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La AfD tiene poco más de diez años. ¿Cómo entender su ascenso, de dónde viene y en qué posición se encuentra como el mayor partido de extrema derecha en Alemania desde 1945?
En sus inicios, los altos mandos de la AfD eran principalmente académicos –economistas, abogados– que se oponían firmemente al euro. Su posición estaba arraigada en el trauma histórico de la hiperinflación de 1923 y destacaba la preocupación por la soberanía monetaria alemana en el contexto de la crisis de la deuda soberana en el sur de Europa. Para una parte de la población alemana, la solidez monetaria se considera sagrada, ya que la moneda alemana, nacida en 1948, es anterior de hecho y por derecho a la Ley Fundamental de 1949. El carácter sagrado del Bundesbank se acentuó con la Ley Constitucional de 1957, que consagró su independencia de los poderes político, legislativo y ejecutivo.
La reacción de la AfD se cristalizó especialmente contra el mandato de Mario Draghi al frente del Banco Central Europeo (BCE). El descontento era doble: en primer lugar, después de Jean-Claude Trichet (francés), la divisa alemana estaba bajo la dirección de un italiano. En segundo lugar, la política de «lo que haga falta» (Whatever it takes) de Draghi reforzaba el sentimiento de traición. Posteriormente, la vocación inicial de la AfD se vio transformada por el movimiento PEGIDA (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente; en alemán Patriotische Europäer gegen die Islamisierung des Abendlandes), con el que entró en sinergia. Este movimiento fundamentalmente xenófobo pretende ser una continuación de las protestas de 1989-1990, que marcaron el final de la RDA. La AfD pasó así de un enfoque centrado en cuestiones monetarias a una postura populista más pronunciada.
Esta transición se confirmó claramente en el último congreso de la AfD, en julio de 2023 en Magdeburgo, donde los etnonacionalistas tomaron definitivamente el control, pienso en Björn Höcke (líder de la AfD en Turingia) y en Maximilian Krah, cabeza de lista para las elecciones europeas de 2024, doctor en derecho, abogado, católico, padre de 8 hijos y abiertamente neonazi, como lo demuestra en su ensayo-manifiesto Por una política de derechas (Politik von rechts). Los perfiles académicos de los primeros tiempos, de los que el profesor Jörg Meuthen, cabeza de lista europeo en 2019, era el último representante, abandonaron el partido, como lo hará el propio Meuthen en 2022.
Hoy, la AfD sigue en segundo lugar en las encuestas, con un 18%, por detrás de la CDU/CSU, con un 29%. ¿Cómo explicar el impresionante ascenso del partido en los dos últimos años? ¿Se debe únicamente al descontento de una parte de la población por el empeoramiento de la situación económica?
El ascenso de la AfD se explica por una combinación de factores económicos, sociales y políticos. Por un lado, la economía alemana se ha enfrentado a una crisis en sus sectores centrales, como la producción de maquinaria y la industria automovilística. Este declive económico ha reavivado los recuerdos de principios de la década de 2000, cuando Alemania era descrita como el «enfermo de Europa» y la incipiente «República de Berlín» era comparada editorial tras editorial con la «República de Weimar».
Además, desde 2020 se ha producido un resurgimiento del movimiento PEGIDA, principalmente como reacción a las políticas sanitarias relacionadas con la pandemia del Covid-19. La política sanitaria se interpreta a menudo en el Este como una vuelta a los oscuros días de la RDA: las medidas de restricción sanitaria se comparan con el control que tomó la dictadura sobre los alemanes del Este. En la estela de este discurso, la AfD, como muchos partidos de extrema derecha, propone un discurso populista que promete devolver el poder al pueblo frente a una élite que supuestamente se apresura a oprimirlo.
Alemania vive actualmente una recesión económica y dudas sobre su capacidad de producción. Estas preocupaciones se extienden incluso al ámbito deportivo, como el fútbol, donde la selección nacional ha sufrido dos eliminaciones sucesivas en primera ronda de la Copa del Mundo y auténticos fracasos en las competencias intermedias. La sensación es que el país está en declive. Infraestructuras como puentes, carreteras y escuelas se resienten. Este deterioro se debe a una rígida política de austeridad y a la obsesión por el déficit cero, impulsada principalmente por Wolfgang Schäuble y Angela Merkel y ahora por el FDP, el partido liberal, que gobierna en coalición con los Verdes y el SPD desde 2021. En estas condiciones, la situación actual es propicia para la aparición de partidos como la AfD, que prometen un futuro mejor.
¿Cuál es la geografía electoral de la AfD? ¿Se parece a la del partido nazi o a la de otras organizaciones de extrema derecha del periodo de entreguerras?
A mí me parece bastante claro. Para entender cómo se revela este paralelismo, podemos fijarnos en dos Länder (estados federales alemanes): Baviera y Turingia.
En Baviera, durante la época nazi, hubo una forma de resistencia, no activa, sino más bien una forma de inmunidad cultural y social a la influencia nazi. Este fenómeno, que los historiadores denominan Resistenz –en el sentido de resistencia de materiales– se debió en gran medida a la fuerte presencia del catolicismo social y a una cultura local profundamente arraigada. El hecho de que esta cultura política fuera intrínsecamente nacionalista (con un particularismo bávaro que hacía sospechoso todo lo que viniera de Berlín a partir de 1933), conservadora, misógina, antisemita y racista, hacía de por sí superflua la oferta nazi. Incluso hoy, mientras que la CSU y sus aliados dominan políticamente con más del 50%, la AfD apenas logra alcanzar alrededor del 15% en Baviera. El fuerte sentimiento de particularismo bávaro parece estar limitando su avance en una región donde el dominio de una derecha bastante radical (CSU y Freie Wähler) es tan abrumador que la AfD encuentra poco o casi ningún espacio allí.
En cambio, Turingia, que es el Land que limita al norte con Baviera, presenta un panorama diferente. Históricamente, esta región mostró una marcada inclinación hacia el nazismo ya en la década de 1920, y ciudades como Weimar se distinguieron pronto por su apoyo al movimiento. Ya en 1930, Turingia fue dirigida por el primer gobierno de coalición entre la derecha y la extrema derecha nazis, y se convirtió en un laboratorio de la credibilidad del NSDAP, que demostró así que era realmente un partido de gobierno. Tras la Segunda Guerra Mundial, este territorio formó parte de la RDA durante cuatro décadas. Este periodo trajo consigo sus propias dinámicas culturales y políticas, que sin duda también han influido en las tendencias electorales actuales. Aunque es difícil establecer una continuidad directa entre las tendencias electorales del periodo de entreguerras y las actuales, me parece sin embargo evidente que persiste una cierta inclinación, tanto nacionalista como conservadora.
Hablando de la RDA, los nuevos Länder surgidos de Alemania del Este son mucho más favorables a la AfD que los del Oeste. ¿Puede vincularse esta dinámica a las políticas de desnazificación de posguerra o al renacimiento nacionalista de la reunificación?
Durante mucho tiempo, la RDA promovió un discurso de memoria gloriosa y se presentó como un Estado fundado en valores antifascistas. El fascismo y el nazismo eran vistos como los males de unas élites burguesas corruptas, mientras que el pueblo, formado por obreros y campesinos, era considerado intrínsecamente sano y, en general, libre de esas ideologías. Esta visión coincide con la tesis de Georgi Dimitrov, que en 1935 definió el fascismo como el último recurso de una burguesía desconcertada desde 1929. Este planteamiento condujo a una purga radical de las élites, de un tipo que nunca tuvo lugar en Occidente, mientras que la masa de obreros y campesinos era considerada unbelastet, es decir, no afectada por el nazismo.
La narrativa educativa en la RDA se centró en la resistencia del pueblo contra el fascismo, donde casi todo el mundo era visto como resistente y heroico. Este antifascismo asertivo contrastaba fuertemente con la insuficiente desnazificación en Occidente, criticada a menudo y con razón por los líderes de la Alemania Oriental por su falta de seriedad. Pero a partir de los años setenta, cuando la generación de los hijos de la Segunda Guerra Mundial alcanzó la mayoría de edad, Occidente empezó por fin a trabajar en el recuerdo y la educación sobre el nazismo, que se había quedado congelado en el Este, puesto que el país había sido oficialmente purgado del fascismo.
Tras la reunificación en 1990, el Este quizá no estaba preparado para enfrentar el ascenso de la extrema derecha, sobre todo porque la extrema derecha que surgía en ese entonces era violenta. De hecho, en ese periodo jóvenes del Este se volcaron al nacionalismo, en respuesta a lo que se percibía como un robo de identidad tras la caída de la RDA, y frente a la dominación occidental. A medida que los antiguos Länder de la RDA veían desmoronarse su mundo, y a veces hasta se sentían colonizados por Alemania Occidental, la reapropiación de la idea etnonacionalista del «Volk», que no existía en una RDA que tenía una concepción política y universalista del pueblo, desempeñó un papel crucial. Este renovado interés por el nacionalismo coincidió con la búsqueda de una virilidad tranquilizadora, tendencia observada en otras regiones poscomunistas, como ilustra el ascenso de una figura como Putin en Rusia. Más concretamente aún, la tasa de desempleo del 30%, la liquidación de la industria y la artesanía de Alemania Oriental, la violencia de la «toma del poder» (Übernahme) o anexión (Anschluss) por parte de las empresas de Alemania Occidental (a las que Kohl y Schäuble habían permitido renunciar a la legislación laboral a cambio de trasladarse al Este y que se volvieron un laboratorio de políticas «sociales» impuesto a continuación en el Oeste por Schröder y Peter Hartz) fue un trauma social acentuado por una ruptura antropológica cuya intensidad nos cuesta medir, y cuyas secuelas culturales y políticas siguen muy vivas 35 años después.
El mensaje de la AfD, típico de la extrema derecha, está marcado por el empoderamiento, afirmando en nombre de un pueblo sobre una base etnonacionalista que «somos nosotros quienes decidimos», y no las élites. Este mensaje, encaminado a devolver el poder a las bases, es una constante para Björn Höcke, una de las personalidades más importantes de la AfD. Como antiguo profesor de historia en bachillerato (Studienrat), Höcke es conocido por sus dotes pedagógicas y oratorias, así como por su cultura. También ha adoptado una postura perfectamente oportunista, presentándose como profundamente apegado a Turingia, aunque proceda de Alemania Occidental.
¿Cuál es la relación de la AfD con los grupos de extrema derecha más radicales?
La principal fuerza de la AfD reside en su capacidad para agregar e integrar elementos más radicales en su estructura. Esta estrategia ha permitido a la AfD transformar a individuos con perfiles extremistas, a veces violentos, en representantes políticos respetables gracias a sus éxitos electorales: individuos previamente identificados como militantes radicales violentos –cabezas rapadas y bats de beisbol– se han convertido en miembros de los parlamentos regionales de Brandeburgo, Sajonia, Mecklemburgo-Pomerania Occidental, Sajonia-Anhalt y Turingia: los cinco Länder orientales. Este fenómeno ha creado un efecto poderoso, una bomba de succión para perfiles radicales en busca de estatus social y prebendas. Esta honorable transformación contribuye entonces a atraer a otros elementos radicales: la AfD se les presenta, con razón, como la única salida política y como la única posibilidad de carrera, a diferencia de las organizaciones que se han mantenido grupusculares, como el NPD.
Este enfoque es particularmente evidente en los líderes locales de la AfD, que reclutan activamente a individuos con un pasado extremista, aprovechándose de su credibilidad en la calle al tiempo que garantizan su docilidad y los domestican con mandatos y todos los beneficios que conllevan. La idea subyacente es que es mejor integrar a estos elementos en el partido, ofreciéndoles una inmunidad parlamentaria, inmunidad y derechos de mandato, en lugar de dejarlos fuera, donde podrían criticar al «sistema» y debilitar al partido hacia la derecha tradicional. Esta estrategia difiere de la de Rassemblement National en Francia, donde una década de compromiso con la normalización y la desdemonización ha llevado a excluir a los miembros demasiado radicales por su actividad en las redes sociales, aunque los agujeros del entramado sean enormes.
En Alemania, esta integración se ve facilitada por un alto nivel de tolerancia hacia ciertas expresiones radicales, que se consideran folclóricas. Esto permite a la AfD mantener en sus filas a individuos con ideas radicales que, una vez formados y bajo supervisión, pueden resultar útiles al partido. Esta línea se ha acentuado en los últimos años: está firmemente promovida por Bjorn Höcke, mientras que quienes se han opuesto a ella, como Frauke Petry, fueron eliminados del partido.
¿Percibe alguna evolución en el discurso histórico y conmemorativo sobre el nazismo en Alemania?
Un análisis del discurso histórico y conmemorativo sobre el nazismo en Alemania revela una evolución significativa. Inicialmente, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta finales de la década de 1970, existía cierto escepticismo sobre la capacidad de los alemanes para haber cometido tales actos. Prevalecía la idea de que eran víctimas de la justicia del vencedor. Se restaba importancia a los crímenes y se alababa a los alemanes por su valentía en el Frente Oriental, donde se decía que habían salvado a Europa del «comunismo».
Esta perspectiva empezó a cambiar radicalmente en la década de 1970, con el ascenso de una generación de baby boomers en conflicto abierto, a veces armado, con la de sus padres. Esta ruptura fue simbolizada por figuras de la Fracción del Ejército Rojo, quienes declararon haber descubierto reliquias nazis en sus desvanes familiares, lo que les llevó a cuestionar radicalmente el discurso oficial sobre el Estado alemán occidental, percibido como intrínsecamente fascista.
Este periodo de cuestionamiento se vio amplificado por un renacimiento internacional de la memoria, con obras como la serie Holocausto (1979) que, a pesar de sus libertades narrativas, llegó a decenas de millones de espectadores en Alemania, y contribuyó a un cambio de perspectiva.
A finales de la década de 1990, surgió un movimiento contrario con la obra de Martin Walser, que criticó el uso moral de Auschwitz. Figuras políticas como Helmut Kohl y Gerhard Schröder también contribuyeron a este debate, tratando de relativizar la responsabilidad de sus generaciones, nacidas justo antes o después de la guerra. En el caso de Schröder, esta retórica le permitió justificar la primera intervención militar exterior de Alemania desde la Segunda Guerra Mundial, en los Balcanes: un hombre que, como él, nació en 1944, no podía ser sospechoso de nada…
No obstante, la cuestión de la memoria del nazismo sigue ocupando un lugar central en los debates alemanes, en particular en torno al Holocaust-Mahnmal (Monumento a los judíos de Europa asesinados) en Berlín, donde la culpa está metafóricamente inscrita en el corazón de la ciudad en una necrópolis de concreto. Sin embargo, la llegada de Internet y, sobre todo, de las redes sociales y el auge de las teorías de la conspiración, incluso en respuesta a la pandemia de Covid-19, han abierto el camino a un espectro más amplio de negación y revisionismo, que va desde la minimización del periodo nazi por parte de figuras como Alexander Gauland, de la AfD, hasta las teorías de la conspiración que implican a personajes como Bill Gates y George Soros. En particular, se ha desarrollado un discurso de minimización, resumido por Gauland hace unos años cuando dijo que, en comparación con un glorioso milenio alemán –la propia elección del número lo dice todo cuando pensamos en el «Reich de los Mil Años»–, los doce años de nazismo constituyeron «excrementos de pájaro»… En términos más generales, los líderes de la AfD han reintroducido la idea de que la gran mayoría de los combatientes alemanes de la Segunda Guerra Mundial –en la Wehrmacht y las SS– se comportaron honorablemente y, una vez más, protegieron a la Europa (blanca y cristiana) del atraso estepario del «bolchevismo».
Hoy se toleran más ciertas posiciones que hace 15 años habrían sido políticamente fatales. Esto ilustra un cambio en las líneas de lo que es social y políticamente aceptable en Alemania, sobre todo en comparación con otras faltas, como las académicas. En pocas palabras, creo que para una parte importante de la opinión pública alemana es más grave haber plagiado la tesis doctoral que haber distribuido en la juventud panfletos antisemitas y negadores del Holocausto, como ilustran los casos de dos políticos bávaros, Karl-Theodor von und zu Guttenberg (CSU) y Hubert Aiwanger (Freie Wähler).
En la última década, la europeización de las luchas nacionalistas se ha hecho cada vez más visible. ¿Cómo se está posicionando la AfD a nivel europeo?
La AfD tiene una marcada predilección por la Hungría de Viktor Orban, a la que cita regularmente como modelo, y hace menos referencia al PiS polaco, porque el racismo y el resentimiento antipolaco están muy extendidos en la extrema derecha alemana, que tiende a ser irredentista cuando se trata de Silesia y Pomerania, provincias prusianas asignadas a Polonia en 1945. En cuanto a Rassemblement National en Francia, cualquier avance de este partido se considera un presagio significativo, aunque Krah prefiera Zemmour y el partido Reconquête. Sin embargo, el etnonacionalismo alemán cultiva un particularismo y una paranoia que dificultan una estrecha colaboración con otros movimientos nacionalistas. Se contempla la idea de una coalición internacional para la defensa de la civilización europea, pero en términos estrictamente alemanes, lo que delata cierta reticencia a entablar una auténtica cooperación. Esto marca una ruptura con el periodo durante el cual Frauke Petry dirigió el partido, entre 2015 y 2017. Ella era conocida por sus intentos de abrirse a otros partidos nacionalistas europeos.
En la actualidad, la AfD se encuentra en una fase de reafirmación identitaria, negándose a pedir perdón por el pasado y reivindicando la grandeza cultural de Alemania. Esta actitud ilustra un endurecimiento del discurso que subraya un alejamiento de los esfuerzos de «desdemonización» vistos en otros lugares de Europa, en Francia o Italia por ejemplo. Esto está en consonancia con el discurso histórico del partido, cada vez más abiertamente duro. Cada vez más líderes de la AfD reivindican y «asumen», por utilizar el término de moda, la totalidad de la historia alemana: la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, se reduce a un conflicto contra el estalinismo, mientras que los pocos excesos lamentables del nazismo no deberían impedir que nos sintamos «orgullosos» de Alemania y de sus logros. Este nacionalismo exacerbado podría complicar las relaciones con sus posibles socios europeos, como ya ocurre en el seno del grupo parlamentario europeo.
En enero se reveló la existencia de una reunión secreta sobre la remigración en noviembre de 2023, en la que participaron miembros de grupos de extrema derecha y neonazis y varios dirigentes de la AfD. ¿Marca esto un punto de inflexión en la historia reciente del partido?
Esta reunión, característica de la hegemonía de una línea de extrema derecha dura en el seno de Alternative für Deutschland (AfD), no constituye una ruptura, sino la expresión de una corriente que se ha ido fortaleciendo e imponiendo con el tiempo, hasta hacerse con el control del partido.
Maximilian Krah, que tiene ambiciones teóricas, desempeña un papel destacado en esta dinámica. Su ya mencionado manifiesto, Politik von rechts. Ein Manifest (Verlag Antaios, 2023), presenta como absolutamente cierta la teoría del «gran reemplazo», un concepto que tiene sus orígenes en ciertos discursos etnonacionalistas europeos de finales del siglo XIX. Desarrollada inicialmente contra la población judía europea, que debería haber sido obligada a emigrar, o deportada, a lugares como Palestina, Etiopía, Uganda o Madagascar, esta teoría se reinterpreta ahora para aplicarse a otros grupos percibidos como extranjeros, en particular las poblaciones de origen africano; los judíos, conviene recordarlo, siguen siendo percibidos por los radicales como una población racialmente alógena, originaria de África y/o Asia Menor. La reunión de noviembre, cuyas conclusiones hicieron eco de la política antisemita de los nazis entre 1933 y 1941 y cuyo objetivo era expulsar a los judíos del «biotopo» (Lebensraum) alemán, refleja en cierto modo la voluntad de alinear las propuestas políticas con el marco teórico profundo del partido.
Hay muchos ecos del nazismo en esta secuencia. ¿Dice esto algo sobre la cultura política de la AfD?
Creo que internamente las referencias al nazismo hacen sonreír a la gente. Dentro de la extrema derecha alemana, existe una especie de «juego» referencial con los años 1933-1945, que va desde el saludo, con la mano levantada entre amigos hasta las alusiones apenas codificadas en los discursos de Höcke, pasando por la raya en el pelo y el copete bastante explícitas de Krah. La elección deliberada del lugar de rodaje, cerca del lago Wannsee, no es insignificante. Revela una fascinación morbosa por este periodo, y el pavor que despierta. Esta actitud sugiere que los dirigentes de la AfD son cada vez menos conscientes de las referencias abiertas a este periodo, o que encuentran una forma de perversa satisfacción al manipularlas: es evidente que hay una forma de disfrute en transgredir los tabúes fundamentales que han constituido la política alemana desde los años setenta.
Al mismo tiempo, esta estrategia tiene una calculada dimensión pública. Al exaltar las referencias al nazismo, explotan el hastío general ante la evocación constante de la Segunda Guerra Mundial y la Shoah. De este modo, intentan dar la vuelta a las críticas presentándose como víctimas de lo que consideran una asimilación excesiva a estos periodos históricos, y reclamando una forma de liberación de lo que consideran una culpa impuesta.
La reunión debía ser secreta. Su revelación provocó una protesta que llevó a los líderes de la CDU, en particular, a condenar a la AfD. ¿Podría este asunto aislar de nuevo a la AfD?
La reacción de la CDU refleja simplemente una restricción política ante unos hechos especialmente graves: la reunión de neonazis con el principal partido de extrema derecha, pero también con miembros del ala de la derecha de la CDU, la Werte-Union, para promover conjuntamente una agenda radical. Este momento obliga a la CDU a posicionarse, a pesar de una estrategia política que, hasta la fecha, no muestra ninguna ruptura significativa con los temas de la extrema derecha, en particular en materia de política migratoria y derecho a la nacionalidad. Al contrario, la dinámica de la CDU es la opuesta: su alineamiento con la AfD es sorprendente, como el de LR con RN en Francia.
Para mí, lo más notable de este asunto es la respuesta de la población alemana. La publicación de la investigación dio lugar a manifestaciones en toda Alemania, una movilización sin precedentes de la sociedad civil contra la AfD. Estas manifestaciones, que tuvieron lugar en ciudades de todos los tamaños, incluso muy pequeñas, revelan un profundo rechazo a las ideas promovidas por la AfD y marcan un posible punto de inflexión en la opinión pública.
Queda por ver si este incidente reforzará la coalición gobernante en Alemania gracias a un mayor rechazo a la AfD. Las divisiones internas dentro de la coalición, entre los liberales, los verdes y el SPD, hacen que este escenario sea muy incierto: con algunos verdes presionando por un acercamiento a la CDU, los liberales adoptando una línea cada vez más excesiva y el SPD aparentemente incapaz de definir una línea, es cada vez más probable que la coalición desaparezca. Por cierto, observamos que las posiciones de los liberales (FDP) acreditan sistemáticamente las propuestas más duras de la AfD: al igual que la extrema derecha, el FDP es anti-ecologista, pro-empresa, anti-impuestos, anti-estándares… Las posiciones adoptadas por los ministros del FDP –Lindner para las finanzas, Wissing para el transporte– son catastróficas tanto a nivel interno –negativa a limitar la velocidad de las autopistas, negativa a hacer retroceder el Dienstwagenprivileg, que está costando una fortuna al erario público, oposición a la eliminación progresiva de los motores de combustión interna, bajo la presión del lobby automovilístico alemán, el mantra de «bajar los impuestos» que tiene como corolario la destrucción de los servicios públicos y el abandono de las infraestructuras, etc.– como a nivel europeo, porque el gobierno alemán se alineó con la posición liberal de oponerse al fin del motor de combustión interna y a las principales disposiciones del Pacto Verde europeo, lo mismo para los pesticidas. Los paralelismos con el gobierno francés, alineado con RN en ciertos asuntos y que practica una preocupante carrera a la baja en materia medioambiental, fiscal y judicial –desregulación de todos los controles sobre las «empresas”–, son sorprendentes.
En Alemania, la revelación de esta reunión puede aislar a la AfD, pero no es imposible que a mediano plazo refuerce su posición entre sus partidarios, y sobre todo sus potenciales simpatizantes, jugando con el victimismo y explotando las divisiones políticas existentes.