Un capital en riesgo: el periodo posterior a la Primera Guerra Mundial bajo el enfoque de la reacción

Aunque las políticas de austeridad han sido descritas como políticas irracionales que -a primera vista- no logran alcanzar sus objetivos económicos, pueden entenderse, por el contrario, como reacciones destinadas a defender el capitalismo cuando está en crisis, cuando sus pilares -la propiedad privada y la relación salarial- se ven amenazados por las clases trabajadoras. Esta es la tesis del libro de Clara Mattei, que explora el periodo de los «años rojos» (1918-1920), que vio surgir estas políticas de austeridad, a través de los casos británico e italiano.

Clara Mattei, The Capital Order: How Economists Invented Austerity and Paved the Way to Fascism, Chicago, University of Chicago Press, 2022, 480 páginas, ISBN 9780226818399, URL https://press.uchicago.edu/ucp/books/book/chicago/C/bo181707138.html

«La austeridad protege el capitalismo, es popular entre los Estados [among states] por su eficacia  [effectiveness] y se presenta como una forma de «reparar» las economías mejorando su eficiencia [efficiency] -es decir, aceptando pérdidas a corto plazo a cambio de ganancias a largo plazo-.»

¿Por qué las políticas de austeridad, a pesar de sus aparentes fracasos, están tan extendidas, desde el Reino Unido de 1919 hasta la Grecia de los años 2010? La cita anterior, extraída de The Capital, OrderHow Economists Invented Austerity and Paved the Way for Fascism de Clara Mattei, ofrece una primera explicación, que estructura todo el libro en torno a una tesis común: la austeridad pretende defender el capitalismo amenazado, y las políticas de austeridad son, por tanto, políticas de dominación de clase, decididas en contra de los intereses de los trabajadores. Desde este punto de partida, Clara Mattei construye su argumentación a partir de un análisis histórico de los «años rojos» (1918-1920), el periodo posterior a la Primera Guerra Mundial que vio cómo se ponía en cuestión el capitalismo liberal, heredado del siglo XIX. En su introducción, Clara Mattei plantea tres puntos importantes, que estructuran el conjunto de su libro en torno a una tesis común.

En primer lugar, Clara Mattei utiliza el término «austeridad» para describir tanto fenómenos políticos como económicos. Así, la austeridad debe entenderse no sólo como un conjunto de políticas económicas restrictivas, centradas en el control del gasto público, cuyo fracaso recurrente en su objetivo declarado -restablecer el crecimiento, reducir el desempleo- es un signo de su irracionalidad, sino como posturas económicas y políticas deliberadas por parte de los gobernantes, cuyo objetivo real es defender el capitalismo frente a su cuestionamiento por parte de las clases trabajadoras. Este argumento se basa principalmente en su análisis de la reacción patronal, sobre todo en Italia, a las huelgas y ocupaciones de fábricas de 1919-1920. Se trataba de políticas económicas deflacionistas, restrictivas y limitadoras del derecho de huelga; en el caso italiano, la patronal acabó cediendo al fascismo. 

Clara Mattei redefine el concepto de austeridad en sentido amplio, yendo más allá de su significado tradicional. Lo utiliza para referirse no sólo a las políticas presupuestarias, sino también a las políticas industriales y monetarias. Una política de austeridad se define como una política destinada a preservar los fundamentos mismos del capitalismo, es decir, la propiedad privada de los medios de producción y la relación salarial, o, citando directamente el libro: «la austeridad [austerity] debe entenderse como lo que es, y sigue siendo: una reacción antidemocrática a las amenazas ascendentes [bottom-up] de cambio social» (p. 7). 

Así, las políticas monetarias como la subida de los tipos de interés o el mantenimiento de la paridad del oro, y los efectos deflacionistas y recesivos que provocan, deben entenderse como políticas de austeridad. Del mismo modo, las políticas que limitan el derecho de huelga, restringen el poder de negociación de los sindicatos o suprimen el salario mínimo forman parte de la amplia familia de las políticas de austeridad. En cuanto a las políticas presupuestarias, que se asocian más fácilmente al concepto, Clara Mattei señala que las políticas de austeridad pretenden reducir sobre todo el gasto «social», es decir, el gasto en servicios para los ciudadanos, como la sanidad o la educación. Su objetivo (explícito o no) es doble: por un lado, transferir la riqueza de la nación a manos de los inversores y capitalistas, que son los únicos capaces, mediante sus ahorros e inversiones, de impulsar la economía; por otro, hacer que se respete el orden del capital en el mundo del trabajo.  

Estos dos puntos constituyen la principal aportación de su libro: las políticas de austeridad ya no son simplemente medios económicos para reducir el déficit o controlar la inflación, sino herramientas más profundas para disciplinar a las masas e imponer el orden del capital. A este respecto, Clara Mattei compara los casos italiano y británico: aunque obviamente subraya la diferencia de método entre la democracia británica y el fascismo italiano, destaca la similitud de naturaleza entre los objetivos perseguidos por los políticos de estos dos Estados cuando introdujeron las políticas de austeridad. Se trataba de acabar con los movimientos obreros surgidos de la Primera Guerra Mundial, cuyo objetivo declarado era transformar el sistema productivo para sacarlo del capitalismo y restablecer la primacía del capital en términos económicos y políticos. Las políticas de austeridad aparecen así como instrumentos en manos de las clases dominantes, que las utilizan para reafirmar su autoridad. 

Por último, Clara Mattei adopta un enfoque histórico. Esto se debe a la dificultad de elaborar una historia crítica del concepto de austeridad, tan presente en nuestras políticas económicas actuales y, según la autora, una política de la clase dominante que se apropia del vocabulario del trabajo y de la honestidad para subvertirlo y ponerlo al servicio de los intereses del capital. Dado que la austeridad no se originó con el giro liberal de los años 70 y 80, sino que es, para Mattei, consustancial al propio capitalismo y está profundamente arraigada en nuestras representaciones de la economía, la primera parte del libro está dedicada a un estudio histórico de la economía de guerra y sus consecuencias cognitivas para las percepciones que los trabajadores tienen del sistema capitalista.

El método histórico se utiliza así para mostrar cómo, contrariamente a las lecciones de la Primera Guerra Mundial, las políticas de austeridad se han impuesto sobre la base de dos pilares: el «consenso», en torno a la necesidad de ajustes económicos costosos a corto plazo pero beneficiosos a largo plazo, y la coacción, es decir, la exclusión de los ciudadanos del proceso de definición de las políticas económicas en favor de los tecnócratas, exclusión que llega hasta la obligación de ajustarse a un determinado modelo de comportamiento definido desde arriba (p. 8). 

La primera parte del libro, dedicada a la Primera Guerra Mundial y a la economía de guerra que estableció, ofrece una visión global tanto de la ruptura con el sistema económico del capitalismo liberal del siglo XIX que supuso la Gran Guerra, en particular como resultado de la extraordinaria ampliación de los poderes del Estado con fines bélicos, como de las consecuencias económicas y políticas de dicha ampliación (capítulo 1). Tras la guerra, se hizo imposible volver al viejo orden, tanto porque había quedado permanentemente socavado por su incapacidad para satisfacer las necesidades de la guerra, como porque muchos trabajadores tenían nuevas esperanzas en un mundo mejor en el que el Estado regulara las condiciones de trabajo de forma más estricta, un movimiento impulsado por tecnócratas reformistas dentro del propio Estado británico (capítulo 2). 

A continuación, el libro explora el modo en que este ideal tomó forma, tanto en el sueño de una nueva forma de democracia económica, que implicaría a los trabajadores en el proceso de gestión de las empresas a través de los gremios británicos, como en la constitución de consejos obreros en Italia en los años 1919-1920, que fueron mucho más revolucionarios en sus prácticas (capítulo 3). También examinamos las rupturas intelectuales y metodológicas introducidas por el periódico italiano L’Ordre nouveau (donde escribió Gramsci), que encabezó el movimiento obrero italiano: la liberación a través del conocimiento y la redefinición de las reglas del juego económico (capítulo 4).  

La segunda parte del libro se centra en la reacción capitalista a estas formas de insubordinación obrera. A través de una relectura de las conferencias internacionales de Bruselas (1920) y Génova (1922), el libro analiza la forma en que los economistas denunciaron la aparición de un poderoso movimiento obrero que exigía la transformación del orden de producción capitalista como la causa de la crisis económica y el malestar social, y luego examina las soluciones que propusieron. Éstas sientan las bases de la austeridad tecnocrática, que hace del retorno al régimen de acumulación de capital la única fuente de prosperidad, un retorno que, si es necesario, debe imponerse por coacción a través de instituciones no elegidas (capítulo 5). A continuación se dedican dos capítulos a la aplicación de estas políticas, en el caso británico (capítulo 6) y en el caso italiano (capítulo 7). El capítulo 8 es interesante porque muestra las ambigüedades de las élites británicas respecto al fascismo italiano, que fue a la vez un régimen profundamente violento que restringió progresivamente las libertades públicas, y un auténtico éxito económico desde el punto de vista del capital, porque fue capaz de aplicar violentamente las recetas de los expertos económicos que se reunieron en Génova para someter a los trabajadores.

Los dos últimos capítulos están dedicados a un análisis a más largo plazo de las formas y los «éxitos» de la austeridad: éxito en la reducción del número de días de huelga, éxito en el aumento sustancial de la participación del capital como porcentaje de la riqueza nacional durante la década de 1920, éxito en la limitación de los salarios de los trabajadores. Por último, el capítulo 9 analiza las formas más contemporáneas de austeridad, pasando de la crisis de los años 70 a la Italia y Grecia contemporáneas.  

El principal interés de este libro es introducir una lectura propiamente política y original de las políticas económicas de posguerra, a menudo leídas a través del prisma de las deudas entre aliados o de la cuestión de las reparaciones. A este respecto, la lectura que hace la autora de las conferencias de Bruselas y Génova es especialmente estimulante, y muestra, contrariamente a su interpretación tradicional, cómo fueron un verdadero éxito. La tesis principal del libro -que la austeridad es un medio de defender el capitalismo cuando se ve amenazado- está sólidamente respaldada por fuentes de primera mano y precisas, citadas a menudo en el texto. 

La sensación que surge con respecto a los «expertos» en economía es la de estar profundamente abrumados, tan incapaces parecen estos hombres formados en el siglo XIX de pensar en conceptos como la demanda efectiva o los efectos recesivos de la deflación inducida por la deuda.  A este respecto, quizá sea aquí donde el libro resulte menos convincente: estos economistas, atrapados como están en el marco conceptual de la teoría neoclásica, sólo pueden pensar que la clave de la prosperidad reside en la acumulación de capital mediante el ahorro, y que la caída de salarios y precios, requisito previo para la vuelta al patrón oro, es beneficiosa para la economía.  Más que de un pensamiento organizado, se tiene la impresión de una incapacidad intelectual para tener en cuenta los trastornos provocados por la guerra y sus consecuencias económicas, con exclusión de los economistas de la Treasury View, que estaban firmemente convencidos de la solidez de sus teorías. Sin embargo, la puesta en perspectiva de la retórica económica que hacía de la deflación y la represión salarial las condiciones de la vuelta a la prosperidad habría puesto de manifiesto hasta qué punto esas políticas de austeridad eran errores económicos y sociales, ya que eran realmente incapaces de defender eficazmente el viejo orden que no podía sobrevivir -el Gobierno británico, por ejemplo, tuvo que enfrentarse de nuevo a duras huelgas entre 1925 y 1926, y lanzó de nuevo una política de deflación y de vuelta al patrón oro bajo Churchill. De hecho, las políticas de austeridad tenían su origen en una combinación de factores, sobre todo la falta de coordinación internacional que impedía cualquier alternativa económica real – Charles Kindleberger, en The World in Depression, muestra claramente cómo Estados Unidos fracasó en su papel de nuevo regulador global, ya que era el único capaz de suministrar capital al mundo – mientras que no había forma de hacer frente a las expectativas deflacionistas que siguieron a la guerra y a su vertiginosa inflación. Todo ello hizo definitivamente imposible el retorno al laissez-faire preexistente. Del mismo modo, el libro nunca examina realmente el impacto real del discurso, laboral o tecnocrático, en la opinión pública. La introducción de tal discusión habría dado a estas tesis económicas el lugar que les correspondía en el debate público de la época.

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