Si hasta hace muy poco tiempo los historiadores pensaban que en la lengua griega primitiva la palabra « Europa » significaba « sol poniente », ahora sabemos que lo que los griegos llamaban Europa era simplemente « el continente », es decir, un espacio que no era una de sus innumerables islas. Con el tiempo, desde las incursiones bélicas hasta las ocupaciones territoriales, esa definición negativa se enriqueció con una connotación positiva. Bajo la influencia de los mitos creados por Roma, el continente bárbaro se convirtió en sinónimo de civilización, pues se empezó a fusionar con un territorio civilizado gracias a la intervención romana. Por otra parte, Grecia, cuyos ejércitos se habían atrevido a incendiar las murallas de Ilión, quedó asimilada a un burdo Otro, de modo que Eneas, el príncipe troyano derrotado y mítico fundador de Roma, pudo vengarse. Cuando se encuentra con su padre Anquises en el reino de los muertos, Eneas oye al fantasma profetizar la futura gloria imperial de Roma.

El interés por la lectura de mitos puede surgir de la búsqueda de al menos dos objetivos. El primero pretendería extraer de la historia todos los significados que parecieran estar justificados por la evidencia empírica, objetivo que podríamos llamar « histórico », y a través del cual, en el caso del mito del toro y Europa, saldrían a la luz los lazos que mantuvo Grecia con la civilización fenicia y con la sociedad minoica y sus ceremonias taurinas. El otro objetivo nos llevaría a introducir en el mito interpretaciones que carecen de justificación histórica, pero que le otorgan un sentido cultural inédito, tendencia a la que podríamos llamar « ficticia », en el sentido del concepto escolástico de fictivus, que le permite al poeta o al lector ir más allá de la exploración racional de la realidad. Un mito como el de Europa serviría como metáfora para cualquiera de estos propósitos.

Montesquieu definió a Europa como un Estado único compuesto por varias provincias. Unidas bajo un mismo nombre, esas nacionalidades « provinciales » eligieron colectivamente un mito que las definiera.1 El mito elegido autorizaba la hegemonía que deseaba el conjunto de naciones, ya que seleccionar un mito por encima de otros denotaba cierta superioridad imaginaria, una prerrogativa imperialista implícita conferida por la mitología elegida, una voluntad de preservar los derechos antiguos que justifica los derechos ulteriores. Atenea ofreciendo el olivo a la ciudad de Atenas, el hijo de Venus concibiendo los planos de la futura ciudad de Roma, Ulises fundando la ciudad de Lisboa eran todos mitos que otorgaban implícitamente prerrogativas divinas a los atenienses, romanos y portugueses. El mito de Europa raptada por el toro contribuyó a definir el Estado colectivo que Montesquieu imaginó como una sociedad que existe bajo la égida de una figura fundadora, Europa, elegida inter mulieribus por el dios supremo del Olimpo.

Un mito es un relato que adquiere, con el tiempo, un significado metafórico que trasciende la imaginación individual de cualquier lector. Ya sea que surja de acontecimientos históricos, de sueños inconscientes o de ensoñaciones conscientes, el imaginario de una sociedad lo refleja en su presente, su pasado y su futuro, hasta que, misteriosamente, pierde fuerza y desaparece. Algunos mitos tienen una vida más larga que sus hermanos, otros sufren cambios tan profundos que se vuelven casi irreconocibles, de modo que es posible definir el mito como el producto de la imaginación de un poeta, y que es transformado por la imaginación de la sociedad, en la que se alberga como emblema o como metáfora.

Los mitos se transforman, se alteran, se retoman y se convierten en metáforas según las necesidades de una época y un lugar.

alberto manguel

Los mitos se transforman, se alteran, se retoman y se convierten en metáforas según las necesidades de una época y un lugar. Pero el mito, por muy modificado que esté, en esencia sigue siendo intrínsecamente el mismo porque no surge de una fantasía arbitraria, sino que es una manifestación concreta de ciertas intuiciones primordiales individuales y sociales. « Los mitos nos intrigan », dice el junguiano Craig Stephenson, « porque sus relatos son más profundos que la simple narración de una buena historia. Se sienten cargados de un significado que es a la vez elemental y compartido. Quizá no sorprenda que los mitos vivan y mueran, vayan y vengan, ya que pueden perder su solidez y su significado en una versión o un contexto determinados. Pero ¿qué ocurre exactamente cuando un mito aparece, desaparece y vuelve a aparecer, repetidamente, como si se opusiera a los tiempos, como si protestara por su valor? ¿Un mito no sólo está dotado de sentido, sino también de vigor y determinación? ».2

Nachleben de un mito

Si bien puede disfrazar al mito, la intención ficticia nunca podrá eliminar su esqueleto ancestral, incluso arquetípico. La historia del rapto de Europa, probablemente imaginada por primera vez en la Edad de Bronce, se popularizó en Roma gracias a Ovidio.3 Sea cual sea la historia original de la muchacha y el toro, en la versión de Ovidio se convirtió en la historia de una transformación: de la virgen Europa a la compañera sexual de Zeus; de la princesa a la reina y madre de reyes; de la nativa de un país a la migrante forzada, lo que justificó que Ovidio la incluyera en sus Metamorfosis, un libro que afirmaba implícitamente el traspaso del imaginario griego al de Roma.

El nombre del mito varía según la lengua en la que se cuente: « rape » en inglés o « rapto » en español pueden referirse a la violencia física, no sólo al secuestro. El alemán « Entführung » y el francés « enlèvement » no implican necesariamente una violación. Pero empieza a implicar violación en cuanto Zeus se involucra: se creía que el dios del Olimpo era culpable de al menos media docena de violaciones, la mayoría de las cuales tuvieron como resultado la posterior aceptación del fruto del crimen por parte de la mujer violada; sus hijos se convirtieron en héroes, a veces dotados de inmortalidad.4 En el imaginario griego, la violación por parte de un dios se juzgaba por sus consecuencias.

La imaginación poética —Zeus herido por Eros— evocó un acto erótico tan violento como culpable, que daría lugar a la denominación de todo un continente. Las flechas de Eros pueden desencadenar una pasión amorosa y atarla a un objeto cualquiera, como demuestra la forma en que su propia madre sucumbe a los encantos de Adonis. En caso de que el ser amado sea irrespetuoso con su amante, víctima del Amor, puede sufrir el castigo que inflige el hermano de Eros, Anteros (como en la leyenda recogida por Cicerón en De natura deorum).5 Las flechas de Eros también pueden conducir a la transposición, en el plano de las ideas, del acto erótico; en el caso de Europa, la idea se convierte en una identidad continental.

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Imaginación y anima

Los mitos nacen en el silencio. Ovidio, cuando declara que las historias que va a cantar nacieron de los dioses, explica que al principio no había nada, nada fuera de la masa silenciosa de la Naturaleza, sin forma ni control externos. En esa masa fue donde el dios, « sea cual sea el dios », insufló su aliento y creó los vientos. Así, el primer mito fue el de la metamorfosis del mundo, el de su paso del silencio al lenguaje: el Verbo no fue en el principio, sino después del principio. Recordemos que fue en Fenicia, reino natal de Europa, donde nació el alfabeto.

Más explícito que el de Ovidio, el mito de la creación que establece el Génesis afirma claramente que las palabras llegaron después de las cosas a las que designan. Después de crear a Adán a partir del « polvo de la tierra », y de colocarlo en un jardín al este del Edén, Dios empezó a crear todos los animales del campo y todas las aves del cielo y se los llevó a Adán para ver qué nombre les pondría; « y el nombre de todo ser viviente había de ser el que el hombre le había dado ». Durante siglos, los estudiosos se han preguntado sobre este curioso intercambio. ¿Era el Edén un lugar en el que nada tenía nombre, y Adán debía inventar nombres para los objetos y criaturas que tenía delante? ¿O acaso los animales creados por Dios estaban dotados de nombres que Adán debía conocer de algún modo, y que bastaría con que los pronunciara en voz alta, como un niño que ve un perro o la luna por primera vez? El mito del Génesis permite al menos dos lecturas. La segunda vincula el lenguaje con la educación y la memoria; las implicaciones de la primera son aún más amplias.

¿Cómo nace un mito?

Parte de la dificultad de la pregunta es que el problema de la imaginación ignora el postulado escolástico de que « Nihil est causa sui ipsum » (« nada es causa de sí mismo »). El hecho de imaginar presupone aparentemente la capacidad de imaginar, capacidad que, a nuestro entender, se confunde con la propia capacidad de comprender. Imaginar, comprender, razonar, reflexionar, vislumbrar constituyen una gama de facultades que reconocemos como propias del cerebro humano, pero que, para ser comprendidas, tanto en el plano individual como en el colectivo, requieren que el cerebro determine un punto de vista que es un punto de partida fijo por formar parte de la propia cuestión. Formular una pregunta presupone muchas definiciones en el vocabulario de la pregunta, lo que crea un círculo epistemológico vicioso; para obtener alguna respuesta, es necesario romper ese círculo.

El hecho de imaginar presupone aparentemente la capacidad de imaginar, capacidad que, a nuestro entender, se confunde con la propia capacidad de comprender.

alberto manguel

A fines de los años sesenta, Jorge Luis Borges publicó un cuento, « El informe de Brodie », en el que el narrador —un misionero escocés— explica las costumbres de una tribu primitiva, los yahoos, llamada así en homenaje a Los viajes de Gulliver. Nos cuenta que una de las costumbres de la tribu es detectar poetas. « A un hombre se le ocurre ordenar seis o siete palabras, por lo general enigmáticas. No puede contenerse y las dice a gritos, de pie, en el centro de un círculo que forman, tendidos en la tierra, los hechiceros y la plebe. Si el poema no excita, no pasa nada; si las palabras del poeta los sobrecogen, todos se apartan de él, en silencio, bajo el mandato de un horror sagrado (under a holy dread). Sienten que lo ha tocado el espíritu; nadie hablará con él ni lo mirará, ni siquiera su madre. Ya no es un hombre sino un dios y cualquiera puede matarlo ».6

Al igual que nuestros lejanos antepasados reunidos en torno al fuego de sus cavernas, siempre hemos sentido la necesidad de reunir “seis o siete palabras” para comunicar nuestras experiencias inefables. Y como con los poetas yahoos, la mayoría de las veces « no pasa nada ». Las palabras que pronunciamos no conmueven, no emocionan a quienes las escuchan y, en las sociedades que empezaron a escribir hace seis mil años, esas palabras inertes, una vez escritas, quedan relegadas a las bibliotecas, donde aguardan con tranquila esperanza a sus redentores, en quienes algún día podrían despertar reconocimiento. La literatura —el arte— tiene una paciencia infinita.

Como portadoras de experiencias vividas a través de otros, las « seis o siete palabras » ofrecen vías de identidad que son a la vez personales y específicas para los miembros de un determinado grupo social. Es posible que, a pesar de la preocupación por el cosmopolitismo y de la voluntad de ignorar las fronteras, la imaginación sea endémica por naturaleza. No en el sentido de una afirmación reduccionista de que el significado sólo existe fuera del cerebro, sino admitiendo que la imaginación está inconscientemente atraída hacia ciertos objetos y que reconoce en determinados espacios una oscura familiaridad ancestral que permite el surgimiento de lo que el investigador estadounidense Daniel Dennett describe como « competencia sin comprensión ».7 La imaginación no es sólo una cuestión de jerarquías universales: coordenadas espaciales y temporales, espectros cromáticos, reacciones emocionales o sexuales. Tal y como la experimentamos individualmente, la imaginación parece estar formada por vínculos más íntimos —con un paisaje, con una lengua, con una mitología particular— hasta el punto de que, privada de ellos, se debilita y se marchita. La nostalgia, término acuñado en 1688 por el médico alsaciano Johannes Hofer, es la manifestación clásica de tales pérdidas. ¿Bajo qué constelación de mitos podríamos entonces soñar?

Roberto Calasso, al explorar el significado a largo plazo de los mitos como frutos de la imaginación, compara el mito con la rama aislada de un árbol enorme. « Para entenderlo », dice, « hay que tener cierta percepción de todo el árbol y del gran número de ramificaciones que se esconden en él. Pero el árbol ya no está ahí, las hachas afiladas lo derribaron ».8

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El mito, una traducción

Los mitos no son sólo espejos, sino laberintos de espejos. Cuando entramos en ellos, se convierten en sistemas de pensamiento que se ramifican hacia el mundo exterior, y en madrigueras de iluminación que echan raíces en el inconsciente. Los construimos para pasar del sueño a la vigilia y de la sensación a la experiencia, y, si decidiéramos abandonarlos, nos encontraríamos sin conocimiento en todo el sentido de la palabra.

Las múltiples lecturas que se han ofrecido de ciertos mitos constituyen la piedra de toque a partir de la cual los pueblos de Europa obtuvieron una imagen tan intuitiva como cambiante, una fuente común y un lenguaje compartido. A través de sus transformaciones, traducciones y migraciones, cada mito ofrece a las diferentes sociedades una función asociativa que atraviesa el tiempo y el espacio. Un mito con raíces antiguas puede desplegarse en el presente si algo en su esencia interpela al individuo o a la sociedad que decide entrar en diálogo con él.

Un mito con raíces antiguas puede desplegarse en el presente si algo en su esencia interpela al individuo o a la sociedad que decide entrar en diálogo con él.

alberto manguel

El caso de la identidad europea es especial. Europa es un concepto inestable, una configuración geográfica, demográfica y política cuyos componentes no dejan de transformarse. La Europa de la Roma imperial no era la Europa de Dante; la Europa de Erasmo y Descartes no era la Europa de Goethe. Según Voltaire, cuando el nieto de Luis XIV accedió al trono español, el rey, consciente de que la geografía era una construcción imaginaria, exclamó: « ¡Ya no hay Pirineos! ».9 En la actualidad, la identidad europea está en la cuerda floja debido al menos a dos preguntas: ¿se debe considerar a Turquía como un Estado europeo?, y ¿se debe permitir a Gran Bretaña abandonar esa identidad?

Según Julio Cortázar « [t]odo escritor europeo es ‘esclavo de su bautismo’, si cabe parafrasear a Rimbaud; lo quiera o no, su decisión de escribir comporta cargar con una inmensa y casi pavorosa tradición; la acepte o luche contra ella, esa tradición lo habita, es su familiar o su íncubo ».10 Hoy en día, esa tradición se enfrenta al mito de Europa en un contexto cultural que ha reconocido (pero que ciertamente no ha eliminado) una serie de hechos, tales como: la deuda que deben pagar los colonizadores a la luz del poscolonialismo, el conocimiento del uso de la violación como arma de guerra, la vasta cuestión de los refugiados y de los migrantes económicos. En concreto, el estatus de Europa como identidad se ve constantemente cuestionado por las nuevas percepciones. Y sin embargo, de cierta forma se ha conservado en gran medida. Ya en 1871, el poeta portugués Antero de Quental advertía contra la sumisión servil a la tradición, sumisión motivada por el deseo de formar parte de lo que él llamaba la « Europa culta ». « Respetemos la memoria de nuestros ancestros, de acuerdo, recordemos piadosamente sus acciones, pero no los imitemos. No seamos, en pleno siglo XIX, fantasmas nacidos de una vida que tomamos prestada del XVI. Opongamos abiertamente a ese espíritu mortal el espíritu de hoy ».11

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Surge una pregunta: en el contexto del antiguo mito de Europa y su toro enamorado, ¿cuál es este « espíritu de hoy »? ¿En qué punto estamos ahora, en el siglo XXI, de nuestra lectura del mito y el uso que le damos como metáfora? Umberto Eco afirmó que la lengua de Europa es la traducción. Pero, ¿traducción de qué lengua a qué otra? Goethe, para ilustrar la desesperación de Fausto ante la futilidad del conocimiento académico, empuja al erudito a intentar traducir el primer verso del Evangelio de Juan al alemán. El quid de la escena es el momento en que Fausto se esfuerza por asir el significado de la palabra Wort, la traducción de Lutero del antiguo griego Logos, un término tradicionalmente traducido al francés como Verbe.

Dice Fausto:

Aquí dice: « En el principio fue la Palabra ». Ya empiezo a atascarme, ¿quién me ayudará a seguir? No puedo darle tanto valor a la Palabra. Tengo que traducirlo de otra manera. Si el Espíritu me iluminara… Aquí dice: « En el principio fue el Pensamiento ». Piensa bien en esta línea, la primera; que tu pluma no se apresure. ¿Es el pensamiento el que todo lo crea y por el que todo se obra? Tal vez ponga « En el principio fue la Fuerza ». Pero ya, al escribirlo, algo me dice que no he de dejarlo así. Me ayuda el Espíritu, veo cuál es su consejo y escribo confiado: « En el principio fue la Acción ».12

Estos tres significados están incluidos en la palabra « Verbo » y en cualquier operación de traducción. Sinn, el espíritu en alemán, anima a Zeus, al igual que anima a Europa; en un caso lleva a Zeus a imaginar cómo raptar a la joven, y en el otro, ayuda a Europa a darse cuenta (demasiado tarde) de la estratagema urdida por el dios. Kraft, la fuerza que le permite a Zeus llevar a cabo su voluntad, también se le concede a la Europa violada cuando llega a tierra firme. Tat, la acción, es la recapitulación del mito, la ejecución de un rapto como metáfora de la migración, de llegada y de fundación: cada cosa se convierte en otra por el hecho mismo del desplazamiento. Rapto, metamorfosis, metáfora, traducción: todos ellos términos que denotan el paso de una condición de existencia a otra, lo que Nietzsche define, refiriéndose a Europa, como « un estado de devenir ».13 En este sentido, el mito de Europa es en sí mismo la metáfora perfecta de la historia que pretende contar, un mito que tiene como sujeto y objeto a la traducción.

Toda traducción es una afirmación. Traducir es transportar de un conjunto de signos semánticos a otro la identidad de un texto para confirmar y restablecer su identidad original bajo una forma distinta y, sin embargo, equivalente; un modesto acto de transubstanciación que convierte la sustancia del texto en un gesto tan milagroso como concreto, y a través del cual se afirma la validez del propio lenguaje. « Me parece », dice don Quijote, « que el traducir de una lengua en otra, cuando no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés; que aunque se ven las figuras, son llenas de hilos que las escurecen, y no se ven con la lisura y tez del haz ».14 Una traducción es, pues, una afirmación repleta de evidencia de la transformación que ha sufrido, consciente de haber perdido el giro del original, pero sabiendo que, sean cuales sean los hilos aparentes, sigue reconociendo su lugar de origen. Europa sigue siendo, de principio a fin, la que define el reino fenicio abandonado o, para retomar los términos de Dante: el lugar « donde Europa se convirtió en una carga ».15

Toda traducción es una afirmación. Traducir es transportar de un conjunto de signos semánticos a otro la identidad de un texto para confirmar y restablecer su identidad original bajo una forma distinta y, sin embargo, equivalente

alberto manguel

La traducción también es un diálogo. Puede tolerar una reacción crítica al texto original por parte del traductor, a veces, al precio de la tentación reductora que consiste en « sanear » el texto original, como en el caso de los traductores del griego y del latín que, en el siglo XIX, se propusieron transformar a los amantes del mismo sexo en parejas heterosexuales;16 otras veces, con « ennoblecimientos » estilísticos, como un Arno Schmidt que traduce al alemán las pomposas novelas de Edward Bulwer-Lytton; y otras incluso, con intervenciones de su cosecha en el texto traducido. San Agustín, en un texto sobre la doble naturaleza del alma, invoca el derecho o la obligación de « escuchar a la otra parte »,17 audi partem alteram, un principio jurídico que no fue adoptado por el Consejo de Europa sino hasta 2004, diecisiete siglos después de Agustín, en una recomendación oficial que definía ese derecho como « la posibilidad de que toda persona pueda reaccionar ante cualquier información de los medios de comunicación que presente hechos inexactos […] y afecte a sus derechos personales ».18 En un libro titulado Involuntary Dislocation, Renos K. Papadopoulos sostiene que la otra parte « sólo puede expresarse en un lenguaje capaz de plasmar las ambigüedades, los silencios y los dilemas, así como el algos (dolor) de la nostalgia de un nostos [añoranza] desconocido, en el marco de un espacio-tiempo elusivo. Por lo tanto, no sería una extravagancia calificar esa ‘otra lengua’ de poética ». Y Papadopoulos concluye: « La ‘otra lengua’ es lo que uno se esfuerza por articular cuando se ve conmovido hasta lo más profundo de su ser por formas severas de adversidad ».19

Ahora llego al final. Tras un largo y sinuoso camino, intenté explorar la espinosa cuestión de la identidad europea. Partiendo del mito griego, me pregunté cómo un relato se convierte en mito, y cómo un mito recuperado puede convertirse en la metáfora de una identidad, cómo se da ese proceso y cómo se desarrolla en la mente, y por último, cómo funciona la imaginación para crear relatos, teniendo en cuenta ciertas pistas fisiológicas y ciertas intuiciones poéticas. Finalmente, al preguntarme si la noción de traducción podría ayudar a explicar al menos parte del proceso, llegué a un punto que probablemente no sea una conclusión. Pero me consuela Flaubert, que decía que « la mayoría de las veces, la conclusión me parece un acto de estupidez ».20

Poco después de su exilio forzoso en 1302, quizá llevando consigo sólo algunos borradores del poema que estaba componiendo en su lengua materna, Dante intentó definir Europa, ese tercio del mundo tripartita del que formaban parte los estados italianos, y su querida Florencia en particular. Para ello, Dante recurrió a una palabra que, siglos después, James Joyce, ávido lector de Dante, elegiría para su beatriciana Molly: « Yes ».« En toda la región que se extiende desde la desembocadura del Danubio (o pantano de Meotide) hasta las costas occidentales de Inglaterra », escribió Dante en De vulgari eloquentia, « que está definida por las fronteras de los italianos y los franceses, y por el océano, prevaleció una sola lengua, aunque después se dividió en muchas lenguas vernáculas por los eslavos, los húngaros, los teutones, los sajones, los ingleses y varias otras naciones. Sólo queda un rastro de su origen común en casi todas ellas, a saber, que en casi todas las naciones enumeradas, para responder afirmativamente, se dice ».21 El mito de Europa comienza con un rapto, pero termina con una afirmación: Europa traduce el deseo de violación de Zeus en su propio deseo de fundación, una traducción de lo negativo a lo positivo, una traducción de un No a un Sí.

Notas al pie
  1. Montesquieu, Réflexions sur la monarchie universelle en Europe, introducción y notas de Michel Porret, Ginebra, Droz, [1734]  2000.
  2.  Craig Stephenson, Anteros: A Forgotten Myth, Londres/Nueva York, Routledge, 2012, p. 1.
  3. Ovidio, Metamorfosis, II, 846-875.
  4. Entre las mujeres que sedujo Zeus están también Europa, Antíope, Calisto, Alcmena, Dánae y Egina. La joven Ganimedes también fue víctima de los apetitos de dios.
  5. Cf. Craig Stephenson, Anteros: A Forgotten Myth, p. 7.
  6. Jorge Luis Borges, « El informe de Brodie », en El informe de Brodie, Buenos Aires, Emecé, [1970] 2005.
  7. Daniel C. Dennett, From Bacteria to Bach and Back: The Evolution of Minds, Nueva York, W. W. Norton & Co., 2017, p. 406.
  8. « Un mito è una biforcazione in un ramo di un immenso albero. Per capirlo occorre avere una qualche percezione dell’intero albero e di un alto numero delle biforcazioni che vi si celano. Quell’albero non c’è più da lungo tempo, asce ben affilate l’hanno abbattuto ». Roberto Calasso, L’ardore, Milán, Adelphi, 2010, pp. 450-451.
  9. Voltaire, Le siècle de Louis XIV, [1753].
  10. Julio Cortázar, La vuelta al día en ochenta mundos, vol. 2, México, Siglo XXI, 1967, p. 54.
  11. Antero de Quental, Causas da decadência dos povos peninsulares nos trés últimos séculos: Discurso pronunciado na noite de 27 de maio na Sala do Casino Lisbonense, prefacio de Eduardo Lourenço, Lisboa, Tinta-da-china, 2008, p. 93.
  12. Goethe, Fausto I, Acto I, escena III, vv. 1224-1237.
  13. Friedrich Nietzsche, Jenseits von Gut und Böse. Zur Genealogie der Moral, Giorgio Colli y Mazzino Montinari (eds.), Munich, Deutscher Taschenbuch Verlag, 2002.
  14. Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote de la Mancha, segunda parte, c. LXII, Madrid, Edaf, 2004.
  15. « nel cual si fece Europa dolce carco », Paradiso, XXVII, 84.
  16. Cf. John Boswell, Christianity, Social Tolerance, and Homsexuality: Gay People in Western Europe from the Beginning of the Christian Era to the Fourteenth Century, Chicago, University of Chicago Press, 1982.
  17. San Agustín, De Duabus Animabus, XIV, II.
  18. « Recommendation 16.1 of the Committee of Ministers of the Council of Europe to member states on the right of reply in the new media environment », (adoptada por el Comité de Ministros el 15 de diciembre de 2004 en la reunión 909 de los ministros).
  19. Renos K. Papadopoulos, Involuntary Dislocation: Home, Trauma, Resilience, and Adversity-Activated Development, Abingdon/Nueva York, Routledge, 2021, p. 294.
  20. « La conclusion, la plupart du temps, me semble acte de bêtise » Gustave Flaubert, « Lettre à Louise Colet du 31 mars 1853 », en Correspondance, II, París, Gallimard, La Pléiade, 1980, p. 295.
  21. De vulgari eloquentia, 1.8.4.
Créditos
© Alberto Manguel
c/o Schavelzon Graham Agencia Literaria
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