Esta conversación es una traducción de la mesa redonda «The future of the Green Deal and the EU’s global strategy in the next political cycle», moderada por Laurence Tubiana, que reunió a Thomas Dermine, Jean-Yves Dormagen, Guillaume Faury y Jennifer Harris en el primer Grand Continent Summit, celebrado en el Valle de Aosta del 18 al 20 de diciembre de 2023. Publicamos las actas de la cumbre y los videos de las sesiones públicas.
Laurence Tubiana
En el centro de esta conversación sobre el próximo ciclo político está la cuestión de cómo debe evolucionar el sistema y la estructura económica de la Unión. Una gran pregunta es qué ocurrirá con el Pacto Verde, que ha sido un gran logro en los últimos cinco años, que ha orientado muchas políticas y que, en este momento, ha llegado a lo que debería ser su fase de aplicación en cada Estado miembro. No sabemos qué pasará en las próximas elecciones, pero sí sabemos que hay muchas dudas sobre la capacidad de este pacto para encontrar apoyos en muchos países, en un momento en el que la urgencia de la respuesta climática se hace sentir cada vez más. ¿Cómo ve el futuro del Pacto Verde?
Thomas Dermine
Soy el miembro más joven del gobierno federal belga y mi tarea diaria es gestionar el engorroso proceso del Green Deal y el plan de recuperación e inversión NextGenerationEU.
Como nuevo actor político, mi principal observación es que los debates en torno a esta transición, ya sea en el seno del gobierno belga o en la prensa europea, se estructuran principalmente en torno a una línea de falla: el 80% de los debates oscila entre una perspectiva optimista a favor de las soluciones tecnológicas, con grandes inversiones en investigación y desarrollo, y el apoyo a la transición a través de la tecnología, mientras que la otra postura hace hincapié en un cambio masivo de comportamiento, que afecta en particular a nuestra alimentación y nuestros desplazamientos.
La dimensión crucial de este debate está prácticamente ausente de las discusiones: la transición depende sobre todo de la construcción de la infraestructura adecuada. Cuando hablamos de cambio climático, tenemos que hablar de infraestructura. A la inversa, cuando hablamos de infraestructura, tenemos que hablar de clima. Este enfoque es el más progresista porque, si nos basamos en cambios de comportamiento, corremos el riesgo de crear impactos regresivos para aquellos que no pueden permitirse adoptar soluciones como un coche eléctrico o renovar sus casas. Por otra parte, al centrarnos en una infraestructura esencialmente colectiva, reconocemos que la transición es una cuestión colectiva, que requiere respuestas colectivas.
Si observamos el estado actual de la infraestructura en Europa, está claro que nos hemos quedado atrás en las últimas tres o cuatro décadas. Las relacionadas con la movilidad, la vivienda y la energía, como la red eléctrica y los gasoductos, datan principalmente de los años sesenta y setenta. La cuestión crucial es, por tanto, modernizar esa infraestructura para garantizar la movilidad, la viabilidad del sistema alimentario y un acceso adecuado a la electricidad. La Comisión Europea hizo un uso admirable de los planes de recuperación post-Covid-19, que representaron una primicia en la historia europea, pues pusieron en común recursos a escala europea para invertir en tales infraestructuras, independientemente de los Estados miembros.
El proceso actual es muy complejo de gestionar, ya que implica a todos los Estados miembros, pero probablemente marcará un punto de inflexión en la historia de la integración europea. Esta decisión de movilizar rápidamente nuestros recursos para invertir en infraestructura en respuesta a la emergencia COVID-19 marcará un hito para los próximos 20 años. Si consideramos que la infraestructura es esencial para afrontar la transición, es imperativo que pongamos en marcha un plan ambicioso, ya que es necesario invertir anualmente alrededor del 3.5% del PIB durante los próximos diez años para alcanzar los objetivos de la estrategia Fit for 55.
Tenemos dos opciones. Es improbable una revisión a fondo del Pacto de Estabilidad, pero se han presentado propuestas interesantes para un tratamiento presupuestario separado de la inversión verde. Se trata de una idea prometedora. La otra opción es utilizar el nuevo instrumento creado por la Comisión, NextGenerationEU, con un proceso administrativo diseñado para canalizar eficazmente los fondos de la Unión hacia los Estados miembros. Este instrumento ya se está utilizando, como demuestra el plan REpowerEU, y probablemente se utilizará varias veces en los próximos diez años, cada vez que aumente la presión política para combatir el cambio climático.
La cuestión crucial es si esta presión a corto plazo será suficiente para mitigar el impacto del cambio climático. Los instrumentos necesarios ya existen, y el reto ahora es redoblar los esfuerzos para movilizar recursos a través de estos mecanismos.
Al examinar el reciente debate sobre el uso de este fondo y subrayar la contradicción entre el aumento de la inversión en defensa y en energías limpias, podemos discernir la tensión que rodea a esta crisis de inversión a la que podemos estar enfrentándonos. Jean-Yves Dormagen, sus estudios sobre el apoyo o la polarización en torno al Green Deal y la transición son bastante desconcertantes: por lo general, nuestras encuestas en toda Europa arrojan resultados a veces más positivos. ¿En qué medida ha observado esta fractura en la sociedad y cuáles son los componentes que ha identificado, en particular en términos de división entre la población y las élites y de percepción de la desigualdad?
Jean-Yves Dormagen
Me gustaría expresar mi gratitud con el Grand Continent por organizar este evento. Hace aproximadamente un mes publicamos un artículo sobre la brecha ecológica, basado en encuestas realizadas en Francia, Italia, España, Bélgica y actualmente en Alemania, aunque esta última aún no está completa.
Los resultados preliminares revelan una importante división en la población con respecto a las políticas medioambientales, lo que puede interpretarse como una noticia bastante preocupante. Esta división probablemente se está intensificando porque la transición y las políticas asociadas son cada vez más tangibles y concretas, con impactos perceptibles. Cuando se trata de prohibir la venta de coches de gasolina y diesel -una medida concreta de la transición en curso- cerca del 70% de la población francesa y alemana se opone. En Bélgica y otros países se registran resultados similares.
En cuanto a los parques eólicos, cerca del 70% de los franceses son tan contrarios a la idea de instalar un parque eólico en su barrio que actualmente resulta muy difícil instalarlos. También se ha mencionado Alemania, donde las bombas de calor han provocado fuertes debates y mucha resistencia. Nuestras encuestas muestran que esta fuerte oposición se está convirtiendo en un catalizador, por así decirlo, para los partidos populistas de derecha, y representa un reto considerable para los partidos de derecha tradicionales. De hecho, el escepticismo climático está estrechamente vinculado a las dos principales divisiones que se observan en la sociedad actual. En primer lugar, responde a la división de valores culturales que divide profundamente a las sociedades europeas. También parece ser el caso de Estados Unidos. Enfrenta, por un lado, a los progresistas multiculturalistas y, por otro, a los conservadores identitarios. El análisis de estos polos revela que los individuos progresistas o multiculturalistas son más proclives a apoyar las políticas verdes y la transición ecológica. Por el contrario, los individuos identitarios o conservadores son más propensos a adoptar una postura de escepticismo climático o de relativismo climático. Esta dinámica representa un reto importante para los partidos de derecha y beneficia a los partidos populistas de derecha.
Una segunda división crucial es la del antisistema, el antielitismo, que también está fuertemente correlacionada con las actitudes hacia las cuestiones medioambientales. Los individuos antielitistas y antisistema son reticentes a las políticas medioambientales y expresan desconfianza hacia los científicos y los informes científicos sobre el cambio climático. Se oponen a las políticas de arriba abajo, pues las perciben como iniciativas de las élites. Por ejemplo, una encuesta revela que el 40% de la gente ve la noción de una dictadura ecológica como un objetivo real de las élites. Es una cifra significativa.
En resumen, los individuos conservadores o identitarios, así como los que están en contra del establishment o de las élites, son más proclives a apoyar a líderes o partidos escépticos con respecto al clima. Esta dinámica favorece a los partidos populistas, lo que explica en parte su actual auge en Europa y Estados Unidos. Sin embargo, también representa un reto importante para los partidos de derecha tradicionales, ya que una proporción significativa de su electorado es conservadora y se opone a las transiciones ecológicas en curso. Una tensión similar se observa en nuestras encuestas en Francia, Alemania y Bélgica.
En el Reino Unido, en concreto, hemos estudiado la actitud de los jóvenes conservadores. En un momento dado, el Partido Conservador consiguió incorporar la transición ecológica como valor, animando así a los jóvenes a votar por él. ¿Ha observado alguna variación relacionada con la edad en estas tendencias?
La edad tiene un impacto significativo. Los jóvenes son más sensibles a las cuestiones medioambientales y apoyan más la transición ecológica. Sin embargo, un reto importante reside en el envejecimiento de nuestra sociedad. En la actualidad, una proporción significativa del electorado republicano en Estados Unidos, y de los partidos de derecha tradicionales en Europa, está formada por personas mayores, lo que explica su tendencia a adoptar posiciones más conservadoras. Esto se traduce en un mayor apoyo a las reacciones antiecológicas, lo que explica la dinámica de la reacción ecológica en nuestra sociedad.
Dado su importante impacto en las emisiones de CO2 y de gases de efecto invernadero, el sector de la aviación plantea cuestiones de política industrial. Se trata de un ámbito complejo con diversas cadenas de suministro industrial. En este contexto, Guillaume Faury, ¿cómo ve la necesidad de una política industrial, dada la importancia del sector que representa? ¿Cree que disponemos de los instrumentos y la infraestructura necesarios para alcanzar nuestros objetivos, teniendo en cuenta la imperiosa necesidad de acelerar el proceso? Mis preguntas se refieren no sólo a su sector específico, sino también, más ampliamente, al despliegue industrial en el continente. Esto incluye, en particular, la cuestión de la solidaridad entre las diferentes economías, porque no es sólo una cuestión de Francia o Alemania.
Guillaume Faury
En primer lugar, estoy encantado de estar aquí en el Grand Continent Summit. Probablemente tenga una perspectiva ligeramente diferente a la de la mayoría de los oradores presentes en esta sala. Se preguntarán por qué dedicamos tres días a finales de año a la cuestión europea, cuando nuestras industrias y empresas están en plena ebullición. La razón es sencilla: algo no funciona en Europa, y para que Airbus tenga éxito, necesitamos una Europa que funcione. La mayoría de los empleados de Airbus aspiran a una Europa funcional, porque éste es fundamentalmente un proyecto europeo.
Cuando me convertí en presidente de Airbus en 2019, en medio de muchos retos, reflexionamos sobre la razón de ser de la empresa, sobre lo que debería motivar a nuestros 150 mil empleados en los próximos años. Nos definimos como los pioneros del sector aeroespacial sostenible para un mundo seguro y solidario. Esta visión surgió internamente, lo que supuso un proceso estimulante.
¿Por qué mencionar esto? Porque en Airbus creemos que la aviación es una fuerza positiva. Cuando viajamos por el mundo, reuniéndonos con clientes y funcionarios gubernamentales, vemos que la gente quiere tener movilidad y viajar. La aviación ofrece un uso extraordinario de la infraestructura natural, el aire, para viajes rápidos, seguros y económicos. Sin embargo, el 2.5% de las emisiones mundiales de carbono proceden de la aviación. Por tanto, llegamos a la conclusión de que la aviación era beneficiosa, pero que debíamos tomar la iniciativa en la descarbonización antes de que se nos impusieran severas restricciones. Nuestro compromiso con la descarbonización es total, por eso apoyamos firmemente el Green Deal, incluso con objetivos más ambiciosos en algunas áreas.
Es crucial compartir una perspectiva industrial sobre la transición. Cuando las empresas persiguen grandes transformaciones, también conocidas como transiciones, es esencial que los empleados perciban el objetivo final (punto B) como mejor que el punto de partida (punto A). El éxito de la gestión del cambio depende de la convicción de que el nuevo estado B —es decir, después de la transición— es efectivamente preferible a la situación actual.
La gestión del cambio es un arte delicado, y en Europa actualmente estamos fracasando en este terreno. Los ciudadanos no están convencidos de que el proyecto o la situación posterior a la transición supongan una mejora. Pruebas evidentes, como la restricción del uso del coche o la estigmatización de ciertos comportamientos, refuerzan esta percepción negativa. En una democracia, los ciudadanos deberían influir en las decisiones de arriba en lugar de que se les impongan directrices. El problema reside en nuestra incapacidad para alinear los intereses individuales y los comunes, lo que crea una resistencia importante.
Sin alinear los intereses colectivos e individuales, surgirá una resistencia considerable, que probablemente empeorará con el tiempo. Sin apoyo público a la transición, la mayoría de los individuos se resistirán al cambio. A la hora de gestionar el cambio, el liderazgo desempeña un papel clave. Yo lo defino como la capacidad de guiar el cambio, una cualidad que Europa necesita imperiosamente en estos momentos. Otra faceta del liderazgo es crear deseo. Si la gente está motivada para trabajar, es un éxito. Sin embargo, a menudo parece que hacemos lo contrario, cosa que puede ser difícil, porque parte del cambio puede no conducir naturalmente a un mejor estado de cosas.
Me referiré ahora al sector de la aviación para compartir un punto de vista que considero relevante para los responsables políticos. Desde nuestro punto de vista, hay dos enfoques para reducir las emisiones de carbono del 2.5% a cero. El primero se basa en la propia tecnología aeronáutica, encaminada a diseñar aviones más eficientes en el consumo de combustible. El segundo implica pasar de los combustibles fósiles que emiten carbono a combustibles sostenibles que reciclan el carbono y, por último, al hidrógeno, una opción libre de carbono.
El reto actual consiste en alinear los intereses de las compañías aéreas con la descarbonización. Los aviones que consumen menos combustible tienen menores costos de explotación y son más competitivos. Estamos asistiendo a un fenómeno mundial en el que todas las compañías aéreas están haciendo pedidos de aviones nuevos, lo que se traduce en una cartera de pedidos récord para los próximos diez años en Airbus. Están mostrando preferencia por aviones más eficientes en el consumo de combustible.
En cuanto a los combustibles de aviación sostenibles (SAF), la situación es la contraria. Las aerolíneas que adoptan estos combustibles son cada vez menos competitivas, ya que los SAF son actualmente casi cuatro veces más caros que la parafina en Europa. Los clientes no se benefician de créditos significativos, aunque algunas encuestas, como la realizada por Air France KLM, indican que el 40% de los encuestados estaría dispuesto a pagar más por sus boletos para apoyar la descarbonización. Air France KLM ha introducido incluso una opción en línea para que los pasajeros añadan una cantidad extra a su boleto para contribuir a la descarbonización, con una oferta del 0.5%. Sin embargo, esta iniciativa ha sido criticada por las ONG por considerarla «lavado verde».
Las claves de un mundo roto.
Desde el centro del globo hasta sus fronteras más lejanas, la guerra está aquí. La invasión de Ucrania por la Rusia de Putin nos ha golpeado duramente, pero no basta con comprender este enfrentamiento crucial.
Nuestra época está atravesada por un fenómeno oculto y estructurante que proponemos denominar: guerra ampliada.
Es un reto demostrar la eficacia de los combustibles sostenibles para la aviación. Cuando los intereses generales e individuales no están alineados, se crean tensiones y resistencias considerables. Aunque el Green Deal es una iniciativa positiva, es probable que se revise varias veces debido a la oposición masiva a su aplicación. Sin embargo, solo representa una fracción de los cambios necesarios en la sociedad.
Si nos fijamos en el sector de la aviación, nos damos cuenta de que otros sectores se enfrentan a retos similares. Hay formas de hacer que la transición sea más aceptable, sobre todo centrándose en la energía y la infraestructura. Alrededor del 80% de las emisiones de CO2 proceden principalmente de la producción de energía. La transición a la energía verde es un enfoque ampliamente aceptado para promover la sostenibilidad, sin sacrificar necesariamente los intereses individuales.
Volviendo a la energía y la infraestructura. Aunque no soy un experto, parece que la ecologización de la energía es una forma crucial de promover prácticas más respetuosas con el medio ambiente. Sin embargo, para que la transición tenga éxito, es esencial replantearse la forma en que se presenta, haciéndola atractiva para la gente. Nos enfrentamos a uno de los mayores cambios de la historia de la humanidad, que afecta a toda la humanidad, y esto requiere un enfoque cultural y emocional, además de los avances tecnológicos.
A nivel técnico, el Green Deal tiene muchos aspectos positivos, aunque algunos consideran que no avanza lo suficientemente rápido e impone importantes limitaciones, con recursos insuficientes para alcanzar sus objetivos. Es probable que esto genere una fuerte resistencia al cambio, alimentada por los movimientos populistas que catalizan el desacuerdo de los votantes con las iniciativas impuestas por las autoridades.
Quedan muchas cuestiones por explorar, sobre todo en lo que respecta a la aceptación industrial, especialmente en su sector, que se enfrenta a retos considerables para reducir las emisiones de carbono. Por otra parte, las empresas, especialmente en Alemania, necesitan expresar más su opinión sobre Europa. Los partidos conservadores responden no sólo a sus votantes, sino también a los intereses económicos que consideran cruciales. Alemania es un buen ejemplo de esta dinámica. Sin presuponer elecciones futuras, quiero subrayar lo importante que es para la industria decir que el Pacto Verde es bueno para la economía. Todavía existen dudas sobre la voluntad y la relevancia de este programa para la competitividad económica de Europa, lo que supone una ardua batalla.
Como líderes que desean que estos cambios se hagan realidad, corresponde a los políticos apoyar activamente la transición. Al menos eso es lo que percibo en la industria química alemana. Recientemente se han posicionado a favor del Pacto Verde, pero es crucial que toda la industria se sume a él. Las grandes empresas europeas deben afirmar claramente que es necesario.
Jennifer Harris, dado su papel en Estados Unidos, sobre todo en el Consejo de Relaciones Exteriores y el Departamento de Estado, y su trabajo en la Ley de Reducción de la Inflación, ¿cómo ve este llamado a crear un deseo de cambio, como sugirió Guillaume Faury? Es especialmente relevante con los planes actuales, como los de la administración de Biden.
Jennifer Harris
Me comprometo a responder a esta excelente pregunta. Antes de hacerlo, permítanme una breve digresión para expresar mi gratitud con los organizadores y con todos ustedes por tener a una estadounidense entre ustedes. Veremos cuánto dura esto. Su pregunta se refiere a las políticas y a cómo reforzar el apoyo, al menos en Estados Unidos. Esto también podría servir de modelo para Europa y otras regiones en términos de inversión en energías limpias. Así que voy a explorar la lógica política actual en Estados Unidos, pero quiero empezar con una breve perspectiva histórica.
Ha habido dos periodos de sistemas comerciales multilaterales abiertos en la historia.
Uno fue el tratado comercial anglo-francés firmado en 1860 y la abolición de las Leyes del Maíz en 1846, cuando los británicos, tras establecer cierta hegemonía económica y militar, optaron por un orden comercial abierto durante unos ocho años. Sin embargo, en cuanto los alemanes empezaron a alcanzarlos industrialmente, los británicos retrocedieron a una tradición más mercantilista.
Avancemos rápidamente hasta el orden actual, el de la OMC, que ha persistido durante unos 30 o 40 años. Quiero hacer hincapié en estos hechos para recordar la rareza histórica y la brevedad de los periodos en los que se han mantenido sistemas comerciales multilaterales abiertos y basados en normas. Parece que nos acercamos al final del experimento actual. En una de las sesiones del Summit se planteó la cuestión de volver a la década de 1990, considerada la edad de oro de un sistema comercial multilateral abierto.
Me parece que viajé al Summit para interpretar el papel del fantasma de las Navidades futuras, que trae la triste noticia de que no vamos a volver: Estados Unidos, como pilar, piedra angular y socio clave de este sistema multilateral abierto, ha abandonado su papel. Esta evolución se produjo por primera vez bajo la administración de Trump y se ha mantenido en gran medida con la administración de Biden. Como funcionaria de la Casa Blanca, responsable de economía y comercio internacional, he sido cómplice de esta transición. La situación solo empeorará si Trump se reelige. En resumen, no vamos a volver atrás.
Para entender esto, es esencial analizar la situación política, que ofrece respuestas a muchas de sus preguntas. En mi opinión, estos periodos institucionales están diseñados para abordar de forma práctica los problemas del momento. Cuando estos problemas evolucionan, nuestras instituciones multilaterales también deben evolucionar, y no al revés, ¿verdad? Estoy convencida de que el reto de la transición energética requiere grandes inversiones públicas para atraer financiación privada. Sin embargo, muchas de las acciones necesarias entran en conflicto con las normas vigentes de la OMC.
Me parece que hay argumentos convincentes para afirmar que gran parte de lo que está haciendo Estados Unidos va en contra de las normas vigentes de la OMC. Cuando estos elementos entran en conflicto con las realidades políticas que estamos debatiendo, voto a favor del planeta. Soy partidaria de encontrar formas de trabajar con las políticas que existen, aunque sean diferentes de las que nos gustaría tener.
Ojalá hubiera una forma políticamente plausible de volver, al menos en parte, a lo que funcionó durante el apogeo del sistema en los años noventa. Por desgracia, no veo el camino. Por eso no quiero perder otros 40 años proponiendo soluciones políticamente tóxicas al cambio climático que corren el riesgo de polarizar aún más nuestra política climática. Prefiero trabajar con las políticas actuales para avanzar en la descarbonización.
En cuanto al sistema europeo, creo que el resto del mundo se permitió el lujo de decidir sus grandes cuestiones políticas y diseñar sus estructuras constitucionales antes de las cuatro décadas neoliberales que acaban de pasar. La Unión Europea, por su parte, nació en el apogeo de este pensamiento, y sus leyes y elementos políticos fundamentales están, en mi opinión, muy profundamente imbuidos de él. El ADN de la Unión está imbuido de una lógica que dice que no sólo podemos desvincular un conjunto de normas económicas de las realidades geopolíticas en las que siempre han estado inmersas, sino que realmente podemos cambiar la geopolítica mediante este tipo de economía liberal.
Realizamos una prueba para cambiar la belicosidad y las tendencias dictatoriales de países como China y Rusia mediante medidas económicas, pero claramente fracasó. La cuestión para la Unión es si puede cambiar su ADN para alinearse con una lógica en la que la geopolítica se convierta en el verdadero motor de la economía, tanto a escala nacional como internacional. La adopción de la Ley de Reducción de la Inflación en Estados Unidos se logró gracias a un intercambio abierto y sólido entre la presión cívica y la forma en que se configuran las plataformas de los partidos.
En 2020, las primarias demócratas fueron accidentadas, con Bernie Sanders, Elizabeth Warren y Joe Biden. Cuando Biden ganó las primarias, hubo que unir a las distintas facciones del partido. Esto significó incorporar gran parte de la energía de las bases y de la sociedad civil de las campañas de Sanders y Warren a la plataforma principal del Estado, que se convirtió en la agenda política de Biden. Me temo que esa oxigenación y capacidad de respuesta a la energía popular no está presente en Bruselas. Parece que faltan canales capaces de captar lo que el público realmente quiere, sobre todo en lo que se refiere al cambio climático, para orientar la política.
Ahí es donde radica la principal diferencia, y me preocupa cómo la administración de Biden, y los actores que lo rodean, mantendrán la urgencia y la ambición sobre el clima en ausencia de la presión de figuras como Elizabeth Warren y Bernie Sanders, tanto en cuestiones sociales como en el cambio climático. La cuestión central parece ser en qué punto nos encontramos en nuestra esperanza de profundizar en la estructura de apoyo a estas cuestiones y despolitizarlas. Llama la atención que casi el 80% de las inversiones de la Ley de Reducción de la Inflación vayan a distritos conservadores, muy republicanos y a menudo escépticos respecto al clima.
Lo que no sabemos al día de hoy es cómo se desarrollará esto políticamente. Ciertamente no puede hacer ningún daño, pero la cuestión de si proporcionará una ayuda suficiente y rápida sigue abierta. Parte de esta cuestión se refiere al éxito, como usted muestra en su ejemplo, de garantizar que estas inversiones se integren sin suscitar más resistencia —una especie de alergia NIMBY (Not in my backyard, “no en mi jardín”)— sobre todo cuando se trata de las energías renovables necesarias, como la energía cinética de los aerogeneradores.
En los últimos nueve meses he creado un fondo filantrópico para maximizar la captación de inversiones de la Ley de Reducción de la Inflación por parte de los gobiernos estatales y locales. Nos estamos centrando en acuerdos de beneficio comunitario vinculados a importantes infraestructuras que la gente no quiere ver necesariamente en su entorno. Para muchas zonas rurales, este tipo de infraestructura supondrá una fuente de ingresos vital para mantener en funcionamiento sus servicios públicos. Los beneficios no están directamente relacionados con el cambio climático, sino que se trata simplemente de dar a la gente lo que quiere a través de un flujo de ingresos procedente de las propias inversiones.
Como estadounidense, me abstendré de dar consejos a Europa sobre cómo hacer frente a la situación. Concluiré destacando el reto al que se enfrenta la administración de Biden a la hora de conciliar sus dos principales preocupaciones: promover el «made in America» y mantener buenas relaciones con los aliados. Está claro que estos dos aspectos no son fáciles de conciliar.
La clave está en hacer lo que hay que hacer sin estar en deuda con un conjunto de normas que consideramos anticuadas. Las inversiones se realizarán a escala nacional y en el marco de la Ley de Reducción de la Inflación. Muchas de ellas, con razón, tendrán repercusiones internacionales, como ocurrió con el papel de Alemania en la energía solar en los años noventa. En conjunto, es probable que la inversión o el precio de los proyectos de energía verde caigan en torno a un 15%, gracias a los avances tecnológicos que posibilita esta legislación.
Sin embargo, esto dependerá en gran medida de Estados Unidos, que, de acuerdo con los compromisos adquiridos por el consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, tendrá que reformar el conjunto de la política exterior estadounidense. Esta reforma no se limitará a acoger a otros países que sigan su ejemplo en la conclusión de sus propios acuerdos verdes, sino que convertirá a Estados Unidos en un socio activo en este campo.
Actualmente estamos inmersos en este proceso, como demuestran las negociaciones sobre el acero ecológico entre Estados Unidos y la Unión Europea. Nuestro intento de obtener un acuerdo sobre minerales críticos, posiblemente bajo una forma de paraguas que no sea estrictamente bilateral, es un ejemplo, al igual que la asociación global de infraestructura. Aunque estas iniciativas están todavía en ciernes y tienen sus imperfecciones, en conjunto señalan el camino a seguir. Desgraciadamente, y ojalá tuviera mejores noticias, pero hasta ahora no hemos visto a Estados Unidos ni a la Unión Europea adoptar ninguna de estas medidas. En conclusión, es crucial garantizar que los líderes, es especial Ursula von der Leyen, dispongan del espacio político necesario dentro de la Comisión para formular políticas. También es esencial disponer de un mayor espacio comercial y de negociación, ya que las nuevas iniciativas siempre son difíciles y requieren un mayor liderazgo político. Esperamos ver un mayor compromiso de Bruselas en este ámbito.
Hay un hilo común: entender lo que quiere la gente y cómo podemos dar forma a esa visión para un futuro mejor, de modo que el punto B mencionado por Guillaume Faury sea preferible al punto A. Sería oportuno volver sobre este tema, porque nos encontramos de nuevo ante una fuerte reacción, como ha señalado Jean-Yves Dormagen, y que usted también siente. También parece que el consenso sobre el liberalismo económico, que no siempre está vinculado a la cuestión del liberalismo político, aunque puede estarlo, está cambiando en Estados Unidos y en Europa. No estamos de acuerdo, por ejemplo, en la regulación fiscal, pero la cuestión está sobre la mesa.
¿Cómo influye en última instancia el marco que eligen las personas, facilitándoles la vida mediante una infraestructura que satisfaga sus necesidades? Hablando recientemente con colegas brasileños en Dubái, entre ellos el ministro de Salud y el ministro de Economía y Hacienda, escuché que necesitamos redefinir la nueva globalización para incluir el contrato social, que probablemente se convierta en una característica dominante de sus objetivos. Esto abre un interesante debate sobre la forma que debe adoptar esta dimensión social: si la gente no se siente apoyada, no querrá participar.
Thomas Dermine
Seré breve y bastante directo. En primer lugar, me gustaría dar las gracias a Jennifer Harris por señalar que, fundamentalmente, se trata de una cuestión política. A menudo tendemos a ver esta cuestión esencial como algo puramente técnico o tecnológico. Pero es sobre todo una cuestión profundamente política, en el sentido de que, y estoy de acuerdo con Guillaume Faury, es una cuestión de liderazgo, es decir, de capacidad para dirigir el cambio. Sin embargo, a diferencia de un negocio, en una sociedad no tenemos una única función objetiva. En Airbus, por ejemplo, se puede definir un medio para que todo el mundo vea el punto común del objetivo de la empresa. En una sociedad, es mucho más complejo, con ganadores y perdedores inevitables.
Somos muy desiguales en lo que se refiere al cambio climático: los más pobres son los más expuestos, los menos responsables y los menos capaces financieramente de adaptarse. La paradoja del liderazgo en la sociedad es que los votantes expresan sentimientos contradictorios. Por un lado, desean un liderazgo más radical, mostrando cierto hastío ante la ausencia de decisiones claras, sobre todo en los aspectos de la transición. Por otro lado, también están hartos de decisiones impuestas desde arriba. Es una verdadera paradoja.
Así que, como democracias, tenemos que volver a poner el interés común en primer plano. Tomemos como ejemplo la aviación: la parafina está en gran parte exenta de impuestos, mientras que el tren es más caro. ¿Es justo? Del mismo modo, permitir que algunas personas viajen en jet privado en lugar de tomar un avión plantea la cuestión de la equidad social y el símbolo que queremos dar como sociedad. A veces tenemos que oponernos, aunque el precio sea más alto. Es una cuestión de equidad social.
Si creemos que los grandes proyectos de infraestructura son necesarios para la transición, como ocurrió con el carbón, el gas y el petróleo, tenemos que aceptar precios más altos, aunque eso signifique que habrá perdedores. Anteponer el interés común es crucial. En Bélgica, dirijo grandes proyectos de infraestructura, como la construcción de nuevas vías férreas y una red de captura y almacenamiento de carbono. Es complejo, y el voto al Partido Verde está correlacionado con el número de recursos contra esos proyectos. Por ejemplo, yo estoy luchando por un gasoducto de captura de carbono, que es esencial para mantener una base industrial fuerte, pero un puñado de familias adineradas se oponen, poniendo en peligro miles de puestos de trabajo. En algún momento, tenemos que decir que algunas personas saldrán perdiendo en este proceso político. ¡La ecología sin lucha de clases no es más que jardinería!
El año que viene, dirigiré un grupo de trabajo internacional sobre fiscalidad destinado a movilizar más recursos para hacer frente al cambio climático, y por supuesto la aviación se tomará en cuenta. Antes de entrar en los detalles de este llamado, me gustaría conocer su opinión. ¿Cómo abordamos los posibles conflictos sociales?
Guillaume Faury
No trataré de defender mi punto de vista, ya que quizá no sea éste el lugar apropiado para ello: simplemente los animaría a examinar los niveles de subvención estatal concedidos a los trenes en comparación con los concedidos a la aviación, y podrían reevaluar inmediatamente su juicio, en mi opinión. Sin embargo, no quiero ir más lejos en este asunto.
Siento cierto malestar por lo que he oído: un político reitera la idea de que debemos imponer prohibiciones, dictando lo que hay que hacer, cuando sabemos que no es tan sencillo. Si no conseguimos alinear los intereses individuales con el interés general, los individuos reaccionarán y se defenderán, como están haciendo actualmente con tanto éxito en nuestra democracia. Por eso me temo que nos dirigimos directamente a un callejón sin salida. Pido disculpas si mi punto de vista parece un poco brusco, pero es mi forma habitual de expresarme.
Thomas Dermine
Lo que está condenado al fracaso es persistir en seguir las mismas prácticas que en el pasado. Cuando se observan los datos sobre la transición ecológica, queda claro que vamos directos al fracaso si seguimos por ese camino, que es más o menos lo que hemos estado intentando hacer durante los últimos 20 años. Lo que me fascina especialmente, como observador de la política estadounidense, es el cambio de tendencias en Estados Unidos. Es interesante observar que hace sólo cinco años, Europa lideraba la transición ecológica. Hoy, estamos siendo rápidamente superados por los estadounidenses y los chinos, que están adoptando un enfoque diferente, más descendente y orientado en una dirección concreta, ya sea en términos de política industrial o de posibilidades y límites de la transición.
No pretendo tener todas las respuestas, los dejo que las debatan, porque la cuestión del liderazgo vertical u horizontal es realmente crucial. Permítanme que les ponga otro ejemplo: España ha optado por cerrar las minas de carbón y las centrales eléctricas de carbón del norte del país. En cierto modo, optaron por una solución intermedia. Empezaron a trabajar con las autoridades locales y los sindicatos, todos los cuales se oponían al cierre, para abordar la transición. En lugar de imponer el cierre de las minas sin consulta previa, decidieron trabajar previamente en la transición social. Hoy, los sindicatos y las autoridades locales apoyan ese enfoque. Es la prueba de que existen diferentes enfoques de la política y del cambio. En cuanto al liderazgo que menciona, me preocupa la idea de que el autoritarismo es necesario para lograr resultados, cuando hay otras vías, como demuestra el caso de los parques eólicos. Hay muchos ejemplos en los que el interés de la gente puede influir positivamente en su percepción de los proyectos, como señala Jennifer Harris. Me pregunto si Jean-Yves Dormagen podría compartir su análisis sobre cómo resolver este conflicto entre imposición y consulta, dado que el interés general nunca prevalecerá simplemente consultando a la gente.
Jean-Yves Dormagen
Puede que sea cierto, pero para lograrlo hay que ganar elecciones. Los partidos progresistas se enfrentan actualmente a una situación delicada en Europa y Estados Unidos. Como saben, Trump domina las encuestas y las primarias republicanas. En términos más generales, hay un aumento significativo de los partidos populistas de derecha que adoptan una postura escéptica con respecto al clima, siguiendo el ejemplo de Javier Milei en Argentina. Estoy de acuerdo con Guillaume Faury en que existe una correlación entre estos fenómenos: en una democracia, la aplicación de este tipo de políticas provocará una reacción muy fuerte, sobre todo en el frente medioambiental. El problema es que, en este contexto, el parasitismo es un comportamiento común: aspiramos a que otros financien la transición, pero somos reacios a contribuir a ella nosotros mismos. Cambiar nuestro comportamiento está resultando difícil. Por ejemplo, el grupo de la sociedad que se muestra más respetuoso con el medio ambiente y consciente de los problemas ecológicos, a menudo de clase media y alta, sigue siendo uno de los más voraces en cuanto a su huella ecológica, viajando con frecuencia en avión, poseyendo viviendas más grandes y sin cambiar aún sus hábitos. El cambio es difícil, porque se enfrenta al comportamiento del «free rider». El modelo del colibrí es, hasta cierto punto, un modelo de free-rider, porque una persona puede adoptar prácticas ecológicas, pero millones de otras no. Es crucial encontrar la forma de popularizar la transición ecológica. En el contexto actual, las políticas de arriba abajo despiertan mi escepticismo y pesimismo, y son un reto importante en una sociedad democrática.
Al mismo tiempo, existe una fuerte demanda de participación.
Jennifer Harris
El ejemplo español parece englobar varios de estos temas. Un proyecto que ha captado mi atención en los últimos meses se refiere al sector siderúrgico. El sindicato United Steelworkers Union, el principal sindicato estadounidense de la industria siderúrgica, es probablemente el grupo de interés político más crucial para Joe Biden. Según él, nada es más importante para él como político que ese sindicato, que estuvo a punto de apoyar a Trump en 2020. Está claro que muchas políticas industriales verdes pasan directamente por el sector siderúrgico. Ningún otro sector, ya sea político, geográfico o técnico, es tan crucial como ese, que abarca varios estados del país. Ohio y Pensilvania, por ejemplo, desempeñarán un papel decisivo en las próximas elecciones, como ya lo hicieron en las tres anteriores.
El reto consiste en descarbonizar las ocho acerías primarias integradas que quedan en Estados Unidos y las instalaciones alimentadas con carbón, y preservar al mismo tiempo la economía estadounidense, ya sea manteniéndose neutral o mejorando el número y la calidad de los puestos de trabajo.
La descarbonización supondría hacer funcionar estas plantas con hidrógeno, lo que podría requerir aproximadamente la mitad o dos tercios de la mano de obra actual. He esbozado unos cálculos para descarbonizar manteniendo el número y la calidad de los empleos en Estados Unidos. Es imposible oír hablar del hidrógeno verde o de la transición a la gestión de una planta solar cercana cuando hay que dejar un empleo sindical de 90 dólares la hora en la industria siderúrgica. Este tipo de transición no es realista. Podría implicar darles competencias en centros de hidrógeno, aunque eso sigue siendo un reto considerable. Creo que tiene que formar parte de la ecuación y que es factible, sobre todo teniendo en cuenta su experiencia en determinadas áreas del negocio automovilístico, que se han incluido en el gran acuerdo del sindicato con los tres grandes fabricantes de automóviles estadounidenses.
Una vez realizada esta transición, quedará claro que los costos de explotación del acero verde serán probablemente entre un 10% y un 15% superiores a los costos actuales de explotación de estas instalaciones primarias de carbón. Esta observación me lleva al tema del Mecanismo de Ajuste en la Frontera del Carbono (CBAM). Espero que en los próximos 12 a 18 meses Estados Unidos alcance un compromiso bipartidista sobre dicho mecanismo. Será distinto del de la Unión Europea, entre otras cosas porque en Estados Unidos no hay un precio fijado para el carbono y probablemente no lo habrá pronto.
El proceso consistirá en desarrollar una metodología para evaluar el contenido de carbono de muchos productos, determinar cuáles queremos incluir en la legislación y, a continuación, fijar un límite. Todo producto que supere este límite estará sujeto a derechos de aduana. Uno de los componentes de esta medida se dirige a los fabricantes de automóviles y a las compañías aéreas, animándolos a comprar más acero limpio y sindicalizado. Esto creará el apoyo político necesario para que esta iniciativa avance en la dirección correcta. Queda una duda: ¿cómo reaccionarán la OMC y la Dirección General de Comercio cuando Estados Unidos adopte un CBAM sustancialmente distinta de la de la Unión?
Existe una tensión potencial entre las opciones individuales y las colectivas, no sólo a nivel nacional, sino también a nivel local, como demuestra el ejemplo de los sindicatos siderúrgicos. ¿Podrían comentar esta tensión y cómo estamos construyendo un apoyo colectivo para el cambio?
Guillaume Faury
Voy a ser breve y compartiré un dato que analicé antes de nuestra reunión. Me parece que la Unión Europea ha trabajado mucho más en la transición ecológica que Estados Unidos en los últimos años. Pero si me hubieran preguntado por el estado de la transición ecológica en el sector de la aviación hace tres años, habría dicho que Estados Unidos aún no había tomado ninguna iniciativa significativa, mientras que Europa estaba mucho más adelantada. Hoy, los proyectos lanzados en Estados Unidos para producir combustibles de aviación sostenibles gracias a la Ley de Reducción de la Inflación son más del doble de los que tenemos en Europa a pesar de todos nuestros esfuerzos. El impacto de dicha ley es colosal. ¿A qué se debe? Es cierto que hay una inversión importante, pero hace que los combustibles de aviación sostenibles sean tan atractivos, o más, que la parafina. Alinear los intereses individuales y colectivos, aunque implique costos y pueda no ajustarse a las normas de la OMC, está resultando eficaz. Este enfoque es fascinante porque ofrece una alternativa que funciona rápidamente. No hablo sólo de una tendencia, sino de una realidad que avanza rápidamente. Como observador europeo, celebro lo que está haciendo Estados Unidos.
Las claves de un mundo roto.
Desde el centro del globo hasta sus fronteras más lejanas, la guerra está aquí. La invasión de Ucrania por la Rusia de Putin nos ha golpeado duramente, pero no basta con comprender este enfrentamiento crucial.
Nuestra época está atravesada por un fenómeno oculto y estructurante que proponemos denominar: guerra ampliada.
Thomas Dermine
He prestado especial atención a sus comentarios sobre la democracia. Comparto la opinión de que la democracia sigue siendo el mejor sistema del que disponemos. Sin embargo, es esencial tener en cuenta el poder, que requiere el compromiso de la mayoría de los votantes, para poner en marcha un proyecto dentro de una democracia. Esta consideración está en el centro de nuestras acciones. Las tres últimas décadas parecen haber creado la ilusión de que la democracia puede evitar generar perdedores: los dirigentes políticos se han dedicado a repartir los frutos del crecimiento entre las distintas categorías sociales. Sin embargo, para lograr una transición acorde con los objetivos de Fit for 55, debemos aceptar la posibilidad de crear perdedores. Para que gane la mayoría, hay que afrontar ciertas realidades. El 85% de la población europea está dispuesta a prohibir los jets privados cuando existen alternativas como el tren. Del mismo modo, una mayoría quiere subvenciones adicionales para el tren y acceso gratuito a la movilidad compartida.
Si queremos cumplir nuestras promesas, es crucial que respondamos a las expectativas del 80% de la población europea de un sistema fiscal más justo sobre la riqueza. Vivo en una región donde la extrema derecha no está presente, y donde los socialdemócratas conservan una amplia mayoría. Ante tal situación, hemos sido los primeros en reintroducir una forma de impuesto sobre la fortuna en nuestro sistema fiscal. Todo ciudadano belga con una cuenta de valores superior a un millón de euros debe pagar un modesto impuesto de unos pocos céntimos. Esta medida refleja la voluntad del pueblo y es una respuesta directa a la amenaza de la extrema derecha, y devuelve los problemas al centro de la lucha política.
Y el contrato social debe integrarse en la transición.
Jean-Yves Dormagen
Es un problema complejo: se trata de derrotar a los líderes escépticos del cambio climático sin comprometer las políticas de transición ecológica. Si esos líderes ganan, las consecuencias para el clima serán absolutamente desastrosas. Resolver esta complejidad sigue siendo un reto. Concluyo esbozando un problema más que proponiendo una solución.