Tras el pensamiento estratégico de Maquiavelo, el análisis de la ruptura polemológica de las Guerras de Italia, las prácticas bélicas en el mundo griego, la era estratégica de la Guerra del Golfo y los mamelucos de Austerlitz, este nuevo episodio de nuestra serie de verano «Estrategias: de Cannas a Bajmut» repasa un asedio olvidado pero absolutamente decisivo de la Segunda Guerra Mundial: Dunkerque. Mientras que la evacuación de la ciudad en 1940 está bien documentada y es popularmente recordada -gracias en parte a una adaptación de Hollywood-, la tardía liberación de la ciudad es menos conocida. Mathieu Geagea lo cuenta.
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Cuando, a finales del verano de 1944, las fuerzas alemanas se atrincheraron en la fortaleza de Dunkerque y sus alrededores, formaron lo que pronto se conocería como una «bolsa». Con este término, nos referimos a una zona militarizada totalmente rodeada, que, de hecho, se encontraba justo en medio del territorio enemigo.
Durante la Primera Guerra Mundial, no se mencionó la existencia de bolsas. Como la guerra fue, principalmente, una guerra de posiciones, con soldados dispersos a lo largo de un frente gigantesco, es difícil imaginar cómo pudieron formarse bolsas enemigas. Cuando los soldados de uno y otro bando salían de sus trincheras para lanzarse al asalto, avanzaban, más o menos, simultáneamente por un territorio definido. Ninguna parcela quedaba fuera y, en consecuencia, la conquista de una zona era total y completa, si es que tenía lugar.
En la Segunda Guerra Mundial, por el contrario, la guerra de movimiento le sucedió a la guerra de posición y este conflicto motorizado hizo que los vehículos blindados de un ejército utilizaran mucho más las carreteras principales para penetrar, lo más rápidamente posible, el territorio del país adversario. De este modo, los ejércitos que defendían su propio territorio se encontraban, a veces, sin darse cuenta en ese momento, en terreno ya conquistado y, por lo tanto, detrás de la línea del frente. Por otra parte, también, ocurría que un ejército que conquistaba territorio enemigo se anticipaba a zonas que resultarían más difíciles de invadir porque estaban mejor defendidas. En consecuencia, el ejército conquistador optaba por eludir esas zonas, en lugar de permanecer en ellas, para proseguir con su avance. El objetivo era derribar estas posiciones mediante un cerco y no mediante un ataque frontal. Así es como se formaron bolsas de resistencia detrás de la línea del frente. Estos focos no constituían, necesariamente, un obstáculo para la conquista o la liberación de un territorio, siempre que no fueran demasiado numerosos, pues, de lo contrario, podían unirse y volverse peligrosos. En cualquier caso, su supervivencia era bastante limitada.
A veces, se utiliza más el término «enclave», que suele confundirse con «bolsa». Sin embargo, existe una diferencia entre ambos términos. Un enclave es un trozo de tierra o territorio completamente rodeado por otro y, por lo tanto, sin acceso directo al mar. Por ejemplo, durante la liberación de Francia, en 1944, en los alrededores de la ciudad normanda de Falaise, a unos cuarenta kilómetros de la costa del Canal de la Mancha, miles de alemanes pertenecientes al VII ejército se encontraron rodeados por los ejércitos americano-británicos y resistieron durante más de dos semanas en la primera quincena de agosto. La memoria colectiva se refiere, a menudo, a la «bolsa de Falaise», aunque los Aliados prefirieran hablar de una simple «isla de resistencia». Literalmente, una «bolsa» significa lo mismo que un «enclave», pero la definición es más amplia e incluye las zonas de resistencia con acceso al mar, como Dunkerque entre 1944 y 1945.
La Segunda Guerra Mundial, una «guerra relámpago», una guerra de movimiento, guerra motorizada, guerra aérea y submarina, se transformó, también, en una guerra de asedio. Estos asedios, ya fueran en torno a Dunkerque, Lorient, Saint-Nazaire, La Rochelle, Royan o a la Pointe de Grave, eran, cuando menos, la antítesis del concepto de guerra moderna. De hecho, prácticamente todos los focos de resistencia alemana que se formaron en territorio francés, en 1944, rodeaban ciudades portuarias que habían sido transformadas en fortalezas por los nazis, dotadas de un sistema defensivo muy sofisticado y que, por lo tanto, fueron acorraladas y, posteriormente, asediadas por los ejércitos aliados.
Ante este fenómeno singular de la Segunda Guerra Mundial, en gran medida, oscurecido por los relatos populares sobre ella, debemos intentar comprender cómo se forma una bolsa: el ejemplo de Dunkerque, uno de los últimos «frentes» activos de la guerra en Europa, es esclarecedor al respecto.
La formación de la bolsa de Dunkerque
El aislamiento de la ciudad y del puerto no era un buen augurio definitivamente, pero, a finales de agosto de 1944, los habitantes de Dunkerque aún eran optimistas. ¿Cómo podían serlo de otro modo, a sabiendas de que París había sido liberada a finales de agosto y de que los ejércitos aliados habían atravesado la región de Picardie en cuestión de unos pocos días? En otras palabras, lo hicieron, incluso, más rápido que los alemanes en 1940. Las propias tropas aliadas se vieron sorprendidas por esta liberación relámpago, ya que esperaban toparse con una línea de defensa a lo largo del Somme. Esto auguraba un colapso de los ejércitos alemanes, como una estampida.
Los habitantes de Dunkerque sólo podían creer que, pronto, serían liberados e, imprudentemente, les restaron importancia a los riesgos de su situación. Para ellos, la espera estaba a la orden del día. Sin embargo, algunos estaban más preocupados que otros, como Paul Brisswalter, director de la central eléctrica de la fábrica de Lesieur, que escribió en su diario, el 24 de agosto de 1944, lo siguiente: «Aquí, todo parece indicar que los alemanes resistirán para tomar la fortaleza de Dunkerque. No deja de ser preocupante ver a todos estos soldados afluyendo a la región en estos momentos. No nos adelantemos. Esperemos con valentía lo que suceda a continuación. Parece que este periodo será fértil en cambios de la situación». Al escribir al día siguiente, Paul Brisswalter fue aún más lúcido, casi profético:
La ansiedad vuelve a apoderarse de nosotros por las consecuencias de los próximos días. ¿Se irán sin luchar? ¿Persistirán en su inútil resistencia? En los últimos días, hemos visto atisbos de una resolución pacífica de la situación. Ante la debacle que se está produciendo, cabría pensar que la sabiduría sustituiría la obstinación. Con los nuevos preparativos en marcha, nuestra confianza se tambalea un poco. No cabe duda de que vamos a quedar atrapados en una enorme bolsa que, ahora, empieza a tomar forma. En resumen, vamos a encontrarnos en las mismas condiciones que en 1940, con la gran diferencia de que los medios de acción se multiplicarán por diez. No tratemos de adelantarnos a los acontecimientos; ¿qué sentido tiene lamentarse por las posibilidades futuras?
El 27 de agosto, consideraba que, prácticamente, no había lugar a dudas y declaró: «De los nuevos preparativos en curso, se desprende que la fortaleza de Dunkerque podrá resistir a toda costa. Nuestro optimismo sobre el final de la guerra se desvanece, pero las situaciones pueden cambiar de un día para otro».
Una vez liberada la ciudad de Lille por parte de los ejércitos americanos, el 3 de septiembre de 1944, el objetivo de los Aliados era alcanzar, lo más rápidamente posible, la costa del Canal de la Mancha y del Mar del Norte. La 2° División de Infantería canadiense descansaba y se reabastecía desde el día anterior, 2 de septiembre, en el sector de Dieppe. El 4 de septiembre, recibió órdenes del 2° Cuerpo canadiense de avanzar hacia Dunkerque por una ruta que la llevaría, primero, a liberar las ciudades de Eu y Abbeville en el Somme y, después, no a lo largo de la costa, sino más al interior, Montreuil, Samer, Desvres y Ardres en el Pas-de-Calais, mientras que la 3° División de Infantería debía asediar las fortalezas de Boulogne-sur-Mer y Calais. De acuerdo con estas instrucciones, la 2° División de Infantería le puso fin a su estancia en Dieppe el 6 de septiembre y convergió, siguiendo la ruta asignada y con gran facilidad, en las afueras de Dunkerque. Esta rapidez no constituyó ninguna sorpresa, ya que los canadienses estaban plenamente conscientes de que los ejércitos alemanes habían optado, deliberadamente, por retirarse sin esperar su llegada y, por lo tanto, sin combatir, con el fin de converger en masa y de atrincherarse tras los bastiones mencionados por Hitler. Desde el 6 de septiembre, las principales ciudades portuarias de la región Nord-Pas-de-Calais estaban sitiadas, aunque el sistema de sitio aún no se había definido completamente.
Alrededor de Dunkerque, ciudades liberadas una por una
Cuando los ejércitos aliados ganaron las puertas de Dunkerque, los alemanes aprovecharon para dinamitar estructuras, puentes y casas, así como las carreteras que conducían a la ciudad portuaria y que cruzaban campos que habían inundado. Sus explosiones provocaron amplios cortes llenos de agua estancada. El 4 de septiembre de 1944, destruyeron, de arriba a abajo, los talleres de Chantiers de France, una empresa de construcción naval de Dunkerque. Tres días más tarde, el 7 de septiembre, a doce kilómetros al sureste de la fortaleza, los canadienses entraron sin demasiadas dificultades a la ciudad de Hondschoote, mientras que, al oeste y al suroeste, les tocó turno a Gravelines y Bourbourg, que fueron liberadas el 8 de septiembre. Al liberar la ciudad de Gravelines, los canadienses tomaron el control de las esclusas que regulaban el nivel de las inundaciones de la región. Apenas llegaron a la ciudad, los ejércitos liberadores abrieron las esclusas que soltaban el agua en el mar, pero, al final, esto sólo redujo ligeramente los niveles de inundación.
En la ciudad de Bourbourg, la iglesia les proporcionó a los alemanes un excelente puesto de observación, ya que se podían cubrir todos los accesos, en particular, la carretera por la que avanzaban las tropas canadienses y que estaba barrida por dos cañones en batería dentro de la ciudad. No obstante, tras algunos combates, la noche del 8 de septiembre, la ciudad de Bourbourg fue liberada definitivamente. Hay que señalar que, en este municipio, la resistencia había actuado ya, el 4 de septiembre, para intentar neutralizar el minado de estructuras, en particular, un puente vital para el avance de las tropas aliadas. Sin embargo, los alemanes no salvaron otros puentes, en especial, el que atravesaba la línea ferroviaria que unía Calais con Dunkerque. Los alemanes destruyeron todos los puentes entre Bergues y Hondschoote, así como tres de los cuatro puentes que unían Dunkerque con sus suburbios.
Tras liberar Gravelines, donde los resistentes habían tomado a unos cuarenta prisioneros alemanes y los habían reagrupado en una guardería, los canadienses decidieron impulsar su avance hacia la costa y llegaron a Pointe-du-Clipon. Quedaron asombrados al descubrir que este modesto tramo de costa contenía más de diecinueve piezas de artillería que apuntaban al mar y que yacían abandonadas por los alemanes en muy buen estado. Inmediatamente después, los canadienses decidieron proseguir con sus esfuerzos en dirección a Dunkerque. Para ello, optaron por liberar la pequeña ciudad de Loon-Plage, situada a menos de cuatro kilómetros al este de Gravelines y a sólo unos diez kilómetros al oeste de Dunkerque. Tres compañías de asalto salieron de Bourbourg y se dirigieron a Loon-Plage, pero se topaban con duras resistencias en pleno camino, a menudo, cuando se encontraban en carreteras muy expuestas. Los intensos combates en las afueras de Loon-Plage hicieron que el asalto fuera costoso en vidas humanas.
Los alemanes reaccionaron violentamente antes de retirarse de la ciudad. Loon-Plage también fue liberada el 9 de septiembre. Lo que estas ciudades liberadas tenían en común era que, aunque geográficamente dispersas, todas estaban situadas al borde de zonas que habían sido inundadas o minadas por los alemanes. Hasta entonces, los alemanes no les habían ofrecido a los Aliados ninguna resistencia fuerte; tanto así que las liberaciones se produjeron sin demasiados bombardeos, lo que hizo que, a los pocos miles de habitantes de Dunkerque que permanecían en la ciudad, les costara creer que los Aliados estuvieran tan cerca de ellos sin ser oídos. De hecho, los municipios liberados hasta el momento no eran los que el comandante de la guarnición alemana de Dunkerque, el vicealmirante Friedrich Frisius, tenía previsto incluir en su sistema de fortificaciones.
Los alemanes opusieron una feroz resistencia al acercarse a Dunkerque
La resistencia fue mucho mayor cuando, el 8 de septiembre, los ejércitos canadienses se toparon con las localidades de Bergues y Spycker, ambas a menos de ocho kilómetros al sur de Dunkerque y parte de la posición de Frisius, donde la intensidad del fuego los detuvo en seco. Los soldados del Reich rociaban con obuses los vehículos aliados que intentaban acercarse, mientras que, en las afueras de Bergues, un tanque canadiense fue inmovilizado y toda su tripulación terminó asesinada. Es importante comprender que, tras liberar Bourbourg, los canadienses querían completar el sitio de Dunkerque y, con este objetivo, ganar el sur de la bolsa. Su objetivo era el modesto pueblo de Grand Millebrugghe, situado a lo largo del canal de la Haute Colme.
Su avance se vio frenado por la constante presencia alemana en el pueblo situado a medio camino entre Bourbourg y Grand Millebrugghe, conocido como Coppenaxfort. Tras un intenso tiroteo, al amanecer del 9 de septiembre, los canadienses penetraron, finalmente, Coppenaxfort, evacuado por los alemanes. Avanzando a lo largo del canal de la Haute Colme, los canadienses penetraron en Grand Millebrugghe, donde, al mismo tiempo que eliminaban la resistencia enemiga en las inmediaciones, se vieron sometidos a un continuo fuego de artillería y mortero.
El 10 de septiembre, los canadienses empezaron a completar el sitio de Dunkerque y el contorno de la bolsa pareció hacerse más claro. Al día siguiente, 12 de septiembre, a varias decenas de kilómetros al oeste, los 12000 defensores alemanes de Le Havre se rindieron tras bombardeos masivos que causaron la muerte de 11000 personas, entre ellas, 9000 civiles, por no hablar de los numerosos heridos. El sitio de Le Havre duró unas dos semanas. Al día siguiente, el 13 de septiembre, para exhortar a la guarnición alemana de Dunkerque a rendirse, los aviones aliados lanzaron octavillas sobre la ciudad anunciando la toma de Le Havre y el bombardeo masivo al que había sido sometida. Todo fue en vano.
Vías de acceso bloqueadas
Unas horas más tarde, por primera vez desde el inicio del asedio, Dunkerque volvió a ser blanco de bombardeos aéreos dirigidos, principalmente, contra las baterías alemanas de defensa antiaérea, pero, pronto, también, contra municipios de los alrededores. El 12 de septiembre, los canadienses, en un ataque dirigido por dos compañías, habían logrado tomar el pueblo de Spycker, incluido en la fortificación de Dunkerque como puesto avanzado. Esto explica que, por primera vez desde el inicio del asedio, los alemanes contraatacaran. Durante dos días, Spycker estuvo bajo el fuego constante de la artillería y los morteros alemanes. En la noche del 13 al 14 de septiembre de 1944, los canadienses se vieron obligados a evacuar el pueblo. Fue su primer fracaso y un ejemplo de la resistencia que podían oponer los alemanes si rompían el perímetro fortificado de la bolsa. El 14 de septiembre de 1944, tras fracasar en Bergues y Spycker, que habían sitiado durante seis días, los canadienses decidieron romper la resistencia de Dunkerque en otro punto del frente. Para ello, se desplazaron al este de Dunkerque, donde sólo lograron liberar parte de la pequeña ciudad de Bray-Dunes, a lo largo de la costa, tras lanzar dos asaltos simultáneos, uno a través de las dunas y otro a través de la ciudad. A pesar de este «éxito a medias», hay que decir que, el 14 de septiembre, los canadienses le habían cerrado el sitio a la guarnición alemana estacionada en Dunkerque, ya que todas las vías de acceso estaban ya bloqueadas.
La reducción de los puestos avanzados alemanes en la fortaleza de Dunkerque era la principal preocupación de los canadienses. Al día siguiente, 15 de septiembre, el ejército canadiense liberó el pueblo de Ghyvelde, todavía al este de Dunkerque, tras un primer intento infructuoso, dos días antes, debido a la falta de información y al insuficiente apoyo de la artillería. En esta toma de Ghyvelde, el batallón francocanadiense perdió una docena de hombres, pero se enorgullecía de haber hecho 119 prisioneros alemanes. La conquista, aunque parcial, de Bray-Dunes y Ghyvelde marcó el límite oriental del frente de bolsa y les puso fin a las operaciones en este sector. La necesidad de que los Aliados dispusieran de información precisa sobre un objetivo, así como la importancia de una buena comunicación entre la artillería y la infantería fueron la clave del éxito de las operaciones. Durante estos últimos días, muchos elementos de las Forces Françaises de l’Intérieur (FFI) cruzaron las líneas alemanas, tanto hacia el este como hacia el oeste, para reunirse con los canadienses y participar en la liberación de las ciudades alrededor de Dunkerque. Una docena de FFI salieron de los pueblos de Rosendaël y Leffrinckoucke, dentro de la bolsa, para reunirse con los canadienses. Entre Ghyvelde y Bray-Dunes, en el frente oriental, setenta FFI cruzaron las líneas para unirse a los Aliados, mientras que alrededor de veinte llegaron a Hondschoote. Lo mismo ocurrió con las redes de resistencia de Dunkerque.
Ejércitos canadienses detenidos por los alemanes
Mientras tanto, en el interior de la bolsa, en la noche del 15 al 16 de septiembre de 1944, los alemanes destruyeron el pueblo de Grande-Synthe, tras desalojar de sus casas a los últimos habitantes, para que no pudiera servir de punto de referencia para la artillería enemiga situada a sólo cinco kilómetros al oeste. El centro histórico del pueblo fue destruido tras la voladura de la iglesia y de algunas casas. Durante la misma noche del 15 al 16 de septiembre, Frisius, que había dudado durante mucho tiempo, decidió evacuar a sus tropas de la ciudad de Bergues, que estaba bajo el hostigamiento de la artillería canadiense. El objetivo de los alemanes ya no era ganar terreno, sino ganar tiempo.
El campanario de Bergues fue volado por los alemanes justo después de que se marcharan a primera hora de la mañana, junto con la iglesia y un depósito de municiones que los alemanes no podían llevarse consigo y que no deseaban dejar en manos de sus enemigos. Luego, al retirarse de Bergues, los alemanes cortaron la carretera que unía Bergues con Dunkerque cavando una zanja ancha y profunda, que unía el canal de Bergues con el terreno situado debajo de la carretera.
Tras tomar Bergues, los canadienses, acompañados por la resistencia locales, prosiguieron con su avance hacia Dunkerque y tomaron la carretera D916 para contraer el perímetro defensivo. Fueron detenidos 1600 metros más adelante, en las afueras del pueblo de Coudekerque, donde los alemanes habían conservado la posición fortificada de Fort Vallières. Entre el 14 y el 16 de septiembre de 1944, las unidades canadienses en las afueras de Dunkerque, que mantenían sus posiciones, informaron, a través de patrullas de reconocimiento, que los alemanes estaban reforzando sus líneas defensivas fortificadas a lo largo de todo el frente. Al día siguiente, el 17 de septiembre de 1944, se produjo la liberación final cuando la 5° Brigada de Infantería canadiense capturó la ciudad de Mardyck, ocho kilómetros al oeste de Dunkerque. La conquista de esta ciudad marcó el final de las operaciones de las tropas canadienses.
Después de eso, el frente apenas cambió. Las tropas aliadas se extendían a lo largo de un frente de cincuenta kilómetros. La bolsa de Dunkerque se había estabilizado. Ese mismo día, por primera vez, la aviación aliada bombardeó el cuartel general del vicealmirante Frisius, en Malo-les-Bains, intensamente desde la tarde hasta el anochecer, lo que mató a varios civiles en el proceso. La artillería tomó, entonces, el relevo de la aviación y la ciudad de Dunkerque fue blanco de ataques por primera vez. En respuesta a estos bombardeos, Frisius propuso colocar nuevas minas en todos los lugares susceptibles de ser bombardeados y enviar material antitanque. El comandante de la fortaleza de Dunkerque parecía temer, más que nunca, una ofensiva aliada a gran escala, pues sabía que no podría detenerla indefinidamente.
Dunkerque sacrificada por razones estratégicas
En las afueras de Dunkerque, la central eléctrica de la fábrica de Lesieur funcionaba sin interrupción, bajo las órdenes y la vigilancia de las fuerzas de ocupación. Tras una visita de reconocimiento de los ingenieros alemanes para colocar cargas explosivas, el emplazamiento de la central, una posición avanzada hacia Bergues, se convirtió, también, en un campamento atrincherado dentro de la fortaleza. Una compañía alemana se instaló allí, emprendió trabajos de defensa y se aisló destruyendo los puentes y hundiendo las barcazas para que los aliados no pudieran utilizarlas para sustituir los puentes destruidos.
El director de la central, Paul Brisswalter, escribió en su diario: «La fábrica está bajo ocupación militar. Las ametralladoras apuntan hacia el exterior a través de agujeros en la valla. […] Peor que nunca, tememos por la fábrica. En ese momento, llegaron nuevos refuerzos, armados hasta los dientes. […] Desde todas partes, se disparan armas mortíferas. […] Estos minuciosos preparativos para la defensa nos hacen creer que la batalla será reñida y que la fábrica será escenario de encarnizados combates». Un violento bombardeo aéreo de la central, el 27 de septiembre, le puso fin a toda la producción de electricidad. Las tropas alemanas abandonaron, entonces, esta posición para retirarse hacia Dunkerque y refugiarse en la fortaleza.
Gracias a sus observaciones aéreas, los Aliados pudieron comprobar que los puertos de Boulogne-sur-Mer y Calais sólo estaban dañados parcialmente, mientras que el puerto de Dunkerque, destruido y encenagado, era completamente inutilizable. En este contexto, la conquista de las fortalezas de Boulogne-sur-Mer y Calais era importante y prioritaria por la amenaza que representaban para el Canal de la Mancha. Dunkerque, en cambio, carecía de interés inmediato. Además, Dwight Eisenhower, comandante en jefe de los ejércitos aliados, creía que, una vez liberados los puertos de Calais y Boulogne-sur-Mer, permitirían transportar suministros para los ejércitos, que aún eran enviados desde Normandía, más concretamente, desde Cherbourg y el puerto artificial de Arromanches. Todo esto fue un factor importante en las decisiones tomadas. A partir de entonces, el destino de Dunkerque quedó sellado: la ciudad portuaria fue, ni más ni menos, sacrificada en el altar de la estrategia.
Dunkerque no fue atacada, sino asediada. La liberación de esta ciudad, símbolo del «milagro» de 1940, se retrasó tanto por las decisiones estratégicas de los Aliados como por la obsesiva determinación de las fuerzas alemanas allí atrincheradas. Sin embargo, los Aliados seguían convencidos de que, aislada, pero no marginada, la bolsa de Dunkerque podía recapitular de un momento a otro. Al menos, se ahorrarían los combates y la consiguiente pérdida de vidas humanas. En los días siguientes, elementos del ejército canadiense, al mando del general Crerar, marcharon, uno tras otro, a pocos kilómetros de la fortaleza de Dunkerque y asestaron algunos golpes contra este bastión sin llegar a atacarlo de frente; así fue hasta principios de octubre de 1944, cuando los últimos elementos del ejército canadiense, que acababan de tomar Calais, pasaron cerca del frente de Dunkerque.
Las FFI le echan una mano a los canadienses
Otros elementos militares fueron desplegados alrededor de la fortaleza de Dunkerque, en sustitución de la 2° División de Infantería canadiense. El 22 de septiembre de 1944, el comandante francés Edouard Dewulf, que se había unido a la resistencia en 1942 en el sector de Dunkerque, recibió el mando de las FFI al frente de Dunkerque. Al día siguiente, 23 de septiembre de 1944, el jefe de escuadrón francés Raoul Lehagre fue nombrado, por el comandante de la región militar 1, el general Deligne, comandante de la zona territorial de Dunkerque, con la misión de estructurar los distintos grupos de las FFI.
Tenía ante sí una difícil tarea, la de transformar en tropas regulares a los francotiradores que habían salido de la clandestinidad, que, sin duda, habían brillado por su audacia, su espíritu de lucha, su desprecio por el peligro, que estaban animados por una fe y un ideal, pero que no estaban, en absoluto, preparados para las operaciones de campaña y, menos aún, para la servidumbre ni la disciplina de las tropas regulares. Según una orden emitida por el gobierno provisional de la República de Francia, el 9 de junio de 1944, sólo tres días después del desembarco aliado en Normandía, las FFI formaban parte integrante del ejército francés y gozaban de todos los derechos y beneficios concedidos al personal militar en virtud de la legislación vigente. En septiembre, se les ofreció a casi 1200 voluntarios, de opiniones y orígenes militares muy diversos, un compromiso «por la duración del sitio de Dunkerque más treinta días», lo que constituía una fórmula sin precedentes.
En cualquier caso, lo único que les importaba era participar en la liberación de Dunkerque y poder volver a sus ocupaciones anteriores inmediatamente después. Aunque la gran mayoría de estos voluntarios aceptó alistarse, hay que señalar que algunos jóvenes se alistaron por periodos más largos, mientras que una minoría prefirió declinar la oferta y regresar con sus familias. Los voluntarios, que recibieron una tarjeta de identidad militar, se dividieron en dos unidades: el batallón «Dunkerque», dirigido por el comandante Bienassis, que reunía a hombres de la región de Lille y a una compañía de las FFI de Cassel, y el batallón «Jean Bart», formado, principalmente, por elementos locales evacuados de Dunkerque y dirigido por Edouard Dewulf, que tenía autoridad sobre todas las FFI. Desde el punto de vista del mando, la situación se había aclarado, ya que las FFI dependían, ahora, de un cuartel general francés, a su vez, vinculadas con el de los Aliados. Además, la llegada progresiva de refuerzos aliviaba, poco a poco, la carga de la resistencia local y los efectivos, mejor distribuidos, formaban una línea coherente detrás del frente, lo que distaba mucho de ser el caso hasta entonces.
Equipo de combate rudimentario y condiciones meteorológicas difíciles
Al comienzo del asedio, el armamento de las FFI era, cuando menos, variopinto: estaban las que conservaban desde 1940, las que habían recuperado de los alemanes y, poco a poco, armas amablemente donadas por los canadienses, los británicos y los checos. El 30 de septiembre de 1944, el 2° Regimiento Antiaéreo Pesado canadiense se trasladó desde Calais, que se rindió ese mismo día, para tomar posiciones en las afueras de Dunkerque. No obstante, los canadienses, pronto, descubrieron que su equipo y material no eran adecuados para el combate de asedio. Su artillería antiaérea pesada tuvo que ser adaptada para uso terrestre y los canadienses no disponían, inicialmente, de proyectiles de percusión que explotaran al impactarse contra el suelo. Además, a finales de septiembre de 1944, las condiciones meteorológicas no podían ser peores: las lluvias otoñales obligaban a los soldados y a sus equipos a vadear el barro de Flandes. Afortunadamente, los acantonamientos, que se fueron construyendo, poco a poco, como pequeños pueblos sobre el terreno, ofrecían un mínimo de comodidad. A ambos lados de un frente que, ahora, se había estabilizado, los soldados alemanes asediados y los Aliados acampaban en sus posiciones. Y esta situación permaneció así durante los siete meses siguientes.
La situación de los civiles
Tras una tregua organizada, en los primeros días de octubre de 1944, entre los ejércitos enfrentados, más de 17000 civiles decidieron abandonar la bolsa de Dunkerque para unirse a los territorios liberados. Alrededor de 800, en cambio, optaron por permanecer al interior de la fortaleza nazi. El apego a sus modestas propiedades o la presencia de personas mayores en la unidad familiar fueron las razones más comunes del comportamiento de los que llegaron a ser conocidos como «los acérrimos». Tres meses más tarde, el 3 de enero de 1945, el vicealmirante Frisius hizo pública una proclamación en la que anunciaba su decisión de crear campos de alojamiento para los civiles que permanecían en la fortaleza. Por razones administrativas, esta decisión no se ejecutó hasta el mes siguiente. Al parecer, esta medida de alojamiento de varios centenares de civiles se tomó después de que el aeródromo, instalado por los alemanes en el emplazamiento del antiguo hipódromo de Rosendaël, fuera objeto de un intenso fuego aliado, lo que sugería una actividad de espionaje al interior de la fortaleza.
Naturalmente, los futuros internados franceses se resistían a abandonar sus hogares. El 12 de febrero de 1945, Frisius inspeccionó, por primera vez, lo que iban a ser los campos de alojamiento, es decir, bloques de casas rodeados de alambres de púas con un centinela en la entrada, en los que se hacinarían los civiles. Esa noche, en su diario, Frisius reveló, en pocas frases, las verdaderas razones de esta decisión: «Los campos de alojamiento dan pena de sólo verlos, pero, ¿qué puedo hacer? Primero, tengo que encerrarlos a todos para hacerme una mejor idea de la situación. Ésta podría ser la única vez, en la historia de la guerra, en la que se les permite a los enemigos vagar libremente durante tanto tiempo en una fortaleza rodeada. Aun así, espero, en esta ocasión, atrapar a algunos personajes sospechosos». Los civiles son presentados, así, como los enemigos de los ejércitos ocupantes y Frisius expresa hacia ellos más desconfianza que compasión.
El alojamiento tuvo lugar el 18 de febrero. El número total de civiles internados en estos campos fue de 740, distribuidos del siguiente modo: 119 en Saint-Pol-sur-Mer, al oeste de Dunkerque; 182 en Malo-les-Bains, al este de Dunkerque; 266 en Coudekerque-Branche, al sur de Dunkerque. A estos tres campos, hay que añadirles a 173 ancianos que fueron acogidos en el hospicio de las Petites Sœurs des Pauvres, en Rosendaël. A partir de ese momento, los «acérrimos» se convirtieron en verdaderos prisioneros. Además de los ancianos y los niños, todos los demás civiles mayores de catorce años fueron obligados a realizar trabajos forzados. Esta decisión marcó una mayor diferencia entre la bolsa de Dunkerque y las demás bolsas de la costa atlántica, ya que, en ninguna de ellas, la población civil, aunque más numerosa, tuvo que abandonar sus hogares para ser concentrada en campos de prisioneros.
Varios meses de estancamiento
En los tres primeros meses de 1945, el sitio de Dunkerque osciló entre la inmovilidad y las escaramuzas. Olvidada en todos los comunicados, no era más que una batalla sin nada en juego en el frío y el barro, salpicada de duelos de artillería. Patrullas, escaramuzas en torno a una granja aislada, ataques limitados a ambos lados del frente: así era la vida cotidiana de los combatientes. Por otra parte, la inmovilidad es, siempre, un vector de exacerbación y esto es lo que surge, en ambos lados de la línea de fuego, en el seno de los ejércitos combatientes. Mientras que las tropas aliadas estaban invadidas por una cierta apatía, las deserciones aumentaban en la guarnición alemana.
En su primer número, fechado el 10 de febrero de 1945, el semanario Le Nouveau Nord comparaba el asedio de Dunkerque con «una guerra de gato y ratón». La situación no podía resumirse mejor. Peor aún, el destino de Dunkerque fue, completamente, ignorado, incluso en los informativos radiofónicos, como en este programa emitido por la radio francesa la noche del 10 de marzo de 1945. Un periodista de guerra presentó un reportaje sobre los focos de Lorient, Saint-Nazaire, La Rochelle, Royan y la Pointe de Grave, pero no dijo ni una palabra sobre la situación en Dunkerque.
No puede haber mayor desgracia y no es la primera vez que la fortaleza de Dunkerque se encuentra en el frente del olvido. Los círculos oficiales parecen haber perdido de vista esta importante ciudad y su triste destino y la población francesa se porta sumamente desinteresada. ¿Acaso ignoran, o fingen ignorar, que miles de soldados aliados, entre ellos, sus propios compatriotas, siguen librando una guerra dolorosa y mortal en el extremo norte de Francia? El sitio de Dunkerque parece haber sido olvidado por completo por una gran parte del país ya liberado. Nada lo ilustra mejor que otro artículo de Le Nouveau Nord, publicado el 10 de abril de 1945. Una encuesta realizada en dos ciudades del sur, Albi, prefectura del Tarn, y Niza, capital de los Alpes Marítimos, reveló que la inmensa mayoría de los habitantes de estas dos ciudades ignoraba que la ciudad de Dunkerque y sus alrededores inmediatos seguían en manos alemanas. En respuesta a una pregunta, un habitante de Niza exclamó: «Si Dunkerque siguiera ocupada, la gente lo sabría». En otro lugar, una mujer albigense le gritó a su inquilino de Dunkerque: «¡Vuelve a tu país!». Estaba deseosa de alquilar su propiedad a personas capaces de pagar un alquiler más alto. Dunkerque se había hundido en el olvido.
Sin embargo, el mes de abril de 1945 le puso fin a este letargo. La ofensiva, lanzada el 9 de abril, del vicealmirante Frisius fue la última iniciativa alemana y, además, la última de toda la Segunda Guerra Mundial en territorio francés. Esta ofensiva, tan peligrosa como inesperada, les permitió a las tropas sitiadas avanzar dos kilómetros y, unos días más tarde, dio lugar a la organización de una nueva tregua entre los ejércitos enfrentados, con el intercambio de soldados hechos prisioneros durante la ofensiva y una segunda evacuación de los civiles que habían permanecido en la bolsa.
Una publicación tardía
La fortaleza de Dunkerque no fue liberada hasta principios de mayo de 1945, cuando la guarnición alemana se rindió tras la caída del Tercer Reich. Sin embargo, cuando Dunkerque recuperó su libertad, hubo una gran decepción para los civiles «acérrimos», que pensaban que podrían quedarse. Sin embargo, apenas fueron liberados, estos pocos centenares de personas tuvieron que ser evacuados en camiones por orden de los británicos, que tomaron posesión del fuerte que se les había resistido durante tanto tiempo.
El representante del municipio de Malo-les-Bains, informado sobre la evacuación de la población civil que había permanecido en la bolsa, escribió: «Se desató la consternación y el desánimo. Decidimos marcharnos sólo por la fuerza y bajo amenaza de ser ametrallados. Sin embargo, tuvimos que irnos». Sin embargo, los civiles alojados en el campo de Saint-Pol-sur-Mer se resistieron a las órdenes británicas y no fueron evacuados hasta tres días después, el 12 o 13 de mayo de 1945. Apilados en camiones y conducidos a Hazebrouck, a todos los civiles se les sirvió una abundante comida mientras Seguridad Militar revisaba sus documentos. A continuación, se les interrogaba individualmente para averiguar por qué habían permanecido en la bolsa: los Aliados buscaban civiles que hubieran colaborado o fraternizado con los alemanes. Los pocos centenares de personas que permanecieron en la fortaleza alemana no fueron bien recibidos por los demás civiles que habían abandonado la bolsa el año anterior, convencidos de que sólo podían ser colaboradores. De los 600 civiles, unos 50 se quedaron bajo vigilancia de las autoridades aliadas. Algunos de ellos tuvieron que responder ante los tribunales.
Al final del interrogatorio, la mayoría de los civiles fueron conducidos al centro de acogida de Lille. Por unanimidad, habrían preferido permanecer unos días en sus respectivos campos antes que verse obligados a alejarse varias decenas de kilómetros de la aglomeración de Dunkerque, que habían logrado, al menos, hasta ahora, no abandonar.
Durante los ocho meses que duró el asedio, se produjo un desfase entre el prolongado estado de guerra en Dunkerque y una Francia que, liberada casi por completo, trabajaba ya en su reconstrucción. Para la mayoría de los franceses, la Liberación ya se había celebrado y consumado en 1944. La caída de la fortaleza de Dunkerque pasó, prácticamente, desapercibida en el resto de Francia, ya que el anuncio de su rendición quedó, en gran medida, cubierto por la proclamación oficial de la rendición del Tercer Reich. Las grandes multitudes de parisinos eufóricos en la capital, el 8 de mayo de 1945, no celebraban, evidentemente, la liberación de Dunkerque ni la de las demás plazas de la costa atlántica, sino la caída de la Alemania nazi.
Además, Francia se encontraba en pleno periodo electoral, entre las dos rondas de las elecciones municipales. Eran las primeras elecciones que se celebraban desde 1937, es decir, ocho años antes, y eran tan importantes como que, por primera vez, se les permitía votar a las mujeres. La organización de tales elecciones demostró, perfectamente, que la situación en Dunkerque y en las demás fortalezas era ampliamente ocultada por el gobierno provisional de la República de Francia. El general de Gaulle, a la cabeza de este gobierno, tenía prisa por organizar las elecciones y no se esperó al final de la guerra para establecer las fechas.
Además de las decenas de miles de franceses que seguían bajo el yugo nazi, también, quedaron excluidos de esta votación otros votantes, como los prisioneros de guerra que aún no habían regresado, los sobrevivientes de los campos de exterminio y los civiles al servicio del ejército francés. La organización de estas primeras elecciones de posguerra demostró la naturaleza de dos velocidades de Francia. Sólo unas semanas más tarde, la ciudad de Dunkerque, en ruinas, fue testigo del regreso progresivo de sus habitantes.
El verano de 1945 vio renacer la zona de Dunkerque, no sin dificultades. En primer lugar, la zona recién liberada tuvo que ser limpiada de minas por los prisioneros de guerra alemanes, antes de que pudiera medirse el alcance de la destrucción y de la enormidad de la tarea a la que se enfrentaban las autoridades públicas.
A finales de 1945, se habían dado los primeros pasos hacia la reconstrucción…