Hasta cierto periodo de la historia, el salto de altura se hacía hacia adelante. Con este método en picada, se alcanzaban cotas que parecían insuperables… al menos, hasta que llegó Dick Fosbury. El atleta estadounidense fue el primero en empezar a saltar hacia atrás (es decir, con la cara hacia arriba); alcanzó, así, cotas más altas y revolucionó su disciplina, que se presumía, al menos, hasta entonces, en su apogeo.

Es la misma revolución que me gustaría intentar, pero sin moverse. Es tratar de hacer que se movilice desde adentro.

Otra analogía nos servirá. Esta vez, una obra de arte. Es una obra de Giotto en Padua que representa una Natividad. Nos interesa una parte en especial: el buey. Como todo el mundo sabe, en todos los nacimientos, siempre hay un buey y un asno. El buey está ahí por una razón. Tiene una función específica: calentar al bebé porque tiene frío. ¿Y cómo calienta al bebé? Respirando delante de él. En aquella época, un terrible virus, que causó la peste bovina, decidió infectar a un niño y creó una epidemia, la del sarampión. Esta transmisión es, al menos, tan antigua como esta historia de la natividad. Lo que quiero decir es que no fue la primera vez: el Covid no es la primera pandemia a la que nos hemos enfrentado. Y no será la última. Las pandemias se producen en macrociclos: el virus de la peste bovina saltó de la especie hace unos 2500 años y, hasta hoy, seguimos lidiando con él.

Giotto, Natività di Gesù, Basilica superiore di Assisi

El sarampión es sólo una de las muchas enfermedades que se originaron a partir de virus animales, ya que casi todas las enfermedades que han asolado a la humanidad han tenido un reservorio o antepasado en los animales. Ejemplos de ello son la peste, la peste bubónica (transmitida por roedores), pero también el virus de la gripe española (que contenía trozos del genoma de un ave) o el VIH (que devastó a mi generación), que procedía de los monos y se esparció como pólvora por todo el mundo. Lo mismo ocurre con nuestro amigo, el Covid. 

Para entender de qué estamos hablando, debemos partir de una premisa: las pandemias son fenómenos transformadores porque, cuando toman un cierto giro y una cierta velocidad de propagación, provocan el colapso de los sistemas que conocemos. Siempre habrá un antes y un después. El mundo, después de una pandemia, nunca volverá a ser el mismo. Por eso, nosotros, Homo Sapiens, que somos seres inteligentes, tenemos el deber de entender ciertas cosas y el deber de evitar que estas cosas vuelvan a ocurrir.

Las pandemias son fenómenos transformadores porque, cuando toman un cierto giro y una cierta velocidad de propagación, provocan el colapso de los sistemas que conocemos.

ILARIA CAPUA

Es bien sabido que la pandemia provocó la desorganización de los sistemas médicos, que no han podido enfrentar la oleada pandémica, como demuestran los hospitales construidos en tiempo récord en China. Sin embargo, a esto, hay que añadirle otro elemento: el año pasado fue el periodo más caluroso desde que el Homo Sapiens empezó a medir la temperatura de la Tierra. Es un grave problema que, también, tiene repercusiones en la salud, ya que el cambio climático y el aumento de las temperaturas provocan sequías. ¿Quién iba a imaginar que sufriríamos sequía de ríos y racionamiento del agua? Lamentablemente, el cambio climático también está provocando fenómenos meteorológicos extremos que están causando el colapso de islas enteras, como ocurrió en Ischia. La cuestión es la siguiente: todo esto está ocurriendo al mismo tiempo y no podemos fingir que estos problemas no nos conciernen, entre otras cosas, porque, como se ve en este mapa que muestra cómo circulan los alimentos en el mundo, tenemos un grave problema de crisis alimentaria. Ahora, somos 8000 millones de personas. Eso es mucha gente a la que hay que alimentar.

Consideremos, ahora, el aire, el agua, la tierra y el fuego. Pensar en estos elementos nos ayuda a ver las cosas de otra manera. Es un ejercicio que deberíamos hacer con mayor frecuencia porque nos permite actuar para cambiar las cosas.

Empecemos por la tierra. ¿Qué nos da? La tierra nos da alimentos: todo lo que comemos procede de la tierra o del mar. Si comemos alimentos que no son buenos para nuestra salud, no estamos sanos; así que tenemos que asegurarnos de que lo que comemos cumpla ciertas normas y cuente con ciertas características. La tierra también son las plantas, seres que no cuidamos lo suficiente: ahora, empezamos a plantar para crear más oxígeno. Las plantas son parte integrante de nuestro ecosistema y se enferman tanto como los humanos. Algunos pensarán en Salento, azotado por una enfermedad infecciosa que se transmite por vectores y que devastó toda una región porque no supimos detenerla. Sin embargo, los árboles no se mueven tanto como nosotros: no hay necesidad de confinarlos. Quizás, deberíamos haber tenido más cuidado; tendremos que tenerlo en el futuro: este tipo de enfermedad no sólo afecta los olivos, como en Salento, sino, también, el trigo, el arroz y otros cultivos. Estos cultivos nos alimentan y tenemos que aprender a cultivarlos de forma sana.

La tierra también es biodiversidad. Hace unos días, fue el Día del Pangolín… y no por nada. Antes de la pandemia, el pangolín era uno de los animales más cazados furtivamente en el mundo, hasta el punto de que el Día del Pangolín existía para protegerlo. En 2019, antes de la pandemia, se confiscaron 10 toneladas de escamas de pangolín. Esto es una cifra enorme: para alcanzar este volumen de escamas, hay que matar una montaña de pangolines. Los pangolines, como otros animales salvajes a los que hay que dejar en paz y que respetar, son portadores de enfermedades; precisamente, el pangolín podría ser el causante de lo que nos pasó.

La Tierra es un 70 % agua y la salud de los océanos también nos afecta. Todo el mundo reconoce una tortuga marina, pero, si nos fijamos bien en la foto, vemos que tiene unos bultos. ¿Qué son? Lesiones de herpes, virus muy comunes que provocan fiebre. ¿Cuándo te sube la temperatura y ves el herpes? Cuando estás bajo estrés. Esta tortuga está así porque se ve obligada a vivir en un entorno sucio, lleno de basura y caluroso debido al aumento de las temperaturas. Las tortugas no pueden autorregular su temperatura: el animal se transforma completamente, sufre, se pierde y no puede migrar como debería. Lo cierto es que estos fenómenos ocurren en todas partes: desde Filipinas hasta el Golfo de México, pasando por el Mediterráneo. Estos animales son un ejemplo del estado de nuestros océanos.

Lo mismo ocurre con el agua. Durante mucho tiempo, se dijo que el plástico era indestructible, pero no es así en absoluto: el material se degrada y se convierte en microplástico, un material que se encuentra en todas partes, incluso, en el cordón umbilical de una mujer embarazada, en donde sí se ha encontrado. Ahora, forma parte de la cadena alimentaria. Está en nosotros.

Hablemos, ahora, del aire. Hasta hace poco, vivía en Florida, donde hay huracanes que se clasifican por su nombre, que empieza con una letra del alfabeto. Cada año, empiezan con la primera letra, la A, que da el nombre del huracán Anna; luego, la B, quizás, para Barbara, y así sucesivamente. En 2020, hubo tantas tormentas y huracanes que los científicos se quedaron sin letras en el alfabeto latino y tuvieron que utilizar letras griegas: alfa, beta, gamma… Estos fenómenos meteorológicos, realmente aterradores e increíblemente potentes, son cada vez más frecuentes y están presentes, incluso, en nuestro apacible Mediterráneo.

Hablemos del fuego. El fuego, como el aire, el agua y la tierra, es esencial para la vida, igual que el sol lo es para la fotosíntesis, por ejemplo. Sin embargo, de vez en cuando, se nos va de las manos y devasta ecosistemas que han tardado cientos de miles de años en conformarse, lo que provoca, además, que personas y animales huyan y se queden dentro de los bosques, no fuera. 

Cuando los animales se escapan, se crean condiciones para que los virus que portan entren en contacto con los humanos. Entonces, cambian de especie. En resumen, sabemos cómo funciona. Con respecto a esto, podría ser útil desviarse brevemente para hablar de la esperanza de vida. Mi esperanza de vida es de unos 80, 85 años, al igual que la de mi hija, pero la de mis nietos es inferior y eso no es justo: no es justo que los efectos del cambio climático les den a nuestros nietos una esperanza de vida inferior a la nuestra. 

Se argumentará que, a escala de nuestras individualidades, no podemos resolver problemas tan importantes (y, sin duda, lo son). No obstante, eso no significa que estén necesariamente fuera de nuestro alcance. Estos problemas pueden resolverse con la ayuda de datos masivos, por ejemplo. Pensemos en el Covid. El Covid fue el acontecimiento más medido y observado de la historia: tenemos datos de todo; si pudiéramos trabajar con esos datos además de los que todo el mundo produce con sus celulares, encontraríamos áreas completamente nuevas.

El Covid fue el acontecimiento más medido y observado de la historia: tenemos datos de todo; si pudiéramos trabajar con esos datos además de los que todo el mundo produce con sus celulares, encontraríamos áreas completamente nuevas.

ILARIA CAPUA

¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros? Cada uno de nosotros puede tomar las riendas de su propio comportamiento y utilizarlo como mapa para avanzar en salud.

¿Qué se puede hacer como individuo? En primer lugar, puede dejar de tirar antibióticos a la basura o, incluso, medicamentos. Eso ya es mucho. En segundo lugar, puede trabajar en este tema desde un punto de vista científico. Hay un informe llamado O’Neill, que brinda pautas para combatir la resistencia a los antibióticos, y éste es uno de los estudios que está haciendo mi grupo, en Florida (intenta combinar estas recomendaciones con nuestros objetivos de sostenibilidad). Recomendamos, por ejemplo, utilizar menos antibióticos en la agricultura, lo que reduciría la resistencia a los antibióticos. También, deberíamos explicarles a los niños en la escuela que no siempre deben tomar antibióticos, lo que sería otro paso. En resumen, lo que quiero decir es que, si conseguimos uno de los 17 objetivos, podemos crear un movimiento de convergencia en el que cada solución produzca otra.

En ese sentido, la pandemia es una experiencia útil porque nos ha hecho darnos cuenta de lo que puede provocar un fenómeno tan penetrante. La pandemia fue como un tsunami: afectó a todos, a mujeres y hombres; fue algo así como decir que el agua penetra por todas partes. Sin embargo, las mujeres y los hombres son diferentes no sólo porque las mujeres estén menos enfermas ni sólo porque los hombres tengan enfermedades específicas, sino, también, porque el impacto del mundo que los rodea es diferente para cada sexo. Las mujeres, más que los hombres, son las que perdieron su trabajo a causa de la pandemia, lo que ha supuesto tal carga sobre sus hombros que se puede decir que son las verdaderas víctimas de esta situación.

Las mujeres, más que los hombres, son las que perdieron su trabajo a causa de la pandemia, lo que ha supuesto tal carga sobre sus hombros que se puede decir que son las verdaderas víctimas de esta situación.

ILARIA CAPUA

Hago un llamado a los científicos sociales: dennos los datos desglosados por sexo y género al nacer; esos datos existen y no es justo que los investigadores tengamos que pagar más para saber si los datos con los que trabajamos son de mujeres o de hombres. Esto es un beneficio para todos, no sólo para las mujeres, porque no debemos olvidar que las acciones para mejorar nuestra salud y nuestra relación con el planeta están interrelacionadas: me gustaría decirles que la lucha por el empoderamiento de las mujeres sobre la resistencia a los antibióticos nos beneficia a todos porque las mujeres son las que dirigen la farmacia familiar, las que deciden si hay que vacunar a sus hijos, las que cuidan de los animales en los países más pobres. Si trabajamos juntos en estos temas, sería posible combinar salud e independencia de la mujer.

Hay que darles a las vacunas la oportunidad de ser utilizadas en todo el mundo, lo que no ocurrió durante la pandemia. Vimos que, cuando llegaron las vacunas, disminuyeron los ingresos hospitalarios, las muertes y los casos. El problema era que no había vacunas suficientes para todos; sólo las recibían los ricos y los que tenían electricidad porque las vacunas que producimos tienen que almacenarse a temperaturas polares, entre -70 y -40 grados. ¿Y cómo podemos hacer que llegue una vacuna a Togo si tiene que almacenarse a esas temperaturas? ¿Es justo que enviemos cajas de vacunas a -40 grados en aviones y que, luego, todo ese esfuerzo se desperdicie porque las cargamos en camiones que van a las aldeas? Deberíamos imaginar la posibilidad de producir vacunas termoestables, que puedan almacenarse a temperatura ambiente sin necesidad de grandes líneas de refrigeración. Elon Musk envía, todos los días, un satélite a Marte, ¿y nosotros no somos capaces de fabricar vacunas termoestables?

Elon Musk envía, todos los días, un satélite a Marte, ¿y nosotros no somos capaces de fabricar vacunas termoestables?

ILARIA CAPUA

Esta tecnología mejoraría la salud de humanos y animales, que se beneficiarían de la misma tecnología; al mismo tiempo, se reduciría la resistencia a los antibióticos: cuantas más vacunas use, menos antibióticos necesitaré. Y eso por no hablar de la contaminación que no se producirá. Este pequeño paso hacia la equidad es necesario: no es posible que existan cosas en un lado del mundo y que no existan en el otro, sobre todo, porque, en un mundo globalizado, es difícil aislarse.

La organización Gavi también elaboró una guía en la que se identifica una serie de beneficios que la inmunización puede aportar a la consecución de nuestros objetivos de sostenibilidad. 

Me sentía muy cómodo con mis virus; no gritan, no te molestan; los metes en el congelador y sólo los ves bajo el microscopio. Sin embargo, decidí salir del laboratorio por varias razones. Empecemos con una reflexión: todavía no sabemos si el virus Sars-Cov2 es totalmente natural o si fue manipulado en un laboratorio. Elegí bien mis palabras; no dije «creado», sino «manipulado en un laboratorio». Ahora, no lo sabemos, pero ¿es normal? 

Todo el mundo dice que es esencial averiguar de dónde procede el virus… ¿y saben por qué no se puede hacer? Porque las relaciones con China no lo permiten. Así que la OMS dijo que no haría la segunda inspección, lo que debía darnos información. Mientras no haya relaciones entre la OMS y China, nunca sabremos nada.

La segunda razón es la gripe aviar, que, hasta la década del 2000, era una enfermedad rara; si había una epidemia, todos los virólogos estaban allí para vigilarla. Hoy, estamos ahí.

La gripe aviar es como un veneno: mata a todos los animales que la contraen. ¿Y por qué no vacunamos? Porque hay pechugas de pollo que van de un continente a otro, muslos de pollo que van de Brasil a Asia y viceversa; si se vacuna, hay implicaciones para el comercio. Precisamente, por eso, decidí volver a Italia: la ciencia necesita de las ciencias sociales y de otras disciplinas para avanzar y hacer avanzar el progreso. 

Créditos
Ilaria Capua es una de las principales virólogas italianas y una de las científicas más respetadas del mundo. Cuenta con una larga carrera académica nacional e internacional: fue diputada de la República Italiana de 2013 a 2016, después trabajó en la Universidad de Florida antes de regresar a Italia, a partir de 2023, a la Universidad Johns Hopkins de Bolonia. Su actividad científica se caracteriza por su compromiso con la superación de las barreras entre la medicina humana y la veterinaria, bajo la idea rectora de que la salud humana no puede existir separada de la salud animal y medioambiental.

En 2020, concedió una importante entrevista a la revista.

En el texto que publicamos, basado en su conferencia Circular Health : the health of the future, pronunciada en el campus de Bolonia de la Universidad Johns Hopkins el 28 de febrero de 2023, vuelve sobre este mismo punto, vinculando el bienestar humano a la protección del medio ambiente y de los animales.