Los pueblos de Europa Central y Oriental que sufrieron el imperialismo ruso y la represión soviética aún guardan un vivo recuerdo de ello, mientras que muchos de Europa Occidental ignoran su existencia. Este sábado continuamos nuestra serie semanal «Violencias imperiales«, codirigida por Juliette Cadiot y Céline Marangé. Para recibir los nuevos textos de la serie, suscríbete.

En los últimos años, sobre todo desde la invasión a gran escala de Ucrania, las inversiones rusas en África han recibido una gran cobertura mediática en Occidente. La producción rusa de billetes libios, la presencia del grupo Wagner en la República Centroafricana y otros lugares, la explotación de yacimientos de platino en Zimbabue, el comercio de cereales en Mali, el envío de misioneros ortodoxos rusos a todo el continente, por no hablar de las cumbres África-Rusia organizadas por la Federación Rusa

Estas actividades no son nuevas. Se basan en el legado de las relaciones inauguradas durante la era soviética. A partir de 1957, cuando África obtuvo su independencia, el núcleo de las relaciones entre la Unión Soviética y África fue económico. La ayuda soviética a los países africanos formaba parte de su solidaridad con los movimientos anticoloniales y los nuevos Estados poscoloniales, y se basaba en el internacionalismo socialista. A diferencia de las potencias occidentales, la Unión Soviética nunca tuvo un imperio en el extranjero —internamente, por supuesto, es otra cuestión— y expresó explícitamente su solidaridad y apoyo a los movimientos anticoloniales. Además, la URSS había disfrutado de cómodos niveles de crecimiento desde la revolución de 1917 y especialmente desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945. El sueño económico soviético parecía al alcance de la mano.

Los lazos económicos entre la superpotencia socialista y los ambiciosos nuevos Estados africanos fueron acompañados de una amplia gama de iniciativas solidarias. La Unión Soviética prestó un importante apoyo militar a los movimientos independentistas y a los gobiernos establecidos, al tiempo que invertía en intercambios culturales, ya fuera en festivales de cine, formación política o educación. Esta vasta red de relaciones encarnaba la retórica socialista anticolonial y a menudo fue muy bien recibida por los países de acogida. Dos tercios de los gobiernos africanos adoptaron durante un tiempo alguna forma de socialismo, e incluso los que no lo hicieron se mostraron bastante hostiles al sistema occidental que había justificado la dominación de sus países.1 La concordancia ideológica con la URSS fomentó la prestación de ayuda soviética masiva a África Occidental a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta. Este apoyo siguió siendo importante en las décadas de 1970 y 1980, especialmente para el África lusófona, aunque los tipos de ayuda ofrecidos se hicieron más restrictivos. Hoy en día, el recuerdo de esta solidaridad sigue presente en muchos de los países que continúan recibiendo inversiones rusas, aunque la ayuda contemporánea esté motivada por prioridades ideológicas y geopolíticas completamente diferentes.

Los lazos económicos entre la superpotencia socialista y los ambiciosos nuevos Estados africanos fueron acompañados de una amplia gama de iniciativas solidarias.

Elizabeth Banks

Un estudio profundo de las relaciones económicas de la era soviética nos incita a prestar atención a cómo las conexiones y las influencias aparentes pueden ser expresiones de poder económico, entonces como ahora. Durante la Guerra Fría, las promesas benévolas de solidaridad socialista chocaron con los intereses reales de la ayuda económica soviética. Al tiempo que aportaba beneficios al Estado receptor y a su población, la ayuda soviética, como toda la ayuda al desarrollo, era también un medio de expresar el poder económico del mayor país socialista. Además, el potencial de la ayuda soviética se vio limitado en última instancia por las dificultades económicas de la URSS, en particular su falta de divisas fuertes.

El entrelazamiento de la ayuda al desarrollo y el poder económico no es exclusivo de la Unión Soviética y, luego, de Rusia. Todas las formas de ayuda al desarrollo son susceptibles de imponer condiciones indeseables al beneficiario, como es el caso del FMI, por ejemplo. La desilusión que suele seguir tampoco es exclusiva del caso soviético. De hecho, la mayoría de los proyectos de desarrollo no alcanzan todos sus objetivos, aunque aporten algún beneficio. Es importante comprender que esto no sólo ocurre cuando la ayuda al desarrollo está motivada por la inversión y el beneficio, sino también cuando lo está por el internacionalismo y la solidaridad revolucionaria.

El potencial de la ayuda soviética se vio limitado en última instancia por las dificultades económicas de la URSS, en particular su falta de divisas fuertes.

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Las relaciones económicas del continente con la Unión Soviética tras las independencias

A partir de mediados de la década de 1950, las relaciones económicas soviéticas con los países en desarrollo adoptaron tres formas principales: el asesoramiento técnico, la venta de equipos y la organización de proyectos de desarrollo como presas, fábricas, puertos pesqueros, infraestructuras mineras, etc. El valor de tales inversiones fue elevado y, al menos en los años sesenta, a menudo superaba las donaciones occidentales. En Guinea, por ejemplo, en 1961, la URSS financió y supervisó varios grandes proyectos agrícolas, industriales y de infraestructuras, con un valor estimado de 226 millones de antiguos rublos (unos 60 millones de dólares estadounidenses de 1960). Esto representaba más del 40% de la inversión total en Guinea y un 50% más que la contribución de Estados Unidos y Alemania Occidental juntos. En total, los fondos procedentes de los países socialistas representaban el 70% de todas las inversiones, y la ayuda soviética suponía en torno al 15%-18% del PIB guineano. En los mismos años, la Unión Soviética aportó a Ghana más de 55 millones de dólares, lo que la convirtió en el mayor donante del nuevo país. En 1965, Estados Unidos gastó en el conjunto de África una cantidad comparable a la que la Unión Soviética invirtió en sólo tres países: Ghana, Guinea y Mali.2

La inversión soviética en proyectos de desarrollo se diferenciaba de la ayuda occidental por dos razones principales: los proyectos formaban parte de un plan general de desarrollo y, en consonancia con la ideología socialista, se llevaban a cabo mediante una gestión cooperativa y el Estado era el propietario a largo plazo de los medios de producción. Esta planificación de la intervención organizada del Estado en la economía difería de los proyectos occidentales, que carecían de una visión global de la economía local y quedaban generalmente en manos de los promotores. Estas diferencias esenciales perduraron hasta el final del periodo soviético.3

Otra diferencia era que la ayuda soviética procedía de una superpotencia que no formaba parte del sistema financiero de posguerra, por lo que no tenía fácil acceso a las divisas fuertes necesarias para financiar sus ambiciosos proyectos. Esta falta de divisas muchas veces afectaba la forma y el alcance de la ayuda y la inversión ofrecidas. Una de las razones por las que la ayuda soviética a la educación se centraba en becas universitarias concedidas en la URSS en lugar de en la alfabetización u otras formas de formación en el país receptor era que ese tipo de ayuda no requería divisas fuertes, como he demostrado en mi investigación.

La ayuda soviética procedía de una superpotencia que no formaba parte del sistema financiero de posguerra, por lo que no tenía fácil acceso a las divisas fuertes necesarias para financiar sus ambiciosos proyectos.

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La falta de divisas también afectó a las prácticas comerciales. En las décadas de 1950 y 1960, en particular, el comercio no se organizaba en forma de ventas regulares, sino de trueque. En lugar de vender mercancías a cambio de dinero, los acuerdos comerciales se redactaban de tal manera que estipulaban que las mercancías soviéticas se intercambiarían por materias primas disponibles localmente, como azúcar, cacahuates o ciertos minerales que necesitaba la URSS. Este acuerdo tenía ventajas para ambas partes, ya que podían acceder a los bienes que necesitaban sin tener que gastar divisas fuertes, que escaseaban tanto en la URSS como en el mundo en desarrollo.4 El problema del trueque es que limita el volumen de comercio posible. La parte soviética sólo estaba dispuesta a vender equipos hasta alcanzar el valor de los bienes de trueque disponibles. Como estos bienes eran generalmente materias primas, la demanda africana de los bienes de mayor valor ofrecidos por la Unión Soviética estaba limitada por el trueque.

La transformación política y la segunda ola socialista

Las relaciones económicas entre la URSS y África siguieron siendo sólidas durante los años setenta y más allá. Cuando se habla de los vínculos entre la Unión Soviética y África, a menudo se hace referencia a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, cuando Nikita Jruschov dirigía la URSS y la primera ola independentista recorrió África. Fue en esa época cuando el Estado soviético comenzó a incrementar sus relaciones e inversiones con los países en desarrollo. Esta apertura, de la que fue pionero Jruschov, continuó hasta bien entrada la década de 1980, a pesar de considerarse una época de estancamiento bajo el mandato de Brézhnev.

El Kremlin nunca renegó de sus compromisos y la URSS siguió siendo un «amigo» viable y dinámico del Sur. De hecho, el importe total de la ayuda económica soviética al Sur aumentó durante la década de 1970, ya que la crisis del petróleo permitió a la Unión Soviética encontrar el dinero que necesitaba para invertir de acuerdo con sus convicciones ideológicas.5

El Kremlin nunca renegó de sus compromisos y la URSS siguió siendo un «amigo» viable y dinámico del Sur.

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Las relaciones soviéticas con los países africanos se adaptaron a sus desafíos políticos internos. La política local fue mucho más decisiva que las políticas soviéticas en estas relaciones de desarrollo. Por ejemplo, a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, Guinea, Mali y Ghana fueron los principales receptores de la ayuda y las inversiones soviéticas porque sus gobiernos estaban más abiertos a las ideas socialistas y a las alianzas geopolíticas. A finales de los sesenta, Ghana y Mali sufrieron golpes de Estado que provocaron la caída de sus líderes socialistas, Kwame Nkrumah y Modibo Keita. En Guinea, Sékou Touré permaneció en el poder pero empezó a adoptar una política exterior más abierta a las relaciones occidentales y un enfoque más liberal de la economía. Estos cambios representaron toda una convulsión para la esperanza revolucionaria en todo el mundo, ya que los golpes africanos auguraban una mayor desilusión con respecto a las posibilidades de cambio político después de 1968. Las esperanzas de cambio que parecían al alcance de la mano se desvanecieron poco a poco, y los programas de ayuda soviéticos avanzaron a la par.

Pero el momento socialista aún no había terminado. A pesar de las decepciones de finales de los sesenta, la década de 1970 fue testigo de una segunda ola de independencia africana y socialismo mundial. Estados Unidos se retiró de Vietnam, donde las fuerzas comunistas declararon la victoria, Etiopía vivió una revolución socialista y los países del África lusófona se independizaron bajo gobiernos socialistas. Mozambique es un buen ejemplo. La Unión Soviética había prestado un importante apoyo al movimiento de liberación FRELIMO durante su lucha armada contra el imperio portugués, y el movimiento había adoptado posiciones cada vez más socialistas, sobre todo desde 1968.6 Tras tomar el poder en 1975, el movimiento lanzó un amplio programa de nacionalizaciones y políticas socialistas y, en 1977, se declaró oficialmente marxista-leninista.

El establecimiento de relaciones económicas con la URSS fue una prioridad clave para el nuevo gobierno socialista de Mozambique. Representantes de los ministerios de comercio soviético y mozambiqueño se reunieron incluso antes de la independencia, y el primer departamento de la embajada que se creó fue el de relaciones económicas. Los representantes mozambiqueños esperaban una cooperación global. Acudían a las reuniones económicas con la intención de hablar de defensa, agricultura, comercio, industria, educación, cultura, salud, transporte, transporte aéreo, información y también de infraestructura propagandística. Esta extensa lista abarcaba tanto el apoyo material como el ideológico y no era en absoluto selectiva. Una de las personas que participó en estas discusiones recuerda que los negociadores soviéticos eran casi totalmente inflexibles. En una entrevista que me concedió en 2017, señaló que la parte soviética acudía a la mesa de negociaciones con los planes elaborados y los tratados ya redactados, poco dispuestos a considerar el más mínimo cambio ni contrapropuesta. La cooperación era posible en términos soviéticos, o no lo era.

El establecimiento de relaciones económicas con la URSS fue una prioridad clave para el nuevo gobierno socialista de Mozambique.

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Sin embargo, hubo progresos: los dos Estados firmaron un acuerdo comercial en 1976 que da una idea de los tipos de bienes suministrados y del alcance de los vínculos entre la superpotencia soviética y el Mozambique socialista. La parte soviética se comprometió a entregar dos aviones, cuatro helicópteros, seis autobuses, 30 motocicletas, tres camiones de bomberos, dos grúas automáticas, dos bulldozers, dos motoniveladoras, 12 motosierras (del modelo «Amitié»), más de mil camiones todoterreno de diversos tamaños, 44 remolques para automóviles, dos camiones de suministro de petróleo, seis vehículos de suministro de agua, 80 vehículos equipados para el almacenamiento o suministro de combustible, así como una gran cantidad de piezas de repuesto para ese tipo de vehículos.7

Cartel en honor de Fidel Castro en Angola, marzo de 1977. © Conchiglia/SIPA

La ayuda, la inversión y el comercio soviéticos se convirtieron en un componente importante de la sociedad mozambiqueña, lo que marcó una diferencia crucial en el desarrollo tras la independencia. Decenas de expertos técnicos fueron a trabajar al nuevo país, algunos de los cuales formaron a mozambiqueños en el uso y reparación de los vehículos soviéticos recién llegados para garantizar su buen funcionamiento. En la década de 1980, Mozambique contaba con unos 400 especialistas soviéticos. La aerolínea nacional soviética Aeroflot empezó a volar regularmente a Mozambique, lo que redujo la distancia entre ambos países. Este vínculo reflejaba unas relaciones económicas cada vez más estrechas. Los expertos soviéticos impartían la mayoría de los cursos de ciencias en la Universidad Eduardo Mondlane de Maputo, mientras que el número de mozambiqueños que estudiaban materias técnicas en la URSS crecía rápidamente. Los antiguos estudiantes de agricultura que conocí durante mi investigación eligieron deliberadamente la URSS por la sólida reputación de las universidades y los conocimientos técnicos soviéticos, y siguieron utilizando su formación para contribuir al desarrollo del Mozambique postsocialista.

Los expertos soviéticos impartían la mayoría de los cursos de ciencias en la Universidad Eduardo Mondlane de Maputo, mientras que el número de mozambiqueños que estudiaban materias técnicas en la URSS crecía rápidamente.

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Crédito de ayuda al desarrollo: estrategias del Este y del Oeste

En la década de 1970, los acuerdos de trueque dejaron de ser la norma. En su lugar, las instituciones soviéticas suministraron bienes y créditos denominados en divisas fuertes, con precios fijados en consonancia con el mercado mundial. Este cambio en las condiciones de fijación de precios se debió al propio Jruschov que, en 1964, declaró que ya no creía posible vender bienes a precios inferiores a los mundiales, ni siquiera a los países en desarrollo.8 Los países aún podían negociar el reembolso de una parte de sus préstamos en especie, pero se trataba de una opción de segundo orden y la obligación de reembolsar en divisas seguía siendo el principio. Así pues, los salarios de la mayoría de los especialistas técnicos que prestaron sus servicios en Mozambique se registraron como crédito de préstamo. Estos acuerdos de crédito se concluyeron a pesar de la estrecha afinidad ideológica que existía entonces entre la Unión Soviética y Mozambique.

El uso intensivo del crédito explica en gran medida cómo la ayuda soviética se acercó al modelo de financiación occidental en este último periodo. El historiador David Engerman ha demostrado que el 90% de la ayuda al desarrollo proporcionada a finales del siglo XX por las potencias capitalistas y socialistas se financió mediante préstamos en lugar de subvenciones.9 En los años setenta y ochenta, la solidaridad soviética y la financiación occidental tenían planteamientos comparables.10 La Unión Soviética prestó tanto a sus aliados del Sur que, en 1988, 61 países le debían 150 mil millones de dólares. En los años noventa, Mozambique le debía 2 420 millones de dólares, cifra que representa alrededor del 30% de todos los préstamos soviéticos al África subsahariana.11

El uso intensivo del crédito explica en gran medida cómo la ayuda soviética se acercó al modelo de financiación occidental. La Unión Soviética prestó tanto a sus aliados del Sur que, en 1988, 61 países le debían 150 mil millones de dólares.

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El crédito al desarrollo es una herramienta poderosa porque la deuda garantiza una relación futura entre prestamista y prestatario, así que la organización de la solidaridad a través del crédito ayudó a mantener la unidad entre África y la URSS, al menos durante un tiempo. Pero las deudas también reforzaron el poder de la superpotencia soviética y de los nuevos Estados independientes. De hecho, cuando un país no podía pagar sus deudas, éstas se renegociaban para permitir otros medios de pago. El trueque siguió siendo una medida de respaldo, pero las renegociaciones también abrieron el camino a otras formas de intercambio.

Las instituciones soviéticas negociaron servicios gratuitos en sus países de acogida (personal auxiliar, cargas portuarias, etc.) a cambio de la reducción de la deuda. Además, mientras que en los años sesenta la parte soviética limitaba el trueque porque no quería recibir bienes que no pudieran utilizarse a nivel nacional, la situación cambió en los setenta: las empresas soviéticas habían aprendido que podían vender los excedentes en el mercado mundial. Así, en aquellos años, la cooperación económica con los países africanos condujo a una mayor integración de esos países en la economía mundial, pero en condiciones más ventajosas para la parte soviética que para sus socios africanos.

El poder económico de Rusia en la actualidad

La Rusia contemporánea, al igual que la Unión Soviética antes que ella, parece ofrecer una alternativa al orden occidental. Ya en la década de 1990, las instituciones rusas desarrollaron una nueva posición que desafiaba el dominio occidental y seguía atrayendo a los líderes africanos, oponiéndose resueltamente a las sanciones unilaterales y a la intervención militar de Estados Unidos.12 Más recientemente, los funcionarios rusos han empezado a referirse explícitamente al apoyo a la descolonización de la era soviética para promover sus actividades.

Más recientemente, los funcionarios rusos han empezado a referirse explícitamente al apoyo a la descolonización de la era soviética para promover sus actividades.

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En 2018, por ejemplo, se inauguró un nuevo monumento en Luanda, la capital de Angola, en honor a los combatientes soviéticos, así como a los cubanos y namibios que tomaron las armas por la independencia de Angola. Muchas de las personas con las que hablé en Maputo que habían estudiado en la Unión Soviética fueron invitadas a fiestas en la embajada rusa en honor del 9 de mayo, día de la victoria contra la Alemania nazi en Rusia, destacando la similitud entre las luchas rusas/soviéticas y las luchas mozambiqueñas contra los Estados fascistas, tal y como había hecho la retórica soviética. Tales afirmaciones ocultan el hecho de que los vínculos actuales están impulsados por un conjunto de políticas y condiciones económicas totalmente diferentes, e ignoran el hecho de que Rusia no es el sucesor único o natural de la Unión Soviética. Aunque los vínculos entre Rusia y África parecen haberse desarrollado en la última década, no desaparecieron del todo en las décadas de 1990 y 2000. La continuidad material y personal de estos vínculos es perceptible, ya que antiguos expertos y diplomáticos soviéticos han entrado a formar parte de las instituciones rusas y muchos africanos formados en la Unión Soviética han permanecido en puestos de poder. Como antes, los vínculos se forjan a través de la economía. Los ingresos comerciales entre la Federación Rusa y los países africanos se estiman en unos 17 700 millones de dólares. Es una cifra impresionante, pero los vínculos económicos entre África y Rusia siguen siendo mucho menores en volumen que los vínculos comparables entre los Estados africanos y los países occidentales y China. Estados Unidos y la Unión Europea comercian con más de 250 mil millones de dólares con países africanos, mientras que la cifra de China es de 65 mil millones de dólares.13 Aunque el Estado ruso vende petróleo, armas y grano a países de África y de otros lugares, se enfrenta a una creciente presión económica como consecuencia de las sanciones posteriores a 2014 y a 2022. La reciente tendencia a exigir el pago en rublos recuerda los intentos soviéticos de evitar el uso de divisas fuertes, pero por razones totalmente distintas; está por verse si es una señal de fortaleza o de debilidad.

Notas al pie
  1. Allison Drew, «Communism in Africa», en The Oxford Handbook of the History of Communism, ed. Stephen Smith, Oxford University Press, Oxford, 2014, p.285; Anne Pitcher y Kelly M. Askew, «African Socialisms and Postsocialisms», Journal of the International African Institute, África, 2006, p. 76.
  2. Alessandro Iandolo, Arrested Development: The Soviet Union in Ghana, Guinea, and Mali, 1955-1968, Cornell University Press, Ithaca, Nueva York, 2022, p. 128.
  3. Elizabeth Banks, «Sewing Machines for Socialism? Gifts of Development and Disagreement between the Soviet and Mozambican Women’s Committees, 1963-87», Comparative Studies of South Asia, Africa and the Middle East, 2021, vol. 41, n°1, pp. 27-40.
  4. Oscar Sanchez-Sibony, Red Globalization: The Political Economy of the Soviet Cold War from Stalin to Khrushchev, Cambridge University Press, Cambridge, 2014, p. 149; Alessandro Iandolo, Arrested Development, pp. 181-88.
  5. Vladislav M. Zubok, A Failed Empire: The Soviet Union in the Cold War from Stalin to Gorbachev, University of North Carolina Press, Chapel Hill, 2009, p. 249.
  6. Jean Allman, «Fate of All of Us: African Counterrevolutions and the Ends of 1968 | The American Historical Review | Oxford Academic», The American Historical Review, vol. 123, n°3, 1 de junio de 2018, pp. 728-32.
  7. Archivo Estatal Ruso de Economía, RGAE, f. 413 op. 31 d. 7569 ll. pp. 32-34. 
  8. Alessandro Iandolo, op. cit. p. 187.
  9. David Engerman, The Price of Aid: The Economic Cold War in India, Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, 2018, p. 3.
  10. James Mark y Yakov Feygin, «The Soviet Union, Eastern Europe, and Alternative Visions of a Global Economy 1950s-1980s», en Alternative Globalizations, ed. James Mark, Artemy M. Kalinovsky y Steffi Marung, Eastern Europe and the Postcolonial World, Indiana University Press, 2020, p. 48. Mark y Feygins se remiten a Johanna Bockman para esta cifra, originalmente encontrada en «to whom did we give 85,800,000 rubles ‘in loans'», Chas Pik 1, 26 de febrero de 1990, p. 2.
  11. Samuel Ramani, Russia in Africa: Resurgent Great Power or Bellicose Pretender?, C. Hurst & Co, Londres, 2023, pp. 244-245.
  12. Ibid, p. 49.
  13. Mathieu Droin y Tina Dolbaia, La Russie progresse encore en Afrique, Center for Strategic and International Studies, agosto de 2023, p. 5.