En el corazón de Nueva Delhi, a dos pasos de un hotel de lujo, está el Dargah de Nizamuddin, un gran santuario sufi del siglo XIII en medio de un pequeño barrio. Yo iba ahí todos los viernes a escuchar los cantos místicos de los maravillosos músicos kawwali después de la oración1. En 1990, mis amigos de la familia Nizami, custodios hereditarios del santuario, me pidieron que fuera allí en el coche diplomático de André Lewin, mi acompañante, embajador de Francia, que llevaba un banderín tricolor en la parte delantera derecha. «[…] porque, con la bandera francesa, los policías ya no se atreven a dispararnos», me dijeron.

¿Por qué disparaba la policía? Porque Nizamuddin es un centro musulmán.

La historia que voy a contar comienza con el enemigo, el invasor, el chivo expiatorio: el muslim. No se pregunten si el racismo hindú se parece al nazismo alemán: es un hecho asumido, reivindicado, consciente, históricamente fundado. Durante mis numerosas misiones a la India, de 1983 a 1985, con frecuencia, le oí decir a Bal Thackeray, líder de un partido extremista local de Bombay, lo siguiente: «Lo que Hitler les hizo a los judíos, nosotros se lo haremos a los musulmanes». 

Pensé: «está loco». Sin embargo, me equivoqué. Este racismo oficial había avanzado mucho.

La historia que voy a contar comienza con el enemigo, el invasor, el chivo expiatorio: el muslim.

CATHERINE CLÉMENT

Rehabilitación del asesino de Mahatma Gandhi

Fue en torno a Mahatma Gandhi2, en 1990, cuando empecé a preocuparme. 

Mohandas KaramChand Gandhi, el gran líder independentista hindú, fue asesinado en enero de 1948, en Nueva Delhi, por un hindú «extremista», Nathuram Godse, a quien ahorcaron al año siguiente. El asesino acusó a su víctima de ser demasiado favorable hacia los musulmanes de Pakistán al apoyar sus reivindicaciones económicas, calculadas por los británicos tras la partición de la India en dos, la Unión hindú laica, por un lado, y el Pakistán musulmán, por otro. 

El nombre del asesino cayó en el olvido. El nombre de su víctima no dejó de ser honrado, oficialmente, como el «Padre de la Nación», con la proyección obligatoria de la película de Sir Richard Attenborough en la única cadena de televisión de la India cada 30 de enero y con el acompañamiento de los himnos favoritos de Mahatma Gandhi en el armonio durante ceremonias nocturnas un tanto convencionales.

Cantantes de Kawwali en el Nizamuddin Dargah de Nueva Delhi © Colección privada

De repente, en 1990, el nombre del asesino surgió en las conversaciones más banales en Nueva Delhi. ¿Y qué me dicen? 

«De todos modos, este Nathuram Godsé, antes de dispararle tres veces a Gandhi, lo saludó respetuosamente. No era un mal hombre. Quería proteger a los hindúes. Era un patriota». 

En aquella época, los hindúes sumaban de 800 millones, mientras que los musulmanes sólo llegaban a 150 millones; los millones restantes del primer billón se repartían entre sijs, jainistas, cristianos, budistas, parsis y un puñado de judíos. La Unión hindú estaba presidida por un hindú y dirigida por el hijo de una parsi y un hindú, una especie de bastardo en cuanto a religión, el primer ministro Rajiv Gandhi, nieto de Nehru. En una India todavía laica, esta bastardía no tenía importancia, salvo en algunos templos hindúes fundamentalistas a los que no se le permitía entrar.

En 1990, oigo que el asesino del «Padre de la Nación», Mahatma Gandhi, estaba siendo rehabilitado.

CATHERINE CLÉMENT

Así, en 1990, oigo que el asesino del «Padre de la Nación», Mahatma Gandhi, estaba siendo rehabilitado. Luego, más en serio, oigo a mucha gente decir que los musulmanes, «esos animales», se reproducen «como ratas». Conozco esa cantinela. Al mismo tiempo, critican a la esposa de Rajiv Gandhi, Sonia, una italiana, una extranjera. 

Son débiles señales del retorno del nazismo hindú, que encontró su encarnación pública durante la Segunda Guerra Mundial en la persona de Subhas Chandra Bose, apodado Netaji. Este dotado intelectual bengalí se negó a adoptar la postura de Mahatma Gandhi, alineado con el antinazismo en la Guerra Mundial. Bose decidió fundar un ejército nacional hindú, mientras recibía su credencial del partido hitleriano de manos del mariscal de campo Goering, en Berlín. Cuando, en agosto de 1945, Bose desapareció en un misterioso accidente aéreo, se dio por perdida la pertenencia de este nazi hindú al nacionalsocialismo del Tercer Reich y Nehru defendió la memoria de Netaji, honrado con un día festivo y un aeropuerto internacional en Calcuta.

En 1990, también, oí hablar de la preparación de una peregrinación política hindú. Hay miles de peregrinaciones de este tipo, pero no les presto mucha atención… hasta el día en el que, como cada semana, visito, en su salón literario, a mi viejo amigo Khuswant Singh, un escritor famoso, tan desvinculado de las creencias en general que se atreve a exhibir fotos de corridas de toros en su casa, un gesto blasfemo en el país de los 300 millones de vacas sagradas. 

Me encuentro con una crisis matrimonial, en la que su mujer le reprocha mucho haber asistido al lanzamiento de esta famosa peregrinación política, a pesar de que él no es hindú, sino sij y antiguo militante del Partido del Congreso, el partido de Nehru, de su hija Indira Gandhi y de su nieto Rajiv Gandhi, entonces primer ministro. Khuswant Singh se defiende invocando su «indianidad», es decir, el origen hindú del sijismo en el siglo XV, lo que es cierto desde el punto de vista histórico. Sin embargo, esta vez, ya no es una señal débil: que un gran activista ateo laico apruebe una peregrinación hindú de extrema derecha es una señal fuerte.

Y, efectivamente, en esa fecha, se popularizó la extraña peregrinación. Durante semanas, se dirige a la ciudad de Ayodhya, en el noreste de la India.

Cuando, en agosto de 1945, Bose desapareció en un misterioso accidente aéreo, se dio por perdida la pertenencia de este nazi hindú al nacionalsocialismo del Tercer Reich y Nehru defendió la memoria de Netaji.

CATHERINE CLÉMENT

Un anciano en un loto gigante

¿Por qué es extraño? Porque el digno anciano que la presidía se desplazaba en un jeep transformado en un loto gigante. Lal Krishna Advani, que, ahora, tiene 96 años, había sido miembro de la Organización Militar Nacional, la madre de las milicias hindúes fuertemente armadas, más conocida por haber inspirado el asesinato de Mahatma Gandhi… allá vamos. En 1980, Advani había sido uno de los fundadores del ahora gobernante Partido Popular de la India (BJP). 

¿Por qué el objetivo de Advani era la ciudad de Ayodhya? Como suele ocurrir en la India, el mito y la política se entrelazan aquí. 

Tres religiones celebran Ayodhya: los budistas porque Buda dio varios sermones ahí; los jainistas porque varios de sus grandes santos nacieron allí; los hindúes porque esta ciudad es, en la epopeya del Ramayana, la capital donde nació el dios Rama, encarnación del dios Visnú.

El templo hindú de Bahur, en Tamil Nadu © Colección privada

Tres veces sagrada, la ciudad de Ayodhya albergaba, aún en 1990, una mezquita construida en el siglo XVI por el emperador Babur, fundador de la dinastía mogol, la Babri Masjid

Viendo el Ramayana –el camino de Rama– como una de las grandes epopeyas sánscritas de la antigua India, su prevalencia, exaltada cada día por el anciano en su loto gigante, se había visto enormemente realzada por una brillante versión televisiva emitida cada domingo, a partir de las 9:30 horas, en los pueblos, donde el mueble de la televisión se transformaba en un templo hindú, incensado y decorado con guirnaldas de claveles naranjas y amarillos. 

Todas las religiones se conmovieron con la aventura del joven príncipe divino Rama, de su hermano y de su esposa, Sita. Una malvada madrastra exilia a sus hijastros en el bosque. Un rey malvado, un demonio-brahman –noción tan contradictoria en sus términos como una lágrima ardiente…–, se enamora de Sita, la esposa de Rama, la rapta y la encierra en su palacio de Lanka. El divino príncipe Rama necesitará una alianza con el rey mono para que su general en jefe, el dios mono Hanuman, le prenda fuego al demonio-brahman, rescate a la princesa Sita y restituya al príncipe Rama en su trono.

Cabe señalar que su primera decisión real fue castigar a Sita porque alegaba que podría haber cedido ante su captor. Y hay dos versiones: Sita, furiosa, se hunde en el suelo o huye… con Valmiki, el autor del Ramayana

Inmensamente popular, el Ramayana se adapta a la India moderna y Sita compra en bicicleta en el centro comercial local, por muy diosa que sea. Advani había asumido este fervor con una idea clara: destruir la mezquita del invasor Babur.

La afirmación era sencilla: bajo la mezquita de Ayodhya, estaban «los restos del nacimiento del dios Ram». ¿Qué significa esto? ¿Encontraremos una cuna? ¿Un cordón umbilical seco? ¿Una corteza grabada? No, un templo hindú.

catherine clément

Había que justificar esta acción. La afirmación era sencilla: bajo la mezquita de Ayodhya, estaban «los restos del nacimiento del dios Ram». ¿Qué significa esto? ¿Encontraremos una cuna? ¿Un cordón umbilical seco? ¿Una corteza grabada? No, un templo hindú. Recuerdo a un majestuoso místico vestido de azafrán que se indignaba en televisión cuando se expresaban dudas: «Just dig git! You will find the evidence«3.

En Mathura, en Uttar Pradesh, se levanta otra mezquita amenazada por estar construida sobre un templo del dios Krishna y dedicada al coqueteo del joven dios con once mil vaqueras al mismo tiempo. No hay razón para que no prolifere el motivo de la «mezquita construida sobre el lugar de nacimiento del dios X».

En cada etapa de la peregrinación del anciano en su loto, los musulmanes morían en pequeñas masacres dispersas sobre las que informaba la prensa hindú en lengua inglesa. Los renunciantes yoguis a pie que flanqueaban el coche-loto llevaban, según la costumbre, tridentes de punta afilada, las armas sagradas de su dios, Shiva. Para quienes se sorprendan de ver a yoguis supuestamente no violentos luchando físicamente, recordemos que los Naga Baba, un movimiento «shivaíta» –dedicado a Shiva– de combatientes desnudos, tienen, desde hace siglos, la costumbre de luchar contra los movimientos «vishnuitas» –dedicados al dios Vishnu–, que combatieron a los británicos durante la Primera Guerra de Independencia de la India (conocida, en Europa, como la Revuelta Cipaya de 1857) y recordemos, también, que la no violencia como principio es cosa de jainistas, budistas y, desde luego, no de hindúes.

La peregrinación causó revuelo. Al bendecir a la multitud desde lo alto de su loto, Lal Krishna Advani había impulsado espectacularmente el BJP. Y señaló con el dedo al enemigo musulmán.

En 1992, varios miles de hindúes, entre ellos, muchos yoguis, destruyeron la mezquita de Babur con explosivos y esta sorprendente destrucción se convirtió en un acontecimiento mundial. En la India, causó división. Hubo muchas protestas de hindúes que se negaban a oponerse «al templo o a la mezquita», edificios tan visibles en innumerables pueblos de toda la India. Hubo estallidos de provocación simbólica: arrojar la cola de una vaca en un templo hindú o la cabeza de un cerdo en una mezquita, gestos insurreccionales por excelencia. En 2008, se produjeron los atentados islamistas de Bombay –174 muertos, 300 heridos–, el «11 de septiembre hindú», reconocido por Pakistán. No obstante, también hubo, en 2002, un pogromo de musulmanes en el estado de Gujarat: 2000 muertos y un ministro de estado que, según se dijo, había permitido que sucediera. Se llamaba Narendra Modi. Por este motivo, se incluyó en la lista negra de Estados Unidos hasta su nombramiento como primer ministro de la India4.

En cada etapa de la peregrinación del anciano en su loto, los musulmanes morían en pequeñas masacres dispersas sobre las que informaba la prensa hindú en lengua inglesa.

catherine clément

Una India laica y la India fundamentalista

El Partido del Congreso, en el poder desde 1947 –salvo breves interrupciones–, se basaba y se basa en el laicismo, pilar de la unidad hindú. Mahatma Gandhi, por ejemplo, llevaba siempre consigo un ejemplar del Bhagavad-Gita, una copia de los Evangelios, en especial, del Sermón de la Montaña, y un Corán: quería que su persona encarnara la pluralidad de religiones de la India, sin predominio del hinduismo. Su último «ayuno hasta la muerte», el 13 de enero de 1948, en Calcuta, pretendía desarmar las sangrientas batallas entre musulmanes e hindúes que, desgraciadamente, había profetizado cuando Lord Mountbatten, último virrey de la India británica, concluyó un acuerdo sobre la partición de Pakistán, «la tierra de los puros», de la Unión, con el líder de la Liga Musulmana, Mohammed Ali Jinnah, por un lado, y el líder laico del Partido del Congreso, Jawaharlal Nehru, por otro. Punjab, la tierra de los sijs, se dividió tan cruelmente que, a veces, la frontera atravesaba las casas.

Palacio Presidencial de Nueva Delhi © Colección privada

Para mostrar su desacuerdo, Mahatma Gandhi había decidido, resueltamente, que ese primer día de la Unión liberada tendría su «día de silencio», sólo en Calcuta, lejos de las ceremonias oficiales. Ese día, 15 de agosto de 1947, un tren cargado de cadáveres llegó a Nueva Delhi con un cartel: REGALO DE LOS SIKHS PARA NEHRU. Entre el secuestro de niñas que fueron violadas, mutiladas o arrojadas a pozos, las luchas interconfesionales, las epidemias durante la estación de los monzones y la partición de la India británica dejó cerca de 2 millones de muertos y se convirtió en la primera catástrofe humanitaria de la posguerra.

La Unión se mantuvo fiel, durante mucho tiempo, al modelo laico, democrático y socialista que llevaba Nehru. El proyecto político del BJP es exactamente lo contrario: todo para los hindúes; nada para las religiones importadas. ¿Existe una oposición de izquierda? Por supuesto que la hay; sobre todo, el Partido Comunista, que gobernó durante mucho tiempo en Calcuta y que aún es poderoso en Kerala, el único Estado de la Unión totalmente alfabetizado. No obstante, hasta ahora, el BJP lleva la delantera con su ideología heredada de los años veinte.

La Unión se mantuvo fiel, durante mucho tiempo, al modelo laico, democrático y socialista que llevaba Nehru. El proyecto político del BJP es exactamente lo contrario.

catherine clément

Essentials of Hindutva: en este libro, publicado en 1923, Sarvakar, un intelectual nacionalista, acuñó el hindutva, un término pseudosánscrito que puede traducirse como hinduismo, una doctrina ultranacionalista de tipo místico. Un hindú es aquel que venera el suelo de la India como si fuera una deidad, aquel que ofrece sacrificios para los dioses de la India, aquel que no practica una religión nacida en Arabia ni en Palestina, es decir, ni musulmán ni cristiano. 

Sarvakar es un personaje extraño. Cuando conoció a Mahatma Gandhi (1906), cuando el líder hindú era estrictamente vegetariano, Sarvakar, que se definía a sí mismo como ateo, le explicó que la salvación de la India requeriría proteína animal –posiblemente, carne de vacuno– para darle al hindú promedio la fuerza física que sentía que le faltaba.

No parece nada esta cuestión de la fuerza física de la que carecen los hindúes. Sin embargo, en el corazón del hindutva, que el actual primer ministro, Narendra Modi, sueña con liderar, los militantes ultranacionalistas han recibido instrucciones para desenmascarar el «Love Djihad«. Según esta doctrina, los musulmanes serían sexualmente más fuertes que los hindúes: armados con este poder erótico, seducirían a jóvenes mujeres hindúes inocentes, se casarían con ellas y, al hacerlo, las convertirían al islam… Tal sería la Yihad del Amor de los musulmanes de la India, muy bien descrita por Christophe Jaffrelot en L’Inde de Modi (2019, Fayard). A cambio, el hindú militante que ve anunciado un matrimonio entre un hindú y una musulmana tiene el deber de convencer o golpear a la joven novia o, incluso más, de salvarla de las garras del islam hipersexual. Y esta absurda fantasía se ha hecho realidad: las novias hindúes son secuestradas y golpeadas impunemente por activistas del hindutva, pequeños delincuentes. Y pensar que, en la India socialista de Nehru, se fomentaban los matrimonios interreligiosos…

En nombre del hindutva, Narendra Modi está construyendo un templo monumental al dios Ram en Ayodhya, en el emplazamiento de la mezquita destruida. Tras un largo periodo de vacilación, el Tribunal Supremo concedió, finalmente, su permiso con la condición de que se les diera a los musulmanes una parcela de igual tamaño. En nombre del hindutva, Narendra Modi despojó de su ciudadanía hindú a, al menos, 2 millones de musulmanes en el estado de Assam. ¿Cómo? Pidiéndoles pruebas de que sus familias vivieron en Assam antes de 1971, con formularios que debían rellenar en un plazo determinado.

En el corazón del hindutva, que el actual primer ministro, Narendra Modi, sueña con liderar, los militantes ultranacionalistas han recibido instrucciones para desenmascarar el «Love Djihad«.  

CATHERINE CLÉMENT

Trámites imposibles: sin electricidad, por lo tanto, sin acceso a Internet para la declaración en línea; ciudadanos analfabetos que, para obtener ayuda para rellenar el formulario, tenían que desplazarse, a veces, a 300 kilómetros de sus casas, tras haber recibido la convocatoria apenas el día anterior. ¿Estos ciudadanos musulmanes eran analfabetos privados de sus derechos inmigrantes recientes? No, eran, principalmente, refugiados nacionalizados desde la guerra de independencia de Bangladesh en 1971. Esta vez, Narendra Modi está tocando la esencia de la democracia hindú, tan vibrante y viva en el más pequeño de los pueblos en época de elecciones.

Una tumba afgana en Nueva Delhi © Colección privada

Hay que verla en acción, esta democracia, en una jornada electoral. Las urnas se cierran con candado y se guardan en una habitación con doble cerradura. Los coches no pueden circular por las carreteras que conducen al lugar de votación. Los puestos de los partidos políticos se instalan en el último arcén de la carretera. Cinco de la mañana: se abre la sala y se abren las urnas con sumo cuidado. Comienza la votación; los partidos políticos se proveen de un emblema para los votos de los analfabetos: para el BJP, un loto; para el partido del Congreso, una mano derecha levantada, con los dedos extendidos –como las manos de los artistas del paleolítico. Puede ser una bicicleta o una taza de té. El desfile dura mucho tiempo; puede interrumpirse, según la prensa en lengua inglesa. Las elecciones legislativas parciales que presencié, en una zona de población indígena del sudeste de Madhya Pradesh, fueron tranquilas. Participación en las elecciones generales de 2014: 66.38 %.

Transformar los libros de texto

En nombre del hindutva, Narendra Modi ordenó –lógicamente– la reescritura de los libros de texto. El conocimiento y la educación son pasiones sagradas en la India. Los nuevos libros de texto salieron hace poco y la prensa se apresuró a identificar el hindutva en acción.

Los emperadores mogoles, que gobernaron una gran parte de la India durante tres siglos, de 1526 a 1857, han quedado reducidos a casi nada. Sin embargo, estos emperadores, inspirados, a su vez, en la cultura persa, construyeron mucho y de forma admirable y dejaron en suelo hindú verdaderos tesoros arquitectónicos, como el Taj Mahal, por ejemplo, la tumba de amor del emperador Shah Jahan a su esposa, Mumtaz. Todo esto se marchitó.

En nombre del hindutva, Narendra Modi ordenó –lógicamente– la reescritura de los libros de texto. El conocimiento y la educación son pasiones sagradas en la India.

catherine clément

¡Y pensar que, en la India, hubo, al menos, un gobernante ecuménico! A pesar de romper la sharia, el emperador Akbar se casó con princesas hindúes e instauró, a finales del siglo XVI, largas sesiones anuales de debates interreligiosos que incluían todas las religiones de su imperio, todos los tipos de islam, todos los monoteístas extranjeros, el cristianismo representado por dos jesuitas de Goa y el zoroastrismo, de Irán. Sin embargo, el hindutva no pretende concienciar a la gente. Milicias paramilitares, privación de derechos a las minorías musulmanas, animalización de una minoría, ataques a los cristianos, reescritura de los manuales escolares, identificación con el nacionalsocialismo del Tercer Reich: nada falta en la parafernalia fascista de los gobernantes de la India actual.

Notas al pie
  1. Tras haber vivido en la India de septiembre de 1987 a enero de 1991 y haber regresado cada año hasta 2010, fui testigo de la aparición del Partido Popular Indio, actualmente en el poder, con Narendra Modi como Primer Ministro. No soy, sin embargo, una experta en la Unión India, ya que no hablo ninguno de los idiomas del país, aparte del inglés, una de las lenguas oficiales de la India.
  2. Para evitar cualquier confusión entre Gandhi, «Padre de la Nación», y Gandhi, un parsi que se casó con Indira, la hija de Nehru, he decidido llamar sistemáticamente a Gandhi «el Mahatma», nombre acuñado por Rabindranath Tagore y que significa «la gran Alma».
  3. Traducción: Todo lo que tienes que hacer es cavar. ¡Y encontrarás pruebas!
  4. James Mann, ‘Why Narendra Modi Was Banned From the U.S.’, The Wall Street Journal, 2 de mayo de 2014.