Con la llegada del invierno, en Francia, no debemos hacer más que, con un bajo consumo de electricidad y un clima excepcionalmente suave, evitar los cortes de electricidad. Estos riesgos de escasez, descartados durante un tiempo, pero que amenazan a todo el mundo (incluso a las escuelas, cuyos alumnos ya sufrieron las repercusiones), son la contrapartida de nuestra negligencia en materia de sobriedad energética y de nuestro retraso en el despliegue de energías renovables. Aunque este invierno no sea frío, no podemos basar una política pública responsable en la clemencia fortuita del clima, menos en un momento de aumento sostenido de los precios de la energía, lo que hace que los hogares más pobres sean aún más precarios.

De hecho, estas amenazas de interrupción han exacerbado la sensación de pérdida de control. Nuestras sociedades están mareadas, golpeadas por los choques climáticos y pandémicos, por la guerra de Ucrania y su estela de atrocidades, por la represión asesina de las mujeres en Irán, Afganistán y en otros lugares, por la explosión de los precios de los alimentos y por el advenimiento tumultuoso de un nuevo orden mundial basado en el acaparamiento de recursos, en la concentración indecente de la riqueza, en la fragmentación de nuestras sociedades y en el aumento de los conflictos entre regímenes autoritarios y democracias. 

Esta inseguridad local y global, individual y colectiva, alimenta también una crisis de identidad en la que todos los extremos están involucrados. El presente asusta; el futuro acecha; proliferan la nostalgia y los repliegues sobre un pasado fantaseado. Cuando uno le tiene miedo a las alturas, la razón le aconseja voltear hacia arriba y avanzar; el miedo hace que mire hacia abajo y que el vacío absorba todo.

Aunque este invierno no sea frío, no podemos basar una política pública responsable en la clemencia fortuita del clima; más aún en un momento de aumento sostenido de los precios de la energía, que precariza aún más a los hogares más pobres.

yannick jadot

Hemos constatado colectivamente que los choques climáticos y energéticos que nos golpean no se detendrán mañana. Así pues, tras décadas de inacción y dilación, el costo social y económico de la crisis ecológica se ha hecho colosal. Sin respuestas estructurales, la tormenta no dará tregua, sino que se convertirá en un huracán devastador.

Ya no se trata de saber «si» debemos transformar radicalmente nuestro modelo energético, sino de saber «cuándo» lo haremos, por el bien del clima y de la paz. En segundo lugar, ¿cómo garantizar que esta transformación sea socialmente justa? Para tener posibilidades de éxito, debemos convertir a los más frágiles en grandes triunfadores de la transición. ¿Seremos capaces, pues, de desarrollar nuestra propia economía de resiliencia climática y de gestión territorial equilibrada a escala francesa y europea, para crear coaliciones de empresarios, de agentes sociales, de investigadores y de ciudadanos que la pongan en práctica?

En primer lugar, tenemos que admitir que no somos autosuficientes energéticamente para este invierno, como demuestran los descuentos a escala europea que hemos recibido. Al retrasar cuatro meses el abandono de la energía nuclear que se inició en 2000, Alemania compensa el fracaso de la energía nuclear francesa. Así pues, nos beneficiamos de la decisión del gobierno alemán de mantener en reserva sus tres últimos reactores nucleares hasta abril de 2023, cuando se suponía que cerrarían a finales de 2022. No hay riesgo de apagón eléctrico en Alemania que justifique esta decisión. Se trata de una contribución conjunta a la estabilización de la red eléctrica francesa y, por ende, europea.

He aquí el punto en cuanto a la electricidad. Sin embargo, las medidas adoptadas para el gas este invierno son igual de precarias; de hecho, para salir rápidamente de nuestra dependencia del gas ruso, los europeos están sustituyéndolo por gas natural licuado. El precio del gas natural licuado será estructural y más alto y, sobre todo, más inestable porque no se basa en contratos a largo plazo asociados con gasoductos, sino, como en el caso del petróleo, en un mercado mundial a corto plazo en el que pesa mucho la economía china y, más ampliamente, la asiática. En 2022, nos «beneficiamos», con respecto a esto, de la fuerte ralentización de la economía china asociada con la estricta política de «Cero COVID» de Xi Jinping. Esto no será necesariamente así en los próximos meses y años. Por lo tanto, tenemos que abandonar el gas fósil más rápido de lo previsto, en parte, sustituyéndolo por gas verde. Dinamarca nos muestra el camino: en cinco años, consiguió cubrir una cuarta parte de sus necesidades de gas con biogás1.

Tenemos que abandonar el gas fósil más rápido de lo previsto, en parte sustituyéndolo por gas verde.

yannick jadot

Alemania puede ser otro punto de comparación instructivo para nosotros. Hay que recordar que, al otro lado del Rin, la retirada de la energía nuclear es objeto de consenso masivo y popular, incluso, en los círculos sindicales y patronales. Una salida organizada y programada que se hizo posible gracias al auge de las energías renovables, que aportaron más de la mitad de la producción eléctrica en el primer semestre de 2022, según el Instituto Frauenhofer2

Por supuesto, no todo es verde al otro lado del Rin. A pesar de que el consumo de carbón se ha reducido un 35 % desde 2010, este combustible perjudicial para el clima sigue representando el 30 % del mix eléctrico alemán, según el Instituto Frauenhofer. Y, ante la escasez actual, se han reactivado muchas centrales (como en Francia, por cierto). Del mismo modo, se está dificultando la salida del gas ruso, en consonancia con la dependencia de la industria alemana de esta energía barata.

El GNL que mencionamos sólo les proporcionó una razón adicional a los Grünen para obtener, de la coalición en el poder, la aceleración de la transición energética, lo que aumenta la cuota de las renovables en la producción de electricidad hasta el 80 % a partir de 2030 y lo que anticipa, para entonces, la retirada del carbón.

No es el caso de Francia, donde los combustibles fósiles siguen representando la gran mayoría de la combinación energética francesa, al igual que en Alemania, mientras que la energía nuclear sigue dominando la producción de electricidad. Llega al punto en el que Francia es el único país europeo que no ha alcanzado el objetivo de energías renovables, que se fijó en 2008, para 2020, según Eurostat3. También recibe las críticas regulares de la Unión Europea y del Concejo Superior del Clima por la debilidad de sus políticas de eficiencia energética y sobriedad. Si nuestros gobiernos hubieran aplicado las leyes que votó el Parlamento francés y si hubieran respetado los objetivos a los que se había comprometido con la Unión Europea, nuestro sistema energético no estaría, hoy, al borde del colapso.4.

No todo es verde al otro lado del Rin. A pesar de que el consumo de carbón se ha reducido un 35% desde 2010, este combustible perjudicial para el clima sigue representando el 30% de la producción eléctrica alemana.

yannick jadot

Por ejemplo, si hubiéramos respetado los objetivos que se establecieron en 2007 para el consumo de energía en los edificios, habríamos ahorrado el equivalente a nuestras importaciones de gas ruso de hoy (fuente IDDRI, I4CE) y habríamos aliviado la presión sobre nuestra red energética. En cuanto a las energías renovables, la comparación con nuestros vecinos es una observación indirecta muy constructiva: 81 aerogeneradores marinos instalados en Francia frente a 1500 en Alemania; 10000 aerogeneradores terrestres frente a 30000; la capacidad fotovoltaica instalada es apenas una cuarta parte de la que se instaló en Alemania. El pasado mes de junio, la energía fotovoltaica alemana produjo más electricidad que la energía nuclear francesa durante unos días5.

¿Qué lecciones podemos aprender de esto? Evidentemente, no podemos contentarnos con el tríptico que propuso el presidente Macron: cuello alto para este invierno, energía nuclear para 2040 y SUVs para todos.

No cabe duda de que seguiremos necesitando energía nuclear, al menos, durante las próximas dos décadas. Sin embargo, si podemos esperar que el parque nuclear se recupere en los próximos meses, la edad media de nuestros reactores, inicialmente prevista para 40 años, es ya de 35 años. Querer alargar la vida de estos reactores a 50 o, incluso, 60 años es una apuesta muy peligrosa cuando ya están experimentando una gran fragilidad en general. Es probable que las suspensiones por averías y mantenimiento se multipliquen y que hagan que la energía nuclear sea cada vez más intermitente. 

La EPR de Flamanville lleva ya más de doce años de retraso y su costo se ha multiplicado por seis, con un sobrecosto de, al menos, 17000 millones de euros, según el Tribunal de Cuentas. Son dificultades que experimentan todas las EPR del mundo. La EPR 2, prometida por el presidente de la República, apenas existe sobre papel y sólo entrará en servicio, en el mejor de los casos, en 2040. Por último, el costo de producción de un kilovatio por hora nuclear es, actualmente, de tres a cinco veces superior al de un kilovatio por hora renovable. En realidad, cada euro invertido en energía nuclear retrasa la imprescindible descarbonización de nuestras sociedades.

Para los próximos veinte años, por lo tanto, sólo hay una vía responsable para nuestra seguridad climática y energética: por un lado, una lucha ambiciosa contra todas las formas de despilfarro y una inversión masiva en eficiencia energética y, por otro, el despliegue igualmente masivo de energías renovables. Sólo éstos podrán sustituir rápidamente los combustibles fósiles y satisfacer nuestras crecientes necesidades de electricidad, sobre todo, en el transporte y la industria. Por último, necesitamos redes eléctricas locales y europeas que equilibren permanentemente la oferta y la demanda.

Esta estrategia debe incluir también el blindaje energético más eficaz y socialmente justo para los consumidores y las familias. En lugar de un costoso blindaje tarifario que beneficie más a los consumidores más ricos y a los contaminadores que a los que más lo necesitan, démosle un bono energético de 1000 euros a la mitad de la población francesa más afectada6. Dispongamos también, por fin, de un programa de renovación térmica de viviendas (gratuito para los más vulnerables) y de edificios públicos (escuelas, universidades, hospitales, juzgados, comisarías, etcétera) que esté a la altura de los retos. 

Evidentemente, no podemos contentarnos con el tríptico propuesto por el presidente Macron: cuello alto para este invierno, energía nuclear para 2040 y todoterrenos eléctricos para todos.

yannick jadot

10000 millones al año para invertir en el clima: la inversión mínima necesaria, según el Institute for Climate Economics7. Estamos muy lejos de conseguirlo. En efecto, por ejemplo, el presupuesto de renovación de viviendas se estancó en 2600 millones de euros para 2023 y el plan MaPrimeRenov ha sido criticado por su ineficacia. 

Sin embargo, las medidas que se tomaron en el sector energético van en la dirección equivocada: en 2022 y, más aún, en 2023, los precios de las energías renovables serán los que financien gran parte de las subvenciones concedidas para las energías fósiles8; de hecho, el Estado francés ha podido financiar parte de su blindaje tarifario para 2023 gracias a los beneficios de las empresas eléctricas de energías renovables, que están vinculados con la subida de los precios. En dos años, el sector de las energías renovables habrá reembolsado, por lo tanto, más de dos tercios de la factura pagada por el Estado para aliviar la presión de los hogares, las empresas y los pequeños municipios, con más de 30000 millones de ingresos para el Estado. 

Resumamos nuestras especificaciones. Hay que desplegar las energías renovables: los aerogeneradores más eficaces, la energía fotovoltaica y solar, la geotermia, las redes de calefacción, etcétera. Estas inversiones son rentables, reducen costos y, por lo tanto, dan poder adquisitivo y generan sectores industriales y servicios arraigados en las regiones, lo que crea cientos de miles de empleos calificados.

También hay que invertir en el transporte público y, en particular, en los ferrocarriles; hay que bajar el IVA al 5.5 % para hacerlos más accesibles, renovar nuestras infraestructuras ferroviarias y relanzar algunas líneas regionales y locales, por no hablar del transporte de mercancías9. Hay que recordar que los trenes representan el 11 % del transporte de pasajeros, el 9 % del transporte de mercancías y el 0.3 % de las emisiones de gases de efecto invernadero del sector. Siguiendo con el tema del transporte bajo en carbono, nos corresponde acelerar el desarrollo de la movilidad ligera, como la bicicleta, y hacer obligatorio que las empresas y los servicios públicos ofrezcan un paquete de movilidad sostenible para apoyar el uso compartido de automóviles.

Estas medidas no son nuevas en el panorama europeo y este camino ya figura en muchos países de la UE. Al igual que nuestros vecinos, démosles a nuestro país y a nuestra sociedad, por fin, un rumbo energético claro y compatible con el inmenso reto de proteger el clima, la vida y la justicia social.

Notas al pie
  1. «Gas ruso: cómo Dinamarca quiere salir de él», Gas Today, 21 de abril de 2022.
  2. https://strom-report.de/strom/
  3. » EU overachieves 2020 renewable energy target «, Eurostat, 19 de enero de 2022.
  4. Véase Ramona Bloj, Marin Saillofest, «Cartografiar la guerra ecológica: energía, clima, geopolítica», el Grand Continent
  5. Véase Yves Heuillard, «Quand le photovoltaïque allemand produit plus que le nucléaire français», Reporterre, 29 de junio de 2022.
  6. Véase Insee, Note de conjoncture, 14 de diciembre de 2021.
  7. Véase Maxime Ledez, Hadrien Hainau, 2022 Edition of the Climate Finance Panorama, Institute for Climate Economics, 14 de octubre de 2022.
  8. «Las renovables financiarán «en gran parte» el blindaje tarifario», Reporterre, 26 de septiembre de 2022.
  9. Dictamen sobre el proyecto de ley de finanzas para 2023 nº 273, Asamblea Nacional, enr. 5 de octubre de 2022.