La bella leyenda de la disuasión nuclear

El arma nuclear es, por diseño, un arma de no uso1. Es su potencia desmesurada la que excluye la posibilidad de que a alguien se le ocurra detonarla sobre una población civil. Entonces, ¿cuál es su propósito, como preguntó el presidente Trump cuando recibió el código? Sólo tiene un propósito: disuadir a otras potencias nucleares de utilizar las suyas; y, de paso, disuadir a los Estados o grupos terroristas que no lo tienen de adquirirlo. Es un arma de disuasión.

No es, desde luego, un arma de conquista por medio de la cual se pueda obtener ventaja sobre un adversario despojándolo de un objeto que posee y que se desea poseer, en una perspectiva de ataque. Tampoco, en una perspectiva defensiva, de un arma mediante la cual uno impediría a un enemigo apoderarse de un objeto que uno posee y que el otro desea poseer. Por «objeto» entiendo un territorio (Afganistán, Ucrania), una zona de influencia (Siria), el prestigio ligado al tamaño de su arsenal. No, ya no hay objeto ni deseo de objeto. La violencia ha alcanzado su punto álgido, en el que sólo se preocupa de sí misma.

Pero ésa es la buena noticia. La mera existencia de armas nucleares es lo que las convertiría en un instrumento de disuasión. No habría necesidad de preocuparse. La guerra nuclear no tendrá lugar, porque es imposible.

Esto es lo que los «expertos» franceses, la mayoría de los cuales trabajan directa o indirectamente para la fuerza de asalto francesa, nos dicen una y otra vez sobre la guerra que está sucediendo actualmente en el campo de batalla en que se ha convertido Ucrania, pero que en realidad es una guerra latente entre Rusia y la OTAN, o, si lo prefieren, entre la Rusia de Putin y Estados Unidos de América. La disuasión funciona bien, como lo ha hecho en el pasado, nos aseguran, y es muy poco probable, si no imposible, que conduzca a una guerra nuclear2.

Ya no hay objeto ni deseo de objeto. La violencia ha alcanzado su punto álgido, en el que sólo se preocupa de sí misma.

JEAN-PIERRE DUPUY

Es un discurso irresponsable. Es peligroso hasta el punto de ser inaceptable. Una guerra nuclear en Europa es improbable, pero es posible. Cuando hay mucho en juego, conviene tratar lo posible como una eventualidad destinada a convertirse en realidad, para darse la oportunidad de evitarlo3.

Imagen de la operación Tetera (dominio público)

Las armas nucleares al servicio de la guerra

Desde principios de febrero de 2022, incluso antes de que sus tropas entraran a Ucrania el 24 de febrero, Vladimir Putin no ha dejado de advertir a la OTAN y a Estados Unidos del riesgo de escalada hacia un conflicto nuclear. En Francia, la población se cansó de lo que consideraba una amenaza velada tan inverosímil que no se la tomó en serio. Por ello, no se prestó atención a una declaración del jefe del Kremlin a la prensa, el 9 de diciembre, en la que anunciaba un posible cambio de doctrina nuclear4. Hasta entonces, la doctrina oficial era que Rusia sólo utilizaría el arma si era objeto de un ataque similar, o si la supervivencia de la nación estaba en peligro. Putin pretendía descubrir que el espectro estratégico estadounidense incluía un componente denominado «prevención» y que Rusia haría bien en aprender de él.

El ataque preventivo es el nombre del ataque en el ámbito nuclear. Para apreciar su singularidad, conviene remontarse a la lógica de la disuasión. Tiene dos fases: primero, la amenaza de represalias inconmensurables si la potencia enemiga cruza una determinada línea roja no especificada; después, si la disuasión fracasa, la decisión de cumplir la amenaza. Francia no contempla esa posibilidad, alegando que la disuasión no puede fallar. Sin embargo, ése es el meollo de la disuasión nuclear, a saber, la falta de credibilidad de la amenaza de represalia que la sustenta. Si falla la disuasión, ¿se arriesgará la potencia atacada a la prometida escalada hasta la destrucción mutua y, por tanto, al suicidio? ¿Hay que estar loco -o fingir estarlo- para ser creíble? La respuesta a esta pregunta determina la solidez del edificio disuasorio.

El ataque preventivo no se preocupa por eso. Actúa como si la primera fase estuviera asegurada: el enemigo ha cruzado la línea o, si no lo ha hecho, estaba a punto de hacerlo. Por tanto, la segunda fase está justificada. Lo que de hecho es un primer ataque se presenta como una represalia. Es una «represalia anticipada»5. Cualesquiera que sean las doctrinas nucleares declaradas, puede afirmarse que tanto los dirigentes soviéticos (y posteriormente rusos) como los estadounidenses nunca excluyeron de sus repertorios de acción la decisión de atacar primero. Sin embargo, convencer a la gente de que uno está preparado para hacerlo no es más evidente que jugar a la disuasión. También aquí hay un problema de credibilidad. Un primer golpe no bastará para neutralizar al adversario, y éste conservará la capacidad de responder: por tanto, hay que demostrar que uno será capaz de aguantar el golpe (en inglés, ride out) y limitar los daños, y por tanto que seguirá siendo plenamente capaz de responder a la respuesta. Esto puede suponer un gran desafío.

¿Hay que estar loco -o fingir estarlo- para ser creíble? La respuesta a esta pregunta determina la solidez del edificio disuasorio.

JEAN-PIERRE DUPUY

Estados Unidos y Rusia han sido y siguen siendo ambivalentes sobre un elemento de la doctrina nuclear al que se ha dado el enrevesado y engañoso nombre de «escalada con miras a una desescalada»6. Sus dudas y vaguedades a este respecto ilustran el dilema entre disuasión y prevención al que se enfrentan ambas superpotencias nucleares.

La idea de la escalada con miras a una desescalada se encuentra ya en el libro seminal de Thomas Schelling, The Strategy of Conflict7, y ha influido en varias generaciones de estrategas. La doctrina de la respuesta gradual de Robert McNamara a partir de los años sesenta, el concepto de guerra nuclear limitada, el de “control de la escalada”, etc. son variaciones de la misma idea. La forma más sencilla de presentarlo es compararlo con la lógica de una subasta. Se suben los precios hasta que los demás ya no pueden seguir el ritmo. Se aumenta gradualmente la intensidad de los combates con fuerzas no nucleares (llamadas «convencionales») hasta el momento en que el paso de un ataque nuclear parece inevitable para poner fin al conflicto ganándolo: eso es la desescalada.

Tanto los estrategas estadounidenses como los rusos recitan el credo de la disuasión nuclear: no se disuade un ataque limitado haciendo muy creíble la amenaza de una respuesta limitada. Se disuade manteniendo la probabilidad de aniquilación mutua en un nivel moderado. En la práctica, sin embargo, la escalada con miras a la desescalada sigue tentando a los Estados Mayores. Esta idea está especialmente presente entre los estrategas rusos en sus debates extraoficiales. Cito textualmente: «Nuestras armas convencionales de precisión deberían ser capaces de infligir suficientes bajas a las fuerzas y bases de la OTAN como para llevar a ésta a poner fin a su agresión o a escalarla al máximo nivel de guerra convencional, incluyendo una ofensiva con fuerzas terrestres. Esto a su vez justificaría el uso por parte de Rusia de un primer ataque nuclear con armas tácticas”8.

Toma de una explosión durante la Operación Teapot (dominio público)

La disuasión fuera de juego

A la pregunta de por qué no se han lanzado bombas atómicas sobre civiles desde el 9 de agosto de 1945, la respuesta inmediata es que esto demuestra que la disuasión ha funcionado. Robert McNamara, exsecretario de Defensa de los presidentes Kennedy y Johnson, rechazó la pregunta diciendo: «Fue suerte, sólo suerte, que no tuviéramos una guerra nuclear. Decenas de veces, durante la Guerra Fría y desde entonces, hemos estado a punto de desencadenar el horror”9.

Pero hay una forma más radical de eximir a la disuasión de toda responsabilidad por la ausencia de guerra nuclear en los últimos ochenta años aproximadamente. Se trata de demostrar que muy rara vez se ha aplicado. A falta de demostración, el siguiente episodio, que tuvo lugar después de la crisis de los misiles cubanos, es suficientemente sugestivo.

El sábado 27 de octubre de 1962, un submarino soviético que navegaba por el Mar de los Sargazos, al noreste de Cuba, fue avistado y rodeado por el portaaviones estadounidense USS Randolph, acompañado de varios destructores. El submarino estaba al mando del teniente Savitsky, flanqueado por el oficial político Maslennikov. Los buques estadounidenses habían comenzado a enviar la señal acordada con el Estado Mayor soviético para ordenar al submarino enemigo que saliera a la superficie. Savitsky simplemente no había sido informado del acuerdo. La señal de detonar cargas de profundidad cerca del casco lo hizo pensar que realmente estaba siendo atacado por los estadounidenses: la primera falsa alarma o error de comunicación de esta historia, y la primera de varias cada vez más trágicas. A bordo, las circunstancias eran verdaderamente infernales. La temperatura había alcanzado entre 50 y 60 grados centígrados y los hombres caían uno tras otro. Para colmo, las comunicaciones con el Estado Mayor en Moscú estaban cortadas.

Savitsky ni siquiera sabía si la guerra había empezado o no. Agotado, al límite de sus fuerzas, estaba a punto de dar la orden de lanzar unos cuantos torpedos… con cabezas nucleares montadas. Sí, los submarinos soviéticos que navegaban frente a Cuba estaban equipados con bombas atómicas. Pero los estadounidenses no lo sabían. Se enteraron cuarenta años después. Savitsky recapacitó y recordó que necesitaba la aprobación de su oficial político para tomar una decisión tan fatal. Éste accedió. 

La suerte o la Providencia quiso que aquel día estuviera a bordo el capitán Vasili Alexandrovich Arjipov. Aunque tuviera el mismo rango que Savitsky, estaba bajo su mando. Pero también era el jefe de Estado Mayor de toda la flota de submarinos. Savitsky consideró que era su deber pedir la opinión de Arjipov, quien no estuvo de acuerdo y alegó que Moscú no había dado autorización. No se dio la orden de disparo y el submarino salió a la superficie.

La mejor manera de hacer creíble la amenaza de represalias inconmensurables que es la base de la disuasión es hacerla automática.

JEAN-PIERRE DUPUY

Al escuchar una historia así, es difícil no preguntarse qué habría ocurrido si alguno de esos elementos se hubiera desarrollado de forma diferente. Inmediatamente nos viene a la mente una cadena de proposiciones contrafactuales. Si Arjipov no hubiera estado en ese submarino en apuros, sino en otro, es muy probable que Savitsky hubiera dado la orden de disparo. El portaaviones USS Randolph y sus destructores habrían saltado en una aterradora explosión nuclear. El mando estadounidense, convencido de que no había carga atómica en los submarinos soviéticos, habría deducido que el ataque procedía de Cuba. El presidente Kennedy había hecho saber el 22 de octubre que, si tal cosa ocurría, Estados Unidos lanzaría un ataque nuclear total contra la Unión Soviética. Es fácil imaginar lo que ocurrió a continuación. En el mundo real, la crisis se resolvió pacíficamente al día siguiente.

Cada uno de los eslabones de esta secuencia de inferencias se refiere a un acontecimiento o estado de cosas contingente: podría no haber ocurrido o podría haber sido diferente. Pero la parte más frágil de esa historia, la más chocante, es que el mando estadounidense no sabía que los submarinos soviéticos estaban equipados con torpedos nucleares. No es que la inteligencia estadounidense fuera defectuosa. Obviamente lo era. Pero lo sorprendente es que los soviéticos no hubieran informado a los estadounidenses. Si el arma atómica era realmente disuasoria, lo menos que podían hacer era comunicar al enemigo que la tenían y que estaban preparados para utilizarla. Sin duda, el portaaviones USS Randolph habría sido más cauteloso en su aproximación al submarino soviético.

El hecho de no comunicar información tan crucial nos trae inmediatamente a la mente la película de Stanley Kubrick Dr. Strangelove (1964), en la que aparece el concepto de la «máquina del juicio final». La idea es simple, al menos sobre el papel. La mejor manera de hacer creíble la amenaza de represalias inconmensurables que es la base de la disuasión es hacerla automática. Se acabaron los dilemas éticos y estratégicos que han asolado a los jefes de Estado desde Kennedy hasta Giscard. En cierto modo, el que dispara primero es el responsable del holocausto subsiguiente, ya que la respuesta no es humana. En la película de Kubrick, los soviéticos inventan una máquina que destruiría inmediatamente toda vida humana en la Tierra en respuesta a un primer ataque estadounidense. El problema es que (todavía) no han informado a los estadounidenses de su existencia cuando comienza la historia. Sin embargo, algún coronel iluminado ya ha lanzado un B52 armado con bombas H en dirección a Siberia sin permiso y sin forma de regresar. Lejos de ser una parodia, la película es un documental, dijo recientemente un miembro del centro de investigación estratégica de Stanford, el CISAC10. Lo que Martin Hellman, ganador del premio Alan Turing, quiere decir con esto es que, durante la Guerra Fría, al igual que hoy, las partes implicadas no revelan todas sus cartas, como debería implicar la lógica de la disuasión.

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El papel crucial de las armas tácticas

¿Acaso la potencia sin precedentes de la bomba atómica no es razón suficiente para disuadir a cualquiera de pensar siquiera en utilizarla? ¿Quién tendría interés en desencadenar una escalada de la que todos saldrían derrotados? Estas ideas, con las que comenzamos el texto, han estado siempre presentes desde 1945 y conservan un innegable poder de convicción. De hecho, se ha intentado reducir tanto la potencia de las armas como el alcance de los misiles que las lanzan con la esperanza de acercar la devastación del conflicto nuclear a la de la guerra convencional, antes de que se comprendiera que son esas armas y misiles llamados «tácticos» los que deben prohibirse. Su potencia relativamente baja11 nos incita a utilizarlas en el campo de batalla, como lo haríamos con un arma convencional, lo que equivale a poner el pie en el engranaje nuclear, que podemos demostrar, por un razonamiento a priori, que está destinado a llegar al extremo, es decir, a la aniquilación mutua12.

Ahora, esas armas tácticas vuelven más que nunca con la guerra en Ucrania. El 25 de marzo de 2023, poco más de un año después del inicio de la invasión y tras plantear repetidamente la amenaza nuclear, Vladimir Putin declaró que Rusia posicionaría armas nucleares «tácticas» en Bielorrusia, en el territorio de su aliado -vasallado- Lukashenko. Se apresuró a añadir: «No hay nada inusual en esto: Estados Unidos lleva décadas haciéndolo. Llevan mucho tiempo desplegando sus armas nucleares tácticas en el territorio de sus aliados». Sin embargo, Putin tuvo cuidado de no señalar que sus fuerzas nucleares tácticas son 20 veces superiores que las fuerzas equivalentes de la OTAN en Europa. Tampoco recordó que el grueso de sus fuerzas estaba en Kaliningrado, aún más cerca, por tanto, de Europa Occidental que Bielorrusia, aunque la distancia sea poco relevante aquí: esos misiles de medio alcance pueden viajar hasta 5 500 kilómetros.

Las armas tácticas vuelven más que nunca con la guerra en Ucrania. El 25 de marzo de 2023, poco más de un año después del inicio de la invasión y tras plantear repetidamente la amenaza nuclear, Vladimir Putin declaró que Rusia posicionaría armas nucleares «tácticas» en Bielorrusia.

JEAN-PIERRE DUPUY

Los días 1 y 2 de febrero de 2019 se produjo un doble acontecimiento, desapercibido para la opinión pública, al menos en Francia, del que han surgido en gran medida los acontecimientos actuales. Primero Trump y luego Putin anunciaron que se desvincularían de un tratado firmado en 1987 en Washington por sus predecesores Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov, por el que los dos firmantes eliminaban de sus respectivos arsenales todos los misiles balísticos y de crucero lanzados desde tierra con un alcance de entre 500 y 5 500 kilómetros. El tratado se denominó engañosamente INF (Intermediate-Range Nuclear Forces, o Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio). Era muy engañoso porque no restringía las armas nucleares, sino cierto tipo de misiles, tuvieran o no cabeza nuclear. La retirada estadounidense se hizo oficial el 2 de agosto de 2019.

Con el fin de la Guerra Fría en 1989, se produjo una drástica inversión de poder entre Washington y Moscú en la división entre armas nucleares y convencionales. Antes de 1989, la superioridad de la Unión Soviética en armas convencionales era clara, y Estados Unidos trató de compensar su retraso desarrollando su arsenal nuclear. Tras el colapso de la URSS, el Pentágono, orgulloso de la victoria del «mundo libre», es decir, de las democracias liberales y las economías de mercado, dirigió su atención a otros lugares, por ejemplo, a los conflictos regionales en los que las armas convencionales eran más eficaces que las bombas atómicas. Al mismo tiempo, Putin desarrollaba en Rusia su arsenal nuclear.

No son las armas nucleares en general las que Washington ha descuidado en términos relativos, sino principalmente las armas nucleares tácticas. La doctrina era: armas convencionales en los campos de batalla regionales y, si la «escalada con miras a la desescalada» así lo dictaba, el uso de armas nucleares estratégicas transportadas por sus misiles balísticos intercontinentales. En 2023, a Estados Unidos sólo le quedan unas 100 cabezas nucleares tácticas en Europa, repartidas en cinco países: Alemania, Países Bajos, Bélgica, Italia y Turquía. Rusia tiene quizás veinte veces ese número.

No son las armas nucleares en general las que Washington ha descuidado en términos relativos, sino principalmente las armas nucleares tácticas.

JEAN-PIERRE DUPUY

Teniendo en cuenta estos antecedentes, ¿cómo reaccionaron las dos superpotencias nucleares en 2019 a su rechazo mutuo del Tratado INF? Ese tratado, cabe recordar, imponía una limitación a los misiles, llevaran o no cabezas nucleares. Estados Unidos y la OTAN vieron inmediatamente la oportunidad que tenían ahora de colocar misiles de bajo y mediano alcance, sin ojivas nucleares, en Europa. Todo ello sin contar con la respuesta rusa. Esto se repitió varias veces, y Putin pidió a Estados Unidos y a la OTAN que impusieran una moratoria al despliegue de este tipo de misiles con armas nucleares en Europa. La solicitud no fue atendida.

Un aspecto técnico de gran importancia es la imposibilidad de determinar, antes de que alcance su objetivo, si un misil balístico lleva o no una cabeza nuclear. Dada la indeterminación, Rusia ha optado por tratar cualquier misil que se acerque a su territorio como un ataque nuclear. Esta es, según su doctrina declarada, razón suficiente para lanzar sus propios misiles nucleares incluso antes de que los misiles enemigos alcancen su suelo. Esto sólo puede hacer que Estados Unidos se lo piense dos veces antes de volver a desplegar sus misiles en Europa, tanto convencionales como nucleares. Todo ello justo antes de que Putin decidiera invadir Ucrania.

© AP Foto, File

La razón por la que este análisis ignoraba casi por completo la dimensión geopolítica de la cuestión era hacer hincapié en el poder decisivo de la herramienta, en este caso la herramienta de destrucción, el arma nuclear. La herramienta no es neutral, no hace el bien o el mal dependiendo de las intenciones de quienes la empuñan. Porque si estallara una guerra nuclear en Europa, cosa que ninguno de los actores implicados desea, el responsable último no sería Putin, Zelensky, Biden ni la OTAN, sino el arma atómica en sí misma y su poder desmesurado. Esto es lo que sienten confusamente los protagonistas del drama que se está representando, como lo demuestra la extrema cautela con que hacen avanzar a sus peones, no sin contradicciones y una buena dosis de hipocresía. Estas pretensiones y esta mentira colectiva a uno mismo son sin duda necesarias para evitar la catástrofe. No, la OTAN no está en guerra con Rusia, simplemente proporciona a Ucrania las armas sin las cuales Rusia la habría aplastado hace tiempo. ¿Puede prolongarse indefinidamente este juego de tontos? Un movimiento torpe de cualquiera de las partes puede bastar para convertir la ficción en el horror de la realidad.

El 24 de enero de 2023, los gestores del Reloj del Juicio Final decidieron poner su única aguja a 90 segundos de la medianoche; la medianoche es por convención el momento en que la humanidad se aniquilará a sí misma, el más cercano a ese momento desde el comienzo de la era nuclear. Este reloj virtual fue creado en 1947 por un grupo de físicos atómicos, entre ellos Albert Einstein, que, conmocionados por el lanzamiento de las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki, lanzaron el Boletín de los Científicos Atómicos. Desde entonces, la aguja se ha movido hacia delante y hacia atrás unas 30 veces. En 1953, cuando Estados Unidos y la Unión Soviética probaron la bomba de hidrógeno con nueve meses de diferencia, lo más cerca que la aguja estuvo de la medianoche fue a los 2 minutos. Ese intervalo se ha reducido. Ahora estamos más cerca que nunca del borde del abismo.

Notas al pie
  1. Las ideas presentadas en este texto se desarrollan con gran detalle y razonamiento en Jean-Pierre Dupuy, La Guerre qui ne peut pas avoir lieu. Essai de métaphysique nucléaire, Éditions du Seuil, col. Points, 2023.
  2. Se puede citar, por ejemplo, este pasaje de Bruno Tertrais: «Los rusos utilizan las armas nucleares para impresionarnos, para asustarnos, para dividirnos. Así que, si la pregunta es si se están preparando para utilizar armas nucleares, para mí la respuesta es no. No veo nada que lo apoye. No debemos preocuparnos por razones equivocadas”. (Le Monde, 3 de mayo de 2022). Mis colegas de Stanford que trabajan en el tema, como parte de uno de los principales centros de investigación estratégica del mundo, están muy preocupados. Entre ellos se encuentran William Perry, exsecretario de Defensa del presidente Clinton, y David Holloway, destacado experto en las fuerzas nucleares soviéticas y luego rusas.
  3. Ver Jean-Pierre Dupuy, How to Think About Catastrophe. Toward a Theory of Enlightened Doomsaying, Michigan State University Press, 2023.
  4. Le Monde, 10 de diciembre de 2022.
  5. En la doctrina estadounidense, a la prevención se le llama “striking second first”: ser el primero en dar el segundo golpe.
  6.  En inglés, “escalate to de-escalate”.
  7.  Harvard University Press, 1960.
  8. Alexei Arbatov, “Reducing the role of nuclear weapons”, comunicación en el coloquio Un monde sans armes nucléaires, Oslo, 26-27 de febrero de 2008.
  9. Testimonio de Robert McNamara en la película de Errol Morris, The Fog of War. Eleven Lessons from the Life of Robert S. McNamara, Sony Classics, 2003.
  10. CISAC: Center for International Security and Cooperation
  11. Su potencia explosiva es hasta siete veces superior a la de Little Boy, la bomba que destruyó Hiroshima.
  12. Jean-Pierre Dupuy, The War That Must Not Occur, Stanford University Press, en proceso de publicación.