La cumbre de los BRICS del mes pasado suscitó reacciones muy diversas, desde quienes elogiaban al grupo como vehículo necesario para cambiar el orden mundial hasta quienes advertían de la posibilidad de que se convirtiera en una nueva plataforma antioccidental para los adversarios de Estados Unidos. Los observadores tanto de Estados Unidos como del Sur Global también se han mostrado en gran medida indiferentes hacia dicho grupo. Entre las críticas más frecuentes está la heterogeneidad económica y política de sus miembros y sus intereses divergentes, lo que, combinado con la decisión de los BRICS de ampliar su número de miembros, se dice que socava su cohesión y debilita su influencia potencial.
Si estas críticas nos suenan familiares, es porque los detractores de las iniciativas no occidentales que pretenden desafiar y cambiar el statu quo de la gobernanza mundial las reciclan con regularidad. También aparecen en una serie de artículos recientes que cuestionan la validez del concepto de «Sur Global» e incluso pedían que se abandonara el término por completo, y que, quizá no por casualidad, se publicaron en las semanas previas a la cumbre de los BRICS.
Por supuesto, algunos de los artículos también ofrecían un análisis reflexivo de las oportunidades y retos a los que se enfrentan los BRICS y la necesidad de aclarar sus objetivos y estrategia. Estos artículos ayudan a explicar por qué, a pesar de las visiones contrapuestas de los miembros actuales y de las tensiones existentes, 9 países han aceptado invitaciones para unirse a los BRICS y otros 40 han expresado su interés en hacerlo. Los nuevos y futuros miembros de los BRICS ven en el grupo una oportunidad de reunirse para centrarse en intereses comunes, y los críticos se equivocarían si pasaran por alto el impulso creado por los BRICS.
El vínculo con el concepto de «Sur Global» es clave para entender por qué. En lugar de descartar el término como inválido o irrelevante, es importante aclarar qué es y qué no es el Sur Global, y demostrar lo inadecuado de los argumentos más utilizados contra el concepto aplicándolos a etiquetas centradas en Occidente y a otras agrupaciones geopolíticas y económicas.
Para ello, existe una vasta bibliografía que explora y conceptualiza el significado del Sur Global, creado por académicos de todo el mundo, incluso en Occidente. En resumen, el concepto trastoca los paradigmas y las etiquetas peyorativas creadas por las potencias históricamente dominantes al poner de relieve «los diferentes niveles de integración o exclusión en los procesos internacionales de toma de decisiones», como lo dice Sinah Theres Kloß 1.
No es un simple concepto geográfico
Uno de los argumentos más esgrimidos contra el Sur Global es, sin duda, la referencia geográfica que elude. De hecho, el Sur Global incluye países de África, Medio Oriente, América Latina y el Caribe, así como la mayor parte de Asia, situados tanto en el hemisferio norte como en el hemisferio sur. Por ello, los críticos suelen utilizar este argumento para subrayar las aparentes contradicciones del concepto.
Pero el término nunca pretendió ser puramente geográfico. Como afirma Anne Garland Mahler, «es independiente de cualquier referencia inequívoca a la geografía» 2. Aunque muchos autores se refieren a los informes de la Comisión Brandt de 1980 y 1983, que trazaron una línea que dividía aproximadamente el mundo en una división Norte-Sur en términos de desarrollo económico como un momento fundamental en la historia del término, los orígenes del concepto de «Sur» pueden remontarse mucho más atrás. Por ejemplo, la revista literaria Sur fue fundada en 1931 en Argentina por Victoria Ocampo, a pesar de que se trataba más de un esfuerzo por tender «puentes culturales entre los intelectuales de América y Europa» que de afirmar una identidad meridional diferenciada.
El «Sur Global» aparece así como una etiqueta a la vez múltiple y neutra para designar a Estados históricamente relegados a los márgenes del orden mundial.
En 1926, en un ensayo titulado Alcuni temi della questione meridionale, el comunista y teórico revolucionario italiano Antonio Gramsci utilizó el término para referirse a las desigualdades entre el norte y el sur de Italia. Al hacerlo, según Garland Mahler, Gramsci aplicó un marco político que más tarde sirvió de base para la teorización del Sur en el Norte: «una geografía desterritorializada de las externalidades del capitalismo … para dar cuenta de los pueblos subyugados dentro de las fronteras de los países más ricos, de modo que hay Sur en el Norte geográfico y Norte en el Sur geográfico».
Además, según Kloß, una de las razones por las que se añadió el adjetivo «global» a «Sur» fue «para subrayar que el concepto no debe entenderse como una mera clasificación geográfica del mundo, sino como una referencia a las relaciones de poder globales desiguales, al imperialismo y al neocolonialismo».
Limitar el concepto de Sur Global a una cuestión geográfica –o rechazarlo porque no tiene límites precisos– es, por tanto, un error que borra casi un siglo de teoría. También es olvidar el uso de etiquetas similares, como los bloques occidental y oriental de la Guerra Fría, que, fuera de las fronteras territoriales de Europa, no tenían ningún significado geográfico, sino que resumían la dinámica social, política y económica de la época.
No es un simple concepto de economía del desarrollo
Del mismo modo, sería erróneo utilizar las flagrantes diferencias entre los indicadores económicos y de desarrollo de los países para refutar su pertenencia al Sur Global. Por ejemplo, algunos autores han argumentado que una categoría única no es apropiada para Estados con diferencias tan marcadas en crecimiento, PIB per cápita y otros indicadores relacionados con el desarrollo.
Pero el informe «The Challenge to the South» –publicado en 1990 por la Comisión del Sur, cuyos miembros procedían exclusivamente del Sur– expone las múltiples facetas del «Norte» y del «Sur», al tiempo que subraya la centralidad de la cuestión de las relaciones internacionales de poder en la gobernanza mundial, además de las medidas económicas tradicionales, para determinar su composición. Como explican Nour Dados y Raewyn Connell, «el término Sur Global es más que una metáfora del subdesarrollo. Hace referencia a toda una historia de colonialismo, neoimperialismo y cambios económicos y sociales divergentes que han mantenido importantes desigualdades en el nivel de vida, la esperanza de vida y el acceso a los recursos» 3.
Según Kloß, este matiz explica también la adición de la palabra «global» al concepto. Los críticos han argumentado que el «Sur» se asocia con demasiada frecuencia a «discursos y prejuicios desarrollistas». Lo mismo cabe decir de los conceptos de «economías de renta baja y media» y «mercados emergentes y países avanzados», utilizados actualmente por las instituciones financieras internacionales. Del mismo modo, la etiqueta «en desarrollo» es peyorativa y condescendiente cuando se aplica a países, en contraposición a las economías desarrolladas, porque crea una jerarquía entre Estados. E incluso cuando se aplica a las economías, supone que sólo hay un camino posible para que los países «en desarrollo» avancen hacia el estatus de «desarrollados», conceptualizado según el modelo del Estado occidental.
Además, es hipócrita subrayar la heterogeneidad económica del Sur mientras se ignora la de agrupaciones occidentales como la Unión Europea, la OTAN, el G7 y otras. Por ejemplo, la Unión Europea está ampliamente considerada como una organización supranacional de éxito a pesar de estar formada por 27 países cuyos PIB oscilan entre los 38 mil millones de dólares de Estonia y los 4 billones de dólares Alemania. Del mismo modo, dentro de la OTAN, el presupuesto militar estadounidense de casi un billón de dólares eclipsa los 87 millones de dólares de Malta e incluso los 54 mil millones de dólares Francia.
No es una visión única, ni un grupo homogéneo
Es esencial señalar que los académicos nunca han teorizado la etiqueta «Sur Global» para deducir de ahí que los países que lo componen sean homogéneos, que compartan la misma identidad o que tengan una arquitectura común de intereses geopolíticos y otros intereses estratégicos. De hecho, la bibliografía destaca hasta qué punto la etiqueta debe ser flexible, capaz de evolucionar a medida que las relaciones de poder mundiales cambian con el tiempo. Por tanto, tampoco se trata de delimitar o dividir el mundo en bloques fijos.
Sin embargo, algunos han argumentado que el concepto de Sur Global ignora los diferentes enfoques de la política y la gobernanza de los Estados que lo componen, deduciendo que la cooperación entre gobiernos democráticos y no democráticos o entre gobiernos no democráticos es imposible. Tampoco tiene en cuenta el hecho de que incluso democracias afines tienen a menudo intereses divergentes, lo que no les impide trabajar juntas en prioridades comunes.
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Por lo tanto, sería un error centrarse únicamente en las diferencias económicas y geopolíticas entre los países del Sur para desestimar su capacidad de construir coaliciones destinadas a reorganizar el sistema internacional y desempeñar un papel más importante en él, sobre todo en un contexto en el que existe una creciente sensación de urgencia ante un número cada vez mayor de crisis mundiales. Los países del Sur no sólo han sido marginados por la globalización y el capitalismo, sino que también están sufriendo las consecuencias negativas de estos procesos. Son los más vulnerables al cambio climático y se enfrentan a grandes desigualdades internas: el PIB de India puede ser el quinto más alto del mundo, pero su PIB per cápita lo sitúa en la franja media baja según el Banco Mundial. Muchos de ellos también se enfrentan a crisis de deuda externa y luchan por atraer los flujos de financiación internacionales necesarios para su desarrollo económico.
Estas experiencias compartidas de marginación histórica en la gobernanza internacional están contribuyendo a alimentar los intentos de encontrar un terreno común, como demostró la cumbre de los BRICS. Es cierto que aún no hemos visto cómo este nuevo impulso en el Sur se traducirá en propuestas creíbles de cambio político, pero merece la pena prestarle atención. De hecho, las oleadas de peticiones de reforma de la gobernanza mundial y los nuevos modelos de relaciones entre Occidente y los países del Sur encierran el potencial de un cambio positivo que también beneficiará a los Estados occidentales, ya sea en términos de inmigración y tráfico de drogas y armas, o de oportunidades para establecer mayores asociaciones económicas y de seguridad.
Para refutar la idea de que la heterogeneidad del Sur debilita el concepto, es necesario deconstruir el mito de una comunidad occidental unida y homogénea basada en principios y valores compartidos –»un jardín» donde «todo funciona bien», como Josep Borrell, alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, describió la Europa de 2022. En los últimos años se ha producido un marcado aumento de nacionalismo, populismo y otras ideologías extremistas en Occidente. En Estados Unidos, numerosos ejemplos incluyen el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, el auge de los grupos neonazis y la violencia racista sistemática de las fuerzas policiales contra los afroamericanos. Dentro de la UE, Italia, Polonia –todavía durante unas semanas– y Hungría están dirigidas por gobiernos nacional-conservadores de extrema derecha, y el gobierno conservador del Reino Unido también se ha movido en esta dirección.
Los intereses y las posiciones estratégicas contradictorias también son habituales en Occidente. Dentro de la OTAN y la UE, los Estados miembros han tenido importantes diferencias de opinión sobre la posible inclusión de Ucrania –un país considerado parcialmente libre por el índice Freedom House en 2021– y sobre la respuesta a la guerra en Ucrania. También ha habido diferencias sobre la posible expansión de la OTAN hacia el Indo-Pacífico, entre partidarios de esta opción como Japón y Estados Unidos, por un lado, y miembros más cautos como Francia, por otro. Las diferencias de opinión sobre estas y otras cuestiones suelen demostrar la capacidad de los países miembros de ambos grupos para defender sus intereses frente a la imponente influencia de otra gran potencia, Estados Unidos en el caso de la OTAN, Francia y Alemania en el de la UE. Sin embargo, muchos observadores desestiman sistemáticamente la autonomía y los intereses de los países del Sur partiendo del supuesto de que es probable que se dejen dominar por China y Rusia para impulsar los programas de política exterior de Pekín y Moscú. Hay aquí una contradicción.
Un problema: los debates sobre las iniciativas no occidentales
Las opiniones despectivas hacia los BRICS en particular y el concepto del Sur en general, que han dominado los círculos políticos estadounidenses en los últimos meses, tienen su origen en la arraigada suposición de que Occidente está intrínsecamente organizado, ordenado y, aunque no sea homogéneo, formado por países que comparten valores y normas democráticas, lo que se traduce automáticamente en una cooperación armoniosa y de intereses compartidos.
Por el contrario, los Estados del Sur –es decir, «la jungla» que podría «invadir el jardín», según la metáfora de Borrell– serían incapaces de cooperar debido a sus diferencias, que sólo pueden enfrentarlos entre sí. En resumen, una colección tan heterodoxa de Estados democráticos, semidemocráticos y autocráticos será, en el mejor de los casos, incapaz de lograr nada y, en el peor, creará desorden.
Pero Occidente no puede ni debe imponer sus juicios y valores morales al mundo, como tampoco tiene la prerrogativa de decidir qué conceptos e iniciativas son válidos y creíbles, y cuáles no. Por el contrario, los observadores políticos deberían analizar más detenidamente la idea generalizada de que sólo los Estados occidentales pueden superar sus diferencias e intereses divergentes para fomentar la cooperación. Para ello, no es absurdo mirarse regularmente en el espejo y reconocer que las críticas dirigidas al Sur también son aplicables, en general, a los grupos occidentales.
Como cualquier etiqueta o concepto, el «Sur Global» es imperfecto. Sin embargo, se beneficia de una rica bibliografía académica que ofrece una categorización matizada de los Estados que históricamente han sido relegados a los márgenes del orden mundial por las potencias influyentes tradicionales. Hoy en día, es la etiqueta más versátil y neutral disponible para designar a estos Estados ciertamente heterogéneos, una etiqueta que también pretende responsabilizar a estas partes interesadas promoviendo un descentramiento de los asuntos internacionales lejos de Occidente. En concreto, nos ayuda a comprender cómo las desigualdades y las dinámicas de poder mundiales, así como las políticas internacionales abusivas de los Estados poderosos, alimentan las crisis internas de los países del Sur. A través de los procesos y dinámicas de regionalización y globalización, estas crisis socavan a menudo los intereses de las grandes potencias, su seguridad nacional y su prosperidad humana y económica.
Y lo que es más importante, el concepto de Sur Global pone al descubierto la hipocresía de Occidente desde hace mucho tiempo y ofrece a los actores políticos del Sur la oportunidad de legitimar sus conocimientos y experiencias, al tiempo que pide cuentas a las potencias occidentales por sus acciones y su doble rasero. El rechazo del término como concepto por parte de muchos observadores políticos occidentales ha sido especialmente agudo en los últimos meses, acompañado de una caracterización errónea de los esfuerzos del Sur, como los BRICS, por hacer avanzar las cuestiones comunes ligadas a la gobernanza mundial.
No es el «Sur Global» como tal lo que hay que abandonar, sino esta actitud reductora y condescendiente hacia los miles de millones de personas que viven en él.
Notas al pie
- Sinah Theres Kloß, “The Global South as Subversive Practice : Challenges and Potentials of a Heuristic Concept” in The Global South, vol. 11, no. 2, 2017, pp. 1–17. JSTOR, https://doi.org/10.2979/globalsouth.11.2.01.
- Anne Garland Mahler, « Global South ». In obo in Literary and Critical Theory.
- Dados, N., & Connell, R. (2012). The Global South. Contexts, 11(1), 12-13. https://doi.org/10.1177/1536504212436479