La desertización y el colapso de la biodiversidad figuran entre los fenómenos masivos más importantes de los últimos cuarenta años. Y, sin embargo, este tema tiene dificultades para movilizar a la gente, a pesar de ser igual de esencial. ¿Cómo se explica este desfase?
Todos estos fenómenos –desertificación, colapso de la biodiversidad y calentamiento global– están relacionados. Hace treinta años, se crearon tres COP para responder a los retos que planteaban, pero, mientras que la COP sobre el clima se reúne anualmente, las otras dos sólo tienen lugar cada dos años. Quizás, por eso, el clima recibe más atención pública y mediática. Además, el cambio climático es más perceptible de manera inmediata: el invierno llega en mal momento; el verano es demasiado caluroso; así, sucesivamente.
Esto contribuye, sin duda, a la asimetría en la atención que se les presta a estos fenómenos. Sin embargo, todos tienen la misma importancia. Están interconectados en el círculo vicioso en el que estamos atrapados: la deforestación y la degradación del suelo conducen a la pérdida de biodiversidad, que influye, directamente, en las precipitaciones –y, por lo tanto, en el clima–, en los vientos, debido a la evaporación, y en la seguridad alimentaria porque la agricultura se ve afectada. Esto precipita el cambio climático, que va de la mano con el riesgo de inundaciones, con una mayor pérdida de biodiversidad y con cambios estacionales en el ritmo de cultivos, lo que, a su vez, repercute en la agricultura y, así, sucesivamente. Entonces, no podemos actuar sobre uno solo de estos componentes y descuidar los demás ni podemos hablar de uno sin hablar de los otros.
Aun así, la conferencia de la COP sobre el clima atrajo más atención que las demás. Se benefició de una mayor publicidad, pero, también, de la suposición inicial de que la desertificación sólo afectaba a los países pobres y en desarrollo. Se pensaba que se detenía en el Sahara. La realidad es muy distinta: España corre el riesgo de convertirse en un país desértico; Portugal está perdiendo sus bosques a causa de la sequía; Francia se está viendo obligada a tomar medidas drásticas para combatir la escasez de agua que se avecina. La sequía afecta a todo el mundo, desde países industrializados hasta países pobres, en desarrollo e intermedios. Se está convirtiendo en un fenómeno global por el que la opinión pública empieza a interesarse. Ya era hora.
¿Cuáles son los principales obstáculos que impiden avanzar decisivamente en la lucha contra la desertificación?
En la última COP sobre desertificación, se adoptaron varias medidas para intentar establecer una forma de justicia climática y facilitar la asignación de fondos para los países que necesitan luchar contra la desertificación. En un principio, dado que este fenómeno afectaba, principalmente, a los países del Sur, los países del Norte no se mostraron interesados. A pesar de ello, se llegó a un acuerdo para crear un grupo intergubernamental que se ocupara, específicamente, de la cuestión de la sequía. Esto es muy importante porque las intervenciones deben ser específicas para esta convención y no propias de cada país para implementar planes de sequía o de prevención. Los retos de la desertificación son mundiales y poner en marcha una respuesta eficaz requiere recursos importantes.
Para ilustrar las dificultades que pueden plantear ciertos programas, tomemos el ejemplo de la Gran Muralla Verde, un programa para levantar un muro forestal entre once países, entre ellos, Senegal, Etiopía y Yibuti. Contribuirá a reverdecer las zonas del Sahel y a darles esperanza a las poblaciones locales, además de proporcionar medios de desarrollo económico a través de la producción agrícola, de empleos verdes y de otros proyectos relacionados con la plantación de bosques.
En la actualidad, las dificultades son, principalmente, financieras. Lanzado en 2007, para ser completado en 2030, el programa sólo se ha realizado en un 20 % porque las promesas de financiamiento están luchando por ser liberadas. Está claro que, si seguimos a este ritmo, no alcanzaremos nuestros objetivos. Hace falta más voluntad y más acción para poner en marcha estos proyectos si queremos que tengan el impacto deseado en todo el planeta.
Otra dificultad surge cuando los presupuestos de estas iniciativas se consideran para planes nacionales de desarrollo. En el caso de la Gran Muralla Verde, esto eliminaría problemas de financiamiento presupuestario y permitiría el apoyo financiero de instituciones públicas, bilaterales o multilaterales.
Por último, no se escucha lo suficiente a las comunidades locales de primera línea, a pesar de que, con bastante frecuencia, tienen soluciones que ofrecer. Y, no obstante, escucharlas es crucial porque ellas son las que ejecutarán el proyecto.
En la práctica, ¿cómo vincular las escalas local y global?
Me eligieron para desempeñar el papel de portavoz. Por lo tanto, debo hablar en nombre de estos países, pero, también, cuestionarlos sobre las decisiones que han tomado y validado. Eso no me facilita el trabajo, pero tengo legitimidad para hablar y cuestionar.
Sin embargo, la parte más importante de esta labor de promoción es garantizar que los proyectos lleguen a buen puerto. Tengo que asegurarme de que haya una correspondencia entre las necesidades de financiamiento y la oferta existente. También, tengo que abogar por que se modifiquen los textos reglamentarios de cada país cuando sea necesario. En resumen, esta labor de defensa es una especie de diplomacia medioambiental. Como diplomático medioambiental, tengo que asegurarme de que las reuniones no se queden en meras palabras, sino que las acciones sean canalizadas, realmente, a la práctica.
También, soy portavoz de las comunidades directamente afectadas por la desertificación. Con mucha frecuencia, múltiples ONG o asociaciones de comunidades indígenas recurren a mí para que sus voces sean escuchadas por los responsables políticos, tanto a nivel local como internacional. Haciendo malabarismos en estos dos niveles, también soy responsable de implementar una mejor coordinación entre las políticas globales aplicadas localmente. Este juego de limpiar el vaso no es fácil, pero no nos queda más remedio: tenemos que lograrlo.
Por último, he tenido una carrera política bastante completa, como concejal y como ministro. Eso me da cierta ventaja en términos de experiencia. Como ministro de Defensa, Secretario de Estado del Consejo de Seguridad Nacional y ministro de Aguas y Bosques, he gestionado crisis y he luchado contra la delincuencia forestal. Como concejal local, llegué a comprender las necesidades de las comunidades. Como agricultor, entiendo los problemas de desarrollo agrícola y las soluciones necesarias para que la agricultura sea más resistente, sostenible y rentable.
¿Cómo puede hacerse suya una causa tan global como la lucha contra la desertificación en un mundo fracturado por la guerra?
El contexto es, ciertamente, difícil, dadas las numerosas crisis actuales. La guerra de Ucrania ha provocado la implicación de países europeos y de Estados Unidos y está obligando a otros países de todo el mundo a posicionarse, ya sea África o los BRICS. Sin embargo, las sanciones económicas, también, tienen un impacto financiero directo en el comercio internacional y en el suministro mundial de alimentos y recursos energéticos, por lo que existe un vínculo directo entre esta guerra, que requiere una intervención urgente, y sus repercusiones inmediatas en la economía mundial. Este vínculo también existe cuando consideramos la crisis medioambiental. Si somos capaces de reaccionar con la misma facilidad, recursos y rapidez ante las crisis militares, también deberíamos poder hacerlo ante la crisis medioambiental. Esta crisis global será más grave que los conflictos que están desgarrando nuestro mundo. Es urgente resolverla.
A la crisis de Ucrania, hay que añadirle el impacto negativo de la expansión yihadista en África Occidental, que está perturbando la ejecución de ciertos proyectos en el Sahel, por ejemplo.
¿Deberíamos cambiar nuestro vocabulario y empezar a hablar de una «guerra climática»?
Hablo ya de «guerra climática» porque se trata de un problema de seguridad nacional e internacional, del mismo modo en el que tuvimos problemas de seguridad con el terrorismo. Los efectos de la crisis medioambiental serán más graves y abarcarán más que los de crisis localizadas como el terrorismo o ciertos conflictos militares. Las repercusiones serán peores. Nadie saldrá indemne: poblaciones enteras se verán obligadas a desplazarse y se empobrecerán; las apuestas económicas entre Estados cambiarán; surgirán nuevos conflictos sociales al mismo tiempo que se amplificarán los antiguos. Y, entonces, dentro de unas décadas, ni siquiera podremos vivir en esta tierra. Ésa es la crisis definitiva.
¿Hay algún Estado que le preocupe en particular por negarse a comprometerse a atajar la crisis climática?
No quiero estigmatizar ni atacar ni señalar con el dedo a ningún país en particular, pero algunos son más culpables que otros. Algunos contaminan mucho, mientras que otros contaminan menos. Algunos son capaces de dejar de contaminar, mientras que otros no pueden. Es imperativo que las autoridades políticas sean capaces de tomar decisiones que nos permitan existir mañana.
Para ello, debe prevalecer la lógica del asentimiento. En un sistema democrático, en el que todo el mundo tiene voz y voto, el asentimiento procede del pueblo. Todo el mundo debe estar consciente de las medidas que hay que tomar para salir indemnes de esta crisis climática. ¿Son capaces los ciudadanos de hacerse violencia a sí mismos, de cambiar, hoy, su modo de vida y su sistema económico para poder vivir mañana? En resumen, más que criticar a un país u otro, hay que señalar con el dedo a las poblaciones que están dispuestas o no a hacerlo.
Esto plantea muchos interrogantes. Todos –Norte y Sur, Este y Oeste– debemos estar conscientes de los riesgos de seguir viviendo como hasta ahora, pero creo que los países del Norte, en particular, deben plantearse estas cuestiones. Si tenemos una crisis de agua en una ciudad como París, creo que la gente es menos capaz de adaptarse que si tenemos una crisis de agua en un pueblo remoto del norte de Costa de Marfil. Las mujeres pobres o las chicas jóvenes que caminan 5 kilómetros todos los días para buscar agua en un pantano están acostumbradas a hacerlo. No hay nada nuevo para ellas en esta situación, pero, ¿podrá adaptarse el parisino que vive en un edificio de 40 pisos, que se ducha a las 5 de la mañana porque tiene que ir a trabajar y al que le dicen que no habrá agua durante una semana?
En otro país clave para la defensa de la biodiversidad, Brasil, la presidencia de Jair Bolsonaro ha estado marcada por una auténtica estrategia de destrucción de políticas ambientales: la deforestación ha vuelto a los niveles de mediados de la década del 2000. ¿Hasta qué punto depende de los ciclos electorales de algunos Estados clave en la protección de la diversidad?
Por eso, necesitamos un enfoque global y holístico. Las COP son un buen comienzo porque las naciones toman decisiones que afectan a todos.
Luego, hay que asegurarse de que estas decisiones puedan ser aplicadas por los distintos países. A menudo, hay un desajuste entre las políticas puestas en marcha por cada departamento ministerial, lo que les resta eficacia. A escala nacional, recomiendo la creación de agencias transversales encargadas de coordinar las acciones de lucha contra la crisis climática entre los distintos ministerios (Ministerio de Agricultura, Ministerio del Medio Ambiente, Ministerio de Aguas y Bosques, Ministerio de Pesca, Ministerio de Transportes, Ministerio de Turismo, etcétera). Estos organismos también pueden servir de enlace con los niveles locales para coordinar todas las políticas aprobadas por los convenios. Las cuestiones transversales, como los problemas medioambientales, deben tratarse verticalmente.
No es fácil, pero los responsables políticos tienen su puesto gracias al pueblo y es responsabilidad del pueblo garantizar que estas cuestiones a largo plazo permanezcan con propuestas de soluciones a largo plazo. Tenemos que darnos cuenta de que ciertas cuestiones no pueden cambiar cada vez que haya un cambio de gobierno o un cambio de políticos.
Aunque se pongan en marcha políticas de lucha contra el calentamiento global, sabemos que las consecuencias de la crisis climática seguirán sintiéndose en las próximas décadas. Ante este efecto de desfase temporal, ¿teme una forma de nihilismo por parte de los habitantes de la Tierra?
Todo dependerá de la concienciación que hagamos hoy para que la gente esté consciente de los esfuerzos que hay que hacer ahora por las generaciones futuras. Esto les permitirá a las personas ser resilientes. Algunos pueblos están acostumbradas a hacer esos esfuerzos, pero otros no. Algunos hacen sacrificios por las generaciones futuras, pero otros lo quieren todo ahora.
La sensibilización es responsabilidad de las autoridades de cada país. Tenemos que concienciar a todo el mundo. Tenemos que informarle a la gente, pero no asustarla… porque nuestra Tierra ya es resistente de por sí. Nos estamos dando cuenta de que los bosques tropicales se regeneran mucho más rápido de lo que pensábamos. Todo lo que tenemos que hacer es protegerlos y ellos harán el resto.
¿Qué iniciativas se pueden reproducir con mayor facilidad, según usted? ¿Debería haber más corredores climáticos, por ejemplo?
Podemos establecer proyectos del tipo de la Gran Muralla Verde en todos los continentes. Tenemos que lograr que todo el mundo, considerado como una sola entidad, pueda desarrollar las ventajas comparativas de cada país. Algunos países tienen bosques por su vegetación y su calidad geográfica; otros podrán desarrollar energías verdes. Hay partes de esta tierra que serán altamente productivas. Si percibimos nuestra tierra como una entidad única, podremos actuar donde sea necesario. No intentemos cultivar cacao en Francia ni vides en Abiyán para hacer buen vino.
Necesitamos líderes con una visión que vaya más allá de sus intereses nacionales. Entonces, las cosas irán mejor.
¿Qué papel pueden desempeñar los europeos en esta lucha? ¿Los países del Norte deberían estar más atentos?
Yo no lo llamaría lucha de poder porque no quiero desarrollar ese tipo de relación. Prefiero hablar de una relación entre socios. Debemos librar esta batalla todos juntos. Durante mucho tiempo, el Norte se enriqueció a costa del Sur. Ahora, debe seguir enriqueciéndose compartiendo su experiencia con el Sur. El intercambio permanente entre culturas y pueblos debe beneficiar a todos.
Los jóvenes y las nuevas generaciones tienen el mismo nivel de capacidad en todo el mundo porque, ahora, el saber es planetario. Los jóvenes deben desempeñar un papel más importante en la toma de decisiones y en la acción, no limitarse a plantear exigencias y a pedir que se actúe. Una vez que lo hagamos, las cosas cambiarán porque las nuevas generaciones están conscientes de que estos cambios les redituarán.
Las generaciones que se irán dentro de 10 o 15 años, a veces, no quieren actuar por las generaciones que estarán dentro de 50 años. Así que la generación más joven tiene que asumir su responsabilidad no iniciando una revolución, sino cambiando de actitud y asumiendo más responsabilidad por el futuro del planeta. Muy a menudo, los jóvenes son quienes tienen las soluciones para el mañana: sus mentes están frescas.