Su primer libro, que se convirtió en un best seller mundial, se llamó La lengua de los dioses (La lingua geniale, Laterza 2016, traducción al español publicada en 2017 por Taurus). ¿Puede remontarse a la elección de la expresión para designar el griego antiguo?
Creo que el griego antiguo fue uno de los motores del «milagro griego». El griego antiguo ya no se habla. Ni siquiera sabemos cómo se pronunciaba, lo que contribuye a reforzar la dimensión imaginaria, casi mítica, de la antigua Grecia. Esta pregunta siempre me ha fascinado: ¿por qué en Grecia, más concretamente en Atenas, en ese territorio tan pequeño, desconectado del resto del mundo, ese guijarro sin recursos económicos importantes ni innovaciones tecnológicas revolucionarias, el ser humano inventó algo tan inaudito como la filosofía, el pensamiento político, la tragedia? Estoy convencida de que algunos de estos milagros se los debemos a la lengua, al griego antiguo.
La lengua genial [el título en italiano], está hecha para la filosofía y la política. En el plano gramatical, encarna el paso del logos, la lógica, al dialogos, el diálogo. Es una lengua que permite la abstracción. No está diseñada simplemente para nombrar cosas concretas, sino que sabe nombrar el pensamiento.
Por utilizar una metáfora lingüística, ¿qué hemos heredado de esa lengua genial: es más bien una sintaxis o un vocabulario?
Yo diría que ambas cosas. Desde el punto de vista del vocabulario, la mayor parte de las palabras que aún hoy utilizamos en el ámbito del pensamiento proceden del griego, a veces del latín. El griego se redescubrió como receptáculo mágico a partir del siglo XVI y facilitó la entrada de cultismos a nuestro vocabulario. Y también nos enseñó, a través de su propia sintaxis, a razonar, a construir argumentos, pruebas, relatos. Hemos traducido su estructura a nuestras lenguas; mucho de lo que pensamos se lo debemos a la forma de pensar de los antiguos griegos.
Heredamos todo un proceso lógico. Hay una anécdota relacionada con el sofista Anaxágoras. Anaxágoras tenía un alumno que, después de tomar sus cursos de filosofía y retórica, no volvió a ganar un argumento. Un día, el alumno volvió a su maestro y le pidió que le devolviera el dinero. Se inició entonces un diálogo que Anaxágoras situó rápidamente en el plano del razonamiento lógico. Finalmente, concluyó diciéndole a su alumno que, si lograba convencerlo de que era un mal profesor, entonces habría ganado el primer debate de su carrera, y su aprendizaje no habría sido en vano. Este divertido ejemplo muestra, en mi opinión, cómo el pensamiento griego nos enseña a elevar todos los problemas, todas las acciones que realizamos para resolverlos, al nivel de un enfoque lógico y reflexivo.
Finalmente, una última e inmensa deuda que tenemos con el griego se refiere a la disciplina histórica. Heródoto, Tucídides y otros historiadores griegos se encargaron de registrar los acontecimientos pasados, los discursos que los rodeaban y la evolución del conocimiento para transmitírnoslos, lo que constituye una riqueza sin precedentes.
¿Cuál es su lectura predilecta en griego?
Creo que no puedo prescindir de Homero. Fue el primer autor griego que leí de niña. Me encanta el ritmo de su lenguaje, que me hace pensar en un corazón que late. Creo que me gusta tanto la Ilíada como la Odisea, pero obviamente son dos mundos diferentes. Últimamente me inclino más por la Ilíada, así como por la Eneida en latín, porque me gusta la parte cívica y social del mundo antiguo. En esos poemas, cada elemento se convierte instantáneamente en un mito. La disociación entre el mito y la lógica sólo se produce en el momento en que se estructura la democracia ateniense, precisamente cuando el «milagro griego» toma forma.
¿Cómo conviven entonces el mito y la lógica?
Hoy en día, tendemos a creer cualquier cosa y, sin embargo, desconfiamos de todo. La lógica griega, en cambio, implica cierta desconfianza hacia el mito. Ése fue el enfoque de Platón. Pero esto no significa destruir los mitos para pasar a un universo puramente racional: se trata más bien de cuestionar el mito desde dentro aplicándole un enfoque lógico. Así es como los griegos consiguieron mantener esos dos polos para explicar el mundo, el mythos y el logos. Eso es lo que admiro de Platón, porque funciona en ambos sentidos: también supo utilizar el mito para explicar sus razonamientos lógicos, pensemos en la alegoría de la caverna en La República, en el mito del carro celeste en el Fedro… Hoy en día, un escritor como Tucídides también sigue siendo muy interesante por su método de investigación y razonamiento histórico.
¿Los europeos occidentales ven a Grecia a través de los ojos de Roma, que en cierto modo la ha domesticado? ¿Cuál es la escala relevante de Grecia?
Grecia es principalmente un país balcánico. Esto es cierto, en primer lugar, desde el punto de vista geográfico. Además, Grecia es una extensión y una gran oportunidad para nuestra relación con los países del sureste de Europa: cultural, política y económicamente, Grecia es nuestra puerta de entrada a esas regiones. También en este caso, mirar a Grecia con o desde los Balcanes significa tratar de descentrar la mirada en relación con la herencia grecolatina.
Pero, al final, creo que la escala en la que mejor podemos entender a Grecia, en toda su diversidad, es la del Mediterráneo.
Recientemente me he dado cuenta de que la Grecia de la que hablo aquí, la que describo en mis libros o la que creí haber estudiado durante veinte años, es en realidad una Grecia imaginaria. Principalmente porque, como muchos europeos occidentales, no me interesaba lo que ocurrió en ese país entre la antigüedad y la actualidad, en estos dos mil años de historia.
Cuando se llega a Atenas hoy, no se cree que todo el mundo esté filosofando en sandalias, pero se olvida fácilmente todo el esfuerzo que la Grecia moderna ha hecho para existir, para inventarse a sí misma, incluso reinventando el pasado que se proyecta fácilmente sobre ella.
Es cierto que, si no se está dispuesto a cuestionar esa Grecia imaginaria, se corre el riesgo de decepcionarse por la Grecia actual, que sin embargo tiene mucho que ofrecer, incluso desde el punto de vista literario. Desde hace un año intento recuperar lo perdido leyendo otras obras que no sean las de Homero y Platón. Es agradable descubrir algo nuevo sobre ese país.
Te das cuenta de que esa Grecia Antigua ni siquiera existía. Todo fue reimaginado por los occidentales, primero en Roma y luego durante el Renacimiento. Y al mismo tiempo, le robaron todo a ese país. La primera frase de la literatura latina es una traducción de la Ilíada. Los griegos de esta Grecia imaginaria somos en realidad todos nosotros: los descendientes de Platón, los intelectuales y los curiosos de Europa que van al museo, a la escuela…
¿Cuál es la relación entre los propios griegos y esta herencia que usted dice que es imaginaria?
En la actualidad, en Grecia hay dos perfiles. Hay griegos que están convencidos de que hablan griego antiguo, porque es cierto que el griego moderno sigue siendo griego, pero eso no significa que sea la lengua de Platón. Es un tipo de orgullo que ignora los 2000 años transcurridos, sobre todo los años bajo dominio otomano y la conquista de la independencia en el siglo XIX. Por otro lado, hay quienes rechazan su herencia por razones políticas. Algunos piensan que la Antigua Grecia es una invención nacionalista creada después de la independencia griega, cuando era necesario encontrar una lengua común, una literatura común, unas raíces comunes para un pueblo que estaba muy fragmentado en cuanto a dialectos, lenguas, literaturas… En resumen, algunos viven en una continuidad fantasmagórica con la Antigüedad, y otros encuentran esa imagen de Grecia demasiado antigua o demasiado nueva.
¿Cuál es su relación con Grecia, su trabajo sobre ese país y esa lengua?
Durante mucho tiempo tuve un conocimiento académico y filológico de Grecia. Pero en los últimos años he ido a Grecia cada vez más a menudo, lo que ha cambiado mi enfoque y mi forma de entender el país.
Mi primer viaje se remonta a mis años de preparatoria. Tenía 17 años y estaba convencida de que la ciudad que visitábamos no era Atenas. Me imaginaba una ciudad perfecta, blanca, noble… Cuando vi esa ciudad en el Mediterráneo oriental, pensé que no podía ser lo que yo había imaginado. Empezó con una decepción, un poco como la gente que va a Japón y no encuentra lo que lee en los libros de Kawabata. Esa decepción fue una buena lección que me empujó a estudiar al país más a fondo.
Para la serie «Mi noche en el museo» de la editorial Stock, pasé una noche en el Museo de la Acrópolis en junio, y fue una experiencia fascinante. El año pasado, para mi libro sobre el culto al deporte, recorrí el camino de Maratón a Atenas que inició la legendaria tradición del maratón. A través de esas experiencias, me di cuenta de que, si me aferraba a la erudición, corría el riesgo de encerrarme en la Grecia imaginaria que he descrito.
En este momento, es fundamental para mí estudiar Atenas sin tener una mirada nostálgica que vea sólo hacia la Acrópolis. Esta nostalgia, con toda su nobleza y garbo, puede volvernos infelices y ciegos. Corremos el riesgo de desarrollar una falsa devoción por un mundo que ya no existe.
Sus obras son un éxito mundial y se han traducido a casi treinta idiomas, cuando se podría pensar que el griego y el latín no se venden. En su opinión, ¿qué dice este éxito de nuestro tiempo? ¿Qué buscan los lectores en sus libros?
Todavía no he encontrado la respuesta a esa pregunta, desde hace seis años que mi primer libro se publicó en Italia…
Por un lado, el latín y el griego están desapareciendo de la escuela, de la cultura y de lo que queremos transmitir a nuestras futuras generaciones. Son doblemente víctimas de la ignorancia y la desconfianza, que se alimentan mutuamente. Este año sólo 535 alumnos cursaron el bachillerato con especialidad en lenguas y cultura antiguas: esto ya no es un retroceso, es una desaparición pura y dura, cuyas consecuencias corremos el riesgo de pagar durante mucho tiempo a todos los niveles.
Al mismo tiempo, conozco a muchas personas, lectores y lectoras de mis libros, que lamentan no haber estudiado griego, latín y, a veces, literatura. La mayoría de esas lecturas parten de una carencia, de una necesidad íntima que recurre a los clásicos. La idea de que los clásicos tienen la respuesta, incluso a cuestiones muy contemporáneas y a veces muy personales, sigue siendo fuerte y, en cierto sentido, bastante conmovedora.
¿Prefiere a los griegos que a los latinos?
Sí, quizás los clásicos griegos incluso más que los latinos, porque tienen una especie de capa extra de imaginación en el inconsciente colectivo.
Creo que la necesidad de acudir a los clásicos, de pedir una mediación hacia esos textos, delata un gran sufrimiento, o un miedo: miedo a lo desconocido quizás, a la dinámica del mundo contemporáneo, que empuja a refugiarse en el tiempo congelado del pasado griego. Pero debemos tener cuidado de no refugiarnos en un puro espejismo.
¿Cómo se articulan el espacio mediterráneo y la lengua griega?
En la época clásica, la lengua griega fue el vector de una idea cultural común y de una gramática política y filosófica que se extendió por todo el Mediterráneo. Hoy, evidentemente, esto ya no es así. Culturalmente, Grecia ha quedado aislada: sus autores apenas son leídos en Francia o España, con la posible excepción de Petros Markaris. Grecia también se ha puesto otra túnica imaginaria: la de las casas blancas, las islas y el turismo, que obviamente no la resumen. Hace poco releí Zorba y me llamó la atención que, mucho más que las imágenes que hemos conservado de la película, la novela de Kazantzákis es un libro serio, filosófico y melancólico, que dice mucho de la Grecia contemporánea.
¿Puede hablarnos de un lugar —un paisaje, una ciudad, una calle— que diga algo sobre su relación con Grecia?
Aconsejaría a cualquiera que vaya a Grecia que vaya a Missolonghi. Evidentemente, es el lugar de la gran batalla por la independencia, que Delacroix inmortalizó en Grecia expirante entre las Ruinas de Missolonghi y La matanza de Quíos. Es también el lugar de memoria por excelencia de la cruzada filohelena, de hecho su lugar de origen, ya que fue a partir de la muerte de Byron que el movimiento filoheleno se puso realmente en marcha. Su tumba aún puede verse allí, en el cementerio de los filohelenos y de todos los independentistas griegos.
Visitar Missolonghi permite salir de Atenas y de las rutas turísticas, tener la impresión de estar en el centro del mundo cultural moderno, porque ahí se encuentra el sueño de la generación romántica que soñó a Grecia, y al mismo tiempo, en una especie de suburbio o margen de Europa.
¿Así que finalmente cambia la Grecia imaginaria de la Antigüedad por la Grecia romántica?
Efectivamente, heredamos la visión romántica de Grecia. Pero también porque fue la visión romántica la que recreó la antigua Grecia para nosotros. En aquella época, Grecia estaba ocupada por el Imperio Otomano desde hacía varios siglos. El vínculo con la riqueza cultural de la época clásica se había perdido, la Acrópolis había sido abandonada. Cuando llegó Napoleón, Grecia era un país pobre, Atenas sólo tenía diez mil casas. El renacimiento filoheleno también supuso un renacimiento cultural, histórico y patrimonial para los griegos.
El enamoramiento de una persona como Lord Byron, pero también de tantos europeos con Grecia, fue un nuevo milagro político para Europa. Es una de las pocas veces que Europa se ha unido para defender una visión de la cultura y del pasado. Todo esto también fue posible gracias a las campañas napoleónicas, que alteraron el orden geopolítico y desplazaron a grandes masas de personas, como sabemos. Antes de eso, nadie iba a Grecia. Se creó un embrión de circuito proto-turístico, y el detonante fue, obviamente, el papel de Lord Byron, que partió para ayudar a los independentistas griegos, murió allí a los tres meses, y cuyo destino conmovió a gran parte de las élites europeas.
El Mediterráneo es también un lugar de continuo sufrimiento, ligado a la tragedia migratoria. Samotracia y Lesbos están frente a Turquía. La situación militar, la de la marina, está en permanente tensión, tanto si se trata de rescatar a los migrantes como de las diversas formas que puede adoptar la amenaza turca. Los imaginarios de la Grecia clásica o de la Grecia turística están en total contradicción con esta realidad. Sin embargo, el valor de la hospitalidad es uno de los más importantes del mundo griego antiguo. Gracias a ella, Ulises, disfrazado de mendigo, fue acogido de nuevo en Ítaca. Del mismo modo, morir en el mar, sin tumba, era la pesadilla de los viajeros y el peor sacrilegio en la antigua Grecia. La tragedia actual niega, por desgracia, los más bellos legados de la antigua Grecia.