¿Cuál es la reflexión actualmente desde el Banco Mundial respecto a la crisis que estamos viviendo, particularmente en América Latina?

Te agradezco la pregunta y la entrevista. Es un gusto conversar con El Grand Continent, aunque me gustaría precisar que hablo en mi nombre y no en representación del Banco Mundial. 

Cecilia Nahón es una economista, diplomática y política argentina. Fue embajadora de la República Argentina en Estados Unidos de 2013 a 2015. Desde febrero de 2020, representa a Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay, Perú y Uruguay en el Grupo del Banco Mundial.

Desde que se declaró la pandemia el 11 de marzo del año pasado, estamos ante un territorio desconocido, atravesando una crisis sanitaria, económica y humanitaria sin precedentes. Hay tres características de esta crisis que la hacen inédita. Primero, se trata de una crisis sincronizada, ya que el 93% de los países del mundo estuvo en recesión en 2020. El PIB (Producto Interno Bruto) global se contrajo un 4,4%, y el comercio se encogió alrededor de 20%. 

La segunda característica es que es una crisis marcadamente regresiva: la pandemia ha tenido un impacto desproporcionado en las personas, sectores y países de mayor vulnerabilidad. Oxfam bautizó al Covid como el “virus de la desigualdad”, ya que ha expuesto y profundizado las desigualdades existentes entre países y al interior de los países en términos de riqueza, ingreso, género, raza. Las estadísticas son realmente abrumadoras. El Banco Mundial estima que, por la pandemia, tendremos el primer aumento de la pobreza mundial en 20 años, con hasta 150 millones de nuevas personas cayendo en pobreza extrema. Como contrapartida, los 1.000 billonarios más ricos recuperaron el valor pre-Covid de sus fortunas en solo nueve meses.

La crisis tiene además otra característica que es su persistencia. Empezó de manera repentina, por un shock abrupto, no previsto, tanto de oferta como de demanda. Pero, si bien ha habido cierta recuperación en los últimos meses -se espera un crecimiento global de aproximadamente 4% este año-, sabemos que la recuperación será parcial y frágil hasta alcanzar elevados niveles de vacunación. Y aún así la situación con las nuevas cepas es riesgosa, forzando confinamientos recurrentes en muchísimos países. 

Para colmo, en una situación en que el apoyo estatal resulta fundamental, la capacidad de respuesta de los Estados nacionales ha sido muy desigual. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), los países avanzados destinaron un 24% de su PIB en promedio para responder a la crisis, a través de medidas de sostenimiento de ingresos y de estímulo, mientras que las economías emergentes utilizaron, en promedio, 6% de su PIB y las economías de bajos ingresos un magro 2%. Estas asimetrías y las graves inequidades en el acceso a las vacunas están generando una divergencia muy grande en el ritmo y la calidad de la recuperación entre países.  

La pandemia reveló falencias estructurales muy arraigadas tanto a nivel doméstico como internacional. Pero un efecto favorable es que esta situación tan dramática está generando un impulso, una cierta revitalización del multilateralismo y del diálogo global.

CECILIA NAHÓN

América Latina ha sido la región más golpeada hasta ahora, y se encuentra en este momento atravesando una nueva ola de Covid. En 2020, el producto tuvo la peor caída en 120 años -se desplomó más de 7%-, la desocupación aumentó en 44 millones de personas y se estima que casi 45 millones de nuevos latinoamericanos ingresaron a la pobreza. Este año la región está teniendo una tasa de crecimiento positiva, pero la recuperación al nivel pre-crisis será lenta y se alcanzaría recién hacia el año 2024. La fragilidad regional pre-pandemia en términos de deuda, bajo crecimiento, informalidad y desigualdad explican parte de las dificultades. 

Las mujeres latinoamericanas han sido especialmente afectadas por la crisis, como también pasa a nivel global. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el 55% de las mujeres ocupadas trabajan en sectores de alta informalidad y duramente castigados por la pandemia, como comercio, servicios, turismo y, por supuesto, tareas de cuidado. Esto produjo un retroceso de más de una década en los avances logrados en materia de participación laboral de las mujeres. Sumale a esto la crisis de los cuidados y el aumento de la violencia de género en la región.

Por eso es tan valioso el Foro “Generación Igualdad’” que tuvo lugar la semana pasada en Francia, organizado conjuntamente con México y ONU Mujeres. Es urgente dar visibilidad a las brechas de género que se agigantaron con la crisis y, como dijo el Presidente de Argentina en el Foro, “es necesario adoptar políticas públicas contundentes, encaminadas a erradicar los patrones de desigualdad estructural”. En este sentido, dejame compartir con orgullo que de hecho Argentina fue reconocida por ONU Mujeres y el PNUD como el país número uno en el mundo en incorporar una mirada de género en sus medidas de respuesta al Covid. 

¿Constituye esta crisis una oportunidad para la ayuda al desarrollo?

Es ante todo una responsabilidad. La pandemia reveló falencias estructurales muy arraigadas tanto a nivel doméstico como internacional. Pero un efecto favorable es que esta situación tan dramática está generando un impulso, una cierta revitalización del multilateralismo y del diálogo global. No podemos negar que el sistema multilateral llegó debilitado a esta crisis, con una multipolaridad tensa, producto de una hegemonía en transición y en disputa. Pero como la pandemia requiere de forma inevitable de la cooperación internacional, estamos viendo un renovado compromiso con el sistema multilateral, más allá de las ideologías y las rivalidades geopolíticas. 

Es cierto que, dada la magnitud de la crisis, los esfuerzos en marcha no son suficientes. Necesitamos gestar un nuevo momento fundacional, transformador.

CECILIA NAHÓN

Lo vemos con el impulso a la cooperación científica internacional, con la creación de plataformas como COVAX y también con el financiamiento disponible en los bancos multilaterales de desarrollo y el FMI para enfrentar la crisis y apoyar la recuperación. Por ejemplo, el Banco Mundial en 2020 aprobó un 65% más de financiamiento que el año anterior, y va a desembolsar casi 160 mil millones de dólares en 15 meses. Es muy positivo que las instituciones de Bretton Woods estén actuando con dinamismo y flexibilidad para ayudar a salvar vidas, proteger a los más vulnerables y sentar las bases para una recuperación sostenible.

Pero también es cierto que, dada la magnitud de la crisis, los esfuerzos en marcha no son suficientes. Necesitamos gestar un nuevo momento fundacional, transformador. En los organismos multilaterales se postula que la recuperación debe ser sostenible e inclusiva, pero el verdadero desafío es reflejar esta retórica en hechos. Para ello es urgente y necesario multiplicar el financiamiento para el desarrollo, otorgar alivios sustantivos a las deudas soberanas, optimizar los recursos actuales, y enfocar la ayuda tanto en los países más pobres como en los llamados países de ingresos medios, que concentran tres cuartos de la población mundial. 

Los países de ingresos medios albergan al 62% de los pobres del mundo, pero con frecuencia se los considera «demasiado ricos» para recibir un sólido apoyo internacional. Sin embargo, no tienen recursos suficientes para luchar contra la pandemia y financiar una recuperación inclusiva y resiliente. Además, las actuales reglas financieras internacionales limitan su espacio para hacer políticas activas y les dificulta recuperar la sostenibilidad de sus deudas soberanas mediante reestructuraciones justas y oportunas.

Y, por supuesto, es urgente garantizar una distribución justa, equitativa y masiva de vacunas en el mundo, en lugar de reproducir con la vacunación las desigualdades pre-existentes, como está pasando hoy. Esto requiere de solidaridad y de coraje político.

En el marco de estos debates, se suele hacer alusión a la importancia de la inclusión de nuevos actores a este eventual nuevo multilateralismo. En América Latina, los actores sociales suelen tener una visibilidad mayor en nuestros escenarios políticos. ¿Hasta qué punto América Latina puede generar propuestas en torno a la importancia del lugar que se le puede dar a este tipo de actores, menos tradicionales, en este nuevo multilateralismo?

Desde mi punto de vista, la pandemia generó un postergado debate sobre el rol del Estado. Dejó al descubierto las fallas de mercado y en un punto zanjó muchas discusiones teóricas y prácticas. A diferencia de la visión neoliberal sobre el Estado ínfimo, los Estados nacionales fueron esenciales en todos los países para sostener el funcionamiento de la sociedad, para proteger a los sectores más vulnerables, y para proveer respuestas en términos sanitarios y también económicos. Incluso el Estado tuvo que asegurar la continuidad del sector privado, cuidar empleos y cuidar las capacidades productivas y tecnológicas de las economías. 

Me parece que quedó fuera de cuestión que la función del Estado es irremplazable, tanto en la emergencia como para planificar la recuperación y reconstrucción de nuestras sociedades. Y esto no sólo lo digo yo. Un editorial reciente del Financial Times reconoce, textualmente, que “los gobiernos deberán aceptar un papel más activo en la economía: la redistribución volverá a ser un tema de agenda. Políticas hasta hace poco consideradas excéntricas tendrán que ser consideradas”. 

El desafío que tenemos es lograr gestar nuevos pactos sociales, nuevos acuerdos entre el sector público, el sector privado y la sociedad civil, los sindicatos y los movimientos sociales, bajo nuevos paradigmas, donde primen la solidaridad y la igualdad.

CECILIA NAHÓN

Pero ojo, sin el Estado no se puede, pero con el Estado solo no alcanza. El sector privado también tiene un rol relevante. Por eso, en línea con la economista Mariana Mazzucato, una pregunta clave del presente es ¿cómo construir Estados inteligentes, emprendedores, que puedan asociarse con el sector privado para crear valor al servicio del bien común, del interés público? Conviene escapar de los debates binarios sobre Estado mínimo o Estado grande. 

Aquí el desafío que tenemos es lograr gestar nuevos pactos sociales, nuevos acuerdos entre el sector público, el sector privado y la sociedad civil, los sindicatos y los movimientos sociales, bajo nuevos paradigmas, donde primen la solidaridad y la igualdad. En Argentina se creó recientemente el “Consejo Económico y Social» que trabaja justamente en esta dirección. Y organismos como la ONU y la CEPAL han argumentado en favor de diseñar un “nuevo contrato social”. 

¿Cómo se trabaja desde los organismos internacionales, que en sus senos están dando esos debates, cuando tienen que ir al campo en los países de América Latina, donde muchas veces nuestras sociedades siguen normadas por posicionamientos doctrinarios de hace más de 50 años? ¿Cómo se puede llevar tales debates y generar un diálogo entre los diferentes actores regionales y nacionales, para que se produzcan también desde el campo y para que no se venga una nueva imposición de un nuevo modelo?

En este momento existe un debate a nivel internacional acerca de cuáles deben ser las políticas que guíen la reconstrucción post-Covid. Tenemos la oportunidad de reconstruir nuestras sociedades sobre mejores bases, con justicia social, inclusión y sostenibilidad en términos económicos, políticos y ambientales. Esto implica reconocer las falencias del modelo actual, que no se resuelven con retoques cosméticos o discursivos. La envergadura del desafío por delante es enorme y creo que necesitamos liderazgo político, ideas innovadoras y mucha movilización social. 

Los organismos de Bretton Woods y las Naciones Unidas acuñaron el término “Building back better” (“reconstruir mejor”) para señalar que las políticas hacia adelante no pueden ser las mismas que nos llevaron a los niveles actuales de desigualdad, de crisis climática, de exclusión. El propio Financial Times, como dijimos, reivindica las políticas redistributivas, por ejemplo, mediante impuestos progresivos. El FMI también considera válidas contribuciones extraordinarias de los más ricos para financiar la emergencia del Covid. Y el Foro de Davos habla de la necesidad de hacer un “Gran Reset” del capitalismo. 

La pandemia abrió la posibilidad de repensar bajo nuevos paradigmas la reconstrucción de nuestras sociedades. Es muy rico el debate en curso a nivel global sobre los modelos de desarrollo, que reivindica la relevancia de las políticas industriales y muestra cómo el paradigma neoliberal y la teoría del derrame entraron en crisis. La pandemia resultó ser el cementerio del pensamiento único en materia económica. 

No podemos ser ingenuos: junto con las fuerzas progresistas que buscan ampliar derechos y reconstruir con igualdad […], también hay una amenaza de grupos ultra-conservadores que no sólo no quieren avanzar sino que pretenden hacernos retroceder.

CECILia NAHÓN

Pero no podemos ser ingenuos: junto con las fuerzas progresistas que buscan ampliar derechos y reconstruir con igualdad -la “Generación Igualdad”-, también hay una amenaza de grupos ultra-conservadores que no sólo no quieren avanzar sino que pretenden hacernos retroceder, por ejemplo respecto de los derechos de las mujeres y diversidades. Y en cuanto a la agenda económica, por supuesto que hay también algunos sectores anacrónicos que no están dispuestos a la transformación y que insisten con recetas fallidas, con programas fallidos, en Argentina y en todos los lugares del mundo. 

En realidad, el concepto de “reconstruir mejor” es una categoría cuyo contenido está en disputa; hay algunos consensos alentadores sobre qué quiere decir y otras áreas de puja. Este debate forma parte de las negociaciones en marcha en el G20, cuyos Ministros de Finanzas y Presidentes de Banco Centrales se van a reunir en Venecia el 9 y 10 de julio.

Uno de los consensos positivos es que la reconstrucción requiere de Estados con capacidad fiscal suficiente para llevar adelante políticas públicas activas, lo que implica que las deudas tienen que ser sustentables. Lo que pasa es que hay una cantidad importante de países que llegó a esta crisis con situaciones de sobreendeudamiento muy preocupantes. En 2019, la deuda externa pública y privada de los países en desarrollo era 125% superior a la de 2009, creando gran vulnerabilidad. Esto reabrió una discusión en el G20 y en los organismos financieros internacionales sobre las reformas necesarias en la arquitectura financiera internacional para evitar una sucesión de crisis de deuda. Y, puntualmente, sobre cómo hacer en esta coyuntura para que los países de ingresos medios y bajos puedan recuperar la sustentabilidad de sus deudas, sea a través de reestructuraciones o alivios de diferentes tipos. En esta línea, el G20 creó la Iniciativa de Suspensión del Servicio de la Deuda (DSSI, por sus siglas en inglés) que postergó el pago de los vencimientos de las deudas oficiales bilaterales de los países más pobres, lo que ha sido positivo, pero claramente insuficiente. 

Para que los Estados dispongan de recursos para la reconstrucción, otro tema clave es la cuestión de la recaudación impositiva: ¿cómo enfrentar la evasión y la elusión fiscales tanto a nivel doméstico como a nivel global? En América Latina, se pierde en promedio el 6% del PIB por evasión y elusión fiscal, incluyendo una parte que son directamente flujos financieros ilícitos que no tributan en la región. A nivel global, el 40% de las ganancias de las empresas multinacionales se coloca en plazas offshore y, por lo tanto, no tributan en ningún país. 

En cuanto a la agenda económica, por supuesto que hay también algunos sectores anacrónicos que no están dispuestos a la transformación y que insisten con recetas fallidas, con programas fallidos, en Argentina y en todos los lugares del mundo. 

CECILIA NAHÓN

Hay progresos importantes en esta agenda. El G7 y la OCDE acaban de acordar la creación de un impuesto mínimo global destinado a gravar los beneficios de las multinacionales con un nivel que será el mismo para todos, 15%. Se trata de un paso relevante para luchar contra las guaridas fiscales y tener un sistema fiscal internacional más justo. Argentina participó activamente en las negociaciones en la OCDE y acompañó el consenso. La discusión está sucediendo también en el G20 y resta trabajo para definir los detalles técnicos finales de una negociación muy compleja. Muchos países señalaron que la tasa del 15% debería ser efectivamente un piso mínimo, y no funcionar en la práctica como la tasa máxima. 

¿Cómo se vive en los organismos internacionales la temporalidad dislocada entre los consensos que, a nivel internacional, podemos llegar a tener en ciertos espacios de reflexión y de decisión internacional, y la realidad socio-política a nivel nacional? En su entrevista otorgada al Grand Continent, Macron reconoce, haciendo alusión a las protestas de los Gilets Jaunes, que se equivocó en su momento con lo del impuesto al carbono. La transición ecológica implica una serie de transformaciones para los ciudadanos, ¿no? 

El Banco Mundial y el G20 son organismos que están formados por países, que generan recomendaciones y proveen financiamiento, pero debemos tener presente que la decisión, la soberanía para llevar adelante las diferentes políticas de desarrollo reside en cada Nación. Por supuesto, el concepto de “reconstruir mejores” tiene un matiz y una característica específica para cada región, para cada país. Me parece que ha habido una cierta evolución en entender que no hay políticas únicas y universales. No hay una solución mágica para problemas tan difíciles. Cada país tiene sus especificidades y sus particularidades. Por eso es central que haya espacio de maniobra para que los países puedan diseñar sus políticas públicas de reconstrucción de manera soberana. 

En cuanto a la cuestión ambiental, la visión predominante en los organismos es que la reconstrucción tiene que jerarquizar la lucha contra el cambio climático en línea con los compromisos asumidos en el Acuerdo de París. Pero eso no implica que todos los países lo van a hacer de igual manera: para que la transición sea justa y balanceada, cada país debe diseñar su proceso acorde a su estructura productiva y necesidades de desarrollo. Argentina otorga mucha importancia al Acuerdo de París y recientemente elevó su ambición respecto de las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional. 

Para que la transición sea justa y balanceada, cada país debe diseñar su proceso acorde a su estructura productiva y necesidades de desarrollo.

CECILIA NAHÓN

Considero que el rol de los países avanzados es fundamental para proveer financiamiento climático internacional y transferir tecnologías a los países del Sur global, tal como se han comprometido en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. La lucha contra el cambio climático necesita de ingentes recursos y debemos reconocer las asimetrías históricas entre regiones y países en la generación de la grave crisis ambiental actual, en línea con el principio de “responsabilidades comunes pero diferenciadas”. También es necesario que el sector privado contribuya al financiamiento climático. 

Es interesante ver la perspectiva de América Latina y el Caribe, que fue reflejada en un documento suscrito por los 33 ministros y ministras de relaciones exteriores de la región en el marco de las últimas sesiones de la CEPAL, donde enfatizan “la necesidad de aumentar significativamente el financiamiento climático internacional, que es adicional a la asistencia oficial para el desarrollo, y asegurar un mayor acceso a él a fin de apoyar los esfuerzos de mitigación y adaptación en los países en desarrollo, especialmente los que son particularmente vulnerables”. 

Con las tendencias actuales, al 2030, América Latina y el Caribe solo alcanzaría a cumplir 14 de las 169 metas de los objetivos de desarrollo sostenible.

CECILIA NAHÓN

También encuentro que hay una visión compartida en los organismos internacionales sobre que las políticas de recuperación contribuyan a alcanzar la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, que fue acordada en 2015. Sin embargo, hoy la situación es muy preocupante en cuanto al cumplimiento de estos objetivos. Según la CEPAL, con las tendencias actuales, al 2030, América Latina y el Caribe solo alcanzaría a cumplir 14 de las 169 metas de los objetivos de desarrollo sostenible. Queda claro entonces que, por una parte, hay una reafirmación de que la agenda para el desarrollo sostenible es la hoja de ruta para el futuro, pero, por otro lado, hay conciencia de que la crisis humanitaria, social y económica actual está generando un retraso muy significativo respecto de la posibilidad de lograr esta agenda. 

Está también esto que señalaba de las ideas innovadoras, porque sostener modelos de desarrollo basados en crecimiento económico sostenido será bastante complicado, por lo menos de acá a 5 o 10 años. Probablemente se precisarán herramientas de política pública que permitan generar estabilidad social y que no se fundamenten en crecimiento económico. Es algo que habíamos conversado con Mercedes d’Alessandro, haciendo alusión, por ejemplo, a los debates en torno al ingreso universal, más allá del hecho de que se esté de acuerdo (o no) con esa herramienta. 

A mí me parece que lo que convoca esta crisis es a repensar las estrategias de desarrollo. Hay sectores productivos que pueden impulsar el crecimiento, aumentar las exportaciones y ser fuente de empleo cuidando a la vez el medio ambiente, en la medida en que haya una efectiva regulación y supervisión estatal. Tenemos que considerar que durante la pandemia el sector industrial mostró más resiliencia que el comercio o los servicios, por eso la política industrial es central para el desarrollo. 

Desde mi perspectiva, el rol del Estado en la inversión en infraestructura es fundamental, sea infraestructura para la competitividad, infraestructura escolar y de salud, infraestructura de cuidado, vivienda. Esta inversión pública puede traccionar a la inversión privada. La cuestión de la infraestructura digital hoy también está en primer plano. América Latina sigue estando muy atrasada en términos de conectividad digital y para poder cerrar la brecha de desarrollo necesitamos cerrar la brecha digital. A nivel de la región, solo el 40% de los niños vive en un hogar conectado. Y solo el 43% de las escuelas primarias tiene Internet con fines educativos. 

Lo que convoca esta crisis es a repensar las estrategias de desarrollo. Hay sectores productivos que pueden impulsar el crecimiento, aumentar las exportaciones y ser fuente de empleo cuidando a la vez el medio ambiente, en la medida en que haya una efectiva regulación y supervisión estatal.

CECILIA NAHÓN

La CEPAL identifica también otros sectores que pueden ser dinamizadores clave del desarrollo sostenible en la región, como por ejemplo la electromovilidad urbana, la industria manufacturera de la salud, el turismo. Para países como Argentina es fundamental el desarrollo de sectores innovadores e intensivos en conocimiento (biotecnología, software), la incorporación de tecnología en la industria, y la agregación de valor a nuestros recursos naturales (agropecuario, acuicultura, minería, etc.) con miras a aumentar nuestras exportaciones y generar empleo de calidad. 

También necesitamos fortalecer e innovar en las políticas de protección social y ampliación y reconocimiento de derechos, porque no hay sustentabilidad económica y política si no hay inclusión social, incluyendo políticas de igualdad de género. En este sentido encuentro un alto nivel de consenso en el sistema multilateral respecto a que la reconstrucción debe tener como eje la igualdad de género. La reconstrucción será feminista o no será. 

Entre tecnicismo y política, ¿dónde se tienen que posicionar los organismos internacionales? ¿Deben mantener una posición meramente técnica, de ciertos lineamientos o existe un cierto trabajo político, de diálogo -no necesariamente de imposición-, de ir y conversar con los actores políticos, particularmente en países caracterizados por la polarización del debate público?

Creo que nada es puramente técnico, nunca. Me parece que los organismos internacionales también reflejan intereses nacionales, empresariales, de sectores financieros y forman parte de la disputa sobre el paradigma que va a surgir de esta crisis. Hoy hay un debate entre quienes tienen una mirada más bien restauradora de un multilateralismo de la etapa previa, y quienes creemos que esta crisis es una oportunidad para una revitalización y transformación del multilateralismo bajo nuevas reglas, que construyan un sistema multilateral verdaderamente desarrollista, inclusivo y sostenible. Esto implica discusiones profundas sobre las reglas del comercio internacional, propiedad intelectual, la arquitectura financiera internacional. Necesitamos abandonar de una buena vez las viejas recetas de liberalización, desregulación y “austeridad” como fines en sí mismos, políticas que no han dado nunca los resultados prometidos. De hecho, ya están quedando anacrónicas muchas de esas ideas. Es un momento bisagra, donde lo viejo no termina de morir, lo nuevo no termina de nacer y hay una disputa, en todos los sentidos, intelectuales y políticos. 

Hoy hay un debate entre quienes tienen una mirada más bien restauradora de un multilateralismo de la etapa previa, y quienes creemos que esta crisis es una oportunidad para una revitalización y transformación .

CECILIA NAHÓN

La construcción de un sistema multilateral más inclusivo necesita de liderazgos. Creo que Argentina está cumpliendo un rol muy constructivo a nivel multilateral. Nuestro presidente propuso en la Cumbre de líderes del G20 un pacto de solidaridad global, que considere mayor cooperación en salud y para la distribución equitativa de vacunas. Además de los liderazgos a nivel de los países, es central fortalecer los diálogos y las articulaciones a nivel de las sociedades, entre los trabajadores de nuestros países, para poder gestar un nuevo multilateralismo, una nueva cooperación internacional que, a la vez, reconozca y respete la soberanía de los Estados de llevar adelante sus políticas. En el caso particular de Argentina y América Latina, es clave revertir la tendencia hacia la fragmentación regional de los últimos años y avanzar de nuevo hacia la integración regional, tal como están haciendo otras regiones del mundo.

Nosotros como región tenemos que construir una perspectiva latinoamericana sobre cuáles son nuestras prioridades para esta nueva etapa de reconstrucción. Preguntarnos, ¿cuáles son las políticas de recuperación de crecimiento sostenible que son importantes para las problemáticas específicas de nuestra región? Y trabajar juntos impulsando esa agenda sustantiva a nivel multilateral y regional, que yo creo incluye cuestiones como las deudas sustentables, la informalidad laboral, la heterogeneidad productiva, la inclusión digital, la igualdad de género, la lucha contra los efectos del cambio climático y las guaridas fiscales y, por supuesto, en plena pandemia -y cuando llegue la post-pandemia también-, el rol de los sistemas nacionales de salud. 

Señaló que Argentina está yendo en el sentido de una reconstrucción fundamentada en la inclusión y la sustentabilidad. ¿Qué cosas lo indican? 

El gobierno de Alberto Fernández asumió hace un año y medio con tierra arrasada en Argentina, luego de una experiencia de cuatro años (2015-2019) de gobierno neoliberal de Mauricio Macri, que dejó más pobreza, más desempleo, desigualdad, sobreendeudamiento, cierre de miles de empresas y salud, ciencia y educación degradadas. Había una pandemia antes de la pandemia. Frente a esta situación tan grave, el gobierno abordó la emergencia y la reconstrucción de la Argentina bajo parámetros de inclusión, de igualdad, empezando por los últimos y cuidando a los más vulnerables. 

Nosotros como región tenemos que preguntarnos, ¿cuáles son las políticas de recuperación de crecimiento sostenible que son importantes para las problemáticas específicas de nuestra región?

CECILIA NAHÓN

Aún nos falta mucho, pero la reconstrucción del país está en marcha, con el foco en generar un crecimiento sustentable e inclusivo, tanto mediante el ordenamiento macroeconómico como a través de políticas que jerarquicen el desarrollo productivo, el aumento de las exportaciones y, fundamentalmente, el cuidado y la creación de empleos decentes. Estos son los ejes rectores de un Estado activo que lidera y dialoga con el sector privado, los sindicatos, los movimientos sociales, el Congreso Nacional. 

En esta dirección, logramos reestructurar exitosamente en 2020 una deuda insustentable de más de 100 mil millones de dólares con el sector privado, y estamos en negociaciones con el FMI para resolver la deuda contraída por el gobierno anterior por otros 45 mil millones de dólares, el mayor crédito otorgado por el FMI en su historia. Todo esto es fundamental para recuperar espacio fiscal para implementar políticas de protección social, recuperación económica y desarrollo productivo. 

Y quiero volver a subrayar la centralidad que está tomando la agenda de género en nuestro país. Aún con las urgencias sanitarias que impuso la pandemia, se creó el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, se hizo un presupuesto nacional con perspectiva de género, se aprobó una Ley histórica de Legalización del Aborto, se lanzaron programas como el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), y se fortalecieron las acciones de prevención y atención de la violencia de género. La reconstrucción tiene que ser feminista e igualitaria. Y en Argentina, paso a paso, ya lo estamos haciendo.