¿Cómo debemos interpretar las transformaciones a largo plazo que se están produciendo actualmente en África? ¿Qué papel desempeñan los factores endógenos en estos cambios? ¿Cuáles son las contradicciones más destacadas de la nueva economía política que está cristalizando en el continente? ¿Qué enfoque analítico podemos utilizar para captarlas de la manera más adecuada posible? Este ejercicio de inteligencia colectiva es tanto más urgente si queremos no sólo abordar de la manera más adecuada posible la cuestión de la seguridad, la paz y la estabilidad en el continente, sino también abrir nuevas vías para el futuro de las relaciones entre África, Francia y Europa. 

1. África se repliega sobre sí misma

En esta perspectiva, es importante afirmar desde el principio que la toma del poder por los militares en Malí, Guinea, Burkina Faso, Níger y Gabón, al igual que otros conflictos más o menos sangrientos en territorios africanos antiguamente colonizados por Francia, no son más que síntomas de un cambio profundo que ha permanecido oculto durante mucho tiempo y cuya repentina aceleración ha cogido por sorpresa a muchos observadores1. Al formular una política para el futuro, el error sería confundir estos síntomas con causas.

Para evitar cometer tal error, debemos volver a una perspectiva histórica. A este respecto, muchos historiadores quisieran ver en los acontecimientos recientes o actuales los últimos sobresaltos de una larga agonía, la del modelo francés de descolonización incompleta. Sin embargo, hay que señalar que estas luchas están siendo libradas esencialmente por fuerzas eminentemente endógenas. Si acaso, anuncian el final de un ciclo que comenzó tras la Segunda Guerra Mundial y ha durado casi 80 años.

Muchos historiadores quisieran ver en los acontecimientos recientes o actuales los últimos sobresaltos de una larga agonía, la del modelo francés de descolonización incompleta.

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Es importante retomar esta perspectiva histórica2. Nos permite relativizar un dogma que muchos siguen albergando, a saber, la permanencia de un sistema de relaciones entre África y Francia que combina mecanismos oficiales, supuestos o reivindicados, con lógicas sombrías.  Creada por Francia contra el pueblo africano, con el consentimiento de algunas de sus élites, la «Françafrique» sigue prosperando a pesar de las promesas de ruptura con el pasado3. Este argumento dista mucho de ser totalmente falso. Igual de cierto –y decisivo– es el hecho de que, a pesar de los numerosos vestigios de una época pasada, Francia ya no está en condiciones de decidirlo todo en sus antiguas posesiones coloniales. La mayoría de las herramientas militares, monetarias y culturales que utiliza para mantener su presencia y salvaguardar sus intereses en África han quedado obsoletas o carecen de legitimidad. Costosos becerros de oro para los que ahora hay poca o ninguna justificación, quizá haya llegado el momento de deshacerse de ellos, y en buen orden. 

Se cerraría así el hiato. Enfrentados por una vez a sus responsabilidades, los africanos no tendrían escapatoria. La descolonización sería completa y, sobre todo, de facto. El dominio que Francia mantenía sobre sus antiguas colonias se ha aflojado en gran medida a principios de este siglo, a veces contra su voluntad. Poco importa que esto nos alarme o nos complazca. En este giro histórico, Europa, como sus otros competidores, se ha convertido en un actor secundario. No porque haya sido desbancada por Rusia o China, espantapájaros que sus enemigos y críticos locales saben bien cómo conjurar para mantenerla a raya, sino porque, en un movimiento sin precedentes y peligroso de auto-reajuste, cuyo alcance muchos no logran comprender, África ha entrado en un nuevo ciclo histórico. Impulsada por fuerzas esencialmente endógenas, está en proceso de replegarse sobre sí misma. En este nuevo ciclo histórico, las luchas entre los propios africanos y entre las clases dirigentes y sus sociedades serán más decisivas que cualquier otro factor externo. Si queremos comprender las fuerzas profundas que están detrás de este pivote, las luchas multifacéticas que conlleva y sus implicaciones a largo plazo, tenemos que alejarnos del discurso convencional, cambiar nuestro esquema analítico y partir de otras premisas. 

Sobre todo, tenemos que empezar por tomarnos en serio la comprensión que las propias sociedades africanas tienen ahora de su propia vida histórica. El continente está experimentando transformaciones múltiples y simultáneas. Estas transformaciones varían en escala y afectan a todos los niveles de la sociedad. En concreto, están dando lugar a una cascada de rupturas. En la cúspide, las élites dirigentes que supieron sacar partido de la revolución colonial intentaron consolidar fortunas familiares y asegurarse rentas privatizando el Estado. Desde abajo, se intensificó la lucha por el acceso a los medios de existencia. Con el advenimiento del pluripartidismo, han vuelto a estar en juego los intereses de las masas, al tiempo que siguen creciendo nuevas desigualdades y conflictos, sobre todo entre géneros y generaciones. 

El continente está experimentando una cascada de rupturas.

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La llegada a la escena pública de los nacidos entre 1990 y 2000, en particular, que crecieron en una época de crisis económica y de inseguridad sin precedentes, es un acontecimiento crucial a este respecto. Coincide con el despertar tecnológico del continente, la creciente influencia de las diásporas, la aceleración de los procesos de creatividad artística y cultural, la intensificación de las prácticas de movilidad y desplazamiento y la búsqueda incesante de modelos alternativos de desarrollo basados en la riqueza de las tradiciones locales. Como consecuencia de la enorme brecha demográfica, las cuestiones demográficas, socioculturales, económicas y políticas están ahora entrelazadas, como demuestran la impugnación de los formatos políticos e institucionales surgidos en los años noventa, los cambios en la autoridad familiar, la rebelión silenciosa de las mujeres y el agravamiento de los conflictos generacionales.

2. Del panafricanismo a la buena gobernanza

A esta primera corriente se ha unido otra, el auge del neosoberanismo, una versión empobrecida y adulterada del panafricanismo. 

Esta corriente se remonta a los años 1990, cuando, en el marco de los llamados planes de ajuste estructural y por iniciativa de las instituciones financieras internacionales, se convocó a los Estados africanos, fuertemente endeudados, para dar rienda suelta a las fuerzas del mercado. La idea entonces era simple. La estrategia de aumentar el gasto público y social financiado con deuda había mostrado sus límites. Se trataba de revitalizar el capitalismo estancado con la ayuda, paradójicamente, de una nueva forma de Estado funcional. 

Para insuflar nueva vida al capitalismo en África, había que someter a los Estados en los mercados financieros e integrar más estrechamente al continente en la economía mundial. Sobre todo, había que liberar los procesos de creación de valor económico. Así, en el contexto de la globalización, se optó por estabilizar la economía, consolidar las finanzas estatales, restablecer la solvencia y reconstruir las infraestructuras institucionales y materiales de la prosperidad económica. En el plano político, prevaleció el llamado enfoque de la buena gobernanza. 

En una palabra, la ideología de la buena gobernanza tenía como objetivo primordial imponer y proteger, a escala nacional, un mercado global libre, utilizando a los Estados como motor de esta transición. Dicho Estado tenía que ser «fuerte», es decir, capaz de reducir el alcance de los controles sociales sobre el capital. Tenía que ser capaz de financiar el gasto público no mediante más deuda, sino a través de los impuestos, endureciendo a largo plazo la política de distribución en favor de las empresas. En el paradigma de la buena gobernanza, era legítimo que, puesto que su solvencia había dejado de inspirar confianza, los Estados endeudados se sometieran a la vigilancia de la industria financiera internacional en proporción a su endeudamiento, en dependencia estructural de sus acreedores. En lo sucesivo, los ejecutivos nacionales debían servir de relevo para aplicar las reformas a escala nacional. 

La ideología de la buena gobernanza tenía como objetivo primordial imponer y proteger, a escala nacional, un mercado global libre, utilizando a los Estados como motor de esta transición.

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Desde este punto de vista, la buena gobernanza era una teoría política y económica basada en la libertad de mercado. Esta libertad debía ser garantizada por el Estado, que, para lograrla, podía recurrir legítimamente a los medios de coacción estatales. En África, la noción de una economía libre dependiente de un Estado fuerte degeneró muy rápidamente en la medida en que servía para justificar Estados capaces de recurrir a prácticas antidemocráticas. Dos consecuencias directas se derivaron de este vasto esfuerzo de ingeniería social. La primera fue la neutralización de la agenda democrática, que era una de las grandes aspiraciones de los movimientos sociales a principios de los años 1990, y el respaldo, incluso por parte de las instituciones internacionales, de un sistema multipartidista sin democracia, que muchos investigadores de la época calificaron de «restauración autoritaria»4. La segunda consecuencia fue la aparición, en los años 1990, del movimiento neosoberanista.

3. De la buena gobernanza al neosoberanismo

En su origen, el neosoberanismo es una respuesta intelectual al dictado de las instituciones financieras internacionales. En concreto, adopta la forma de una refutación de las tesis del Banco Mundial sobre las condiciones del crecimiento africano5 y aboga por un modelo endógeno de desarrollo en el continente6. También adopta la forma de una crítica de la propia democracia liberal y de su «viabilidad» en el contexto africano7.

Fue en torno a 2010, con la derrota de los movimientos ciudadanos de segunda generación, cuando surgió una versión populista del neosoberanismo8. En el contexto actual de desorganización ideológica, desorientación moral y crisis de sentido, se trata menos de una visión política coherente que de una gran fantasía. A los ojos de sus defensores, actúa ante todo como fermento de una comunidad emocional e imaginaria, y esto es lo que le da toda su fuerza, pero también su peso de toxicidad. Sus principales batallones se reclutan en los márgenes de la juventud continental presente en las redes sociales, pero son relativamente pocos los que proceden de las instituciones formales. También se nutre de la inmensa reserva de las diásporas. A menudo mal integrados en los países donde nacieron y crecieron, y a veces tratados como ciudadanos de segunda clase por los países que los acogieron, muchos jóvenes afrodescendientes equiparan fácilmente sus calvarios con las grandes batallas panafricanistas de posguerra contra el colonialismo y la segregación racial. 

Sin embargo, el neosoberanismo no es el equivalente exacto del panafricanismo. Lo que no se ha subrayado suficientemente es hasta qué punto el anticolonialismo y el panafricanismo contribuyeron a la profundización de tres grandes pilares de la conciencia moderna: la democracia, los derechos humanos intrínsecos y la idea de justicia universal. Sin embargo, el neosoberanismo está en contradicción con estos tres elementos fundamentales. En primer lugar, refugiándose en el supuesto carácter primordial de las razas, sus defensores rechazan el concepto de comunidad humana universal. Operan identificando un chivo expiatorio, al que erigen en enemigo absoluto contra el que todo vale. Por ejemplo, aunque sea sustituyéndolos por Rusia o China, los neosoberanistas creen que es echando del continente a las antiguas potencias coloniales, empezando por Francia, como África completará su emancipación. También se oponen a la democracia, que consideran un truco, un caballo de Troya para la injerencia internacional. Prefieren el culto a los «hombres fuertes», adeptos del virilismo y detractores de la homosexualidad. De ahí la indulgencia con los golpes militares y la reafirmación de la fuerza y la brutalidad como formas legítimas de ejercer el poder.

Aunque sea sustituyéndolos por Rusia o China, los neosoberanistas creen que es echando del continente a las antiguas potencias coloniales, empezando por Francia, como África completará su emancipación

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Esta versión populista del neosoberanismo hace estragos en un contexto marcado por un importante debilitamiento de las organizaciones de la sociedad civil y el hundimiento de los organismos intermediarios, en un contexto de intensificación de las luchas por los medios de subsistencia y de imbricación sin precedentes de conflictos de clase, de género y generacionales. Como efecto perverso de los largos años de glaciación autoritaria, los planteamientos informales se han extendido a muchos ámbitos de la vida social y cultural. Un signo llamativo de esta evolución es que ahora se privilegia el carisma individual y la riqueza material en detrimento del lento y paciente trabajo de construcción de las instituciones, mientras que las visiones transaccionales y clientelistas del compromiso político se imponen al trabajo voluntario.

Frente a la maraña de crisis aparentemente inextricables, la democracia electoral ya no parece ser una palanca eficaz para los cambios profundos a los que aspiran las nuevas generaciones. Constantemente amañadas, las propias elecciones se han convertido en la causa de conflictos sangrientos9. Los recientes experimentos democráticos han contribuido poco a frenar la corrupción. Al contrario, se han alimentado de ella y han legitimado la perpetuación en el poder de las viejas élites, responsables también del estancamiento actual. En estas condiciones, los golpes de Estado aparecen cada vez más como la única vía para provocar el cambio, garantizar una forma de alternancia en la cúpula del Estado y acelerar la transición generacional. 

Confundidos y sin futuro, una gran parte de los jóvenes nacidos en los años 1990 y 2000 viven su condición como un bloqueo interminable al que sólo la violencia y la acción directa pueden poner fin. Este deseo de violencia catártica, incluso purgativa, gana terreno en un momento de extraordinario estancamiento intelectual de las élites políticas y económicas y, más en general, de las clases medias y profesionales. A ello se añaden los efectos de la cretinización masiva provocada por las redes sociales. En la mayoría de los países, la esfera mediática y los debates públicos están colonizados por representantes de una generación plagada de analfabetismo funcional, consecuencia directa de décadas de infrainversión en educación y otros sectores sociales. 

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¿Qué decir, además, de la ausencia o la reducción de espacios autónomos de reflexión alternativa susceptibles de enriquecer la deliberación pública? De hecho, toda la subregión ha sido ignorada o incluso abandonada por las grandes fundaciones privadas internacionales que, desde los años 1990, contribuyen a la consolidación de las sociedades civiles en África. Acaso el grueso de la financiación internacional de apoyo a la democracia no se ha destinado principalmente al África anglófona10?

En la mayoría de los países, la esfera mediática y los debates públicos están colonizados por representantes de una generación plagada de analfabetismo funcional, consecuencia directa de décadas de infrainversión en educación y otros sectores sociales. 

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4. Las generaciones sacrificadas

Además de estos marcadores sociológicos, es importante considerar la propia economía política. En todos los países africanos, el final del siglo XX y el principio del siglo XXI han estado marcados por una intensificación de la depredación y el extractivismo. 

Espacialmente, se han multiplicado las zonas grises y se ha producido una frenética carrera por privatizar los recursos del suelo y del subsuelo. Han surgido grandes mercados regionales de la violencia, en los que participan todo tipo de actores con ánimo de lucro, desde multinacionales hasta servicios privados de seguridad militar. Su principal función es intercambiar protección por acceso privilegiado a recursos escasos. Gracias a estas nuevas formas de trueque, las clases dominantes africanas pueden afianzar su dominio sobre el Estado, asegurar las grandes zonas de extracción, militarizar el comercio a distancia y consolidar sus vínculos con las redes transnacionales de finanzas y beneficios.

La contrapartida de esta nueva fase de la historia de la acumulación privada en el continente ha sido el embrutecimiento y la degradación de sectores enteros de la sociedad, y el establecimiento de un régimen de confinamiento más insidioso que en la época colonial11. Las principales víctimas de esta degradación y del confinamiento que la acompaña son los cadetes sociales, un desecho de hombres y mujeres condenados a peligrosas migraciones. También ha provocado pronunciadas fracturas sociales. A la generación sacrificada durante el periodo de ajuste estructural (1985-2000) se ha unido otra, bloqueada desde dentro por una gerontocracia rapaz, y vetada a la movilidad exterior como consecuencia de las políticas europeas antimigración y de la gestión arcaica de las fronteras heredada de la colonización. Como resultado, los niños soldados de las guerras de rapiña de ayer han sido reemplazados por multitudes de adolescentes y menores que, hoy, no dudan en vitorear a los golpistas, cuando no están en las primeras filas de los disturbios urbanos y saqueos que les siguen.

Los niños soldados de las guerras de rapiña de ayer han sido reemplazados por multitudes de adolescentes y menores que, hoy, no dudan en vitorear a los golpistas, cuando no están en las primeras filas de los disturbios urbanos y saqueos que les siguen.

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5. ¿Golpes de Estado para nada?

Los golpes de Estado de Malí, Guinea, Burkina Faso y Níger y la «revolución de palacios» de Gabón no serán los últimos. La ilusión sería pensar que han acabado con regímenes democráticos. 

No es así. Los hechos que allanaron el camino a estos acontecimientos han sido establecidos por la investigación desde la década de 1990. Muy pronto, numerosos trabajos describieron las dinámicas contradictorias y la ambivalencia que caracterizaron las trayectorias de democratización en el continente. También han puesto de relieve las recomposiciones a largo plazo que ha permitido la apertura al pluralismo. Sin embargo, a pesar del entusiasmo popular, no se ha producido una alteración radical del equilibrio de poder entre el Estado y la sociedad. En algunos casos, las transiciones simplemente se abortaron y se restableció más o menos el statu quo ex ante. En otros casos, el cambio civil abortado y el final del experimento democrático fueron seguidos por un largo ciclo de represión y una exacerbación de las prácticas depredadoras12. Sin embargo, a pesar del amordazamiento de la oposición frontal, las prácticas más represivas pudieron coexistir con la dinámica de la pluralización. Muchos actores políticos se han visto obligados a reposicionarse constantemente en respuesta a la evolución de las circunstancias.  

Por otra parte, los golpes de Estado no ponen fin necesariamente a la lógica de la depredación. Todos los Estados africanos se caracterizan por un control más o menos fuerte de lo militar sobre las posiciones de poder y acumulación. En muchos lugares, la violencia estatal se ejerce a través del aparato policial, las organizaciones paramilitares y los círculos empresariales, a su vez vinculados a los círculos criminales. La relativa autonomía de los aparatos de seguridad favorece su implicación en todo tipo de tráficos y los convierte en operadores económicos legítimos. 

Los golpes de Estado no ponen fin necesariamente a la lógica de la depredación.

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6. La lucha por un nuevo orden africano

Acabamos de ver cómo, gracias a los planes de ajuste estructural de los años 1990 y a las reformas introducidas bajo el epígrafe de la buena gobernanza, pasamos de regímenes militares y partidos únicos a un sistema multipartidista sin democracia. En respuesta a las transiciones fallidas de los años 1990 y a los intentos de restauración autoritaria, a principios de los años 2010 comenzaron a surgir contramovimientos autoritarios, al mismo tiempo que los llamados movimientos ciudadanos. En la mayoría de los casos, estos adoptaron la forma de una defensa de los órdenes locales y particularistas. A pesar de las reformas en materia de buena gobernanza, gran parte de África entró en un periodo de estancamiento institucional a partir de los años 2000. Durante este periodo, a medida que disminuían las oleadas de protesta, las clases dirigentes intentaron liberarse de una red de obligaciones, aparte de las que ellas mismas habían elegido. Allí donde habían adquirido suficiente autonomía, recurrieron a una considerable represión política dentro de sus respectivas fronteras.  

Pero la economía política del Estado impuesta a principios de los años 1990 se ha agotado. Esto explica las renovadas tensiones dentro de los bloques gobernantes. También explica la exacerbación de las prácticas criminales y punitivas, el resurgimiento de las luchas étnicas y entre facciones, el empeoramiento de la gestión rentista de la economía en detrimento de las redes competidoras, e incluso los asesinatos políticos. Se está gestando otro orden estatal africano. Tardará mucho tiempo en cristalizar. Dos países en particular han mostrado el camino: Etiopía y Sudán. Cada uno de ellos ha intentado dar forma a una nación a través de la guerra. Este orden estatal y social emergente estará determinado en gran medida por fuerzas endógenas. Este nuevo orden estará formado por bloques de Estados que tendrán que coexistir juntos. No todos ellos podrán pretender ser Estados democráticos.

Todos los Estados africanos se caracterizan por un control más o menos fuerte de lo militar sobre las posiciones de poder y acumulación.

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La lucha por cristalizar este orden será larga. Pero ya ha comenzado.  Todos los Estados nacionales existentes no sobrevivirán. Tampoco lo harán las fronteras heredadas de la colonización.  Surgirán varias configuraciones. Por tanto, es importante identificar las placas tectónicas y, sobre todo, dónde se rozan, las zonas de futuros conflictos. En lo inmediato, el peligro es que África se transforme en un lugar de confrontación entre potencias en declive y otras en ascenso, en el contexto más amplio del conflicto mundial que se desarrolla actualmente entre Estados Unidos y China.

A modo de ejemplo, la Unión Europea sueña con la estabilidad, mientras que las generaciones más jóvenes de África, cansadas de esperar, juran por el cambio radical. Paradójicamente, lo que muchos dirigentes europeos califican de inestabilidad es precisamente lo que hoy se celebra en las capitales africanas y en lo más profundo de los pueblos, donde el deseo de golpes de Estado (en Camerún, Costa de Marfil, Congo Brazzaville, Guinea Ecuatorial y otros lugares) ha sustituido al deseo de democracia en su forma electoral. ¿Por qué? Porque para muchos, los golpes de Estado parecen –erróneamente– la única forma de salir del punto muerto. Además, durante los últimos 30 años, el apoyo a la democracia sustantiva en África no ha sido uno de los objetivos estratégicos de la Unión.  Y esto sigue siendo así. La Unión Europea ha respaldado sistemáticamente el tipo de sistema multipartidista sin democracia que se ha convertido en la norma, contra el que ahora se están levantando las generaciones más jóvenes. A Europa no le interesan en primer lugar los intereses de los africanos tal y como los articulan ellos mismos. Está interesada en sus propios intereses, empezando por el control de la migración, la gestión de las fronteras, la lucha contra el terrorismo y la lucha contra la presencia de Rusia y China en el continente.

La Unión Europea sueña con la estabilidad, mientras que las generaciones más jóvenes de África, cansadas de esperar, juran por el cambio radical. Paradójicamente, lo que muchos dirigentes europeos califican de inestabilidad es precisamente lo que hoy se celebra en las capitales africanas

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7. Una democracia sustantiva

Oponerse a cada golpe de Estado con las mismas respuestas, es decir, sanciones económicas acompañadas de la amenaza de una intervención militar, es difícilmente sostenible. Tales medidas coercitivas sencillamente no cuentan con la aprobación del pueblo africano. Intentar justificarlas en nombre de la defensa del orden constitucional acaba haciendo un flaco favor a la causa de la democracia y sólo sirve para consolidar la corriente neosoberanista, que no hará sino ir a más. Por otra parte, es importante comprender por qué, en un espectacular vuelco con respecto a los años 1990, la reivindicación de los golpes de Estado sustituyó a la reivindicación de la democracia.

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Frente al fetichismo de las elecciones, hay que apostar por una democracia sustantiva, que habrá que construir paso a paso y con el tiempo, rearmando el pensamiento, rehabilitando el deseo de historia en lugar del deseo de nuevos amos, y confiando en la inteligencia colectiva de los africanos y africanas. Es esta inteligencia la que hay que despertar, alimentar y apoyar. Es así como pueden surgir nuevos horizontes de sentido, ya que la democracia en esta era planetaria sólo tiene sentido si se ordena hacia un fin superior, que es la reparación y el cuidado de lo vivo.  

Es importante comprender por qué, en un espectacular vuelco con respecto a los años 1990, la reivindicación de los golpes de Estado sustituyó a la reivindicación de la democracia.

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Este trabajo implica inventar nuevas formas de relacionarse sobre el terreno, en cada sitio. Así que no se trata sólo de aliviar deudas, aumentar la cuota de mercado, construir presas, puentes, escuelas, dispensarios y pozos, o financiar proyectos, sino de iniciar un movimiento de base a largo plazo respaldado por nuevas coaliciones sociales, intelectuales y culturales.

8. Una distancia justa: salvar la relación entre Francia y el continente africano

Francia tiene un lugar en este proyecto de reactivación de la creatividad general, a condición de que se despoje de los adornos del pasado y de sus ilusiones de grandeza. En la práctica, se enfrenta a tres opciones. La primera es la del empecinamiento colonial. Llevada a su conclusión lógica, esta ceguera debería conducir a repetidas intervenciones militares o, como mínimo, a una serie interminable de operaciones exteriores llevadas a cabo por fuerzas especiales. Es difícil ver cuáles serían los objetivos a largo plazo de esta política de fuerza. En el clima actual, sería el equivalente exacto del (auto)hundimiento. 

La segunda opción es la ruptura unilateral. Este escenario se puso en práctica en 1958 en Guinea en el momento de la descolonización. Una versión «suave» está en marcha en Malí, donde Francia ya no está en el centro del juego. Por el momento, se está traduciendo en acciones concretas sobre el terreno por el comienzo de un agotamiento de las rentas de todo tipo (rentas militares, rentas de la ayuda oficial al desarrollo y rentas humanitarias). Es aún difícil medir las consecuencias en ambos bandos. Una vez terminada la purga, ¿quizás surjan oportunidades para reconstruir algo distinto, sobre una base diferente?

La tercera opción, la que exigen los tiempos, es forjar conscientemente otro camino, el de la justa distancia13. Esto permitiría salvar lo que aún pudiera salvarse en ambas partes. Entonces podría iniciarse un largo periodo de reinvención, con nuevas coaliciones culturales, intelectuales, sociales y económicas por ambas partes.

Para lograrlo, Francia debe reconstruir totalmente sus herramientas diplomáticas en el continente. También debe dar la espalda a una visión estática y descontextualizada de la paz, la seguridad y la estabilidad. Por importante que sea, la lucha contra los grupos yihadistas no puede constituir el conjunto de la seguridad humana en el continente. Tampoco puede considerarse únicamente en función de los intereses europeos, empezando por la protección de las fronteras exteriores de la Unión y la transformación del continente en un doble recinto. 

Francia debe reconstruir totalmente sus herramientas diplomáticas en el continente.

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Además, la protección efectiva de las fronteras de Europa pasa paradójicamente por garantizar y ampliar el derecho de los africanos a la movilidad y a la circulación dentro del continente. La movilidad en el continente no puede garantizarse en un sistema formado por entidades cerradas. Es imposible garantizar la reproducción de actividades ligadas al movimiento, como el pastoreo, en territorios cerrados. Para hacer frente a los nuevos retos espacio-demográficos, África necesita nuevos conjuntos territoriales que incorporen corredores, nodos, portales, en definitiva, toda la gama de funciones relacionales inherentes a un espacio abierto14. Además, todo apunta a que la estabilidad y la seguridad no se conseguirán con repetidas intervenciones militares, ni apoyando a tiranos empedernidos, ni con sanciones inoportunas cuyo único efecto es herir aún más a poblaciones que ya están de rodillas, sino profundizando en la democracia. 

Esto plantea la cuestión del sentido y la finalidad de la presencia militar francesa en África. En efecto, no se trata sólo de reorganizarla, en particular en el Sahel. Ha llegado el momento de cuestionar radicalmente la justificación de esta presencia, porque es su legitimidad la que está siendo cuestionada por las nuevas generaciones. En este sentido, la estrategia de los bloqueos no será suficiente. Abandonar Malí para instalarse en Burkina Faso, luego Burkina Faso por Níger, y finalmente Chad, sin examinar a fondo las razones de los sucesivos fracasos y de la derrota moral e intelectual sufrida por Francia en África, equivale a aplicar un cauterio sobre una pata de palo. La razón militar y la razón civil siempre han tenido dificultades para coexistir en el continente. 

A largo plazo, la estabilidad y la seguridad pasarán por una desmilitarización efectiva de todos los ámbitos de la vida política, económica y social. Ello implica abordar de frente los movimientos profundamente arraigados que alimentan las fuerzas de la entropía y favorecen las rupturas violentas. De ahí la importancia de replantearse la forma de Estado. Uno de los rasgos distintivos de los Estados africanos es que engloban a numerosas comunidades. Para que sean gobernados de forma más o menos igualitaria y democrática, deben ser capaces de equilibrar los intereses comunitarios y de clase.

La razón militar y la razón civil siempre han tenido dificultades para coexistir en el continente. 

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Además, es necesario relanzar un nuevo ciclo de innovación institucional y constitucional, e identificar cuidadosamente las fuerzas sociales que tienen interés en ello. Transformar las formas de Estado existentes requiere una política de escala que vaya más allá de la descentralización. Para que la gente recupere un mínimo de control sobre cómo vive y qué hace, se necesitan nuevos conceptos de territorio y localidad. En muchos casos, la autoridad centralizada no es suficiente. De ahí la necesidad de conceder derechos específicos a las comunidades que engloban estas entidades estatales.

9. Configurar un nuevo entendimiento

Las viejas sociedades, que Francia y Europa han contribuido en gran medida a forjar, han llegado a su fin. El reto consiste en crear una nueva configuración. No se trata de una cuestión exclusiva de los africanos. No podemos continuar siguiendo, sin cuestionarlos, patrones políticos y culturales históricamente desfasados y que ya no son pertinentes. Los poderosos interesados empiezan a darse cuenta de que las cosas no pueden seguir así.

Si no se toman medidas decisivas, la situación será cada vez más intolerable para Francia y Occidente. Cada vez les resultará más costoso ganar tiempo con soluciones provisionales improvisadas. Las crisis se suceden a un ritmo que no da tregua, por lo que existe un riesgo real de verse inmersos en un tira y afloja a largo plazo tan absorbente como paralizante. Si este escenario se materializara, abriría el camino no a una nueva conciencia planetaria, sino a la partición del mundo15.

Notas al pie
  1. Achille Mbembe, « Emmanuel Macron a-t-il mesuré la perte d’influence de la France en Afrique ? », Jeune Afrique, 27 de noviembre de 2020.
  2. Para una interpretación histórica de estos procesos, véase Fred Cooper, Africa in the World : Capitalism, Empire, Nation-State, Cambridge, Harvard University Press, 2014 ; y del mismo autor, Decolonization and African Society. The Labor Question in French and British Africa, Cambridge, Cambridge University Press, 2010.
  3. Thomas Borrel et al., L’Empire qui ne veut pas mourir. Une histoire de la Françafrique, Paris, Éditions du Seuil, 2021.
  4. Sobre estos debates, léase el resumen de Amin Allal, Marie Vannetzel, «Des lendemains qui déchantent? Pour une sociologie des moments de restauration», Politique africaine 2, no 146, 2017. Achille Mbembe, «Crise de légitimité, restauration autoritaire et déliquescence de l’État», en Peter Geschiere, Itinéraires d’accumulation au Cameroun, París, Karthala, 1993.
  5. Léase, por ejemplo, Thandika Mkandawire y Charles C. Soludo, Our Continent, Our Future : African Perspectives on Structural Adjustment, Dakar, CODESRIA, 1999.
  6. Joseph Ki-Zerbo, La natte des autres. Pour un développement endogène en Afrique, Dakar, CODESRIA, 1992.
  7. Claude Ake, The Feasibility of Democracy in Africa, Washington, Brookings Institute, 1992.
  8. Sobre estos movimientos, véase Richard Banégas, « Mobilisations citoyennes, répression et contre-révolution en Afrique », Revue Projet, n° 351, 2016.
  9. Pascal Makonde Musulay, Démocratie électorale en Afrique subsaharienne. Entre droit, pouvoir et argent, Genève, Globethics2016.
  10. Achille Mbembe, «¿Es posible un New Deal entre Europa y África?», el Grand Continent, 7 de febrero de 2022.
  11. Peer Schouten, Roadblock Politics. The Origins of Violence in Central Africa, Cambridge, Cambridge University Press, 2022.
  12. Achille Mbembe, « Du gouvernement privé indirect », Politique africaine, 1, no 73, 1999 ; Béatrice Hibou (dir.), La privatisation des États, Paris, Karthala, 1999.
  13. Achille Mbembe, Les nouvelles relations Afrique-France. Relever ensemble les défis de demain, octubre de 2021.
  14. Elhadji Maman Moutari y Frederic Giraud, « Is the international transhumance corridor in Sahel an archetype of multi-sited territory ? », L’Espace géographique, volume 42, no 4, 2013.
  15. Achille Mbembe, La communauté terrestre, Paris, La Découverte, 2023.