En medio de la ebullición mundial, un país desértico rico en petróleo quiere dar forma al futuro tecnológico de la humanidad.

Su reino es también un lugar sagrado. Su país lleva su apellido: el joven príncipe Mohamed Ben Salmane financia una política utópica en un escenario de ciencia ficción.

Arabia Saudita va a formar parte ahora de los BRICS; más que nunca, necesitamos un modelo para explicarlo, para comprender su ambición y sus medios. Quinn Slobodian ha escrito el estudio clave.

Black Panther (2018) gira en torno a Wakanda, una civilización hipermoderna situada en el continente africano y aislada del mundo moderno por una geografía impenetrable y un sistema de camuflaje de última generación. La fuerza, prosperidad y seguridad de Wakanda están garantizadas por un recurso natural con propiedades fantásticas: el metal más duro y ligero del mundo, el vibranium.

Los wakandianos han realizado grandes inversiones en investigación básica y desarrollado sus propios sistemas de armamento, aviación y tecnología médica. La verdadera tensión de la película reside en la cuestión de si los wakandianos deben guardarse para sí sus maravillas tecnológicas. Tras una lucha titánica, la película termina con la apertura de un centro de ayuda patrocinado por Wakanda en un barrio pobre de Oakland, California. Así Wakanda opta por la filantropía.

Cuando los cines sauditas abrieron en la primavera de 2018, por primera vez en 35 años, proyectaron Black Panther. «Es simple y sencillamente maravilloso ver a un superhéroe, rodeado de mujeres guerreras, pelear por su reino, mientras se abordan cuestiones de raza y colonialismo», dijo una espectadora. La referencia al género no es casual: unos años antes, las mujeres habían conseguido el derecho al voto. En 2018, también se les permitió conducir. En 2023, una astronauta saudita visitó el espacio por primera vez, a pesar de que el estatus subordinado de la mujer seguía marcado en la ley.

Como casi todo lo que ha ocurrido en Arabia Saudita en los últimos años, la proyección de Black Panther fue decidida por Mohammed bin Salman (MBS), que tenía en ese entonces de 32 años. Tras maniobrar para acceder al cargo de príncipe heredero en 2017, se convirtió en el gobernante con más presencia pública dentro del reino al lanzar Visión 2030, un plan a largo plazo para desarrollar los servicios públicos del país y diversificar su economía para volverla menos dependiente del petróleo. En su primer año como gobernante, metió a la cárcel a un grupo de personas adineradas, incluidos miembros clave de la familia real, por corrupción en el Ritz-Carlton de Riad. No es absurdo sugerir que MBS se veía a sí mismo como T’Challa, la Pantera Negra, guiando su reino con mano firme. 

Como casi todo lo que ha ocurrido en Arabia Saudita en los últimos años, la proyección de Black Panther fue decidida por Mohammed bin Salman (MBS), que tenía en ese entonces de 32 años.

QUINN SLOBODIAN

Desde un punto de vista estético, el príncipe heredero de Arabia Saudita parece conducir el reino hacia el mundo de Wakanda. Desde la llegada de MBS, resulta difícil transcribir los comunicados de prensa de las empresas sauditas sin tener la sensación de estar escribiendo relatos cortos de ficción especulativa. No es casualidad. Apasionado de la ciencia ficción, MBS le ha encargado a expertos dedicados a los relatos fantásticos que le ayuden a concebir sus nuevos proyectos nacionales.

Chris Hables Gray, especialista en literatura popular, trabajó con un equipo para crear una tipología estética de los distintos subgéneros de la ciencia ficción, de la que salieron victoriosos el «solarpunk» y el «postciberpunk». Pero el proyecto saudita va mucho más allá de la ficción. La novela distópica de ciencia ficción de Larry Niven y Jerry Pournelle, Oath of Fealty (1981), presenta una ciudad cúbica llamada Todos Santos o La Caja, que sobresale sobre la línea del horizonte que se puede ver desde Los Ángeles. En 2023, Arabia Saudita anunció el inicio de un proyecto dos veces más grande: un cubo ornamentado llamado Nueva Murabba, cuyos lados serían 100 metros más largos que el Shard, un enorme rascacielos en Londres. El cubo tendrá una torre y casi el doble de metros cuadrados de oficinas y locales comerciales que el complejo de negocio conocido como Canary Wharf también ubicado en Londres.

Vista del lago artificial de agua dulce de Trojena, estación de montaña de Neom. © Neom

Ese gigantesco proyecto no es nada comparado con Neom, una ciudad de 10 mil kilómetros cuadrados que costará medio billón de dólares y será construirá en el noroeste de la península saudita. MBS anunció su construcción unos meses antes del estreno de Black Panther. En un video promocional bañado por el sol, Neom es presentada como «una start-up del tamaño de un país». La maqueta más lograda se exhibe actualmente en la Bienal de Arquitectura de Venecia, en una exposición titulada «Zero Gravity Urbanism», que presenta las primeras maquetas del elemento fundamental de Neom, diseñado por “starchitectes”, The Line, dos rascacielos de 500 metros de altura que están uno frente al otro y que se erigen sobre una ciudad extendida a lo largo de una línea de 170 kilómetros en medio del desierto.

Apasionado de la ciencia ficción, MBS le ha encargado a expertos dedicados a los relatos fantásticos que le ayuden a concebir sus nuevos proyectos nacionales.

QUINN SLOBODIAN

Entre los participantes del proyecto Neom figuran algunos de los más grandes despachos de arquitectura del mundo, como Coop Himmelb(l)au (que diseñó el Banco Central Europeo), Adjaye Associates (que diseñó el Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericana del Smithsonian Institution) y Morphosis. En sus maquetas, los muros exteriores de la línea son paneles solares reflejantes que suministran electricidad al interior de la ciudad. El espacio entre los dos edificios se asemeja a un barranco y está poblado de polígonos salientes, ángulos rectos y desniveles que representan la característica principal de la arquitectura de vanguardia desde que Peter Cook y Archigram diseñaron sus ciudades «plug-in» hace 60 años.

[El mundo está cambiando. Si encuentra nuestro trabajo útil y quiere que el GC siga siendo una publicación abierta, puede suscribirse aquí.]

El despacho de Cook está diseñando un segmento de dicha línea. Las simulaciones que se pueden ver del proyecto de Cook, como si se tuviera una cámara que sobrevolara la ciudad, nos llevan por un claustrofóbico callejón de departamentos modulares, con balcones salientes conectados por pasarelas y cubiertos por jardines colgantes, lo que significa que se necesita una asombrosa cantidad de agua para asegurar su riego. Mientras los diseñadores de la ciudad dorada de Wakanda se centraron en el transporte público, The Line parece haber sido pensada para taxis-helicópteros personales que por fin tuvieron su primer vuelo de prueba en Riad tras años de promesas. 

Y luego está el problema de “la sierra cortahuesos”. 

QUINN SLOBODIAN

Es difícil decir cuánto de la visión saudita se hará realidad, porque depende mucho de las tecnologías revolucionarias. Además, hay muy pocos precedentes de iniciativas de esta envergadura. Y también hay que tomar en cuenta el efecto distorsionador que se crea debido a la enorme nómina del proyecto. Se paga a tantos consultores, oficinas de gestión de proyectos y despachos de arquitectos, que nadie está interesado en que el proyecto deje de crecer el proyecto. Por ejemplo, en la página de empleo de Neom hay más de 300 vacantes, desde el puesto de oficial de protección de peces hasta el de profesor de música, pasando por el de modelador de datos financieros. Y todos ellos seguramente muy bien pagados. La primera regla de un trabajo fácil es dejar de preguntar por qué fluye el dinero. 

Y luego está el problema de “la sierra cortahuesos”. Como me dijo alguien que lleva años trabajando en esa región, una de las razones por las que hay pocos periodistas es el miedo a ser «marginados o algo peor». No soy el primero en establecer el vínculo entre Arabia Saudita y Wakanda. En la proyección de Black Panther en 2018, un periodista y agente político llamado Jamal Khashoggi hizo lo mismo. En una columna para el Washington Post, había sugerido que el verdadero vibranium era «la estabilidad, el equilibrio financiero y unas relaciones exteriores sólidas», añadiendo que el reino debía promover el pluralismo en la región.

«¿Utilizará el príncipe heredero Mohammed bin Salman, que probablemente muy pronto será rey, su poder para traer la paz al mundo?», se preguntaba Khashoggi. Seis meses después, descubriría el precio de tales preguntas: entró vivo al consulado saudita en Estambul, pero fue su cadáver descuartizado lo que salió de ahí.

Norman Foster abandonó el Proyecto Neom tras el asesinato de Khashoggi, pero muchos otros se quedaron o se han ido incorporando desde entonces. La muerte de un residente del espacio supuestamente “virgen” donde se construirá Neom -Abdul Rahim al-Howeiti fue asesinado a balazos por las fuerzas sauditas en abril de 2020 tras acusar al país de «terrorismo de Estado» después de su expulsión- no disuadió a los arquitectos estrellas, como tampoco lo hizo una reciente declaración de relatores de la ONU preocupados por la probable ejecución de otros tres residentes. Este mes también se informó que una mujer había sido condenada a 30 años de cárcel por criticar a Neom en Twitter.

Las flagrantes violaciones de los derechos humanos no han impedido que las estrellas del deporte se trasladen al reino. El año pasado se produjo lo que un observador describió como un «tsunami de poder blando». El ejemplo más sonado fue la fusión de la liga de golf saudita LIV con el PGA Tour, que costó varios miles de millones de dólares. La suma ofrecida bastó para superar todas las objeciones de los dirigentes de las federaciones. 

La muerte de un residente del espacio supuestamente “virgen” donde se construirá Neom no disuadió a los arquitectos estrellas, como tampoco lo hizo una reciente declaración de relatores de la ONU preocupados por la probable ejecución de otros tres residentes.

QUINN SLOBODIAN

El fútbol ha sido otro vector de expansión. Tras la adquisición saudita del Newcastle United en 2021, la Liga Profesional saudita rivaliza ahora con China y Estados Unidos como competencia preferida por los futbolistas que están a punto de retirarse. Cristiano Ronaldo, Karim Benzema y muchos otros se han trasladado al Golfo Pérsico en los últimos meses.

Desde el Atlántico Norte, es tentador pasar de la risa al horror ante los planes de Arabia Saudita y los turbios motivos de quienes están ayudando a llevarlos a cabo. Pero debemos intentar encontrar un sentido a las acciones del reino debido a su inusual estatus. Arabia Saudita es una de las pocas reservas de capital a las que se puede echar mano en un momento en que las tasas de interés cada vez más altas han agotado las otras fuentes de financiamiento. Como me dijo sin rodeos un experto en IA deseoso de encontrar apoyo, «los sauditas simplemente tienen la ventaja de tener efectivo».

Como me dijo sin rodeos un experto en IA deseoso de encontrar apoyo, «los sauditas simplemente tienen la ventaja de tener efectivo».

QUINN SLOBODIAN

En estos tiempos difíciles, Arabia Saudita se ha convertido en un centro de inversión y un punto de referencia para los políticos de derecha y la comunidad empresarial en general. Puede que no nos gusten sus planes, pero Arabia Saudita, que irónicamente debe su riqueza al petróleo, podría ser uno de los pocos países con los medios y la voluntad de planificar un futuro postcarbono. Si se convierte en un próspero ejemplo de capitalismo sin democracia, la perspectiva de un siglo saudita tendrá consecuencias para todos nosotros.

Como en el caso de Black Panther, la historia de Arabia Saudita en la época moderna comienza con un recurso natural: el petróleo. Como el carbón antes que él, el poder del petróleo proviene del hecho de que nos ha permitido emanciparnos de nuestra dependencia de la energía que nos llega directamente del sol. Es decir, permitió controlar el calor. El historiador del medio ambiente John McNeill llama al carbón el «sol congelado». Producía un 50% más de energía por tonelada que la leña y tres veces más que la turba, otro combustible hoy completamente olvidado. 

Vista de The Line. © Neom

Entramos en la era del petróleo hace cinco generaciones. Fue hacia 1960 cuando el consumo mundial de carbón se vio eclipsado por el «sol líquido», capaz de producir el doble de energía que el carbón.

La transición de una roca extraída de una pared en las profundidades del subsuelo a un fluido fácilmente explotable en la superficie terrestre fue también un punto de inflexión en la política social. La explotación del carbón requería la implicación de comunidades que podían “poner de rodillas” toda una economía yéndose a huelga. En cambio, el petróleo era fácil de extraer, almacenar y, sobre todo, transportar. Su descubrimiento en Arabia Saudita en 1938 y la formación de la Arabian-American Oil Company (Aramco) proporcionaron una nueva fuente de sol cautivo. ¿Para qué negociar con los sindicatos del norte de Inglaterra si se puede negociar con los jeques del Golfo Pérsico, donde los sindicatos están prohibidos?

En 1960, Arabia Saudita formó la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) con Irán, Irak, Kuwait y Venezuela, a los que seguirían más tarde otros países. En 1973, los miembros árabes del grupo utilizaron el «arma del petróleo» para oponerse a los países que, como Estados Unidos, habían apoyado a Israel durante la guerra del Yom Kippur. Su descontento se vio mitigado por la cuadruplicación del precio del petróleo, que disparó los ingresos de los países con mayores reservas de hidrocarburos líquidos. En aquella época, se pensaba que las reservas de crudo del reino eran las mayores del mundo.

La dependencia excesiva a una sola materia prima, por abundante o deseable que sea, puede ser perjudicial para un país. Esta maldición de las materias primas, comúnmente conocida como enfermedad holandesa, significa que las ganancias inesperadas de recursos pueden producir inflación, enriquecer a una pequeña élite a expensas de las masas, desviar la riqueza fuera del país y hacer que no sea rentable construir una base manufacturera nacional. Los recursos naturales son una droga demasiado buena para dejar de tomarla.

Centrada principalmente en el petróleo, Arabia Saudita ha reciclado sus ingresos en inversiones en el extranjero y, más concretamente, en armamento estadounidense. Aunque el famoso acuerdo de 1945 entre el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt y el rey Abdul Aziz Ibn Saud preveía acceso al petróleo saudita a cambio de seguridad, no se proporcionaba gratuitamente. Arabia Saudita ha sido uno de los principales clientes de la industria armamentística estadounidense en las últimas décadas, situándose entre los 20 primeros países del mundo en gasto militar.

Los recursos naturales son una droga demasiado buena para dejar de tomarla.

QUINN SLOBODIAN

Mientras Arabia Saudita se centraba en el petróleo y las armas, uno de sus vecinos más pequeños, paradójicamente privilegiado por su falta de reservas profundas de petróleo, labraba su propio camino. A partir de los años setenta, en un terreno de apenas 35 kilómetros cuadrados, el emirato de Dubai empezó a presentarse como una plataforma vacía sobre la que se podía construir, comprar o hacer cualquier cosa. Utilizando la metáfora del fallecido historiador Mike Davis, la ciudad creó «burbujas de aire jurídico-reguladoras», zonas polivalentes con leyes específicas diseñadas para atraer a los inversionistas, ya fuera en el Distrito Financiero Internacional, la Zona Educativa, Media City o los archipiélagos de islas artificiales con forma de palmeras y continentes que fueron noticia de primera plana en los periódicos.

A principios de la década del 2000, Dubai se globalizó, creando versiones en miniatura de sí misma por todo el mundo en una serie de puertos gestionados por la empresa logística estatal DP World. El Reino Unido ha sido un foco de atención especial, con DP World gestionando los puertos de Southampton y Thames Gateway y haciéndose cargo de P&O Ferries, que en 2022 despidió a casi 800 personas de la noche a la mañana. 

En los últimos años, tres tendencias han llevado a Arabia Saudita a replantearse el modelo de Dubai y a entrar en feroz competencia con el emirato por el estatus de principal centro capitalista de la región. La primera es de orden tecnológico. El éxito de la fracturación hidráulica en Estados Unidos le ha permitido, por primera vez desde 1949, pasar de importador neto a exportador neto de petróleo en 2019. 

La segunda tendencia es geopolítica. El aumento del poder económico de China, así como su creciente divergencia con Estados Unidos tras el estallido de la guerra comercial de Donald Trump en 2016, le ofreció a Arabia Saudita la oportunidad de negociar con los dos bandos. Al mismo tiempo, el llamado grupo OPEP+ ha sumado a países no OPEP, principalmente Rusia, como contrapeso al poder estadounidense. Desde la invasión masiva de Ucrania por parte de Rusia el año pasado, Arabia Saudita y la OPEP+ han actuado en algunas ocasiones para frustrar los intentos estadounidenses de influir en los precios mundiales del petróleo.

La tercera tendencia es ecológica. Con la creciente evidencia del cambio climático, Arabia Saudita siente que tanto las condiciones globales para la inversión como el modelo de desarrollo urbano están cambiando completamente. Sin embargo, no desea reducir la producción de combustibles fósiles: el año pasado, en la COP27 de Sharm el-Sheij, el reino se unió a China para oponerse a ciertas formulaciones del texto final que pedían la eliminación progresiva de todos los combustibles fósiles. Pero, por el otro lado, sabiamente quiere evitar apostarlo todo a un activo potencialmente obsoleto: el petróleo.

Cuando regresaron los cientos de miles de sauditas que se marcharon a estudiar al extranjero, en el marco del programa de becas del rey Abdalá a partir de 2005, trajeron consigo el mismo espíritu de tecnocracia capitalista ilustrada característico de la era Obama y compartido por Rishi Sunak y Emmanuel Macron. Según esta filosofía de gobierno, que es la del consultor, la diversificación más allá del petróleo permite a Arabia Saudita ampliar su base económica interna y garantizar una mayor autosuficiencia en un futuro caótico y potencialmente menos dependiente de las emisiones de carbono.

Sabiamente Arabia Saudita quiere evitar apostarlo todo a un activo potencialmente obsoleto: el petróleo.

QUINN SLOBODIAN

La emulación saudita del modelo de Dubai es particularmente evidente en sus esfuerzos por promover el turismo y los servicios financieros. La compañía aérea saudita Flynas ha encargado 120 nuevos aviones a Airbus, lo que representa una importante ampliación de su flota. También ha anunciado su intención de crear una nueva aerolínea, Riyadh Air, para competir con Emirates y Qatar Airways, y piensa encargar 150 aviones a Boeing y otros más a Airbus. Uno de los objetivos de Visión 2030 es animar a los sauditas a quedarse y gastar el dinero en su país. Al facilitar la obtención de visados, el gobierno también espera atraer a más turistas extranjeros.

Los eventos espectaculares, como la candidatura de Arabia Saudita para albergar la Exposición Universal en 2030, y el “lavado de imagen deportivo” en torno a grandes competencias, como los Juegos Asiáticos de Invierno de 2029 en Neom, son una forma eficaz de atraer la atención. Dicho esto, Arabia Saudita se dedica principalmente a sectores mucho menos glamorosos. 

Proyecto de cúpula de energía solar para alimentar una planta desalinizadora de agua. © Neom

Los 2 mil millones de dólares gastados por el reino en el LIV Golf parecen insignificantes si se tiene en cuenta que, sólo en la última semana de junio, la semana del Hajj, el gobierno saudita firmó contratos por valor de nueve veces esa suma. La empresa surcoreana Hyundai obtuvo un contrato de 5 mil millones de dólares con Aramco para construir una planta petroquímica. Un grupo de ingeniería italiano obtuvo un contrato de 2 mil millones de dólares para otra ampliación petroquímica en una refinería. También se firmó un tercer contrato de 11 mil millones con la multinacional francesa Total-Energies, nuevamente para la construcción de una planta petroquímica.

A diferencia de Dubai, Arabia Saudita combina los servicios y la logística con la industria pesada y la «industrialización por sustitución de importaciones», lo que le permite reducir su dependencia de los países más desarrollados. El mayor fabricante de acero en el mundo, la china Baosteel, anunció, por ejemplo, sus planes para instalar su primera acerería en el extranjero en una de las zonas económicas especiales del reino, de reciente creación. Arabia Saudita es uno de los principales candidatos para adquirir una participación del 10% en una empresa minera brasileña especializada en níquel y cobre. También está trabajando con gestores de activos ya existentes y firmará en noviembre un acuerdo con BlackRock para invertir conjuntamente en proyectos de infraestructuras.

Otro proyecto emblemático de Visión 2030 es la creación de una industria nacional de vehículos eléctricos. Arabia Saudita tiene una participación de más de 8 mil millones de dólares en Lucid, una empresa especializada en este tipo de productos. La construcción de una fábrica en Yeda comenzó en 2022 y tiene el objetivo de producir 155 mil coches al año.

Como economía en desarrollo, Arabia Saudita rechaza el esquema binario entre resiliencia interna y crecimiento impulsado por las exportaciones. En su lugar, su enfoque es una mezcla de lo antiguo y lo nuevo, fortaleciendo la capacidad industrial local al tiempo que sigue aprovechando la ventaja que goza tanto en materia petrolera como en energía solar.

En el siglo XIX, el famoso ejemplo de «ventaja comparativa» de David Ricardo era Portugal, que se centraba en el vino gracias a su sol, mientras que Gran Bretaña lo hacía en los tejidos. Pocos lugares tienen más sol que Arabia Saudita… pero, y eso se preguntan los sauditas, ¿por qué no fabricar también tela? Utilizando los ingresos de un producto para financiar el otro, Arabia Saudita puede protegerse de un futuro próximo en el que las perturbaciones exógenas, desde las condiciones meteorológicas extremas hasta el estancamiento democrático, debilitarían el actual orden mundial hasta el punto de correr el riesgo de fracturarse. 

El principal agente de esta vorágine de actividad es el Fondo de Inversión Pública (FPI) de Arabia Saudita. Aunque es uno de los diez mayores fondos soberanos del mundo, uno de los objetivos del informe Visión 2030 era multiplicar sus activos por más de diez. El gobierno ha anunciado su intención de transferir la propiedad de Aramco al FPI para convertirlo en «el más grande fondo soberano del mundo». Hasta ahora, esa transferencia sólo se ha hecho a cuentagotas, el 4% de Aramco transferido recientemente al FPI tiene un valor de 80 mil millones de dólares, pero el reto logístico que representa una transferencia completa es asombroso. 

En 2021, el FPI inauguró oficialmente una nueva torre, la más alta de Riad. Con 80 pisos, se supone que su superficie angulosa hace referencia a los cristales que se encuentran en los lechos secos de los ríos del desierto saudita. Su base de diamantes metálicos guarda un asombroso parecido con la arquitectura de Wakanda.

Black Panther es una referencia del movimiento estético afrofuturista. Por tanto, está impregnada de un discurso político afrocéntrico. En una escena sobrecogedora, un pretendiente al trono entra al «Museo del Reino Unido» y recupera por la fuerza un martillo de guerra del siglo VII. La inversión de las estructuras de poder racializadas del mundo imperial y poscolonial es uno de los aspectos más emocionantes de la película. Ahí, una de las «naciones oscuras», como las llamó WEB Dubois, ocupa una posición dominante.

¿Es posible imaginar a Arabia Saudita en un papel similar? No faltarían precedentes. El uso del arma del petróleo en la década de 1970 vino acompañado de la declaración de un nuevo orden económico internacional, que pretendía deshacer el legado económico colonial y crear una comunidad de Estados nación más equitativa después del imperio. Arabia Saudita desempeñó un papel en el Grupo de los 77, una coalición de países en desarrollo en la Asamblea General de las Naciones Unidas. En un reciente artículo publicado en la revista Foreign Affairs, un analista llegó a sugerir que Arabia Saudita está resucitando el sueño de los años setenta de un «movimiento de países no alineados».

Y en eso, China tiene un papel central que desempeñar. La visita de tres días de Xi Jinping al reino en diciembre de 2022 dio lugar a una serie de acuerdos por valor de 30 mil millones de dólares. En una cumbre más reciente, un portavoz chino expresó la voluntad de China de contribuir a la «desamericanización» de Arabia Saudita. Lo más destacado de la conferencia fue un acuerdo de 5 600 millones de dólares con la empresa china especializada en vehículos eléctricos Human Horizons, que produce la marca de lujo HiPhi. Arabia Saudita también está invirtiendo en el extranjero, con miles de millones en refinerías nuevas o ya existentes en el noreste de China y Corea del Sur.

En cierto modo, la idea de «desamericanizar» Arabia Saudita es un oxímoron. La empresa más valiosa del país es, por mucho, Aramco, el acrónimo de Arab-American Oil Company. El auge del reino, el único en el mundo que lleva el nombre de la familia reinante, no puede entenderse sin el patrocinio estadounidense.

Sin embargo, Arabia Saudita envió representantes a una reunión de los «Amigos de los BRICS» en junio de 2023, y consideró la posibilidad de unirse a un banco de inversiones apoyado por esta organización. Irán también estuvo presente y reabrió su embajada en Riad la semana siguiente a la reunión en Sudáfrica, tras siete años de ausencia. Fue una señal de apaciguamiento de las tensiones en la región después de que Arabia Saudita pusiera fin a su desastrosa intervención en Yemen, que había provocado lo que Naciones Unidas calificó como «la peor crisis humanitaria del mundo». El acuerdo para relajar las tensiones con Irán fue negociado por China. 

En cierto modo, la idea de «desamericanizar» Arabia Saudita es un oxímoron.

QUINN SLOBODIAN

En todo caso, cualquier cínico vería el coqueteo del reino con China, Rusia y el gran grupo de los BRICS como una cuestión de táctica más que de ideología tercermundista.

Pero, ¿qué hay de los sueños de ciencia ficción de MBS? ¿Tanto Neom como Murabba son algo más que una versión de medio billón de dólares del Mercedes Benz con incrustaciones de diamantes que, según la leyenda urbana, posee el príncipe saudita? En 2022, Bloomberg publicó un artículo titulado: «El sueño del desierto de MBS de $500 mil millones se vuelve cada vez más extraño». No es la primera vez que los sauditas hacen esto. En 2005, el gobierno anunció un plan de 30 mil millones de dólares para construir seis ciudades desde cero. Sólo se construyó una y sólo tiene 7 mil habitantes, muy lejos de los dos millones previstos para 2035.

Para nada es exagerado hablar de la importancia del dinero saudita en estos tiempos de escasez de capital.

QUINN SLOBODIAN

Un cínico, el mismo de antes, señalaría que la primera parte de Neom a inaugurarse será la isla de Sindalah. Imaginada por un diseñador italiano, cuenta con un campo de golf, tres hoteles de lujo, un complejo comercial y 86 amarres para yates de hasta 75 metros de longitud máxima. No deja de ser irónico que el primer paso de la transición hacia un futuro «sostenible» se dirija a los países con mayor huella de carbono. En estos nuevos bastiones de alta tecnología, alejados de las ciudades densas y en expansión, los residentes podrán mantener inalterado su estilo de vida.

Pero al otro lado del mundo, si atravesamos los valles del oeste de Massachusetts, ahí donde las antiguas fábricas se convirtieron en edificios de departamentos, talleres de alfarería o simplemente se dejaron abandonados y a su suerte, nos encontraremos con una fábrica en funcionamiento de la Saudi Arabia Basic Industries Corportaion (Sabic). En 2002, Sabic también compró la empresa petroquímica holandesa DSM, que tiene plantas en Bélgica y Alemania.

Vista de The Line. © Neom

Para nada es exagerado hablar de la importancia del dinero saudita en estos tiempos de escasez de capital. Pero comparar las cifras es casi triste. La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, le está suplicando a los sauditas que inviertan en un fondo de mil millones de dólares para su país. Mientras tanto, Arabia Saudita está actuando discretamente en el Reino Unido. En 2007, Sabic compró la antigua planta química de Huntsman en el noreste de Inglaterra para ampliar allí sus actividades, mientras que el partido conservador británico recibió con satisfacción la inversión del reino en una planta química en Teesside.

Los anuncios de Sabic, que aparecen en la portada del Financial Times, muestran escenas de vida doméstica y desarrollo sostenible con una luz tenue, junto al mundo “sin chiste” de los relojes suizos y los jaguares Bulgari. La empresa goza de una reputación positiva por su alta competitividad e innovación.

La fábrica de Sabic en Teesside llevó a cabo recientemente una fiesta llena de diversión, con gokarts, caricaturistas y la posibilidad de «probar una amplia gama de refrescos, así como ginebra, cerveza clara, vino, sidra y prosecco». Es fácil entender por qué el gobierno británico está feliz de hacerse de la vista gorda ante el historial que tiene Arabia Saudita en cuanto a derechos humanos al tiempo que propone a sus socios británicos para Neom. El Golfo Pérsico está logrando la combinación perfecta de moralidad tradicional e hipercapitalismo que los conservadores británicos siempre han soñado con realizar.

El reino también ha entrado en el mercado del hidrógeno verde. En mayo, Arabia Saudita firmó un acuerdo para construir una planta de producción de hidrógeno verde, con una inversión de 8 400 millones de dólares, más otros 6 700 millones para la ingeniería, adquisición y construcción de la planta. El proceso de electrólisis en el que se basa el hidrógeno verde consume mucha energía, pero la energía solar puede cumplir con esa función. Los seguidores solares son suministrados por un contratista español, y la multinacional india Larsen & Toubro se encarga del almacenamiento de la energía solar, eólica y las baterías. Como pionero en desalinización, el reino también parte con ventaja en el aparentemente insalvable problema del agua.

El Golfo Pérsico está logrando la combinación perfecta de moralidad tradicional e hipercapitalismo que los conservadores británicos siempre han soñado con realizar.

QUINN SLOBODIAN

Si miramos de más cerca, lo que los críticos llaman con razón «Blade Runner en el Golfo» puede parecerse a las utopías energéticas internacionales de la secretaría del futuro de Kim Stanley Robinson. El éxito de las inversiones en energías renovables a gran escala llevaría a mucha gente a olvidarse de los superyates.

Si las criptotecnologías, como las monedas doge y los NFT, eran los síntomas mórbidos de la era de la política de tasas de interés cero, una central eléctrica en el desierto podría ser el símbolo de una época en la que el dinero inteligente puede dar lugar a una cierta capacidad industrial y a una resiliencia de la cadena de suministro para acompañar sus rápidos beneficios. Queda por ver cuántos de los contratos firmados se concretarán pero, como dicen los sauditas, incluso si una pequeña fracción de este colosal esfuerzo llega a buen puerto, será una gran victoria.

En otras palabras, Arabia Saudita es un país en el que se tiene la sensación, como en otras partes, de que el tiempo no está de parte de nadie, pero los sauditas también parecen tener “mejores cartas” que la mayoría de los demás países -o, de hecho, que de cualquier otro país-.

En Climate Leviathan, publicado en 2018, los geógrafos Geoff Mann y Joel Wainwright describen una serie de escenarios para el futuro en caso de colapso climático. Una situación posible es la del «Leviatán climático», en la que los países optan por acuerdos internacionales vinculantes, renunciando a parte de su propia autonomía en favor de la supervivencia colectiva y la acción coordinada. Otra situación es la del «Behemoth climático», en la que los países se limitan a participar en su propia carrera para “sumar cero o quedar tablas” y así obtener ventajas en un mundo devastado.

Arabia Saudita el tiempo no está de parte de nadie, pero los sauditas también parecen tener “mejores cartas” que la mayoría de los demás países -o, de hecho, que de cualquier otro país-.

QUINN SLOBODIAN

Aunque Arabia Saudita se presente como defensora del multilateralismo, es más sensato pensar en ella como un «gigante climático» que no necesita ninguna de las formas tradicionales de legitimación democrática. Aunque las luchas internas en el seno de la familia real son despiadadas, el número de pretendientes al poder está limitado por una línea hereditaria estricta. La buena voluntad de la población se compra bajo la forma de beneficios y transferencias para el 60% de los residentes del reino que son ciudadanos. El persistente problema de lo que un experto en la región describió como «pobreza oculta» es una de las razones por las que el régimen está ampliando las oportunidades de empleo para los ciudadanos, como parte de las acciones a largo plazo previstos por un fondo soberano extraordinariamente bien dotado.

[El mundo está cambiando. Si encuentra nuestro trabajo útil y quiere que el GC siga siendo una publicación abierta, puede suscribirse aquí.]

Tras la elección de Trump en 2016, comportarse como un Behemoth climático estaba mal visto, síntoma de un “accidente” en la historia del orden internacional liberal, que había durado desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta el presente. La retórica altisonante y las promesas vacías en las cumbres internacionales estaban siempre a la orden del día. Pero este orden se está repensando. Dado que no se ha alcanzado ningún acuerdo vinculante y que el mundo se pone cada vez más caliente, los océanos cada vez más altos y los polos cada vez más delgados, quizá exista una alternativa. Es posible que un enfrentamiento abierto y desinhibido entre Estados soberanos pueda, paradójica y perversamente, producir mejores resultados para todos. El exjefe y economista del Banco de Inglaterra, Andy Haldane, escribió recientemente que «la carrera armamentista industrial mundial es exactamente lo que necesitamos«.

MBS no se equivoca al considerar que su país tiene un estatus global. Otros también empiezan a verlo.

QUINN SLOBODIAN
Vista de la isla de Sindalah. © Neom

Hasta ahora, nada ha empujado a gobiernos ricos como el estadounidense a proporcionar las subvenciones o inversiones necesarias para poner en marcha una transición energética justa. ¿Y si el ingrediente que falta es la percepción de una lucha geopolítica entre Estados Unidos y sus aliados, por un lado, y China y Rusia, por otro? ¿Podría ser que Arabia Saudita, en su papel de Behemoth climático, abra el camino? Si es así, la cuestión es quién tendrá los medios para seguirla. MBS no se equivoca al considerar que su país tiene un estatus global. Otros también empiezan a verlo.

Visión 2030 comienza con dos declaraciones solemnes. La primera reconoce que «Alá Todopoderoso le ha dado a nuestro país un regalo más preciado que el petróleo. Nuestro reino es la tierra de las dos mezquitas sagradas, los lugares más sagrados del planeta, y la dirección de la Kaaba a la que acuden a rezar más de mil millones de musulmanes». ¿El segundo pilar de esta visión? «Convertirnos en una potencia inversionista mundial».

En cuanto a los que no tienen ni petróleo ni a Alá, pueden contentarse con mirar, petrificados, o ser económicamente racionales y voltear hacia la Meca.

Créditos
Una primera versión de este artículo fue publicada en The New Statesman. Puede consultarse aquí:
https://www.newstatesman.com/long-reads/2023/07/saudi-arabia-capitalsim-buying-world.