La semana pasada, Emmanuel Macron dijo estar «comprometido a mantener un diálogo constante y exigente con China». Y en un discurso sobre las relaciones UE-China, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, que acompañará al presidente Macron a China dentro de unos días, habló de la necesidad de un «intercambio abierto y franco«. ¿Le parece esto posible?
Por supuesto, es necesario un diálogo exigente, franco y abierto con China. Pero será difícil establecerlo durante esta visita, por tres razones. En primer lugar, el Partido Comunista Chino rechaza categóricamente, y con más vigor que antes, cualquier discusión sobre temas sensibles. Esto incluye Taiwán, Xinjiang, cuestiones de derechos humanos en el sentido más amplio… Estos temas se mencionaron sin ambages en el discurso de Ursula von der Leyen, y esto en sí mismo ya es problemático para el Partido Comunista Chino, que considera que no se debe dejar pasar nada. En cuanto se plantean estos temas, los interlocutores chinos devuelven sistemáticamente las críticas o incluso humillan a sus interlocutores.
En segundo lugar, es probable que resulte especialmente difícil establecer un diálogo exigente con China sobre la invasión rusa de Ucrania, ya que desde el principio la caracterización de los hechos es divergente (el gobierno chino se niega precisamente a hablar de «invasión» rusa, a condenar las acciones y posiciones de Moscú) y se mantiene estratégicamente una ambigüedad en torno a ciertas nociones. Por ejemplo, el plan de 12 puntos publicado por China el 24 de febrero de 2023 hace referencia a la importancia de respetar la soberanía, la independencia y la integridad territorial de todos los países, sin referirse específicamente a Ucrania.
En tercer lugar, el diálogo con China se ve dificultado por un fenómeno que yo denomino «definition gap» 1. La diplomacia china utiliza cada vez más las mismas nociones que la diplomacia europea (derechos humanos, Estado de Derecho, democracia, apertura, multilateralismo, multipolaridad, globalización…) pero vaciándolas de su significado original, refiriéndose a algo totalmente distinto. Redefinir las palabras problemáticas para mantener la confusión y diluir las críticas es una estrategia desarrollada por las autoridades chinas desde el inicio del primer mandato de Xi Jinping, y no hay que subestimar su importancia. Ahora lo hace junto a Rusia, defendiendo el relativismo: no hay valores universales, China y Rusia son «democráticas» y otras formas de democracia no son «superiores» a la suya -así lo dijeron los dos líderes durante su encuentro en Moscú en marzo 2023 -. Este relativismo ya fue defendido en el comunicado conjunto del 4 de febrero de 2022, emitido tras la visita de Vladimir Putin a Pekín con motivo de los Juegos Olímpicos de Invierno.
Justamente, ¿qué análisis hace de la visita de Estado del presidente chino a Rusia hace diez días?
Esta visita confirma el acercamiento entre los dos países. De hecho, el acercamiento sino-ruso ha sido subestimado durante nueve años. En 2014, tras la anexión de Crimea, cuando Rusia se volvió hacia China firmando con ella importantes acuerdos energéticos, algunos hablaron de una cooperación pragmática y a corto plazo. La relación bilateral se describió a menudo como un simple «matrimonio de conveniencia». Esto pasa por alto tanto el abanico de áreas de cooperación entre ambos países (energética, pero también militar, espacial, diplomática…), como las motivaciones más profundas que unen a los dos países: ante todo, su fuerte resentimiento contra lo que llaman «Occidente». Existen verdaderas convergencias políticas e ideológicas entre Pekín y Moscú, visiones compatibles del futuro del mundo y la designación de un enemigo común. El Partido Comunista Chino se ve a sí mismo en el mismo campo que la Rusia de Vladimir Putin. En China, el discurso oficial es cada vez más violento y concluye siempre que las crisis regionales e internacionales han sido causadas principalmente por Estados Unidos y sus aliados, a los que se acusa de fomentar solapadamente «revoluciones de color» 2. Este discurso había sido hasta ahora subyacente en China, pero ahora está pasando a primer plano con una virulencia que no se veía desde Mao.
El comunicado conjunto firmado por los dos presidentes durante la visita de Xi Jinping a Moscú afirma con precisión que los dos países se comprometen a reforzar su cooperación para prevenir las «revoluciones de colores». Los dos países se apoyan mutuamente en su oposición a los cambios de régimen, empezando por el suyo propio. Así de sencillo. No hay que tratar de analizar las declaraciones oficiales con demasiada inteligencia: hay que tomarlas al pie de la letra. No es casualidad que Xi Jinping afirmara públicamente su confianza en la reelección de Vladimir Putin en 2024, ni que Putin felicitara una vez más a Xi Jinping por la prolongación de su propio mandato.
¿La invasión de Ucrania ha acelerado o frenado el acercamiento sino-ruso?
Desde el comienzo de la guerra, China no se ha distanciado de su socio estratégico. Al contrario, la relación bilateral se ha reforzado a varios niveles. Pekín ha reforzado su cooperación energética, económica y diplomática con Moscú desde el comienzo de la invasión rusa, a pesar del riesgo de sanciones secundarias y del descontento de la Unión Europea. El volumen total del comercio entre China y Rusia aumentó en 2022 casi un 30% interanual en comparación con 2021, según las cifras de las aduanas chinas publicadas a mediados de enero de 2023. Se han firmado nuevos contratos energéticos con tarifas preferenciales para China y negociados en yuanes, para evitar el dólar. En mayo de 2022, Rusia se convirtió en el mayor proveedor de petróleo de China. Diplomáticamente, China ha hecho todo lo posible para evitar que Rusia se convierta en un Estado paria, aumentando los intercambios bilaterales de alto nivel desde el comienzo de la guerra, cooperando con Rusia en el G20, los BRICS y otros foros multilaterales. En abril de 2022, China se opuso -sin éxito- a la suspensión de Rusia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU.
Paralelamente, China siguió realizando maniobras militares conjuntas con Rusia: en el mar de China Oriental a finales de 2022, frente a las costas de Sudáfrica en febrero (también con Sudáfrica), frente al golfo de Omán (también con Irán) en marzo.
La visita de Xi Jinping a Rusia consolidó el apoyo político mutuo entre ambos países frente a lo que consideran la amenaza occidental. En el frente geoestratégico, ambos condenan la existencia de AUKUS (el acuerdo de cooperación militar entre Estados Unidos, Australia y Gran Bretaña), las estrategias «Indo-Pacíficas» y la OTAN -de esta última han expresado su preocupación por su creciente presencia en Asia-. El deseo común de crear juntos un nuevo orden mundial es el motor del acercamiento sino-ruso.
Pero, ¿esta relación parece cada vez más desequilibrada?
Por supuesto, existe un desequilibrio económico entre la segunda y la undécima economía del mundo. Pero esto no ha impedido -y sigue sin impedir- la progresiva consolidación del acercamiento, porque el objetivo a largo plazo es político, ideológico y geoestratégico.
Además, el desequilibrio no se observa en todos los ámbitos. China es consciente de que Rusia es miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, que es una potencia militar nuclear -a pesar de las limitaciones observadas actualmente en Ucrania-; también es una potencia diplomática, espacial y propagandística. Además, en su comunicación, China trata a Rusia con cuidado. Por ejemplo, desde 2013, ha tranquilizado constantemente a Rusia sobre las Nuevas Rutas de la Seda, diciendo que no era un proyecto competidor.
Hoy está de moda decir que Rusia se vuelve el “vasallo” de China. La expresión me molesta, porque puede implicar que el acercamiento sino-ruso no es sostenible -algo que ya se afirmaba hace nueve años y que ha demostrado ser falso-.
En su libro Último vuelo a Pekín (Dernier vol pour Pékin, Ed. de l’Observatoire, 2022 – no traducido), usted describe una China que, tras una fase de apertura a Occidente, ha optado por cerrarse a él: la competencia está primando sobre la cooperación. En su opinión, ¿fue premeditado este cambio de actitud, siendo la apertura sólo un señuelo o una oportunidad que se pensó temporal desde el principio? ¿O es más bien el resultado de una marcha atrás vinculada a la decepción china por los resultados de esta apertura a Occidente?
Este cierre más marcado -que es una evolución pero no un cambio de rumbo- es el resultado de la renovación ideológica observada desde que Xi Jinping llegó al poder a finales de 2012. Para el secretario general del PCC, ha llegado el momento -ahora que China ha consolidado su estatus de segunda economía mundial- de volver a los fundamentos del «socialismo con características chinas», lo que incluye reforzar la formación y el control ideológico de los altos cargos del Partido, una oposición más estricta y sistemática a las ideas liberales defendidas por lo que el PCC denomina «fuerzas occidentales hostiles» y, por último, un replanteamiento de la economía.
Es probable que China siga cerrándose a una parte del mundo, incluidos los periodistas extranjeros y, más en general, los occidentales que viven en China. Bajo Xi Jinping, el PCC cree que debe luchar más que nunca contra las influencias extranjeras en su territorio, y contra las protestas locales que, cuando surgen, son reinterpretadas como manipulaciones del exterior. Pero también cree que ahora debe contraatacar internacionalmente, subrayando el presunto declive de Occidente y golpeando con fuerza para acompañar este declive.
Paralelamente a este cierre a las ideas, se produce un cierre progresivo de la economía china. El papel del Partido en la economía y la sociedad es cada vez más fuerte. Un número creciente de sectores económicos (nuevas tecnologías, entretenimiento, educación privada, etc.) están supervisados por las autoridades. Xi Jinping llamó en su discurso de apertura del XX Congreso, el 16 de octubre de 2022, a luchar contra «el culto al dinero», el «hedonismo» y el «egocentrismo». Anteriormente había pedido a los jóvenes que tuvieran «buena moral». Es probable que en los próximos años veamos un replanteamiento por parte del PCC de los patrones de consumo, y más ampliamente de la moral de la población china, con llamamientos a consumir más chino para avanzar hacia la autosuficiencia, pero también a consumir más moderadamente para alejarse de las prácticas de «depravación» occidental, que según el Partido no deben ser las de un país socialista. El acercamiento de China a Occidente, que comenzó antes de la crisis pandémica, es una tendencia a largo plazo que se está acelerando.
¿Cómo se manifiesta concretamente el antioccidentalismo que usted señala en Pekín? ¿Es prerrogativa de los apparatchiks del PCC, o también está extendido entre la población?
La instrumentalización de la historia alimenta hoy la llamada diplomacia de los «lobos guerreros», que se ha vuelto especialmente ofensiva desde 2019 y que sigue vigente. Esta instrumentalización es alimentada por los libros escolares, revisados en 2021 y en los que el Partido se jacta de haber lavado las humillaciones de los siglos pasados. Este sentimiento de haber sido humillados por Occidente y el deseo de venganza están plenamente integrados en la función pública china, incluidas las instituciones de política exterior.
¿Se percibe a Occidente en China como un bloque monolítico? ¿Son diferentes las visiones de Europa, por un lado, y de Estados Unidos, por otro?
No como un bloque monolítico, sino como un conjunto de países enemigos. Los Estados miembros de la Unión Europea son clasificados por la diplomacia china en la peyorativa categoría de «occidentales», al igual que Estados Unidos; pero para Pekín son por el momento occidentales útiles, en el sentido de que una mayor cooperación entre China y algunos de los Estados miembros de la Unión Europea puede generar tensiones transatlánticas y debilitar así el campo occidental. Es principalmente por esta razón que la diplomacia china adora el concepto europeo de «autonomía estratégica» y pide el establecimiento de una autonomía «real».
Al mismo tiempo, cuando los países europeos se pronuncian sobre Xinjiang o sobre la situación de los derechos humanos en China, se les tacha de «perros corredores» -una expresión maoísta que sigue en uso- y de seguidores de Estados Unidos. Pero la ofensiva de encanto lanzada por Pekín hacia Europa en los últimos meses no debe ocultar un hecho evidente: Europa no es percibida en Pekín ni como un socio prioritario, ni como un socio a largo plazo de China. Todas las iniciativas de cooperación lanzadas recientemente por China se dirigen principalmente a los llamados países «en desarrollo». Un ejemplo entre muchos: la Iniciativa de Seguridad Global (GSI – 全球安全倡议), cuyo «documento conceptual» acaba de publicarse 3, menciona 14 veces a África, pero nunca a Europa 4.
En su opinión, el cierre de China a Occidente no es un cierre al mundo, en la medida en que el país intenta compensarlo mediante asociaciones alternativas. ¿Son éstas capaces de compensar la pérdida que supondría para Pekín una ruptura de lazos con Occidente?
Efectivamente, la rivalidad entre China y Estados Unidos suele analizarse como una rivalidad estrictamente bilateral entre dos países. Pero ahora es una rivalidad entre grupos de países. Mientras que la alianza entre Estados Unidos y sus aliados se renueva y consolida bajo diversas formas (estrategias Indo-Pacífico, cumbre de las democracias, Quad, Aukus, etc.), existe una estrategia paralela de coalición por parte china, un deseo de «ampliar el círculo de amigos de China», como declara Xi Jinping, es decir, de reunir a un número creciente de países en torno a sus posiciones en los foros multilaterales 5; y en algunos casos, la diplomacia china está teniendo éxito. Por ejemplo, a principios de octubre de 2022, la diplomacia china logró reunir a una mayoría de países (19 en total) para votar en contra de un debate sobre Xinjiang (defendido inicialmente por 17 países) en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Este ejemplo, entre otros, indica que la guerra de cifras está en marcha, que China no está tan aislada.
Para China, ocupar la posición dominante requiere un nuevo reparto del mundo, en el que Estados Unidos y sus aliados quedarían progresivamente marginados. Así, el nuevo orden mundial posoccidental que China desea diseñar no estaría marcado por la desaparición de Occidente, sino por su superación en las grandes cuestiones internacionales y, en primer lugar, en las de interés fundamental para China. En la estrategia de coalición de China, Rusia ocupa naturalmente un lugar central, y este lugar se ha consolidado en el último año.
¿Pero China rechaza la noción de «alianza»?
Sí. Mientras Pekín cultiva la vaguedad sobre el alcance de sus asociaciones y descarta firmar tratados formales de alianza, Estados Unidos espera aclaraciones de sus aliados y, en ocasiones, que éstos rechacen formalmente las iniciativas chinas. En esta batalla por reorganizar el orden mundial, China es un contrincante. En ese sentido, le interesa mantener la ambigüedad estratégica y proponer sus iniciativas al mayor número posible de personas. Algunos -no todos- las aceptarán. Esta tasa de fracaso está lejos de ser un obstáculo porque, más que nunca, su objetivo no es reunir a todos los países en torno a sus posiciones -sabe que eso sería imposible-, sino superar en votos a los que discrepan de las suyas.
Pues Pekín apuesta por lo que yo llamo una «diplomacia contable», que pretende construir un frente contra los países occidentales y presentarlos como una minoría política y demográfica. Por ejemplo, en marzo de 2021, una portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores chino señaló en Twitter que Estados Unidos, el Reino Unido, Canadá y la Unión Europea no representan más del 11% de la población mundial, en particular para desacreditar la postura de estos países sobre la cuestión de Xinjiang. Más recientemente, en una rueda de prensa a principios de marzo, el ministro chino de Asuntos Exteriores, Qin Gang, se apresuró a señalar que «los países en desarrollo representan más del 80% de la población mundial y más del 70% del crecimiento económico global». Este planteamiento puede parecer simplista y atrevido, pero es la apuesta que China está haciendo actualmente: marginar a Occidente, haciéndolo numéricamente más débil que el círculo de amigos de China, pero también minoritario en el ámbito de las referencias políticas y definiciones antes mencionadas.
No se trata sólo de grandes declaraciones. En este periodo pospandémico, la diplomacia china trata de avanzar en su objetivo de ampliar su «círculo de amigos» y reestructurar la gobernanza mundial incrementando su activismo; véase el lanzamiento de tres iniciativas en rápida sucesión: la Iniciativa de Desarrollo Global (IDG), la Iniciativa de Seguridad Global (ISG) y la Iniciativa de Civilización Global (ICG). Una vez más, este activismo se centra en lo que China denomina «países en desarrollo»: al día siguiente de su nombramiento, el ministro de Asuntos Exteriores, Qin Gang, realizó una gira por África (Etiopía, Gabón, Angola, Benín y Egipto). En Etiopía, inauguró la nueva sede del Centro Africano de Control y Prevención de Enfermedades (CDC África), construido por China; y en Egipto, visitó la sede de la Liga Árabe. La diplomacia china también está activa en otros continentes, desde América Latina hasta las islas del Pacífico, para las que Pekín acaba de nombrar a un enviado especial, Qian Bo, con el fin de consolidar las relaciones en todos los ámbitos, casi un año después de firmar un controvertido acuerdo de seguridad con las islas Salomón.
La determinación política de llevar a cabo esta reestructuración es tan fuerte que perdurará, independientemente de las dificultades económicas a las que se enfrente China. En los últimos nueve años, los académicos chinos han argumentado con vehemencia que el sistema heredado del acuerdo de Bretton Woods -que perfilaba el sistema financiero internacional establecido después de 1944- está obsoleto, que es hora de pasar página a la Segunda Guerra Mundial y a un mundo dominado por los «occidentales». Siguiendo la misma línea, ahora argumentan que el Covid-19 y la guerra en Ucrania habrían acelerado la evolución del panorama internacional y que el sistema internacional se enfrentaba a un «reset», un nuevo «momento Bretton Woods» en el que la globalización y la gobernanza mundial tendrían que reinventarse bajo el liderazgo de China. Este planteamiento se basa en parte en la percepción de Pekín de que, en conjunto, Occidente no es tan poderoso en las organizaciones multilaterales, que sobreestima su capacidad de acción e influencia.
¿Están dispuestos los países del «Sur global» a ceder a los cantos de sirena chinos, aunque ello suponga alienar a Occidente y arriesgarse a depender de Pekín? ¿Qué puede ofrecerles China para convencerles de que le sigan?
Como potencia económica, tecnológica y militar, China puede ofrecerles un cierto número de cosas: tecnologías (telecomunicaciones, vigilancia), infraestructuras de diversos tipos (transporte, energía, etc.), programas de formación, etc. Por ejemplo, el gobierno chino anunció en febrero que ofrecería programas de formación en el ámbito de la seguridad a 5.000 militares y policías de países en desarrollo durante los próximos 5 años.
Es evidente que el gobierno chino está decidido a promover su modelo en el extranjero. No habla explícitamente de un «modelo» chino, porque sabe que sería contraproducente. Pero sí habla del «ejemplo» chino, de la «solución» china para el mundo, y ahora de la «modernización» china, que el Ministro de Asuntos Exteriores precisa que no equivale a «occidentalización» 6, y que «ofrece soluciones» para afrontar los retos de toda la humanidad.
En términos más generales, desde el comienzo de la crisis pandémica, la imagen de China se ha deteriorado en algunas partes del mundo, especialmente en Europa, siguiendo la negativa de las autoridades chinas a permitir una investigación de la Organización Mundial de la Salud en los laboratorios de Wuhan, la aplicación de la llamada política «cero-Covid», la negativa a condenar la invasión rusa de Ucrania, etc. Pero la imagen de China está menos degradada en la mayoría de los países llamados «en vías de desarrollo», con respecto a los cuales Pekín sigue desplegando una ofensiva de encanto a gran escala.
¿Suaviza el comercio las costumbres?
No, al menos no actualmente con China. Durante mucho tiempo se pensó que la integración de China en la economía mundial llevaría al país en una dirección más liberal. No es así en absoluto, sino todo lo contrario. China está dispuesta a sufrir daños económicos para defender sus ambiciones políticas e ideológicas. En caso de disyuntiva, las prioridades políticas pesan ahora más que los beneficios económicos. Esto se ha visto en el caso de Hong Kong que, desde la aprobación de la Ley de Seguridad Nacional en 2020, ha sufrido una pérdida relativa de atractivo económico y financiero frente a otros lugares, como Singapur. Esta pérdida no ha provocado ningún ajuste en la aplicación de esta ley.
¿La «biglobalización» que usted diagnostica como resultado del desacoplamiento entre Occidente y China es similar en su naturaleza a la bipolarización que el mundo experimentó durante la Guerra Fría?
No. Con «biglobalización» me refiero a un proceso más amplio de reestructuración comercial gradual, en el que China reduce su comercio con Estados Unidos y otros países considerados «hostiles» a largo plazo, en un contexto de prolongadas sanciones comerciales y tecnológicas, y vuelve a centrarse gradualmente en los denominados países «amigos», principalmente los países en desarrollo y emergentes. La biglobalización no anuncia en absoluto el fin de la globalización, sino una reestructuración de su forma tal y como la hemos conocido hasta ahora: la apertura de las economías nacionales al mercado mundial sigue existiendo, pero bajo una forma reducida a un grupo de países y actores económicos asociados, y los vínculos de interdependencia resultantes son a su vez más limitados, más circunscritos geopolítica que geográficamente.
¿No podemos considerar esta biglobalización como un mal menor, una forma de coexistencia pacífica entre Pekín y Washington que les impediría caer en la «trampa de Tucídides» de un enfrentamiento armado con consecuencias potencialmente desastrosas para todos?
Esto no es coexistencia pacífica: hemos entrado en un mundo despiadado de sanciones y contrasanciones, de aplicación extraterritorial de la ley, pero también de rivalidades y restricciones tecnológicas, que no sólo se materializan en una carrera por la innovación, sino también en ciberataques, pirateo de satélites, cortes de cables submarinos… La biglobalización es sin duda un fenómeno que puede conducir a la aparición gradual de «mundos paralelos» (comercial, monetario, tecnológico, militar…);. Pero estos mundos paralelos no surgen en un marco de coexistencia pacífica, sino de rivalidad feroz. Cada mundo espera que sus tecnologías, normas y estándares técnicos, monedas o posiciones diplomáticas sean dominantes sobre las promovidas por el otro mundo. Estos mundos no sólo no cooperarán, sino que tampoco coexistirán pacíficamente por su cuenta. Podrían atacarse a todos los niveles, incluido el de la comunicación internacional. China, al igual que Rusia, ya ha desarrollado estrategias de propaganda ofensivas y coordinadas, cuyo objetivo es denigrar sistemáticamente a Occidente -Estados Unidos, pero también los países europeos-: su forma de gestionar el Covid, la «crisis ucraniana», la pobreza, el terrorismo… Las mentiras y las insinuaciones conspiracionistas se mantienen con grandes medios, y acaban calando en una parte del mundo, y en nuestras redes sociales, incluso en un contexto electoral. Las amenazas internacionales a los sistemas democráticos son muy reales.
Notas al pie
- Alice Ekman, « China and the “Definition Gap” : Shaping Global Governance in Words », The Asian forum, 4 de noviembre de 2017.
- Véase, por ejemplo, el documento publicado por el Ministerio de Asuntos Exteriores chino, 美国的霸权霸道霸凌及其危害 (« US hegemony and its perils »), 20 de febrero de 2023.
- Ministerio de Asuntos Exteriores de la República Popular China, «全球安全倡议概念文件» (Global Security Initiative Concept Paper), 21 de febrero de 2023.
- Alice Ekman, « China’s global security initiative », EUISS, 2023.
- Alice Ekman, « China and the battle of coalitions », EUISS, 6 de mayo de 2022.
- Véase el comunicado de prensa del Ministerio de Asuntos Exteriores chino de 7 de marzo de 2023.