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El discurso de Aroa Moreno Durán

El 18 de diciembre, la escritora española Aroa Moreno Durán ganó el Premio Grand Continent 2022 por su novela La bajamar. He aquí en exclusividad el discurso que pronunció en la premiación.

Las buenas noticias inesperadas son una explosión de alegría. Y más en un oficio como este. Uno escribe en completa soledad y de pronto esas palabras llegan a otros lugares, a otros lectores y lectoras, a cumbres altas y heladas como esta o a las tierras bajas que toca el mar.

Es un honor estar aquí hoy para recibir este premio. Si el Mont Blanc no es el corazón de Europa, porque Europa tiene muchos corazones, será su faro. Esta cumbre vigila a los que habitamos sus territorios y su historia. Lo hace desde antes de que los primeros pueblos llegaran a este continente y lo seguirá haciéndo cuando nos marchemos.

Recibir un premio que trasciende a mi país es una alegría muy grande. Porque tanto en mi primera novela, La hija del comunista, como en La bajamar, hay una fe mía expresa en la importancia de la comunidad de la que formamos parte. Más allá de nuestras fronteras, más allá de nuestras naciones.

Hemos sido y somos tierra que camina y mestizaje. Y eso debemos seguir siendo: puertas abiertas, abrazo, lugares de llegada para el que deja una vida atrás, sean cuales sean sus razones. Como la mujer que acoge en Bélgica a las niñas exiliadas de mi novela, solidaridad. Que no se nos pase esa palabra. Ni la empatía. Ni la memoria.

Pensábamos que estábamos a salvo. Hace algo más de dos años que nos sentíamos protegidos en nuestro limpio primer mundo. Pero llegó una pandemia y después una guerra y supimos lo que significa la fragilidad, supimos que todo puede perderse si no es salvaguardado bajo férreas convicciones.

Hay una imagen en mi novela en la que una maternidad de San Sebastián, en Euskadi, es bombardeada durante la guerra civil española, en 1936. Esa misma imagen pude verla por televisión en Mariupol hace sólo unos meses. Madres saliendo de los escombros de la guerra con sus niños en brazos. Escalofriante.

También sucede en La bajamar que una mujer pone a sus hijos en un barco sin destino conocido para salvarlos. Otra vez la imagen se repitió. Esa vez fue en Kabul, una mujer entregaba un bebé a un soldado para sacarlo de Afganistán, no importaba a dónde. Quería salvar su vida.

Claro que la historia se repite. Pregúntenle a ellas. Y aunque la literatura no pueda hacer nada para cambiarlo, en las palabras consta una voluntad de luz. La literatura dice esto que ves ahora sucedió. Con la literatura doblegamos aquello que no entendemos. Y en aquello que no entendemos laten asuntos tan individuales como el amor y tan colectivos como la guerra.

Esta novela habla de las mujeres y de las niñas de las retaguardias. Habla de todo aquello que ellas hicieron mientras la historia pesaba sobre sus espaldas. Historias íntimas vapuleadas por la gran historia. Política llegando a lo más profundo e íntimo: la crianza, dar a la luz, el violento silencio sobre la mesa de nuestras cocinas.

A ellas: madres (sobre todas, claro, a la mía), hijas, abuelas, a todas las que doblegaron la historia, a las que resistieron, a las que se rebelaron y también a las que no pudieron hacerlo, les escribí esta novela.

Muchas gracias.

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