Key Points
- La pandemia afecta particularmente a las mujeres, dada la sobrecarga de trabajo doméstico no remunerado, desigualmente distribuido, y las características de su inserción laboral, marcada por grandes brechas de género y raza.
- En Brasil, las mujeres negras, que sufren segregación en el mercado de trabajo y tienen condiciones más precarias de empleo y contratación, han perdido su fuente de empleo y, con ello, el sustento de sus familias.
- La pandemia llega para agravar las desigualdades históricas asociadas con el capitalismo patriarcal y marcadas por el racismo estructural, en el cual los cuerpos feminizados enfrentan condiciones aún peores de opresión, explotación y subordinación.
Desde el comienzo de la pandemia, en febrero de 2020, mucho se ha discutido y especulado sobre los orígenes del virus, sus efectos en el mediano y largo plazos, la mortalidad, la velocidad de contagio, entre otros. Una idea que se generalizó, esencialmente en el inicio de la crisis sanitaria, se refería al carácter democrático del virus, que enfermaba mandatarios y personas de a pie, hombres y mujeres, ricos y pobres, y que no distinguiría por etnia, color y credo.
Sin embargo, rápidamente la realidad evidenció lo contrario. No todas las personas están igualmente expuestas y no todas cuentan con los mismos medios para enfrentar la crisis. Algunas preguntas esenciales a considerar cuando se piensa en el COVID-19, y que serán abordadas en este escrito, son: ¿Quién se expone? ¿Quién cuida? y ¿Quién está en la línea de frente?
Como muchas autoras feministas descoloniales, socialistas y/o interseccionales han escrito en las últimas décadas, marcadores de género, raza y clase deben ser tenidos en cuenta a la hora de estudiar los efectos y las consecuencias sobre la población de las políticas públicas, de la exposición social y de los niveles de explotación y opresión. Como describe Françoise Vergès en Un feminismo decolonial, millones de mujeres racializadas que abren las ciudades constituyen una mano de obra superexplotada
«que realiza un servicio sub-cualificado y, por lo tanto, mal pago, trabaja en una situación de riesgo para la salud, en la mayoría de los casos a tiempo parcial, de madrugada o de noche, cuando oficinas, hospitales, universidades, centros comerciales, aeropuertos y estaciones están vacíos, o cuando los y las huéspedes dejaron sus cuartos de hotel. Miles de millones de mujeres se ocupan incansablemente de la tarea de limpiar el mundo. Sin el trabajo de ellas, millones de empleados, de agentes del capital, del Estado, del Ejército, de las instituciones culturales, artísticas y científicas, no podrían ocupar sus oficinas, comer en las cafeterías, realizar reuniones, tomar las decisiones en espacios aseados (…) Este trabajo indispensable al funcionamiento de cualquier sociedad debe permanecer invisible. No debemos darnos cuenta que el mundo donde circulamos fue limpio por mujeres racializadas y superexplotadas» 1
Este es solo un ejemplo de las ocupaciones a las que “acceden” las mujeres. Los cuerpos feminizados están más expuestos a situaciones de riesgo y se encuentran más vulnerables y desprotegidos, debido a las mayores desigualdades y discriminaciones que sufren tanto en su empleo remunerado como en el trabajo de cuidados y tareas domésticas realizado en el ámbito del hogar.
Para comenzar, los trabajos domésticos y de cuidados, que aumentan drásticamente en situaciones de crisis sanitarias, son desvalorizados social y económicamente, y se distribuyen de forma muy desigual. Desde la división sexual del trabajo que caracteriza al sistema patriarcal, las mujeres quedaron confinadas a las tareas reproductivas, es decir, ellas son las responsables del cuidado y la reproducción de la vida propia y ajena. Esta división sexual del trabajo y el carácter patriarcal y subalterno de las relaciones sociales, se ha profundizado a partir del capitalismo. Como destaca Silvia Federici, las tareas del hogar son mucho más que limpiar la casa, dado que implican servir a los trabajadores física, emocional y sexualmente, preparándolos para el trabajo día tras día, así como cuidar de los niños, los trabajadores del futuro y de los ancianos, los trabajadores del pasado. Detrás de cada fábrica está el trabajo oculto de millones de mujeres que consumen su vida y su fuerza para producir la fuerza de trabajo que impulsa la economía 2. En términos históricos, esto se ha visto reforzado mediante la imposición de mandatos sociales y construcciones de roles de género, según los cuales las mujeres y niñas son enseñadas y educadas para cumplir con la tarea de cuidar de la vida ajena, incluso a costa de su propia vida, de su tiempo, de la posibilidad de generar ingresos que le garanticen independencia económica, estudiar y formarse para tener mayores posibilidades en el futuro pudiendo dedicarse a la participación social y política, así como al ocio y esparcimiento.
El sistema capitalista se construye sobre la base de esta familia nuclear, donde la mujer es confinada a la soledad de la habitación y la cocina, y en el cual su trabajo, su esfuerzo físico y mental, que es realizado en el ámbito de la esfera privada del hogar, es desvalorizado económica y socialmente 3. De hecho, la motivación principal de las mujeres para dedicarse a tales tareas, no sería el lucro, sino su amor y abnegación familiar. Al menos en el caso de las mujeres blancas, dado que para las mujeres racializadas estas obligaciones son definidas a partir de la colonialidad de género, expresión de la continuidad de los mecanismos de explotación coloniales impuestos a fuerza de azotes y las más crueles formas de opresión 4.
En todos los casos el trabajo de la mujer siempre es invisible. Como afirma la teoría económica tanto clásica, como neoclásica, keynesiana y heterodoxa, dado que estas tareas son realizadas en el ámbito privado y no son mercantilizadas dentro del sistema capitalista, carecerían de valor, más allá de ser esenciales para la reproducción de la vida 5.
También en el caso de Brasil, las tareas domésticas y de cuidados son una “cuestión” femenina. Cuando se pregunta a hombres y mujeres sobre su desempeño en las tareas domésticas, según los datos registrados por la Encuesta Nacional de Hogares (“Pesquisa Nacional por Amostra de Domicílios Contínua Anual”) del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) en 2019, mientras que 92% de las mujeres declararon haber realizado tareas domésticas no remuneradas en el hogar, solo 78% de los hombres respondió afirmativamente. En lo que se refiere a tareas de cuidado (que ha sido incorporado recientemente a la encuesta), la pregunta está orientada esencialmente al cuidado de los niños. La tasa de realización de dichas tareas en el caso de mujeres fue de 36,8%, mientras que para los hombres fue 25,9%. También existe una clara desigualdad de género en cuanto al tiempo dedicado a la realización de dichas tareas domésticas y/o de cuidado. Las mujeres afirman dedicar casi el doble de tiempo (en promedio 21,4 horas de trabajo por semana) en comparación con los hombres (que dedican 11 horas). Esta diferencia se mantiene incluso cuando los entrevistados no están ocupados (las mujeres trabajan 24 horas a la semana en tareas en el hogar mientras que los hombres dedican 12,1 horas) 6.
Más aún, al diferenciar por tipo de tarea doméstica realizada, se observa que las mujeres se dedican fundamentalmente a las tareas que requieren un mayor esfuerzo físico, como preparar la comida, limpiar y ordenar la ropa y el calzado, asear el hogar, realizar las compras, mientras que comparten con sus pares masculinos las de esfuerzo organizativo, como la gestión financiera del hogar. Por otro lado, los hombres se destacan por realizar pequeñas reparaciones domésticas, limpieza del jardín y el automóvil, y comparten responsabilidades en el cuidado de mascotas y organización de las finanzas. Se evidencia, así, la enorme desigualdad en la distribución del trabajo doméstico en la dimensión de género. Esta distinción sexual va a mantenerse inclusive entre los integrantes más jóvenes de los grupos familiares, ilustrando la estructuración de los roles sociales de género desde una temprana edad.
Es importante señalar que esta división desigual en la distribución de las tareas domésticas no remuneradas genera una carga física y mental, en las llamadas dobles y triples jornadas de trabajo, y una mayor pobreza de tiempo para mujeres y niñas. Como fue mencionado, a menudo esto implica renunciar a la búsqueda de trabajos remunerados o de tiempo completo, o abandonar sus estudios, además de reducir el tiempo disponible para realizar actividades de ocio, de participación social y/o política y de cuidado personal.
A su vez, este trabajo que ni siquiera es reconocido como trabajo, no se contabiliza como parte de la riqueza del país. Sin embargo, las estimaciones (con técnicas que incluso se podrían considerar más conservadoras) muestran que estos trabajos reproductivos no remunerados representan alrededor del 11% del PBI brasileño, configurándose como un importante sector económico 7.
Un punto importante a destacar es que esta distribución desigual de las tareas domésticas y de cuidados empeora sustancialmente debido a los efectos de la pandemia. Con la crisis sanitaria aumenta la demanda de cuidados para ancianas y ancianos, que son la población de riesgo, e incrementa significativamente el número de enfermos. También las niñas y los niños, para quienes el aislamiento transformó a sus hogares en el espacio de esparcimiento, educación y vida, aumentan su demanda de tiempo y atención, ya sea para el cuidado, el aseo y la recreación, que para el acompañamiento del proceso educativo a distancia. En el caso de hogares con menores recursos y exclusión digital, esto se volvió un impedimento que aumentará aún más las brechas de clase que marcan la sociedad. Por otra parte, la pandemia aumenta la intensidad y el tiempo destinado a tareas domésticas dada la necesidad de mayor limpieza y esterilización de alimentos, productos y personas. En lugares con poco acceso a agua de calidad, esto ha significado inclusive un aumento de horas para buscar agua potable o una mayor exposición a contagios y enfermedades.
En el caso de Brasil esto es significativo, dada la falta de acceso a agua potable de calidad y a sistemas de saneamiento adecuados, que afecta esencialmente a las mujeres con menores ingresos, negras e indígenas, jóvenes y menos instruidas. Como evidencia el informe realizado por la consultora BRK 8, una de cada siete brasileñas no tiene acceso a agua tratada. Mientras que con respecto al sistema de cloacas y tratamiento sanitario del agua, según la encuesta realizada por el Sistema Nacional de Información de Saneamiento 9, en 2018 solo el 46,3% de los desechos cloacales generados en Brasil fueron tratados. Esto incentiva el uso de fosas, sumideros y la liberación directa en recursos hídricos, como ríos y arroyos, exponiendo a la población a diversas enfermedades infecciosas y parasitarias.
De esta forma, durante la pandemia 50% de las mujeres pasó a cuidar de alguien más 10, las mujeres perdieron sus redes de apoyo debido al aislamiento social y pasaron a estar mucho más expuestas a casos de depresión y violencia, sumidas en un contexto de profunda soledad. En el Estado de Río de Janeiro las denuncias de violencia aumentaron un 50% durante la pandemia 11.
Sin embargo, la pandemia no tuvo efectos únicamente en el ámbito de la reproducción de la vida. Como fue mencionado, el sistema capitalista patriarcal crea los roles sociales de género como un mecanismo de adoctrinamiento y alienación. Las mujeres y niñas son responsables por las tareas domésticas y de cuidados, que deben realizar gratuita, altruista y de manera invisibilizada. Pero inclusive en el proceso de mercantilización de la reproducción social, con la creación de la llamada economía de los cuidados, dichas tareas, que siempre han sido invisibles y desvalorizadas, mantienen su desprestigio social y escaso reconocimiento económico. El trabajo reproductivo remunerado es generalmente informal y/o peor pago que el resto de las ocupaciones, y lo realizan esencialmente mujeres negras, indígenas, pobres, migrantes, periféricas y trans 12.
Cuando las mujeres se incorporan a los empleos remunerados, esto sucede en un contexto de elevada segmentación del mercado de trabajo. Al analizar la estructura económica brasileña es evidente que en las tareas históricamente asociadas al cuidado, las mujeres tienen una representación mucho mayor que la media de los sectores económicos. Se trata de sectores usualmente de servicios, entre los cuales se destacan el sector de educación, salud y servicios sociales (que cuentan con un 75% de trabajadoras mujeres), el sector de servicio doméstico (que es el sector con mayor componente femenino, 92% de trabajadoras), el sector de alimentación y comercio y, en el caso de la industria de transformación, la producción de ropa y calzado. Se trata de sectores con mayor exposición y también peores condiciones de contratación y salarios 13.
A su vez, a las mujeres les resulta más difícil ingresar al mercado laboral, especialmente en el caso de mujeres negras, quienes registran las tasas de desempleo más elevadas (16%, frente al 12% del promedio brasileño, en 2018), y muestran una mayor proporción de empleos informales: 52% de las mujeres negras ocupadas en 2018 no tenían contrato de trabajo formal (“carteira de trabalho”), mientras que el promedio de los ocupados informales era 48% 14.
Por otro lado, los salarios e ingresos que reciben las mujeres son más bajos que los de sus colegas hombres. Esta diferencia se profundiza cuando se realiza una lectura interseccional que incluya la raza además del género y la clase 15. Mientras que las mujeres reciben, en promedio, un ingreso un 21,3% más bajo que el de los hombres (y un 24,4% más bajo en el caso de trabajadoras y trabajadores), las mujeres negras reciben un salario que es 55,6% más bajo que el de los hombres blancos 16. Esta diferencia substancial de los ingresos es una evidencia más del racismo estructural presente en Brasil, donde las mujeres negras experimentan múltiples capas de opresión y explotación que las coloca en la base de la pirámide de las injusticias.
El caso de las trabajadoras domésticas de Brasil requiere especial atención. Las fuertes y múltiples desigualdades que caracterizan al país se expresan especialmente en este sector. Si bien algunas mujeres luchan por acceder a estructuras de poder y espacios de toma de decisiones y logran romper el “techo de cristal” accediendo a sectores y cargos a los que tradicionalmente no pertenecían 17, la gran mayoría logra garantizar un ingreso trabajando como empleadas domésticas, especialmente en el caso de mujeres racializadas (negras e indígenas). En 2018, el sector empleó a 6,2 millones de trabajadores en Brasil, de los cuales el 92% eran mujeres 18. De estos, 65,8% (es decir, 4,1 millones) eran negras. Esta ocupación es una de las principales fuentes de ocupación femenina, empleando al 14,6% de las mujeres de la fuerza de trabajo de Brasil. Los ingresos medios de la población ocupada en el empleo doméstico se encuentran entre los más bajos de la economía, siendo inferiores al salario mínimo. En la peor situación se destacan, una vez más, las trabajadoras domésticas negras, que recibieron en promedio R$ 672 en 2018 (mientras que el salario mínimo era R$ 954). El sector también se caracteriza por el elevado nivel de informalidad: el 72,2% de las trabajadoras no tiene contrato laboral permanente y solo 39,8% realiza aportes a la seguridad social. Por lo tanto, la gran mayoría no tiene acceso a los derechos básicos de los trabajadores y su continuidad laboral y niveles de ingreso no están garantizados.
Las mujeres en Brasil, especialmente las racializadas, tienen menos oportunidades laborales, están más desempleadas, tienen ingresos mucho más bajos, peores condiciones de seguridad laboral y poca continuidad y permanencia. Esto las expone a mayores situaciones de marginalidad, inseguridad y pobreza. La situación es particularmente preocupante si se considera el peso creciente de la mujer como principal fuente de ingresos de los hogares brasileños. En 2019, el número de hogares con jefas de familia mujeres alcanzó el 48% 19.
Estos datos evidencian las desigualdades de género profundas y estructurales que existen en Brasil y que están estrechamente relacionadas con otras desigualdades, como las raciales y de clase. Además, los indicadores presentados subrayan la difícil situación en la que se encuentran actualmente los cuerpos feminizados y racializados, que realizan los trabajos asistenciales considerados esenciales, estando en la línea de frente en el combate a la enfermedad, y que diariamente deben resolver la ecuación entre exponerse a contagios y a la sobrecarga de trabajo o no poder garantizar la subsistencia propia y del núcleo familiar.
A su vez, las mujeres son las primeras que pierden sus fuentes de trabajo e ingresos en situaciones de crisis económicas debido a que ingresan al mercado laboral en peores condiciones que los hombres y deben continuar con la carga del trabajo en casa. Según los datos de la PNADCA 2020, en el tercer semestre, 8,5 millones de mujeres en Brasil salieron de la fuerza de trabajo, llevando la tasa de participación femenina a 45,8%, el menor valor histórico de los últimos 40 años, (en 2019 había sido 54,7%). Las mujeres perdieron muchos más empleos formales que los hombres, y las trabajadoras informales, como las trabajadoras domésticas, fueron las grandes víctimas de la crisis económica. Entre el primer y segundo trimestre de 2020, se produjo una caída significativa del trabajo doméstico: se perdieron 1,25 millones de puestos de trabajo, equivalentes a un 21% de contracción en comparación con 2019. La reducción más significativa se produjo en el trabajo doméstico sin contrato laboral (las ocupaciones de las llamadas “diaristas” se redujeron en 1,02 millones de puestos, lo que equivale a una contracción de 23,7%).
Esta situación de vulnerabilidad económica seguramente se verá agravada en 2021 dada la reducción y hasta extinción del “auxilio emergencial” que recibieron quienes no contaban con empleo formal durante el 2020 o que recibían menos que el salario mínimo. Finalmente, el derecho al aislamiento no es el mismo para todas y todos, como así tampoco el acceso al sistema de salud, siendo fuertes los marcadores de clase y raza. Según los datos del IBGE de 2019, solo el 28,5% de la población tenía acceso a algún plan médico o dental, mientras que el 71,5% dependía del Sistema Único de Salud 20 que lamentablemente, sobre todo en las grandes ciudades, se encuentra colapsado luego de varios años de desfinanciamiento. A su vez, si se distingue por raza, el acceso al sistema privado es del 21% para personas no blancas y 38% para personas blancas. En la población con ingresos mensuales de hasta 25% del salario mínimo, solo el 2,2% contaba con un plan médico de salud, lo que indica una fuerte dependencia del sistema público. En el rango de más de cinco salarios mínimos, el 86,8% tenía un plan. En Brasil, la democratización del acceso a la salud continúa siendo un tema pendiente.
Como es posible apreciar, las brechas de género están fuertemente marcadas por el sexismo y el racismo estructural y son multidimensionales: en la distribución de las tareas de cuidado, en las condiciones laborales, en el desempleo, en las brechas salariales, en el acceso a los servicios públicos, en las situaciones de seguridad, entre otros. En ese sentido, no es posible afirmar que estamos todas y todos en el mismo barco, la pandemia llega para agravar las desigualdades históricas asociadas con el capitalismo patriarcal y marcadas por el racismo estructural, en el cual los cuerpos feminizados enfrentan condiciones aún peores de opresión, explotación y subordinación.
Notas al pie
- Verges, F. (2020). Um Feminismo Decolonial. São Paulo: Ubu Editora, p.24 (traducción propia).
- Federici, S. (2012). Revolution at Point Zero: housework, reproduction, and feminist struggle. Oakland: PM Press.
- Ibid.
- Cf. Lugones, M. (2019), “Rumo a um feminismo descolonial”, en: Buarque de Hollanda, H. (comp.), Pensamento Feminista: conceitos fundamentais, Rio de Janeiro: Bazar do Tempo ; González, L. (2019), “Racismo e Sexismo na Cultura Brasileira” en Buarque de Hollanda, H. (Comp.), Pensamento Feminista Brasileiro, Rio de Janeiro: Bazar do Tempo ; Davis, A. (2016[1981]), Mulheres, Raça e Classe, São Paulo: Boitempo
- Marçal, K. (2017). O lado invisível da economia: Uma visão feminista. São Pulo: Alaúde Editorial.
- IBGE (Instituto Brasileiro de Geografia e Estatistica) (2020), Pesquisa Nacional por Amostra de Domicílios Contínua Anual, 2019. IBGE.
- de Melo, H.-P. & Thomé, D. (2018), Mulheres e Poder, São Paulo: FGV Editora.
- BRK (2019), “Mulheres e Saneamento”, BRK Ambiental e Instituto Trata Brasil.
- SNIS (Sistema Nacional de Informações sobre Saneamento) (2019). Diagnóstico dos Serviços de Água e Esgotos – 2018, [online] Brasília.
- THINK OLGA (2020). “Mulheres em Tempo de Pandemia”
- Ibid.
- Arruzza, C., Bhattacharay, T. & Fraser, N. (2019), Feminismo para os 99%: um manifesto, São Paulo: Boitempo Editorial.
- de Melo, H.-P. & Thomé, D. (2018), Mulheres e Poder, São Paulo: FGV Editora.
- IBGE (Instituto Brasileiro de Geografia e Estatistica) (2019). Pesquisa Nacional por Amostra de Domicílios Contínua Anual, 2018. IBGE.
- Crenshaw, K. (1989). “Demarginalizing the intersection of Race and Sex: A Black feminist Critique of Antidiscrimiation Doctrine, Feminist Theory and Antiracist Politics”. Feminist Theory and Antiracist Politics, University of Chicago Legal Forum.
- IBGE (Instituto Brasileiro de Geografia e Estatistica) (2020), Pesquisa Nacional por Amostra de Domicílios Contínua Anual, 2019. IBGE.
- Fernandez Brena, P.-M. (2019), “Teto de vidro, piso pegajoso e desigualdade de gênero no mercado de trabalho brasileiro à luz da economia feminista: por que as iniquidades persistem?”, Cadernos de Campo: Revista de Ciências Sociais, (26), 79-104.
- IBGE (Instituto Brasileiro de Geografia e Estatistica) (2020), Pesquisa Nacional por Amostra de Domicílios Contínua Anual, 2019. IBGE.
- Ibid.
- IBGE (Instituto Brasileiro de Geografia e Estatistica) (2020). Pesquisa Nacional por Amostra de Domicílios Contínua Anual, 2019. IBGE.