En primer lugar, ¿dónde está mi auto volador?
Me temo que desapareció con las nieves de antaño. En un mundo diferente, habríamos visto los inicios del desarrollo de autos voladores en los años 40, pero, en lugar de eso, tuvimos la Segunda Guerra Mundial. Luego, parecía que los aviones privados podrían evolucionar hacia algo parecido a los autos voladores en los años 60, pero presenciamos un colapso, o, tal vez, un retroceso, del optimismo tecnológico que alcanzó su punto álgido en los años 70. Uno de los principales resultados de este periodo, aunque subestimado, fue que la tendencia secular, que yo llamo «la curva de Henry Adams», con mayor disponibilidad de energía para todos, se detuvo y la curva se estabilizó. Fue un acontecimiento inesperado para los futurólogos porque había sido una tendencia fuerte desde la Revolución Industrial.
En términos tecnológicos, esto condenó los autos voladores, en particular, los de despegue vertical, ya que están adaptados a un estilo de vida de 100 kW, mientras que nosotros nos hemos estabilizado en un estilo de vida de 10 kW. (A modo de comparación, un hombre medieval con un caballo habría tenido un estilo de vida de alrededor de 1 kW).
Sin embargo, los avances tecnológicos también han reducido la demanda de desplazamientos físicos, ya que las computadoras, las comunicaciones y la conectividad han mejorado a un ritmo sin precedentes. Esto ha cambiado la cultura; los jóvenes ingenieros han dejado de estudiar cohetería para centrarse en la informática.
En los últimos cincuenta años, ¿cuáles han sido los puntos de inflexión en la forma en la que Occidente ve su futuro? En particular, ¿la crisis del petróleo ha tenido un impacto negativo en nuestra idea del progreso?
El germen de la tecnofobia está presente desde hace mucho tiempo en el arte y la literatura: pensemos en Frankenstein o en R.U.R 1. Creo que el pensamiento y el discurso social se componen de una mezcla de corrientes optimistas y pesimistas, que pueden surgir alternativamente. Al menos, en Estados Unidos, creo que el cambio de actitud hacia el progreso que se produjo durante los años 60 provocó la crisis del petróleo y no al revés. Occidente, en su conjunto, ha descuidado la búsqueda de nuevas fuentes de energía. Tenemos demasiados huevos en la misma cesta, lo que ha supuesto una enorme tentación para los que tienen tendencias monopolísticas. Esta situación se ha visto agravada por una flagrante mala gestión económica. Quizás, ¿la conciencia súbita de que nuestros gobiernos fueran, a menudo, corruptos (por ejemplo, Nixon) y, lo que es más importante, incompetentes ha contribuido a nuestra pérdida de fe en el progreso?
¿Cree que saldremos del Gran Estancamiento? ¿Cómo?
«Es muy difícil hacer que los tontos se suelten de las cadenas que veneran».
Si la teoría de los Eloi –descrita por Wells en La máquina del tiempo– se sostiene (a saber, que la gente trabajará duro para mejorar hasta alcanzar un cierto nivel de comodidad y, luego, dará por sentado su bienestar y gastará los frutos de sus esfuerzos en otra cosa), podría haber algún tipo de techo para el progreso.
Por otra parte, hay otros factores, además del simple aumento de la comodidad, que pueden impulsar a la gente a trabajar para crear un mundo mejor: la competencia, por ejemplo. Mi lectura de la historia europea me convence de que ésta fue una fuerza importante en la creación de la civilización occidental. Podríamos estar en la cúspide de un periodo de la historia en el que la competencia global desempeñe el mismo papel. El resurgimiento de la competencia internacional global en el espacio me parece una señal alentadora.
Además de ser ingeniero y teórico del futuro, también ha dedicado parte de su trabajo a reflexionar sobre cómo las sociedades del pasado imaginaban su futuro. ¿Se cruzan estas dos áreas de su pensamiento? Y, si es así, ¿cómo?
¡Por supuesto! Pongamos un ejemplo: a principios del siglo XX, el principal escritor de ciencia ficción sobre el tema de los robots era Isaac Asimov. Desarrolló (de una manera, a decir verdad, casual), en la ciencia ficción, teorías sobre su construcción («cerebros positrónicos») y programación («Las 3 Leyes de la Robótica»).
Tras leer a Asimov, en mi juventud, estudié la inteligencia artificial, durante gran parte de mi carrera técnica, empezando por los algoritmos y diseñando, después, procesadores especializados para la tarea. Si observamos el campo de la IA en la actualidad, encontraremos un fuerte eco de este patrón: los algoritmos de aprendizaje profundo se apoyan en hardware especializado y potente. Comparar los detalles de este patrón a medida que ha ido evolucionando puede ayudar a medir hasta qué punto las primeras visiones del futuro han predicho o influido en la realidad final.
Ahora, nos enfrentamos a una oleada tumultuosa de robots, que, probablemente, continuará a lo largo del próximo siglo. Por lo tanto, estamos entrando a una fase en la que las visiones más antiguas informarán nuestras principales preguntas sobre cómo la sociedad utilizará, aceptará y controlará los robots. Cuando uno lee el último artículo de ChatGPT sobre la relación con la verdad, bien se podría estar leyendo Liar! de Asimov (1941).
¿Qué importancia tienen las representaciones que una sociedad se hace de su futuro?
Quien no estudia la ciencia ficción del pasado está condenado a reescribirla, pero el mero hecho de que tengamos ciencia ficción, por oposición a la fantasía y a la mitología, indica una profunda diferencia entre nosotros y nuestros antepasados anteriores a la Revolución Industrial. El pensamiento preindustrial no veía el futuro como un lugar muy diferente del presente, pero este concepto forma, ahora, parte de nuestro zeitgeist. Además, el abismo que podía existir entre la ciencia ficción, considerada, durante mucho tiempo, un género popular o menor, y el resto de la literatura ha desaparecido prácticamente. Por esta razón, estamos muy orientados hacia el futuro y nuestras acciones están fuertemente influidas por nuestras visiones del futuro.
¿Los americanos y los europeos ven el futuro de la misma manera? ¿Es ésta una de las principales diferencias entre las dos partes de Occidente?
Según mi experiencia, tanto los americanos como los europeos tienen distribuciones con grandes varianzas, que superan, por mucho, la diferencia entre sus promedios. Esto es especialmente cierto si se incluye a los europeos del Este poscomunistas. Dicho esto, creo que los europeos están un poco más orientados hacia el pasado y los americanos hacia el futuro. (Podría haber un efecto de selección en mi respuesta, ya que, en muchos de mis viajes a Europa, visité lugares históricos).
Por cierto, los pilotos privados representan alrededor del 0.2 % de la población en EEUU, pero sólo el 0.1 % en la Unión Europea. No sé si esta diferencia es lo suficientemente significativa como para ser relevante.
En su trabajo, ha destacado la importancia de la energía –y de su abundancia– en el sentido de logro de una sociedad. Como consecuencia de la guerra en Ucrania, Europa se enfrenta a un enorme desafío energético. ¿Está condenada a décadas de pesimismo colectivo?
Sólo si quiere. Tanto Europa como Estados Unidos se han disparado en el pie con respecto a la energía nuclear. Han derrochado billones en energías renovables mal concebidas y han demonizado el uso de la energía en sí. Será necesario un cambio radical de actitud, pero es posible.
La esencia de la curva de Henry Adams, es decir, el hecho de que, desde el comienzo de la Revolución Industrial, hayamos tenido más energía cada año, prometía que, en el futuro, seríamos capaces de conseguir más y más fácilmente de lo que podemos ahora. Esto era, claramente, un elemento de optimismo social y Europa lo perdió..
Sin embargo, yo diría que, dentro de 25 años, Europa podría abastecerse de forma barata y abundante a partir de fuentes poco sospechosas hoy en día. Nadie parece darse cuenta del potencial de la nanotecnología: nanotecnología real con máquinas de fabricación autorreplicantes a escala molecular; baterías con la densidad energética de los combustibles de hidrocarburos; vigorosa expansión en órbita con satélites solares; uranio barato del mar.
Las posibilidades tecnológicas son infinitas; lo que falta es voluntad.
Las distopías –cuyas premisas suelen estar vinculadas con el mal uso de la tecnología– parecen haber invadido nuestras pantallas y bibliotecas. ¿Es un reflejo de una ansiedad más profunda? ¿La difusión generalizada de esta ansiedad es un fenómeno nuevo?
No cabe duda de que la ficción distópica ha aumentado desde los años 70, pero siempre ha sido una corriente subterránea. Mi opinión personal es que el problema no son tanto las distopías, sino la falta de visiones positivas convincentes; las distopías, simplemente, han llenado un vacío.
Hace referencia al tema de la incompetencia de las instituciones modernas nada más. Si pensamos en la gobernanza y en la ingeniería social como tecnologías, éstas son las áreas en las que funcionamos peor. Hay una esclerosis que se desarrolla de forma natural en los sistemas sociales y políticos a largo plazo que destruye la responsabilidad: el poder de tomar decisiones se separa de la vulnerabilidad ante los efectos de malas elecciones. A la larga, estos sistemas se vuelven incapaces de realizar, incluso, sus funciones más básicas. El crecimiento de este fenómeno, en el mundo occidental, tiene, creo, mucho que ver con la pérdida de fe en el progreso.
La generalización de ciertos usos de la Inteligencia Artificial es objeto de un debate constante en las sociedades occidentales. En su opinión, ¿qué perspectivas nos abre la inteligencia artificial?
Todas las perspectivas. La IA será un paso más en una larga serie de tecnologías que han amplificado la inteligencia humana: el dibujo, la escritura, las matemáticas, la imprenta, los instrumentos científicos de todo tipo, las comunicaciones de largo alcance, las computadoras, el Internet con su acceso generalizado a la mayor parte del conocimiento humano. Los actuales modelos lingüísticos a gran escala (LLM) no son una verdadera IA, pero constituyen, claramente, un gran paso hacia ella. Una verdadera IA podrá, si se lo permitimos, mejorar todo lo que hacemos, al menos, en la misma medida en la que los LLM mejoran la programación.
¿Podríamos sustituir nuestros escleróticos sistemas sociales por robots sabios e incorruptibles? Nuestro proto-lA actual no está a la altura, pero vuelvan a preguntarme dentro de unas décadas.
Aparte de Estados Unidos y Europa, ¿cree que otras sociedades humanas tienen una visión más optimista del futuro?
Creo que es algo cíclico en cualquier sociedad. A lo largo de mi vida, el estado de ánimo ha cambiado más de una vez. Hay ciclos de distinta duración que interactúan, desde la década hasta la generación. No saco conclusiones del estado de ánimo del momento.
Los países con dictaduras totalitarias son lógicamente pesimistas. Si las restricciones disminuyen, se vuelven más optimistas, pero, también, puede ocurrir lo contrario. Creo que hemos visto el ciclo completo en China durante las tres últimas décadas.
Arabia Saudita aún no tiene autos voladores, pero, hace poco, probó taxis privados en helicóptero en su capital. ¿El experimento futurista, capitalista y autoritario impulsado por el petróleo y dirigido por el príncipe Mohammed bin Salmane podría elevar potencialmente a su país a una posición mundial destacada?
En Xanadú, bin Salmane
decretó una majestuosa Jetsonsville 2:
Where The Line, construcción sagrada, serpentea
Por desiertos interminables para el hombre,
Hacia un mar abrasado por el sol.
Soy escéptico. Podría, bien, tener éxito como centro turístico de lujo subvencionado y como Disneylandia; de hecho, podría seguir la trayectoria vital de EPCOT, la Comunidad Prototipo Experimental del Mañana de Disney. No podría hacerlo como una ciudad en pleno funcionamiento. Hay una pequeña posibilidad –y le deseo lo mejor– de que se convierta en una zona económica especial viable, pero toda esta tecnología de punta planificada de forma centralizada es más susceptible de volverse un obstáculo en el camino de la tecnología, en lugar de mejorarla.
Por último, ¿cómo ve nuestro futuro?
El futuro está lleno de oportunidades tecnológicas. Es posible que sea más brillante que nunca en la historia porque hemos sofocado los avances de la ingeniería en muchas áreas mientras que seguíamos desarrollando la ciencia asociada a ella. Esto ha creado un tipo de «excedente» que podría dar lugar a un desarrollo más rápido de lo normal en este campo si las barreras tecnológicas desaparecen o se sortean.
Además, las tecnologías que preveo para el resto del siglo XX se apoyan y refuerzan mutuamente: el control sustancial de la estructura de la materia a escala atómica (y a todas las demás escalas); la capacidad de acceder de forma controlada al vasto océano de poder que revela la curva de energía nuclear vinculante; los conocimientos para construir sistemas competentes de tratamiento de información y de toma de decisiones.
Decidí llamarle «Segunda Era Atómica» a un nivel de tecnología que incorpora todos estos elementos, aunque, también, podría llamarse Segunda Revolución Industrial.
La diferencia entre una tecnología de este tipo y la actual, en estos tres ámbitos, es, probablemente, similar al salto tecnológico dado por Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial en comparación con la Guerra de Independencia.
Hemos suprimido o abandonado algunas de estas áreas en el último medio siglo, pero parece perfectamente posible, tecnológicamente, recuperar la velocidad y tener un mundo al estilo Jetsons para 2062 –si queremos. (2062 es el año en el que transcurre la serie original de los Jetsons).
¿Dónde podríamos estar en 2062?
Las posibilidades son muchas. Permítanme hablarles de diez de ellas.
La Inteligencia Artificial no es una tecnología «sobrante» en sí, pero está avanzando tan rápido como cualquiera podría, razonablemente, esperar. La IA alcanzó un punto de aceleración: los principales desarrollos se han trasladado de las universidades a la industria, con los recursos y rendimientos concomitantes de una mayor capacidad. Se espera un crecimiento exponencial en las próximas décadas: su modelo es la aviación de hace, apenas, un siglo. Es casi seguro que tendremos inteligencia de nivel humano en 2062; de hecho, posiblemente, tendremos IA de nivel humano promedio en 2030.
En nanotecnología, una base tecnológica de fabricación precisa a escala atómica permite, a su vez, que la productividad física crezca al ritmo de la Ley de Moore. La bomba atómica nos dio la capacidad de volar un solo avión sobre una ciudad y destruirla en pocos minutos. La nanotecnología nos da la capacidad de construir toda una ciudad nueva en la misma escala de tiempo. Podríamos haber empezado a tenerla hoy; seguramente, la tendremos en 2062.
En el caso de la biotecnología, parece que estamos, exactamente, en el umbral del colapso del «excedente» en este campo. En los últimos años, una técnica llamada CRISPR les ha proporcionado a los biotecnólogos una poderosa herramienta de edición de alta precisión para los genomas, lo que ha dado lugar a una serie de técnicas similares, más nuevas y más potentes. Los conocimientos biológicos acumulados pueden utilizarse, ahora, para todo, desde prevenir el cáncer hasta modificar los ecosistemas. Esperemos vivir lo suficiente para ver a Astro, el perro que habla, antes de 2062.
La energía nuclear es, quizás, el mejor ejemplo de «excedente» sustancial. Está claro que sabemos lo suficiente para avanzar varias generaciones de reactores de energía de un solo salto. Se están estudiando varios enfoques interesantes de pequeños reactores de fusión, con distintos grados de apoyo; algunos pueden llegar a buen puerto.
Aún es incierto si la fusión fría se convertirá en una fuente de energía utilizable. Por otra parte, en la última década, ha resurgido el interés y la experimentación en este campo. Es posible que sea un fracaso de la imaginación pretender que, en el próximo siglo, no se descubra ningún mecanismo compacto y controlable para aprovechar la gigantesca reserva de energía disponible.
El fin de la era del motor de combustión interna puede producirse en diversos escenarios. En otras palabras, es mucho más fácil decir que ocurrirá que decir cómo. Las pilas de combustible están a punto de ser utilizables; los nanomotores podrían convertir energía potencial química directamente en fuerza mecánica, o voltaje, sin termalizarla. El mismo fenómeno se dispone ante la biotecnología: el ciclo de Krebs en las mitocondrias es, exactamente, una pila de combustible no térmica de este tipo. La desintegración radioactiva estimulada o la fusión aneutrónica podrían producir partículas cargadas de energía que podrían aprovecharse directamente para producir tensión.
Del mismo modo, el fin de la era de los combustibles depende del éxito de, al menos, una de las fuentes de energía de origen nuclear, pero, también, en este caso, hay varias vías posibles y la energía transmitida podría contribuir a ello. Dentro de unas décadas, ningún aparato, desde el celular hasta la podadora, necesitará ser recargado o repostado; vendrá con suficiente energía incorporada para durar toda la vida útil del mecanismo. El auto y los electrodomésticos se recargarán durante la revisión anual.
También, podemos prever el fin de la agricultura (alimentada por energía solar, basada en la tierra). En su lugar, probablemente, habrá un ciclo completo de producción de alimentos en una fábrica, que, a su vez, será sustituido por la síntesis directa de alimentos mediante nanotecnología.
Volvamos a los autos voladores. Los avances en aerodinámica, en particular, la simulación por computadora, se han utilizado, principalmente, para optimizar la eficiencia de los tipos existentes de vehículos voladores. La normativa ha frenado la investigación experimental con máquinas del tamaño de un auto.
Sin embargo, la explosión de interés e investigación –y de resultados en modelos y drones– empieza a parecerse a un colapso del «excedente». En 2062, los autos voladores robotizados, al menos, tan rápidos como los aviones actuales, podrían ser moneda corriente. El fin de la agricultura significaría que vastas zonas ideales para los autos voladores podrían abrirse para la vivienda.
Las ciudades podrían adoptar nuevas formas: en los océanos; bajo cúpulas; en el aire. Junto con la nanotecnología, la energía es el principal factor que facilita las ciudades en las nubes. Las ciudades con «carriles móviles», calles de varios niveles, etcétera, tienen muchas más posibilidades de ser económicamente viables con una base industrial nanotecnológica. Podríamos poner a la población de Estados Unidos en torres de un kilómetro de altura separadas 20 kilómetros entre sí y dejar el resto intacto; alternativamente, podríamos tener bloques planos de cincuenta pisos separados unos tres kilómetros. No obstante, también podríamos ubicar a una gran parte de la población en urbanizaciones rurales muy dispersas, pero de fácil acceso.
Es casi seguro que habrá una tendencia creciente a mejorar, y no sólo a reparar/restaurar, el cuerpo humano básico hasta el punto en el que, por ejemplo, podríamos vivir cómodamente en el espacio o bajo el mar indefinidamente. Queda por ver si preferimos adaptarnos a los climas más suaves de la Tierra o modificarlos para adaptarlos a nosotros. ¿Llenar el Pacífico de nuevas islas tropicales o equiparnos con branquias?
La energía compacta o la nanotecnología pondrían al alcance de la mano colonias lunares, orbitales y marcianas. Las dos juntas abrirían las compuertas del sistema solar. Ni mucho menos se habrá completado en 2062, pero podría estar en marcha.
En el caso de la cibernética, el «excedente» –la diferencia entre lo bien que podrían funcionar nuestros sistemas sociales con los conocimientos que tenemos y lo bien que funcionan en realidad– es inmenso. Tenemos muchos sistemas que necesitan, desesperadamente, una retroalimentación integrada. Parece que empieza a haber un movimiento, al menos, en la ciencia; cada vez hay más historias sobre cómo falla la replicación, que, supuestamente, es el mecanismo de retroalimentación, y se están haciendo varios esfuerzos para remediarlo. Cada vez más mecanismos sociales, oxidados y ahogados por la corrupción, se ven atacados por emprendedores como Bitcoin y Uber. Veremos cómo evoluciona todo esto.
Es un programa enorme…
En realidad, es bastante sencillo. Si y sólo si somos capaces de abandonar nuestras tontas fobias culturales y nuestros incompetentes sistemas políticos, nuestro futuro tecnológico será tan brillante que cuesta imaginarlo. De lo contrario, nuestros nietos nos verán como los siervos medievales veían las ruinas de la antigua Roma.