Este artículo será objeto de un Miércoles del Grand Continent y del Círculo de Bellas Artes el 10 de mayo de 19:00 a 20:00 en Madrid. Más información aquí.

Ecofeminismo1: la palabra fue acuñada por Françoise d’Eaubonne, en un libro publicado en 1974, Le féminisme ou la mort, en un momento en el que tanto el movimiento feminista como el ecologista se desarrollaban2. Su idea era combinar, en una misma lucha, la denuncia del patriarcado, que esclaviza a las mujeres, y la del capitalismo, que provoca desastres ecológicos. Sin embargo, su llamado apenas surtió efecto y la palabra cayó rápidamente en el olvido en Francia. Resurgió en Estados Unidos, en los años 1980, para designar toda una serie de movimientos que agrupaban a mujeres en torno a una amplia gama de luchas ecologistas: marchas antimilitaristas y antinucleares, comunidades agrícolas de lesbianas, movilización de mujeres locales contra la contaminación del suelo, etcétera3. Estos compromisos de mujeres con luchas ecologistas se extendieron por todo el mundo, sobre todo, en el sur (India, África, Sudamérica), donde las mujeres se movilizaron para luchar por el medio ambiente, contra la deforestación, contra el extractivismo o por la justicia medioambiental4. Muy presentes en las protestas climáticas, sobre todo, en 2015, las movilizaciones ecofeministas han vuelto a Europa, a Francia en particular, donde estos movimientos se han multiplicado y donde el término tiene, ahora, mucho éxito y suscita un gran interés5.

Sin embargo, esta forma de asociar mujeres y naturaleza parece sospechosa para algunos. ¿Las mujeres son, por naturaleza, más propensas a cuidar el medio ambiente? ¿Son más naturales que los hombres? Esta desconfianza es particularmente fuerte en un país como Francia, donde se afirma fácilmente que la naturaleza no existe y donde la tradición feminista es, más bien, universalista (las mujeres son hombres como los demás) y constructivista: «no se nace mujer; se llega a serlo». Esta tradición sólo puede ser hostil para un diferencialismo que les atribuya a las mujeres una naturaleza particular. Por lo tanto, la naturaleza no es un recurso para las mujeres; al contrario, es la trampa que se les tiende: se naturaliza a las mujeres para dominarlas mejor. 

No se puede hacer una presentación oral sobre el ecofeminismo sin toparse con la objeción del esencialismo. Siempre está ahí, insistente, incluso, obstinada, porque se trata más de un rechazo de principio que de una discusión abierta. Tiende a congelar el ecofeminismo en una sola característica. Ésta es la cuestión: la acusación de esencialismo presupone que el ecofeminismo debe ser considerado como una doctrina, cuyo estudio correspondería a la historia de las ideas. Nos parece que no es el caso: los movimientos ecofeministas están demasiado dispersos geográficamente y varían demasiado en sus objetivos y prácticas, para que puedan ser considerados como la aplicación de una única doctrina preexistente que podría ser objeto de una presentación separada.

Los movimientos ecofeministas están demasiado dispersos geográficamente y varían demasiado en sus objetivos y prácticas, para que puedan ser considerados como la aplicación de una única doctrina preexistente que podría ser objeto de una presentación separada.

CATHERINE LARRÈRE

Sin embargo, si la teoría no precede a la acción, la acompaña. Las militantes escriben, intercambian, se interrogan, discuten, inician estudios… Existe una conversación ecofeminista cuyas voces son plurales. Se trata de ofrecerle a cada voz la posibilidad de ser escuchada en pie de igualdad con las demás, sin pretender producir una visión común unificada, sino pensando que cada punto de vista debe lograr, al encontrarse con los demás, cuestionarse y clarificarse a la vez que ayuda a los demás a hacer lo mismo. Hay, aquí, un principio metodológico y una elección ética: darle prioridad a la pluralidad; intentar darle a cada uno su voz; no es considerar el ecofeminismo como un objeto de estudio, sino escuchar a los sujetos, presentar la conversación ecofeminista en su dinámica. Esta opción por la pluralidad debería permitir que se evite plantear como universal una posición que, en realidad, es particular o valorar la propia posición excluyendo todas las demás. 

Wheatfield – A Confrontation: Battery Park Landfill, Downtown Manhattan – With Statue of Liberty Across the Hudson, 1982. © Agnes Denes, courtesy of Leslie Tonkonow Artworks + Projects, New York

No obstante, se objetará, puesto que la diversidad tanto de movilizaciones como de reflexiones teóricas es muy importante en los movimientos ecofeministas; ¿por qué hablar de ecofeminismo en singular? ¿No sería mejor hablar de él en plural? Esto implicaría que el término es exhaustivo: sólo se calificaría de ecofeministas aquellas luchas y experiencias que se reivindican explícitamente como ecofeministas. Sin embargo, hay una serie de movimientos de mujeres sobre cuestiones ecológicas que no se autodenominan ecofeministas.  Esto no es razón para no hablar de ellos y excluirlos del ecofeminismo. El acuerdo en torno a la palabra no se basa en una teoría, sino en un conjunto de prácticas en las que las participantes pueden encontrarse y descubrir afinidades. Estas convergencias y afinidades son lo que investigamos.

El acuerdo en torno a la palabra no se basa en una teoría, sino en un conjunto de prácticas en las que las participantes pueden encontrarse y descubrir afinidades. Estas convergencias y afinidades son lo que investigamos.

CATHERINE LARRÈRE

Este repaso comienza explorando la diversidad de estos movimientos, que combinan luchas feministas y ecologistas desde el sur hasta el norte. Este panorama no pretende ser exhaustivo ni un estudio sociológico o histórico completo de estos movimientos. Es el relato de un viaje, en el que vemos surgir figuras que siguen sirviendo de referencia: Françoise d’Eaubonne en Francia, cuya vida y obra han sido redescubiertas por el renacimiento del ecofeminismo en Francia; Vandana Shiva, que, como impulsora del movimiento Chipko en la India, se ha convertido en un icono mundial; Wangari Muta Maathai que, en Kenia, fundó el movimiento Cinturón Verde y recibió el Premio Nobel de la Paz en 2004; Starhawk por sus intervenciones tanto en Estados Unidos como en las movilizaciones altermundistas… De una a otra, no sólo se entrecruzan las luchas ecofeministas con otras, sino que, de un movimiento a otro, se producen encuentros, intercambios o préstamos y se establecen interconexiones por las que circula el calificativo de ecofeminista.

En este trabajo en red, se mantiene la diversidad, pero se plantea la cuestión de qué es lo que une las luchas feminista y ecologista: la entrada de las mujeres en la acción ecologista da testimonio de la doble opresión que golpea tanto a las mujeres como a la naturaleza. La lucha contra esta dominación cruzada es donde se identifican los movimientos ecofeministas; el estudio de su lógica, así como de su contexto cultural e histórico, es donde historiadoras (Carolyn Merchant, Silvia Federici) y filósofas (Karen Warren, Val Plumwood) han asumido la tarea. La investigación filosófica llama la atención sobre los efectos del dualismo, que distingue y jerarquiza hombre y naturaleza, hombre y mujer, sujeto y objeto, y, reuniendo términos subordinados, tiende a identificarlos: las mujeres están, así, del lado de la naturaleza, sometidas a la misma opresión o dominación. La investigación histórica muestra las transformaciones conjuntas de la relación con la mujer y la naturaleza. Estudiando el surgimiento de la ciencia moderna en Europa a partir del siglo XVI, en un momento en el que se desarrollaba el capitalismo y se transformaban tanto las relaciones sociales como las relaciones con el entorno natural, Carolyn Merchant, en un estudio pionero, The Death of Nature6, ha demostrado cómo, en la época moderna, la transición de una visión organicista tradicional de la naturaleza a la visión mecanicista de la nueva física (Galileo, Descartes, Newton) ha dado lugar a una transformación conjunta de las relaciones con la naturaleza y de las relaciones con las mujeres. De ser una madre respetada, la naturaleza pasó a ser una materia inerte que podía ser explotada y dominada a voluntad. Al mismo tiempo, las mujeres se vieron sometidas a una violenta represión, marcada por la ferocidad de los juicios por brujería de finales del siglo XVI y de principios del XVII. Continuando los estudios de Carolyn Merchant hasta nuestros días, Silvia Federici muestra cómo, sobre todo, en África, la globalización ha creado un «entorno propicio para las acusaciones de brujería»: en una situación de escasez de tierras, de agravamiento de conflictos y de tensiones intergeneracionales, las mujeres mayores que viven solas son denunciadas como brujas, a menudo, por hombres jóvenes. Son expulsadas y reunidas en campamentos7. También, en Sudamérica, la toma de territorios indígenas por las empresas mineras va acompañada de violencia sexual contra las mujeres. Sus cuerpos son donde estas mujeres, que, en muchos casos, pertenecen a comunidades indígenas, experimentan el vínculo entre las dominaciones; en sus luchas, no separan la defensa de sus cuerpos de la defensa de sus tierras.

En su lucha contra esta opresión conjunta, los movimientos ecofeministas plantean nuevas cuestiones ahí, donde se encuentran campos antes separados: sobre la naturaleza, sobre la sociedad, sobre la política.

CATHERINE LARRÈRE

En su lucha contra esta opresión conjunta, los movimientos ecofeministas plantean nuevas cuestiones ahí, donde se encuentran campos antes separados: sobre la naturaleza, sobre la sociedad, sobre la política. Estas preguntas alimentan la conversación ecofeminista: ésta es una oportunidad para examinar qué respuestas ofrecen estos intercambios, a menudo, contradictorios, a las críticas que, con más frecuencia, se hacen hacia el ecofeminismo. Distinguiremos tres tipos principales de críticas8. La crítica más frecuente se refiere a la naturalización esencialista a la que se expone el enfoque ecofeminista. La segunda crítica es que las ecofeministas, en su crítica hacia la modernidad capitalista y patriarcal, se repliegan a un pasado conservador y holista. La tercera, por último, cuestiona el alcance político del ecofeminismo, al considerar que estos movimientos, con su énfasis en la transformación individual, tienen más que ver con el desarrollo personal que con la acción política.

Wheatfield – A Confrontation: Battery Park Landfill, Downtown Manhattan – With Statue of Liberty Across the Hudson, 1982. © Agnes Denes, courtesy of Leslie Tonkonow Artworks + Projects, New York

No se trata de buscar una respuesta única a estas críticas –no la hay–, sino de mostrar cómo los movimientos ecofeministas, al reconfigurar los campos de lucha, así como los medios de acción, mueven las líneas y cambian las preguntas: lo que cuenta no es tanto la respuesta dada como el reconocimiento de que siempre hay varias. La distinción entre naturalización y naturaleza permite responder a las acusaciones de esencialismo. El estudio histórico y filosófico de cómo las mujeres y la naturaleza han estado sometidas a una dominación cruzada no descubre una naturaleza femenina, sino que estudia un marco cultural y sus modalidades históricas. Converge, así, con las críticas feministas antinaturalistas: las mujeres no son más naturales que los hombres; la situación social y cultural en la que se encuentran es la que las hace especialmente vulnerables y las sitúa en primera línea de los ataques. No obstante, ahí, donde las críticas feministas y las teorías de género terminan en un rechazo de la naturalización, los movimientos ecofeministas muestran que, una vez que hemos criticado la naturalización, no hemos terminado con la naturaleza, cuyas posibilidades están aún por explorar, ignorar u oscurecer por la visión dominante. «Reclaim«: éste es el lema de la reapropiación ecofeminista de la naturaleza adoptado por los movimientos estadounidenses9. Se trata de reocupar posiciones denunciadas o excluidas redescubriendo nuevas posibilidades. Es lo que se conoce como inversión del estigma o esencialismo estratégico. De ahí, la importancia de las brujas en estos movimientos: identificarse como bruja es una forma no de hacerse pasar por víctima, sino de reapropiarse de su «poder no conquistado», de explorar otras formas de ser mujer fuera de los modelos de sumisión impuestos por el patriarcado10. Estas naturalezas en resistencia se escapan de la camisa de fuerza dualista de la visión moderna de la naturaleza y revelan posibilidades espirituales (como las del «culto a la diosa» y las prácticas mágicas desarrolladas por Starhawk). Se trata, como dice Val Plumwood, de darle voz a la naturaleza, de reanimarla11.

Las mujeres no son más naturales que los hombres; la situación social y cultural en la que se encuentran es la que las hace especialmente vulnerables y las sitúa en primera línea de los ataques.

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Tanto Karen Warren como Val Plumwood, en sus esfuerzos por desarrollar una ética medioambiental ecofeminista, se han referido explícitamente a Carol Gilligan y a las teorías del care12. No se trata tanto de extender la ética del care de la naturaleza o del medio ambiente, sino de descubrir, como propone Joan Tronto, otra teórica del care, que, en «nuestro mundo», también hay no humanos: «En el sentido más general, ‘cuidado’ se refiere a un tipo de actividad que incluye todo lo que hacemos para mantener, preservar y reparar nuestro ‘mundo’ para que podamos vivir en él lo mejor posible. Este mundo incluye nuestros cuerpos, lo que somos como individuos, nuestro entorno, todo lo que tratamos de entretejer en una tupida y compleja red cuyo destino es sostener la vida»13. De la producción (lo que se añade a lo que ya tenemos), se pasa a la reproducción, a todas esas actividades invisibilizadas de la vida cotidiana y ordinaria a través de las cuales podemos seguir viviendo. El estudio de las formas de vida (en el sentido biológico, pero también cultural del término), desde el punto de vista de su reproducción, no apunta a un único modelo, sino que, al mismo tiempo que muestra el carácter insustituible de las actividades de subsistencia, abre una investigación sobre la diversidad de los intentos ecofeministas de reubicación. Lejos del repliegue en comunidades tradicionales constreñidas, éstos abren posibilidades y reexploran las relaciones sociales.

Por violenta que sea la dominación cruzada de las mujeres, éstas nunca se presentan únicamente como víctimas. Éste es, quizás, el rasgo más llamativo del ecofeminismo: es el movimiento del poder de las mujeres. La distinción que hace Starhawk entre poder-sobre y poder-dentro es crucial para entender en qué consiste este poder. Por «poder sobre», Starhawk entiende el significado más familiar del término: dominación sobre los seres humanos y sobre la naturaleza; la capacidad de unos pocos para imponer su voluntad, controlar los recursos o limitar las opciones de los demás, ya sea en política, economía, ingeniería o vida familiar.  A ese poder que «tiene su fuente en la violencia y la fuerza y se apoya en las fuerzas policiales y armadas de un Estado», Starhawk opone, en todos sus escritos, «otro tipo de poder: el poder que surge de nosotros mismos; nuestra capacidad de atrevernos, de hacer y de soñar; nuestra creatividad»14. Donde el «poder-sobre» separa y distancia, el «poder-dentro» une, sin limitar.  Luchar contra la dominación es, por lo tanto, pasar de un poder a otro, soltar el «poder-sobre» y volver a conectar con el «poder-dentro» para «transformar las estructuras de dominación y control» cambiando «radicalmente la forma en la que se concibe el poder y cómo funciona»15. Ésta es la originalidad de las políticas ecofeministas: no pretenden conquistar el poder para ejercerlo a su vez, sino desarrollar otro tipo de poder que nos permita escapar de la dominación, no sustituir a quienes la ejercen.

Éste es, quizás, el rasgo más llamativo del ecofeminismo: es el movimiento del poder de las mujeres.

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Entonces, ecofeminismo: ¿feminismo ecológico o ecología feminista? ¿Debemos entender los movimientos ecofeministas desde la historia del feminismo o desde la de la ecología? Como cualquier movimiento feminista, el ecofeminismo es un movimiento de emancipación. No obstante, al negarse a separar la lucha ecologista de la lucha feminista, al luchar contra las opresiones cruzadas y contra todas las formas que puede adoptar la opresión y la dominación de las mujeres y la naturaleza, las luchas ecofeministas no son sólo luchas por los derechos de las mujeres. Como escribe Ariel Salleh, pionera australiana del ecofeminismo: «el ecofeminismo es un enfoque holístico de todas las formas de dominación (género, raza, especie) y no sólo una campaña específica por la emancipación de la mujer»16. Por esta razón, según señala, no es ni «una perspectiva esencializadora ni una política identitaria»17.

Wheatfield – A Confrontation: Battery Park Landfill, Downtown Manhattan – With Statue of Liberty Across the Hudson, 1982. © Agnes Denes, courtesy of Leslie Tonkonow Artworks + Projects, New York

«Los economistas académicos, orientados hacia el crecimiento, el género y el desarrollo», según señala también Ariel Salleh, tienen ciertas dificultades para reconocer el papel que desempeñan las mujeres en los movimientos ecologistas18. Desde hace más de cincuenta años que los científicos, las organizaciones internacionales, gubernamentales y no gubernamentales, los Estados y los partidos políticos llevan ocupándose de las cuestiones ecológicas, nos hemos acostumbrado a que estas cuestiones se entiendan a partir de un estado global del mundo, elaborado por grupos de expertos (el IPCC para el clima; el IPBES para la biodiversidad19) y puesto en conocimiento de las autoridades políticas, que, al término de las cumbres, elaboran planes de acción que deben aplicarse en diferentes niveles territoriales. Surge, así, la idea de que los conocimientos ecológicos de gran complejidad sólo son accesibles para los científicos y, luego, son aplicados por los responsables políticos, que los traducen en medidas que deben imponerse de arriba abajo sobre poblaciones presumiblemente indiferentes o recalcitrantes. Frente a estos impresionantes esquemas políticos, que pretenden nada menos que reorientar todo el sistema productivo, los movimientos ecofeministas (luchar contra las empresas extractivistas, plantar árboles, oponerse a la apropiación privada del agua, desarrollar otras formas de vida y cultivar la tierra) parecen insignificantes.

Los movimientos ecofeministas forman parte de estas luchas ordinarias y ciudadanas. Revelan que el conocimiento y la competencia no están sólo del lado de los expertos.

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Sin embargo, quizás, sea aquí, en esta ecología de lo cotidiano, de lo ordinario20, donde están ocurriendo las cosas importantes. Por muy solemnes y espectaculares que sean los acuerdos internacionales sobre cuestiones ecológicas, los resultados son notoriamente insuficientes. Frente a los problemas ecológicos, los Estados son, en gran medida, impotentes para detener las políticas productivistas y sus efectos destructivos. La acción debe buscarse en otra parte. No son sólo los activistas quienes se manifiestan para obligar a los gobiernos a cumplir sus compromisos, sino, también, todos aquellos que practican otras formas de vida, ya sea al margen del control estatal o en lucha abierta con los poderes económicos y políticos. Los movimientos ecofeministas forman parte de estas luchas ordinarias y ciudadanas. Revelan que el conocimiento y la competencia no están sólo del lado de los expertos. Dado que los estereotipos de género suelen situar a las mujeres en el lado de la ignorancia, descubrir su competencia y sus conocimientos en sus acciones cotidianas en su entorno vital nos lleva a reconfigurar nuestro enfoque de las cuestiones medioambientales.

Notas al pie
  1. Retomo y amplío la introducción de mi libro L’Ecoféminisme (colección Repères, La Découverte, París, 2023).
  2. Françoise d’Eaubonne, Le féminisme ou la mort (1974), Le Passager clandestin, 2020.
  3. Emilie Hache (ed.), Reclaim : recueil de textes écoféministes, Paris, Cambourakis 2016
  4. Pascale Molinier, Sandra Laugier y Jules Falquet (dir.), Cahiers du genre, n° 59, « Genre et environnement : nouvelles menaces, nouvelles analyses au Nord et au Sud », Paris, L’Harmattan, 2015.
  5. Multitudes, « Majeure 67. Écoféminismes », n° 67, 2017. [En línea],Dossier sobre ecofeminismo dirigido por Jeanne Burgart Goutal, https://www.multitudes.net/category/l-edition-papier-en-ligne/67-multitudes-67-ete-2017/.
  6. Carolyn Merchant, The Death of Nature  : Women, Ecology and the Scientific Revolution, 1980.
  7. Silvia Federici, Une guerre mondiale contre les femmes. Des chasses aux sorcières au féminicide, traducido por E. Dobenesque, Paris, La fabrique éditions, 2021, p. 108 sqq.
  8. Hache, 2016, p. 27.
  9. Reclaim the Earth  : Women Speak Out for Life on Earth, Leonie Caldecott and Stephanie Leland (dir.), Women’s Press 1983.
  10. Mona Chollet, La puissance invaincue des sorcières, Paris, Zônes, éditions La Découverte, 2018.
  11. Val Plumwood, Nature in the Active Voice, 2009.
  12. Carol Gilligan, [1982], Une voix différente, Pour une éthique du care trad. fr., Paris, Flammarion, 2008.
  13. Joan Tronto, [1993],  Un monde vulnérable. Pour une politique du care, Paris, La Découverte, 2009 p. 143.
  14. Starhawk, Quel monde voulons-nous  ?, 2019, p. 12.
  15. Starhawk, Quel monde voulons-nous  ?, 2019, p. 150.
  16. Ariel Salleh, «  Pour un écoféminisme international  », in Hache (ed.) Reclaim, p. 353.
  17. Ibid.
  18. Ariel Salleh, «  Pour un écoféminisme international  », in Hache (ed.) Reclaim, p. 363.
  19. IPCC: Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático; IPBES: Plataforma Intergubernamental sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas.
  20. Nathalie Blanc, Cyria Emelianoff & Hugo Rochard, Réparer la Terre par le bas. Manifeste pour un environnementalisme ordinaire, Lormont, Le Bord de l’Eau, 2022.