Este artículo es un extracto del nuevo número de la revista GREEN, dirigido por Laurence Tubiana y dedicado a la geopolítica del Pacto Verde tras la COP27. El número puede consultarse aquí.

La guerra en Ucrania nos enseña que cualquier futuro sistema internacional basado en determinadas normas tendrá que estar vinculado con un nuevo Pacto Verde, no sólo para Europa, sino para todo el mundo. La guerra ha puesto de manifiesto que la dependencia de los combustibles fósiles no es sólo un problema medioambiental. Ha socavado la economía mundial y ha contribuido al auge del autoritarismo y de la violencia.

Estamos en un periodo de transición fundamental, en un «interregno»1, como lo llamó Antonio Gramsci, en el que «el viejo mundo agoniza; el nuevo mundo tarda en aparecer y, en ese claroscuro, surgen monstruos»2. Es un periodo en el que las instituciones políticas están en contradicción con los profundos cambios económicos, sociales y tecnológicos. Por un lado, el modelo de desarrollo dominado por Estados Unidos y la Unión Soviética, basado en la producción y el consumo de masas, el militarismo y, sobre todo, en la excesiva dependencia de los combustibles fósiles, es anticuado. Por otra parte, está a punto de surgir un nuevo modelo basado en las tecnologías de la información y la comunicación y en la sobriedad, pero nuestras instituciones políticas, principalmente los Estados, siguen moldeadas por el viejo modelo. Se basaba en un conjunto de acuerdos políticos formados por Estados y bloques. El nuevo modelo requiere una forma de gobernanza mundial basada en normas, para lo que la Unión Europea podría servir de modelo. 

En el pasado, las grandes guerras interestatales han desempeñado un papel clave en el nacimiento de un nuevo mundo, pues transformaron Estados y el orden internacional. Por lo tanto, la legitimidad de los Estados está vinculada con las estrategias clásicas de seguridad nacional, basadas en fuerzas militares regulares destinadas a hacer la guerra. Esto ya no es posible. La tecnología militar ha avanzado tanto en términos de precisión y letalidad que las guerras ya no pueden ganarse de manera decisiva. El tipo de enfrentamiento radical que teorizó Clausewitz conduciría a la aniquilación. Esto significa que cualquier transición fundamental necesaria para evitar la posibilidad de la extinción humana debe implicar no sólo la acción climática, sino, también, el fin de la guerra como medio para resolver disputas internacionales. Esto no significa necesariamente el fin de la fuerza militar, sino un cambio en la forma de utilizar y diseñar la fuerza militar.

La tecnología militar ha avanzado tanto en términos de precisión y letalidad que las guerras ya no pueden ganarse de manera decisiva.

mary kaldor

Significa pasar de la guerra al uso limitado de la fuerza para hacer cumplir el derecho internacional basado en los derechos humanos. Es lo que yo conozco como el paso de la seguridad nacional a la seguridad humana.

Comenzaré con la descripción de la naturaleza cambiante de la guerra y de la importancia de la dependencia de los combustibles fósiles como factor bélico. A continuación, esbozaré la evolución del concepto de seguridad humana y lo que significa, en términos prácticos, para la reorganización del ámbito de la seguridad y la prevención de catástrofes climáticas. Por último, examinaré la evolución reciente de la OTAN y de la Unión Europea para ver si representan un nuevo punto de partida para la implementación de la seguridad humana. 

La naturaleza cambiante de la guerra

Las guerras interestatales arquetípicas son las que teorizó Clausewitz en su clásico «Sobre la guerra», lectura obligatoria para todo el personal militar3. Son guerras en las que los Estados se apoderan militarmente de un territorio y consolidan su control sobre él. Clausewitz define estas guerras como un choque de voluntades políticas. Su argumento central es que tienden hacia el extremo porque cada bando aspira a la victoria. Los políticos quieren alcanzar sus objetivos políticos; los generales necesitan desarmar a sus oponentes; y la pasión y el odio se desatan entre la población. 

Estas guerras tenían principios y finales definidos. De hecho, a lo largo del periodo moderno, la duración de la guerra ha disminuido y los periodos de paz han empezado a intercalarse con periodos de guerra, mientras que, antes, la guerra era más o menos continua. Al mismo tiempo, estas guerras crecieron en escala e intensidad, se caracterizaron por un número cada vez mayor de víctimas humanas y culminaron en las dos guerras mundiales del siglo XX, que cobraron la vida de entre 80 y 100 millones de personas, incluido el genocidio. Todo el periodo moderno se ha caracterizado, por supuesto, por una violencia implacable en las partes colonizadas del mundo, en su mayoría, dirigida contra civiles, aunque dicha violencia no se haya contabilizado como guerra.

La guerra clausewitziana estaba intrínsecamente ligada con el Estado moderno, con el imperio y con el sistema estatal. «La guerra creó el Estado y el Estado creó la guerra», como dijo Charles Tilly4. Hasta mediados del siglo XIX, los Estados eran, principalmente, máquinas de guerra. A finales del siglo XVII, Luis XIV destinaba el 75 % de los ingresos del Estado al ejército; Gran Bretaña gastaba una cantidad similar, mientras que Pedro el Grande le destinaba el 82 %5

Las guerras clausewitzianas fueron periodos estructurantes, en los que el esfuerzo bélico exigió vastos cambios administrativos, políticos, tecnológicos, sociales, culturales y económicos. Fueron extremadamente destructivos, pero también transformadores. Eran épocas experimentales en las que, tras un periodo de ensayo y error, los Estados aplicaban las reformas necesarias para ganar la guerra o eran derrotados. Las guerras napoleónicas, por ejemplo, dieron lugar a reformas administrativas y judiciales en toda Europa, que crearon las condiciones para la expansión de la revolución industrial. Las guerras de mediados del siglo XIX marcaron el fin de la esclavitud en Estados Unidos y de la servidumbre en los imperios ruso y de los Habsburgo, la unificación de Alemania e Italia y la difusión del ferrocarril y el telégrafo. 

Las guerras clausewitzianas fueron periodos estructurantes, en los que el esfuerzo bélico exigió vastos cambios administrativos, políticos, tecnológicos, sociales, culturales y económicos. Fueron extremadamente destructivos, pero también transformadores.

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Junto a esta aceleración en el desarrollo de los fundamentos administrativos y políticos del Estado moderno, las guerras también configuraron las identidades nacionales de muchos países y sirvieron para clasificar a los Estados dentro de una jerarquía internacional bien establecida. De hecho, cada una de las grandes guerras ha determinado las grandes potencias y un nuevo conjunto de acuerdos internacionales6. Podría decirse que la Guerra Fría representó la institucionalización de las innovaciones introducidas durante la Segunda Guerra Mundial, lo que proporcionó un marco para la difusión de los modelos de desarrollo estadounidense y soviético7. Al centro de estas innovaciones, estaba el uso generalizado del motor de combustión interna, en forma de automóviles, tanques y aviones, dependientes de un suministro continuo de petróleo.

Conflictos inextricables

El tipo de guerras contemporáneas que vemos en lugares como Siria, Yemen o África central y oriental es muy diferente. Es más fácil describirlas como una condición social, o, incluso, como una empresa mutua, que como una lucha entre «bandos». En ellos, participan muchos grupos armados, tanto globales como locales, que se benefician de la violencia en sí misma más que de ganar o perder. Pueden ganar políticamente porque se les asocia con identidades extremistas (étnicas o religiosas) que, muchas veces, se construyen mediante la violencia. Estos grupos también pueden obtener beneficios económicos mediante actividades lucrativas vinculadas con la violencia, como el saqueo, la toma de rehenes, el establecimiento de puestos de control, el «cobro de impuestos» a la ayuda humanitaria o a las remesas de la diáspora, o con el contrabando de recursos, ya sea petróleo, drogas, antigüedades o seres humanos, por nombrar sólo algunos. Los combates entre grupos armados son poco frecuentes y la mayor parte de la violencia se dirige contra civiles; esto se debe a que los distintos grupos establecen el control territorial por medios políticos más que militares: matan o expulsan a quienes se les oponen, como, por ejemplo, a los de religión y etnia diferentes. Los desplazamientos forzosos, la limpieza étnica, la destrucción de símbolos culturales o la violencia sexual sistemática son características de las guerras contemporáneas.

Tienden a persistir en lugar de resolverse. Son muy difíciles de detener. También, suelen propagarse a través de los refugiados, las redes de contrabando o las ideologías extremistas. Son guerras de desestructuración y fragmentación de Estados. Desmantelan la autoridad estatal y transforman el poder del Estado en un archipiélago de feudos armados. Debilitan y socavan deliberadamente el Estado de Derecho. 

Las guerras son síntomas de los profundos cambios que han tenido lugar en las últimas décadas, cuando el modelo de desarrollo dominante empezó a tambalearse y las recetas neoliberales suplantaron las formas de intervención estatal típicas del modelo de desarrollo de posguerra. De hecho, las nuevas guerras podrían describirse como una forma extrema de neoliberalismo. Suelen tener lugar en sociedades autoritarias que se abren al mundo como consecuencia de la liberalización económica y política. 

Las guerras actuales tienden a persistir en lugar de resolverse. Son muy difíciles de detener. También suelen propagarse a través de los refugiados, las redes de contrabando o las ideologías extremistas.

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En términos políticos, la liberalización abre la posibilidad de protestas prodemocráticas y así es como suelen empezar las guerras. Este nuevo tipo de guerra puede interpretarse como una forma de reprimir las reivindicaciones fomentando los conflictos sectarios. Ya sea en la antigua Yugoslavia o en Siria, la mayoría de los manifestantes se oponen a la violencia y, en respuesta a ella, se transforman en grupos de la sociedad civil: proporcionan la primera respuesta humanitaria, documentan los crímenes, ofrecen mediación local, intentan mantener escuelas e instalaciones médicas, se oponen a las narrativas sectarias. Quienes recurren a la violencia suelen ser jóvenes desempleados de zonas rurales que se unen a milicias o grupos armados definidos en términos de identidad étnica o religiosa. La sociedad civil suele ser el primer objetivo de los beligerantes; muchos se marchan o son asesinados. 

En términos económicos, la típica combinación de liberalización del comercio y del capital, de privatización y estabilización macroeconómica conduce a recortes del gasto público, incluido el destinado a servicios sociales como la salud y la educación o a subvenciones alimentarias y energéticas, a un aumento del desempleo, en especial, en zonas rurales, y a la aparición de una clase de «capitalistas de connivencia» u «oligarcas» propietarios del sector público recién privatizado o contratado. La guerra acelera estos procesos. La renta nacional cae drásticamente, al igual que el gasto público y los ingresos fiscales. Aumenta el desempleo. Todo ello se ve agravado por las sanciones económicas. Surgen o se refuerzan las élites militares-criminales relacionadas con la guerra, que tienen un gran interés en que continúe el desorden8.

El papel del petróleo

Muchas veces, se argumenta que estas nuevas guerras se deben al cambio climático y que contribuyen a él. Por ejemplo, el príncipe Carlos, actual rey del Reino Unido, sugirió que la sequía causó las guerras de Darfur y Siria9. El problema de este argumento es que el hecho de que los fenómenos meteorológicos extremos provoquen o no conflictos depende de las relaciones sociales; la escasez de agua, los incendios forestales o las inundaciones pueden aumentar la cooperación social, así como intensificar los conflictos. En Siria, se puede argumentar que la incapacidad del régimen para ayudar a los afectados por la sequía fue lo que contribuyó a la guerra y no la sequía en sí. Como señaló David Livingstone: «Cuando culpamos de la violencia al clima y tratamos la lucha entre los hombres como un simple estado de la naturaleza, reducimos la complejidad de la guerra a una sola dimensión. También, eximimos a los agentes del conflicto de la responsabilidad moral de sus actos»10.

Parece que existe un claro vínculo entre la guerra y la dependencia del petróleo.

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En cuanto a las consecuencias, las pruebas son contradictorias. Las guerras pueden provocar la tala ilegal de árboles, la deforestación y destrucción de tierras agrícolas, incluso de centrales nucleares, y la falta de gestión puede implicar el agotamiento de agua, la falta de protección contra inundaciones, etcétera. Por otro lado, la reducción de la producción industrial disminuye el uso de combustibles fósiles y la escasez puede dar lugar a soluciones locales más respetuosas con el clima. Además, la disminución de la producción industrial reduce el uso de combustibles fósiles y la escasez puede conducir a soluciones locales más respetuosas con el clima. Por ejemplo, en Siria, se instalaron paneles solares para compensar la escasez de petróleo relacionada con la guerra, se han introducido nuevas prácticas agrícolas «climáticamente inteligentes» por la escasez de agua y los fertilizantes orgánicos han sustituido los químicos debido a su poca disponibilidad11.

Por otra parte, parece que existe un claro vínculo entre la guerra y la dependencia del petróleo12. Los regímenes capitalistas de tipo clientelista u oligárquico que se asocian con la guerra son casi siempre regímenes rentistas, es decir, los ingresos del Estado dependen de las rentas más que de los impuestos. La renta puede tomar la forma de ayuda económica o préstamos extranjeros o de rentas mineras o petroleras. Max Weber fue quien señaló que el carácter de los Estados se determina por el tipo de ingresos que reciben13. Cuando los Estados dependen de los impuestos, se requiere algún tipo de contrato social implícito o explícito con los ciudadanos, quienes pagan impuestos a cambio de la prestación de servicios, como policía, educación, salud, etcétera. Los Estados rentistas, en cambio, no dependen de los impuestos. Se caracterizan por la competencia política en torno al acceso a las rentas y no a la calidad de los servicios públicos14. Se ha utilizado el término «maldición de recursos» para describir esta competencia. El término «maldición de recursos» se usó originalmente para las economías en las que las formas de producción con valor añadido, como la industria manufacturera o de la agricultura, disminuyen como consecuencia del aumento de los flujos de rentas del petróleo. Sin embargo, cada vez, se utiliza más para describir el tipo de corrupción sistemática asociada con el autoritarismo y la violencia que acarrean las rentas del petróleo.

Lo que Alex de Waal denomina «mercado político» se refiere a una situación en la que los empresarios políticos compiten por el acceso a los recursos controlados por el Estado y en la que la violencia forma parte de esta competencia por defecto15. Los «capitalistas por connivencia» u «oligarcas» creados por la privatización de activos públicos o por contratos públicos son típicos de este síndrome.

Los regímenes capitalistas de tipo clientelista u oligárquico que se asocian a la guerra son casi siempre regímenes rentistas, es decir, los ingresos del Estado dependen de las rentas más que de los impuestos.

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La guerra en Ucrania 

¿Se convertirá la guerra de Ucrania en otro conflicto irresoluble?16 El régimen de Putin puede compararse con el de Milošević, en Yugoslavia, o con el de Assad, en Siria. Putin se ha librado de este tipo de conflictos desde que llegó al poder: Chechenia, Georgia, Siria. A través de estas guerras, se ha construido una narrativa en la que un poder cleptocrático criminalizado se define cada vez más como una gran potencia basada en el nacionalismo étnico. La guerra en Ucrania comenzó, en realidad, en 2014 y puede interpretarse como un intento deliberado de suprimir las demandas democráticas expresadas en el Euromaidán y de fomentar las tensiones étnicas. Surgió directamente de la estrategia de Guerassimov; el jefe del Estado Mayor ruso acuñó el término «guerra no lineal» en un artículo, en febrero de 2013, para describir un nuevo tipo de «operación especial» en la que el uso de tecnología de la información, de fuerzas especiales y de oposición interna puede producir rápidamente una «red de caos, desastre humanitario y guerra civil»17. Podría decirse que esta nueva fase de la guerra es una expresión de la necesidad de Putin de mantener y reproducir la ideología que sustenta su posición política y, quizás, una reacción desesperada ante la perspectiva de la retirada del petróleo.

El lado ucraniano, sin embargo, es diferente. Para Ucrania, se trata de una competencia según la lógica bélica clásica de Clausewitz. Es una lucha entre el putinismo (el sistema nacionalista étnico criminalizado) y un Estado civil. Casi todo el país se moviliza en el esfuerzo de guerra mediante actividades llevadas a cabo por actores de la sociedad civil; en particular, el énfasis en el derecho internacional y los esfuerzos por reunir pruebas de crímenes de guerra no tienen precedentes. Además, la idea dominante de Ucrania es más cívica que étnica, es decir, la idea de una entidad política que incluye a ucranianos, rusos, judíos, polacos, tártaros de Crimea, etcétera; una idea que se cimentó durante las protestas del Maidán. Aunque Ucrania tiene sus propios oligarcas y se ha enfrentado a una corrupción generalizada, se están haciendo enormes esfuerzos para reducir la corrupción y preservar la infraestructura social.

Aunque Ucrania tiene sus propios oligarcas y se ha enfrentado a una corrupción generalizada, se están haciendo enormes esfuerzos para reducir la corrupción y preservar la infraestructura social.

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¿Pero cuánto tiempo puede durar esto? Si Ucrania es capaz de llevar a cabo una contraofensiva, ¿podría llegar al uso de armas nucleares? ¿Existe el riesgo de un conflicto irresoluble a las puertas de Europa si se convierte en una prolongada lucha de desgaste en la región del Donbass? Del lado de Rusia, ya existen muchas características de la guerra contemporánea: bombardeos deliberados contra civiles, violencia sexual, lo que parece ser un saqueo sistemático, campañas de desinformación insensatas y aterradoras. ¿Es concebible que, en el lado ucraniano, el odio hacia Rusia se dirija contra los rusos étnicos y que el armamento generalizado de los civiles para resistir a los rusos se utilice para saquear y cometer otros delitos a medida que se acumula la escasez, lo que debilitará, así, el espíritu cívico ucraniano? También existe el riesgo de que las sanciones económicas contra Rusia, necesarias para expresar la indignación, fragmenten y criminalicen aún más a la sociedad rusa. Cualquier solución diplomática, por supuesto, preferible sobre la continuación de los combates, probablemente congelaría las posiciones territoriales actuales, lo que les permitiría a las bandas criminales extremistas controlar las partes ocupadas por Rusia, como ocurrió en Crimea, y mantener una presión permanente sobre Ucrania, quizás, en forma de injerencia constitucional, como ocurrió en el anterior acuerdo de Minsk.

Los países occidentales caminan por la cuerda floja entre el riesgo de escalada y aniquilación, las consecuencias de intentar ganar en términos clásicos de Clausewitz, y el apoyo a Ucrania de cualquier forma posible para evitar que Rusia gane. Lo que aprendemos de esta experiencia es que las invasiones modernas no sólo son censurables e ilegales, sino que nunca pueden tener éxito en términos clausewitzianos. No se pueden ganar, pero pueden ser terriblemente destructivas y producir las nuevas condiciones sociales de una guerra inminente. 

Entonces, ¿cómo deben organizarse las fuerzas militares a disposición de los Estados democráticos y cívicos? ¿Qué tipo de acuerdos y políticas internacionales podrían minimizar el riesgo de violencia?

La guerra en Ucrania nos enseña que las invasiones modernas no sólo son censurables e ilegales, sino que nunca pueden tener éxito en términos clausewitzianos. No se pueden ganar.

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De la seguridad nacional a la seguridad humana

Cuando terminó la Guerra Fría, muchos esperaban que la OTAN y el Pacto de Varsovia se disolvieran y que fueran sustituidos por un nuevo sistema de seguridad paneuropeo que incluyera a Rusia: era la «Casa Común Europea» de Gorbachov o la «Seguridad Común»18 de la Comisión Palme. La idea era un sistema de seguridad basado en las tres vertientes de Helsinki establecidas en el Acuerdo de Helsinki de 1975:

  • la seguridad y la aceptación del statu quo territorial, es decir, la ausencia de guerras agresivas;
  • cooperación económica, social y cultural;
  • derechos humanos.

Puede afirmarse que estos tres componentes constituyen lo que más tarde se definió como seguridad humana. El Proceso de Helsinki y, posteriormente, la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (CSCE) se institucionalizaron tras el final de la Guerra Fría como Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). Sin embargo, nunca se convirtió en el marco de seguridad dominante para los países europeos, como se tenía previsto en un principio. En cambio, la OTAN, organización basada en la seguridad de países y bloques, se desarrolló con el clásico aparato militar de combate. 

La seguridad humana suele definirse como la seguridad de las personas y las comunidades en las que viven, en el contexto de múltiples amenazas económicas, medioambientales, sanitarias y físicas, por oposición a la seguridad de los Estados y las fronteras frente a la amenaza de ataques extranjeros. El término se utilizó, por primera vez, en el Informe sobre Desarrollo Humano de 1994 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que hacía hincapié en el desarrollo económico y social como medio para prevenir la guerra; éste no ha dejado de ser el principal enfoque de la seguridad humana en los círculos de la ONU. Más tarde, se combinó con ideas canadienses sobre cómo utilizar la fuerza militar para hacer cumplir los derechos humanos y dio lugar al concepto de «responsabilidad de proteger». Sin embargo, más relevante para nuestro debate es la forma en la que se ha utilizado el término, primero, por la Unión Europea y, luego, por la OTAN.

En un contexto global, la seguridad humana consiste en extender los derechos individuales más allá de las fronteras nacionales y desarrollar herramientas a escala regional o mundial para prestar servicios de emergencia en situaciones en las que los Estados carecen de capacidad o son ellos mismos fuente de amenazas existenciales.

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A principios de la década del 2000, el Grupo de Estudio sobre las Capacidades Europeas de Seguridad, que, posteriormente, pasó a denominarse Grupo de Estudio sobre Seguridad Humana, le presentó al entonces Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad Común, Javier Solana, una serie de informes sobre las capacidades europeas19. El Grupo de Estudio propuso una doctrina de seguridad humana para que la Unión Europea se distinguiera en materia de seguridad. Según esta versión, la seguridad humana es la que disfrutan las personas en sociedades donde se respeta el Estado de Derecho. Se supone que el Estado protege a las personas de las amenazas existenciales y que los servicios de emergencia, incluidos los servicios de ambulancias, bomberos y policía, forman parte de las prestaciones del Estado. En un contexto mundial, la seguridad humana consiste en extender los derechos individuales más allá de las fronteras nacionales y desarrollar herramientas a escala regional o mundial para prestar servicios de emergencia en situaciones en las que los Estados carecen de capacidad o en las que ellos mismos son fuente de amenazas existenciales. El Grupo de Estudio también propuso una fuerza de seguridad humana compuesta tanto por civiles como por militares y basada en una serie de principios muy diferentes de los que se aplican para los militares en un papel de combate tradicional. El compromiso con la seguridad humana se reiteró en la Estrategia Global y en la Brújula Estratégica20 y estas propuestas de un enfoque de seguridad humana tuvieron eco en el discurso sobre el Estado de la Unión de 2021 de Ursula von der Leyen:

«La Unión Europea es un garante único de la seguridad. Habrá misiones en las que no estarán presentes la OTAN ni la ONU, pero sí la UE. Sobre el terreno, nuestros militares trabajan hombro con hombro con policías, abogados y médicos, con cooperantes y activistas de derechos humanos, con profesores e ingenieros. Podemos combinar lo militar y lo civil, la diplomacia y el desarrollo, y tenemos un largo historial de consolidación y mantenimiento de la paz»21.

Más recientemente, el término seguridad humana ha sido adoptado tanto por la OTAN como por algunos de sus Aliados. En 2019, se creó una Unidad de Seguridad Humana en la Oficina del Secretario General de la OTAN. La seguridad humana se entendió como un término paraguas que engloba la construcción de la integridad (anticorrupción), la protección de los civiles, la protección de los bienes culturales, la protección de los niños en conflictos armados, la violencia sexual y de género relacionada en conflictos, la trata de seres humanos, y de mujeres, la paz y la seguridad. Varios miembros de la OTAN también han aplicado el concepto de seguridad humana en líneas similares. Entre ellos, figuran Canadá, Bélgica, Portugal, Italia (en relación con el patrimonio cultural), Reino Unido, Países Bajos, Alemania y Francia. En el Concepto Estratégico 2022, resultado de la Cumbre celebrada en Madrid, en junio de 2022, la OTAN «hace hincapié» en la necesidad de «integrar» la seguridad humana, así como el cambio climático y la agenda «Mujeres, Paz y Seguridad»22

En términos de defensa colectiva, existe una clara necesidad de defender a los miembros de la OTAN frente a los ataques, como en el caso de Ucrania. Pero esto no es lo mismo que entrar en una competición militar de carácter geopolítico.

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Estos acontecimientos sugieren que existen oportunidades para que la OTAN avance hacia el tipo de planteamiento de seguridad que caracteriza a la PCSD y que, en un principio, se previó para la organización de la seguridad paneuropea a través del Proceso de Helsinki cuando finalizó la Guerra Fría. Se puede argumentar que el pilar europeo de la OTAN se ha reforzado, en parte, durante y tras los años de Trump, en los que Estados Unidos ha estado menos presente, pero, sobre todo, que se ha impulsado por la guerra de Ucrania y la inminente adhesión de Suecia y Finlandia. El nuevo modelo de fuerzas propuesto en el Concepto Estratégico 2022 aumentará el número de fuerzas preparadas a disposición de la OTAN, que probablemente serán europeas23. Si realmente se quiere pasar de la seguridad nacional a la seguridad humana, o de una alianza principalmente geopolítica a otra más acorde con los derechos humanos y el Estado de Derecho internacional, esto debería implicar las tres cestas de Helsinki. 

El primer aspecto, la seguridad, requiere un cambio fundamental en la postura militar. No se trata sólo de proteger a los civiles paralelamente a las operaciones militares, sino de dar prioridad, en sí, a la protección de los civiles. En la actualidad, las fuerzas de la OTAN se rigen por el Derecho Internacional Humanitario (DIH) o Derecho de Guerra. Un principio importante del DIH es lo que se conoce como «necesidad», «proporcionalidad» o «doble efecto». La idea que subyace a estos conceptos es que matar o herir a civiles enemigos puede estar justificado si es un efecto secundario inevitable de un ataque contra un objetivo militar, si es necesario para ganar la guerra, si no es intencionado y si el daño causado es proporcional al que podría causarse si no se destruyera o capturara al objetivo militar. El enfoque de la seguridad humana implica que los derechos humanos tienen prioridad sobre el derecho internacional humanitario y que la protección de los civiles está por encima de la victoria militar. En otras palabras, el principio es inverso. Así pues, matar, o, mejor aún, detener, a los enemigos está justificado siempre que sea necesario para proteger a los civiles. ¿Qué significa esto para las misiones principales de la OTAN?

En términos de defensa colectiva, existe una clara necesidad de defender a los miembros de la OTAN de ataques, como en el caso de Ucrania, pero esto no es lo mismo que entrar en una competencia militar de carácter geopolítico. En los años ochenta, la postura ofensiva de la OTAN y los peligros de las armas de destrucción masiva suscitaron muchas preocupaciones. Podría ser útil revisar las propuestas de lo que solía denominarse disuasión defensiva24, es decir, la disuasión de ataques extranjeros mediante una postura defensiva convencional creíble en lugar de mediante la amenaza de represalias nucleares o convencionales. Ésta es la idea que subyace a la noción de «suficiencia razonable» de Gorbachov. Se han presentado propuestas de defensa de zona o defensa en profundidad, que habrían implicado la retirada de las armas nucleares, así como de las capacidades ofensivas convencionales, como bombarderos o tanques en gran número (aunque algunos son, obviamente, necesarios con fines defensivos). Es interesante preguntarse si Putin habría invadido Ucrania de haberse dado cuenta de que este país iba a montar una defensa convencional tan eficaz. 

El objetivo es poner fin a las guerras mitigando los conflictos y reduciendo los incentivos para la violencia, más que mediante la victoria o un único acuerdo de paz impuesto por arriba.

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En cuanto a la gestión de crisis, es decir, la intervención en conflictos irresolubles, el objetivo es ponerle fin a las guerras mitigando el conflicto y reduciendo los incentivos para la violencia, más que mediante la victoria o un único acuerdo de paz. El establecimiento de una autoridad política legítima e integradora y del Estado de Derecho es fundamental para este objetivo. Las intervenciones de seguridad humana siempre están dirigidas por civiles e implican una combinación de agentes civiles y militares. Las tareas de un ejército (de intervención exterior) en estas circunstancias podrían incluir las siguientes: proteger a los civiles de los ataques y crear un entorno seguro en el que pueda establecerse una autoridad política legítima; supervisar y hacer cumplir los acuerdos de paz y el cese de fuego local como parte de un proceso de consolidación de la paz a varios niveles en el que participe la sociedad civil, en especial, las mujeres; crear un espacio humanitario mediante corredores y refugios seguros que permitan la entrega de ayuda humanitaria; detener a los criminales de guerra. Los británicos en Irlanda del Norte o la misión contra la piratería dirigida por la UE en el Golfo de Adén han adoptado enfoques similares, que han combinado la detención de piratas con medidas no militares como la introducción de permisos de pesca en la costa somalí.

Esto es muy diferente de la contrainsurgencia y el contraterrorismo, donde el objetivo es la victoria sobre un enemigo. En Afganistán, por ejemplo, el objetivo era la destrucción de los talibanes, de Al Qaeda y, más tarde, del Estado Islámico en Jorasán, en lugar de la seguridad de los afganos. Esto significaba continuar con los ataques que legitimaron la insurgencia y aliarse con comandantes corruptos que socavaban la legitimidad del gobierno afgano. También marginó a la dirección civil de la intervención internacional, lo que incluyó al Representante Especial de la ONU25

El segundo aspecto, la cooperación económica, social y cultural, debe considerarse con la misma atención. Es necesaria la cooperación, incluso con regímenes autoritarios, en materia de cambio climático y lucha contra pandemias. Es necesario un enfoque económico y social alternativo en las zonas de guerra contemporáneas para generar medios de vida legítimos que sustituyan a los sistemas económicos criminalizados, violentos y fragmentados de la guerra, así como un enfoque cultural que haga hincapié en las alternativas cívicas al sectarismo étnico y religioso. En el caso de Ucrania, por ejemplo, las medidas deberían incluir una inversión pública mucho mayor en infraestructuras y servicios sociales, así como la introducción de una fiscalidad progresiva y la condonación de la deuda para aumentar el empleo y la producción nacionales y financiar el esfuerzo bélico26. En la actualidad, el desempleo alcanza una tasa del 35 % y los salarios descienden, una situación típica de los conflictos irresolubles, en los que la gente no tiene más remedio que recurrir a fuentes de ingresos violentas y/o delictivas. Esta situación debe invertirse para que Ucrania no se hunda en un estado social típico de los conflictos sin salida. 

Es necesaria la cooperación, incluso con regímenes autoritarios, en materia de cambio climático y lucha contra las pandemias.

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Este cambio de política económica también es necesario en el contexto más amplio de la transición energética. La idea de un Pacto Verde implica tanto una mayor intervención estatal como un mayor énfasis en la justicia social. 

También es necesario recalibrar las sanciones contra Rusia y, de hecho, contra otras partes del mundo donde se aplican medidas restrictivas. Las sanciones económicas son un medio importante y no violento de expresar desaprobación, pero la aplicación generalizada de sanciones suele afectar de forma desproporcionada a la población y no a las élites políticas y económicas, que disponen de numerosos medios para eludirlas, lo que puede tener efectos polarizadores contraproducentes. Por otra parte, las sanciones sobre el petróleo y el gas son muy importantes. De hecho, reducir la dependencia de los combustibles fósiles puede considerarse una herramienta para matar de hambre a los Estados petroleros y contrarrestar las guerras. 

Por último, los derechos humanos y la difusión del derecho internacional, o lo que Teitel denomina el derecho de la humanidad, son un componente esencial de la seguridad humana27. Esto podría incluir medidas como la ampliación del número de miembros de la Corte Penal Internacional, la creación de tribunales especiales para tratar los crímenes de guerra o los crímenes contra la humanidad y la extensión de la jurisdicción universal. Deben tenerse en cuenta los delitos climáticos. 

Conclusión

El elevado precio del petróleo y del gas no sólo está relacionado con la guerra en Ucrania. Es un síntoma del agotamiento del modelo de desarrollo posterior a la Segunda Guerra Mundial, combinado con otros «síntomas mórbidos» como el autoritarismo y los conflictos irresolubles. El petróleo era el principal factor de producción del modelo de desarrollo de posguerra y el petróleo barato era una condición para la prosperidad económica continua. Hoy, la condición para renovar la prosperidad y la estabilidad es la transición a las energías renovables y, sobre todo, a la eficiencia energética. Sin embargo, es probable que esta transición sea turbulenta y que requiera un cambio hacia un conjunto diferente de acuerdos políticos internacionales.

El elevado precio del petróleo y del gas no sólo está relacionado con la guerra en Ucrania. Es un síntoma del agotamiento del modelo de desarrollo posterior a la Segunda Guerra Mundial, combinado con otros «síntomas mórbidos» como el autoritarismo y los conflictos irresolubles.

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Si no se actúa frente al cambio climático, lo más probable es que la humanidad se extinga. Sin embargo, el tipo de guerra interestatal que ha provocado transformaciones políticas, económicas y sociales fundamentales en el pasado también conduciría a la extinción de la humanidad si se librara en la actualidad. Paradójicamente, las amenazas nucleares, las fugas deliberadas de gas y el trato despreocupado de Putin en cuanto a los reactores nucleares llaman la atención sobre el doble desafío existencial al que nos enfrentamos. Por lo tanto, la transición actual tiene que ver tanto con la lucha contra el cambio climático como con el fin de la guerra.

Este documento se centró en los cambios potenciales dentro de la Unión Europea y de la OTAN que podrían conducir a un cambio de las posturas de seguridad nacional basadas en el supuesto de la guerra interestatal a un enfoque de seguridad humana que implicaría un estado de derecho internacional basado en los derechos. Estos cambios constituyen un posible modelo para otras regiones. En la Unión Africana y en América Latina, se están produciendo avances paralelos, pero aún hay conflagraciones aterradoras en Oriente Medio; aún vemos la profundización de la autocracia en la India y China y el riesgo de tipos de guerra similares en sus fronteras. La implantación mundial de la seguridad humana está inextricablemente ligada con la acción mundial contra el cambio climático: dos retos extremadamente difíciles.

Notas al pie
  1. Ver le Grand Continent, Politiques de l’interrègne : Chine, pandémie, climat, Gallimard, marzo 2022
  2. Prison Notebooks Volume II, Notebook 3, 1930, Édition de 2011, SS-34, Past and Present 32-33.
  3. Carl Von Clausewitz, Michael Howard y Peter Paret, On War, Princeton : Princeton University Press, 2008.
  4. Charles Tilly, Coercion, Capital, and European States, AD 990-1990, Cambridge, Mass., USA : B. Blackwell, 1990.
  5. Geoffrey Parker, The Military Revolution : Military Innovation and the Rise of the West, 1500-1800, 2nd Ed., Cambridge ; New York : Cambridge University Press,1996, 62 ; Margaret Macmillan, War : How Conflict Shaped Us, London : Profile Books, 2020
  6. Modelski, George. Long Cycles in World Politics. Basingstoke : Macmillan, 1987
  7. Mary Kaldor, The Imaginary War : Understanding East-West Conflict.
  8. Para una descripción más detallada de la nueva economía de guerra, véase Mary Kaldor, New and Old Wars: Organised Violence in a Global Era, 3ª edición, Polity Press: Cambridge, 2012, capítulo 4; Michael C. Pugh, Neil Cooper y Jonathan Goodhand, War Economies in a Regional Context: Challenges of Transformation, International Peace Academy Project, Boulder, Co: Lynne Rienner Publishers, 2004.
  9. ‘Prince Charles : Climate Change may have helped cause the Syrian Civil War’ the Guardian, 23 de noviembre 2015.
  10. David Livingstone ‘Stop Saying Climate Change Causes War’ Foreign Policy Magazine, 4 de diciembre 2015.
  11. Turkmani, Mehchy and Gharibah, Building Resilience in Syria ; assessing fragilities and strengthening positive coping mechanisms, 2022. Published by The Peace and Conflict Resolution Evidence Platform.
  12. Yahia Said, Mary Kaldor, Terry Lynn Karl Oil Wars Pluto Press, London, 2007
  13. Terry Karl The Paradox of Plenty : Oil Booms and Petrostates University of California Press, 1997
  14. Beblawi, Hazem ; Luciani, Giacomo The Rentier State. Routledge, 1987.
  15. Alex de Waal, The Real Politics of the Horn of Africa – Money, War and the Business of Power Polity Press, 2015.
  16. Pierre Charbonnier, El nacimiento de la ecología de guerra, el Grand Continent, marzo 2022. Ver igualmente : Géopolitiques, réseaux, énergie, environnement, nature, L’écologie de guerre, un nouveau paradigme, bajo la dirección de Pierre Charbonnier, Groupe d’études géopolitiques, septiembre 2022.
  17. The ‘Gerasimov Doctrine’ and Russian Non-Linear War, In Moscow’s Shadows (founderscode.com)
  18. Neil Malcom ‘The Common European Home and Soviet European Policy’ International Affairs Vol. 65, No. 4, Autumn, 1989 ; ‘Common Security : A Blueprint for Survival’ Independent Commission on Disarmament and Security, Simon and Schuster, 1982 (Comisión Palme).
  19. A Human Security Doctrine for Europe : The Barcelona Report of the Study Group on European Capabilities, Barcelona, 2004 ; The European way of Security : The Madrid Report of the Human Security Study Group, Madrid 2007.
  20. A Strategic Compass for Security and Defence | EEAS Website (europa.eu)
  21. Discurso sobre el estado de la Unión Europea 2021 de la presidenta von der Leyen.
  22. Concepto estratégico de la OTAN 2022
  23. Sven Biscop, The New Force Model : NATO’s European Army ?, Egmont Policy Brief 285, Septiembre 2022
  24. A. Boserup and R. Neild, The Foundations of Defensive Defence, Palgrave, Macmillan, London, 1990
  25. Mary Kaldor ‘The main lesson from Afghanistan is that the War on Terror does not Work’ Guardian24 August 2021 ; Rangelov, Iavor and Theros, Marika (2019) Political functions of impunity in the war on terror : evidence from Afghanistan. Journal of Human Rights, 18 (4). 403 – 418. ISSN 1475-4835
  26. Luke Cooper Mary Kaldor, In Europe’s gift : How to avoid a Ukraine ‘forever war’, ECFR, 26 de septiembre 2022
  27. Rudi Teitel Humnaity’s law Oxford University Press, 2013