Necesitamos desarrollar las industrias del futuro: ¡la inteligencia artificial, la cuántica y la biotecnología! Si no nos dotamos de una estrategia industrial ambiciosa y fuerte, quedaremos relegados detrás de Estados Unidos y China. Este es el mantra que se repite hoy en Europa, tanto en el Reino Unido como en la Unión Europea. En el Reino Unido, se hacen eco de estos mantras, en particular, los partidarios de una visión del país como gran potencia globalizada después de su salida de la Unión Europea; en otras palabras, los defensores de la «Gran Bretaña global». En el continente, estas ideas están en el centro del proyecto geopolítico europeo. La voluntad de poder se combina con la política económica. El capitalismo político, por utilizar la terminología propuesta por Alessandro Aresu, ejerce una verdadera fascinación en Londres, París y Bruselas.

Me gustaría comparar lo que considero un enfoque estándar del capitalismo político, y su principal herramienta, es decir, la estrategia industrial, con un enfoque de la foundational economy o economía de la vida cotidiana1 destinado a responder a los retos de la mejora de la vida de las personas y la descarbonización. Existe una profunda diferencia entre estos dos enfoques, no sólo en cuanto a sus objetivos, sino también en cuanto a su teoría, su forma de conocer y actuar2. Por lo tanto, cualquier traslape o alineación entre ellos es difícil.

En Europa, la voluntad de poder se combina con la política económica.

DAVID EDGERTON

La principal diferencia se encuentra entre los siguientes programas: por un lado, una política de crecimiento del PIB por medio de la estabilidad financiera y una política industrial centrada en la innovación y la creación de empresas, así como una política fiscal y de gasto, complementada por la innovación e impulsada por el sector privado, con el fin de aumentar la eficiencia del sector público; por el otro lado, una política centrada en los imperativos fundamentales de una vida digna para los hogares, que incluya cuestiones de distribución, así como el acceso a bienes y servicios, tanto públicos como privados y tanto personales como de infraestructuras. El objetivo de esta política no es, pues, aumentar el PIB o aumentar el peso geopolítico, sino mejorar la vida de las personas.

La política o estrategia industrial vuelve a estar de moda. El principal argumento a su favor es que la globalización se ha acabado, que la lucha contra el cambio climático requiere una acción industrial directa, al igual que el reto que plantea China, y quizás también las posibles pandemias. Es una política que se centra imaginativamente en una parte de la industria manufacturera, en la «tecnología» y en la competencia internacional, con el objetivo de ser líderes mundiales, o incluso de imponerse al resto del mundo.

La mayoría de las reflexiones sobre la estrategia industrial suponen que, en términos absolutos, esto es algo bueno, que produce resultados positivos por sí mismo. Pero, por supuesto, esto depende de la política y del contexto. La política industrial se presenta como una buena opción política para todos los países. Pero lo que puede aplicarse a Estados Unidos o China puede no aplicarse, por ejemplo, al Reino Unido o a la Unión Europea. De hecho, si todos los países, grandes o pequeños, ricos o pobres, siguieran la misma estrategia, estaríamos aplicando una receta para el fracaso masivo en lugar del éxito general. Por eso resulta bastante preocupante que se hable tanto de política industrial basándose en la idea de imitar a Estados Unidos.

La política o estrategia industrial vuelve a estar de moda.

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Es más, esas políticas se basan en una idea que es a la vez falsa e inadecuada. Se supone que Europa –ya sea el Reino Unido o la Unión Europea– es, o más bien debería y podría ser, una superpotencia científica, y que las nuevas industrias se desarrollarán a gran escala si por fin se organizan las cosas como es debido. Esto es especialmente evidente en el Reino Unido, donde se sobreestima el poder de la innovación, pero donde todo el modelo de transformación nacional por medio de la innovación tiene poca credibilidad.

¿Cuánto control puede esperar tener un país que sólo representa el 2% del gasto total en I+D, así como de la producción manufacturera mundial, y cuyos niveles de productividad no se acercan ni de lejos a los de los líderes mundiales? Tomemos el caso de British volt, una start-up que se supone encarna el genio británico en materia de baterías, con el fin de vencer a la industria asiática, muy asentada e hiperdominante en este sector. Este proyecto es un ejemplo perfecto de una política basada obsesivamente en la idea de que hay que creer en ello hasta que salga bien. No fue así en este caso: el proyecto se paralizó en agosto de 2022 y la start-up quebró en enero de 2023 antes de ser adquirida por un comprador australiano3.

Esto no quiere decir que el modelo de start-up no tenga méritos. La vacuna británica AstraZeneca, por ejemplo, fue desarrollada por la Universidad de Oxford. Pero fue en India donde se produjo a gran escala para los países pobres. Así que, a pesar de esta innovación nacida en territorio británico, el Reino Unido era un importador neto de vacunas, sobre todo de Estados Unidos y la Unión Europea. Y la vacuna de AstraZeneca ni siquiera era la principal vacuna utilizada en el Reino Unido. Por lo tanto, el éxito de la inmunización en el Reino Unido se basó en compras muy rápidas de diferentes tipos de vacunas provenientes de todo el mundo, lo que permitió gestionar el riesgo y la incertidumbre y aprovechar la experiencia mundial. El Reino Unido ha comprado vacunas tanto a start-ups como a grandes laboratorios farmacéuticos. En otras palabras, tanto en el campo de las baterías como en el de las vacunas, el Reino Unido depende del resto del mundo.

A pesar de la invención de AstraZeneca, el Reino Unido era un importador neto de vacunas, sobre todo de Estados Unidos y la Unión Europea.

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Más allá de la retórica, también hay que señalar que algunas medidas clave de política industrial han consistido en apoyar a empresas extranjeras. En julio, el gobierno anunció su apoyo de 500 millones de libras al grupo automovilístico indio Tata Motors, con el objetivo de construir una fábrica de baterías utilizando tecnología de origen chino. Se han concedido importantes subvenciones a EDF (Électricté de France) para que construya una central nuclear con tecnología francesa, y a una empresa india de producción de acero (de nuevo, Tata) para que se reconvierta y se dedique a los hornos eléctricos.

Esta experiencia, así como las lecciones del pasado, ofrecen algunas lecciones saludables en cuanto a las posibilidades de una estrategia industrial y de innovación.

En primer lugar, es mucho más fácil seguir una estrategia industrial de autonomía nacional que una estrategia de conquista de los mercados mundiales. El Reino Unido fue el primer productor mundial de energía nuclear en los años setenta, con reactores de diseño británico, pero éstos no se vendían para la exportación. Francia, por su parte, ha desarrollado una gran flota de reactores, pero utilizando tecnología estadounidense bajo licencia.

En segundo lugar, ser independiente en un ámbito no te convierte en independiente o soberano en lo general. ¿Qué sentido tiene que el Reino Unido diseñe y produzca sus propios aviones si depende de las cabezas nucleares y los misiles estadounidenses? ¿Por qué mantener una industria nacional para diseñar y producir alas de avión, pero no semiconductores? ¿Por qué no ser autosuficiente en armas y barcos?

Es mucho más fácil seguir una estrategia industrial de autonomía nacional que una estrategia de conquista de los mercados mundiales.

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En tercer lugar, ¿qué es la soberanía en una industria o una tecnología? ¿Significa utilizar, mantener, producir o diseñar? ¿En qué momento podemos considerarnos autosuficientes? Evidentemente, sería absurdo, e incluso imposible, que un país o un grupo de países como la Unión Europea diseñara y produjera todo lo que consume. En caso afirmativo, ¿cuál debería ser el objetivo de producción?

En cuarto lugar, ¿la soberanía significa que sólo queremos empresas nacionales en nuestro territorio? ¿Queremos que esas empresas no desarrollen ninguna capacidad de producción en el extranjero? ¿O la soberanía industrial significa comerciar con amigos, con empresas amigas que operan en países amigos? Si es así, ¿de qué amigos y de qué tipo de interdependencia estamos hablando? Todo esto supone una gran diferencia.

El abanico de políticas industriales que surge de las distintas respuestas a estas preguntas es inmenso. La mayoría de ellas son muy caras. La más barata, la que se ha aplicado durante décadas y sigue siendo la más popular –el apoyo público a la innovación y a las start-ups– no ha sido un gran éxito, y no deberíamos esperar que de repente lo sea.

E incluso si este tipo de política, u otra más plausible y más cara, funcionara, es importante reconocer sus limitaciones. En primer lugar, la política industrial sólo afecta a una parte muy pequeña de la economía. Una forma mucho mejor de pensar en la economía es partir de las áreas en las que la mayoría de la gente realmente trabaja y consume, y preguntarse qué hay que hacer para cambiar las cosas en un tiempo razonable. Si queremos garantizar empleos de calidad, tenemos que reconocer que el 80% de la economía se compone de servicios, y que muchos de estos empleos pueden mejorarse y remunerarse mejor. Si realmente queremos producir baterías en casa –o acero, o lo que sea– entonces tenemos que pagar por ello. El punto de partida de estas dos políticas es radicalmente distinto.

La política industrial sólo afecta a una parte muy pequeña de la economía.

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El nuevo libro del grupo Foundational Economy representa uno de los avances más importantes en economía política en mucho tiempo4. Sugiere nuevas formas de pensar y concebir el mundo. También sugiere nuevas formas de actuar, muy distintas de las que proponen actualmente los partidos políticos.

Los autores critican la política de «crecimiento del PIB por medio de la estrategia industrial». Tanto los tecnocentristas como los partidarios del libre mercado desean un mayor crecimiento del PIB y un aumento de los salarios (es decir, una mayor productividad). Los tecno-centristas están a favor de las acciones del lado de la oferta y las que apoyan la innovación y a los emprendedores. Estos programas se complementan con medidas para reducir las diferencias regionales de productividad, por supuesto fomentando la invención y el espíritu empresarial a nivel local. Se trata de la aplicación a escala regional de un programa que ha fracasado esencialmente a escala nacional y que tiene aún más probabilidades de fracasar en el futuro dadas las limitaciones ligadas a las emisiones de carbono. También es un programa que no aborda los elementos esenciales de la economía actual y sus retos.

¿Cuáles son los elementos de este nuevo enfoque? En primer lugar, hay un enfoque renovado en el hogar más que en el individuo, en la distribución de los ingresos de los hogares y en cómo ha cambiado con el tiempo. Esto nos lleva a darnos cuenta de que, en general, el hogar monoparental implica hoy en día una pobreza de las personas dependientes (o que están a cargo de otras), y que, si tuviéramos que volver a los niveles de desigualdad de ingresos de los años setenta, la mayoría de los hogares serían hoy considerablemente más ricos. En otras palabras, vivimos en un mundo en el que el salario familiar ha desaparecido y el capital se ha llevado un trozo mucho más grande del pastel que constituye el PIB.

En segundo lugar, lo que ellos llaman empirismo fundamental muestra la importancia de comprar servicios esenciales (desde Internet a los autobuses o la comida) y servicios gratuitos como la salud y la educación, que para los más pobres tienen más peso que los salarios o las prestaciones, al igual que las infraestructuras sociales que no se pueden comprar. Una economía digna de ese nombre no debe limitarse a los ingresos de los individuos (ni siquiera si los tomamos en conjunto), sino contemplar las estructuras en las que viven las personas (los hogares) y las múltiples infraestructuras que les permiten llevar a cabo una vida digna. Esto apunta a un conjunto polifacético de problemas que van mucho más allá del estancamiento del PIB per cápita. Muestra los efectos de la caída de los salarios y las prestaciones sociales, los esfuerzos de reducción de costos en la calidad y la cantidad de los servicios, y los estragos causados por la tendencia extractivista de gran parte del capitalismo contemporáneo, especialmente en relación con la propiedad y la financiación de la vivienda. También destaca la importancia de la calidad de los servicios, tanto públicos como privados, de los que dependemos.

¿Cuáles son las implicaciones para la política económica? En primer lugar, no basta con centrarse en el crecimiento del PIB (incluso teniendo en cuenta la redistribución). Tenemos que pensar menos en estas abstracciones y más en el suministro de bienes y servicios concretos y en la calidad de vida real de las personas. Tenemos que pensar en términos de los principios clásicos de la socialdemocracia, que abogan por maximizar la eficacia, la eficiencia y la igualdad al mismo tiempo. Esto requiere una acción colectiva para hacer frente a los intereses privados y sectoriales que sólo insisten en la eficacia local y no se preocupan por la eficacia o por una igualdad más amplia. Un cálculo nacional más amplio que tenga en cuenta estas otras dimensiones constituye el núcleo de los planteamientos socialdemócratas. En segundo lugar, necesitamos este tipo de enfoque cuando pensamos en la descarbonización. Esto requiere claramente una acción centrada en la transformación de las infraestructuras. Esto afecta directamente los costos esenciales de los hogares y la calidad de los servicios, así como los vínculos físicos con los hogares y los equipamientos domésticos. Debemos tener en cuenta directamente la interconexión de la calefacción, el transporte y otros sistemas, así como el reto del cambio sin imponer costos inasumibles. La estrategia industrial no tiene en cuenta nada de esto. La descarbonización de la electricidad y los automóviles, que es el núcleo de la estrategia industrial, es la parte más fácil. Para el resto, necesitaremos intervenciones e inversiones coordinadas a una escala aún mayor que la que caracterizó la extraordinaria transformación de las infraestructuras energéticas europeas entre los años cincuenta y setenta. No podemos limitarnos a pensar en un programa o en subvenciones para los productores de nuevos equipos, o en una revolución industrial verde, o en un programa para nuevos programas de I+D (Investigación y Desarrollo) y nuevas empresas.

Una economía digna de ese nombre no debe limitarse a los ingresos de los individuos (ni siquiera si los tomamos en conjunto), sino contemplar las estructuras en las que viven las personas (hogares) y las múltiples infraestructuras que les permiten llevar una vida digna.

DAVID EDGERTON

¿Cuáles son las implicaciones para el diseño de la industria en general? En primer lugar, tenemos que acabar con nuestra obsesión por la industria tal y como existía en el pasado. Esto nos ayudará a centrarnos mejor en la realidad de la industria manufacturera, y no sólo en los sectores más visibles, reconociendo, por ejemplo, la importancia de la producción alimenticia dentro de ella. También deberíamos centrarnos en lo que producimos y consumimos, y en su calidad. También deberíamos hacer algo con respecto a la pésima calidad, los costos elevadísimos y los beneficios exorbitantes de la industria de la construcción, por ejemplo. Podríamos concentrarnos en instalar, mantener y reparar las nuevas infraestructuras y preocuparnos menos por la procedencia del acero, los cables y las turbinas. Pero si lo hacemos, debe ser sobre la base de un objetivo bien pensado.

Esto sugiere centrarse seriamente en lo que funciona bien, más que en modelos particulares de desarrollo impulsados por la novedad. Por ejemplo, vale la pena señalar la enorme diferencia entre el sistema privado «Test and Trace» del Reino Unido, que no consiguió rastrear y aislar a un solo paciente de Covid, y un sistema sanitario público digno de ese nombre, desarrollado en la práctica. Del mismo modo, la IA y la investigación biomédica no son la respuesta a la profunda crisis sanitaria y social que padecemos (a largo plazo, reducir la pobreza es tan importante para la salud como las nuevas intervenciones médicas). En términos más generales, nos permite centrarnos no en una política de innovación que probablemente fracasará, sino en una política de emulación e imitación que tiene muchas más probabilidades de éxito.

El enfoque cotidiano implica también una política universitaria muy diferente de la que ha fracasado en los últimos cuarenta años. La política de I+D financiada por el Estado debería centrarse más en desarrollar productos y procesos específicos para las necesidades locales y que no puedan ofrecerse en otro lugar, y en producir conocimientos que permitan al público en general pensar y actuar mejor, en lugar de apoyar a los inversionistas en capital de riesgo y a las grandes empresas. En términos más generales, tenemos que generar nuevas formas de conocimientos especializados, sobre todo económicos, en lugar de confiar en expertos interesados en resultados concretos. El Estado, tanto central como local, debe democratizarse y crear nuevas formas de pericia o expertise.

Necesitamos desesperadamente una política más modesta, una política de mejora y de imitación, en lugar de una política de excesos retóricos y de aumento de la miseria social.

DAVID EDGERTON

Por último, al centrarnos en las personas, en los hogares, en la vida cotidiana, podemos alejarnos de las fantasías o los fantasmas que se interponen en el camino hacia una política sensata. Lo que se desprende del enfoque de la foundational economy o economía de la vida cotidiana es la necesidad de comprender dónde estamos realmente, y eso incluye no sólo el problema, sino también las posibles soluciones. Esto es importante porque demasiadas de nuestras políticas giran en torno a la pretensión o las apariencias. Necesitamos una política que consista en hacer lo mejor posible, no en pretender falsamente ser los mejores. Necesitamos desesperadamente una política más modesta, una política de mejora e imitación, en lugar de una política de excesos retóricos y empeoramiento de la miseria social. Hay que pensar que la economía de la vida cotidiana nos puede ayudar a hacer realidad todo esto.

Notas al pie
  1. Foundational economy es el nombre, en inglés, dado a un colectivo surgido en el Reino Unido a principios de la década de 2010, que intenta tener en cuenta y situar en el centro de su pensamiento las infraestructuras y los marcadores del bienestar cotidiano. Propongo la traducción «economía de la vida cotidiana», que me parece la más cercana a su idea principal.
  2. También he tratado la idea de la economía de la vida cotidiana en otros lugares; véase David Edgerton, «How and why the idea of a national economy is radical», Renewal, vol. 29, pp. 17-22, 2021; «Why everyday economy is the innovation labour needs», The Political Quarter, vol. 93, pp. 681-690, 2022.
  3. David Edgerton, «The woes of startup Britishvolt should shock the UK out of its Brexit self-delusion», The Guardian, 11 de noviembre de 2022.
  4. Luca Calafati, Julie Froud, Colin Haslam, Sukhdev Johal, Karel Williams, When nothing works From cost of living to foundational liveability, Manchester, Manchester University Press, 2023.