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Desde hace décadas la humanidad se encamina ciegamente hacia el abismo de una policrisis ecológica y social cuyas consecuencias son difíciles de imaginar incluso en una época tan aficionada a las distopías. La compulsión sorda de la economía, la tecnología liberada para servir a la búsqueda del beneficio y la competencia geopolítica entre Estados han hecho que nuestras sociedades sobrepasen todos los límites planetarios amenazando las condiciones que han hecho posibles las civilizaciones complejas de los últimos diez mil años.
En esta época de ebullición global la dimensión más conocida de esta policrisis es sin duda el cambio climático, pero no es la única: la amenaza a la biodiversidad, la alteración de los ciclos geoquímicos, la contaminación del aire y el agua, etc. Este es el tablero sobre el que, además, se desarrollan toda una serie de crisis sociales y políticas: crisis energéticas transicionales, una nueva guerra fría global, guerras calientes locales y cuestiones que inocentemente pensábamos superadas, como la amenaza nuclear o el retorno del genocidio. La humanidad se adentra en esta policrisis como si fuese una auténtica tormenta perfecta, atrapada en un barco cuya única dirección parece ser el remolino que habita en su interior. El ecosocialismo tiene la ingrata tarea de reconstruir el barco sobre la marcha para poder cambiar el rumbo, no sólo en mar abierto sino en medio de la tempestad, al borde del abismo que amenaza con tragarnos a todos.
Ecosocialismo y poscrecimiento
Desde 1972 es imposible hablar de ecologismo sin hablar del crecimiento y de sus límites. El crecimiento económico es una excreción de la lógica mercantil y la búsqueda del beneficio en el capitalismo, pero no es exclusiva de él. En sus diferentes formas, el gran contramovimiento de mediados del siglo XX embrida el mercado de nuevo en la sociedad para estimular el crecimiento que el liberalismo había agotado. Crecimiento necesario para perseguir imperialmente la búsqueda de espacio vital para un pueblo étnicamente puro, para industrializar países agrarios en el camino al paraíso socialista o la independencia poscolonial o para lograr un acuerdo no justo pero sí conciliador entre capital y trabajo. El neoliberalismo volvió a desencadenar al mercado y el crédito acelerando el crecimiento global y destruyendo en el camino todas las barreras que nos ligan a las personas entre nosotras y con el planeta. El ecosocialismo tiene la doble tarea de embridar al mercado y al crecimiento dentro de lo que las sociedades humanas y la naturaleza pueden soportar. La socialdemocracia del siglo XX crecía para repartir, el neoliberalismo crecía para gotear. El ecosocialismo reparte para regenerar.
Sí, el ecosocialismo entiende que el crecimiento infinito es imposible, pero por ahora no puede ser necesariamente decrecentista, en tanto y cuanto muchísimos aliados necesarios, desde la izquierda poskeynesiana hasta los liberales mejor informados, están fuera de ese marco teórico y cultural. Tampoco puede simplemente basarse en el crecimiento verde, en tanto y cuanto los decrecentistas siempre serán parte fundamental de la coalición ecosocialista. El ecosocialismo presente debe ser agnóstico ante la cuestión del crecimiento: un ecosocialismo poscrecimiento, cuyo objetivo es el bienestar y la prosperidad para la mayoría dentro de los límites planetarios. Por eso, mientras exista crecimiento, el ecosocialismo intentará que sea lo más inclusivo y verde posible, lo más distribuido y con el menor impacto ecológico posible; pero, al mismo tiempo, el ecosocialismo buscará separar el bienestar y la prosperidad del crecimiento económico y del impacto ecológico, puesto que esta es la condición imprescindible para que nuestras sociedades se mantengan indefinidamente dentro de los límites planetarios.
La gran transformación ecosocialista
El ecologismo nos pone ante la tarea de encajar la base material de las sociedades humanas dentro de los límites planetarios y regenerar la naturaleza herida por nuestro actual exceso. Asegurar una vida digna para la inmensa mayoría de los habitantes del planeta y sus descendientes dentro de dichos límites, repartir nuestros impactos ecológicos y los frutos de la regeneración de la naturaleza de una forma equitativa y asegurar una paz mundial duradera es lo que define al ecosocialismo. Desarrollar las instituciones que permitan la libre deliberación colectiva sobre los límites planetarios, sobre el reparto de nuestra huella ecológica y la resolución de conflictos globales es lo que define al ecosocialismo democrático.
En los países occidentales, una transformación ecosocialista implica cambiar la matriz productiva para pasar, en pasos políticamente viables, de una sociedad con niveles promedio de bienestar elevados asociadas a altos impactos ecológicos a otra con niveles de bienestar promedio superiores, y en cierto modo distintos, pero de baja huella ecológica. Implica también dejar hueco para que el resto del mundo alcance niveles de bienestar equivalentes y no externalizar los impactos ecológicos. En los países en desarrollo, el ecosocialismo implica inventar nuevas formas de crecer para alcanzar altos niveles de bienestar y prosperidad con el mínimo impacto ecológico posible.
Pero el ecosocialismo no es la única transformación posible. Compite y competirá con la continuación de las fantasías de autonomización absoluta e infinita de la naturaleza. Compite y competirá con las formas injustas y autoritarias de empotrar la economía en la naturaleza en las que se transformarán aquellas fantasías. Y compite y competirá con los cantos de sirena de la guerra, el etnonacionalismo y la destrucción mutua asegurada.
Una utopía concreta, modesta y ambigua
El ecosocialismo debe recuperar la utopía y las visiones de un mundo mejor, esa corriente cálida que anima cualquier proyecto emancipador. Utopías que son un imaginar y un hacer que no paralizan en la ensoñación sino que invitan a caminar. Recuperar la utopía sin caer en el utopismo. Sin volver al bizantinismo del diseño de falansterios digitales o al sueño de arcadias felices donde ya no hay historia.
Las utopías ecosocialistas son concretas porque surgen de una visión realista del conflicto entre las tendencias objetivas que nos llevan al desastre y las tendencias posibles que hacen el desastre evitable, que permiten pensar otra posibilidad que alimenta la esperanza. Las utopías ecosocialistas no son islas lejanas o lunas semidesérticas en las que exiliarse, son destellos futuros junto al abismo a los que damos espacio y hacemos durar.
Las utopías ecosocialistas no sueñan con las sociedades perfectas que imaginaron los siglos XIX y XX. El ecosocialismo no traerá al hombre y la mujer nuevos, sino las instituciones y los valores que saquen lo mejor y gestionen lo peor de cada uno de nosotros. En nuestros tiempos cínicos e incrédulos, las utopías ecosocialistas son modestas pero no mundanas, no son pintar de verde lo que existe: por modesta que sea, no hay utopía sin deseo mesiánico de transformación radical de lo existente. Descarbonizar el mundo es el medio, el objetivo es cambiar la vida.
Las utopías ecosocialistas son ambiguas porque queremos construir palacios del pueblo para vivir mejor y regenerar la naturaleza herida, pero sabemos que lo haremos en un clima más hostil y buscando evitar la distopía ecológica que nos acecha.
El ecosocialismo no será la única fuerza utópica concreta del siglo XXI. Todas las transformaciones que se intuyen en el horizonte tendrán su pulsión utópica: sean utopías ultraliberales de mercados libres que esclavizan a personas y planetas, utopías hechas de nostalgias imperiales o pureza étnica o utopías distópicas que aún no somos capaces de imaginar.
Un ecosocialismo factible
Nuestra utopía concreta es un ecosocialismo factible, alcanzable en el tiempo que pase hasta que los que hoy nacen se conviertan en abuelos y abuelas, el tiempo que nos deja la crisis ecológica.
El ecosocialismo factible no es una consecuencia necesaria ni del capitalismo, ni del desastre y mucho menos de la repetida advertencia de la catástrofe que se avecina. El ecosocialismo factible no tiene de su lado a la historia, así que sólo le queda la política. Es una práctica que no sólo se pregunta por lo que es pensable o necesario en cada momento, sino por lo que es posible y realista dada la correlación de fuerzas en cada situación concreta.
El ecosocialismo factible es una construcción colectiva y contingente no a partir de las ruinas sino a partir de las mejores instituciones y valores que tenemos en cada momento, más parecida al bricolaje con lo que hay a mano en el taller que a una obra de ingeniería diseñada sobre plano. Por eso, el ecosocialismo tiene tanto de cambio gradual de lo existente como de surgimiento súbito de aquello que habitaba los márgenes sociales, culturales e intelectuales. Tiene tanto de ruptura como de continuidad y por tanto sólo podrá venir del encuentro entre reforma y revolución.
Los ecosocialistas corremos siempre el riesgo de perdernos en la ensoñación de fantasías de transformación social imposibles y a menudo impensables, pero también de resbalar por la pendiente del cinismo que acepta que nada puede cambiarse. El que mira demasiado a las estrellas acaba tropezando con las piedras, pero el que sólo mira a las piedras acaba dando vueltas en el mismo sitio.
El ecosocialismo factible es un viaje a través del mar tempestuoso que parte de una visión realista del mundo y del abismo para preparar las utopías concretas que permitan llegar a buen puerto.
Un ecosocialismo deseable
En ningún caso está asegurado que frente a la visión del abismo ecológico y social la gente vaya a preferir lanzarse al aparente abismo de la transformación ecosocialista. El ecosocialismo tiene que construir un puente sobre ese abismo, puede ser inestable y débil como hecho de cuerda y tablones, pero tiene que ser un puente. Un puente que nadie va a cruzar si lo que hay al otro lado no merece la pena correr el riesgo. Las grandes transformaciones se alimentan siempre de una mezcla de pasiones y afectos. La ira contra una situación que se ha vuelto intolerable, el miedo ante lo desconocido, el orgullo de pelear juntos y el deseo de una vida mejor.
Este último es quizás el mayor reto del ecosocialismo: proyectar una vida dentro de los límites planetarios que sea deseable por las subjetividades formadas en la modernidad neoliberal. Ese deseo de ecosocialismo tendrá que surgir a partir de los deseos, los mayoritarios y los disidentes, que ya existen a nuestro alrededor, y el resultado será más parecido a una colcha tejida y remendada en común con los retales que nos encontremos que a un tapiz diseñado en un telar mecánico. Por supuesto, los deseos, como las subjetividades que los tienen, no son estáticos y cambiarán a lo largo de la transformación. Tampoco son coherentes ni social, ni individualmente. Y los deseos, como las utopías concretas que los alimentan, serán más ambiciosos cuanto más se vayan haciendo realidad.
El ecosocialismo será deseable si es capaz de volver hegemónicos imaginarios de vida buena en los que la libertad surge de una seguridad vital y climática con baja huella ecológica, en los que la riqueza no sea tener todas las cosas posibles sino disponer del tiempo de disfrutar las cosas que quieres con quien quieres. Vidas buenas en las que las comunidades son las manos que ayudan a desarrollar la identidad, no los ojos que miran opresivamente la individualidad. El ecosocialismo debe encajar nuestras sociedades dentro de los límites planetarios, pero debe hacerlo sentando las bases que permitan un mundo con una abundancia cultural y emocional cada vez mayor. Un mundo por el que valga la pena vivir.
La libertad ecosocialista
El ecosocialismo democrático es el único proyecto que puede garantizar nuestra libertad y la de las generaciones venideras. Solo dentro de los límites planetarios es posible una libertad compartida y duradera. La libertad ecosocialista es vivir sin miedo a no ser dañado o dominado por el poder arbitrario de los humanos o de la naturaleza. La libertad ecosocialista es la que proporciona el ocio en seguridad: más tiempo libre y más espacios arrebatados al trabajo asalariado y la mercancía, y necesidades básicas garantizadas que permiten el desarrollo autónomo del individuo en la comunidad que elija.
¿Por qué entonces el ecologismo aparece como enemigo de la libertad? El ecologismo ha defendido siempre la expansión de las grandes libertades públicas, políticas y sociales, pero al mostrar la insostenibilidad de determinadas formas de producción y consumo cuando son masivas el ecologismo, como muchas luchas que le precedieron, lleva a la esfera pública comportamientos cotidianos considerados hasta ahora como privados. Es una evidencia que la libertad nunca incluye el derecho a dañar. La paradoja es que cuanto más se amplía el derecho a no ser dañado ni dominado, más libertad existe en el mundo pero también más restricciones son necesarias. Pero para quienes no tienen conciencia o no quieren reconocer el daño ajeno, esas restricciones aparecen como arbitrarias e ilegítimas y, por tanto, liberticidas.
El ecosocialismo impulsará valores que harán que los comportamientos insostenibles nos parezcan tan repugnantes como hoy nos parece comer gusanos o tener esclavos, educará y promoverá nuevas normas para conducirnos sosteniblemente y, como el código de circulación, penalizará a quién las incumpla. Pero también fomentará la libertad que surge del derecho a despreocuparse de las consecuencias de nuestros actos cotidianos desarrollando instituciones y sistemas productivos en los que la opción fácil, barata y por defecto será sostenible. La libertad ecosocialista es la libertad de no contaminar.
El estado en el centro de la transformación ecosocialista
El neoliberalismo no está muerto pero está muriendo. Los 2020 serán al neoliberalismo lo que los 70 fueron al keynesianismo. La combinación de la década populista de los 2010, el Covid19, el resurgir de la guerra fría y caliente y la crisis climática han supuesto el retorno del estado al centro de la arena política e ideológica. El neoliberalismo está mutando en neoestatismo y las diferentes ideologías y utopías se van a disputar quién lo gana y para qué.
El ecosocialismo democrático debe regenerar la naturaleza y garantizar sociedades prósperas y seguras dentro de los límites planetarios. Debe producir abundancia cultural en la finitud material. Y debe densificar las instituciones que sostienen la justicia social y ambiental. Por eso en la gran transformación ecológica, el estado es y será la institución fundamental, no la única, pero sí central para llevarla a buen puerto. Por supuesto, existen otros muchos actores y teatros imprescindibles para la transición ecológica (movimientos sociales, sociedad civil, empresas, nuevos comunes…) que operan en muchos otros terrenos de disputa (lo cultural, lo político, lo económico…) con mayor o menor relación con el estado. Aun así, la transformación necesaria para reducir los impactos de la crisis ecológica empujará a que la acción de estos agentes no estatales vaya a girar y condensarse cada vez más en torno al estado.
Una transformación ecosocialista con el estado en el centro enfrenta cinco grandes retos.
Impulsar políticas públicas ecosocialistas sin mayorías sociales ecosocialistas
Poner el estado en el centro de la transformación ecosocialista implica que, en última instancia, esta acaba siendo un conjunto de políticas públicas puestas en marcha desde los diferentes gobiernos, aunque la pelea por definirlas e impulsarlas no tenga lugar sólo dentro del estado.
Las políticas públicas son el resultado del conflicto entre coaliciones de actores con diferentes valores que, dentro y fuera de las instituciones, determinan sus concepciones de qué es un problema y cual es la mejor manera de resolverlo. Un ecosocialismo que no es mayoritario pero que reconoce la urgencia de la situación ecológica debe formar parte de las coaliciones que impulsen esas políticas públicas en cada ámbito empujando en ellas sus valores fundamentales: disminución del impacto ecológico, aumento del bienestar para la mayoría, reparto equitativo de beneficios y cargas, control democrático de la economía. En otros casos, formará parte de las coaliciones que traten de impedir las políticas públicas contrarias a sus valores y objetivos.
Estos conflictos deben ayudar a construir y ampliar la fuerza del bloque ecosocialista, forjando sus organizaciones, afilando sus ideas y probando sus teorías. Las políticas públicas resultantes deben empujar hacia las bases materiales y las condiciones políticas que permitan articular una mayoría cada vez más grande que comparta y amplíe la visión y los valores del ecosocialismo.
Articular un bloque ecosocialista en sociedades democráticas capitalistas
La intensificación de la policrisis ecológica va a polarizar la sociedad en torno a ella, convirtiéndola en un nuevo clivaje político fundamental sobre el cual también se tendrán que posicionar bloques diversos y complejos en último término enfrentados. Este nuevo clivaje climático tendrá que estructurarse en torno a los ya existentes (izquierda-derecha, élite-pueblo, globalismo-nativismo…) en las diferentes formas particulares en que estos ya se interrelacionan entre sí en cada sitio.
Pero la aparición de un nuevo clivaje no va a desvelar ninguna mayoría naturalmente favorable al ecosocialismo. Por eso, el segundo reto es articular sobre esos clivajes sobrepuestos una mayoría, un bloque ecosocialista capaz de ser hegemónico, ganar elecciones, ocupar las instituciones y organizar más poder fuera de ellas. Una nueva clase ecológica. Un pueblo del clima.
Las mayorías no se construyen convenciendo o unificando, sino coaligando lo diferente. Articulando desde el conflicto múltiples ideologías y clases sociales en torno a valores, historias y símbolos compartidos para crear algo nuevo sin laminar la diversidad. El ecosocialismo es la alianza entre la seguridad climática y económica que garantiza el estado y el libre desarrollo personal que sólo puede florecer a su sombra, el pacto entre liberalismo moral y conservadurismo planetario. Es el acuerdo entre la necesidad de descarbonizar el mundo y el deseo de cambiar la vida. Es el anhelo de una vida mejor para los de abajo y el deseo de una seguridad sostenible para los de en medio.
La profundidad y la velocidad de las políticas públicas ecosocialistas, su capacidad para transformar el mundo, no va a depender de lo evidentemente necesarias o razonables que sean, va a depender exclusivamente de la fuerza del bloque ecosocialista que las impulse. Hasta entonces, y en situaciones de minoría, el ecosocialismo factible puede y debe ser una parte subalterna del bloque social factible más cercano a sus valores, tratando primero de dirigirlo hasta convertirse en hegemónico y en su núcleo numéricamente mayoritario. Para ello debe tener en cuenta que los bloques sociales no están exentos de conflictos entre sus facciones. Ser la parte subalterna de un bloque no implica acatar sin rechistar, pero al mismo tiempo estar en el borde del abismo supone reconocerse parte de dicho bloque y actuar cómo tal. De lo que se trata es de reverdecer el bloque sin romperlo.
Ese bloque opera en una sociedad capitalista donde una enorme cantidad de actividades se hace principalmente por la búsqueda cortoplacista del beneficio. Este es el mundo que tenemos que desmontar mientras lo salvamos y nos salvamos, porque el impulso endógeno al crecimiento y el cortoplacismo del capitalismo son dos de los principales vectores que nos empujan al abismo de la destrucción civilizatoria. El ecosocialismo no se puede contentar con ser un gestor amable del capitalismo, pero tiene que asumir que no tiene tiempo para acabar con él antes de abordar la crisis ecológica. La desgraciada tarea del ecosocialismo hoy es la necesidad de acompañar, cabalgar, guiar, embridar y desmontar un monstruo que preferiríamos simplemente destruir o ignorar.
Institucionalizar unos límites justos y democráticos en un mundo globalizado
Al final lo que busca el ecologismo son órdenes económicos, políticos y culturales capaces de mantener nuestros impactos ecológicos empotrados dentro de lo que la naturaleza puede tolerar para regenerarse a sí misma. El objetivo final de cualquier tipo de ecologismo es articular alguna institución de los límites. El ecosocialismo democrático tiene una visión particular de cómo debe articularse esa institucionalidad del límite en torno a los valores de justicia social y democracia, pero aún queda mucho por explorar en cómo se hace esto: si son límites endógenos o exógenos, si se construyen de abajo a arriba o se imponen de arriba a abajo.
En las sociedades democráticas modernas esas instituciones vienen definidas por un conjunto de normas legales complejas que emanan de textos constitucionales fundacionales. El proyecto ecosocialista democrático es, en última instancia, un proyecto constituyente que refleja y asegura un orden nuevo: justo, democrático y sostenible. Un orden ecosocialista en el que el mercado y el capital desencadenados han dejado paso a una rica complejidad institucional en la que mercados limitados y embridados conviven con la planificación democrática, lo público con los nuevos comunes y la propiedad privada con las economías del compartir. Otro mundo, en este planeta.
Construir un orden internacional basado en la paz y la justicia climática global
La policrisis ecológica es una crisis global con responsabilidades y consecuencias localmente desiguales. La transición ecológica que permita sobrevivir a esta crisis implica adaptaciones locales y mitigación global y será una disputa que trastocará muchos de los equilibrios geopolíticos e imperiales actuales; de hecho ya lo está haciendo. El cambio de la matriz productiva será un proceso tumultuoso de redistribución de poderes geográficos: el que antes vivía sobre un inmenso regalo geológico ahora verá que ya no vale nada, el que antes solo contaba con un paraje azotado por el sol y el viento de repente puede tenerlo todo.
El capitalismo puede empujar nuestras sociedades más allá de los límites del planeta pero la competencia geopolítica puede destruirlas en apenas unas horas. Ya se ha dicho que las condiciones políticas actuales son en muchos aspectos similares a las de mediados del siglo XIX y, por tanto, una tarea fundamental es impulsar una Internacional Climática entre las facciones ecosocialistas y progresistas de los diferentes países. Igualmente, las tensiones geopolíticas son parecidas a las que precedieron a las guerras mundiales, lo que sólo hace que esa Internacional Climática sea aún más necesaria y el germen de un nuevo orden internacional basado en la gestión pacífica de los conflictos y en el reparto equitativo de las cargas globales de la crisis climática.
Mención especial requieren los que tendrán que dejarlo todo por las consecuencias de las crisis ecológicas, que presumiblemente se multiplicarán en las décadas por venir. No hay proyecto ecosocialista que se precie que no tenga como líneas rojas la compensación de los daños y pérdidas en el Sur global y la acogida solidaria de los refugiados climáticos.
Que el Leviatán no te devore
Solo un ingenuo puede pensar que poner al estado en el centro de la transformación ecosocialista está exento de riesgos. Y el ecosocialismo debe ser humilde, pero no ingenuo. Estos riesgos han sido siempre señalados por la corriente libertaria del movimiento obrero y en buena parte confirmados por la trágica deriva del socialismo real del siglo XX. El estado ecosocialista será un estado fuerte pero poroso, que a la manera de un coral sujeta y permite florecer en torno a él todo tipo de prácticas comunitarias, experimentos artísticos-culturales y formas de vida realmente libres. El retorno del estado securitario en lo económico, garantista en lo social y protector en lo ambiental es la base para expandir las libertades y derechos civiles conquistados en los últimos años. Si el neoliberalismo fue capaz de aliarse con el neconservadurismo y combinar libertad económica con tradicionalismo familiar y cultural, aunque tolerando la disidencia identitaria en sus márgenes; el ecosocialismo es la alianza de la seguridad económica y climática, el papel central de la política y el estado; y el vivir nuestras identidades como nos dé la gana, incluyendo las vidas tradicionales libremente elegidas.
Por un ecosocialismo situado
Todos estos retos deben aterrizarse, pensarse y actuarse en cada situación concreta. No habrá una única receta para una transformación ecosocialista sino diferentes vías estatales al ecosocialismo. Por eso necesitamos utopías y análisis concretos de cada situación concreta, y también por eso nuestra tarea es estudiar la situación actual de nuestros territorios, las correlaciones de fuerzas, los avances y retrocesos de la transición ecológica en cada sector y en cada región, las políticas públicas que necesitamos, los bloques que se pueden formar y sus límites actuales, las posibilidades de modificar o crear nuevas instituciones democráticas del límite.
Un ecosocialismo situado actúa en y más allá de cada situación concreta buscando aliados temporales con intereses diferentes pero convergentes, creando coaliciones inestables y algunos vínculos duraderos, proponiendo caminos sin creerse los más listos de la clase.
Un ecosocialismo humilde
Un ecosocialismo al borde del abismo no se puede permitir el lujo de caer en determinismos históricos o energéticos o de atarse a visiones del mundo cerradas y sistemáticas. Porque ya no le basta con la razón en marcha, no cuenta con la Historia y sabe que la política es hija de la fortuna, el ecosocialismo sólo puede ser humilde. Pero esa humildad es lo que necesita para estar realmente situado, para ser realista pero utópico y para coaligar las diferentes tradiciones intelectuales y clases sociales que lo alimentan.
El ecosocialismo abandona toda tentación prometeica. Acepta su dependencia del mundo natural que le rodea y la necesidad de actuar más junto a él que sobre él. No quiere explotar o recrear la naturaleza sino danzar con ella para ayudarla a extenderse y regenerarse.
Nuestras utopías concretas, modestas y ambiguas nos guían sin extrañarnos del presente, y nos ayudan a pensar sin asegurarnos la posesión de la verdad que nos transforma en monstruos contra nuestros compañeros de viaje. El nuestro es un ecosocialismo situado y humilde: que se mancha y que duda pero que resiste y actúa; que propone y avanza, pero que también espera, escucha y empuja.
La esperanza ecosocialista al borde del abismo
“Incluso en lo más profundo de la medianoche del siglo, en los infiernos creados por el hombre, muchos no abandonaron esa esperanza. Muchos otros sí, y no podemos acusarles de nada. Pero muchos no lo hicieron. Se trata de un tema con su importancia específica en la literatura del Holocausto, en la que no me puedo detener ahora más que para decir que esos muchos lucharon por sobrevivir y para preservar lo que era posible de su dignidad en las más espantosas condiciones. ¿Cómo podemos nosotros, que no hemos pasado por nada semejante, convertirnos en los portavoces de la derrota humana?”
Norman Geras
La cercanía del abismo ecológico y la magnitud de la tarea son lugares perfectos para que crezca el derrotismo y la desesperación. Los ecosocialistas no tenemos la corriente de la Historia de nuestro lado y ni siquiera los vientos de esta década parecen ya soplar nuestras velas. Siento, sin embargo, que el ecosocialismo tiene la obligación, precisamente por estar al borde del abismo, de encontrar el compromiso ético y la valentía suficiente para no convertirnos en los portavoces de la derrota humana y que su tarea definitiva, y quizás más importante, es escuchar a Raymond Williams y ser la fuerza radical que hace la esperanza posible y no la desesperación convincente.