A medida que se acercan las midterms del 8 de noviembre, ¿estamos en un punto de ruptura para la sociedad estadounidense? 

Las midterms serán, ante todo, un referéndum sobre el alma estadounidense que nos permitirá entender mejor el estado de la sociedad norteamericana. En este caso, sí es posible que nos encontremos en un punto de ruptura. El momento de estas elecciones será tan crucial como la dificultad para predecir su resultado: las encuestas ya no son muy fiables que digamos, pues las emociones son tan fuertes y profundas que ninguna encuesta puede reflejar realmente este fenómeno. 

Utilizo la palabra referéndum porque, en los últimos meses, ha entrado en juego un nuevo parámetro: el voto demócrata femenino y la reacción de estas jóvenes al acudir a las urnas ante el fin del derecho al aborto. Es posible que haya una gran reacción contra la decisión del Tribunal Supremo, lo que implicaría una renovación del partido demócrata. Sin embargo, de nuevo, es imposible predecirlo y los resultados dependerán de lo que, en Estados Unidos, conocemos como turn out. En Kansas, por ejemplo, un estado con una tendencia republicana muy marcada, el referéndum sobre la eliminación del aborto en la Constitución estatal causó una gran sorpresa: a la pregunta «¿debería modificarse la Constitución de Kansas para eliminar la protección del derecho al aborto?», el 58.8 % de los votantes contestó que  no. El presidente Biden comprende la importancia de esta cuestión y se esfuerza por enfocarse en los temas del aborto y de Roe vs Wade en esta campaña.

Las encuestas, si nos fiamos un poco de sus expectativas, predicen un giro en ambas cámaras (la Cámara de Representantes [en México, Cámara de Diputados] y el Senado) hacia el partido republicano. Sin embargo, no debemos limitarnos a esta dinámica tan general: estas elecciones también están vinculadas a cuestiones y personalidades locales. En Georgia, por ejemplo, el exfutbolista Herschel Walker, elegido por los republicanos por ser una figura célebre y por sus posiciones particularmente conservadoras, recibió un golpe a su campaña por las revelaciones sobre su vida privada: se dice que financió el aborto de una de sus compañeras.  

En su opinión, la presidencia de Trump marcó el regreso del nacionalismo blanco en primer plano, un fenómeno que divide profundamente a la sociedad estadounidense hasta el punto en el que usted establece un paralelismo con la Guerra Civil de Estados Unidos. ¿Podría explicarnos en qué consiste ese nacionalismo blanco?

Un tema estructura, efectivamente, todas las campañas republicanas: el nacionalismo blanco. El discurso de Donald Trump1 es especialmente claro al respecto y sus recientes comentarios antisemitas lo respaldan: los judíos estadounidenses son, según el expresidente, «malagradecidos». Ron de Santis, gobernador de Florida y principal figura del partido republicano, también es partícipe de esto: insiste mucho en cuestiones de inmigración y hace todo lo posible por trasladar a los indocumentados a los «estados santuario», en ciudades como Nueva York o Chicago.

Un tema estructura, efectivamente, todas las campañas republicanas: el nacionalismo blanco.

BERNARD E. HARCOURT

Este nacionalismo blanco volvió a ser especialmente virulento cuando Trump asumió la presidencia y, desde entonces, no ha hecho nada más que enfatizarse. De Santis, posible candidato a la presidencia en 2024, utiliza los mismos ejes de nacionalismo y de racismo que Trump, quien también lo apoyó en las elecciones de Florida de 2018.

Usted desarrolló la idea de una «internacional populista». Estos movimientos de base, como el trumpismo o el bolsonarismo, están calando en las sociedades que los vieron surgir. Más recientemente, parece que la llegada de Giorgia Meloni al frente de Italia refuerza esta internacional. ¿Podría hablarnos al respecto?

Traté de mostrar, a través de esta expresión, la idea de que el viejo internacionalismo comunista que funcionó hasta la caída de la URSS fue sustituido, ahora, por una internacional populista, por un conjunto de vínculos entre líderes que pueden ser calificados como populistas nacionalistas, como Trump, Bolsonaro, Erdogan, Modi, Orban y, ahora, Meloni. Esto no quiere decir que Trump y Bolsonaro estuvieran empleando estrategias idénticas, sino que se respaldaban mutuamente y permitían que movimientos similares se extendieran a otros países.

La llegada al poder de Meloni es, por lo tanto, muy interesante, en primer lugar, porque es mujer, lo que deja de lado, al menos de manera superficial, la dimensión de género del populismo. También es interesante por el papel de Silvio Berlusconi en el gobierno, que realmente consolida el populismo en este contexto italiano. Una mujer puede unir al país, pero Berlusconi tuvo un papel central.

Meloni es una persona interesante porque creo que no es tan de derecha como alguien como Berlusconi o como el Movimiento 5 Estrellas. Ciertamente, proviene de un partido directamente vinculado con el fascismo italiano original; eso no se puede negar, por supuesto. Sin embargo, su posición sobre Ucrania es, entre otras cosas, centrista. Esa postura es similar a la de Marine Le Pen: hay una especie de ablandamiento implementado para atraer a personas que no suelen ser el objetivo central de la extrema derecha, aunque el partido no deje de ser de extrema derecha.

Este ablandamiento no les cuesta nada: apoyar a Putin es políticamente perjudicial, mientras que criticar la invasión de Ucrania lo hace a uno más respetable.

¿Esta internacional populista puede calificarse, por lo tanto, como una internacional racista? ¿El nacionalismo blanco es el punto central de estos movimientos?

Esta cuestión está relacionada con la lógica contrarrevolucionaria que traté de estudiar en mi libro The Counterrevolution2: la idea según la cual sólo hay enemigos internos para el poder vigente. En Estados Unidos, pero también en muchos otros países, estos enemigos internos son los inmigrantes, los indocumentados que vienen de América Latina (en el caso de Estados Unidos) y de África y de Medio Oriente (en el caso de algunos países europeos).

Es una lógica de polarización en la que una minoría activa, los contrarrevolucionarios, debe luchar contra la otra minoría activa, el enemigo interno, mientras que la mayoría de la población, las «masas dóciles», no entienden lo que está en juego y ni siquiera ven esta lucha. Ante esta incomprensión, la minoría contrarrevolucionaria considera que su papel es dirigir una contrainsurrección.

Por lo tanto, una parte de la población estadounidense acepta cada vez más el uso de la violencia: casi una cuarta parte de los estadounidenses encontraría una justificación para el uso de la violencia contra el Estado y podemos ver las consecuencias extremas de esto, en especial, con el ataque al marido de Nancy Pelosi.

Con la insurrección del 6 de enero, en Estados Unidos, lo que realmente vimos es la teoría de la contrarrevolución pasar de la metáfora a la realidad. Todos los negacionistas que rechazan la victoria de Joe Biden en las elecciones de 2020 creen que están trabajando para salvar a la nación estadounidense. Esta mentalidad contrarrevolucionaria es la que se está apoderando del alma del partido republicano estadounidense.

Con la insurrección del 6 de enero, en Estados Unidos, lo que realmente vimos es la teoría de la contrarrevolución pasar de la metáfora a la realidad.

BERNARD E. HARCOURT

¿Podría repasar la genealogía del concepto de contrarrevolución?

En primer lugar, hay que señalar que este término tiene un significado un tanto particular en Francia, ya que alude a la contrarrevolución como reacción a la Revolución Francesa. El término que utilicé en inglés, counterrevolution, tenía mucho más sentido en un contexto lingüístico anglosajón que en uno francés.

Sin embargo, hay que añadir inmediatamente que The Counterrevolution se publicó en 2018, mucho antes del asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021. Esta insurrección representa muy bien la culminación de la contrarrevolución que intentaba describir, pero, esta vez, en un sentido tradicional francés. El objetivo de esta insurrección era, precisamente, derrotar al sistema democrático que se había inaugurado con la revolución estadounidense de 1776. En este sentido, el 6 de enero fue el día de un movimiento contrarrevolucionario al estilo francés, motivado por el nacionalismo blanco. La toma del Capitolio representa, así, la fusión de la guerra moderna con la contrarrevolución: por un lado, el aspecto de una minoría que se considera contrainsurgente, utilizando la lógica de la guerrilla contra los enemigos internos, y, por otro, el objetivo de derrocar esta democracia, fruto de la revolución estadounidense, con la motivación de un retorno a la guerra de razas del siglo XIX, concepto que Foucault estudió muy bien en «Il faut défendre la société».

En el contexto estadounidense, la lógica de la guerra de contrainsurgencia remite a las estrategias desarrolladas en los años 1950 y 1960 por los franceses en Argelia y en Indochina, por los británicos en Malasia, por los estadounidenses en Vietnam. En el contexto estadounidense, es una verdadera estrategia de contrainsurgencia.

Inmediatamente después del 11 de septiembre, estas estrategias se trasladaron a suelo estadounidense y fueron un recurso de diferentes administraciones tanto republicanas como demócratas. La lógica partió, por supuesto, de George W. Bush al utilizar la tortura para tratar de obtener información o para tratar de eliminar a una pequeña minoría terrorista, según lo que David Galula había teorizado y lo que  Francia había aplicado durante la guerra de Argelia.

En efecto, el general David Petraeus, quien realizó una tesis en Ciencias Políticas en la Universidad de Princeton y quien, un tiempo después, fue nombrado por George W. Bush para dirigir la coalición militar en Irak, retoma directamente los escritos de los comandantes franceses de la guerra de Argelia, en particular, de David Galula, en su libro Field manual for counterinsurgency warfare, un manual para los soldados estadounidenses, en el que teoriza verdaderamente la práctica de la contrainsurgencia estadounidense.

Entonces, ¿para qué sirvieron estas teorías?

En primer lugar, estas teorías se aplicaron principalmente en Afganistán e Irak. Sin embargo, después de haberse difundido a través de la acción militar, fueron el recurso de distintas administraciones estadounidenses para todas las relaciones internacionales, en especial, con el uso de drones en países con los que no estábamos en guerra, como Pakistán. La administración de Obama fue la que aumentó el uso de drones y misiles de ataque. Por lo tanto, a partir de 2008, Estados Unidos aplica estas estrategias no sólo en un contexto bélico puntual, sino también en un contexto internacional más amplio. Todas las escuchas, los dispositivos panópticos y la vigilancia digital masiva de la NSA en todo el mundo siguen esta lógica.

Esta estrategia se desarrolló, finalmente, en el propio suelo de Estados Unidos, dentro del país, con la paramilitarización de la policía. Esta lógica seguía un patrón bastante continuo, aunque podía adoptar diferentes formas. Para el hijo de Bush, fue claramente el uso de la tortura, el uso de black sites o la apertura de Guantánamo para la detención indefinida (a priori, no justificada legalmente) de personas que, en su mayoría, no han ido a juicio, siguiendo el ejemplo de Abdul Latif Nasir, a quien representé y quien pasó 20 años en Guantánamo sin haber sido nunca acusado de un delito.

¿Esto es una negación del Estado de Derecho estadounidense?

Es una pregunta muy interesante.

En esencia, sí, es una negación del Estado de Derecho. Es una negación de todos los principios constitucionales fundamentales de Estados Unidos y, principalmente, de lo que se conoce, en Estados Unidos, como el debido proceso, es decir, a lo que los ciudadanos estadounidenses tienen derecho en términos de procedimiento. La base misma del derecho constitucional estadounidense es transgredida aquí. Sin duda, el uso de la tortura, la apertura de Guantánamo y la detención sin cargos son exactamente opuestos a los principios constitucionales de Estados Unidos como Estado de Derecho, en la base misma del establecimiento de la república estadounidense.

En el contexto estadounidense, la lógica de la guerra de contrainsurgencia remite a las estrategias desarrolladas en los años 1950 y 1960 por los franceses en Argelia y en Indochina, por los británicos en Malasia, por los estadounidenses en Vietnam.

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Sin embargo, los esfuerzos de las administraciones de Bush, de Obama y de Trump quisieron hacerla legal y reescribir la ley de tal manera que se permitiera, por ejemplo, el asesinato de un ciudadano estadounidense en el extranjero sin juicio ni condena. En Estados Unidos, se trabajó mucho para permitir estos actos normalmente ilegales: la Office of Legal Council de la Casa Blanca y los abogados del Departamento de Defensa elaboraban memorandos para justificar los actos. De manera ejemplar, se definió la tortura como el daño a los órganos internos, lo que descalificó las acusaciones de tortura en relación con prácticas como el waterboarding, cuando no causa daños internos. El objetivo era desarrollar un conjunto de argumentos para demostrar que no estábamos violando el due process y, por lo tanto, que no estábamos en un estado de excepción o infracción.

Bajo el mandato de Obama, el asesinato de un ciudadano estadounidense en el extranjero fue justificado por un memorando legal de 41 páginas escrito por un antiguo profesor de Harvard que se convirtió en juez federal. En él, expuso el argumento legal de que se trataba de defensa personal por parte del Estado, de que Estados Unidos tenía derecho a defenderse en una situación de emergencia y peligro inminente y de que, por lo tanto, a veces, era necesario asesinar a un ciudadano estadounidense en el extranjero, lo que Obama validó legalmente después.

Así que todo el esfuerzo se destinaba a demostrar que seguían actuando dentro del Estado de Derecho. No trataban de ocultar los asesinatos que habían cometido, sino de justificarlos. No se trata de un Estado de Excepción, sino de un Estado de Derecho.

Sería interesante hablar un poco más sobre los conceptos clave de su libro, sobre las estrategias que están en el corazón de la contrarrevolución y que usted ya comenzó a ilustrar: la total information awareness, el aislamiento de una minoría activa y la adquisición del poder por parte de la mayoría pasiva. ¿Podría volver a estos tres movimientos de la estrategia contrarrevolucionaria?

Ya hablé del enemigo interior. Éste es el concepto fundamental de mi libro y de la lógica de la contrainsurgencia. Esta lógica consiste en desplegar sucesivamente los tres momentos que usted mencionó para eliminar esa minoría activa que constituye el enemigo interno.  

Por lo tanto, en primer lugar, es necesario poder identificar quiénes forman parte de esta minoría enemiga activa y quiénes simplemente forman parte de la población pasiva. En este contexto, hay que captar toda la información posible sobre el conjunto de la población y no sólo sobre la pequeña minoría considerada como insurreccional, para poder distinguir entre la población pasiva y el enemigo interno. Ésta es la idea de la total information awareness. Esto se hizo en Estados Unidos a través de los programas de la NSA, que capturaron todos nuestros datos digitales y, también, antes de eso, en el contexto de la guerra de Argelia, en particular, con el uso de la tortura para extraer una serie de información. Del mismo modo, la tortura bajo el mandato de Bush era también una forma de extracción de información, así como una forma de terrorismo para prevenir acciones contra Estados Unidos.

Sin embargo, a diferencia de Argelia, la atención ya no se centra en la minoría activa, sino en toda la población, gracias a las nuevas tecnologías digitales. La era digital ha hecho posible la adquisición de información sobre toda la población, ya que las escuchas pueden ser mucho más sistemáticas que antes y los medios para obtener información se han multiplicado.

El segundo paso es utilizar esta información para aislar y eliminar esta minoría activa. Por ejemplo, se utilizan los ataques con aviones no tripulados: a partir de la información adquirida, podemos distinguir quién forma parte de la población y quién pertenece a la minoría activa y, entonces, podemos utilizar un ataque con aviones no tripulados para eliminarlos o internarlos en Guantánamo.  

El tercer paso es ganar los corazones y las mentes de la población en general. Ésta era ya la estrategia de Mao en China: la población es maleable; así que hay que trabajar en ella, convencerla. En el caso de Estados Unidos, en Irak, por ejemplo, para ganarse a la población, la administración estadounidense distribuyó mucho dinero a través de los soldados y de varios agentes estadounidenses, quienes poseían enormes cantidades de dinero en efectivo.

Trump ha desarrolló una nueva estrategia para ganarse a las masas, que podría llamarse la estrategia del «pan y circo» (cosa que sigue practicando) y que le permite presentarse para la presidencia en 2024. Cada día, un acontecimiento absurdo y extremo atrae toda la atención y nos distrae. Sus cuatro años en el poder han sido ejemplares: no pasó un día sin que un tuit o sin que un absurdo pronunciado en los medios de comunicación atrajera toda la atención, sobre todo, en la época del COVID, cuando abogó por inyectarse lejía.

En el caso de Estados Unidos, en Irak, por ejemplo, para ganarse a la población, la administración estadounidense distribuyó mucho dinero a través de los soldados y de varios agentes estadounidenses, quienes poseían enormes cantidades de dinero en efectivo.

BERNARD E. HARCOURT

Por supuesto, los progresistas pensaron que estaba loco. Sin embargo, lo que en realidad estaba haciendo, y con mucho éxito y astucia, era dar a la opinión pública estadounidense una distracción y el uso de las redes sociales fue particularmente eficaz, ya que son las mismas formas de distracción que se buscan.

No obstante, fuera del contexto de la guerra, las estrategias de contrainsurgencia no son tan visibles como la eliminación física de la minoría activa…

De hecho, en el contexto de las escuchas y de la vigilancia digital, los esfuerzos se ocultaron y esto se debe a que uno podría pensar que, por supuesto, si los ciudadanos saben que los están vigilando, no se comportarán como normalmente lo hacen.  Y fueron necesarias las revelaciones de Snowden para comprender el alcance del aparato de vigilancia y de recopilación de datos de la NSA.

Lo que he intentado teorizar en mi trabajo es que esta labor de recopilación de datos no se limita al National Security Council de la Casa Blanca ni a la NSA ni a la CIA. Empresas como Facebook, Google o Microsoft desempeñan un papel especialmente importante porque son las que más datos tienen sobre la población. Y estas empresas privadas tienen intereses convergentes con instituciones estadounidenses. Estas empresas también tienen una necesidad de seguridad y esta mentalidad de seguridad es la que las hace trabajar juntos.

Sin embargo, incluso después de las revelaciones de Snowden, que tuvieron lugar hace una década, me parece que las cosas no han cambiado; incluso, creo que se han intensificado. En cierto modo, los ciudadanos se desentienden del asunto porque la tecnología se ha vuelto muy extensa, exclusiva y totalizadora. Hoy en día, es casi imposible vivir sin exposición. Desde el uso de las redes sociales hasta el escaneo de un código QR y la introducción de datos personales para ver un menú y pagar la cuenta en un restaurante, todo está hecho para captar nuestra información personal y, prácticamente, es imposible escapar de ello.

La contrarrevolución en Estados Unidos dio un primer giro tras los atentados del 11 de septiembre. ¿Podemos decir que estamos viendo una segunda ruptura con el despliegue del ejército contra las manifestaciones y disturbios que surgieron a partir de la muerte de Eric Garner y, posteriormente, de George Floyd?

Yo diría que se trata del regreso de esta estrategia de contrainsurgencia en Estados Unidos. Esta lógica ya se había utilizado en territorio estadounidense, por ejemplo, durante la represión contra los Black Panthers en los años 60. Sin embargo, como dije, la tecnología de la época no permitía obtener información sobre toda la población y la vigilancia se centraba realmente en los Black Panthers. Esta estrategia, desarrollada por primera vez en Vietnam, se había utilizado contra este tipo de grupos.  

No obstante, la combinación de los atentados del 11 de septiembre con las nuevas tecnologías digitales ha hecho posible, finalmente, una vigilancia mucho más global de la población estadounidense. Este aparato se desarrolló por primera vez contra los estadounidenses musulmanes. Esto queda muy claro en la lógica con la que la policía de Nueva York actuó tras el 11 de septiembre: realmente, utilizaron todas las técnicas de la guerra moderna contra las comunidades musulmanas de la ciudad.

La policía de New York recopiló una gran cantidad de información sobre todas las comunidades diferentes de nacionalidad musulmana en New York, pero también en Newark, New Jersey y en Long Island, es decir, fuera de su jurisdicción, en archivos de unas 100 páginas. En estos documentos, había, por ejemplo, un mapa que equivalía a un municipio y que cartografiaba la presencia de los diferentes grupos musulmanes, fotos de todos los restaurantes halal y de todas las mezquitas con toda la información posible: número de teléfono, número de personas que acudían al lugar según el horario…

Luego, efectivamente, esa lógica se expandió para incluir a otros grupos minoritarios del país y, particularmente, tras el asesinato de Eric Garner, a los movimientos sociales que se desarrollaron en torno a Black Lives Matter en 2014 y, luego, eventualmente, a los movimientos sociales que surgieron por el asesinato de George Floyd y de Breonna Taylor. El enemigo interno se amplió, entonces, para incluir ciertamente a todos los activistas de esos movimientos y también, por supuesto, durante todo ese tiempo, a los indocumentados que acababan de emigrar de América Latina, la minoría activa siempre racializada, etnizada.

Giuliano da Empoli estudia la convergencia de «esta tradición política con el funcionamiento de la máquina algorítmica que se está imponiendo a escala mundial, gracias al Internet y al progreso de la inteligencia artificial»3: tanto el PCC como Silicon Valley están interesados en los números grandes y tratan de eliminar las anomalías estadísticas. Esta convergencia básica se hace invisible por la feroz competencia estratégica entre Estados Unidos y China. ¿Está de acuerdo con este análisis de una posible convergencia en materia de seguridad tecnológica entre las dos potencias?

En primer lugar, la rivalidad con China es uno de los únicos elementos de diálogo y trabajo común entre republicanos y demócratas. Trump ha sido muy claro en su posición sobre China, contra la que ha emprendido una auténtica guerra comercial. Esta convergencia sustantiva es, entonces, fascinante.

Creo que sí hay lógicas de vigilancia y de uso de la tecnología digital comunes entre China y Estados Unidos para adquirir información sobre las poblaciones china y estadounidense. Sin embargo, me parece que hay diferencias en la forma de utilizar esta información y que esto refleja, en parte, una diferencia cultural y moral entre los distintos países. Es posible (y sólo estoy especulando aquí, ya que no soy sinólogo) que haya una mayor aceptación del control estatal centralizado sobre la población china, aunque haya cierta resistencia, por supuesto.

Esta relación diferente a la institución estatal se da también entre Francia y Estados Unidos. En Estados Unidos, existe una desconfianza generalizada hacia el Estado y una idea bastante común de que los poderes públicos son incompetentes, sobre todo, desde el punto de vista económico, y de que los mercados son los que dicen y sostienen la verdad.

Esta labor de recopilación de datos no se limita al National Security Council de la Casa Blanca ni a la NSA ni a la CIA. Empresas como Facebook, Google o Microsoft desempeñan un papel especialmente importante porque son las que más datos tienen sobre la población. Y estas empresas privadas tienen intereses convergentes con instituciones estadounidenses.

BERNARD E. HARCOURT

Así que las formas de utilizar la total information awareness son ciertamente diferentes entre China y Estados Unidos. En Estados Unidos, como ya mencioné, esta estrategia es posible gracias a la colaboración entre el Estado y las empresas privadas, ya sea Google, Amazon, Microsoft o Apple, y todo pasa por medio de formas de publicidad y marketing. En China, en cambio, supongo que el control está más centralizado.

Creo que hay que prestar atención a las múltiples normas, costumbres e ideologías que estructuran estos diferentes países para ver cómo se ejercen el control y las relaciones de poder. Estoy de acuerdo en que el propósito es el mismo: tener toda la información posible sobre toda la población. Sin embargo, el control y la forma de obtener la información son diferentes debido a las particularidades de su historia y su moral.

Volviendo a Estados Unidos, ¿qué lugar ocupa la prohibición del aborto en esta estrategia de contrainsurgencia y, a partir de ahí, cómo podemos entender esta ofensiva reaccionaria desde el punto de vista de la teoría que desarrolla en su libro?

Como mencioné al principio de nuestra plática, no está claro en qué estado se encuentra nuestro país y creo que las midterms  aclararán la situación, nos darán la temperatura.

En primer lugar, hay cuestiones idiosincrásicas y específicas de cada Estado. Es el caso de Georgia, con la situación de Herschel Walker que ya mencioné. Sin embargo, a pesar de todas las revelaciones sobre la hipocresía de Herschel Walker en relación con su retórica ultraconservadora, los republicanos lo mantienen como candidato y está empatado con su oponente, Raphael Warnock.

Lo que realmente procuran los republicanos, y no se andan con rodeos, es la mayoría en el Senado, que ahora está en manos de los demócratas sólo porque Kamala Harris es el último voto que rompe el empate entre republicanos y demócratas.

Este discurso ultraconservador sobre los valores familiares, el aborto, entre otros, sólo es una fachada. Su único objetivo es obtener la mayoría en el Senado. Trump es el ejemplo arquetípico de esta hipocresía.

El expresidente sabe que necesita a la llamada «mayoría moral» estadounidense, que, en realidad, es una minoría. Necesita a los evangelistas,, a los movimientos antiabortistas. Es una cuestión de fuerza política principalmente, no de sinceridad. Esta minoría es importante para el establecimiento de una federación conservadora. La oposición al aborto es una señal especialmente clara para estos conservadores.

Creo que la misma lógica se aplica para los que niegan la victoria de Biden en las elecciones presidenciales: ciertamente, muchos no creen en él, pero transmite una señal de lealtad, de fidelidad.  

Por otro lado, es importante señalar que, en el caso de la decisión del Tribunal Supremo, los jueces federales son más radicalmente conservadores que el resto de la población. Y éste es el resultado de una larga batalla por el poder judicial federal de Estados Unidos. La Federalist Society, una organización muy conservadora que aboga por una interpretación textualista de la Constitución estadounidense, ha ido colocando, poco a poco, a lo largo de las décadas, a más jueces conservadores en todos los niveles, de modo que, hoy, tenemos un Tribunal Supremo tan conservador como nunca lo ha sido: el Tribunal Supremo nunca ha estado tan desequilibrado.

¿Cuántos estadounidenses quieren realmente que se elimine el derecho al aborto? ¿Los jueces federales y los republicanos están completamente aislados de la población?

La población no es conservadora en un 66 %, como lo es la Corte Suprema. Al contrario, la población es predominantemente progresista en Estados Unidos. Por supuesto, Trump recibió 73.9 millones de votos, pero 73.9 millones de votos no eran mayoría; Biden recibió 80.1 millones.

Existe, por supuesto, este otro aspecto de la naturaleza antidemocrática del colegio electoral. Cada Estado tiene derecho a un mínimo de tres personas en el colegio electoral: dos senadores y un miembro de la Cámara de Representantes y, luego, aumenta según el número de habitantes del Estado. Por lo tanto, proporcionalmente, el voto de un residente de la poco poblada Montana cuenta más que el de un residente de New York.

También cabe mencionar el enorme poder del Tribunal Supremo, en particular a través de la «judicial review»: el Tribunal Supremo es el que determina la interpretación de la Constitución estadounidense, lo que es completamente antidemocrático. El Tribunal Supremo es antidemocrático por definición. Cuando se fundó, su objetivo era aislar a los jueces elegidos de por vida de la democracia y anclarlos a largo plazo. Ahora, estamos en las garras de un Tribunal Supremo capturado por Trump, quien fue capaz de nombrar a tres de los nueve jueces del Tribunal Supremo, lo que, sin duda, tendrá efectos duraderos. Incluso si un gran movimiento progresista y todo un electorado joven y femenino acude a las urnas, no habrá ninguna diferencia en el Tribunal Supremo durante unos veinte años.

La población no es conservadora en un 66 %, como lo es la Corte Suprema. Al contrario, la población es predominantemente progresista en Estados Unidos.

BERNARD E. HARCOURT

Por lo tanto, la política estadounidense en marcha no es un reflejo de los sentimientos estadounidenses.

Un último elemento es particularmente importante para entender la dificultad democrática de Estados Unidos: se trata del filibuster, un procedimiento que implicó que el gobierno de Biden utilizara vías secundarias para aprobar sus últimas órdenes ejecutivas y que demuestra la fragmentación del espectro político estadounidense, incluso en cuestiones internas. 

El carácter antidemocrático de las instituciones norteamericanas está vinculado, entre otras cosas, a la esclavitud y al hecho de que los estados del sur querían protegerse de los del norte. La existencia del filibuster es una herencia directa de esto. Implica que, para aprobar un proyecto de ley en el Senado, se necesita el 60 % de los votos. Una minoría en el Senado, en este caso, republicana puede, por lo tanto, bloquear cualquier legislación.  

En los dos últimos años, todo lo que Biden ha conseguido aprobar ha ocurrido a través del proceso de «budget reconciliation», que no se refiere a la ley, sino al presupuesto. El New Deal que intenta crear pasa por el budgeting process: los demócratas poseen la Cámara de Representantes y el Senado; entonces, pueden «reconcile the budget». Ésta es la vía que se utilizó para aprobar la Inflation Reduction Act, que también contiene algunas medidas notables.  

Usted escribió, el 12 de mayo de 2020, lo siguiente: «la voluntad [para una revolución legal, política y económica] no vendrá de nuestros líderes políticos, no mientras sigan tan en deuda con las contribuciones corporativas». ¿Ha podido encontrar algún motivo de esperanza, en especial, en la Inflation Reduction Act

Creo que estas medidas son un paso en la dirección correcta en materia de clima. Sin embargo, hay que entender que esto se completó a través de subvenciones a las grandes empresas petroleras y energéticas en general. Biden, como dije, no puede aprobar una legislación que regule la economía en una dirección verde. No se trata de una legislación administrativa que diga que las empresas están restringidas en cuanto a emisiones de carbono: todas las medidas anteriores son recortes de impuestos, incentivos fiscales, subvenciones para que las empresas petroleras empiecen a invertir en energías renovables.

Al final, es dinero que va a la industria, pero era la única manera de conseguir algo. Además, en junio de 2022, el Tribunal Supremo tiró a la basura los intentos de Biden de dar más poder a la Agencia de Protección Medioambiental, la EPA, lo que implicó un enorme revés para el gobierno de Biden, que contaba con esta agencia para poner regulaciones administrativas en marcha. Así que la única manera era dar dinero a ExxonMobil y eso es lo que hicieron.  

¿Cómo podemos entender estas entidades de las redes sociales, tanto empresas privadas como espacios públicos?

Hay todo un debate al respecto en Estados Unidos, pero, en la Constitución, el Estado no tiene derecho a censurar la libre expresión en el espacio público, mientras que las redes sociales pertenecen a empresas privadas.

¿Estas empresas se han convertido en espacios públicos? Se trata, sin duda, de una cuestión importante, que tiene una gran influencia política. En el momento en el que a Trump le borraron su cuenta de Twitter, perdió una importante plataforma de expresión. Además, su red Truth Social, al igual que Parler, no se puede comparar con redes como Twitter.

Sin embargo, la compra de Twitter por parte de Elon Musk permitirá, sin duda, el regreso de Trump a este espacio y, por extensión, la aplicación de su visión libertaria de la expresión en esta red social.

Toda expresión cuesta algo. Para que alguien sea escuchado, se necesitan instituciones, plataformas, recursos que cuestan dinero. 

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Recientemente, se ha producido un aumento sin precedentes del antisemitismo en Estados Unidos, cada vez más desenfrenado y asertivo, alimentado abiertamente por Kanye West (que compró Parler) y por las recientes declaraciones de Trump a través de su red social Truth Social. Además, Elon Musk, cuya concepción maximalista de la libertad de expresión es bien conocida, compró Twitter. ¿Cree que la Constitución estadounidense, y su defensa absoluta de la libertad de expresión, ya es, desde este punto de vista, obsoleta o, incluso, cree que sea peligrosa para la unidad y la seguridad nacionales, en particular, al permitir abusos como el antisemitismo?

No veo, en este país, el deseo de replantear la Primera Enmienda. Lo realmente interesante aquí es que toda la lógica de la libertad de expresión en Estados Unidos, lo que realmente fundó las bases teóricas de esta libertad de expresión, es la hipótesis de que, si hay un mercado libre de ideas, la verdad resurgirá. Esta teoría se encuentra en Sobre la libertad de John Stuart Mill y, también, con Oliver Wendell Holmes.

Yo diría que esta concepción de la libertad de expresión está incrustada en el ADN estadounidense. Esta creencia de que la libertad más completa dará lugar a la verdad está profundamente arraigada en la mente de la mayoría de los estadounidenses.

Sin embargo, creo que lo que estamos viendo cada vez más con las redes sociales, y lo que muestran los estudios sobre las redes sociales, es que, de hecho, las mentiras funcionan mejor que la información que probablemente sea cierta. Si hay un cambio en la Primera Enmienda, probablemente, vendrá de este fenómeno de la circulación intensiva de mentiras.

Sin embargo, pasarían décadas antes de que los estadounidenses comenzaran a dudar de la noción de un mercado libre de ideas. Escribí un libro titulado The Free Market Illusion, en el que demuestro que la expresión no es libre, que no existe un mercado libre de expresión. Toda expresión cuesta algo. Para que alguien sea escuchado, se necesitan instituciones, plataformas, recursos que cuestan dinero. Lo vemos en el Campus Speech: para que se desarrolle una expresión, los centros tienen que invitar a gente a hablar, tienen que pagar el viaje y el alojamiento de los oradores, etcétera.

Toda expresión cuesta, pero la creencia fundamental estadounidense en el libre mercado persistirá durante mucho tiempo.

Notas al pie
  1. Bernard E. Harcourt, « How Trump Fuels the Fascist Right », The New York Review, 29 novembre 2018
  2. Bernard E. Harcourt, The Counterrevolution. How Our Government Went to War Against Its Own Citizens, Basic Books, 2018, 336 p.
  3. Giuliano Da Empoli, « Bifurquer : le Parti communiste chinois et la Silicon Valley travaillent à un avenir posthumain », en le Grand ContinentPolitiques de l’Interrègne. Chine, Pandémie, Climat, Paris, Gallimard, 2022, pp. 21-38