de 2018, Joseph McKay y Christopher David La Roche plantearon una pregunta interesante en un artículo en International Studies Quarterly: ¿por qué existe una ausencia notable de una teoría integral con respecto a la Internacional Reaccionaria dentro del ámbito de los estudios internacionales? A partir de ahí, en 2019, Pablo de Orellana y Nicholas Michelsen profundizaron en el tema y contribuyeron con un artículo en la Review of International Studies 1. Su trabajo exploró la Internacional Reaccionaria y los fundamentos filosóficos de la nueva derecha, sin perder oportunidad de enfatizar aún más la urgencia de comprender este fenómeno. 

En un trabajo reciente, Michelsen, De Orellana y Costa Buranelli definen al Internacionalismo Reaccionario como un movimiento ideológico global 2 arraigado en una tradición histórica. A menudo se describe como “reaccionario” porque sus partidarios pretenden restaurar un pasado histórico que perciben como perdido y recrear un “nuevo” orden que desmantele el sistema existente, tanto en lo doméstico como en lo internacional. Sin embargo, es importante señalar que los Internacionalistas Reaccionarios no abogan por la destrucción del internacionalismo, sino que aspiran a dar forma a una sociedad mundial original basada en su propia visión. Este enfoque se caracteriza por el escepticismo hacia las ideologías progresistas de cualquier tipo. Mantienen una agenda pseudointelectual relativamente coherente que se centra principalmente en criticar lo que consideran una conspiración globalista vinculada al ámbito nacional, por lo que rechazan los derechos fundamentales, los avances sociales y las instituciones multilaterales. Además, los gobiernos alineados con el Internacionalismo Reaccionario emplean prácticas diplomáticas que pueden inscribirse en el marco de lo que se ha llamado una «política exterior conspiratoria” 3. Este tipo de diplomacia ha cobrado impulso en la última década y su proyección no puede ignorarse.

Los Internacionalistas Reaccionarios no abogan por la destrucción del internacionalismo, sino que aspiran a dar forma a una sociedad mundial original basada en su propia visión.

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En qué consiste una política exterior conspiratoria

Recientemente, una novedosa literatura sobre política internacional ha explorado, a través de la investigación comparada, el vínculo entre la política internacional, el papel del liderazgo y el fenómeno de la conspiración 4. Esta vinculación en política exterior ha pasado de ser un tema marginal a recibir más atención y un tratamiento más riguroso, en gran parte debido a la aparición de varios líderes 5 dentro de la Internacional Reaccionaria que tienen argumentos y prácticas conspiracionistas. En lugar de enfocar la conspiración como un acto deliberado de un grupo que se reúne con fines dañinos, malévolos o ilegales, los estudios académicos se centran en el análisis del significado y el alcance de las percepciones y narrativas 6 relacionadas con la formulación de una política exterior conspiratoria. Algunos estudios indican que la desigualdad económica puede alimentar las creencias conspiratorias 7; otros hacen hincapié en la cuestión de la precariedad socioeconómica 8 y su conexión con la aceptación de tales creencias; y otros destacan que el narcisismo 9 de los líderes puede ser un buen predictor de tales creencias.

¿En qué consiste una política exterior conspiratoria? Podemos identificar al menos cuatro características distintivas. En primer lugar, la visión conspiratoria deriva de una perspectiva altamente ideológica que se alimenta de opiniones dogmáticas. Parte de la suposición de que hay fuerzas del “mal” conspirando en todo el mundo (y regionalmente) contra las ideas supremas del “bien”, que sólo el líder ilustrado conoce y defiende. En segundo lugar, suele servir para fomentar la autoafirmación de líderes que intentan convencer a su electorado de que han descubierto tentáculos ocultos o subterráneos de la sociedad política nacional e internacional afectando directamente a la vida cotidiana de las personas. En tercer lugar, quiénes sostienen visiones conspiratorias se consideran los “iluminados”, dotados de conocimientos especiales, mientras desacreditan como “ignorantes” a quienes no comparten sus opiniones. Por último, existe una inclinación común hacia el concepto de “refundación” de la política exterior. Así, los líderes y las políticas anteriores son objeto de críticas generalizadas, mientras el nuevo líder es presentado como portador de la verdad, capaz de desmantelar el orden existente y de marcar el comienzo de un futuro más prometedor en la vinculación con el mundo.

A pesar de sus incongruencias, las políticas exteriores conspiratorias suelen justificarse como estrategia política para hacer frente a la incertidumbre y la inestabilidad mundiales.

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El enfoque de la política exterior conspiratoria suele conllevar una serie de comportamientos predecibles, que pueden incluir la adopción de medidas contra determinadas contrapartes internacionales o la promoción de políticas específicas acordes con las creencias conspiratorias. Los países son divididos en “puros” e “impuros”, por lo que las relaciones con estos últimos son inflexibles y prácticamente innegociables. A pesar de estas incongruencias, las políticas exteriores conspiratorias suelen justificarse como estrategia política para hacer frente a la incertidumbre y la inestabilidad mundiales. Se argumenta que se reducirán los costos de la globalización o del globalismo, según el caso, presentando las propias políticas como una forma de proteger al país en lugar de exponerlo a los peligros del mundo exterior. Desde una cosmovisión mesiánica del quehacer externo, se supone que abordar estas preocupaciones contribuirá a reforzar la cohesión social, fracturada en sociedades muy afectadas por el desempleo, la pobreza y la desigualdad, o por un largo período de decadencia.

La relación de Argentina con el mundo en la encrucijada

El ascenso de la Internacional Reaccionaria, que ganó prominencia significativa en Estados Unidos durante la administración de Trump (2017-2021) y ha estado en auge en varias regiones, ha alterado significativamente el panorama político de América del Sur, incluyendo algunos períodos de gobierno, como Brasil durante el gobierno de Jair Bolsonaro (2019-2022), y la participación en las segundas vueltas electorales muy disputadas en Chile en 2021, así como en Colombia y Brasil en 2022. La llegada al poder de Javier Milei, líder del partido La Libertad Avanza, tras ganar la segunda vuelta electoral de este 19 de noviembre contra el candidato oficialista, Sergio Massa, de Unión por la Patria, representa la manifestación concreta de este fenómeno global en Argentina.

La llegada al poder de Javier Milei tras ganar la segunda vuelta electoral de este 19 de noviembre contra el candidato oficialista, Sergio Massa, representa la manifestación concreta de este fenómeno global en Argentina.

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El gobierno de La Libertad Avanza no solo implicará cambios drásticos en las políticas económicas, sociales y de derechos humanos, sino que también introducirá una nueva dimensión en la política exterior argentina. Dado el carácter reaccionario y conspiratorio de esta visión, se plantean serios riesgos para las relaciones internacionales. Milei ha hecho declaraciones grotescas, como cuando articuló su falta de disposición a «hacer pactos con comunistas» 10, en referencia a China, y cuando abogó por romper los lazos diplomáticos con el Brasil de Lula, así como por la disolución del MERCOSUR. Además, ha expresado su oposición a la Agenda 2030 de Naciones Unidas 11, para distanciarse de lo que denomina “marxismo cultural”. Junto a las declaraciones de Milei, sus allegados y personas influyentes han profundizado en estas posturas, participando en frecuentes debates y criticando a las Naciones Unidas, el multilateralismo, el ecologismo y a los científicos 12, a los que acusan de “tergiversar” las explicaciones sobre el cambio climático. También han expresado su oposición frontal a principios como la justicia social y la igualdad de género 13.

En este contexto, ha aumentado la preocupación por la trayectoria de las relaciones de Argentina con el mundo. A lo largo de sus últimos 40 años de historia democrática, la política exterior ha mostrado cambios, contradicciones y matices. Sin embargo, aún en medio de esta diversidad, existe un “mínimo común” fundamental entre los distintos partidos y coaliciones en el gobierno. Estas coincidencias entre los actores políticos y las fuerzas sociales funcionan como salvaguardas vitales, incluso durante aquellos períodos en los que se intenta alterar radicalmente ejes estructurantes de la política exterior. Se trata de “acuerdos tácitos” que sirven como mecanismos de salvaguarda por preservar la continuidad de patrones valiosos de las relaciones exteriores de Argentina.

Dado el carácter reaccionario y conspiratorio de la visión de Milei, se plantean serios riesgos para las relaciones internacionales.

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La base de estos acuerdos es colectiva e intersectorial. Argentina cuenta con su Cancillería, su cuerpo diplomático y una reconocida trayectoria: existe una suerte de «disco duro» que refleja la existencia de una carrera profesional con funcionarios calificados. Además, hay una comunidad epistémica compuesta por académicos, políticos, intelectuales, ex-ministros, periodistas, organizaciones de la sociedad civil y expertos de partidos políticos, junto a un público ciudadano interesado en temas de política exterior, todos dispuestos a defender los principios básicos de la acción internacional. Estas salvaguardas pueden lograrse mediante la movilización social, la investigación basada en pruebas y el discurso público en diversas formas de comunicación. Cabe mencionar algunos ejemplos.

Multilateralismo y derechos humanos

El pensamiento conspirativo podría tener un efecto muy negativo sobre uno de los pilares de la política exterior argentina, que es la defensa del multilateralismo y la promoción internacional de los derechos humanos. Sin embargo, mientras que los partidarios de políticas exteriores conspiratorias consideran a la ONU y al multilateralismo como reliquias obsoletas, los diplomáticos argentinos han desempeñado —y siguen cumpliendo— un papel crucial a nivel multilateral en la prevención de la guerra, el uso de la fuerza y la no proliferación nuclear en el sistema internacional. Además, el país ha ido formando a expertos y diplomáticos que han asumido puestos clave en organizaciones internacionales. Algunos ejemplos son Rafael Grossi, que ocupa el cargo de director general del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA); Celeste Saulo, que ocupa el puesto de secretaria general de la Organización Meteorológica Mundial; Frida Armas Pfirter, que fue designada jueza del Tribunal Internacional del Derecho del Mar; y Andrea Pochak, que fue elegida miembro de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. 

El pensamiento conspirativo podría tener un efecto muy negativo sobre uno de los pilares de la política exterior argentina, que es la defensa del multilateralismo y la promoción internacional de los derechos humanos.

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Aunque una política exterior conspiratoria ataca a organizaciones que considera “satélites”»de la ONU, como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre otras, es esencial reconocer que estas organizaciones son fundamentales en la arquitectura internacional en cuestiones cruciales para los países en desarrollo, como la seguridad alimentaria, la erradicación del hambre, el desarrollo sustentable, el derecho a la educación y el derecho a la salud. En ese sentido, existe una sólida tradición y reputación en el cuerpo diplomático argentino, así como un legado histórico que enfatiza la importancia de combatir las injusticias en el orden internacional, reconociendo las asimetrías entre el Norte Global y el Sur Global en los foros mundiales y regionales, y promoviendo iniciativas dirigidas a cerrar esa brecha.

Los defensores de la línea de pensamiento conspiratoria también critican las actitudes del Consejo de Derechos Humanos de la ONU por otorgar un asiento a gobiernos no democráticos (lo cual es la norma: incluir a todos los estados miembros de la ONU con asientos rotativos). Sin embargo, es importante destacar que el compromiso del país, y no de un gobierno en particular, con los derechos humanos desde el retorno a la democracia alcanzó su punto más alto recientemente cuando un argentino, Federico Villegas, asumió la presidencia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU en 2022. 

Si bien han surgido voces notables de La Libertad Avanza (no marginales) que reivindican el régimen autoritario de 1976-1983, casi todos los actores han apoyado los avances judiciales y legislativos en la condena de los crímenes de lesa humanidad y la defensa del derecho a la verdad desde el histórico juicio a las juntas militares, reconocido por ser el primer enjuiciamiento en el mundo a una dictadura militar bajo el Estado de Derecho. Ni el negacionismo ni la reivindicación de la dictadura forman parte de la cultura democrática alcanzada y sostenida durante cuatro décadas. Los derechos humanos son un activo esencial del perfil de Argentina en el mundo y son reconocidos por sus contrapartes en los foros internacionales y continentales. Son, además, una piedra angular de los intereses de la nación, y una regresión tendría consecuencias devastadoras para la imagen y el prestigio de Argentina.

Los derechos humanos son una piedra angular de los intereses de la nación, y una regresión tendría consecuencias devastadoras para la imagen y el prestigio de Argentina.

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Mentalidad de la Guerra Fría, regionalismo y países socios

Otra de las características del pensamiento conspiratorio, desde una perspectiva totalmente desconectada del funcionamiento del sistema internacional, es insinuar una postura anti-latinoamericana y contraria a la integración regional. Esto podría conducir a un antagonismo innecesario e imprudente en las relaciones de Argentina con los países vecinos. No obstante, es importante señalar que existen continuidades establecidas que serían difícil de desmantelar. Con Brasil, existe un marco institucional ya consolidado que actúa como mecanismo afirmativo de la relación bilateral. En los años ochenta y principios de los noventa, funcionarios, políticos, académicos, empresarios, sindicatos, científicos y medios de comunicación convergieron en el reconocimiento de la necesidad de abandonar las hipótesis de conflicto mutuo. La creación del MERCOSUR y el establecimiento de la Agencia Brasileño-Argentina de Contabilidad y Control de Materiales Nucleares (ABACC) son claros ejemplos de esto.

Por otra parte, el pensamiento conspiratorio adopta un carácter “revisionista” respecto al ascenso de Asia, especialmente de China, que es percibida como un “imperio autocrático en ascenso”. La división del mundo entre “buenos” y “malos”, entre “mundo libre» y comunistas, no solo reintroduce una retórica anacrónica y en contradicción con los intereses nacionales, sino que tampoco se ajusta a la trayectoria de fortalecimiento de la relación entre China y Argentina durante la última década, independientemente del partido en el poder. No puede ignorarse la relevancia de Beijing a la hora de reforzar las reservas del Banco Central, financiar proyectos de infraestructura, servir como segundo destino de las exportaciones argentinas y como potencia internacional en ascenso. A pesar de los intentos de crear una atmósfera afín a una nueva Guerra Fría, las principales coaliciones y movimientos políticos del país han evitado, en la práctica, internalizarla. Invocar el anticomunismo como principio rector de la diplomacia actual resulta anacrónico, extravagante e improductivo.

Otra de las características del pensamiento conspiratorio, desde una perspectiva totalmente desconectada del funcionamiento del sistema internacional, es insinuar una postura anti-latinoamericana y contraria a la integración regional.

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Se avecina la pesadilla

Una serie de estudios recientes han sentado las bases para comprender las visiones de mundo adoptadas por ciertos gobiernos y representantes asociados con la Internacional Reaccionaria en diferentes regiones, al proporcionar documentación sobre la presencia de políticas exteriores conspiratorias. Fruto en parte de ello, en la actualidad, existe una aproximación más exhaustiva de cómo se materializan estas prácticas, incluyendo sus motivaciones subyacentes, fundamentos, métodos operativos y consecuencias, así como el análisis de las limitaciones inherentes y de las respuestas de los partidos y grupos de oposición. Es imperativo reconocer que las referencias a estudios comparativos no denotan un éxito inequívoco ni un fracaso categórico, dados los diversos grados de eficacia observados en casos históricos y contemporáneos de políticas exteriores conspiratorias. No obstante, los gobernantes asociados a la Internacional Reaccionaria han sufrido limitaciones y fiascos durante la implementación de estas políticas.

La política exterior de Milei hace temer que Argentina sufra los traumas en política exterior experimentados recientemente en países como Estados Unidos y Brasil.

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Asimismo, es importante considerar que, así como existen políticas exteriores conspiratorias, también debe ser adecuadamente ponderada la presencia y eficacia de las salvaguardas. Tras la segunda vuelta electoral en Argentina, existe el potencial de vivir una pesadilla en materia de política exterior, y esto exige una consideración profunda. La política exterior de Javier Milei gira en torno a una agenda centrada principalmente en el rechazo de los derechos humanos básicos, el descarte de las instituciones multilaterales y la promoción de una dinámica más amplia de amigo-enemigo. Hace temer que Argentina sufra los traumas en política exterior experimentados recientemente en países como Estados Unidos y Brasil.