Este verano, nuestra serie Gran Tour le invita de nuevo a explorar la afinidad entre figuras clave de la intelectualidad contemporánea y espacios geográficos en los que no nacieron o no vivieron realmente y que, sin embargo, han desempeñado un papel crucial en sus propias vidas. Esta semana, arrancamos subiendo a bordo del barquito de un gran científico que recita a Petrarca bajo las estrellas de la Provenza.
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Históricamente, las fronteras de la Provence han variado con frecuencia. ¿Cuáles serían las fronteras de su Provence?
Nunca he entendido qué son las fronteras, aparte de líneas arbitrarias trazadas por poderes que compiten por recursos y que intentan controlar las narrativas. Para mí, Provence es un nombre que evoca poetas medievales, campos de lavanda y tienditas para turistas.
A lo largo de su carrera, abandonó Italia para ir a Estados Unidos y, después, se instaló en el sur de Francia. ¿En qué medida esta experiencia de cruzar fronteras ha contribuido a su visión del mundo?
Haber vivido en distintos países y haber viajado mucho ha contribuido, sin duda, a mi visión del mundo. Todos los seres humanos son muy parecidos, pero, también, se distinguen por una gran diversidad de ideas, actitudes, creencias y lecturas del mundo. Las ideas difieren de un país a otro y de una región a otra dentro de un mismo país, al igual que entre distintos grupos, clases sociales y áreas culturales. Esta variedad es una inmensa riqueza. Es el terreno fértil del que brotan nuevas ideas. Aprendemos constantemente y enriquecemos nuestro pensamiento gracias a la diversidad.
¿Cuál fue su primer contacto con esta región?
De niño, viajaba, con frecuencia, a esta región. A los 14 años, pasé unos meses con una familia francesa en Nîmes, pero, a lo mejor, eso ya no es Provence… A los 18, con mi primera novia, hice un largo recorrido por Francia en un pequeño Fiat 126 verde claro; dormíamos en el coche o en una tienda de campaña y comíamos baguettes, Caprice des Dieux y tomates que, por lo general, nos robábamos de supermercados; sacábamos gasolina de una manguera, en las noches, de grandes coches estacionados afuera –sólo empecé a apreciar el valor de la legalidad más tarde.
La última parte de nuestro viaje tuvo lugar en Provence. En Saint-Tropez, mi novia se atrevió a hacer topless en la playa: en Italia, en ese entonces, era impensable; aquí, era normal. En Montecarlo, intentamos entrar a un casino, pero nos echaron; no sé si fue porque éramos demasiado jóvenes o porque, evidentemente, no teníamos dinero.
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Sin embargo, el primer contacto que me regresó a Provence de adulto fue mi llegada, en coche, desde Italia hace unos veinte años, en calidad de invitado por parte de la Universidad de Marseille para explorar la posibilidad de un traslado por mi parte. Recuerdo muy bien el viaje por la costa y la llegada a Marseille: el color deslumbrante del cielo, los gritos de las gaviotas, el viento de mistral que golpeaba la playa, la luz cegadora.
Me enamoré inmediatamente del lugar y decidí que quería vivir ahí.
¿Qué le hizo decidir quedarse?
Por aquel entonces, llevaba unos diez años viviendo en Estados Unidos y ya estaba harto de la violencia cotidiana e institucional que reinaba en ese país. Quería volver a Europa, donde la cultura parecía más suave. En Marseille, me gustó, enseguida, la multiplicidad de culturas, la confusión, la vivacidad. Encontré una casa en Cassis, junto al mar. La franja de mar entre Cassis y Marseille, las Calanques, se convirtió en mi patio de recreo.
Y, entonces, el sistema de investigación francés me ofreció el marco perfecto para mi trabajo: encontré todo lo que necesitaba. Un paraíso. Estoy muy agradecido con Francia. Me recibió con los brazos abiertos y me dio los medios para desarrollar el maravilloso grupo de investigación con el que hice, y sigo haciendo, tanta ciencia. En un momento en el que tenía muchas ganas de volver a Europa, Francia me lo permitió de la mejor manera posible.
También, estoy vinculado con Francia por otra razón más lejana: fue el destino de mi primer viaje en solitario. Cuando tenía 14 años, me enteré de que, en Taizé, Francia, una extraña comunidad monástica interconfesional e inconformista reunía a todo tipo de jóvenes para hablar y encontrarse, «en búsqueda», como se decía entonces. Decidí ir allí por mi cuenta haciendo autostop, cosa que, a mis pobres padres, no les hizo ninguna gracia. Fue un momento precioso: me dio el gusto de la libertad, de las carreteras del mundo; me dio la oportunidad de conocer a gente diferente, de contar historias y de escuchar. Sobre todo, se trataba de descubrir los vastos espacios de pensamiento de quienes son diferentes a nosotros. Fue una experiencia maravillosa.
En general, para un italiano como yo, los franceses son primos un poco diferentes. Por lo regular, los italianos están convencidos de que Italia no vale nada. Me parece que los franceses no piensan lo mismo de Francia, pero, al fin y al cabo, por supuesto, la variedad de pueblos, de culturas locales, de complejidad cultural, social e ideológica es mucho mayor que estas simples divisiones de países, que sólo tienen peso porque los Estados-nación se esfuerzan, por razones políticas, en construir y mantener identidades nacionales deletéreas.
¿Tenía alguna imagen o representación concreta de la Provence antes de venir? En caso de que sí, ¿cuáles eran?
De Francia, tenía la imagen del gran país europeo que mejor expresaba los valores del continente, de un país rico, socialista (acababa de pasar diez años en Estados Unidos), funcional (crecí en Italia). Sólo tenía vagas nociones del sur de Francia, aunque hubiera estado allí de niño. Sin embargo, me pareció que era un compromiso perfecto que combinaba la prosperidad europea con la calidez (en todos los sentidos de la palabra) del sur.
¿La Provence lo ha inspirado en su trabajo?
Me dio veinte años de paz en los que pude trabajar duro y bien.
Esta región tiene un doble carácter. Por un lado, una parte de su territorio está totalmente volcada hacia el mar. Por otro, existe una Provence más austera, más terrenal, más bella. ¿Prefiere uno u otro de estos dos tipos de Provence?
Conocí la Provence junto al mar. Mi casa tiene una terraza que da al Mediterráneo, lo que hace que la vida sea hermosa y que cada día sea un espectáculo nuevo y diferente. He viajado por la Provence interior, pero no me conquistó. Hay una parte muy turística que nunca me ha parecido real y otra más montañosa, pero pasé mi juventud en las Dolomitas y en el Mont Blanc.
La ética del diálogo está en el centro de sus declaraciones públicas. A pesar de la rica historia de una región donde se han mezclado muchas culturas mediterráneas (y más lejanas), Provence es, políticamente, una región donde el nacionalismo xenófobo está particularmente bien representado. ¿Lo considera una contradicción?
Ningún lugar es igual; la gente es diferente, pero es cierto que, a mí, también me sorprendió un poco esta compleja mezcla de estrechez de mentalidad y pluralidad de mundos. En otras partes del mundo, las diferencias son un poco más marcadas. Hay muchas razones históricas y geográficas para ello, pero no creo ser la persona adecuada para hablar de ellas.
Los incendios siempre han sido una amenaza en Provence y es probable que la situación empeore en los próximos años. Petrarca cantaba un agua provenzal «clara, fresca y dulce». Pronto, podría ser sólo un recuerdo. ¿Habrá influido en su forma de pensar el hecho de vivir en una región especialmente expuesta al calentamiento global?
Sí, Petrarca vio a Laura desnudarse para entrar al agua y la emoción fue tan fuerte que nació la poesía italiana…
Chiare, fresche e dolci acque,
ove le belle membra
pose colei che sola a me par donna;
gentil ramo ove piacque
(con sospir’ mi rimembra)
a lei di fare al bel fiancho colonna;
herba et fior’ che la gonna
leggiadra ricoverse
co l’angelico seno;
aere sacro, sereno,
ove Amor co’ begli occhi il cor m’aperse:
fecha udïenzia insieme
a le dolenti mie parole extreme.
Quizás, por eso, recuerdo a mi primera novia metiéndose al agua en Saint-Tropez, cuando la ciudad aún no era famosa.
No obstante, no, no creo que, en Provence, percibamos el riesgo climático más que en otros lugares. Los instrumentos científicos son los que nos permiten medir el riesgo para el mundo, no el calor que sentimos.
¿Hay algún lugar de la Provence que le guste en particular: una ciudad, un monumento, un sendero, un panorama? ¿Puede decirnos por qué?
Tengo un barquito, un pointu provenzal –se llaman así porque son pequeñas embarcaciones puntiagudas por la proa y la popa. Cuando puedo, salgo al mar solo y llego a un arrecife en las Calanques donde hay un barranco por el que puedo entrar. Sólo veo la roca, el agua, el sol poniente, el olor del mar y soy perfectamente feliz.