Tras los diez puntos introductorios de Victor Storchan, esta pieza de doctrina de Giuliano da Empoli es el primer episodio de nuestra serie «Poderes de la IA«, de la que cada viernes se publicará una nueva entrega en el Grand Continent.
Con sus semáforos inteligentes, sus detectores de contaminación bien ajustados y su excitante aspecto futurista, la smart city solo mostró su verdadero rostro cuando fue demasiado tarde.
Un día de agosto de 2019, los habitantes de Hong Kong descubrieron para qué servían realmente las cámaras térmicas y los detectores Bluetooth, los sensores de estacionamiento y los puntos de acceso a Wi-Fi. Entonces, empezaron a envolver sus identificaciones en papel de aluminio, a quitarle las baterías a sus teléfonos y a engañar a las cámaras apuntando con sus plumas láser.
La movilización de Hong Kong contra la toma gradual de la antigua colonia británica por parte del Partido comunista chino ha producido varias imágenes icónicas. Una de ellas muestra a un manifestante que está atacando con una sierra eléctrica una de las nuevas «lámparas inteligentes» que la administración municipal instaló. La imagen comienza con un enjambre de chispas, seguido de otros manifestantes que ponen un lazo alrededor del poste de la lámpara y que, finalmente, lo derriban en pleno bullicio de porras de la multitud. Un triste destino para un artefacto que debía hacer a los ciudadanos “más felices, más sanos, más inteligentes y más prósperos”, tal y como se puede leer en el “Smart City Blueprint” que la administración de Hong Kong publicó en 2017 1. Sin embargo, es posible que la contraria de Hong Kong tenga algo esencial que decirnos sobre la verdadera naturaleza de la época en la que vivimos.
La crisis de Covid 19 no se parece tanto a una revolución, sino a una revelación: evidenció y aceleró tendencias que ya se manifestaban a escala mundial, pero que aún no se notaban. Aunque ya llevaba cierta trayectoria desde hace un tiempo, la aparición de China como una verdadera potencia antagonista, portadora de una alternativa global a la democracia liberal de estilo occidental, se hizo ver con mucha presencia.
Durante la crisis sanitaria, la guerra de discursos entre Estados Unidos y China adquirió proporciones sin precedentes. No se trataba sólo de “contar bien la versión de China”, como deseaba el presidente Xi Jinping, a través de la red mundial de medios de comunicación oficiales financiados por el Partido, sino también de retomar las técnicas conocidas por el régimen de Vladimir Putin en cuanto a guerra de la información, cosa que se ha visto en la difusión de fake news y teorías conspirativas en las redes sociales.
Del lado estadounidense, tras los exabruptos de Donald Trump sobre el «virus chino», Joe Biden retomó a su vez la lógica de la confrontación total, que estructuró, por ejemplo, su gran discurso ante el Congreso el 28 de abril de 2021. Con la prefiguración de un enfrentamiento histórico entre la democracia y la autocracia, el presidente de Estados Unidos convocó una «Cumbre de la democracia» para unir las fuerzas de los países que se oponen al desafío del autoritarismo. Estados Unidos contra China en concreto. “Las otras [fuerzas, como Rusia y Europa] son las verduras», citando al general De Gaulle.
El secreto de lo digital
Sin embargo, Hong Kong y los dispositivos benévolos de la smart city global, que se convierten en herramientas de represión, cuentan una historia más compleja. No es un caso aislado ni mucho menos: la duplicidad que caracteriza estas infraestructuras urbanas está en todas las tecnologías digitales. Hasta ahora, estábamos acostumbrados a que la función real de las herramientas coincidiera con su función aparente: un martillo sirve para clavar un clavo; un reloj, para dar la hora; una aspiradora, para aspirar el polvo. Sin embargo, las herramientas digitales, que se han convertido en una parte esencial de nuestras vidas, están cambiando este panorama.
La verdadera función de Google no es buscar información en Internet. La verdadera función de Facebook no es permitir que los amigos se mantengan en contacto. La verdadera función de Tinder no es ayudar a los solteros a pasar un buen rato. La verdadera función de estas miles de herramientas, de las que dependemos cada vez más, es recolectar datos, es registrar nuestros comportamientos y preferencias en línea para monetizarlos.
Cuanto más tiempo pasa, más se apodera esta duplicidad de nuevos territorios y doblega a su lógica instrumentos que antes eran inocentes. En el mundo del Internet de las cosas, la verdadera función de una aspiradora ya no será limpiar, sino captar datos sobre nuestro hogar, al igual que el valor real de una cama o un coche, que estará más relacionado con su conocimiento de nuestros hábitos que con su uso tradicional.
Esta dinámica es ya lo suficientemente conocida como para que uno no sepa lo que es o de qué se trata 2. Lo realmente interesante es que estos hechos, aunque estén bien documentados y sean objeto de una amplia literatura de denuncia, no despiertan la preocupación de los usuarios. Y, lo que es peor, cuando hay preocupación, esa angustia se dirige contra herramientas que cumplen supuestamente la función contraria: por ejemplo, las protestas recientes contra los pases sanitarios en Europa se están organizando en las redes sociales con las que Mark Zuckerberg pretende crear un metaverso.
Todas las encuestas indican que la gran mayoría es relativamente indiferente al hecho de ser vigilados y al uso de sus datos personales. Y esto no se debe tanto a que desconozcan el fenómeno ni las razones que lo respaldan, sino a otra razón mucho más decisiva: la comodidad. El entorno cómodo que garantizan las nuevas herramientas digitales es el bien supremo a cambio del cual la privacidad parece un sacrificio insignificante. La fluidez, el placer garantizado de una vida sin fricciones sobre la que nos deslizamos como patinadores sobre hielo, la guía de algoritmos que liman las asperezas y muestran el camino son la gran promesa de la vida digital. He aquí la razón por la que su alcance es tan poderoso y resiste toda crítica: como bien ha explicado el filósofo Mark Hunyadi, «en el sentido más amplio, el motor de la expansión digital es fundamentalmente libidinal: se mueve hacia el deseo, apunta a la comodidad, proporciona placer” 3. Hasta ahora, ha demostrado ser lo suficientemente poderoso como para borrar cualquier reticencia sobre la profunda ambigüedad de las herramientas digitales, sobre su duplicidad intrínseca y fundamental. Lo hace tanto en París como en Tokio, como en Toronto, Sydney y en Hong Kong.
Aunque en los últimos años se han revelado con creciente claridad los contornos del modelo autoritario chino -la vigilancia masiva extendida sobre toda la población, el sistema de crédito social, el internamiento de personas en riesgo en campos de detención-, el motor de su éxito no es la represión.
Éste es el principio del capitalismo libidinal, que dos expertos en redes sociales han definido metafóricamente como “la lógica del gran centro comercial” (great shopping mall): transformar los espacios públicos, tanto físicos como virtuales, en lugares que ofrecen una sensación de seguridad, oportunidades para reunirse y divertirse, una ilusión de elección estrictamente confinada dentro de límites trazados por la autoridad 4.
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En el centro de la “nueva guerra fría”
Éste es el verdadero problema histórico al que nos enfrentamos cuando agitamos el espectro de una nueva confrontación ideológica mundial.
Durante la Guerra Fría, se enfrentaron dos concepciones radicalmente antitéticas de la naturaleza humana. El “hombre nuevo” comunista debía tener valores, creencias, una cultura e incluso un lenguaje muy diferentes a los de antes de la Revolución. Debía convertirse en un ardiente constructor del comunismo devoto al régimen y en un internacionalista convencido en lo justos que eran los ideales marxistas-leninistas 5. Según la famosa tesis de Bujarin en 1922, la verdadera tarea de la Revolución era “transformar la psique humana”. Hoy, en cambio, la China comunista basa su atractivo en una visión del hombre y de la sociedad notablemente similar a la que se ha establecido en Occidente gracias al desarrollo de las nuevas tecnologías. Ésta es la visión que surgió de lo que Peter Sloterdijk llama “la humillación del comportamiento del hombre”, que “se deriva de la observación de que nuestra existencia se compone, en un 99.9 %, de repeticiones, la mayoría de ellas de carácter estrictamente mecánico 6”.
El verdadero problema se plantea, pues, en estos términos. Demos por sentado que la pandemia reveló claramente al verdadero antagonista de la democracia liberal y que este antagonista se encarna ahora en la República Popular China. Entonces, ¿cuál es el núcleo del actual conflicto ideológico entre Occidente y China?
Si, como afirma el sinólogo Jean-François Billeter, China se distingue sobre todo por una determinada concepción del poder y de su ejercicio “cuya misión es controlar todas las relaciones sociales y la vida de sus súbditos con el fin de crear una sociedad ‘armoniosa’ 7“, la particularidad de la fase actual radica en la impresionante convergencia de esta tradición política con el funcionamiento de la máquina algorítmica que está en vías de imponerse a escala mundial gracias al Internet y al progreso de la inteligencia artificial.
En ambos casos, se pone en marcha un potente sistema de incentivos, y desincentivos, con el objetivo de ajustar el comportamiento de los individuos a un conjunto social cuya evolución no sólo sea medible, sino sobre todo predecible e influenciable.
Cuando el profesor de informática del MIT Alex Pentland explica que, gracias al Big Data, ya no tenemos que pensar en términos de las nociones de “individuo”, “libre albedrío” e incluso “política” del siglo XVIII, sino que la humanidad debe construir un sistema nervioso y eléctrico global capaz de verse como un mecanismo formado por patrones (patterns) repetitivos, como las trayectorias de las bandadas de pájaros o de los bancos de peces, fácilmente gobernables mediante ciertos instrumentos de “presión social” 8, materializa el sueño prohibido de los antiguos legistas chinos “que recomendaban a los poderosos una aplicación rigurosa de premios y castigos para que la obediencia se convirtiera en la segunda naturaleza de sus súbditos y para que la sociedad acabara funcionando con tanta regularidad y naturalidad como el propio universo” 9.
Las ocho dimensiones de convergencia entre el Partido y las plataformas
Si los ingenieros actuales de redes sociales construyen sus arquitecturas con base en los experimentos de Burrhus Skinner con ratones de laboratorio y, desde 2010, el consejero delegado Eric Schmidt declara que los usuarios esperan que Google les diga “lo que deben hacer a continuación” 10, los puntos de contacto entre la visión del mundo de Silicon Valley y la del Partido comunista chino son demasiado evidentes como para ignorarlos.
No se trata de una mera coincidencia, sino de una convergencia estructural que se basa en, al menos, ocho elementos fundamentales:
1.
Los científicos siempre han soñado con reducir el gobierno de la sociedad a una ecuación matemática que elimine los márgenes de irracionalidad e incertidumbre inherentes al comportamiento humano. Hace dos siglos, Auguste Comte definió la física social como “la ciencia cuyo objeto propio es el estudio de los fenómenos sociales, considerados de la misma forma que los fenómenos astronómicos, físicos, químicos y fisiológicos, es decir, sometidos a leyes naturales invariables, cuyo descubrimiento es el objetivo especial de su investigación” 11. Desde entonces, muchos han propuesto sus visiones de la “ciencia de la política”, sin lograr nunca el objetivo de hacer más previsible la evolución de la sociedad.
Sin embargo, en los últimos años, se ha producido un fenómeno muy importante. Por primera vez, el comportamiento humano, que hasta ahora era un fin en sí mismo, empezó a producir un flujo masivo de datos. Esta profusión de datos sin precedentes permite ahora imaginar un gobierno científico de la sociedad, que es lo que propone el Partido comunista chino al menos desde principios del 2000, cuando sus politólogos colocaron la nueva “teoría científica del desarrollo” en el centro de su plataforma programático 12.
2.
Ni Silicon Valley ni el Partido están interesados en el individuo, dotado de subjetividad y autonomía. Les interesan los números grandes. Mientras que el comportamiento del individuo no puede predecirse con certeza, el comportamiento del agregado es predecible porque, a través de la observación del sistema, es posible deducir el comportamiento promedio. Las interacciones importan más que la naturaleza de las unidades y el sistema en su conjunto tiene características, y obedece a reglas, que hacen predecible su evolución.
3.
Una vez detectado y cuantificado, el comportamiento de los conjuntos sociales puede optimizarse para maximizar determinados resultados. Al analizar las correlaciones, es decir, cómo afecta al sistema en su conjunto incluso un pequeño cambio en un parámetro, se puede desencadenar un proceso de experimentación continua. Sea cual sea el objetivo, algunos estímulos son más eficaces que otros. Los clics proporcionan una retroalimentación en tiempo real, con base en la cual los estímulos pueden modificarse continuamente en contenido y forma, conservar las características que funcionan y descartar las menos efectivas.
En 1990, Gilles Deleuze ya había descrito la transición de la sociedad disciplinaria basada en el confinamiento a la sociedad del control: “Los confinamientos son moldes, moldes distintos, pero los controles son una modulación, como un molde que se autodeforma y que cambia continuamente, de un momento a otro, o como un tamiz cuyas mallas cambian de un punto a otro” 13. Hoy, ya llegamos a eso.
4.
El verdadero enemigo de un sistema construido sobre estas bases es la anomalía, el comportamiento discordante, que se debe identificar y neutralizar rápidamente. Es lo que ocurre en la República Popular China, donde los disidentes son rápidamente neutralizados, pero también en los espacios públicos estadounidenses y europeos (los aeropuertos son el lugar paradigmático), donde programas creados por Palantir analizan los movimientos de los pasajeros en tiempo real y alerta inmediatamente a las fuerzas de seguridad sobre cualquier comportamiento anormal que detecten, que se considera como posible indicio de un intento de acto terrorista. Asimismo, la empresa estadounidense ofrece detectar anomalías (es decir, comportamientos sospechosos) en una amplia gama de contextos diferentes, desde el fraude en los seguros hasta la detección de un posible alebrestador dentro de una organización 14.
5.
Tanto en China como en Europa, la principal, y más grave, anomalía es la desconexión. En ambos contextos, la idea de que uno puede llevar una vida «normal» y ejercer plenamente sus derechos, necesidades y aspiraciones sin estar permanentemente conectado se vuelve inconcebible. Signo inequívoco de una mentalidad asocial y subversiva, si no sociopática, la desconexión es lo que permitió a las fuerzas estadounidenses identificar el escondite de Osama bin Laden en Abbottabad, donde era muy sospechoso que un complejo de edificios de ese tamaño no tuviera conexión a Internet.
6.
Afortunadamente, tanto en China como en Occidente, la desconexión es rara porque la adhesión del individuo está garantizada no por la coacción, sino por el principio de Hunyadi, por la comodidad y el placer de los servicios que la matriz proporciona a sus usuarios. ¿Quién renunciaría hoy a la posibilidad de satisfacer cualquier curiosidad en el espacio de unos segundos, de orientarse en una ciudad desconocida con un dedo, de pedir un taxi, de hacer una foto para congelar el momento, de transmitirla a un grupo de amigos envidiosos, de utilizar Shazam para identificar la canción que está sonando en la radio de un Uber, de añadirla a la lista de reproducción de Spotify para volver a escucharla en cuanto uno se baje del coche?
7.
Sin embargo, detrás de la fachada lúdica y bonachona, tanto en China como en Silicon Valley, se desarrolla un poder implacable y secreto. Si el panóptico es una máquina para disociar el binomio ver/ser visto -en el anillo periférico, a uno lo ven por completo sin que uno vea a nadie; en la torre central, uno lo ve todo sin que a uno lo vean 15-, está claro que las grandes empresas digitales, al igual que el Partido comunista chino, operan en función de este principio. En Occidente, no hay secreto más que se guarde con mayor recelo que los algoritmos que rigen el funcionamiento de empresas que pretenden imponer una transparencia total ante todas las demás. En China, la inexorable marcha de la “controlocracia” deja intacto el opaco corazón del poder inscrito en la Ciudad prohibida 16.
Esto no es nada nuevo: los estudios sobre el impacto de la llegada del telégrafo y luego del teléfono han demostrado desde hace tiempo que ambos condujeron a una mayor centralización de la toma de decisiones en los imperios coloniales de finales del siglo XIX. En efecto, si en el pasado los responsables locales gozaban de amplios márgenes de autonomía (tenían que actuar antes de recibir instrucciones del centro), las tecnologías actuales simplemente borraron eso 17.
8.
Silicon Valley y el Partido comunista chino trabajan de forma convergente hacia un futuro posthumano. La mayoría de los ingenieros que trabajan en las empresas tecnológicas de Silicon Valley tienen una desafortunada tendencia a pensar que su prioridad no es servir a los humanos de hoy, sino construir las inteligencias artificiales que heredarán la Tierra de mañana. La vigilancia constante y las pruebas de modificación del comportamiento de multitudes de seres humanos recolectan supuestamente datos que alimentarán la “inteligencia” de las futuras inteligencias artificiales. Por su parte, el régimen chino, al igual que las grandes empresas tecnológicas, se ha embarcado públicamente en una “carrera hacia la IA” y suele situarla por encima de todo. Existe una preocupante convergencia entre dicha carrera y los experimentos realizados en el campo de la biotecnología, especialmente agresivos en los laboratorios chinos.
Estos ocho puntos de convergencia indican que el orden que el régimen chino creó no es un fenómeno aislado. El mundo que proyecta es igual al de su rival declarado. Una fuerte tendencia está en marcha y es la misma a ambos lados del Océano Pacífico: el camino a una época en la que la autonomía del sujeto y la libertad habrán desaparecido 18.
Salir del reino de la servidumbre digital
Aunque parece haber muchos elementos de convergencia, hay una diferencia central. Mientras que en China el algoritmo totalitario ha consolidado su poder, en Estados Unidos existe, al menos en teoría, un poder político que responde a lógicas democráticas. Este último incluso muestra, de vez en cuando, la vaga intención de limitar el excesivo poder de los nuevos señores feudales digitales.
Esta diferencia no es insignificante. Esperemos que tenga un efecto decisivo en la evolución posterior. Sin embargo, la paradoja de Estados Unidos consiste en que, en las democracias liberales, “el poder político no es lo único a lo que los individuos deben responder” 19 ni tampoco es lo principal. En nuestras sociedades, el despliegue del consumismo generalizado produce desde hace tiempo poderosos efectos normativos, con frecuencia, mucho más restrictivos que los que derivan del cumplimiento de la propia ley 20.
En la actualidad, este sistema de expectativas y pautas de comportamiento se complementa con el creciente impacto de la tecnología digital. El uso de los smartphones es ahora la principal experiencia colectiva que comparte toda la humanidad. En todas partes y a cualquier escala, la tecnología digital se ha convertido en la interfaz de nuestra relación con el mundo. Y este hecho, aparentemente inocuo, pero en realidad todavía muy inexplorado en sus implicaciones prácticas, desempeña un papel crucial en todas las transformaciones sociopolíticas vigentes.
El mundo digital impone un modo de vida del que nadie puede escapar. Con mayor frecuencia cada vez, cada uno de nosotros tiene que construir su comportamiento conforme a las indicaciones de su smartphone y nadie tiene la menor idea del funcionamiento de la caja negra de la que depende nuestra capacidad de actuar.
Si la gran promesa de la tecnología digital, expresada por Steve Jobs en el lanzamiento del primer iPhone (“es como tener nuestra vida en el bolsillo”), articula una visión de autonomía, los usos concretos de las herramientas digitales también producen el efecto contrario al control de los usuarios que inducen.
¿Qué significa ser humano en la era de la hiperconexión? Por el momento, parece significar sobre todo estar a merced de los nuevos potentados económicos que vigilan todos nuestros movimientos y utilizan subterfugios para captar cada vez más nuestro tiempo y atención. Ante esta situación, como hemos visto, la movilización de argumentos morales con la esperanza de sensibilizar a la población es, en gran medida, inútil. La teoría crítica se vuelve, no por primera vez, impotente ante la evolución del tecnoconsumismo.
El arte europeo de vivir en línea
Es difícil negar que una sociedad en la que todo el mundo pasa, en promedio, algo menos de once horas al día delante de una pantalla está dando lugar a problemas totalmente nuevos, así como a un malestar generalizado que, si todavía no ha desaparecido, existe, sin embargo, y está esperando encontrar intérpretes políticos capaces de darle una voz que no sea puramente regresiva, lo que evita tanto las trampas del tecnoentusiasmo como las del pánico moral.
Para superar las tentaciones de la nueva servidumbre digital basada en la comodidad, no ayuda mucho hacer otra crítica académica. Sería más eficaz inventar un estilo de vida más rico, más completo y más atractivo que el modelo actual: un nuevo arte de vivir que integre la fusión ya inseparable de lo offline y lo online y lo ponga al servicio de la vida humana y no de potentados cada vez más incontrolables ni de una forma de inteligencia posthumana destinada a ocupar nuestro lugar en la escala evolutiva. Lo “Onlife”, como lo llama el filósofo Luciano Floridi 21, podría ser una forma de vida. Lo principal es poder darle un significado concreto. Por supuesto, para eso, necesitamos normas que rechacen la excepción digital para hacer valer, en este ámbito, los valores que sustentan nuestras democracias. Sin embargo, lo que necesitamos, sobre todo, es una práctica positiva y alegre, capaz de revelar que los trucos del capitalismo de la vigilancia son como la comida rápida para nuestros cerebros: superficialmente atractivos, pero fundamentalmente dañinos.
He aquí donde el papel de Europa puede ser decisivo. No es sólo, como se suele decir, imponiendo normas que sólo sirvan para defender, en el ámbito digital, los principios en los que se basan nuestras democracias, sino que se trata de poner en práctica, en esta dimensión, los valores en los que siempre se ha basado nuestro modo de vida. Más allá de todo acto de proclamar, ¿qué es Europa, si no “una forma de vivir, de entender el mundo en el que vivimos y de entendernos a nosotros mismos” 22?
El arte de vivir ha sido el antídoto contra todas las formas de totalitarismo desde tiempos inmemoriales. En efecto, la aspiración totalitaria, ya sea religiosa o tecnológica, es controlar el tiempo, normalizar el comportamiento. Su sueño es que el hombre se reduzca a una máquina, que sea predecible, uniforme, transparente. La calidad de vida es lo contrario. Libertad, placer, capricho y pérdida de tiempo. Todo lo que hace único al individuo y que deberíamos ser capaces de proteger y hacer florecer en la nueva dimensión de lo onlife.
Paradójicamente, un filósofo de Hong Kong, que ahora vive en Alemania, nos recuerda que, desde un punto de vista antropológico, la tecnología no es universal, sino que está ligada en su evolución a cosmologías particulares que van más allá de la mera funcionalidad. Para Yuk Hui, no existe una única tecnología, sino múltiples cosmotecnias cuyas características están determinadas por los diferentes contextos culturales a los que pertenecen 23.
Por lo tanto, podemos oponernos a la ingenuidad de quienes piensan que el desarrollo de la tecnología hará que las diferencias entre culturas y modos de vida se desvanezcan: su visión está destinada, una vez más, a ser desmentida por los hechos; siempre que el impulso totalizador, y totalitario, del universalismo tecnológico sea contrarrestado por la voluntad de reapropiarse de la tecnología en una perspectiva localizada e históricamente situada. Reabrir la cuestión de la tecnología significa rechazar el futuro homogéneo que nos presentan los poderes del capitalismo digital como única opción, para explorar la posibilidad de futuros tecnológicos diferenciados.
No hay por qué creer que los regímenes cosmotécnicos que se desarrollan actualmente en China y en Silicon Valley están inevitablemente destinados a dominar el resto del mundo, a menos que Europa renuncie, por cansancio y pesimismo, a desarrollar su propia versión del futuro tecnológico con base en su cultura y sus valores.
Notas al pie
- Hannes Grassegger, “The City as Enemy”, Archplus, primavera de 2020, pp. 210-215.
- Bernard E. Harcourt, La Société d’exposition. Désir et désobéissance à l’ère numérique [2015], Paris, Seuil, 2020, 336 p.
- Mark Hunyadi, « Du sujet de droit au sujet libidinal », Esprit, no 3, marzo de 2019, p. 118.
- An Xiao Mina y Xiaowei Wang, « The Great Shopping Mall : The market nationalist logic of Chinese social media », Knight Columbia, 28 de enero de 2021.
- Alexandre Zinoviev, Homo sovieticus, Paris, L’Âge d’homme, 1983, p. 20-21.
- Peter Sloterdijk, Tu dois changer ta vie. De l’anthropotechnique [2010], Paris, Hachette Pluriel, 2015, p. 500.
- Jean-François Billeter, Pourquoi l’Europe : réflexions d’un sinologue, Paris, Éditions Allia, 2020, p. 24.
- Edoardo Camurri, « Tutti sotto controllo », Il Foglio, 14 de mayo de 2020.
- J.-F. Billeter, Pourquoi l’Europe, op. cit., p. 116.
- Nicolas Nova, Smartphones : une enquête anthropologique, Genève, MétisPresses, 2020, p. 159.
- Auguste Comte, La science sociale, Paris, Gallimard, 1972, p. 230.
- Para una inmersión en el ecosistema doctrinal de Xi Jinping, véase el capítulo de Simone Pieranni en Politiques de l’interrègne.
- Gilles Deleuze, « Post-scriptum sur les sociétés de contrôle », L’autre journal, no 1, 1990.
- Philippe Vion-Dury, La nouvelle servitude volontaire, Paris, FYP, 2016, p. 152.
- Michel Foucault, Surveiller et punir : naissance de la prison, Paris, Gallimard, 1975, p. 235.
- Stein Ringen, The perfect dictatorship : China in the 21st century, Hong-Kong, HKU Press, 2016.
- John Seely Brown y Paul Duguid, The social life of information, Boston, Harvard Business School Press, 2000, p. 30.
- J.-F. Billeter, Pourquoi l’Europe, op. cit., p.117.
- Mark Hunyadi, Au début est la confiance, Lormont, Le bord de l’eau, 2020, p. 170.
- Alberto Alemanno, « Le “Nudge” et l’analyse comportementale du droit », RED : Revue européenne du droit, Paris, Groupe d’études géopolitiques, 2020.
- Luciano Floridi (ed.), The Online Manifesto. Being Human in a Hyperconnected Era, Heidelberg, Springer International Publishing, 2015.
- Myriam Revault d’Allonnes, Entre sens et non sens, dans le Grand Continent, Une certaine idée de l’Europe, Paris, Flammarion, 2019, p. 119.
- Yuk Hui, La question de la technique en Chine. Essai de cosmotechnique, Paris, Éditions Divergence, 2021.