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Nunca entenderemos la política si no entendemos el motivo del conflicto. Esto escribió el politólogo estadounidense, Eric Schattschneider, en 1960. Schattschneider concebía la política como un sistema de conflictos. Entender la naturaleza del conflicto era la clave para entender la política como un todo. Por eso advertía que “la sustitución de los conflictos es la estrategia política más devastadora”. Con eso quería señalar que si uno puede anticipar correctamente los conflictos sobre los cuales la sociedad se estructura, entonces puede ganar. Si no, y sobre todo si uno pelea en la sombra de antiguos conflictos cuando ya hay nuevos abiertos, lo más probable es que pierda. Por mucho1.

Sus palabras resonaron con la política cambiante de la raza y la cultura que se apoderó de la política estadounidense a finales de los cincuenta y principios de los sesenta, una era de transición, marcada por el surgimiento de la “nueva izquierda” y la difusión de los valores posmaterialistas. El conflicto político se estaba desplazando hacia cuestiones de cultura, identidad y todo lo que estaba más allá de la desesperada política de clases de la era de la Gran Depresión. ¿De qué se trata hoy la lucha política? Esa sigue siendo la cuestión política clave.

Más allá de izquierda contra derecha

Todavía tendemos a ver la política democrática en el marco de una lucha entre izquierda y derecha, a pesar de las numerosas discusiones sobre las imperfecciones de este sistema de clasificación. Cuando aparezcan los contendientes para las próximas elecciones del año que viene en Francia, los analistas los clasificarán así: Xavier Bertrand en el “centroderecha”, Jean Luc Melenchon en la “extrema izquierda”, Marine Le Pen en la “extrema derecha”, etc. Incluso mantenemos esta clasificación para países como Alemania, en la que años de Grandes Coaliciones han erosionado las diferencias ideológicas entre partidos rivales. ¿La competencia en Alemania entre la Unión Demócrata Cristiana y los Socialdemócratas es una lucha real entre plataformas ideológicas enfrentadas? El espectro izquierda-derecha otorga a la política contemporánea una cierta legibilidad, pero su importancia para los analistas políticos revela nuestra falta de imaginación tanto como lo hace la vitalidad de la guerra de clases.

Todavía tendemos a ver la política democrática en el marco de una lucha entre izquierda y derecha, a pesar de las numerosas discusiones sobre las imperfecciones de este sistema de clasificación

Chris Bickerton, Carlo Invernizzi Accetti

Las sociedades siguen divididas por desigualdades socioeconómicas importantes, pero los partidos políticos ya no las traducen a conflictos ideológicos que fueron el sello distintivo del siglo XX. Del “Nuevo laborismo” de Tony Blair a la Agrupación Nacional de Marine Le Pen, de La República en Marcha de Emmanuel Macron al movimiento “Acción de Ciudadanos Insatisfechos” (ANO) de Andrej Babis, los actores políticos han intentado explícitamente librarse de las etiquetas de “izquierda” y “derecha”. Cuando adoptan estas etiquetas, normalmente tienen poco éxito. El período 2015-2019 fue la era del corbynismo en el Reino Unido –un movimiento social e ideológico de extrema izquierda que se hizo con el Partido Laborista y cristalizó en la figura de Jeremy Corbyn–. Sus resultados electorales han sido desastrosos. En las elecciones generales de 2019, los conservadores ganaron por una abrumadora diferencia de 80 escaños y algunas circunscripciones que votaron laborista durante generaciones –como Don Valley y Wakefield– pasaron a elegir diputados conservadores.

Cualesquiera que fueran sus puntos fuertes, Corbyn estaba librando la batalla equivocada. El éxito político actual parece estar mejor garantizado evitando por completo la ideología. En los Países Bajos, Mark Rutte se ha mantenido en la cima de la política neerlandesa al hacer precisamente esto. Como observó un comentarista días antes de unas elecciones generales que terminaron con Rutte venciendo una vez más, su éxito radica en que está “libre de ideología” y en su voluntad de “trabajar con cualquiera”2. En Austria, Sebastian Kurz ha llegado a la cima de la política de su país al traducir las políticas de extrema derecha a un idioma mainstream y, al mismo tiempo, purgar al Partido Popular Austriaco (OVP) de su herencia conservadora. En las elecciones legislativas de 2017, Kurz transformó el partido. Lo personalizó poniendo la lista del partido a su nombre (“la lista Kurz – el Nuevo Partido del Pueblo”), cambió el color del OVP de negro a un turquesa indescriptible y reformuló el OVP como un movimiento, en vez de un partido político convencional.

Tecnocracia y populismo – nuevos polos de la competición política democrática  

Entonces, ¿de qué trata la lucha hoy en día? Nuestra respuesta es que populismo y tecnocracia han aparecido como los principales polos de la política democrática contemporánea. El populismo es un tipo de acción política que hace uso de un concepto unitario y monolítico del “pueblo” contra una idea abstracta y moralizada del “otro” (las élites, la casta, los extranjeros), mientras reclama un derecho exclusivo a representar al pueblo. La noche en que se anunciaron los resultados del referéndum sobre la UE, Nigel Farage proclamó con seguridad que el Brexit era “una victoria para la gente real”. Esto implicaba que aquellos que votaron contra el Brexit no eran “gente real”. En ese sentido, como Jan-Werner Muller, político de Princeton, explica: “los populistas declaran que ellos, y solo ellos, representan al pueblo”.

Populismo y tecnocracia han aparecido como los principales polos de la política democrática contemporánea

Chris Bickerton, Carlo Invernizzi Accetti

La tecnocracia es la asociación de las habilidades o experiencia –techne– con kratos, el ejercicio del poder. Nos imaginamos a los tecnócratas como figuras no electas: gobernadores de bancos centrales con trajes a rayas que toman decisiones sobre política monetaria a puerta cerrada, o mandarines con una gran educación que aplican sus modelos mientras se sientan en las oficinas de las burocracias estatales de todo el mundo. Esto tiene sus raíces en una concepción antigua (en última instancia platónica) de la tecnocracia: los reyes-filósofos que gobiernan en lugar del demos. Pero recurrir a la aptitud y la experiencia se ha convertido cada vez más en un pilar de nuestra cultura política democrática, así como en un elemento crítico en la forma en que juzgamos a los representantes electos. “¿Son buenos?”, preguntamos. “¿Harán su trabajo?” “¿Podemos ver sus currículums?” Dos de los principales banqueros centrales del mundo, Mario Draghi y Janet Yellen, son ahora figuras políticas por derecho propio, liderando la tercera economía más grande de la eurozona y dirigiendo el Tesoro de Estados Unidos, respectivamente.

Suponemos que populistas y tecnócratas estarán enfrentados entre sí. Como dijo el político británico Michael Gove en una entrevista con Sky News en las semanas previas al referéndum del Reino Unido sobre su salida de la UE en 2016, “la gente ya está harta de expertos”. Cuando Greta Thunberg moviliza a sus seguidores, los insta a escuchar a los científicos e ignorar el canto de sirena de los populistas. La dimisión de Silvio Berlusconi en 2011, en el apogeo de la crisis de la deuda soberana de la eurozona, fue planeada para que un profesor de economía de la Universidad Bocconi y excomisario europeo, Mario Monti, pudiera asumir el cargo. Al escribir sobre el mundo después del coronavirus, el historiador y antropólogo Yuval Harari advirtió que “cada uno de nosotros debería optar por confiar en los datos científicos y los expertos en salud por encima de las teorías de conspiración infundadas y los populistas egocéntricos”.

Y, sin embargo, si examinamos atentamente esta relación entre populismo y tecnocracia en la política electoral de hoy en día, vemos que esto es bastante más complicado. La lucha en las democracias contemporáneas es entre maneras enfrentadas de combinar las apelaciones al “pueblo” y a la “experiencia”. A esta síntesis es a lo que llamamos tecnopopulismo.

La lógica política tecnopopulista

La síntesis entre populismo y tecnocracia es posible porque ambos coinciden en cuestiones importantes. Ambos dicen poseer un tipo específico de “verdad” política, ya sea en forma de una concepción concretizada de la voluntad popular (la “gente real” de Farage) o en forma de un tipo específico de conocimiento al que los tecnócratas dicen tener acceso. Por ello, el populismo y la tecnocracia se oponen a una concepción de la política como una lucha abierta y sin fundamento entre intereses y valores enfrentados dentro de un conjunto de procedimientos aceptados por todos. En otras palabras, el populismo y la tecnocracia comparten una hostilidad hacia lo que Bernard Manin ha llamado “democracia de partido”3.

La síntesis entre populismo y tecnocracia es posible porque ambos coinciden en cuestiones importantes. Ambos dicen poseer un tipo específico de “verdad” política, ya sea en forma de una concepción concretizada de la voluntad popular o en forma de un tipo específico de conocimiento al que los tecnócratas dicen tener acceso.

Chris Bickerton, Carlo Invernizzi Accetti

Esto se manifiesta en el hecho de que tanto populistas como tecnócratas dirigen su ira hacia la misma diana: los políticos profesionales y los partidos políticos. También son muy críticos con cualquier otra forma de intermediación de intereses organizada que se establezca entre el ciudadano común y el estado, como los sindicatos y la organización de medios. Los populistas consideran a los partidos y grupos de interés como ejemplos de un sistema corrupto y egoísta. Los tecnócratas los descartan como “buscadores de rentas”: desde asociaciones de taxistas hasta confederaciones nacionales de intereses empresariales u organizaciones de consumidores, todos son grupos de intereses propios cuya influencia debe ser eliminada del cuerpo político. Para el populista y el tecnócrata, los sistemas de partidos o las formas organizadas de defensa de intereses son ilegítimos porque violan su búsqueda de una política de la generalidad, una forma de política basada en una apelación a la población en su conjunto más que a un subconjunto o subconjunto específico o parte de la población.

Si el populismo y la tecnocracia tienen esta afinidad, no es ninguna sorpresa que las apelaciones al “pueblo” y las referencias a la experiencia puedan ser combinadas en una sola oferta política. Es el caso de Francia. El éxito de Emmanuel Macron en 2017 provino de su habilidad de combinar cualidades populistas y tecnócratas. Su campaña presidencial fue desacomplejadamente populista. Movilizó a sus seguidores contra lo que describía como un sistema político “osificado” y “corrupto”. Al construir un movimiento político con las mismas iniciales (EM) que él mismo, estableció una relación personal de encarnación del electorado francés por completo. Por esta razón, analistas como Marcel Gauchet lo describieron como “populiste de velours4. Al mismo tiempo, Macron ha puesto énfasis en sus aptitudes. Como estudiante, siempre fue el primero de la clase. Llevó este tipo de éxito a su proyecto político, prometiendo que, por virtud de la simple techne, podría triunfar allí donde presidentes anteriores fracasaron. Emmanuel Macron era el solucionador de los problemas del pueblo.

El Movimiento 5 Estrellas en Italia ofrece una síntesis entre populismo y tecnocracia. Las raíces populistas de este partido político son ampliamente conocidas. El M5S comenzó como un movimiento de protesta explícitamente anti-establishment, con un discurso centrado en la oposición entre la gente de a pie (la gente commune) y la casta. Algo menos comentado pero esencial para entender los cambios actuales en el movimiento es su concepción tecnocrática de la política. Desde el principio, su fundador y líder carismático, Beppe Grillo, insistió en que M5S “no era de izquierdas ni de derechas”, dado que su único propósito era “resolver problemas”, más allá de las etiquetas ideológicas. En este sentido, Internet es considerado clave, dado que es percibido como una manera de poner en común la “inteligencia colectiva” de gente de a pie y, por tanto, de conseguir soluciones más efectivas que las propuestas por los expertos oficiales. Por consiguiente, mientras que en el macronismo la síntesis entre populismo y tecnocracia ocurre a través de una representación del propio presidente francés como “solucionador de los problemas del pueblo”, en el caso de M5S la síntesis tiene lugar mediante la noción de “inteligencia colectiva”, que convierte a todo el mundo en experto.

Si bien no todos los actores o movimientos políticos contemporáneos son tecnopopulistas, dado que el tecnopopulismo se está convirtiendo en la nueva lógica de la política democrática, será cada vez más difícil evitarlo. Incluso los actores y partidos políticos tradicionales se están moviendo en esa dirección. Es el caso, por ejemplo, de la trayectoria reciente de los partidos laborista y conservador británicos. En las últimas elecciones parlamentarias del Reino Unido, el lema de los conservadores fue “¡Brexit ya!”. Esto pretendía señalar un firme compromiso de implementar el resultado del referéndum popular de 2016, junto con la afirmación de poseer las habilidades políticas necesarias para hacerlo. El eslogan laborista durante las mismas elecciones fue “Consigamos el Brexit correcto”, apartándose parcialmente del mensaje de los conservadores, al poner más énfasis en la supuesta mayor comprensión del Partido Laborista de lo que sería la solución política apropiada.

Tanto populistas como tecnócratas dirigen su ira hacia la misma diana: los políticos profesionales y los partidos políticos. También son muy críticos con cualquier otra forma de intermediación de intereses organizada que se establezca entre el ciudadano común y el estado

Chris Bickerton, Carlo Invernizzi Accetti

En Alemania, el líder del SPD y excanciller federal, Gerhard Schröder, estuvo en el centro del movimiento Neue Mitte en Alemania, un intento de forjar una política post-ideológica del tipo que están desarrollando los “nuevos demócratas” de Clinton en Estados Unidos y el nuevo laborismo en el Reino Unido. Tras sucederle en 2005, Angela Merkel ha presidido grandes coaliciones con el SPD durante la mayor parte de su tiempo en el cargo. Su imagen política se ha construido en torno a promesas de pragmatismo y eficacia política. Al mismo tiempo, ha construido un tipo de gobierno político curiosamente personalista, en el que se la presenta como una “mutti” (madre) benevolente que une a toda Alemania tras un sentido de fines compartidos (“Wir schafen das!”).

La ilustración contemporánea más clara de la incidencia de la lógica tecnopopulista la ofrece el nuevo gobierno de Draghi en Italia. La autoridad política del exdirector del Banco Central Europeo se deriva claramente de su competencia técnica como presunto “salvador” de la eurozona. Sin embargo, su ejecutivo depende de una coalición parlamentaria que incluye a todos (menos uno) los principales partidos políticos de Italia, que abarcan todo el espectro político de izquierda a derecha, incluidos varios partidos más o menos explícitamente populistas, desde Forza Italia de Silvio Belusconi hasta el M5S de Luigi Di Maio, pasando por la Lega de Matteo Salvini. En consecuencia, el actual gobierno italiano parece particularmente inadecuado para el marco de izquierda contra derecha. Es un gobierno político, no tecnocrático, cuya identidad es tecnopopulista.

Los orígenes del tecnopopulismo

Son muchos los factores que sustentan el surgimiento de esta nueva lógica política. Una forma de relacionarlos implica considerar que contribuyen a un proceso a largo plazo de separación –o desconexión– entre la política y la sociedad; o, más concretamente, entre los conflictos y divisiones políticas, por un lado, y los intereses y valores sociales, por otro. Como punto de comparación, vale la pena recordar que, durante la mayor parte del siglo pasado, la política democrática no se estructuró en torno a pretensiones competitivas de representar al “pueblo” en su conjunto y de poseer la “experiencia” necesaria para traducir su voluntad en políticas. Las ideologías partidistas de la izquierda y la derecha estaban arraigadas en los intereses y valores particulares de grupos específicos de la sociedad. 

Por ejemplo, los partidos comunistas y socialdemócratas eran, por lo general, expresiones de las aspiraciones del movimiento obrero organizado. Por el contrario, los partidos conservadores y democristianos representaban principalmente los intereses y valores del Antiguo Régimen, especialmente entre las élites terratenientes y el campesinado. Esta es la idea básica expresada por Seymour Martin Lipset y Stein Rokkan a través de su famosa tesis de que la política de partidos de mediados del siglo XX era en realidad un reflejo de los “clivajes” sociológicos subyacentes5. En algunos países, especialmente en los Países Bajos del noroeste de Europa, esta unidad entre la sociedad y la política era aún más llamativa. Como resultado de los antiguos conflictos confesionales, la sociedad holandesa se organizaba en torno a lo que eran conocidos como “pilares”: pilares católicos y protestantes, a los que luego se unieron pilares socialistas y liberales. Estos pilares configuraban la vida cotidiana: desde el club de fútbol al que se apoyaba hasta el periódico que se leía. El sistema de partidos funcionaba como un punto de intersección entre estos pilares, y los líderes de los partidos negociaban entre sí en sistemas electorales altamente proporcionales, garantizando que los gobiernos no ignoraran los intereses de ninguno de los pilares. El famoso sistema proporz austriaco era idéntico. A la luz de las batallas campales y la guerra abierta entre las fuerzas de la derecha y la izquierda en el periodo de entreguerras, la política austriaca se organizó después de 1945 en torno a un sistema bipartidista en el que el Partido Popular Austriaco (ÖVP) y el Partido Socialdemócrata (SPÖ) se repartían minuciosamente poder e influencia en función de sus respectivas fortunas electorales. 

Las ideologías partidistas de la izquierda y la derecha estaban arraigadas en los intereses y valores particulares de grupos específicos de la sociedad 

Chris Bickerton, Carlo Invernizzi Accetti

En el transcurso de las últimas décadas, las realidades sociológicas básicas en las que se basaba la división ideológica izquierda/derecha se han erosionado considerablemente. Esto ha sido así por las transformaciones de la estructura económica, que han socavado la tradicional distinción de clases entre proletariado y burguesía. Un proceso generalizado de secularización disminuyó la relevancia de la distinción entre ciudadanos religiosos y no religiosos. Y un proceso generalizado de movilización cognitiva ha hecho que los votantes estén mucho menos dispuestos a dar por sentadas las plataformas de los partidos y a seguir instrucciones sobre cómo votar. Analizando la época posterior a 1945, podemos observar cambios profundos en los sistemas de valores, enormes mejoras en las condiciones de vida y un notable colapso de algunas de las formas de vida colectiva que habíamos llegado a dar por sentadas. 

Sin embargo, estas profundas transformaciones sociológicas no fueron reflejadas inmediatamente en nuevas formas de competencia política. Como ya señalaron Lipset y Rokkan a finales de los sesenta, los sistemas de partidos se mantuvieron inicialmente “congelados” en torno a categorías ideológicas que se habían cristalizado por primera vez más de un siglo antes. En consecuencia, los conflictos y divisiones partidistas se desconectaron cada vez más de los intereses y valores sociales subyacentes. Hasta bien entrada la década de los ochenta, los sistemas de partidos se parecían bastante a los de hace casi cien años; incluso los nombres de los partidos no habían cambiado. Y sin embargo, las sociedades occidentales habían experimentado la creación de estados de bienestar, un avance masivo en los derechos de las mujeres, la eliminación de la discriminación racial avalada por el Estado, las revoluciones culturales de los años sesenta y una enorme expansión de los empleos no manuales y la consiguiente expansión de las economías del sector servicios. El resultado fue una desconexión fundamental entre la sociedad y la política.

El tecnopopulismo es, en muchos sentidos, una consecuencia directa de esta creciente separación entre política y sociedad. Porque, una vez que los aspirantes a un cargo electoral dejan de rendir cuentas a clases o grupos específicos dentro de la sociedad, adquieren un incentivo para apelar a los intereses y valores de la sociedad en su conjunto, tratándola como una masa indiferenciada de electores individuales. Tanto la concepción populista del “pueblo” como la suposición tecnocrática de que existen soluciones políticas objetivamente “correctas” son ejemplos de tales concepciones no mediadas del bien común. Así, el auge del populismo y la tecnocracia como nuevos polos estructurantes de la política democrática contemporánea puede verse como el resultado de lo que Peter Mair ha llamado el “vacío” entre una sociedad atomizada y políticamente impotente, por un lado, y una clase política autorreferencial que busca la validación electoral apelando a generalidades abstractas como “el pueblo” o soluciones políticas “correctas”, por otro6

En algunos casos, la baja calidad de la política ideológica del siglo XX se puso de manifiesto de forma dramática y abrupta. En Italia, el final de la Guerra Fría coincidió con escándalos de corrupción política de proporciones gigantescas. La débil coraza de la política de izquierda/derecha en Italia saltó por los aires con estos acontecimientos y en el espacio de un par de años los partidos de masas de la derecha y la izquierda –los democristianos, los socialistas y los comunistas– habían desaparecido. En 1993 se instauró un gobierno tecnócrata para llenar el vacío. Luego vino un largo periodo en el que Italia osciló entre el populismo de Berlusconi y los secos gobiernos tecnócratas de centro-izquierda, cuya principal preocupación era mantener a Italia en el camino hacia la adhesión a la moneda única europea. En la década de los 2000, la lógica tecnopopulista se había apoderado de la política italiana.

Una vez que los aspirantes a un cargo electoral dejan de rendir cuentas a clases o grupos específicos dentro de la sociedad, adquieren un incentivo para apelar a los intereses y valores de la sociedad en su conjunto, tratándola como una masa indiferenciada de electores individuales

Chris Bickerton, Carlo Invernizzi Accetti

En otros casos, el ascenso del tecnopopulismo ha sido menos acentuado. En Bélgica, los cambios descritos previamente son evidentes en Flandes, lo que ayuda a explicar el sólido arraigo de los partidos populistas de extrema derecha allí. Sin embargo, en Valonia, el poder estructurador de las divisiones socioeconómicas continúa hasta hoy. Como ha demostrado la politóloga Leonie de Jonge, el Parti Socialiste (PS) valón opera dentro de una estructura social pilarizada que se extiende hacia las localidades de la región, así como dentro de las organizaciones de medios de comunicación y gran parte del sector público7. Incluso este contraejemplo confirma, sin embargo, que la despilarización y el colapso de los intereses organizados son incubadores clave de la nueva lógica política tecnopopulista.

Consecuencias del tecnopopulismo

Además de ser el resultado de múltiples transformaciones sociales profundas, el auge del tecnopopulismo está plagado de consecuencias. Una de ellas es la creciente conflictividad entre aspirantes a cargos electos. Se trata de un fenómeno ampliamente comentado en relación con la percepción de que los políticos contemporáneos se tratan entre sí más como “enemigos” que como “adversarios”, lo que conduce a una creciente toxicidad del lenguaje político que dificulta la cooperación entre quienes tienen puntos de vista diferentes. También lo vemos en el lenguaje de las “tribus” y el tribalismo, que se ha convertido en un elemento habitual en la ciencia política contemporánea. En 2018, el think tank británico Policy Exchange publicó un informe titulado The Age of Incivility (La era de la incivilidad), en el que lamentaba lo que describía como el “embrutecimiento de la vida política británica” indagando en las razones de ello8

El tecnopopulismo puede ayudar a explicar este fenómeno, ya que tiende a sustituir el eje horizontal de la competencia política entre los polos ideológicos de izquierda y derecha –que en principio son igualmente legítimos entre sí– por una oposición vertical entre concepciones rivales del conjunto de la sociedad y de sus partes constitutivas, que, por definición, están jerarquizadas. Ya que, una vez que se pretende hablar en nombre del “pueblo” en su conjunto, o poseer algún tipo de “verdad” política, cualquiera que no esté de acuerdo solo puede aparecer como la expresión de algún tipo de “interés especial” o como alguien completamente equivocado. Así pues, tanto el populismo como la tecnocracia implican una negación implícita de la legitimidad de la oposición política, que emerge en la forma en que la mayoría de los políticos contemporáneos se tratan entre sí. 

Los políticos contemporáneos se tratan entre sí más como “enemigos” que como “adversarios”, lo que conduce a una creciente toxicidad del lenguaje político

Chris Bickerton, Carlo Invernizzi Accetti

Otro rasgo destacado de la política democrática contemporánea es su desustancialización. A pesar de que se atacan personalmente de forma habitual, y a veces incluso con saña, los candidatos contemporáneos a cargos públicos no discrepan demasiado en cuanto a la sustancia de las políticas públicas. Por ejemplo, nadie parece cuestionar las coordenadas básicas del capitalismo o de la democracia, como fue el caso durante la mayor parte del siglo XX. En cambio, se dice que el lugar principal de la competencia política se ha desplazado a las llamadas cuestiones “culturales” o “simbólicas”. Sin embargo, incluso en este ámbito, la mayoría de los estudios empíricos detectan una creciente “convergencia” de valores entre facciones políticas rivales9.  

Aunque esto pueda parecer paradójico, dados los niveles de toxicidad política a los que nos hemos acostumbrado, también puede leerse como una consecuencia del auge del tecnopopulismo como nueva lógica vertebradora de la política democrática contemporánea. Cuando todos los candidatos a un cargo electoral afirman representar los intereses y valores de la sociedad en su conjunto, no pueden permitirse realmente enemistarse con las opiniones o intereses de ningún grupo específico dentro de ella. Esto les incentiva a diluir sus plataformas políticas, haciéndolas parecer tan consensuadas y ampliamente atractivas como sea posible, con el fin de enmascarar cualquier conflicto sustantivo que puedan ocasionar. 

Otra consecuencia del auge del tecnopopulismo como nueva lógica vertebradora de la política democrática contemporánea es el creciente descontento de la mayoría de sectores del electorado con la calidad de la representatividad política que se les ofrece. Este también es un fenómeno ampliamente observado y comentado. Y es precisamente, en este momento en el que los políticos pretenden ofrecer una representación más directa y sin intermediarios de la verdadera voluntad del pueblo, y tener la experiencia necesaria para traducirla en políticas, cuando los electores se encuentran cada vez más insatisfechos con ellos. 

Sucede que la existencia de algún tipo de mecanismo de mediación entre los intereses y valores dispares presentes en la sociedad y los resultados políticos concretos resulta ser una condición esencial para una percepción de representación democrática eficaz. Sin ese nivel intermediario de organización política partidista, los individuos atomizados son sencillamente demasiado débiles e insignificantes desde el punto de vista estadístico para tener la sensación de que sus opiniones e intereses importan a la hora de tomar decisiones colectivamente vinculantes. La era de la desintermediación que nos trae la lógica política tecnopopulista es, por tanto, también una era de creciente desencanto con la democracia.

Las formas intermedias de organización política, y el partidismo ideológico que las acompaña, son el verdadero remedio contra el tecnopopulismo

Chris Bickerton, Carlo Invernizzi Accetti

Si bien el tecnopopulismo surge de una creciente separación –o desconexión –entre la política y la sociedad (enraizada a su vez en una crisis de los mecanismos tradicionales de intermediación entre ambas), al mismo tiempo también exacerba esa misma separación. Como una pescadilla que se muerde la cola, es a la vez una manifestación y una causa más de la presente crisis de representación política.

Soluciones

Si el análisis que hemos realizado es correcto, se puede deducir que el populismo y la tecnocracia no pueden funcionar como remedios eficaces del uno para el otro. Sin embargo, esto es lo que escuchamos con mayor frecuencia por parte de los populistas y de los propios tecnócratas. Los primeros afirman que apelar de manera más directa a la “voluntad popular” puede ayudar a reparar la confiscación del poder por parte de las élites tecnocráticas; los segundos, que es necesario apelar a la aptitud y la experiencia para contrarrestar la irresponsabilidad de los populistas. Los comentaristas tienden a estar de acuerdo, y suelen recomendar un poco más de tecnocracia aquí, o un poco menos; un poco más de populismo allí, o un poco menos. Pero esto solo acaba reforzando la lógica política tecnopopulista, ya que la implicación es que la representación política efectiva requiere alcanzar algún tipo de “equilibrio” o “síntesis” entre ambos.

Por el contrario, ver el populismo y la tecnocracia como componentes complementarios de una lógica política común implica que solo pueden contrastarse juntos, abordando la crisis subyacente de mediación política de la que ambos surgen y en la que ambos participan. Por lo tanto, lo que en realidad se necesita para restablecer el sentido de la representación democrática efectiva es exactamente lo contrario a más apelaciones directas a la “voluntad popular” y más “experiencia” en política. Las formas intermedias de organización política, y el partidismo ideológico que las acompaña, son el verdadero remedio contra el tecnopopulismo.

Sin duda, sería anacrónico esperar una revitalización de los partidos políticos y de las luchas ideológicas del siglo pasado, sobre todo porque hemos argumentado más arriba que el tecnopopulismo proviene precisamente de su propia incapacidad para renovarse y dar una expresión política adecuada a los conflictos y divisiones sociales contemporáneos. Sin embargo, la idea de que existe una “voluntad popular” global e internamente monolítica que hay que encontrar, o que cualquiera tiene acceso a algún tipo de “verdad” política objetiva, que trasciende todo conflicto y división dentro de la sociedad, es igualmente ficticia. 

El reto que plantea el auge del tecnopopulismo consiste, por tanto, en idear y hacer avanzar nuevas formas de intermediación política –es decir, nuevas formas de partidismo y de lucha ideológica– en torno a los conflictos concretos de intereses y valores que existen hoy en la sociedad.

Notas al pie
  1. Eric Schattschneider. 1960. The Semi-Sovereign People, A Realist’s View of Democracy in America, Boston: Wadsworth
  2. Simon Kuper. 2021. ‘Dutch lessons on staying in power (for ever)’, Financial Times Weekend Magazine, 13/14 March 2021.
  3. Bernard Manin. 1997. The Principles of Representative Government, Cambridge: Cambridge University Press.
  4. Marcel Gauchet. 2017. Une Etrange Victoire, Le Débat, 4: 196.
  5. Seymour Martin Lipset and Stein Rokkan. 1967. Party Systems and Voter Alignments: Cross-National Perspectives, New York: Free Press.
  6. Peter Mair. 2012. Ruling the Void: The Hollowing Out of Western Democracy. London: Verso.
  7. Léonie De Jonge. 2021. The Success and Failure of Right-Wing Populist Parties in the Benelux Countries, London: Routledge.
  8. Trevor Philips and Hannah Stuard. 2018. An Age of Incivility: Understanding the New Politics. Policy Exchange. https://policyexchange.org.uk/publication/an-age-of-incivility/
  9. Hanspeter Kriesi, Edgar Grande, Martin Dolezal, Marc Helbling, Dominic Hogliner, Swen Hutter and Bruno Wuest. 2012. Political Conflict in Western Europe, Cambridge: Cambridge University Press.